domingo, 9 de marzo de 2025

Sobre Gedrosia y el remoto reino greco-bactriano

 

Cuando leemos las crónicas medievales una misteriosa región se extiende al este de las llanuras sirias. De ella, según el relato de Hugo de Jabala, habían surgido las tropas del Preste Juan en su intención de ayudar a los condados cristianos del Oriente Medio contra las huestes del sultanato. Pero, detenidos frente al río Éufrates, nunca habían podido cruzarlo y, tras varios años de espera, habían regresado a su  reino y nunca más volverían a acercarse desde su distante e inabarcable imperio.

La confusión y la incerteza rodea estos reinos, más allá de Babilonia la Desierta, a los que ningún mapa nombra. En la famosa Carta del Preste Juan al emperador de los romanos aparecían tierras fabulosas, desiertos inabarcables, montañas sin fin, rios que nadie cruzaba. Pero también, entre sus nombres laboriosos, se deslizaban a veces términos conocidos, ciudades que pertenecen a la Ruta de la Seda, oasis que algunos viajeros han alcanzado. Son todos nombres poéticos, legendarios: Samarcanda, Bujara o el valle de Fergana. Trebisonda, el monte Ararat o el paso Yang "más allá del cual no hay amigo", según la melancólica descripción que escribía el poeta Wang Wei en el siglo VIII.

(En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero.

En el mesón dos sauces verdes aún más verdes.

- Oye, amigo, bebamos otra copa.

Pasado el Paso Yang no hay "oye, amigo").


Son nombres, lugares fabulosos y remotos, de los que durante mucho tiempo la historia apenas da noticia. De la región de Bactriana, que en algún momento entra a formar parte del reino helenístico greco-bactriano, un diccionario histórico nos dice que sus límites eran:

Al este con la región de Gandhara - ya en la India; al oeste Drangiana e Hicarnia; al norte la Transoxiana, la Sogdiana "y la extensísima Escitia (Extra Imaus)"; al sur, la Aracosia.

Del norte, en un momento u otro, llegarían las tribus de los bárbaros, los pueblos nómadas que terminarían por invadir los reinos griegos, la región de los partos, el norte de la India, el oeste del Imperio Han... Son los yuezhi, los kushan, los tocarios; las tribus de los escitas en general.


O el reino de Gedrosia... Del inhóspito reino de Gedrosia había encontrado noticias en un raro ensayo de Julio Verne, "Historia de los grandes viajes y de los grandes viajeros" que figuraba al final de un enmohecido volumen, con los magníficos grabados de los ilustradores del siglo XIX, y que editaba la casa "Gaspar y Roig" de la calle del Príncipe en Madrid en 1875. Al final del volumen y de las conocidas novelas "Veinte mil leguas de viaje submarino, "Miguel Strogoff" o "Viaje al centro de la tierra", aparecía el no tan conocido ensayo sobre los primeros navegantes. En el que entre otros Verne recreaba el tortuoso viaje de regreso de la India de Nearcos, el almirante de la flota de Alejandro Magno, desde la desembocadura del Indo por la desértica costa de Gedrosia hasta el golfo Pérsico, donde debían alcanzar el cercano reino de Babilonia, que ya había sido conquistado por los macedonios.

Gedrosia, de enigmático nombre, más acá del Indo, era en realidad una región inhóspita y desértica. Diodoro, que escribe sobre ella, apunta a "una nación inhospitalaria y completamente fiera pues los que habitan allí dejan crecer sus uñas desde que nacen hasta llegar a viejos y permiten llevar el cabello desgreñado".

Rebuscando sobre el tortuoso viaje de regreso de los macedonios desde la India, vuelvo a abrir el clásico "Anábasis de Alejandro Magno" de Flavio Arriano (al que la edición en la Biblioteca de Gredos hace aún más clásico). En éste el historiador de Nicomedia relata el retorno de Alejandro desde el río Indo, cuando sus tropas se niegan a seguir avanzando más allá. Gedrosia, a orillas del Índico es un reino que no pertenece propiamente a las satrapías hindúes. Y que está más allá de las ciudades de los persas. 

Todo es árido en él. Arriano afirmará - después de la larga marcha victoriosa del emperador macedonio, hasta los confines del mar - que "El tórrido sol y la falta de agua acabó con la mayor parte del ejército de Alejandro, y desde luego con las acémilas, que perecieron por hundirse en la arena, bajo un sol abrasador, y muchas de sed".

El almirante Nearco por su parte emprenderá con la flota un largo recorrido bordeando la costa "del Océano" hasta alcanzar el Golfo Pérsico, que en las descripciones se confunde fatigosamente con el Mar Eritreo - o Golfo de Adén, al extremo del Mar Rojo. Su periplo, que recoge Arriano en un libro posterior a la Anábasis, titulado sencillamente "India", comprende también bajíos traicioneros, rompientes ocultas, costas sin agua, poblaciones miserables que no alcanzan a conocer, islas desiertas. 

"Se hicieron luego desde allí a la mar y recalaron en Sacalas, un paraje desértico". De las penalidades de la flota hablarán otros autores, entre ellos el propio Nearco, refiriéndose al "país de los ictiófagos": los pueblos que sólo comen pescado por carecer de cualquier otra cosa - y los corderos, que en algún momento les entregan, saben también a harina de pescado, único alimento con que los criaban. Julio Verne recogerá también la intención posterior - que anotan otros historiadores- por parte del general Nearco de explorar el Mar Eritreo hasta llegar a Heliópolis, allá en el Bajo Nilo. Pero ni él ni ninguno de los navegantes posteriores, pertenecientes ya al reino de los Ptolomeos, conseguirán su propósito, abrasados por el calor sofocante y la falta de agua, que les impide rodear la península de Arabia, llamada ya así en los inciertos mapas de la época.

Los reinos helenísticos se extendían hasta muy lejos, tras la sorprendente campaña de Alejandro Magno y sus compañeros. Frente a la confusión de los nombres, los pasos de montaña y las ciudades remotas, abro para aclararlo un poco un breve tratado sobre el helenismo, la "Historia del helenismo" de Heinz Heinen, que traduce del alemán Alianza Editorial en una colección de historia de bolsillo. En el pequeño manual se ordenan los reinos, los nombres de los reyes Diadocos, los distintos pueblos que el imperio abarca.

Pero en el libro permanece, a despecho de su claro esquema, la noción de una enorme distancia que surge de pronto, por ejemplo, en los mapas. El reino seléucida abarcaba desde las costas del Mediterráneo hasta los pasos de montaña del Pamir y las fronteras con el imperio murya, ya en territorio del Indo. Más allá de las ciudades persas y la triste derrota del rey Darío, la falange macedónica había tenido que atravesar por regiones aún más distantes, como la Carmiana, Bactriana, Aracosia o Parapamisos, entre desiertos y montañas formidables.

Estaban muy lejos, al oriente. Y en algún momento, que siempre nos ha intrigado, se dibuja un reino aún más oriental, que se separa del rey seléucida Antíoco II, y crea el reino greco-bactriano, entre los oasis fértiles del valle de Fergana y las cumbres mitológicas del Hindu-Kush.

Estaban aún más lejos que las ciudades de Babilonia, de los Montes Tauros, de Seleucia, la nueva capital de Antioco, de los reinos del Ponto. El idioma griego llegaba hasta allí. Una noticia en un artículo reciente nos habla de que: "En las excavaciones de Ai-Chanum del Oxo (Amudaria) en el norte de Afganistán aparece la ciudad griega de fines del siglo IV: un teatro, un gimnasio, numerosas inscripciones en griego (la profecía de Delos de los Siete Sabios)". Pero otra inscripción nos recuerda por otro lado el envío de embajadores del budismo al reino griego, por parte del emperador indio Asoka. Algunos sramanas se habrían establecido entre los bactrianos, indica la misma fuente.

En un artículo sobre el arte de la época encontramos imágenes de capiteles corintios, bajorrelieves jónicos, pórticos dóricos en los restos de las antiguas ciudades helenas, ya arrasadas en su mayoría. Pero también, en una formidable síntesis, los rasgos griegos de un Buda de las montañas, o la figura mediterránea de un Bodhisatva de piedra entre las ruinas del reino de Gandhara. (Clemente de Alejandría en sus Stromata hablaría de la "llegada de la filosofía a Grecia" después de los bárbaros. Con "los profetas de Egipto, y los caldeos entre los asirios,  los druidas entre los galos, y los sarmana - monjes budistas- entre los bactrianos".

Por el norte la permanente amenaza de los escitas, esos pueblos de la estepa a los que ningún mapa recoge. Y que terminarían siglos más tarde definitivamente con los reinos griegos del oriente, con el más tardío y misterioso imperio kushan, con los nómadas indoeuropeos.

Siglos más tarde algún raro viajero recorrería de nuevo las estepas orientales, esta vez con el propósito de establecer contacto con el khan de los mongoles. Sus nombres aparecen en el raro "La leyenda del Preste Juan" del portugués Oliveira Martins, libro editado en la Lisboa del año 1892, que me ha sido imposible encontrar. Pero que aparece editado en la red en una página del dominio academia.edu, donde sí he podido consultarlo. Accesible es sin embargo la reciente edición de "La carta del Preste Juan", un minucioso volumen de la Biblioteca medieval de Siruela, edición prolija y abundante en notas, que ha sido llevada a cabo por el filólogo Javier Martín Lalanda. En él se reiteran los nombres de los enviados a Oriente. Son los de Juan del Pian Carpini, Guillermo de Rubruk, Marco Polo, Odorico de Pordedone, Jean de Mandeville o Pero Tafur. Sus viajes, tortuosos y arriesgados, no alcanzarían - excepto en el caso del mercader veneciano- su objetivo de establecer una alianza diplomática con el khan. En algún caso ni siquiera llegan a acceder a la corte de aquél. En otro, como el del apenas citado peregrino Ascelino de Lombardía, su pista se pierde al regreso sin que ninguna noticia dé cuenta de él. Un artículo de Víctor Larra ("Alcanzar la Utopía: las búsqueda del Preste Juan en los reinos ibéricos") editado por los Cuadernos del CEM, nos dará alguna noticia de estos viajes tortuosos, hasta llegar a la corte del khan mongol. También de la llegada de cinco embajadores etíopes - donde en adelante comenzará a localizarse el remoto reino del Preste Juan- a la corte de Alfonso el Magnánimo, que no podrán culminar a su vez su peregrinación a Santiago debido a las guerras del rey aragonés con Castilla.

Del viaje de Guillermo de Rubruk en 1253, se nos dice que éste partió de Crimea para cruzar regiones como la Tauride, Tartaria, la Horda de Oro, la región de Tarbagatai, el Karakorum. Y, ya de regreso, Caucasia, Tabriz, la Pequeña Armenia o la isla de Chipre.



La isla, junto con otras cercanas o legendarias, aparecía en el volumen que la Revista de Occidente había editado sobre el tema de los "islarios" o repertorios de islas en noviembre de 2009, y que yo había encontrado entre unas estanterías rebuscando acerca de un volumen sobre relatos insulares que nunca llegué a encontrar. Todavía se editaban monografías en prensa sobre éste u otros temas. Entre los artículos de la revista figuraba un lacónico pero esclarecedor breve de Umberto Eco sobre los citados islarios. Y el más extenso de Tarsicio Lanconi sobre el conocido Isolario de Benedetto Bordone de 1534. El cual se había editado bajo el universal título de "Libro de Benedetto Bordone en el que se da razón de todas las islas del mundo con sus nombres antiguos y modernos, historias, fábulas, y modos de vida y en qué parte del mundo están, y en qué paralelo o clima se encuentran". En algún lugar del volumen aparecía por su parte la antigua discusión sobre el Mar Caspio, que los viajeros a oriente cruzaban, y que en las antiguas geografías se suponía como una estribación del oceáno - sin más precisiones- en lugar del mar interior en que más tarde se convirtió en los relatos de sus ciudades.



Otros lugares figurarán, ya casi en nuestros días, como el último paraje de lo remoto en el viaje a oriente. En el libro de Juan Nadal Cañellas, "Las iglesias apostólicas de Oriente", que leo buscando noticias sobre las liturgias orientales, encuentro en un párrafo tardío la noticia de la subsistencia, después de interminables persecuciones y exilios, de la antaño extendida iglesia jacobita asiria en un remoto rincón de las montañas de Hakkada, cercanas a la frontera persa. ("La iglesia ortodoxa siríaca incluía 20 sedes metropolitanas y 103 diócesis, extendidas desde Siria hasta Afganistán, así como comunidades sin obispos en el Turquestán y en la hoy provincia de Xinjiang", apuntaba un artículo histórico sobre la misma). Los últimos cristianos asirios se habrían refugiado en algún momento en las remotas e inhóspitas montañas de la región, al norte de Mosul, donde llevarían una soñolienta y pobre supervivencia. Hasta el genocidio generalizado del país por los turcos en 1915, que sufren también armenios, ortodoxos griegos y georgianos, hasta desaparecer de la región.

Una noticia última en el breve artículo nos informa de que: "Qodshanes - sede del último patriarca jacobita- se  encuentra ubicada, actualmente casi totalmente en ruinas, en el sureste del macizo montañoso de los montes Hakkari (...) Desde 1915 ha sido casi totalmente demolida y despoblada por los turcos, quedando unas pocas ruinas, habiendo algunos pocos edificios ser reconstruidos por los fieles cristianos nestorianos". En la fascinación de los nombres del viaje, surgen esta vez los nombres de la ruina. 



Sobre Gedrosia y el remoto reino greco-bactriano

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