viernes, 15 de noviembre de 2024

Leopoldo Panero en otoño


En la Plaza Mayor de Salamanca, con la llegada de noviembre, instalan las casetas de la feria del libro en el centro de la explanada. Noviembre ha traído un turbión de aguaceros, nubes en la sierra, una luz de otoño en los soportales, ha cargado los caminos de hojas.

Un tiempo viejo, como de regreso, que incluye los libros que encuentro en la feria. Juan, el del Rastro, de la librería Vitorio, ya no viene: en tiempos aparecía con alguna obra inencontrable sobre ganaderías antiguas en Salamanca, y alguna otra, no menos rara, sobre las elecciones locales en la República y el Bloque Agrario. Siempre vendía algo en la ciudad, me contaba, y además a él y su mujer les encantaba el aperitivo en los bares de alrededor, un aperitivo que estaba aderezado, por lo que contaban, de delicias castellanas como los morros, la jeta o las manitas de cerdo a las que eran especialmente sensibles. Tampoco viene Begoña, con su librería repleta de ediciones raras frente a la fachada de la Universidad, a la que no me importa no encontrar, porque incluso cuando anunció que cerraba el local nunca quiso abrirme el armario en el que guardaba los libros aún más difíciles, que yo solo alcanzaba a imaginar.

En una de las primeras casetas, bajo el arco de la plaza del Mercado, encuentro amontonados en una silla varios ejemplares de la colección de Temas Españoles. Es una colección popular, editada pobremente, con temas que remiten aún a la mitología de la guerra civil. Pero en cuyas modestas encuadernaciones se encuentran algunos datos, algunos temas insólitos - entre otros un catálogo de la arquitectura de los pueblos de colonización, editada en plena época del Plan Badajoz, que encontré una mañana en la Cuesta de Moyano. Tienen dos folletos encima del montón sobre la República y el Partido Comunista en la guerra que compro y que luego descubro no tienen ninguna noticia de interés. Más allá, en la librería de la calle Compañía encuentro una atractiva colección de primeras ediciones del 27 y del 36 que nunca había advertido en el local y no sé de dónde salen esta vez. Están muy altas de precio y no me quedo con ninguna. En su lugar, a un precio razonable, la excelente edición que Andrés Trapiello ha hecho de los poemas de Leopoldo Panero para la editorial Comares de Granada, que sí adquiero. También una primera de la "Antología consultada" de 1952. En ésta, pasados apenas los primeros años después de la guerra, empiezan a aparecer los temas que se harán luego frecuentes, parte de un paisaje de la poesía de posguerra, como la pregunta sobre la función social de los poemas, la referencia a las "exigencias de un tiempo" o directamente la alusión al pueblo, ese protagonista anónimo y un tanto oscuro que inundará a continuación la literatura - y la fotografía, y la plástica- de aquellos años. Es curioso: me interesan mucho más los autores desgajados de la primera posguerra que no la lírica que se hará más popular a continuación, de poetas como Blas de Otero, Gabriel Celaya o José Hierro, con sus motivos sociales y sus guiños a la censura. En su lugar, una intensa meditación religiosa, que surge de entre las sombras, con algún excelente poema de Carlos Bousoño, José María Valverde o Vicente Gaos. A quienes nadie ha vuelto a leer, intuyo, nunca.

Alguna otra cosa suelta en la feria; muchos ejemplares de la editorial Barral o de Taurus, que hoy son un raro hallazgo: ninguno que no tenga ya. Lo mismo me ocurre con los manuales de editorial Juventud o las colecciones de arte de Skira. En varios mostradores, numerosas publicaciones de cómics, más recientes o más raros, que hace tiempo dejaron de interesarme por completo - y motivaron un día una encendida discusión con el poeta J., que los sigue coleccionando todos. En una rara librería de Huesca comienzo a charlar con el librero, que me enseña espaciosamente una joya detrás de otra y que abandona toda comunicación con los clientes para hablar conmigo de las ediciones de la posguerra. Alguno de los libros no lo había visto nunca, sólo leído la cita del mismo en un lugar u otro. Entre otros la primera edición del mentado "Comunistas, judíos y demás ralea" que publicara el teatral Ernesto Giménez Caballero sobre textos de Pio Baroja en plena guerra. O la primera también del "Aquí París" del vasco. Se publicaron en una época en la que los exiliados en la capital francesa - Baroja o Azorín entre otros- subsistían sólo gracias a los artículos que iban publicando en la prensa argentina. O chilena en algún caso. Tiene también el igualmente raro "Eugenio o la proclamación de la primavera", de Rafael García Serrano, que edita la falangista Jerarquía en el año 38. Es un ejercicio de lírica forzada, según descubro al poco, donde el autor intenta elaborar una trabajosa apología de la guerra y del entusiasmo mesiánico de un joven falangista en medio del ruido de los frentes, que resulta al fin un tanto tedioso, una fatigosa prosa del entusiasmo.

Mucho más interesante resulta su "Plaza del castillo", ya del año 1951, donde García Serrano realiza un entrañable retrato de un tiempo inmóvil, el de la Pamplona de principios de siglo, que poco a poco se va acercando al levantamiento y al estallido de la guerra, que acabarán con su letargo expectante, y que - ya la había leído en otro momento- resulta una excelente evocación de los días de julio del año 36. Con el fondo, ya con las dosis suficientes de escepticismo pasados los años, de apología de la sublevación frente a la barbarie.

Leer en otoño, con las tardes que se acortan, tiene algo de ejercicio lento, ajeno por completo al espectáculo. Lo tiene la lectura de "La senda dolorosa", de la saga del "Aviraneta" de Pio Baroja, de 1928, que también adquiero del prolífico librero argentino - "Mis abuelos emigraron de La Rioja antes de la guerra", me contará otra mañana en la que acudo a la caseta de nuevo, el cielo amenaza nieve, y no le compro nada. En el caso de la novela de Baroja, en la primera edición de Caro Raggio, esta lentitud se ve acentuada por su carácter de libro intonso, que obliga a buscar un viejo abrecartas que estaba en la biblioteca familiar, y a detenerse a abrir las páginas a cada cuadernillo. Es un libro abrupto, por decirlo de algún modo, más aún de lo que suelen serlo las novelas del vasco en esos años. Hay algo en él, independientemente de que el moho se haya adueñado de muchas de sus páginas, que evoca un permanente olor a sacristía y desván cerrado. Pero en su arriscado relato de la muerte del conde de España se introduce en primer lugar la descripción de unas ciudades del Bearn, cercanas a la frontera española, que eran un paisaje acostumbrado de los refugiados vascos - de los partidarios del rey Carlos- en cuyo melancólico y provinciano escenario se mueven en continuas conspiraciones mirando hacia los Pirineos. (Pau, Bayona, Orthez, San Juan de Luz...). Y, por otra parte, existe la descripción de una Cataluña de masías aisladas y cercas decrépitas que es aneja al gusto por los escenarios añejos del escritor. (Y por sus atrabiliarios personajes). Y que en la polvorienta novela se reiteran puntualmente.

O el páramo leonés, la sierra del Guadarrama a lo lejos o las riberas del Teleno. Escenarios recurrentes en la obra de Leopoldo Panero. En cuyo paisaje acostumbrado - el de los padres, el jardín familiar, la casa de Astorga- va a tener lugar su honda reflexión religiosa. Es una meditación que se mueve en el escenario de lo cercano. Terminada la guerra, cubiertos aún los días de sombras, hay ecos de Unamuno en su clara dicción castellana. O de la tristeza de un César Vallejo que había conocido en su momento la hospitalidad de la casa de Astorga y cuyo recuerdo acompañará siempre al poeta.

“ De la estancia vacía” se titulaba su segundo libro, de 1944. El páramo se extiende, inmediato, y a lo lejos se advierten unas cumbres sobre el crepúsculo, cuya presencia es la de lo familiar siempre. Pero también a veces la de la amenaza de una tormenta incipiente. Sobre el peso de las cosas cercanas flota la noción en Panero del eco de una antigua alianza, entre Dios y los hombres, que a veces es postergada, y por la que el poeta se preguntará siempre.

Las cosas, en estos tiempos de aislamiento, aún pesaban.

"hacia la primavera, en lo distante,

con los ojos cerrados, Dios se siente".

Pero también aparece la figura del caminante, del vagabundo por la despoblada llanura, en un poema como "El mendigo", de su libro "Escrito a cada instante". (Que remite, al pronto, al Antonio Machado de los campos y el páramo de Soria, el de “un pobre caminante que durmiera / de cansancio en un páramo infinito"). Sobre lo cercano, la inquietud por la antigua alianza. "Estamos siempre solos", afirmará en su evocación astorgana "A mis hermanas".

Sobre la mesa, otras compras igualmente lentas. Un Gabriel Miró de Biblioteca Nueva, con manchas de moho en las páginas - y un recordatorio del Miércoles de Ceniza del año 1938 que surge de pronto entre aquéllas. La traducción, firmada por Manuel Azaña, del alegórico "La esfera y la cruz" de Chesterton de 1930 en Biblioteca Nueva también. Unas raras "Confesiones" de Paul Verlaine - un tanto decepcionantes- que traduce el ultraísta Eliodoro Puche para Mundo Latino en 1921... 

Baja el frío otra vez. Sobre la Peña de Francia, las primeras nieves.



miércoles, 16 de octubre de 2024

Noticias de Bucarest

 


Noticias sueltas, incompletas, llegaron del azaroso periplo que Agustín de Foxá, diplomático de carrera, iba a emprender huyendo del Madrid de los paseos para recalar en la embajada de Bucarest. En la legación rumana, enviado por el gobierno republicano, según la leyenda iba a mantener un doble juego cancilleresco. Hasta regresar, esta vez sin ambages, a la Salamanca nacionalista. (De donde partiría a su vez a la Roma del PNF, donde mantendría un sonado enfrentamiento con el conde Galeazzo Ciano). En su estancia salmantina, sobre las mesas del café Novelty leería a sus conocidos la novela "Madrid, de corte a cheka", que sería saludada por la prensa nacional como una de las primeras narraciones de la guerra desde el bando sublevado.

También, se comentó, habría escrito una segunda parte de la novela, titulada "Salamanca, cuartel general" de la que nada más se sabe, desaparecido el manuscrito no se conoce si por razones de la censura, desgana del autor o consejo de sus amigos falangistas. (Una suerte de referencia mitológica habla del perdido manuscrito en las sombrías salas del caserón de los Sánchez Mazas en Coria. Pero nadie ha sabido dar luego cuenta de él). Dionisio Ridruejo en sus memorias alude a varios cuadernos voluminosos en los que Foxá estaba recogiendo notas, tarjetas varias y apuntes sueltos en esos días. Ignora lo que sería más tarde de ellos.

Del doble juego del aristócrata falangista había dado noticias sueltas por ejemplo Andrés Trapiello en su muy citado "Las armas y las letras". También de la azarosa huida del Madrid de las chekas, de donde en un momento determinado sólo un pasaporte diplomático le salva del paseo en las tapias de la Casa de Campo. En "Misión en Bucarest", que ha reeditado recientemente Renacimiento, - del fondo de Abelardo Linares-, encontramos en efecto las referencias a un Madrid sombrío, de patrullas nocturnas y disparos al alba, del que Foxá se evade gracias a su destino consular en un distante Bucarest. La salida por Port Bou supone el reencuentro con un país, Francia, que el autor, aliviado, recordaba perfectamente.

"Paseos del crepúsculo por la ribera del Sena entre los libros de viejo, con portadas de damas encorsetadas con camelias en el seno y barbudos vizcondes enchisterados con una pistola sobre la sien".

Hasta llegar al Mar Negro la narración se demorará en la descripción del paso del ferrocarril por una Europa que, de momento, estaba aún libre de los azares de la guerra y que el autor, que conocía bien sus lugares, se detiene en celebrar. El Simplon Orient Expres se está alejando de la Europa central, y acercándose a los Balcanes.

"Trieste como un castillo de luces en el monte, derramadas hasta la orilla. Y el rudo Simplón de las llanuras (...) Se extendía triangular una encerada vela latina sobre el mar, barcas de pescadores coloreaban el fondo. Cipreses".

Incluido el acceso final al paisaje de los Cárpatos, que el novelista cubre de pellizas de cordero, estaciones de tren vacías, cúpulas bizantinas y por último el escenario de una tradición aristocrática y cortesana, vagamente oriental, a la que el Marqués de Armendáriz es especialmente receptivo.

"Llovía con frío en Timisoara, la ciudad de los bellos y dorados faisanes, donde el rey Carol invitaba a cazar al cuerpo diplomático". De los primeros artículos que el conde había enviado desde Bucarest, en un destino anterior, una reseña de su obra anotaría que: "Resulta significativo que las apenas seis piezas publicadas en su primera estadía rumana se situaran en páginas dedicadas a la vida de la alta sociedad europea".

Inmerso en su segundo destino poco a poco en los peligros de un doble juego diplomático la novela se detiene bruscamente cuando las sombras se empiezan a cernir sobre su personaje, claramente adscrito a la sublevación.


No sería la única figura ambigua del exilio temprano. Desde la temprana defección del embajador Juan Cárdenas en París - que obliga a las autoridades republicanas a enviar apresuradamente a la capital a Fernando de los Ríos para reanudar el tráfico de armas, asunto que el catedrático desconocía absolutamente. En Londres, donde el embajador Ramón Pérez de Ayala había dimitido al comenzar la guerra, el periodista Luis Bolín, corresponsal del ABC, desplegaba una incesante actividad a favor del bando nacionalista. (Y en algún momento sería interrogado por el MI6 británico y destinado a un campo de prisioneros después). Actividad que según las crónicas se correspondía con la amplia gama de amistades del Duque de Alba, nuevo embajador del gobierno de Burgos, "cuya sosegada charla ganó definitivamente el favor de la aristocracia británica en contra del gobierno republicano y las patrullas anarquistas", leemos en alguna parte. Destinado por su parte en Roma el corresponsal César González Ruano había de representar un dudoso juego aristocrático - que no le correspondía- visitando con frecuencia al rey en el exilio, y acogido en su estudio por un Juan Ramón Masoliver cuya militancia falangista por el contrario no era dudosa - y que visitaba a un Ezra Pound que terminará recluido en Rapallo, tras sus encendidas alocuciones en defensa del Duce. (Ruano después, ya en París, se iba a entregar a un juego aún más oscuro, con contrabandos varios y delaciones a la Gestapo incluidas, que le supondrían incluso el internamiento en la prisión militar de Cherche Midi). En otro lugar, la mitología de la guerra hablará de Josep Pla que, refugiado en Marsella, vaga solitario por el puerto con una difusa labor de espionaje de los barcos en el muelle, que le habría encomendado la organización de Francesc Cambó. Había partido de Barcelona, junto con su amante noruega, Adi Enberg, -a quien siempre se atribuyó el papel de espía-, en el bajel Anfa, que cubría la ruta Casablanca- Marsella. De la organización de Cambó, el llamado SIFNE - Servicio de Información del Nordeste- la historia del espionaje en la guerra destacaría su eficacia. Asimilada ésta más tarde a la inteligencia nacionalista, el escritor ampurdanés proseguiría luego sus viajes por el Mediterráneo, en torno a lugares como Croacia, Elba, Ankara, Estambul o Alejandría, de los que al regreso habría de escribir su luminosa "Las ciudades del mar". 

En otro lugar, una historia del incipiente servicio de información nacionalista comenta que: "Se distribuyeron agentes en Bucarest, Estambul, Ankara y Atenas para tener vigilados los puertos turcos y griegos". La misma noticia añade que en el Norte se habían enviado agentes a Danzig o Hamburgo. No tenemos muchas más noticias de esta difusa actividad. Excepto la referencia confusa de unos agentes anónimos, sin apenas medios, que vagan por los puertos del Bósforo, algún remoto enclave en el Mar de Mármara, el barrio turco de Pera, envían informaciones sobre el tráfico mediterráneo a una oficina comercial en Roma, de donde llegaban por algún medio a España.

A Bucarest, en un determinado momento, había sido enviado el policía Manuel López del Rey para delatar a los presuntos nacionalistas, el secretario Foxá entre ellos. Éste aludía a su propia actividad doble en la figura novelesca de Julio Vega, el encargado de negocios de la Embajada. "En sus informes al ministro rojo, Álvarez del Vayo, empleaba el estilo no excesivamente delicado del Heraldo de Madrid, que sabía que tanto placía al ministro rojo. Hablaba siempre de "hordas vaticanistas", "generales traidores" y de la "legación facciosa" (...) Aquel lenguaje desvanecía en Valencia todas las sospechas".

Tarea de desenmascaramiento encargada al funcionario policial el cual, curiosamente, había surgido también en unas páginas del relato "Aquí, París" de Pío Baroja, escritas ese año desde la Residencia de España en la capital francesa. Donde el novelista describe la llegada una mañana a los jardines de un furgón cerrado, con milicianos armados encabezados por el mismo: "Un tal López Rey, muy rojo, y luego su hermano, jefe de la policía de Madrid, se presentó allí con un camión grande vigilado por dos milicianos armados y un chófer". En la capital rumana el enviado republicano intentaría llevar a cabo una intensa labor propagandística en favor de la República, tarea que se enfrentaba a la más frecuente defensa de los sublevados en la prensa de la época. Con los fondos del gobierno de Valencia, se nos dice, en algún momento habría de editar una obra de propaganda Spania 1937, "en colaboración con un profesor rumano de origen judío que firmaba bajo el seudónimo de Savelle".

Más rocambolesca sería la actividad del delegado nacionalista, Pedro Prat y Soutzo, superior de Foxá en la Delegación. Al cual se atribuye la creación de un incipiente "Servicio de Información Ruso" durante su estancia en Bucarest. Obligado a abandonar la ciudad a finales de 1940, reanudaría sus actividades informativas en Ankara, colaborando en ocasiones con la Abwehr, la agencia alemana. Reanudada la tarea del citado Servicio... las informaciones eran enviadas en ocasiones directamente al embajador Von Papen, en Ankara. O a la prolífica red del austríaco Richard Kaudet, "Klatt", cuyos tentáculos llegaban hasta Ucrania y la retaguardia soviética.

Con la ayuda del agente ruso Vladimir Velikotny, que había sido combatiente durante la guerra en el bando nacional, el embajador expande sus actividades a Estambul y los puertos del Bósforo. Recibe también la colaboración de un periodista japonés, Momotaro Enotomo - el cual es obligado a su vez a abandonar Turquía en 1942. (De Enomoto, corresponsal del periódico Mainishi Shimbum, se nos cuenta en otro lugar, su carnet periodístico le permitía viajar libremente entre Viena, Budapest y Berlín. En otro momento, informa la misma fuente, éste entraría en contacto con la sofisticada red de The Max Network, dirigida por el judío austríaco Richard Kauder, que se había extendido desde Estambul hasta Sofia. Y con el periodista británico Peter Smollet, reportero de The Times, el cual sería identificado más tarde "como un agente soviético". Reclutado este último por el conocido Kim Philby su figura inspirará el nombre de la taberna Smolka vienesa en "El tercer hombre", la sombría novela de Graham Greene). Otra figura de la red - que "tenía extensiones en la retaguardia soviética y los Balcanes"- era el también periodista, nacionalizado español, el rumano Arnaldo Dalismo Damiano. Todos ellos abandonarían Turquía antes del final de la guerra.

Otras noticias imprecisas hablarán de un matrimonio español residente en Sofia. O de Eugenio Janet y Viale, agregado de prensa en Ankara. Sin más precisión nombran también a "un diplomático español acreditado en Beirut conocido como Vine".

La ciudad, Bucarest, era aún una capital cortesana, un tanto remota, en las páginas de Foxá. ("Le gustaba recorrer sus calles, meterse en las iglesias más apartadas, recorrer las tiendas de los judíos y las barracas de cinturones rumanos, objetos de plata, maderas taraceadas, iconos y rosarios musulmanes de ámbar"). Entraba en aquellos años por otra parte en la historia de la Rumanía convulsa en las memorias de la época. Entre la figura en algún momento absorbente del rey Carol II, su exilio posterior; la represión inicial de la derechista Guardia de Hierro; la creciente presión alemana, la ocupación soviética de la Besarabia, el reinado de Miguel I y la firma última del Tratado Tripartito con las potencias del Eje - y la sombra de nuevo de la Guardia de Hierro y del dictador Ion Antonescu.

Unas páginas del Danubio de Claudio Magris recordaban a Bucarest, al final del recorrido del Orient Express, como: "El París de los Balcanes (...)  significa un eón ulterior y profano en ese proceso de emanación que ve difundirse y degradarse gradualmente, a medida que avanzamos hacia el sudeste, la imagen y el modelo de la Ciudad, capital de Francia y del siglo XIX, o sea de Europa". Más adelante el escritor triestino evocará la profusión del estilo Liberty en las fachadas y las calles. Y en los paseos y muelles de la costa del Mar Negro, que nombran un pasado esplendor de la burguesía que no habría de regresar. En esos momentos, los edificios de estilo Biedermeier, palacios y hoteles, que rodeaban al palacio real habían sido arrasados por orden del rey, que quiso construir en su lugar una amplia explanada de ceremonias. (El viajero Patrick Leigh Fermor por su lado, más distante de la  nostalgia de Magris por la Mitteleuropa, había definido la capital años antes a su llegada como "Una mezcla de Samarkanda y Detroit").

La mayor parte del antiguo Cuerpo Diplomático, comentarán las historias de la época, se pasará en un momento u otro al servicio del gobierno nacionalista de Burgos. Foxá describe en algún lugar la convulsa situación de los compañeros que habían quedado en el Ministerio de Madrid sin poder escapar de la constante amenaza de los milicianos y los agentes republicanos. 

Figuras del doble juego que se mantiene durante algún tiempo, la ambigüedad del espía dará lugar más tarde a un amplio repertorio literario. (Cuyo relato paradigmático sería la novela Tinker, Taylor, Soldier, Spy de un melancólico John Le Carré). El modelo más célebre sería quizás el de los Cinco de Cambridge, los intelectuales ingleses de la sociedad Los Apóstoles controlados desde los años 30 por el coronel de la KGB, el soviético Yuri Modin. Y a los que, desde su temprano reclutamiento en las aulas universitarias, ningún acontecimiento posterior -guerra mundial, grandes purgas soviéticas incluidas, inicio de la Guerra Fría- hará declinar su primitiva militancia comunista. 

La literatura nombraba la existencia de una otra parte de ésta, la occidental, que estaba al otro lado del muro. La descripción del lugar al otro lado - de una Europa gris y como sumida en un eterno domingo de suburbio- será de nuevo la que el novelista británico recoja en sus novelas sobre la posguerra en la Europa soviética:

"Había caído la oscuridad y con ella el silencio (...) Ante él estaba la carretera y a ambos lados el muro, una cosa fea y sucia de bloques de cemento perforado y cabos de alambre de espino, alumbrada por una barata luz amarilla, como un telón de fondo que representase un campo de concentración" - apuntaba al inicio de su novela The Spy who Came in from the Cold.

En medio de este juego ambiguo, la misma fidelidad al modelo soviético surge en las páginas de la voluminosa biografía del alemán Richard Sorge - "Un espía impecable"- quizás el más célebre espía soviético de la Segunda Guerra Mundial. El cual, después de una temprana iniciación en las redes de la información militar en Moscú, y a pesar de todas las vicisitudes posteriores en su carrera, nunca abandonará su temprana militancia comunista.


La carrera del alemán Richard Sorge incluirá lugares como Londres, Berlín, Escandinavia o la remota Manchukuo. Para recalar ya en plena guerra en la Concesión Internacional de Shanghai, ciudad caótica y centro del espionaje internacional. Y finalmente en la creación de una asombrosa red de información en Tokyo, formada por colaboradores japoneses, croatas, un radioperador alemán. Y la inestimable amistad del embajador alemán, que, ignorante de su verdadera fidelidad, le introduce en los secretos de la Embajada del Reich.

En medio de esta prolija carrera a su alrededor todo se irá desmoronando. Los generales al mando de la Cuarta Sección son fusilados uno detrás de otro. Los embajadores a su regreso también, acusados de militancia occidental. Los mismos agentes son detenidos a su vuelta a Moscú. (Sorge escribirá una trágica carta defendiendo su fidelidad a su jefe, el general Berzin, sin saber que éste había sido fusilado unos meses antes:

"Querido camarada: No te preocupes por nosotros. Aunque estamos terriblemente cansados y tensos, somos compañeros disciplinados, obedientes, decididos y devotos, dispuestos a llevar a cabo las tareas relacionadas con nuestra gran misión").

 Su propia mujer, Katya Maximova, será detenida y enviada a un gulag en 1942 - acusada de "connivencia con el enemigo"- en donde muere un año más tarde.

La historia de la Cuarta Sección es una historia de supuestas delaciones de los miembros del servicio secreto, detenciones en la noche y acusaciones vagas que remiten inevitablemente a un gulag. O al paredón de fusilamiento. También de desdenes. Stalin, informado por un cable del espía de la inminente invasión alemana de la URSS, rechazará la noticia como "la fantasía del propietario de un burdel japonés". Una segunda información sobre la retirada de las tropas japonesas de Siberia, también desdeñada en principio, permitirá sin embargo el envío de las divisiones siberianas al frente de Moscú, donde finalmente los alemanes son rechazados.

Todo su mundo inicial se estaba desmoronando. Sorge sin embargo, y aunque evite el regreso a Moscú, quizás presintiendo su inminente depuración, seguirá fiel a la tarea que desde su reclutamiento juvenil había empezado y continuará el doble juego con las autoridades nacional socialistas y con los militaristas japoneses, desde la red de Tokyo. (No así su radioperador, Max Clausen, el cual, decepcionado con la promesa de la instauración del comunismo, comenzará a boicotear las emisiones de la red y, más tarde detenido, informará con todo detalle a la fiscalía japonesa de las actividades del círculo). En 1941 el Kempetai, la policía secreta japonesa, después de las revelaciones de un matrimonio comunista retornado a las islas, había detenido a toda la red, suponiendo en principio que trabajaban para la Abwehr, la organización de inteligencia alemana. 

Sorge nunca abandonará la esperanza de que Moscú le rescatara después de la detención del grupo. Alguien propuso un canje a los rusos. Los soviéticos sin embargo nunca le reconocieron y será ahorcado finalmente en Sugamo, una cárcel de Tokyo.

Al otro extremo de la guerra, en Bucarest, el mundo acostumbrado se estaba desmoronando también. La firma del Pacto Tripartito en noviembre de 1940 suponía finalmente la entrada de Rumanía en la guerra, junto a las tropas del Eje. (Una historia de la guerra comenta que los alemanes se demoraron casi un año en su entrada, debido a que "Fue el invierno más frío en mucho tiempo").

Una caótica colección de refugiados aparecía en la ciudad en esos años, descritos en las novelas que la británica Olivia Manning, destinada junto su marido Reginald Smith a la delegación del British Council en Bucarest, escribiría años más tarde bajo el título de The Balkan Trilogy. Aristócratas rusos arruinados; la antigua clase de los fanariotas, los griegos que habían monopolizado el comercio de la ciudad a principios de siglo; princesas rumanas despojadas de sus posesiones en la Besarabia; campesinos de la Valaquia; refugiados polacos que accedían por oscuras carreteras tras la ocupación nazi; comerciantes judíos de Ucrania que habían sido expropiados... El francés Paul Morand, que se había instalado unos años antes en el Athenée Hotel, recogía en sus notas la definición de la reina Isabel, que le había comentado que: "Es una ciudad hecha de remiendos". Para afirmar, más adelante, que: "El Atenea Palace está hecho a imagen y semejanza de Bucarest". El escritor se había casado en 1927 con la aristócrata rumana Helene Chrissovoleni, princesa Souzo, y en 1942 será destinado por la Francia de Vichy como embajador en Rumanía. Cargo que abandona dos años más tarde ante la inminente llegada de las tropas rusas. En su novela Bucarest - de 1934- había descrito una ciudad de innegable influencia francesa todavía: "Calea Victoriei, la más famosa avenida de la ciudad, con sus palacios y jardines aristocráticos, se convierte en el teatro de la vida moderna, de la sociedad refinada, de la vida nocturna", afirma un artículo sobre la novela. El centro de la vida social - y del espionaje en la zona- se encontraba en el tramo que transcurría desde el célebre café Capsa - el "Lhardy de Valaquia" en la definición de Foxá- al Athenée Palace. Pero Morand en sus páginas también apuntaba una condición fronteriza, en el límite con Oriente, que era parte de la convulsa historia del país. Y la presencia de un mundo que era el de la absoluta otredad en la constante presencia de los gitanos, la música zíngara, en los sórdidos suburbios - y en cierto modo, los judíos también- en sus calles.

Uno de los volúmenes de la trilogía de Olivia Manning, The Great Fortune, describía también esta condición suburbial de los límites, en cuanto su protagonista se alejaba del escenario habitual de la Calea Victoriei, la avenida principal, sus lugares de encuentro y los ambiguos personajes del British Council:

"Ahora habían llegado a los suburbios donde vivían los campesinos. Las casas eran chozas de madera de una sola habitación, pintadas con pez blanca, apuntaladas con latas aplastadas de gasolina (...) A pesar del frío antiséptico que reinaba por todas partes, el aire apestaba a desperdicios (...)".

En su siguiente novela, The Spoilt City, la guerra europea está avanzando y las sombras que se ciernen sobre la ciudad se van haciendo más densas. Hasta que en un momento determinado los antiguos miembros de la comunidad internacional que habían recalado en sus populosas calles sólo acierten a nombrar unos puertos de salida que se están reduciendo cada vez más. Son el muelle de Costanza, sobre el Mar Negro; el puerto de Varna en Bulgaria; un Orient Express que ya apenas lleva viajeros, el difícil vuelo a Atenas, que nunca se sabe si va a partir del aeropuerto... 

En una reunión de los últimos representantes del British Council en la ciudad, - en el Polisinel, "un antiguo restaurante de la época de los boyardos" que ahora estaba siempre vacío- uno de ellos, llamado David, comentará que había viajado a la frontera rusa.

"Desde la orilla del Dniéster había mirado al otro lado, donde había algunas cabañas". No había podido cruzarla. "La única señal de vida era una vieja campesina que trabajaba en la huerta". (En la novela, el culto David, que siempre había defendido la economía soviética, aparecerá vagamente como un agente de aquellos).

El restaurante contaba con un amplio jardín alrededor, que en otro momento había estado de moda. La escritora, bajo la figura de la lúcida Harriet en la novela, comentará:

"Al fondo del jardín se encontraban los antaño famosos salons particuliers con todas las luces encendidas. Algunos tenían las cortinas corridas, como si hubiera gente dentro (...) En el más cercano vio una mesa puesta para dos y un sofá cubierto con un satén verde, un verde claro como de nenúfar, mugriento seguramente. Esas habitaciones no habían cambiado en cincuenta años y se decía que tampoco las habían limpiado. La enterneció esa grandeza decadente que se arrastraba en la vida como podía mientras todo se derrumbaba alrededor de Guy y de ella".

Bucarest había sido en sus novelas una ruidosa mezcla de hoteles de la Belle Époque y mercadillos orientales desplegados a lo largo de las aceras, con campesinos que dormían sobre los puestos de comida. Una estrepitosa colección de corresponsales extranjeros, actrices rumanas sin contratos y periodistas alcohólicos se reunía a diario en el British Bar, que más adelante sería ocupado por los oficiales de la Gestapo. Ella pudo escapar hacia Atenas en uno de los últimos vuelos regulares antes de que cerraran el aeropuerto. Su marido, Guy en la novela, partió una semana más tarde. 

Éste, profesor en el Council, había defendido siempre la inminente ocupación rusa del país como la única solución para los Balcanes. Años más tarde, el MI5, el servicio de información británico, estableció que desde 1938 "Reggie había sido reclutado como un espía comunista por  Anthony Blunt - uno de los Cinco de Cambridge- en una visita a la Universidad de Cambridge en 1938". De vuelta al Reino Unido, y vigilado por el servicio de contraespionaje británico, no abandonaría su militancia comunista hasta 1956, con motivo de la invasión soviética de Hungría.


miércoles, 18 de septiembre de 2024

Nostalgia del shtetl. II.

 

En algún momento de sus relatos neoyorquinos, Isaac Bashevis Singer iba a nombrar un especial vacío, un cierto despoblamiento que tenía lugar en las playas del Atlántico, en un escenario que en principio estaba destinado a las vacaciones. Y cuyo momento iba a ser el verano, la época de los paseantes ociosos que bajaban de la ciudad. De Nueva York en concreto.

Aparecía en un cuento como "Solos". En donde por cierto el antiguo tema de los dybbuks, los activos diablos hebreos, que se repetía en sus relatos sobre el shtetl polaco, surgía esta vez en la forma de una figura contrahecha y lasciva, que regentaba un hotel solitario de la playa. Algo de ellos quedaba en las orillas del mar, en la humedad de los trópicos. "En cierta ocasión - había comentado el escritor - había visitado La Habana y allí comprobé que las fuerzas de la oscuridad aún poseían sus antiguos poderes".

El verano no había finalizado. Pero el narrador del relato vaga por avenidas, residencias estivales y  playas sin ningún objeto, sin ningún encuentro en ellas. Los lugares del ocio habían quedado vacíos. Y, el narrador añadía: "Pero el aburrimiento del desierto subsistía". Una extrañeza que en algún momento, mucho más tarde, el escritor iba a extender a todo el país al que había llegado:

"En Polonia sabía cuál era mi lugar en el mundo: un judío en el exilio. Pero aquí todos y todo me parece estar en el exilio- los judíos, los gentiles, hasta las palomas...".

El hastío surgía de pronto en otro relato, "El escritor de cartas"- situado esta vez en el invierno, en un apartamento cercano a Central Park:

"El corto día invernal se hizo cada vez más oscuro y el piso se llenó de sombras. En el exterior, la nieve se tiñó de un inusual tono azul. Caía el crepúsculo. "Así que ha pasado todo un día" se dijo Herman".

O, en otro escenario, de vuelta al verano, en la extrañeza de las multitudes que vagan sin sentido por Coney Island, tan cerca de la pensión en la que el protagonista vive en Sea Gate.

"Pese a que ya llevaba dieciocho meses en Estados Unidos, Coney Island aún me sorprendía. El sol abrasaba como el fuego. El rugido que llegaba de la playa era aún más estruendoso que el del propio mar. En el paseo marítimo, un vendedor de sandías italiano aporreaba una hoja de estaño con el cuchillo, mientras con voz estrepitosa llamaba a los clientes". En un viaje posterior a Coney Island, huyendo de la ciudad, anotaría: "Pero en Stillwell Avenue, donde bajé del tren, era invierno. Qué sorprendente fue que en esa hora que tardé en llegar a Coney Island desde Manhattan el tiempo hubiera cambiado". Y, más adelante: "Sea Gate parecía desierto, aún sumido en un profundo sueño invernal".

Aquélla, la metáfora del desierto, su escenario vacío, iba a aparecer, de pronto, como la metáfora del lugar al que había accedido, huyendo del nazismo y de Stalin, al otro lado del Atlántico.


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Pero la extrañeza había aparecido ya en sus relatos sobre la ciudad de Varsovia, en los años anteriores a la catástrofe. Los personajes que huían del shtetl para recalar en la capital llegaban a un escenario que se estaba transformando. Los lazos con la antigua costumbre, el mundo piadoso y ritual de sus antecesores, los jasidim y rebbe de las aldeas, se estaba quebrando. Y en su lugar, los judíos urbanizados abandonaban las costumbres del calendario judío, se dejaban crecer el pelo, accedían al laicismo de sus calles y de los cafés, y se integraban en la ideología socialista que seducía a la nueva generación. Algunos emprendían el viaje clandestino a la nueva Unión Soviética, de donde, sospechosos de trotskismo, no regresaban. Otros, se abonarían al movimiento sionista que desde finales de siglo postulaba la creación, o el retorno, a Eretz Israel, la nación judía. De aquellos que durante siglos habían vagado por las llanuras europeas, los suburbios alemanes, las costas del Imperio Otomano, sin poder nombrar ninguna como propia.

En un relato escrito mucho tiempo después de su exilio europeo, - "El regalo de la Misná"- el escritor describe la extrañeza de un anciano rebbe acogido en una casa de Varsovia: 

"Reb Israel captaba fragmentos de sus debates: comité regional, derechistas, izquierdistas, trotskistas, funcionariosComintern. No alcanzaba a entender del todo estos términos, pero su intención resultaba muy evidente: derrocar al Gobierno, alentar aquí en Polonia la misma insurrección que ya había tenido lugar en Rusia, cerrar las Casas de Estudio, prohibir el comercio, celebrar juicios populares a comerciantes y fabricantes y meter en la cárcel a los rabinos".

En medio de la extrañeza el único lugar del regreso surge con la memoria del shtetl- y la nieve:

"La nieve arremolinada le hizo acordarse de los hace tiempo olvidados peregrinajes al rabino de Kotsk: trineos, posadas, ventisqueros infranqueables, cabañas aisladas por la nieve. Aunque la festividad del Janucá estaba aún lejos, la nariz de Reb Israel se vio inundada por los olores de las lámparas de aceite, de las mechas chamuscadas. Oyó una melodía sagrada en su interior".

No había ninguna intención apologética en el escritor. Él mismo había relatado en sus memorias cómo en su retorno a Varsovia se había distanciado del escenario detenido al cabo de los siglos, cuya figura inmóvil y piadosa era su propio padre, hijo del rabino de Bilgoraj. 

"Rabino de Alt-Stikov, en la Galitzia oriental. Un shtetl de unas pocas torcidas casuchas, con tejados cubiertos con paja, levantados alrededor de una marisma". La descripción aparecía en un cuento desolado- "Tres encuentros"- en donde el protagonista, un periodista que regresa de Varsovia, convence a la joven Rivkele para que huya de aquel lugar vacío y miserable: "Pueblos como Alt-Stikov no eran simplemente lodazales físicos, sino también espirituales". El lugar de huida de la llanura y los pantanos es en principio la capital polaca. Pero al fondo surge la idea de Estados Unidos como el lugar de la redención de la pobreza y el hastío. "Me hiciste ver Estados Unidos como un cuadro", le confesará ella mucho tiempo más tarde.

Que en último término haya un postrero encuentro de sus personajes en una sombría habitación de Union Square, - "Mi habitación era oscura (...) y apestaba a desinfectante. El linóleo del suelo estaba rasgado y de debajo salían cucarachas. Cuando encendía la bombilla desnuda que colgaba del techo, veía una torcida mesa de bridge"-  no será sino la certeza sorda de que Nueva York tampoco era el lugar de la redención de la tristeza. (Ella le hablaría a su vez de un bar de Chicago que frecuentaba la Mafia, un restaurante italiano en New Jersey, sus sórdidos personajes).

Ésta, la ruptura con la generación anterior, es el punto de no retorno a un mundo, el de la piedad de los judíos orientales, cuya imagen al cabo de los años estaba representada en el shtetl, la ciudad judía en la llanura - polaca, en su caso. (Y en el relato autobiográfico "Sombras sobre el Hudson" el personaje central exclamará en algún momento: "Pues guarda luto. La forma de ser judío de tu padre y de tu abuelo ya no existe ni volverá a existir").

El yiddish, que Singer nunca abandonará, es la lengua del exilio, afirma el escritor en algún lugar. ("Yiddish: un lenguaje del exilio, que no está ligado a un país; una lengua sin fronteras, que no cuenta con el apoyo de ningún gobierno"). El yiddish - "que ni siquiera es una lengua"- es el habla del desierto, afirmará en otra entrevista. Pero, a pesar de la teología negativa que Singer está elaborando en sus narraciones, de su rebelión contra un Dios impasible, hay en algún momento de las mismas algo así como la noción de un punto fijo, un instante inmóvil, que inevitablemente remite al escenario de los padres, los abuelos, los judíos piadosos del pasado.

En medio de la desolación y el estruendo y la confusión de la casa donde se ha refugiado en Varsovia el antiguo estudioso judío, éste hallará por fin un lugar firme - que es anterior al siglo:

"Reb Israel se desvistió con impaciencia, deseoso de acostarse y volver a la Misná, su única posesión y recompensa".

Este universo fuera de la historia había aparecido, con una connotación similar, ya en la literatura de un escritor anterior e igualmente contradictorio, como Joseph Roth que se dedicó a relatar el final de los Imperios centrales europeos, la Mitteleuropa.

"En la concepción rothiana del mundo, la historia es un punto fijo cuyo eje está en el shtetl (es decir, en la pequeña ciudad judeo-oriental)", comentaba un crítico reciente de su obra, en torno al concepto inestable de Heimat: la patria.

Ya en Nueva York, recordará Singer de pronto el lugar de donde venía en medio del exilio, la nieve:

"Transcurrieron algunas semanas. Hubo algunas nevadas. La nieve fue seguida de la lluvia y luego la helada. Me asomé a la ventana y contemplé Broadway (...) Por un momento tuve la sensación de estar en Varsovia" - reflexionaba el protagonista de "Sombras sobre el Hudson" en alguna página de la novela. 


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Mucho tiempo después - ya en 1978- el escritor regresará en su novela Sosha a un lugar mítico de la infancia, la calle Krochmalna de Varsovia, que de una forma u otra había sido un pasaje ejemplar en sus recuerdos.

La calle, donde vivían sus padres, pertenecía a un barrio popular, casi suburbial, de la ciudad, caótico y plagado de mercaderes y judíos pobres. (Después de la insurrección de Varsovia en 1943 el barrio fue arrasado). Cuando tantos años más tarde Singer acceda a incluir su descripción en la novela, el protagonista estará acompañado de una actriz americana, Betty, con lo que su mirada se volverá, de alguna manera, una mirada extranjera - que no casualmente era la de alguien que había vivido en Broadway.

"Betty y yo cruzamos el patio; parecía un mercado. Había buhoneros pregonando arenques, bayas, sandías. Un campesino había entrado con su carro y su caballo y estaba vendiendo gallinas, huevos, setas, cebolla, zanahorias, perejil (...) Se oía el ruido de máquinas de coser, martillos de zapatero y sierras y cepillos de carpintero. De la casa de estudio hasídico llegaban voces de jóvenes que cantaban el Talmud". Más adelante, en una plaza populosa, encontrarán los puestos de los peristas, mesas de cartas, los proxenetas, las prostitutas que esperan en la acera.

Huyendo de la calle hacia un hotel del centro, en ese lugar la actriz le hablará a su vez de Coney Island:

"Es una ciudad en la que todo está concebido para divertirse..., tirar al blanco contra potes de hojalata, visitar un museo donde exhiben una muchacha con dos cabezas, dejar que un astrólogo trace tu horóscopo y una médium evoque el espíritu de tu abuelo. Ningún lugar carece de vulgaridad, pero la vulgaridad de Coney Island es de una clase especial, amistosa".

Las sombras están cayendo sobre Varsovia. Los rumores crecen, incesantes. Los antiguos militantes comunistas desaparecen en manos de la policía, de sus propios correligionarios. El nombre de Hitler se pronuncia en voz baja. Una oleada de antisemitismo se ha extendido entre los gentiles, que de alguna manera tienden a acusar a los judíos de la amenaza creciente.

La desesperanza invade incluso las fiestas rituales que aún se celebran. El hermano menor del escritor, Moishe, que ha seguido fielmente las tareas rabínicas de su padre, y regresa a la ciudad desde su oscura aldea en Galitzia, afirmará en medio de una amarga discusión en un Sabbath:

"¿Qué hay que decir? Estos son los dolores del parto del Mesías. Ya ha predicho el profeta que, al Final de los Días, el Señor vendrá con fuego y con sus carrozas como un torbellino para revestir de furia su ira y su repulsa de llamas de fuego. Cuando Satán comprende que su reino se tambalea, crea un furor por todo el Universo".

Cuando, muchos años después, Isaac reencuentre en Tel Aviv a un antiguo compañero de esos días, a quien llamará Haiml en la novela, ambos podrán elaborar un amplio catálogo de la diáspora que había sucedido a la entrada de los nazis en Polonia. Incluye a todos los protagonistas de aquellas jornadas que se habían exiliado o habían muerto - y que figuraban en el relato de los días de Varsovia.

"¿Dónde estuve? ¡Dónde estuve! En Vilna, en Kovno, en Kiev, en Moscú, en Kazajstán, entre los calmucos, los chunchuz o como se llamen. Cien veces vi los ojos del Ángel de la Muerte ante los míos, pero, cuando se está destinado a continuar vivo, ocurren milagros"- le explica Haiml. No quedaba nadie en Varsovia, le comentó. Tampoco en las aldeas de la llanura, en la región de los padres. 

La conversación de aquellos días remotos, recordaban, había girado interminablemente acerca de las decisiones del destino; de lo inevitable, de los designios de un Dios que ignoraban. Su mujer, Genia, les encontrará ya a oscuras, aún conversando, describiendo el final de aquel escenario que había sido anterior a la diáspora.

"Genia abrió la puerta.

- ¿Por qué estáis a oscuras?

Haiml se echó a reír.

-  Estamos esperando una respuesta".

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El polaco Isaac Bashevis Singer había conseguido finalmente escapar de una Varsovia en la que todos los signos auguraban la catástrofe inminente en 1935, gracias a las gestiones de su hermano Israel Yesoshua, que ya residía en los EE.UU. 

"No era necesaria una especial clarividencia para prever el infierno que se avecinaba" - había escrito en sus memorias. Y, más adelante, de manera trágica: "Por su parte, los líderes religiosos judíos auguraban que si los judíos estudiaban la Torá y enviaban a sus hijos a estudiar en jéders y yeshivas el Todopoderoso realizaría milagros en su ayuda".

Le había propuesto a su entonces mujer, Runia, emigrar con él pero ésta, convencida estalinista, se negó a viajar a América. (Después de pasar por diversas prisiones como presunta espía sionista en la URSS terminaría viviendo en la nueva Israel). Su madre y su hermano menor finalizarían sus días en un campo de trabajo en Kazajistan, adonde habían sido deportados por los rusos.

Había cruzado la Alemania nazi, un París aún deslumbrante, había embarcado en el puerto de Cherburgo. Al llegar a Ellis Island la extrañeza había vuelto a surgir después de su primera visión de Manhattan:

"Cruzamos el puente para llegar a Brooklyn y apareció ante mí un Nueva York diferente. Menos masificado, casi carecía de rascacielos y se asemejaba a una ciudad europea más que Manhattan, zona que me había causado la impresión de una mezcla gigantesca de exposición de pintura cubista y atrezo teatral".

Coney Island, la comunidad yashídica de la costa, sería su primera habitación en la ciudad. "A la izquierda el océano brillaba y resplandecía con su amalgama de agua y fuego".

Al cruzar Brooklyn había descrito:

"Allí vivían y criaban a sus hijos personas de los más diversos grupos étnicos: judíos, italianos, polacos e irlandeses; negros y orientales. En esas viviendas, las culturas daban sus últimos coletazos y morían".

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Muchos años más tarde el escritor tendría varias citas con el fotógrafo Bruce Davidson en la Garden Cafeteria situada en la esquina de East Broadway con Rutgers Street, en el Lower East Side. El barrio estaba plagado de teatros yiddish, comercios tradicionales con rótulos en hebreo, restaurantes con comida kosher. La cafetería se había convertido en algo así como la segunda residencia de Singer. 

"Las personas que frecuentan la cafetería son en su mayoría hombres: solterones como yo, aspirantes a escritores, maestros retirados (...), un rabino sin congregación, un pintor de temas judíos, (...) todos ellos inmigrantes de Polonia o de Rusia".

En ella, que ofrecía también un menú kosher, se encontraban los numerosos personajes de la comunidad judía del barrio. Algunos eran conocidos, de las aún numerosas redacciones y editoriales de la prensa en yiddish. Otros, anónimos, llegados a la ciudad después de la diáspora de la Segunda Guerra Mundial. (Una noticia posterior anotará que "Allí acudían personajes como Emma Goldman, Elie Weisel o el propio Isaac Bashevis Singer").

Una descripción del fotógrafo a su vez hablaría del ambiente de espera y lentitud que invadía sus salas. "Esa sensación de espera silenciosa que impregnaba el infinito repiqueteo de los platos, los frágiles movimientos de los lentos ancianos mientras esperaban silenciosamente su comida".

Bruce Davidson estaba preparando una película de ficción sobre un relato de Singer, el filme "Isaac Bashevis Singer´s Nightmare and Mrs. Pupko´s Beard", que se edita en 1973. Comenzó a reunirse con él y de resultas de sus conversaciones y de la frecuentación de los personajes de la cafetería y de las calles vecinas, surgiría el libro de fotografías "Isaac Bashevis Singer and the Lower East Side: Photographs by Bruce Davidson". 

Para Bruce Davidson, que ya había publicado numerosos reportajes sobre la ciudad - entre otros un conocido libro sobre las bandas de Brooklyn, para el cual había convivido algún tiempo con ellas, y otro sobre la vida callejera en el mismo Lower - el reportaje suponía de algún modo una indagación sobre su pasado. 

"Mi abuelo Max Simon llegó a estas costas con 14 años desde un pueblo de Polonia, atravesando Canadá para llegar a Chicago (...) Este proyecto respondió ciertas preguntas sobre mis raíces".

La fotografía de Bruce Davidson, que ya pertenecía al grupo de reporteros de la agencia Magnum, se había encontrado desde sus orígenes en el extremo opuesto del formalismo y de cualquier tentación objetual. Siempre cercano a los temas que retrataba, su publicación suponía en todas las ocasiones una especie de memoria personal, de cercanía a sus escenarios y personajes, sin la cual la edición de las mismas carecía de objeto. Así había ocurrido en una estancia en París, en donde conoció a Margaret Fauché, viuda del pintor Leon Fauché, y a cuya casa, abarrotada y llena de recuerdos, acudía por las tardes. ("Casi consumida por la edad, rodeada de los cuadros y recuerdos de su marido, Davidson la visitó durante meses cada fin de semana"). El resultado fue una serie de fotografías que tituló como "La viuda de Montmartre". Su conocido reportaje sobre el conocido circo Clyde Beatty - The Dwarf, publicado en New Jersey en 1958-, sobre la figura de un clown en concreto, se realiza después de que entablara una intensa amistad con el payaso enano Jimmy Armstrong. (Más tarde realizaría un documental similar en torno al circo familiar Duffy, en Irlanda). O la convivencia en fines de semana con las bandas juveniles de Brooklyn, de las que realiza un reportaje excelente, y distante de cualquier sensacionalismo. "A lo largo de cincuenta años en fotografía, me he adentrado en mundos en transición, he visto gente aislada, explotada, abandonada e invisible", escribiría en algún lugar.

La fotografía de Bruce Davidson, autor de alguna de las imágenes más emblemáticas del siglo, incluía la cercanía a sus objetos, la presencia de un relato personal que de alguna forma era memorable, más allá de la imagen.

En torno a los personajes que frecuentaban la Garden Cafeteria anotaría:

"La mayoría de los personajes están solos, pero aún cuando están acompañados también parecen estar aislados, como perdidos en sus pensamientos". Sobre las calles del Lower East Side flotaba la noción de un pasado distante, un país remoto de cuyas costas sus habitantes se hubieran visto expulsados y cuyo recuerdo velaba la mirada, un tanto ausente, de sus protagonistas. Pero también, a veces, de la figura del regreso. 

En otro momento posterior a la publicación, un trabajador de la revista Forverts Newspapers le había confesado a Davidson:

"En la cafetería me siento en casa, exactamente como si me encontrara en Varsovia en 1936 antes de la guerra... Era mi refugio".

Una de las fotografías más conocidas del libro fue la que retrató a la anciana Mrs. Bessie Gakaubowicz, - "Bessie Gakaubowicz holding a photograph of her and her husband taken before World War II" según rezaba el pie de foto- la cual, sentada en una de las mesas del local, con expresión agotada enseña una arrugada fotografía a la cámara. En ésta figuran ella junto a su marido, del que no sabemos nada, aún jóvenes, juntos, mirando con cierto orgullo a la cámara, desde no sabemos qué lugar que seguramente ya no existe.

La fotografía era una vez más la última prueba, el último resto de un lugar y un tiempo perdidos, antes de que se desvanecieran definitivamente.


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jueves, 5 de septiembre de 2024

Sobre la ciudad doliente

 

                                    (La "Mappa dell’inferno". Sandro Botticelli 1480 aprox.)



martes, 13 de agosto de 2024

Sodade. Del puerto de Mindelo.



J. me había propuesto escribir algo sobre Cesaria Evora para su revista. Yo todavía tenía en la memoria una melodía desengañada que fue un verano hace años. Guardaba en el recuerdo los ecos - y la imagen - de una grabación en Amsterdam, en donde Cesaria fumaba constantemente y miraba a un lugar ajeno al escenario y al público a partes iguales, se sentaba y entre un cigarro y otro desgranaba una melodía distante e irrepetible. No sé por qué le dije a J. que escribiría el artículo.

En esas estábamos cuando el otro día me encontré con Marta, una conocida musicóloga, y estuve hablando con ella. Marta me contó, entre otras cosas, que estaba preparando un trabajo precisamente sobre algunas músicas de mestizaje africanas. Entre las que se incluía la morna o la funaná, típicas de Cabo Verde.

Si algún saber me deja fascinado y disminuido, éste es sin duda el de los musicólogos, capaces de explicar las relaciones entre los blues del Mississipi y la lejana costa occidental de África. De explicar la presencia del puerto de esclavos de Ouihda en la ópera Porgy and Bess. O de tenerme toda una tarde perplejo hablándome de las probables relaciones entre el rito mozárabe, la liturgia oriental y sus ecos en el flamenco actual - por lo menos en palos como la toná o la petenera... Mi envidia, mi admiración, son inagotables en esos instantes. 

Marta es exhaustiva y rigurosa y no fuma. Yo estaba demasiado cargado de admiración y de pereza para escribir el artículo. Así es que de pronto encontré la solución para el texto en cuestión. Le he enviado unas notas sin elaborar a Marta. Que haga lo que quiera con ellas. Ella es capaz de escribir un estudio minucioso y serio. Yo me vuelvo al campo.





Notas.

" - Imagen primera e irrepetible. Una adolescente Cesaria canta en las plazas y calles de Mindelo, su ciudad natal. Al cabo del tiempo actuará en bares como el Café Royal. Éste, en el puerto donde arriban todos los barcos, todos los marineros, es el lugar donde todo querríamos haber parado al menos una sola vez. En una entrevista mucho tiempo después el antiguo propietario del café recordaba: "El Royal, el Piano Bar, Ofelia... son bares donde ella cantaba que ya no existen".

- En el puerto de Mindelo se encuentra la Pensáo Atlantida. Allí paraban los viajeros que venían del mar. Traían nombres de ciudades, y costas, y países remotos, de los que algunos no habían oído ni siquiera hablar.

De Mindelo una guía musical reciente aún señala que: "En 1941, fecha de su nacimiento, era un lugar languideciente, aunque conservaba, junto a bellos edificios coloniales, el aroma cosmopolita y la vida arrabalera del puerto". La morna, uno de los géneros característicos de Cesaria Evora nació sin embargo en la remota isla de Boa Vista, la más oriental del archipiélago. De ésta, descubierta junto a las otras, sin embargo fue abandonada durante los dos siglos siguientes, sirviendo "de pasto a las cabras" hasta el posterior establecimiento de las minas de sal. 

Otros estudios no obstante apuntan a una tradición oral de la morna, pues, añaden, no hay ninguna referencia musicológica a sus orígenes.



- En sus "Tristes trópicos" Claude Lévi-Strauss describe el largo viaje que en cierta ocasión - 1934 - le llevara de Marsella a Santos, en Brasil, donde iniciaría su tarea de etnógrafo. Describe minuciosamente la partida y los lugares que va atravesando el barco. Pero al cruzar las islas nada dice de ellas.

"En Dakar habíamos dicho adiós al Viejo Mundo, y, sin parar mientes en las islas de Cabo Verde, llegamos a ese fatídico 7º N ...".

- Alguien escucha a Cesaria en Mindelo, cantando en voz muy baja, acompañada por su hermano Lela, que toca el saxo. Le dicen: "Canta más alto, Zize, que te oigamos".

- A los 20 años es invitada a trabajar para el Congelo - una compañía de pesca formada con capital portugués. Según el contrato cobraba por actuación terminada.

"A los portugueses les gustaba mucho mi voz, los marinos me llevaban a los barcos (...) había marineros de todas las razas y países. Se sentaban en las mesas a beber y me llamaban para que yo cantase. Lo hacía de pie, allí quedaba con mis sentimientos delante de ellos".

- Otra nota nos advierte que "se enamoró de un joven compositor y guitarrista que la llevaba con él a cantar en barcos que atracaban en el puerto".




- Cabo Verde: "as ihlas arsinárias, de Cabo Arsinario, nome antiguo do Cabo Verde continental, recuperado a obra do Estrabo".

El mito del antiguo continente Hespérico, situado en la mitad del Atlántico, acompaña de manera simbólica toda la historia de las islas. Poetas como Pedro Cardoso ("Hespérides", 1930) o Jorge Barbosa ("Arquipelago", 1935) lo han recogido modernamente en su obra.

- Nadie vivía en las islas anteriormente a la llegada de los portugueses. A partir de la primera colonización, en el siglo XV, y hasta la abolición en el siglo XIX, la economía está basada fundamentalmente en el tráfico de esclavos. Sao Vicente es uno de los principales mercados y puerto de embarque para el transporte hacia América. En Lagos, en el Algarve portugués, se puede contemplar todavía el mercado en donde los esclavistas hacían su parada en el viaje a América.

- "La lluvia que no llega", en palabras de la propia Cesaria, es uno de los temas de las letras de sus canciones. Uno estaría tentado de afirmar que, en efecto, la lluvia que no llega es el único tema importante de toda la lírica. En las referencias al archipiélago el término "sequía" se repite constantemente. 

- "Mis canciones tratan de cosas perdidas y de nostalgia, amor, política, inmigración y realidad". El resto es silencio, de nuevo.

- El autor francés Bernard Lavilliers en su canción "Elle chante" aludiría a:

"Ella canta a la tierra roja,
a la tierra yerma, a la tierra seca;
ella canta a los hombres proscritos,
a los desterrados que viven en las ciudades;
ella canta palabras que improvisa,
venidas de las profundidades más lejanas".

- 1975. Los "Dark Years" en definición de la propia cantante. Son años de retiro, de silencio. El alcohol, la lejanía, el tabaco...

- En algún lugar está publicado un ensayo sobre "Las fortificaciones de Felipe II en la costa de Cabo Verde". Lírica pura. Nunca hemos podido acceder a tan fascinante título.

- Las primeras grabaciones de Cesaria Evora las realizan las emisoras Radio Barlavento y Radio Clube. Quién pudiera, de nuevo, escuchar Radio Barlavento o Radio Clube, emisoras locales. (Una noticia reciente indica que: "Este material se ha recuperado recientemente en el disco Rádio Mindelo (2008) que incluye canciones de Gregório GonÇalves (Ty Goy), el músico que la descubrió y su promotor en aquella época".

- Según una etimología publicada en algún lugar el término "morna" procedería del verbo inglés "to mourn", lamentarse. Puede ser. Otros hablan de "morne", colinas en las Antillas francesa. Allí se cantan las "chansons des mornes". "Morna" en portugués significa "tibia, leve".




-  Del poeta local Eugenio Tavares, (1867-1930) emblema de las letras caboverdianas, se nos dice que en algún momento de su vida:

"Dolorosamente ferido, isola-se como un eremita num dos locais mais sombrios da Ilha Brava: Aguada. Aí reside esmayado entre a pressao de duas montanhas desoladas, tendo como visáo livre o panorama do mar, delimitado ao longe pelo vértice dessas rochas verdadiramente tenebrosas. Aí viveu escrevendo mornas e falando con o mar nos seus soliloquios de desamparo".

(Aparece citado en Luis Romano, escritor caboverdiano).

En otra biografía se nos dice: "Nesta fase, a sua Morna gana conteúdo e sonoridade. Os novos temas sáo o Amor, a Ilha, o Mar, a Mulher, o Emigrante, a Partida, a Saudade".

- La obra del escritor Eugenio Tavares - atildado y elegante siempre en las fotografías que quedan de él - está marcada por la temática tradicional de la lejanía de la isla. Y por un amor primero, la americana Kate, que partió de repente de la bahía en el yate - el "Fortune" - en el que viajaba, sin dejar ningún aviso al poeta. Fue su primer y desdichado gran amor.

- Fotografías de la casa del poeta, Aguada, frente al mar. En el extremo del mundo, no hay nada, excepto un océano solitario frente a ella. La rodea un monte sin casas, sin árboles.



-  En 1936 los escritores, periodistas y compositores Baltasar Lopes da Silva, Manuel Lopes y Jorge Barbosa inician la publicación de la revista "Claridade". Iba a marcar un hito en la adaptación a la modernidad de las letras isleñas. No hemos podido encontrar ningún ejemplar de dicha publicación.

- "Animada por Bana (cantante y empresario caboverdiano radicado en Portugal) Cesaria Évora volvió a cantar, y se presentó en Portugal. En Cabo Verde un francés llamado José da Silva la persuadió de ir a París y allí acabó por grabar un nuevo álbum en 1988, La diva aux pieds nus".

No tuvo mucho éxito. Pero sí los siguientes "Mar azul" y "Miss Perfumado" de 1991, que la dan a conocer definitivamente en Europa.

- Vídeo de una actuación reciente de Cesaria Evora en una calle de Mindelo. El público, los músicos en un patio, sentados sobre las escaleras, subidos en una tapia. Todos cantan, escuchan, y dan palmas a compás. Una música tradicional y nueva, lejos de la distancia de los escenarios, de las luces, de lo insólito.

Flota una melancolía sin gestos, sin aspavientos. Los alisios, constantes. La costa seca, la llanura desolada de Sao Vicente. Las cosas perdidas. La lluvia que no llega".



sábado, 10 de agosto de 2024

Santiago de Compostela. Final del viaje.

 


Jardín antiguo.

Ir de nuevo al jardín cerrado,
Que tras los arcos de la tapia,
Entre magnolios, limoneros,
Guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio
Vivo de trinos y de hojas,
El susurro tibio del aire
Donde las almas viejas flotan.

Ver otra vez el cielo hondo
A lo lejos, la torre esbelta
Tal flor de luz sobre las palmas;
Las cosas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
La espina aguda del deseo,
Mientras la juventud pasada
Vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.


Luis Cernuda
(Las nubes, 1937-1940)


miércoles, 7 de agosto de 2024

Del país del Bearn

 


Iglesia de st. Vincent en Sailes de Bearn.

De la tradición de la plegaria en el templo. 

El invierno, el hielo, las sombras, el rumor de las armas afuera.

sábado, 13 de julio de 2024

Roman Vishniac. Fotografías del shtetl de Polonia.


Imágenes de lo cotidiano, de un tiempo en suspenso, sin acontecimientos, anterior a la catástrofe… En algún momento la literatura posterior a la Shoá, la aniquilación de los judíos en la Europa Central, recogerá la nostalgia del shtetl - el poblado fuera de las ciudades, de tradición judía- como la memoria de un mundo que alguna vez fue estable, vagamente familiar, conservador de las tradiciones.

El italiano Claudio Magris, en su ensayo sobre Joseph Roth y su narración del desarraigo - titulada, precisamente, "Lejos de dónde"- recogerá esta alusión a un lugar al que la distancia había convertido en entrañable:

"La descripción tipológica de la "pequeña ciudad" de la cual tantos escritores judíos, alemanes, yiddish, rusos y polacos han dejado incontables retratos: el mísero pueblo en la llanura gris sin relieves, la pequeña actividad económica de los tenderos, los corredores, vendedores ambulantes, algún rico comerciante (...) el estudio del Talmud en la Shul; la rivalidad entre los seguidores de los rabinos ortodoxos y de los diferentes Zaddikim hassídicos...".

La literatura y los reportajes de principios del siglo XX pertenecían a una tradición creada en el período de entreguerras, en el que las imágenes fotográficas intentaron recoger un escenario, el de los judíos en la Mitteleuropa, cuya forma se había ido fraguando durante los siglos anteriores. La representación del mundo del Shtetl – o poblado en lengua yiddish - ya había conocido una cierta difusión a principios del siglo. En forma de tarjetas postales, de reportajes periodísticos durante la Gran Guerra. O, ya a finales de los 20, en los primeros fotolibros. La diáspora posterior, la Shoá, dispersaría – o aniquilaría, sencillamente- los escenarios de las publicaciones, e incluso la memoria de este escenario.

Los negativos se habían perdido. En 1994 el proyecto de una fundación privada - la fundación Shalom- promovió la búsqueda de un archivo de fotografías de los judíos polacos anterior a la Shoa, al año 1939. La iniciativa al principio suscitó un amplio escepticismo. Las fotografías particulares, las imágenes familiares, los álbumes personales, eran restos inexistentes o desaparecidos ya en la mayoría de los casos. Así contestaron en un primer momento los descendientes de aquéllos, a los que se pidió su colaboración: “No tenemos fotografías”, respondió alguien, escuetamente, a la solicitud de la encuesta.


Poco a poco, sin embargo, la iniciativa comenzó a tener alguna respuesta. Auspiciado el proyecto por un Instituto en Polonia, comenzaron a recibirse imágenes de los lugares más dispersos. Venían de Israel en principio o de Bulgaria. Pero también de California, Venezuela, Brasil, Italia o Argentina... (En la presentación de la muestra de las imágenes recogidas se decía que las fotografías procedían de: “familiares de las víctimas del Holocausto afincadas en Israel, Venezuela, Brasil, Estados Unidos, Italia, Argentina o Canadá”). Muchos años antes, se nos recordaba en otro lugar, la estudiosa Lucy Dawidowizc ya había iniciado la ímproba tarea de recuperar los documentos de las destruidas comunidades de Vilna, en concreto, y de Polonia en general, que serían remitidas al YIVO Institute en Nueva York. De su trabajo, comenzado en los días inmediatamente anteriores a la ocupación alemana de Polonia – y a la destrucción posterior del ghetto de Vilna- comentaría ella misma en sus memorias: “El aroma a muerte emanaba de estos cientos de miles de libros y objetos religiosos (…) supervivientes a sus asesinados propietarios”.   [1]


Las propias imágenes, en su supervivencia material, eran ya un recuerdo de la catástrofe. Copias arrancadas de álbumes viejos, rotos; otras escondidas en el marco de un cuadro; en medallones que acompañaron milagrosamente a algún superviviente... Algunas surgían de pronto de entre las páginas de un libro. En baúles desvencijados – como comentó alguien al rebuscar en un altillo- o armarios polvorientos. En sótanos o desvanes de casas que ya no se mantenían... Varios de los remitentes de las gastadas copias comentaron que no sabían de su existencia hasta que, por azar o buscando entre unas pertenencias que nunca habían revisado, se habían encontrado con ellas. (Una pervivencia azarosa… El fotógrafo Roman Vishniac, comentando acerca de los negativos que había podido salvar en su viaje de Berlín a Francia y de aquí a Lisboa y Nueva York, había recordado cómo: “Cosí algunos de los negativos en mi ropa cuando llegué a los Estados Unidos en 1940. La mayoría de ellos se quedaron con mi padre en Clermont-Ferrand (…) Sobrevivió allí, escondido. Ocultó los negativos debajo de las tablas del suelo y detrás de los marcos de las fotos”).  [2]   Una historia similar había ocurrido con los clichés que el húngaro André Kertész abandonó en Francia apresuradamente antes de su partida a Nueva York. Cuando muchos años después intenta recuperarlos, su amiga Jacqueline Pouillac le comentó que: “Sus negativos habían estado enterrados desde la guerra en una fosa que había excavado (…) en una granja para evitar que pudiesen caer en manos de los nazis. (…) El 4 de diciembre de 1963 fue desenterrada en su presencia la maleta que contenía sus negativos de Hungría y de París”.  [3] 


Del famoso Archivo de Vilna se sabe que fue un bibliotecario lituano, Antanas Ulpis, quien escondió manuscritos e imágenes de los judíos lituanos frente a la rapacidad de los ocupantes soviéticos en un confesionario de la iglesia de san Jorge. Allí permanecieron, más de cien mil documentos, hasta su recuperación ya en la primera década de este siglo. Alguien encontró, asimismo, en Varsovia unos 900 negativos del vasto archivo fotográfico del escritor Alter Kacizne, desaparecido éste en un progrom en Ucrania. De él, que había sido comisionado por una revista en Nueva York para ilustrar la vida de los guetos anterior a la guerra, se sabe que “Viajó con su cámara por toda Polonia, y también por Palestina, Rumanía, Italia, España, y Marruecos”. Su trabajo, oficialmente, había sido completamente destruido, hasta que aparecieron los ignorados negativos en la Varsovia de posguerra. De las copias clandestinas del polaco Heynrik Ross sobre la vida cotidiana en el gueto de Lodz, - y también sobre los convoyes que se dirigían a los campos de exterminio- miles de placas, conocemos que las ocultó al final de la guerra, enterrados en el suelo. (“El sufrimiento, la tristeza y la desesperación eran parte intrínseca del día a día”, había escrito en algún lugar). Y que no pudo recuperarlos hasta marzo de 1945, cuando aquélla culminaba. Tomados en condiciones precarias, la mayoría nunca habían sido publicados anteriormente. [4] Gran parte de los negativos se perdió, asimismo, por las condiciones en que habían sido ocultados.

Era curioso: judíos alemanes, inmersos en la cultura de Weimar o Praga de la década, habían emprendido en algún momento un viaje a la llanura polaca o ucraniana, para conocer una tradición de las aldeas judías que les era ya ajena. “Mis amigos y yo emprendimos un viaje a la Polonia judía porque queríamos conocer a los judíos orientales íntimamente. Sabíamos de ellos sólo a través de los libros”, escribiría el fotógrafo Tim Gidal tiempo más tarde.  [5]   El novelista Alfred Döblin había efectuado el mismo viaje, desde su Berlín habitual. Emprenderá un largo periplo en tren durante 1924, fruto del cual editará su Viaje a Polonia, con las notas recogidas en Varsovia, Vilna, Lviv o Cracovia. (En algún lugar de su conocida novela Berlin Alexanderplatz había apuntado: "Aquí vi por primera vez judíos"). En otra ciudad, la Praga literaria que años después recogerá minuciosamente el italiano Angelo Maria Ripellino, el novelista apuntará cómo: "Frantisek Langer, el hermano del célebre recogedor y narrador de historias hassídicas Jiri Langer, recuerda el efecto curioso y extraño que despertaba, en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial, la aparición de un judío polaco con el caftán y los largos rizos por las calles de Praga". 

El judío Isaak Bábel, que había nacido en el ghetto de Odessa, corresponsal de los bolcheviques en la guerra polaca, anotaba ya en sus melancólicos apuntes de la guerra las nociones de la permanencia y la destrucción de las comunidades de la llanura:

“El cementerio judío detrás de Malin, tiene siglos, las estelas han caído, casi todas tienen la misma forma, ovaladas por arriba, el cementerio está invadido por la hierba, ha visto pasar a Jmelnitski, ahora a Budenny, pobre población judía, todo se repite y ahora esta historia de polacos-cosacos-judíos que se repite con una precisión extraordinaria, lo único nuevo es el comunismo”.   [6]

Otros fotógrafos recogerían este escenario, como Moshé Vorobeichic – desde sus tareas en la Bauhaus de Weimar-, Alter Kazycne, o Salomón Iudoch. En algún momento sobre las imágenes aparece la noción de su desvanecimiento. Más allá de la descripción, las fotografías del minucioso Heynrik Ross, frente al tiempo de la costumbre y el reportaje de los días repetidos, anunciaban de pronto su abrupta inmersión en el tiempo de la historia: los acontecimientos que iban a precipitar el final de aquello que retrataban. (Los negativos, enterrados en cajas en el gueto, no serían recuperados hasta el final de la guerra). En una de ellas, un carro partía, cargado de niños, de la ciudad de Lodz, rumbo al campo de Kulmhof. Un desconocido paseaba entre la nieve y los restos de la antigua sinagoga en el primer año de la ocupación, en 1939. Alguien, cuyo rostro no vemos, frente a unas ventanas cerradas carga con los rollos de la Torá, últimos restos de un templo arrasado. Otros desconocidos caminaban entre la nieve, dejaban la ciudad, presentíamos que para siempre… 


La historia, que se había introducido irremisible entre las ocultas instantáneas, era de nuevo esa “catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies”, en los términos del Walter Benjamin que recordaba al Ángel de la historia del célebre grabado de Paul Klee. “Una leyenda talmúdica nos dice que una legión de ángeles nuevos son creados a cada instante para, tras entonar su himno ante Dios, terminar y disolverse ya en la nada”, citaba en el conocido ensayo.   

Lentamente las imágenes privadas que requería la fundación polaca fueron llegando. Con este material se organizó la primera exposición en una galería de Varsovia en 1996. Después, en ciudades diversas de Europa o América (Los Ángeles, París, Múnich, Buenos Aires, San Petersburgo, Toronto…) o Israel. En algún momento, bajo el título de "Sigo viendo sus rostros", arribaba al Instituto Sefarad, el palacio de la Calle Mayor en Madrid.  [8]  En un lugar del catálogo se aludía a la condición de último lugar de las imágenes frente a la desaparición final. La exposición podía “interpretarse en términos de un lamento por un mundo desaparecido, al que únicamente podemos regresar contemplando antiguas fotografías”. 

El título por otra parte recreaba otro anterior, aunque de contenido muy distinto, como había sido la publicación de Erskine Caldwell y Margaret Bourke-White, You Have Seen Their Faces de 1936. Era en este caso un reportaje sobre la pobreza en la América sureña en donde los rostros, la mirada en la imagen, funcionaban también como una evidencia innegable. De aquellos de los que, se intuía, no quedaría después ninguna noticia. “En la expresión fugaz de un rostro humano, el aura nos hace señas por última vez desde las primeras fotografías. En eso consiste su belleza desoladora y absolutamente incomparable”, había señalado, melancólicamente, el Benjamin historiador de los comienzos de la fotografía.  [9]  La mención a los rostros recordados aparecería mucho más tarde en el poema que Susan Aizenberg escribiría, dedicado a Roman Vishniac y sus fotografías de un “Mundo Desaparecido”- que no fue publicado hasta 1983:

(Yiddish) Ellos hicieron de fracturados rusos, alemanes,

Y polacos su único país, las antiguas oraciones

Hebreas que cantaban, rezando (…)

Canciones ofrecidas a un Dios sin nombre

Que nunca les manifestó favor ni misericordia -

Marcándolos como extraños adonde huyeran.

Yo quiero, tú escribes, al menos salvar sus rostros.   [10]

Sobre la exposición posterior de Viena, y los rostros de los que aparecían en ella, el trestino Magris describiría cómo: "Entre las muchas fotografías que ilustran la exposición vienesa dedicada al judaísmo oriental, una retrata a un viejo reparador de paraguas, con el bonete muy hundido en la cabeza, la barba clara y las gafas sobre la nariz, que está atareado con una varilla y un hilo (...) la violencia podrá arrancar la barba o quitar la vida al paragüero, pero nada podrá arrebatarle esa plenitud de significado, esa decidida seguridad de su persona que se expresa a través de sus gestos tranquilos, en su mismo cuerpo".  [11]

(Noticias de la desaparición en el gesto: En su ensayo sobre las pinturas de Al-Fayum, los primeros retratos particulares conocidos en el Egipto romano, el escritor Jean Christoph Bailly recordaba la anécdota del apóstol Juan frente a la imagen que un pintor local había efectuado de su discípulo Nicomedes:

“Cuando hubo descubierto, al compararla con su reflejo en un espejo, que este retrato era el suyo y no el de un ídolo (…) tampoco se quedó satisfecho (…) de forma que lo que le dijo a Nicomedes resulta casi increíble: “Lo que acabas de hacer resulta pueril e imperfecto: has pintado el retrato de un muerto”).  [12]


Pero el rótulo sobre los rostros perdidos también recreaba el escenario de los relatos del mundo askenazí de la antigua Polonia. (“Shtetl, My Destroyed Home: A Remembrance” había titulado la edición de grabados sobre su Ucrania natal el pintor Issachar Ver Rybak, exiliado en París en 1922. En ella, junto a representaciones de lugares y personajes cotidianos – como el mercado o los músicos de una boda - aparecían los judíos ya en movimiento inexorable, en imágenes del exilio incipiente tituladas como “Progrom”). De una obra fotográfica, como la de Moï Ver, - entre su Vilna natal, la Bauhaus de Dessau y el barrio de Montparnasse- que edita “The Ghetto Lane in Wilna” en 1931, un comentario describe cómo: “Desde las vistas callejeras hasta los retratos en primer plano, el corpus de imágenes ha llegado a ser un documento de la existencia de las extensas comunidades judías, vecindarios, ciudades y aldeas que en su momento dejaron de existir al final de la Segunda Guerra Mundial”.   [13]  Como aparecían, de una forma obstinada, en el recuerdo que los abuelos del escritor Amos Oz tenían – a pesar de la destrucción de sus ciudades, de sus habitantes- cuando evocaran el mundo de la Europa occidental que habían abandonado: “Europa era para ellos una tierra segura y prohibida, un lugar anhelado de campanarios y plazas pavimentadas con antiguas baldosas de piedra, de tranvía, puentes y torres de iglesia de pueblos remotos, aguas termales, bosques, nieve y prados”.  [14]


De la antigua permanencia, como se recordaba en otro lugar, hablaban los relatos de Israel Yehoshua Singer, que se titulaban “De un mundo que ya no está”.  [15]   (Fun a Welt Wos Iz Nishto Mer en el original yiddish). El mundo del Shtetl de la llanura, o también el de la comunidad judía de Varsovia, aparecía en los cuentos de su hermano, Isaac Bashevis Singer. (Que luego se referirían a su azarosa memoria en las calles de Nueva York). O de Esther Kreitman, la hermana mayor, teñidos todos ellos constantemente con la certeza, oculta, de su desvanecimiento.  [16]   O en su caso, el del recuerdo de la emigración de los judíos orientales a Alemania, en el Joseph Roth de Judíos errantes. (Claudio Magris que visitaría la vivienda de éste en Viena - antes de desaparecer en el París de preguerra- comentaría al regreso de su viaje:

"Viviendo en esta casa, no era difícil convertirse en un experto en melancolía, la nota dominante de Viena y la Mitteleuropa; una tristeza de colegio o de cuartel, la tristeza de la simetría, de la fugacidad y de la desilusión").

Isaac Bashevis Singer, en un relato situado ya en la Varsovia de las agitaciones políticas anteriores a la guerra, había recogido la nostalgia del shtetl en el recuerdo del viejo Reb Israel, exiliado en la febril ciudad:

"La nieve arremolinada le hizo acordarse de los hace tiempo olvidados peregrinajes al rabino de Kotsk: trineos, posadas, ventisqueros infranqueables, cabañas aisladas por  la nieve. Aunque la festividad del Janucá estaba aún lejos, la nariz de Reb Israel se vio inundada por los olores de las lámparas de aceite, de las mechas chamuscadas. Oyó una melodía sagrada en su interior". [17]

En el ensayo de Roth sobre la emigración - escrito en medio de las transformaciones y la amenaza que el ascenso del nazismo estaba expandiendo por toda Europa- aún aparecía, en un determinado momento, una descripción de las aldeas escrita en presente. Esto es, en el tiempo de la permanencia, de la costumbre en la conformación de las calles y los hogares en las llanuras polacas.

“La pequeña ciudad (judía) está en medio de la llanura. Ni una sola montaña, ni un solo bosque, ni un solo río la bordea. Se extiende por la planicie. Empieza con pequeñas chozas y con ellas termina. Las casas toman el relevo de las chozas. Allí comienzan las calles…”.  [18]   El tiempo del presente, de la descripción, pronto desaparecerá también del libro, destinado entonces a relatar el movimiento incesante de las comunidades orientales, el viaje a Palestina, el éxodo frente a la inminente persecución.

Esta referencia a lo desaparecido es la que aparece en tantos títulos que describen el universo secular de los judíos en la Europa del Este – las aldeas orientales otras veces. Figura del desvanecimiento, implícita, en un título tan conocido como “El mundo de ayer” de Stefan Zweig. (En donde citaba al Goethe de: “Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad, de repente se nos arroja al mundo; cien mil olas nos envuelven”). Pero también en las recopilaciones fotográficas del ruso Roman Vishniac, iniciadas en el año 1935 y no editadas hasta 1983. "Es un mundo desvanecido pero no conquistado, capturado aquí en imágenes hechas desde cámaras ocultas", había escrito el fotógrafo en la tardía edición del reportaje. Fueron tituladas años más tarde como Un mundo desaparecido. (“Vishniac reveló e imprimió estas imágenes en el cuarto oscuro de su apartamento en Berlín”).

Las fotografías del mundo de las ciudades judías de Roman Vishniac formaban parte del encargo de una fundación  neoyorquina, la AJDC, que, en pleno auge del nazismo, deseaba recoger las imágenes de un escenario que ya sabían iba a desaparecer. El biólogo e historiador de origen ruso viajaría por las comunidades de Polonia, Hungría o Ucrania, realizando un trabajo que en muchas ocasiones tomaba las características de la clandestinidad - y sería de hecho detenido en alguna ocasión. Vilna, Lodz, Varsovia, Cracovia, Brastislava; Mukacevo, Galitzia y Rutenia eran alguno de los lugares de su peregrinación. Esta misma condición augural tendrían a veces sus imágenes de esos años de un Berlín floreciente, en donde al fondo de su complejidad urbana aparecían los signos de la creciente amenaza (Y para tomarlas el fotógrafo en ocasiones hacía posar inocentemente a su hija Mara en primer plano).

Las copias anónimas de la exposición de la fundación polaca – Sigo viendo vuestros rostros - eran finalmente imágenes planas, sin más. Las fotografías que se exhibían - en reproducción generalmente ampliada - pertenecían al territorio de lo no-artístico. Fotografías familiares, de carácter costumbrista: de granjas, de calles o de familias en el estudio del fotógrafo. De parientes o rabinos del mismo lugar paseando. De lentas partidas de ajedrez o meriendas en el jardín. De vagabundos o vendedores ambulantes. De cocheros u oficiales. De rentistas y mendigos. De músicos y de ropavejeros. De la escuela, de la plaza y del mercado... De acuerdo a la tradición del costumbrismo lo que apreciábamos en ellas, lo que las imágenes nos estaban contando, no era tanto un suceso particular como la descripción de una costumbre. Un tiempo de lo cotidiano y repetido del que la instantánea daba una cierta noticia: un momento, antes de sumergirse de nuevo en la continuidad.

Roman Vishniac por su parte publicaría las imágenes de estos años mucho tiempo más tarde, en su A Vanished World de 1983, editado en una Nueva York que estaba ya muy lejos de la Europa del Este. (Tiempo antes, recién acabada la guerra, había regresado en 1947 a un Berlín en ruinas, donde había realizado un excelente reportaje sobre las ciudades alemanas después de la derrota). Su intención, según declaraba en el libro sobre las aldeas polacas - y húngaras, y ucranianas, y lituanas-  era: “Preservar – en imágenes, al final – un mundo que pronto cesaría de existir”.    [19]  (“Apenas hay un atisbo de sonrisa en ninguno de los rostros. Los ojos nos miran con sospecha desde detrás de las ventanas abatibles antiguas y por encima de la bandeja de un vendedor ambulante, desde aulas abarrotadas y esquinas desoladas”, se dijo en su momento. Alguien hablaría también de “la pobreza (…) y la luz gris del invierno europeo”).   [20]  De su obra comentaría Susan Sontag que: “La reacción ante las fotografías que Roman Vishniac hizo en 1938 de la vida cotidiana en los guetos de Polonia se ve abrumadoramente afectada por el conocimiento de que esa gente no tardaría en desaparecer”.  [21]   Las imágenes de la Europa del Este, de las comunidades judías que vivían en ellas, parecen entonces surgir con la advertencia constante del desvanecimiento. Y la intención de las imágenes de ser, desde el principio, la de la inútil contención de lo fugitivo. (Una exposición reciente sobre el mundo de los sefardíes en los Balcanes, organizada por el Instituto Cervantes de Belgrado, titulaba ésta como “Un mundo perdido”, anunciando así el motivo elegíaco de las imágenes).   [22]

En la muestra, unos niños sonríen frente a la cámara, en Cracovia. Otros, se pierden en la entrada de la escuela de una aldea. Un vendedor espera inmóvil en una calle de Varsovia, a la que no ha llegado ningún cliente todavía… El tiempo de las imágenes familiares de la exposición es, en su mayor parte, el tiempo de la suspensión. No el del acontecimiento. Nada ocurre en ellas que no sea el tiempo extenso, detenido un momento en la instantánea. Los actos, los gestos, poseen el carácter de la costumbre. Otras veces son una figura, un rostro de frente a la cámara, que así suspende, por un instante, la disolución - junto al nombre que las acompaña. Muchas de las copias son anónimas. No conocemos ya el nombre de los personajes, de los judíos occidentales allí retratados. Nadie sabe decir ya nada de ellos. Los rótulos de la exposición se resignaban a este anonimato y la mayoría de las reproducciones carecían de un nombre propio.


En otras fotografías de la muestra, las últimas, el tiempo de repente se precipita. Los habitantes del ghetto de Varsovia son detenidos en las calles; los de Cracovia, en fila, comienzan el viaje de la deportación. El movimiento en ellas, la quiebra de lo permanente es, esta vez nítido, el camino de la desaparición de una forma trágica... Una conocida imagen recoge el desfile de los judíos del gueto entre dos filas de soldados alemanes. Los edificios al fondo – alguno con llamas sobre el tejado – nombran el tiempo que fue antes de la permanencia, la costumbre; los portales, las viviendas, los balcones de la urbanidad. Los trajes de algunos ancianos, con un gastado traje y corbata, los vestidos de ellas, alguna falda plisada, señalan, de otra manera también, aquel tiempo de lo permanente, una misma urbanidad hecha de años y costumbres.


Otra imagen, la más estremecedora quizá, muestra de nuevo un breve momento de la suspensión: son los deportados al campo de Treblinka que, en una explanada frente a una estación que desconocemos, esperan a un tren que se demoró tres días en llegar. Mientras tanto, se recuestan en el jardín, pasean por la plaza abierta, miran de lejos a la cámara.

Junto a la fotografía, el nombre de la imagen exhibía también su deseo de permanencia. Era un instante, una marca, en la inevitable disolución. Un tiempo suspendido en las fotografías, en los rótulos al pie de las mismas. Pero que anuncia irremisiblemente su disolución, el trágico final de un mundo antiguo.

 



[1] Lucy Dawidowicz   The Golden Tradition. Jewish Life and Thougt in Eastern Europe   Boston, Massachussets, 1967.

[2] Cit. en UCSB Art and lectures, “Roman Vishniac”   2000.

[3]    Mariano Zuzunaga Schröder    Instantaneidad y proximidad en la obra de André Kertesz  Univ. de Barcelona  2004/2005.    Pg. 52.

[4] Vid. Exp.  “Conflict, Time, Photography”    en Tate Gallery, Londres, 2014.

[5] Cit. en Rose-Carol Washton Long  “Modernity as Anti-Nostalgia”   en Ars Juadaica   2011. Pg.

[6] Isaak Bábel     Diario de 1920.     Blacklist, Barcelona, 2008.  pg. 36.

[7] Walter Benjamin   Tesis sobre la filosofía de la historia   Itaca, Univ. Autónoma de México,  2008.

[8] Cat. Exp.  “Sigo viendo sus rostros”,  Casa Sefarad- Israel, Madrid, febrero 2012

[9] Walter Benjamin   “La  obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”  en Discursos Interrumpidos, o. cit.

[10]   Susan Aizenberg   To Vishniac    Univ. of Nebraska Press   Primavera 2006.  Pg. 159-161.

[11] Claudio Magris.   El Danubio   pg. 175.

[12] Jean Christophe Bailly    La llamada muda. Los retratos de Al- Fayum    Akal eds., Madrid, 2001. Pg. 15.

[13] Nissan N. Pérez   “Moï Ver- A forgotten Modernist”   en academia.edu   2019.

[14] Amos Oz    Una historia de amor y oscuridad   eds. Siruela, Madrid, 2010.    Pg. 10.

[15] Israel Yehoshua Singer   De un mundo que ya no está     eds. Acantilado, Barcelona, 2020.

[16] Vid. Por ejemplo   Esther Kreitman   The Dance of the Demons,   1958.  O el I. Bashevis Singer  In my Father´s Court    1979.

[17]  Isaac Bashevis Singer.   Una ventana al mundo    Nórdica Libros, Madrid. 2022.   pg. 57.

[18] Joseph Roth   Judíos errantes   ed. Acantilado.  Barcelona, 2008. Pg. 43.

[19] Roman Vishniac    A Vanished World     International Centre of Photography   , NY, 1983

[20] Gene Thorton  “The two Roman Vishniacs”   en New York Times 31 octubre 1971.

[21] Susan Sontag, o. cit. pg. 105.

[22] Exp.  “Imágenes de un mundo perdido. La vida de los Judíos Sefardíes en los Balcanes”   en Instituto Cervantes, Belgrado, 2015.

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