Noticias sueltas, incompletas, llegaron del azaroso periplo que Agustín de Foxá, diplomático de carrera, iba a emprender huyendo del Madrid de los paseos para recalar en la embajada de Bucarest. En la legación rumana, enviado por el gobierno republicano, según la leyenda iba a mantener un doble juego cancilleresco. Hasta regresar, esta vez sin ambages, a la Salamanca nacionalista. (De donde partiría a su vez a la Roma del PNF, donde mantendría un sonado enfrentamiento con el conde Galeazzo Ciano). En su estancia salmantina, sobre las mesas del café Novelty leería a sus conocidos la novela "Madrid, de corte a cheka", que sería saludada por la prensa nacional como una de las primeras narraciones de la guerra desde el bando sublevado.
También, se comentó, habría escrito una segunda parte de la novela, titulada "Salamanca, cuartel general" de la que nada más se sabe, desaparecido el manuscrito no se conoce si por razones de la censura, desgana del autor o consejo de sus amigos falangistas. (Una suerte de referencia mitológica habla del perdido manuscrito en las sombrías salas del caserón de los Sánchez Mazas en Coria. Pero nadie ha sabido dar luego cuenta de él). Dionisio Ridruejo en sus memorias alude a varios cuadernos voluminosos en los que Foxá estaba recogiendo notas, tarjetas varias y apuntes sueltos en esos días. Ignora lo que sería más tarde de ellos.
Del doble juego del aristócrata falangista había dado noticias sueltas por ejemplo Andrés Trapiello en su muy citado "Las armas y las letras". También de la azarosa huida del Madrid de las chekas, de donde en un momento determinado sólo un pasaporte diplomático le salva del paseo en las tapias de la Casa de Campo. En "Misión en Bucarest", que ha reeditado recientemente Renacimiento, - del fondo de Abelardo Linares-, encontramos en efecto las referencias a un Madrid sombrío, de patrullas nocturnas y disparos al alba, del que Foxá se evade gracias a su destino consular en un distante Bucarest. La salida por Port Bou supone el reencuentro con un país, Francia, que el autor, aliviado, recordaba perfectamente.
"Paseos del crepúsculo por la ribera del Sena entre los libros de viejo, con portadas de damas encorsetadas con camelias en el seno y barbudos vizcondes enchisterados con una pistola sobre la sien".
Hasta llegar al Mar Negro la narración se demorará en la descripción del paso del ferrocarril por una Europa que, de momento, estaba aún libre de los azares de la guerra y que el autor, que conocía bien sus lugares, se detiene en celebrar. El Simplon Orient Expres se está alejando de la Europa central, y acercándose a los Balcanes.
"Trieste como un castillo de luces en el monte, derramadas hasta la orilla. Y el rudo Simplón de las llanuras (...) Se extendía triangular una encerada vela latina sobre el mar, barcas de pescadores coloreaban el fondo. Cipreses".
Incluido el acceso final al paisaje de los Cárpatos, que el novelista cubre de pellizas de cordero, estaciones de tren vacías, cúpulas bizantinas y por último el escenario de una tradición aristocrática y cortesana, vagamente oriental, a la que el Marqués de Armendáriz es especialmente receptivo.
"Llovía con frío en Timisoara, la ciudad de los bellos y dorados faisanes, donde el rey Carol invitaba a cazar al cuerpo diplomático". De los primeros artículos que el conde había enviado desde Bucarest, en un destino anterior, una reseña de su obra anotaría que: "Resulta significativo que las apenas seis piezas publicadas en su primera estadía rumana se situaran en páginas dedicadas a la vida de la alta sociedad europea".
Inmerso en su segundo destino poco a poco en los peligros de un doble juego diplomático la novela se detiene bruscamente cuando las sombras se empiezan a cernir sobre su personaje, claramente adscrito a la sublevación.
No sería la única figura ambigua del exilio temprano. Desde la temprana defección del embajador Juan Cárdenas en París - que obliga a las autoridades republicanas a enviar apresuradamente a la capital a Fernando de los Ríos para reanudar el tráfico de armas, asunto que el catedrático desconocía absolutamente. En Londres, donde el embajador Ramón Pérez de Ayala había dimitido al comenzar la guerra, el periodista Luis Bolín, corresponsal del ABC, desplegaba una incesante actividad a favor del bando nacionalista. (Y en algún momento sería interrogado por el MI6 británico y destinado a un campo de prisioneros después). Actividad que según las crónicas se correspondía con la amplia gama de amistades del Duque de Alba, nuevo embajador del gobierno de Burgos, "cuya sosegada charla ganó definitivamente el favor de la aristocracia británica en contra del gobierno republicano y las patrullas anarquistas", leemos en alguna parte. Destinado por su parte en Roma el corresponsal César González Ruano había de representar un dudoso juego aristocrático - que no le correspondía- visitando con frecuencia al rey en el exilio, y acogido en su estudio por un Juan Ramón Masoliver cuya militancia falangista por el contrario no era dudosa - y que visitaba a un Ezra Pound que terminará recluido en Rapallo, tras sus encendidas alocuciones en defensa del Duce. (Ruano después, ya en París, se iba a entregar a un juego aún más oscuro, con contrabandos varios y delaciones a la Gestapo incluidas, que le supondrían incluso el internamiento en la prisión militar de Cherche Midi). En otro lugar, la mitología de la guerra hablará de Josep Pla que, refugiado en Marsella, vaga solitario por el puerto con una difusa labor de espionaje de los barcos en el muelle, que le habría encomendado la organización de Francesc Cambó. Había partido de Barcelona, junto con su amante noruega, Adi Enberg, -a quien siempre se atribuyó el papel de espía-, en el bajel Anfa, que cubría la ruta Casablanca- Marsella. De la organización de Cambó, el llamado SIFNE - Servicio de Información del Nordeste- la historia del espionaje en la guerra destacaría su eficacia. Asimilada ésta más tarde a la inteligencia nacionalista, el escritor ampurdanés proseguiría luego sus viajes por el Mediterráneo, en torno a lugares como Croacia, Elba, Ankara, Estambul o Alejandría, de los que al regreso habría de escribir su luminosa "Las ciudades del mar".
En otro lugar, una historia del incipiente servicio de información nacionalista comenta que: "Se distribuyeron agentes en Bucarest, Estambul, Ankara y Atenas para tener vigilados los puertos turcos y griegos". La misma noticia añade que en el Norte se habían enviado agentes a Danzig o Hamburgo. No tenemos muchas más noticias de esta difusa actividad. Excepto la referencia confusa de unos agentes anónimos, sin apenas medios, que vagan por los puertos del Bósforo, algún remoto enclave en el Mar de Mármara, el barrio turco de Pera, envían informaciones sobre el tráfico mediterráneo a una oficina comercial en Roma, de donde llegaban por algún medio a España.
A Bucarest, en un determinado momento, había sido enviado el policía Manuel López del Rey para delatar a los presuntos nacionalistas, el secretario Foxá entre ellos. Éste aludía a su propia actividad doble en la figura novelesca de Julio Vega, el encargado de negocios de la Embajada. "En sus informes al ministro rojo, Álvarez del Vayo, empleaba el estilo no excesivamente delicado del Heraldo de Madrid, que sabía que tanto placía al ministro rojo. Hablaba siempre de "hordas vaticanistas", "generales traidores" y de la "legación facciosa" (...) Aquel lenguaje desvanecía en Valencia todas las sospechas".
Tarea de desenmascaramiento encargada al funcionario policial el cual, curiosamente, había surgido también en unas páginas del relato "Aquí, París" de Pío Baroja, escritas ese año desde la Residencia de España en la capital francesa. Donde el novelista describe la llegada una mañana a los jardines de un furgón cerrado, con milicianos armados encabezados por el mismo: "Un tal López Rey, muy rojo, y luego su hermano, jefe de la policía de Madrid, se presentó allí con un camión grande vigilado por dos milicianos armados y un chófer". En la capital rumana el enviado republicano intentaría llevar a cabo una intensa labor propagandística en favor de la República, tarea que se enfrentaba a la más frecuente defensa de los sublevados en la prensa de la época. Con los fondos del gobierno de Valencia, se nos dice, en algún momento habría de editar una obra de propaganda Spania 1937, "en colaboración con un profesor rumano de origen judío que firmaba bajo el seudónimo de Savelle".
Más rocambolesca sería la actividad del delegado nacionalista, Pedro Prat y Soutzo, superior de Foxá en la Delegación. Al cual se atribuye la creación de un incipiente "Servicio de Información Ruso" durante su estancia en Bucarest. Obligado a abandonar la ciudad a finales de 1940, reanudaría sus actividades informativas en Ankara, colaborando en ocasiones con la Abwehr, la agencia alemana. Reanudada la tarea del citado Servicio... las informaciones eran enviadas en ocasiones directamente al embajador Von Papen, en Ankara. O a la prolífica red del austríaco Richard Kaudet, "Klatt", cuyos tentáculos llegaban hasta Ucrania y la retaguardia soviética.
Con la ayuda del agente ruso Vladimir Velikotny, que había sido combatiente durante la guerra en el bando nacional, el embajador expande sus actividades a Estambul y los puertos del Bósforo. Recibe también la colaboración de un periodista japonés, Momotaro Enotomo - el cual es obligado a su vez a abandonar Turquía en 1942. (De Enomoto, corresponsal del periódico Mainishi Shimbum, se nos cuenta en otro lugar, su carnet periodístico le permitía viajar libremente entre Viena, Budapest y Berlín. En otro momento, informa la misma fuente, éste entraría en contacto con la sofisticada red de The Max Network, dirigida por el judío austríaco Richard Kauder, que se había extendido desde Estambul hasta Sofia. Y con el periodista británico Peter Smollet, reportero de The Times, el cual sería identificado más tarde "como un agente soviético". Reclutado este último por el conocido Kim Philby su figura inspirará el nombre de la taberna Smolka vienesa en "El tercer hombre", la sombría novela de Graham Greene). Otra figura de la red - que "tenía extensiones en la retaguardia soviética y los Balcanes"- era el también periodista, nacionalizado español, el rumano Arnaldo Dalismo Damiano. Todos ellos abandonarían Turquía antes del final de la guerra.
Otras noticias imprecisas hablarán de un matrimonio español residente en Sofia. O de Eugenio Janet y Viale, agregado de prensa en Ankara. Sin más precisión nombran también a "un diplomático español acreditado en Beirut conocido como Vine".
La ciudad, Bucarest, era aún una capital cortesana, un tanto remota, en las páginas de Foxá. ("Le gustaba recorrer sus calles, meterse en las iglesias más apartadas, recorrer las tiendas de los judíos y las barracas de cinturones rumanos, objetos de plata, maderas taraceadas, iconos y rosarios musulmanes de ámbar"). Entraba en aquellos años por otra parte en la historia de la Rumanía convulsa en las memorias de la época. Entre la figura en algún momento absorbente del rey Carol II, su exilio posterior; la represión inicial de la derechista Guardia de Hierro; la creciente presión alemana, la ocupación soviética de la Besarabia, el reinado de Miguel I y la firma última del Tratado Tripartito con las potencias del Eje - y la sombra de nuevo de la Guardia de Hierro y del dictador Ion Antonescu.
Unas páginas del Danubio de Claudio Magris recordaban a Bucarest, al final del recorrido del Orient Express, como: "El París de los Balcanes (...) significa un eón ulterior y profano en ese proceso de emanación que ve difundirse y degradarse gradualmente, a medida que avanzamos hacia el sudeste, la imagen y el modelo de la Ciudad, capital de Francia y del siglo XIX, o sea de Europa". Más adelante el escritor triestino evocará la profusión del estilo Liberty en las fachadas y las calles. Y en los paseos y muelles de la costa del Mar Negro, que nombran un pasado esplendor de la burguesía que no habría de regresar. En esos momentos, los edificios de estilo Biedermeier, palacios y hoteles, que rodeaban al palacio real habían sido arrasados por orden del rey, que quiso construir en su lugar una amplia explanada de ceremonias. (El viajero Patrick Leigh Fermor por su lado, más distante de la nostalgia de Magris por la Mitteleuropa, había definido la capital años antes a su llegada como "Una mezcla de Samarkanda y Detroit").
La mayor parte del antiguo Cuerpo Diplomático, comentarán las historias de la época, se pasará en un momento u otro al servicio del gobierno nacionalista de Burgos. Foxá describe en algún lugar la convulsa situación de los compañeros que habían quedado en el Ministerio de Madrid sin poder escapar de la constante amenaza de los milicianos y los agentes republicanos.
Figuras del doble juego que se mantiene durante algún tiempo, la ambigüedad del espía dará lugar más tarde a un amplio repertorio literario. (Cuyo relato paradigmático sería la novela Tinker, Taylor, Soldier, Spy de un melancólico John Le Carré). El modelo más célebre sería quizás el de los Cinco de Cambridge, los intelectuales ingleses de la sociedad Los Apóstoles controlados desde los años 30 por el coronel de la KGB, el soviético Yuri Modin. Y a los que, desde su temprano reclutamiento en las aulas universitarias, ningún acontecimiento posterior -guerra mundial, grandes purgas soviéticas incluidas, inicio de la Guerra Fría- hará declinar su primitiva militancia comunista.
La literatura nombraba la existencia de una otra parte de ésta, la occidental, que estaba al otro lado del muro. La descripción del lugar al otro lado - de una Europa gris y como sumida en un eterno domingo de suburbio- será de nuevo la que el novelista británico recoja en sus novelas sobre la posguerra en la Europa soviética:
"Había caído la oscuridad y con ella el silencio (...) Ante él estaba la carretera y a ambos lados el muro, una cosa fea y sucia de bloques de cemento perforado y cabos de alambre de espino, alumbrada por una barata luz amarilla, como un telón de fondo que representase un campo de concentración" - apuntaba al inicio de su novela The Spy who Came in from the Cold.
En medio de este juego ambiguo, la misma fidelidad al modelo soviético surge en las páginas de la voluminosa biografía del alemán Richard Sorge - "Un espía impecable"- quizás el más célebre espía soviético de la Segunda Guerra Mundial. El cual, después de una temprana iniciación en las redes de la información militar en Moscú, y a pesar de todas las vicisitudes posteriores en su carrera, nunca abandonará su temprana militancia comunista.
La carrera del alemán Richard Sorge incluirá lugares como Londres, Berlín, Escandinavia o la remota Manchukuo. Para recalar ya en plena guerra en la Concesión Internacional de Shanghai, ciudad caótica y centro del espionaje internacional. Y finalmente en la creación de una asombrosa red de información en Tokyo, formada por colaboradores japoneses, croatas, un radioperador alemán. Y la inestimable amistad del embajador alemán, que, ignorante de su verdadera fidelidad, le introduce en los secretos de la Embajada del Reich.
En medio de esta prolija carrera a su alrededor todo se irá desmoronando. Los generales al mando de la Cuarta Sección son fusilados uno detrás de otro. Los embajadores a su regreso también, acusados de militancia occidental. Los mismos agentes son detenidos a su vuelta a Moscú. (Sorge escribirá una trágica carta defendiendo su fidelidad a su jefe, el general Berzin, sin saber que éste había sido fusilado unos meses antes:
"Querido camarada: No te preocupes por nosotros. Aunque estamos terriblemente cansados y tensos, somos compañeros disciplinados, obedientes, decididos y devotos, dispuestos a llevar a cabo las tareas relacionadas con nuestra gran misión").
Su propia mujer, Katya Maximova, será detenida y enviada a un gulag en 1942 - acusada de "connivencia con el enemigo"- en donde muere un año más tarde.
La historia de la Cuarta Sección es una historia de supuestas delaciones de los miembros del servicio secreto, detenciones en la noche y acusaciones vagas que remiten inevitablemente a un gulag. O al paredón de fusilamiento. También de desdenes. Stalin, informado por un cable del espía de la inminente invasión alemana de la URSS, rechazará la noticia como "la fantasía del propietario de un burdel japonés". Una segunda información sobre la retirada de las tropas japonesas de Siberia, también desdeñada en principio, permitirá sin embargo el envío de las divisiones siberianas al frente de Moscú, donde finalmente los alemanes son rechazados.
Todo su mundo inicial se estaba desmoronando. Sorge sin embargo, y aunque evite el regreso a Moscú, quizás presintiendo su inminente depuración, seguirá fiel a la tarea que desde su reclutamiento juvenil había empezado y continuará el doble juego con las autoridades nacional socialistas y con los militaristas japoneses, desde la red de Tokyo. (No así su radioperador, Max Clausen, el cual, decepcionado con la promesa de la instauración del comunismo, comenzará a boicotear las emisiones de la red y, más tarde detenido, informará con todo detalle a la fiscalía japonesa de las actividades del círculo). En 1941 el Kempetai, la policía secreta japonesa, después de las revelaciones de un matrimonio comunista retornado a las islas, había detenido a toda la red, suponiendo en principio que trabajaban para la Abwehr, la organización de inteligencia alemana.
Sorge nunca abandonará la esperanza de que Moscú le rescatara después de la detención del grupo. Alguien propuso un canje a los rusos. Los soviéticos sin embargo nunca le reconocieron y será ahorcado finalmente en Sugamo, una cárcel de Tokyo.
Al otro extremo de la guerra, en Bucarest, el mundo acostumbrado se estaba desmoronando también. La firma del Pacto Tripartito en noviembre de 1940 suponía finalmente la entrada de Rumanía en la guerra, junto a las tropas del Eje. (Una historia de la guerra comenta que los alemanes se demoraron casi un año en su entrada, debido a que "Fue el invierno más frío en mucho tiempo").
Una caótica colección de refugiados aparecía en la ciudad en esos años, descritos en las novelas que la británica Olivia Manning, destinada junto su marido Reginald Smith a la delegación del British Council en Bucarest, escribiría años más tarde bajo el título de The Balkan Trilogy. Aristócratas rusos arruinados; la antigua clase de los fanariotas, los griegos que habían monopolizado el comercio de la ciudad a principios de siglo; princesas rumanas despojadas de sus posesiones en la Besarabia; campesinos de la Valaquia; refugiados polacos que accedían por oscuras carreteras tras la ocupación nazi; comerciantes judíos de Ucrania que habían sido expropiados... El francés Paul Morand, que se había instalado unos años antes en el Athenée Hotel, recogía en sus notas la definición de la reina Isabel, que le había comentado que: "Es una ciudad hecha de remiendos". Para afirmar, más adelante, que: "El Atenea Palace está hecho a imagen y semejanza de Bucarest". El escritor se había casado en 1927 con la aristócrata rumana Helene Chrissovoleni, princesa Souzo, y en 1942 será destinado por la Francia de Vichy como embajador en Rumanía. Cargo que abandona dos años más tarde ante la inminente llegada de las tropas rusas. En su novela Bucarest - de 1934- había descrito una ciudad de innegable influencia francesa todavía: "Calea Victoriei, la más famosa avenida de la ciudad, con sus palacios y jardines aristocráticos, se convierte en el teatro de la vida moderna, de la sociedad refinada, de la vida nocturna", afirma un artículo sobre la novela. El centro de la vida social - y del espionaje en la zona- se encontraba en el tramo que transcurría desde el célebre café Capsa - el "Lhardy de Valaquia" en la definición de Foxá- al Athenée Palace. Pero Morand en sus páginas también apuntaba una condición fronteriza, en el límite con Oriente, que era parte de la convulsa historia del país. Y la presencia de un mundo que era el de la absoluta otredad en la constante presencia de los gitanos, la música zíngara, en los sórdidos suburbios - y en cierto modo, los judíos también- en sus calles.
Uno de los volúmenes de la trilogía de Olivia Manning, The Great Fortune, describía también esta condición suburbial de los límites, en cuanto su protagonista se alejaba del escenario habitual de la Calea Victoriei, la avenida principal, sus lugares de encuentro y los ambiguos personajes del British Council:
"Ahora habían llegado a los suburbios donde vivían los campesinos. Las casas eran chozas de madera de una sola habitación, pintadas con pez blanca, apuntaladas con latas aplastadas de gasolina (...) A pesar del frío antiséptico que reinaba por todas partes, el aire apestaba a desperdicios (...)".
En su siguiente novela, The Spoilt City, la guerra europea está avanzando y las sombras que se ciernen sobre la ciudad se van haciendo más densas. Hasta que en un momento determinado los antiguos miembros de la comunidad internacional que habían recalado en sus populosas calles sólo acierten a nombrar unos puertos de salida que se están reduciendo cada vez más. Son el muelle de Costanza, sobre el Mar Negro; el puerto de Varna en Bulgaria; un Orient Express que ya apenas lleva viajeros, el difícil vuelo a Atenas, que nunca se sabe si va a partir del aeropuerto...
En una reunión de los últimos representantes del British Council en la ciudad, - en el Polisinel, "un antiguo restaurante de la época de los boyardos" que ahora estaba siempre vacío- uno de ellos, llamado David, comentará que había viajado a la frontera rusa.
"Desde la orilla del Dniéster había mirado al otro lado, donde había algunas cabañas". No había podido cruzarla. "La única señal de vida era una vieja campesina que trabajaba en la huerta". (En la novela, el culto David, que siempre había defendido la economía soviética, aparecerá vagamente como un agente de aquellos).
El restaurante contaba con un amplio jardín alrededor, que en otro momento había estado de moda. La escritora, bajo la figura de la lúcida Harriet en la novela, comentará:
"Al fondo del jardín se encontraban los antaño famosos salons particuliers con todas las luces encendidas. Algunos tenían las cortinas corridas, como si hubiera gente dentro (...) En el más cercano vio una mesa puesta para dos y un sofá cubierto con un satén verde, un verde claro como de nenúfar, mugriento seguramente. Esas habitaciones no habían cambiado en cincuenta años y se decía que tampoco las habían limpiado. La enterneció esa grandeza decadente que se arrastraba en la vida como podía mientras todo se derrumbaba alrededor de Guy y de ella".
Bucarest había sido en sus novelas una ruidosa mezcla de hoteles de la Belle Époque y mercadillos orientales desplegados a lo largo de las aceras, con campesinos que dormían sobre los puestos de comida. Una estrepitosa colección de corresponsales extranjeros, actrices rumanas sin contratos y periodistas alcohólicos se reunía a diario en el British Bar, que más adelante sería ocupado por los oficiales de la Gestapo. Ella pudo escapar hacia Atenas en uno de los últimos vuelos regulares antes de que cerraran el aeropuerto. Su marido, Guy en la novela, partió una semana más tarde.
Éste, profesor en el Council, había defendido siempre la inminente ocupación rusa del país como la única solución para los Balcanes. Años más tarde, el MI5, el servicio de información británico, estableció que desde 1938 "Reggie había sido reclutado como un espía comunista por Anthony Blunt - uno de los Cinco de Cambridge- en una visita a la Universidad de Cambridge en 1938". De vuelta al Reino Unido, y vigilado por el servicio de contraespionaje británico, no abandonaría su militancia comunista hasta 1956, con motivo de la invasión soviética de Hungría.