sábado, 25 de enero de 2025

Alem do mar


Una incierta distancia, un intervalo más o menos extenso, separaba siempre a las tierras del Preste Juan de los reinos cristianos desde su origen.

Pudieron, afirmaban, sus tropas haber intervenido decisivamente en la recuperación de Tierra Santa, después de la caída de Edesa en 1145. Así por lo menos lo relataba el obispo Hugo de Jabala, quien, en medio de la desesperanza, comenta que por fin el ejército del mítico Emperador había decidido recuperar Jerusalen de los infieles. Antes, en su victorioso avance, habían llegado hasta Ecbatana, ancestral capital de los persas.

Hugo de Jabala, en concreto, contaba que "un cierto Juan, rey y sacerdote de un pueblo que se encontraba al otro lado de Persia y Armenia, en el Extremo Oriente (...) aunque inclinado al nestorianismo declaró la guerra a los hermanos Samiardos y conquistó su capital, Ecbatana. Al conseguir la victoria, el mencionado Juan prosiguió su camino, a fin de prestar ayuda a la Santa Iglesia. Sin embargo, una vez alcanzado el Tigris y sin disponer de barcos, no podía cruzar el río y se dirigió al Norte, donde le habían dicho que el río se helaba en invierno. Pasó allí unos años esperando, pero el frío no llegaba; se vio por tanto obligado a volver a sus tierras, sin haber alcanzado la meta".

Sólo las aguas del Tigris, finalmente, nos habían separado de su retorno. El Reino - tan cerca por un momento - al cual el Preste Juan regresaba se encontraba lejos: "al otro lado de Armenia y Persia", en ese lugar aún más remoto que era "el Extremo Oriente". Ningún mapa daba aún cuenta de esas tierras, más allá de la ruta de Alejandro, de las Tres Indias conocidas y mencionadas en los textos, del Mar de Arena, de la Trapobana o de las islas de los escitas antropófagos. Más lejos.


Años después, Marco Polo en su "Maraviglie" nos hablaría de nuevo del Reino y de la batalla inmensa que el Preste hubo de librar con el gran Khan, batalla cruenta y titánica que finalmente se saldó con la derrota del Rey cristiano. Marco Polo habla del recuerdo más cercano de su estancia en la Corte de Kubilai. Una batalla apenas le separó de haber conocido la otra corte, la de aquel Emperador que reinaba "sobre no menos de setenta y dos paises y setenta y dos reyes" hasta entonces.

Un mapa incierto, al este de las estepas arábicas y Babilonia la Desierta, nombra las tierras del Preste.
"Nuestra tierra se extiende por el desierto y progresa hacia el orto del sol, volviendo en declive hasta Babilonia la Desierta, junto a la Torre de Babel". En la carta del Preste Juan al emperador de Bizancio Manuel Comneno se citaban personajes como el patriarca de Santo Tomás, en la India Mayor, el protopapa de Samarcanda o el archiprotopapa de Susia, lugares más o menos reconocibles, a los que accedían en sus rutas los mercaderes de la Ruta de la Seda. Pero también se nombraba la fabulosa ciudad de Briebric, la incierta Taxila, el río de piedras o, al extremo norte, los reinos amurallados de Gog y Magog, ("Antaño salían de sus tierras, hasta que Alejandro les impidió el paso elevando su famosa muralla que se abrirá al fin de los tiempos") de cuya existencia nadie había sabido dar cuenta hasta la fecha.

Pero el reino del Preste Juan, cuyos embajadores, se dice, llegan hasta Constantinopla, aunque a veces intuido como cercano, aparecía siempre teñido por la marca de la distancia.

"[Los mercaderes] les conviene yr a comprar a Catay que es mucho más cerca, aunque de Venecia a Catay ay camino de diez o doce meses por mar. Pero mucho mas lexos es la Tierra del Preste Juan..." explicaba uno de los mayores expertos en las tierras del Rey cristiano, Jean de Mandeville, en su fabuloso "Libro de las maravillas del mundo".

O, añadía después, hablando del insondable Mar de Arena que cercaba el Reino: "y no puede hombre passar aquella mar en ninguna manera, por esto no pueden saber qué tal sea la tierra que está de la otra parte".

La distancia, indefinible pues no se mide en meses de trayecto - como la que lleva a los mercados de Catay o a Gedrosia -, es la marca del Reino. Es un intervalo apenas definido, una sensación de estar siempre "un poco más allá".

El desierto y un tiempo sin referencias lo cercan.

"Y además de estas islas y tierras y de los desiertos del reino del Preste Juan, yendo directo para el este, los hombres no encuentran sino montañas y grandes rocas; y allá queda la región de las tinieblas, donde nadie consigue entrever, ni de día ni de noche... ".


O les separaba también un tiempo cíclico, interminable, que tampoco se mide en jornadas de viaje. Como por ejemplo se medía la ruta de Trebisonda, la que recorre el embajador castellano Ruy González de Clavijo, en su busca del gran Khan, aliado hipotético y siempre buscado en la lucha contra los infieles.

Frente a la extrañeza de lo lejano, al asombro de la enorme distancia, la ruta de los enviados del rey Enrique III de Castilla está señalada continuamente por las fechas exactas, los lugares precisos.

"E otro dia jueves veinte e dos días del dicho mes de mayo partieron de aquí e fueron a dormir a un aldea que ha nombre Partir Juan (...) E viernes seguiente llegaron a un aldea que ha nombre Ischu e estovieron en esta aldea este día que allí llegaron e otro día sábado, e en esta aldea bivían muchos armenios (...) E domingo seguiente fueron dormir a un aldea que ha nombre Delurlarquente, que quiere dezir el aldea de los locos, e los que allí  bivían eran moros como hermitaños que llaman caxises..." - narraba el embajador en la minuciosa Embajada a Tamorlán.

O la embajada del franciscano Giovanni de la Pian del Carpini, enviado, en largo periplo, por el papa Inocencio IV "a través de Rusia meridional, con instrucciones de entrar en contacto con el Khan mongol (...) y también con instrucciones para contactar con el propio Preste Juan". El viaje desde Cumana por las estepas duraría tres años y el embajador papal pudo al fin alcanzar la corte del Khan. Pero no así la del legendario rey cristiano, que nunca llega a ver. O, en otro lugar, las jornadas exactas marcadas en los innumerables "Roteiros" de los navegantes portugueses del siglo, que miden las distancias en días de navegación. Frente a la enumeración, el recuento de los días, las jornadas del Reino son incontables, asimismo.

Un tiempo cíclico, innumerable, acompaña las jornadas del Preste Juan y su Imperio. Estaba señalado ya por las remotas predicaciones del apóstol Tomás, cuyo cuerpo yacía en algún lugar de la India, incorrupto. Así, sabemos que el "Árbol de la vida", uno de los raros atributos del mismo, "era guardado por una serpiente dos veces mayor que un caballo, teniendo además nueve cabezas y dos alas. Vigilante todo el tiempo, ella dormía apenas el día de San Juan Bautista, cuando se podía recoger el bálsamo que el árbol produce y del cual se elabora el crisma y el óleo sagrado". El Reino se relaciona a veces con Juan el Apóstol - el que nunca murió, según la leyenda. Del Emperador se dice que tiene más de cien, de doscientos años... Éste es un tiempo extenso, ya en el límite. A él se llega por ejemplo desde la "Tierra de Vaqueira", también imprecisa: "De aquí se va hombre por muchas jornadas ".




Pero aunque distante y remoto en las jornadas y los desiertos, del Reino llegan noticias en ocasiones, algunos signos.

Así, la minuciosa carta que en 1150 hubo de escribir el Preste Juan a los personajes principales de Occidente - el reino de lo cercano - entre ellos al emperador de los romanos Manuel Comneno, a Federico I o el Papa Alejandro III. (Pero la Carta recogía la noción de la inmensa distancia también: "Hacia la otra parte del desierto se encuentra una tierra llamada Femenia, en la que ningún hombre puede vivir más de un año. Y aquella tierra es muy grande, pues en atravesarla a lo largo o a lo ancho se tarda cincuenta jornadas"). En su descripción aparecen las figuras tradicionales de la extrañeza, la distancia: El río Sambatyon, infranqueable; las Diez Tribus perdidas; los animales salvajes; los seres mitológicos; el río del Paraíso "tan grande que sólo se puede atravesar en barco"; los desiertos o las murallas inabordables. "En las partes extremas del mundo, hacia mediodía, tenemos una ínsula grande e inhabitable en la que el Señor hace llover dos veces por semana (...) Nadie puede decir hasta dónde se extienden las demás partes de nuestros dominios".

La Carta fue editada y leída profusamente en los años siguientes. Noticias de la época dan cuenta también de una confusa relación sobre embajadores personales del Preste, que accedían a Europa. Pero nadie supo dar luego noticia precisa de ellos. En 1237 el abad de los frailes misioneros le comunicaba también al papa Gregorio IX:

"Hemos recibido muchas letras del patriarca nestoriano, a quien obedecen la grande India, el reino del Preste Juan y las tierras vecinas del Oriente".

Años más tarde de la primera misiva, en 1177, el papa Alejandro III envía a su médico personal - siempre nombrado como Giuseppe, sin más atributos - a que establezca contacto con el Preste. Parece que el enviado papal termina su misión en Abisinia "sin ningún resultado". En otros lugares se nos informa de que la misiva - encargada esta vez al "médico Felipe"- nunca llega y ambos "acabaron perdiéndose en algún lugar entre Roma y la India". El franciscano Odorico de Pordenone por el contrario, que viaja hasta la remota Catay un siglo más tarde anotaba en su De rebus incognitus que: "Cuando salimos de Catay yendo hacia el oeste (...) navegamos cerca de un mes, y llegamos a las tierras del Preste Juan, que no son de ningún modo como de ellas se cuenta". Esta carta era la respuesta del Papa a la que tiempo atrás había recibido y en donde, entre otras razones, se le invitaba al Preste que estableciera una iglesia en Roma "para la unificación de la cristiandad" y a que regularizara el intercambio de embajadores. La carta, asimismo, nunca recibió respuesta.

Viajeros posteriores, embajadores varios, llevan como misión, además, establecer contacto con el Imperio. Reciben noticias, escuchan relatos sobre el mismo, intercambian opiniones. Pero el Preste no termina de ser alcanzado, separado siempre por el desierto, por un espacio inmenso, unas arenas infranqueables.

El Reino estaba ahora más cercano. Pero siempre se interponía el intervalo, esa terca distancia aún.



El viajero cordobés del siglo XV Pero Tafur - "hidalgo e cavallero andaluz"- nunca llegaría a la India Mayor, en donde se proponía alcanzar la corte del Preste Juan, tal como lo relata en su Viaje a Oriente. Pero sí conoció a quien había regresado del Reino y le traía noticias, por demás abundantes, de él. Desde El Cairo, -llamada "Babilonia" en sus memorias- el hidalgo había conseguido un permiso especial para acceder al legendario Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, "donde la tradición supone que Moisés vio la zarza que ardía sin consumirse". (Una noticia muy anterior, diez siglos antes, de la noble viajera Egeria había comentado que: "A la hora cuarta llegamos a la cumbre de aquel santo monte de Dios, el Sinaí, donde se dio la Ley, es decir, el lugar donde descendió la majestad del Señor el día en que el monte humeaba. En este lugar hay ahora una iglesia reducida, pues (...) la cumbre del monte, no tiene demasiada extensión pero la iglesia es de gran belleza"). Al monte y el oratorio en el desierto llegaban las caravanas de la India cargadas de mercancías, antes de alcanzar los puertos del Mediterráneo, y partir de regreso al oriente más tarde. (Del patriarca del monasterio se decía que: "elige patriarca para embiar a la India Mayor al Preste Juan" para que éste le suceda a su muerte). Más allá del monasterio se extendía el vasto desierto, unas tierras sin apenas noticias ciertas según se alejaban del mar Mediterráneo.

En la espera en el Sinaí el cordobés conoce al afamado viajero veneciano, Niccolo del Conte, que venía en la caravana junto a su mujer y dos hijos y una hija "que ovo en la India". Habían recorrido un largo camino, desde la costa malabar por el Mar Rojo y los desiertos arábigos, hasta llegar a La Meca, donde es obligado a convertirse al Islam- aunque, añade, lo ha hecho sólo para proteger a su mujer y sus hijos. Enterado de los propósitos del viajero andaluz le apremia para que no emprenda el interminable camino:

"Por el amor que te he, pues eres cristiano y de la tierra donde yo soy, que no te entremetas en tan gran locura, porque el camino es muy largo e trabajoso e peligroso, de generaciones estrañas sin rey e sin ley e sin señor". Y además, añade: "Mudar el aire e comer e bever estraño de tu tierra, por ver gentes bestiales que no se rigen por seso e que, bien que algunas monstruosas aya, no son tales para aver placer con ellas". Y, concluye Tafur: "E tantas e tales cosas me dixo, e a la fin concluyó que, si yo no pasava volando, imposible era llegar allá".

Pero Tafur desistirá entonces de acometer el azaroso viaje y, junto al veneciano, emprenderá el camino de vuelta a El Cairo. Durante el mismo éste le cuenta abundantes noticias del legendario Emperador, al que Niccolo afirma ha conocido:

"E preguntándole del Preste Juan e de su poder; dize cómo era muy grande señor e que tenía veinte y cinco reyes a su servicio, pero estos no eran grandes ombres, e aun muchas gentes de aquellos que no han ley ninguna e siguen el rito gentílico, le obedecen".



El Reino en las noticias del veneciano es, frente a la noción tradicional de un lugar armoniosamente cristiano en medio de los infieles, un país un tanto azaroso. Abundan los gentiles en él, los animales monstruosos, las tribus de los paganos. Una montaña inmensa lo rodea, tan alta que los de arriba nunca tienen noticia de los que viven abajo. "El Preste Juan e los suyos son tan católicos e buenos cristianos que más no se podríe dezir, pero que no han noticia ni se rigen por la nuestra iglesia de Roma". El viajero reafirmará la noción de la distancia, la ausencia de noticias que llegan del Reino. "Estando él allá, vido dos veces embiar embaxadores el Preste Juan a los príncipes de acá, pero no oyó dezir que oviese respuesta de ellos, aunque vido aderesçar al Preste Juan de venir con sus huestes fasta Jerusalén, que es mucha más tierra que de allá acá".

De regreso a El Cairo, Pero Tafur iniciará entonces su viaje de vuelta hasta Andalucía, que comienza en la ciudad de Constantinopla, ésta sí conocida y cartografiada, de la que escribe abundantes notas antes de emprender una azarosa travesía que le llevará hasta el puerto de Venecia primero, la Lombardía después, a través de los pasos de los Alpes más tarde.



Situado alternativamente "más allá" de las tierras del califato, del Gran Khan, de los escitas, o en "las Tres Indias", es a partir del siglo XIV que el Reino comienza a desplazarse a África, todavía mal trazada en los mapas, a los reinos que los embajadores y exploradores portugueses y aragoneses sitúan como "descendientes de la antigua Reina de Saba", en el impreciso territorio al Sur del Nilo. Pedro Manzano, embajador de Aragón, afirmaba en 1450 que el rey de Abisinia - el Negus Neguste - era el verdadero Preste Juan, descendiente directo de la Reina de Saba. Su poder, según decía, era igualmente incontable. Antes, a mediados de siglo, el cartógrafo genovés Angelino Dulcert, había sido el primero en dibujar el Reino "ao sul do Egito", según las crónicas portuguesas. También aparecía el mismo en el conocido Planisferio de Fra Mauro, el cartógrafo benedictino italiano, editado hacia 1457, en el que en las notas explicativas se indicaba que: "120 reinos tributaban al Rey y su ejército superaba el millón de hombres". El anónimo franciscano autor del Libro del conoscimiento a finales del siglo había escrito en él que: "Llegué a la ciudad de Molsa, do mora siempre el Preste Johan, que es patriarca de Nubia y de Etiopía (...) e pregunté por el Paraíso Terrenal".

En 1485 el rey Juan II de Portugal designa a los embajadores Pedro da Covilha y Afonso da Paiva para que viajen más allá de Egipto, con la intención de establecer contacto con la ruta de las especias entre el Mar Rojo y el Índico, hasta la India, y de entrar en contacto con el Preste Juan, con quien se desea establecer una alianza frente a los musulmanes, que dominan todas las rutas de los estrechos.

Entre los presentes que el rey otorga a sus embajadores, se dice, figuran un salvoconducto real, "de latón, indestructible y escrito en todas la lenguas conocidas"; 400 cruzeiros y varias cartas de crédito para la banca. Llevaban un planisferio, "para señalar las tierras del Preste Juan cuando las alcanzaran". Y una carta oculta que el rey enviaba al Emperador, el cristiano rey de Oriente.

El itinerario de ambos es conocido hasta cierto momento. De Santarem partieron a Lisboa. De aquí a Valencia y después a Barcelona. Allí embarcan y se dirigen a Nápoles. De aquí a Rodas - última tierra cristiana que iban a visitar-  en donde recibieron la hospitalidad de la Orden de San Juan, todavía en poder de la isla, para partir de ésta ya disfrazados de mercaderes árabes al puerto de Alejandría, en donde enferman. De allí, cuando pudieron recobrarse, tomaron la ruta tradicional que seguía a Rosetta y luego a El Cairo. Embarcaron para Suez, cruzan como peregrinos las ciudades de La Meca y Medina y por fin en la costa, en 1488, se separan, con la intención de encontrarse de nuevo al regreso en El Cairo.



Pedro da Covilha hubo de alcanzar el cabo Guardafui, Aden de nuevo, Ormuz, la India y los puertos de las especies, Goa y Calicut. Afonso da Paiva cruza el mar Rojo para partir directamente hacia la tierra del Preste Juan. Murió en el camino y nunca sabremos si, por fin, las alcanzó. A partir de la costa del Mar de Eritrea los nombres de los lugares habían dejado de ser conocidos.

Cuando Pedro da Covilha regresa por fin, después de su accidentado periplo, a El Cairo, no encontró a su compañero Paiva. En su lugar habían llegado unos espías judíos del rey de Portugal - Rabi Abrao, de Beja y el zapatero Joseph, de Lamego - que le entregaron una cartas del rey en las que éste le ordenaba regresar y zarpar de nuevo en busca del Preste Juan. Covilha les entregó a su vez una extensa relación de sus viajes para el Rey, que se archivó en algún lugar de Portugal y que nunca más se ha encontrado.

Aquí su rastro se pierde, en el extremo de los mapas conocidos. Pedro da Covilha sería alcanzado, años después, por el embajador portugués Rodrigo da Gama en la corte del rey Nahud de Abisinia. Había arribado a la misma en vida de su hermano Alexandre, Negus y León de Judá. Aunque bien recibido, nunca se le permitió regresar y en Etiopía acabó sus días, en torno a 1530.



Seguían llegando noticias inciertas del Reino. En textos portugueses se menciona "um documento há pouco descoberto na Chancelaria de Alfonso V. Nele se menciona um certo Jorge, embaixador de Preste Joáo, que estava em Portugal em 1452". Nunca más sería nombrado y el rastro del enigmático embajador se agota en esta mención. El enviado del rey de Benim, llegado a Lisboa, informó a D. Juan II "que más allá de su país, cosa de doscientas leguas al oriente, había un príncipe muy poderoso, llamado Ogané, de quien el rey de Benim era vasallo". Otras noticias llegarían con Lucas Marcos, sacerdote etíope recién venido de Abisinia "que había ido antes a Roma a besar el pie de Inocencio III".

Pero ahora el Reino iba a estar por fin más cerca. En 1497 partía la histórica expedición de Vasco da Gama, que doblaba el Cabo das Tormentas - da Boa Esperança, según la posterior denominación real - alcanzaba por fin la costa oriental de África, cruzaba el Índico y arribaba a Calicut y los puertos de las especias en la India.

Llegando a la costas de Mozambique, el anónimo redactor del "Roteiro da Primeira Viagem da Vasco da Gama" - atribuido entre otros a un tal Álvaro Velho, de la región del Algarve - contaba que:

"También nos dijeron que el Preste Juan estaba allí cerca, y que tenía muchas ciudades a lo largo del mar, y que sus moradores eran grandes mercaderes, y tenían grandes naves; pero que el Preste Juan estaba muy tierra adentro y que no se podía llegar allí si no era en camellos (...)".


¿Cerca? ¿Lejos? ¿"muy tierra adentro"? Sin duda la tierra del Preste Juan era la única que se prestaba a semejante definición, que escapa a la certidumbre, la exclusión de Occidente. Pues ahora que se afirmaba estar tan cerca, se decía también sin escándalo que el acceso se prolongaba, y que el reino del Rey se demoraba. Una vez más, de nuevo. Una descripción posterior nos informa que "fue en Mozambique donde los portugueses recibieron las primeras noticias sobre las muchas ciudades, los muchos mercaderes, los muchos barcos del Preste Juan, aunque también supieron de su lejanía".

En carta al rey Manuel, en 1499, el informador Girolamo Sernigi le advertía, frente al entusiasmo de los primeros viajes a los puertos de la India: "no entiendo que haya cristianos allí con los que se tenga que contar, a no ser los del Preste Juan, cuyo país está lejos de Calicut". 

A principios del siglo XVI, Alfonso de Alburquerque, gobernador de las nuevas posesiones orientales de la Corona portuguesa, escribe una relación en numerosas cartas sobre los viajes que hubo de efectuar entre las costas del Océano Índico y el Mar Rojo, ahora alcanzado, después de siglos, por las naves occidentales.

En una de ellas, enviada desde el puerto de Mecua afirmaba que "Nom temos ja outra pemdença a na India, senam a do Mar Roxo e Adem (...) e prazerá a nosso Sehor se fizemos asemto em Mecua, porto do Preste Joham".

Y, más adelante, se sitúa por fin cerca, tan cerca del Reino, que a punto está de alcanzarlo:

" [El Jeque de Dalaca] Disse me mais que o Preste Joham se trabalhara per muitas vezes per ganar a ilha de Macua, e que non tinha com que passar a ela, e que tentava ja tapar o braço do mar que vay emtre a ilha e a terra firme, e nam podera... disse me mais que tinha grandes desejos de nos ver e de nossa conversaçam e trato e que le parecía que se aly chegasse capitam de vos´alteza com armada, que viria ho preste Joham en pessoa". Francisco Álvares, miembro de una delegación portuguesa a la corte de Etiopía escribiría alrededor de 1520 una relación de la embajada como Verdadeira informaÇao das terras do Preste Joáo das Indias.

Alburquerque iba a estar más cerca todavía. En 1513 escribe al rey Manuel de Portugal:

"Numa noite escura, no Mar Vermelho, quando a armada, ancorada fora da porto, esperava pela brisa, surgiu no céu uma cruz luminosa que brilhou sobre a terra do Preste Joáo (...)

Eu tomey daquy que a nosso Senhor aprazia fazermos aquele caminho, e que nos mostrava aquele synall pera aquela parte. Mas, nao obstante, nao se levantou vento que levasse a armada a Macua".

El Reino estaba más cerca que nunca. Un intervalo constante, una pequeña diferencia, una contradicción nunca resuelta, se oponían a su acceso, a la plena presencia.

Cerca, pero también lejos. Un río, un desierto, una batalla perdida, el silencio, la muerte del embajador o los vientos contrarios señalaban la distancia. Siempre.



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