( Enrique Sáenz de San Pedro. 1975)
El horizonte se había reducido en la posguerra española. Era ésta una sensación vaga que acompañaba a la época. El mundo se había empequeñecido y todas las aspiraciones, y los paisajes, y el relato de los días, culminaban muy cerca.
José Manuel Caballero Bonald, entonces poeta provinciano en ciernes, acertaría a describir esta sensación difusa en el recuerdo de su llegada a la ciudad de Madrid:
"Recuerdo con cierta imprecisión mi llegada a la estación de Atocha, ese primer frío otoñal bajo la mugrienta bóveda ferroviaria. Apenas consigo verme en aquel escenario desapacible, medio perdido entre un nutrido grupo de viajeros presurosos y cariacontecidos. Y luego la imagen de una ciudad taciturna y casi desierta, como agazapada detrás de unas sombras que las restricciones eléctricas hacían más tupida. Todo parecía diferente a como yo lo había previsto, todo parecía discrepar de tantas imaginadas seducciones capitalinas. El mundo sórdido de las pensiones, de los restaurantes económicos, del clima de temores y recelos en que me vi instalado, acentuaban si cabe el contraste entre una población amedrentada y menesterosa, acogida todavía a la cartilla de racionamiento, y la jactancia y ostentación de los jerarcas falangistas, los jefes de los sindicatos y los estraperlistas de turno". [ 1]
Existía, pese a todo, algo parecido a un centro de la ciudad, un escenario de la capital en el que una cierta actividad urbana aún se mantenía después de la guerra. Para un escritor joven, que aspiraba a serlo definitivamente, este escenario era el de la Bienal Hispanoamericana del Arte - desde la que había sido llamado para colaborar por el poeta Leopoldo Panero-, el Instituto de Cultura Hispánica, las publicaciones dirigidas por el jonsista Juan Aparicio, como El Español o La Estafeta Literaria; la editorial Adonais - que le había concedido un accésit a su libro Las adivinaciones en 1951- , el chalet de Vicente Aleixandre o el de Dámaso Alonso en Chamartín. O, desde luego los cafés Gijón, el Varela, el Teide o el Lyon de la calle Alcalá.
Más allá estaba la periferia, una ciudad al margen que de alguna forma escapaba a toda regulación, a toda representación de lo urbano. Aún existía la posibilidad de los márgenes, los lugares sin nombre más allá del callejero.
"Yo solía bajarme de ese vetusto tranvía a la altura de la Dehesa de la Villa (…) Me agradaba perderme por aquel paraje donde aún subsistían las trincheras y zanjas abiertas en la dura tierra caliza durante la defensa de Madrid. (…) Al cabo de los años, siempre pienso que esa zona suburbial - para mí especialmente literaria - simbolizaba la transformación operada en el urbanismo madrileño durante el último medio siglo, sobre todo por lo que tenía de usurpación por parte de la ciudad de los dominios del campo. Aún persevera en esos alrededores un cierto aire aldeano, de casitas bajas y calles recoletas, pero las nuevas urbanizaciones parecen ir devorando esos últimos vestigios de un mundo que tiene ya algo de anacrónico y evoca muy vivamente al Madrid de antaño", prosigue el poeta jerezano describiendo sus paseos por la capital.
( Lebbaus. ca. 1930. Archivo Ruiz Vernacci)
Una tradición de la novela de posguerra recogerá estos lugares. Habían aparecido antes, como en la novela de Ramón Gómez de la Serna, El Chalet de las rosas de 1923, en torno a los hoteles y las quintas de la entonces distante Ciudad Lineal de Arturo Soria. Los había recogido ya, desde luego, en alguna de sus escuetas y certeras descripciones, el Pio Baroja novelista de principios de siglo. Del Madrid sórdido y precario de su trilogía La lucha por la vida, centrada en los alrededores del río Manzanares, poblado de personajes al margen, que sobrevivían en la miseria y la desesperanza de una ciudad de los arrabales.
"Las afueras me preocupaban entonces mucho. Había por allí gente rara, miserable, desharrapada: casucha de lata y chozas de tierra: merenderos, ventorros, casilla de consumos...". Pero también Baroja había recogido en otros lugares la vida modesta, anónima, de las barriadas de artesanos en los alrededores de la glorieta de Cuatro Caminos, - entonces en el límite de Madrid - o de las colonias de quintas que aún pervivían, lejos del centro, en las afueras de la ciudad.
"Las afueras me preocupaban entonces mucho. Había por allí gente rara, miserable, desharrapada: casucha de lata y chozas de tierra: merenderos, ventorros, casilla de consumos...". Pero también Baroja había recogido en otros lugares la vida modesta, anónima, de las barriadas de artesanos en los alrededores de la glorieta de Cuatro Caminos, - entonces en el límite de Madrid - o de las colonias de quintas que aún pervivían, lejos del centro, en las afueras de la ciudad.
"La casa estaba entre la glorieta de Quevedo y los jardines del depósito del canal de Lozoya, en la esquina de una calle recientemente abierta (…).
El hotelito alquilado se encontraba en el ángulo de una gran solar, ancho y largo cuadrilátero limitado en gran parte por estacas negras, que debía formar, cuando la ciudad se extendiese por allí, una manzana de casas (…) En los otros lados del cuadrilátero se levantaban chozas y en medio un caserón grande, amarillento, de tres pisos, arruinado y derruido, transformado en guarida de mendigos y de golfos. Este caserón era conocido en el barrio con el nombre de la casa de la Higuera". [ 2]
La ciudad tradicional contaba con algo así como un centro y una periferia. La noción de un espacio sin centro, que acompaña por ejemplo las descripciones de la postmodernidad sin referentes de Jean Baudrillard en su viaje por las ciudades extensas de la costa Oeste americana, era ajena a la ciudad antigua. [ 3 ] ("Los Ángeles- describía éste en algún momento - es un inmenso conglomerado de autopistas, carreteras, calles, avenidas y, en definitiva, asfalto". Para afirmar también, taxativamente: "Hollywood no existe. Es un no lugar").
La ciudad tradicional europea era otra. "La ciudad no se diseminaba, como en nuestras ciudades, en arrabales descuidados de fábricas aisladas y de casitas de campo uniformes, sino que se erguía rotunda, cercada por sus muros, con sus agudas torres sin número (…) las iglesias dominaban con sus eminentes masas pétreas la silueta de la ciudad", describía la urbe medieval el Johan Huizinga de El otoño de la Edad Media. (" El mundo era la plaza", dirá el escritor Torres Villarroel de la Salamanca del siglo XVIII). Los edificios representativos, los templos, el zoco e incluso los monumentos conmemorativos, dan cuenta de una manera simbólica de la existencia de este centro. Y, desde luego, en la urbe de tradición medieval, la existencia de una plaza mayor, -o de la catedral - que definen en su centralidad la existencia, oscura y sin forma, de unas afueras a las que el discurso o la norma no alcanzan.
La ciudad tradicional europea era otra. "La ciudad no se diseminaba, como en nuestras ciudades, en arrabales descuidados de fábricas aisladas y de casitas de campo uniformes, sino que se erguía rotunda, cercada por sus muros, con sus agudas torres sin número (…) las iglesias dominaban con sus eminentes masas pétreas la silueta de la ciudad", describía la urbe medieval el Johan Huizinga de El otoño de la Edad Media. (" El mundo era la plaza", dirá el escritor Torres Villarroel de la Salamanca del siglo XVIII). Los edificios representativos, los templos, el zoco e incluso los monumentos conmemorativos, dan cuenta de una manera simbólica de la existencia de este centro. Y, desde luego, en la urbe de tradición medieval, la existencia de una plaza mayor, -o de la catedral - que definen en su centralidad la existencia, oscura y sin forma, de unas afueras a las que el discurso o la norma no alcanzan.
El propio Baroja, que había descrito su llegada temprana al Madrid de la Restauración, definía con su brevedad habitual los contrastes de la urbe:
"La corte es ciudad de contrastes; presenta luz fuerte al lado de sombra oscura; vida refinada, casi europea, en el centro, vida africana, de aduar, en los suburbios" [ 4 ]
( Paco Gómez, 1961)
La literatura, la plástica de la época, iban a recoger con frecuencia esta noción de una vida en los márgenes. Y Madrid iba a ser, en tantas ocasiones, el escenario de la noción de la mediocridad, la triste sensación de ahogo que acompaña a los años de la posguerra, en general. Baste recordar la excelente descripción de los días inmediatos en una novela temprana como "La colmena" de Camilo José Cela, situada en torno a la navidad de 1942:
"Mi novela, La colmena, primer libro de la serie Caminos Inciertos, no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad". [ 5 ]
O la sordidez de los escenarios madrileños de "Tiempo de silencio" de Luis Martín Santos - que daría lugar por extensión a la denominación de una época. [ 6]
"Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan caprichosamente edificadas en desiertos, (…) tan lejanas de un mar o de un río, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos...".
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( Carlos Cánovas. Camino Ansoain. 1988)
Imperativos de la posguerra. La realidad, maltrecha y precaria, flotará sobre el aire de la época. Imponiendo, como un imperativo necesario, la obligación de dar cuenta de ella.
Hay un peso de los días, un peso de las cosas, tan triviales a veces, que no se puede eludir. Son años de aislamiento en España, de días nublados, de la imperiosa necesidad por encima de todo.
Como una reproducción de las polémicas del siglo XIX, una suerte de obligación moral, frente a la denominada a grandes rasgos Academia, pasa por la necesidad del realismo.
La Academia, la reproducción de la fotografía oficial, pasaba por el mantenimiento del llamado salonismo en algunas críticas.
"En la mayoría de los casos, estamos hablando de concursos cuyos jurados eran prácticamente los mismos, edición tras edición, lo cual conllevaba la fijación de unos cánones y de que, a partir de ellos, se premiara siempre un similar tipo de obra", recordaba el fotógrafo Gerardo Vielba el mundo de las exposiciones de la posguerra. El cual añadía a continuación esa suerte de obligación moral - y estética- de la realidad.
"El autor insiste que con "actual" debe de establecerse una clara sintonía con la realidad emergente, pero ante todo, es importante que lleve a la práctica a través de una "forma" acorde con esa pretensión de "actualidad". [ 8]
Una fotografía en blanco y negro da cuenta, desde las primeras décadas del aislamiento, de este escenario gris de la posguerra. Aparece, temprana, en la Barcelona de Francesc Catalá Roca en los 50. En los reportajes sobre el Barrio Chino de Joan Colom en los 60. En la oscura región de Sanabria, fotografiada por Carlos Saura en 1955... (Carlos Saura ilustraría una magnífica reedición de la Guía del Rastro de Ramón Gómez de la Serna en 1961). Carlos Pérez Siquier, desde el año 1957, había estado fotografiando ese barrio que había quedado al margen de la historia, La Chanca, en las afueras de una ciudad que había quedado al margen también, como Almería. (Juan Goytisolo editaría en París en 1962 su libro La Chanca, una suerte de diario de viaje, que figuraría como uno de los clásicos del realismo de la época). El Viaje a la Alcarria de Cela - otro de los clásicos de la época - se había editado en 1948 con las fotografías de Karl Wlasak. ("Con Karl Wlasak hizo el cronista, en tiempos aún no lejanos un viaje a pie por los campos y los barbechos, los vallecillos y las parameras de la meseta", comentaría el escritor sus recuerdos del viaje). [ 7] Más tarde, en 1963, publicaría su Toreo de salón con fotografías de Oriol Maspons, y en 1965 Nuevas escenas matritenses con imágenes a su vez de Enrique Palazuelo.
Como una reproducción de las polémicas del siglo XIX, una suerte de obligación moral, frente a la denominada a grandes rasgos Academia, pasa por la necesidad del realismo.
La Academia, la reproducción de la fotografía oficial, pasaba por el mantenimiento del llamado salonismo en algunas críticas.
"En la mayoría de los casos, estamos hablando de concursos cuyos jurados eran prácticamente los mismos, edición tras edición, lo cual conllevaba la fijación de unos cánones y de que, a partir de ellos, se premiara siempre un similar tipo de obra", recordaba el fotógrafo Gerardo Vielba el mundo de las exposiciones de la posguerra. El cual añadía a continuación esa suerte de obligación moral - y estética- de la realidad.
"El autor insiste que con "actual" debe de establecerse una clara sintonía con la realidad emergente, pero ante todo, es importante que lleve a la práctica a través de una "forma" acorde con esa pretensión de "actualidad". [ 8]
Una fotografía en blanco y negro da cuenta, desde las primeras décadas del aislamiento, de este escenario gris de la posguerra. Aparece, temprana, en la Barcelona de Francesc Catalá Roca en los 50. En los reportajes sobre el Barrio Chino de Joan Colom en los 60. En la oscura región de Sanabria, fotografiada por Carlos Saura en 1955... (Carlos Saura ilustraría una magnífica reedición de la Guía del Rastro de Ramón Gómez de la Serna en 1961). Carlos Pérez Siquier, desde el año 1957, había estado fotografiando ese barrio que había quedado al margen de la historia, La Chanca, en las afueras de una ciudad que había quedado al margen también, como Almería. (Juan Goytisolo editaría en París en 1962 su libro La Chanca, una suerte de diario de viaje, que figuraría como uno de los clásicos del realismo de la época). El Viaje a la Alcarria de Cela - otro de los clásicos de la época - se había editado en 1948 con las fotografías de Karl Wlasak. ("Con Karl Wlasak hizo el cronista, en tiempos aún no lejanos un viaje a pie por los campos y los barbechos, los vallecillos y las parameras de la meseta", comentaría el escritor sus recuerdos del viaje). [ 7] Más tarde, en 1963, publicaría su Toreo de salón con fotografías de Oriol Maspons, y en 1965 Nuevas escenas matritenses con imágenes a su vez de Enrique Palazuelo.
Los fotógrafos de la década se agrupan en torno a Barcelona, a Madrid más tarde. Algunos, como Catalá Roca o Nicolás Muller, recorren las provincias, incansablemente. Luego, en Almería, surge el grupo alrededor de Carlos Pérez Siquier. Los fotógrafos de AFAL, agrupación surgida en Almería en 1956 en torno a la revista, afirmaban que:
“Rompemos una lanza en pro de la fotografía de nuestro tiempo (…) reflejo de nuestra vida actual, sin concesiones ni “escapismo”, con toda su cruda actualidad de documento humano, vital, cálido y tremendamente sincero (…) España, ferozmente introvertida, continúa aferrándose a la tradición”. [9]
En otro lugar se comenta que :"Afal es una de las primeras plataformas en hacerse eco de las publicaciones fotográficas internacionales más avanzadas de su época: Un Paese de Paul Strand, Moments preserved de Irving Penn o New York de William Klein, que cambian la historia de los fotolibros".
Entre las fotografías de la época, en blanco y negro, algunas retratan un escenario de las afueras de la ciudad, que ha empezado a surgir como una tierra de nadie, entre los nuevos bloques verticales que se levantaban en los descampados con que la inmigración del campo había comenzado a poblar las ciudades.
( Humberto Rivas. 1980)
Aparecen en la obra de Paco Gómez, fotógrafo del grupo La Palangana de Madrid. En aquella España de los 60 comienza a retratar el paisaje, desolado, que las nuevas construcciones de las ciudades dormitorio, en descampados yermos, la inmigración urbana está creando. Junto con Miguel Mihura había publicado en 1961 un Madrid que le había editado la Dirección General de Arquitectura, en cuyas revistas colaboraba habitualmente. Una crítica de su trabajo comentaría que:
"El intenso componente poético de su trabajo se localiza en la belleza de lo desordenado, de lo ruinoso o decadente: escombros, humedades, grafitis, inscripciones en la materia que, sutilmente, como también hace la fotografía, remiten a la necesidad humana de dejar huella y testimonio de vida" . [ 10]
( Manuel Laguillo. 1977-...)
Se recogen también en la obra de Enrique Sáenz de san Pedro, a su regreso de una estancia de once años en Inglaterra, que describe este escenario del retorno - y titula una de sus exposiciones con el rótulo de "Donde la ciudad termina". En alguna imagen desolada de Gabriel Cualladó - como su conocida "Sala de espera en la estación de Atocha". En la mirada negra, con referencias sociales, de Francisco Ontañón - que publica su "Vivir en Madrid" en 1964; de Leopoldo Pomés, que edita un ancestral "Toros" con fotografías de las décadas anteriores en 1955; de Ramón Masats, que ilustra entre otros el relato de Ignacio Aldecoa Neutral Corner, sobre el modesto boxeador Young Sánchez. O, más tarde, publica una excelente versión de las Viejas Historias de Castilla la Vieja de Miguel Delibes. En las fotografías del pueblo de Sotillo de la Adrada de Leonardo Cantero. De la Galicia profunda del pontevedrés Virxilio Vieitez...
En la edición del Una Tumba del novelista Juan Benet, con fotografías de Colita, publicada en la editorial Lumen, se recogía de nuevo este escenario de las quintas, los hoteles de las afueras:
"un sinfín de piedras leprosas en forma de balaustradas, esfinges, tritones y otras estatuas de jardín en villas otoñales de otros tiempos, muy, muy lejanos". [ 11]
En la edición del Una Tumba del novelista Juan Benet, con fotografías de Colita, publicada en la editorial Lumen, se recogía de nuevo este escenario de las quintas, los hoteles de las afueras:
"un sinfín de piedras leprosas en forma de balaustradas, esfinges, tritones y otras estatuas de jardín en villas otoñales de otros tiempos, muy, muy lejanos". [ 11]
( Gabriel Cualladó. 1957)
O, después, recogiendo una estética de la melancolía del tiempo de la industria, la visión vacía de un escenario industrial y como abandonado, en las imágenes de Carlos Cánovas - cuyos títulos como "En el tiempo" o "Extramuros" recogían algo de esta desolación. Lugares y fachadas ciegas de la antigua ría industrial de Vizcaya, o la de las afueras de Pamplona, en 1988... O, más lejos, la de un patio desolado en Budapest.
(Preguntado en algún lugar por "los paisajes urbanos periféricos" de su obra, éste comentaba:
"Desde una perspectiva biográfica he vivido siempre en distintos lugares de la periferia urbana, y he atravesado esos escenarios una y otra vez, desde niño, para ir y volver a la ciudad"). [ 12]
El lugar, tangible y ausente al mismo tiempo, de la periferia, como se definía en alguna parte... Era el paisaje industrial, ya casi en ruinas de los alrededores de Barcelona, que recrearía también el madrileño Manolo Laguillo, a partir de sus excursiones con el argentino Humberto Rivas - que había comenzado a publicar su Barcelona a partir de 1976. Vagaban por el centro de la ciudad a veces donde pervivían barrios como la Ribera, el Borne, Gracia y Horta. Pero también por unos alrededores de la decadencia industrial como el Poble Nou, el Carmelo, Sants, el Poble Sec o la Zona Franca...
(Preguntado en algún lugar por "los paisajes urbanos periféricos" de su obra, éste comentaba:
"Desde una perspectiva biográfica he vivido siempre en distintos lugares de la periferia urbana, y he atravesado esos escenarios una y otra vez, desde niño, para ir y volver a la ciudad"). [ 12]
El lugar, tangible y ausente al mismo tiempo, de la periferia, como se definía en alguna parte... Era el paisaje industrial, ya casi en ruinas de los alrededores de Barcelona, que recrearía también el madrileño Manolo Laguillo, a partir de sus excursiones con el argentino Humberto Rivas - que había comenzado a publicar su Barcelona a partir de 1976. Vagaban por el centro de la ciudad a veces donde pervivían barrios como la Ribera, el Borne, Gracia y Horta. Pero también por unos alrededores de la decadencia industrial como el Poble Nou, el Carmelo, Sants, el Poble Sec o la Zona Franca...
Era un paisaje sin centro, que había quedado al margen. El centro de la ciudad estaba en otra parte. En su lugar, estos escenarios del después, que se sitúan al margen, en unas afueras que alguien recreó también con la denominación de la tierra de nadie: un lugar alrededor de la ciudad sin forma precisa, sin historia, sin proyecto, ni acontecimiento alguno. Excepto el de la sensación de que éste, que quizás nunca ocurrió, había sucedido ya antes.
( Carlos Cánovas. Budapest)
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[1] J. M. Caballero Bonald/ Navia Un Madrid literario ed. Lunwerg, Barcelona. 2009.
[1] J. M. Caballero Bonald/ Navia Un Madrid literario ed. Lunwerg, Barcelona. 2009.
[ 2] Pio Baroja Las noches del Buen Retiro ed. Caro Raggio, Madrid, 1997.
[ 3] Jean Baudrillard América ed. Anagrama, 1988.
[ 4 ] Pio Baroja Vitrina pintoresca ( 1935) eds. 98, Madrid, 2010.
[ 5] Camilo José Cela La colmena (1ª edición) Buenos Aires, Emecé, 1951.
[ 6 ] Luis Martín Santos Tiempo de silencio Ed. Seix Barral, 1962
[7] cit.. en Francisco Javier Lázaro Sebastian "Fotografía española de los sesenta" en Artigrama nº 35, 2020.
[ 8] cit. en exp. Fotos & libros España 1905-1977 ( ed. de Horacio Fernández) MNCARS, Madrid, 2014-2015.
[9] Cit. en "La fotografía en España" Summa Artis, vol. XLVII Espasa Calpe, Madrid, 2001.
[ 10] en cat. Fotografía documental en España CARS, Madrid.
[ 11 ] Juan Benet Una tumba ( fots. de Colita) ed. Lumen, Barcelona, 1971.
[ 11 ] Juan Benet Una tumba ( fots. de Colita) ed. Lumen, Barcelona, 1971.
[ 12] Exp. Carlos Cánovas En el Tiempo Museo ICO, Madrid, 2018.
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