viernes, 3 de febrero de 2012

Valverde de Lucerna



Tierras de Sanabria, al norte de Zamora.

En ellas,  dos cosas me han impresionado siempre. De un lado la sensación de lo negro. La piedra de los campos, los tejados de pizarra, los muros en los huertos... Pero también esa extensión de un campo quebrado, yermo, de robles y castaños sin hojas, donde a veces sólo el brezo pone una nota de color - en la época que lo pone - en su extensión desolada.

De otro, la noción de lo apartado. Ésta , comarca fronteriza entre las tierras altas de León, Portugal y Galicia, es una zona donde en realidad no se iba a ninguna parte. El paso a la húmeda Galicia se hallaba más al Norte. La ruta de la Plata - la que bajaba desde las primitivas minas leonesas al campo de Extremadura, al remoto puerto de Huelva más tarde, - cruza lejos, allá por Benavente o Zamora. Hacia Portugal está la sierra. Es una sierra - la sierra de la Culebra - abrupta y oscura. Nadie pasa por ella.

Cuando yo era chico, e íbamos a veces a Alcañices, en la frontera de la Tierra de Aliste, nos contaban que allí estaban los lobos.  Y efectivamente, en los fríos, bajaban a los pueblos y se oían por las noches. Aún debe de seguir habiéndolos. En el invierno siempre había nieve en las cumbres.

Estos días consultamos una publicación sobre algunos trabajos de restauración que se han efectuado en el castillo de la Puebla de Sanabria, de los Pimentel, antiguos duques de Benavente. También en el cercano monasterio de San Martín de Castañeda , esa joya románica tardía, fundación cisterciense relacionada con los monjes de Carracedo, el también cercano monasterio de la reforma del Císter, ya en el Bierzo.

Leyendo los informes sobre la restauración me entero de que al parecer la primitiva fundación de Castañeda fue efectuada por monjes mozárabes de san Cebrián de Mazote, la iglesia prerrománica de tierras más al al sur, en Valladolid, que subirían en su momento hacia estas sierras oscuras, seguramente en busca de una mayor seguridad, en épocas inciertas. Como todas.

Aún recuerdo la emoción de la arquitectura de san Cebrián, la noción de un rito, el mozárabe, más cercano al velo y al misterio de lo que luego la imposición del rito romano , por parte del abad de Cluny y el rey Alfonso VI, iban a clausurar en la iglesia y la liturgia española, ya definitivamente.

Entonces recordamos la leyenda de Valverde de Lucerna, sobre el lago oscuro, en Sanabria.

Cuenta la versión tradicional que una noche fría y de tormenta arribó un peregrino a la aldea de Valverde, en lo que hoy es el lago. Llamó a las casas buscando acogida, pero nadie se la ofreció. Entonces abandonó el pueblo, en medio de la ventisca y de la nieve. Si no es en un horno, en el extremo de las casas, en donde unas mujeres que de noche horneaban la harina le ofrecieron pan y refugio. Allí el peregrino les anunció que a la mañana siguiente abandonaran el lugar, lo que ellas, temerosas, cumplieron.

Al día siguiente, la aldea fue anegada por una bíblica tormenta, que ocupó el lugar de lo que antes era el pueblo y desde entonces, y hasta hoy,  es el Lago de Sanabria. No quedando más que el recuerdo del antiguo, y maldito, Valverde de Lucerna.

Aymeric Picaud había recogido la leyenda en su célebre Liber Sancti Iacobi en 1109, entre otros. La recoge también, como es sabido, siglos más tarde Unamuno en su conocido San Manuel Bueno, mártir.

Cuenta la leyenda también que, desde entonces, en la mañana de San Juan, se escucha, desde el fondo del lago, el remoto tañir de unas campanas, de la sepultada ermita de Valverde.

La leyenda siempre hace mención a un otro lado. Del fondo del lago, del extremo del mar, de las islas solitarias, de los sótanos en penumbra o de las cuevas inciertas. En donde - según tradición también extendida en Sanabria - se hallan todos los tesoros. " Del tiempo de los moros", según nos comunicara, acertadamente, una alistana en Mahíde en cierta ocasión.   

El acceso al otro lado, el tañir de la campana por otra parte, se produce sólo en un determinado momento. Que no puede ser otro que el día de San Juan. Aquel en donde todo prodigio tiene al fin ocasión.

Como en el célebre romance

Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el Conde Olinos
la mañana de San Juan ...




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