En su discurso de recepción del Premio Nobel en 1968, Yasunari Kawabata había elegido como introducción unos versos del monje Myoe, del siglo XIII:
Luna de invierno, que vienes de las nubes
a hacerme compañía:
el viento es penetrante, la nieve, fría.
En algún momento de su discurso- publicado como "Japan, the Beatiful and Myself "- hacía referencia asimismo al poeta Ryokan, el célebre calígrafo zen que habitó veinte años en una ermita en las montañas de Echigo, a principios del siglo XIX:
"Ryokan murió a los setenta y cuatro años. Había nacido en la prefectura de Echigo (...) escenario de mi novela País de nieve en la región septentrional (...) donde los vientos helados bajan de la Siberia a través del mar del Japón".
Un relato anterior del novelista japonés, "Primera nieve en el monte Fuji", se iniciaba con una mención a la nieve, entrevista entre la bruma que envuelve la montaña:
"- Ya hay nieve en el monte Fuji (...)
El Fuji estaba envuelto en nubes. La nieve de la cumbre tenía en el cielo encapotado un color semejante al de una nube blanca".
En la novela la nieve, distante e inmóvil, había aparecido como una referencia, intuíamos, a lo permanente: un silencio cargado de sentido frente a la caducidad de los días, la fugacidad de los personajes y sus sentimientos, que se estaban desvaneciendo continuamente.
Nada de esta permanencia ocurre, al final, en la historia amorosa que el relato cuenta. La referencia a lo que permanece, con la nieve al fondo, no tendrá ningún papel en el viaje efímero de los dos personajes que el novelista describe. Al final de éste, el protagonista seguirá divisándola en el horizonte:
"Jiro siguió mirando la primera nieve del monte Fuji".
El escritor Kawabata había prologado en su primera edición de 1957 el libro del fotógrafo Hiroshi Hamaya, Ura Nihon. Al igual que en su primera novela, la obra de Hamaya tenía su escenario en la prefectura de Niigata, la "región de atrás" del Japón. Era curioso: el fotógrafo, que hasta entonces había trabajado en la capital, Tokyo, en sus memorias había escrito un pasaje en donde describía el cruce del túnel que le llevaba a la región del norte, en el que anotaba una sensación casi idéntica a la de Shimamura, el viajero de Tokyo, protagonista de la novela de Kawabata con el mismo título, "País de nieve".
En su descubrimiento de la "espalda del Japón" desde los suburbios de Tokyo, Hamaya había escrito:
“Desde la ciudad de Tokio se puede viajar a Ura Nihon en tren nocturno. Tan pronto como amanece la maravilla del siglo XX cambia por la maravilla del siglo XVIII. Se asombrará de que un pueblo que ya existía hace 200 años siga vivo. Si se aleja de las vías del tren un poco podrá ver la vida de la edad media. Y si camina más allá, es posible ver un estilo de vida que podríamos describir como primario. La diferencia de clima es una diferencia de eras”.
Inspirado, se dice, por la geisha Matsuei, a la que había conocido en algún momento previo, el novelista había recreado a su vez el personaje de Tomoko, la sensible y enigmática geisha de la región de nieve, habitante de un balneario en la montaña adonde su desdibujado protagonista urbano acude durante tres temporadas seguidas, sin que nunca acabe de definir sus razones.
“Al final del
largo túnel entre las dos regiones se entraba en el país de nieve. El fondo de
la noche era blanco. El tren se detuvo en un semáforo”. [1] Era un escenario
extremo y, de pronto, real, opuesto a la vida del protagonista.
Nada toma cuerpo en el relato, finalmente. Sus personajes se difuminan en una suerte de permanente indecisión, mientras la nieve sigue cayendo sobre el hotel, los caminos de la montaña. Cuando al final de la novela relate el regreso del viajero a la ciudad, escribirá:
“Y cuando el tren emprendió la marcha, por un brevísimo instante, un reflejo dio en la ventana de la sala de espera (…) había tenido el mismo brillo que el que se había reflejado en el corazón de la nieve cegadora, en el espejo, aquella misma mañana. De nuevo, para Shimamura, fue el color que anunciaba un adiós al mundo real.
El tren se encaramó por la ladera norte de la cordillera y se hundió en el largo túnel”.
[1] Yasunari Kawabata País de nieve Barcelona, Emecé editores, 2013
vid. también Hiroshi Hamaya Yukiguni Camera Mainichi, Tokyo, 1956.
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Muchos años
después el escritor bonaerense Matías Serra Bradford, fascinado con la imagen
de la nieve en la obra del fotógrafo Hamaya, emprendería un viaje un tanto
distraído al Japón, en el que el objeto de sus pesquisas parece evadirse continuamente ante sus ojos. Hiroshi Hamaya se había retirado a principios de
los 50 a vivir a la ciudad costera de Oiso, cercana a Tokyo, de donde ya apenas
saldría, entregado a la edición de las publicaciones de su obra anterior.
Al ensayista argentino, admirador de las imágenes de aquél, le comunicaron que ya no recibía visitas de nadie, por
lo que en un ejercicio de sustitución optó por intentar visitar al también fotógrafo Shoji Ueda:
"Vuelve a hablarme de los hermanos Hotaru, poco de Ueda. Cuenta que los Hotaru llamaban a las inmobiliarias y se hacían pasar por interesados para poder sacar fotos de casas y departamentos vacíos (...) Promete que la entrevista tendrá lugar".
El esquivo objeto de su búsqueda se va demorando y el encuentro no se realizará, finalmente, mientras el invierno prosigue.
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