martes, 3 de enero de 2012

Tosei en Lugano






Cuentan los que vieron las últimas jornadas del poeta Ishida Tosei en Lugano que éstas siguieron el ritual de casi todos los días.

Por la mañana acostumbraba a pasear por la orilla del lago hasta llegar al Hotel de Como, en donde tomaba un café y leía la prensa, que le llegaba desde Italia. Sentado en la terraza que se abre sobre la riva, esa última jornada estuvo conversando un cierto tiempo con el doctor Francesc Orthez, también habitual del lugar al parecer. Hablaron largo rato y, según dicen, discutieron a propósito de alguna petición del doctor que los testigos no lograron entender.

Monsieur Orthez, según cuentan otros informantes, antiguo galerista y coleccionista de arte, se encontraba en esos momentos completamente arruinado. Había dirigido, entre otras, una conocida galería en Ginebra, cuyas inauguraciones aún se recuerdan en la ciudad. Desaparecido en algún lugar del Mediterráneo durante los últimos años, había regresado a Lugano hacía poco tiempo intentando vender a los escasos coleccionistas y viajeros del lugar ciertos cuadros de su propiedad, con escaso resultado. No se sabe dónde vivía, aunque algunos aseguraban haberle visto en las inmediaciones del Refugée, un albergue para transeúntes situado en la trasera del mercado de la ciudad.

Al poeta Tosei, antiguo conocido de la época de Ginebra, y con fama de coleccionista de obras de arte, exquisitas según se decía, le propuso no se sabe qué compra u operación, que el poeta rechazó todas las veces. Luego, Ishida abandonó el hotel, donde quedó el antiguo galerista bebiendo y murmurando a solas. Alguien comentó que se había marchado más tarde sin pagar las consumiciones.

Tosei se dirigió a continuación a la conocida librería Blasques, en la trasera del Hotel Bellevue.

El poeta estaba, según hemos sabido después, también arruinado. En Blasques, librería de lance de donde durante muchos años había sido cliente habitual, le habló al dueño, el francés Claude Levi, de la posible venta de un raro manuscrito japonés del siglo XVIII que aún conservaba en su poder, por herencia familiar probablemente .

Era comentado en la ciudad que Tosei poseía algunas primeras ediciones de Takuboku, junto con una serie de litografías de Hokusai. No se sabe qué le ofreció exactamente al anticuario judío. Pero Levi le informó de que era realmente un mal momento para colocar en el mercado los originales, porque hacía tiempo que nadie compraba edición antigua de ninguna clase.

Cuando Tosei le informó de que estaba dispuesto a rebajar el precio hasta la cantidad de 3000 francos suizos, Levi sonrió un instante y le dijo que ni por la mitad estaría nadie interesado en adquirirlos. "Hace diez años hubieran costado el triple", comentó Ishida, tristemente.

A continuación, según parece, Tosei marchó a la galería Comunale. Proponía allí la venta de algunas ediciones raras de grabados, del americano Twombly o del japonés Nagasawa, que aún conservaba. En la galería le recibieron amablemente y le invitaron a un té - lo que el poeta agradeció, en la mañana nublada, a orillas del lago - pero le dijeron que de ninguna manera estaban en situación de comprar algo, sino más bien de intentar vender los numerosos fondos gráficos que en la década anterior habían adquirido, y que no había manera de saldar en los últimos años .

No se sabe dónde marchó a continuación el poeta Tosei. Solía acudir a mediodía a la trattoria de Enzo Scalfa, en la rue des Italiens, con quien tenía una cierta amistad. Pero en el restaurante comentaron que hacía varias semanas que no le habían visto.

Según hemos sabido después, días antes aquél había recibido la noticia de la incautación final por parte del Gobierno Imperial de las propiedades de su familia, en la isla de Shikoku. Eran las últimas posesiones de los Tosei, antigua familia de samurais  y después de un larguísimo pleito el Concejo de las Islas finalmente había adquirido la plena propiedad, sin otorgar ninguna indemnización a cambio. Aún se debían las costas del proceso.

Hacía muchos años que el poeta había abandonado su país.

Después de recibir la noticia de la pérdida de las últimas propiedades familiares Tosei recordó vagamente las estancias veraniegas en Shikoku, el palacio en la colina y una familia que incluía abuelos, primos, tíos, cuñados y sirvientes de generaciones anteriores. Él, había abandonado las islas al terminar sus estudios y nunca había regresado al Japón. Pero no por eso dejó de evocar con cierta nostalgia un escenario que en cierto modo siempre había permanecido en su memoria.

Ahora ya no existía, y con ello - y unos pisos, y unas fincas, que igualmente habían perdido en Osaka - las rentas postreras que aún percibían. Bien es cierto que hacía años que habían comenzado a esfumarse, entre pleitos y ventas apresuradas.

Parece ser que ese mismo día mantuvo una conversación con su antigua mujer, Louise Senzsei , escultora y videoartista, residente a la sazón en Beziers, quien le pidió permiso para vender unas esculturas que había solicitado el Museo de Montpellier sobre las que aquél aún poseía ciertos derechos. Él recordaba la génesis de aquellas piezas sobre versos suyos, durante una estancia en la sierra de Gredos. Habían trabajado todo el verano, con textos en papel de arroz y fotografías sobre vidrio, en una serie, minúscula y delicada, que en rigor era obra de los dos. Tosei accedió sin ningún reparo a la venta, renunciando a cualquier derecho que todavía pudiera corresponderle.

No hablaron de nada más, manifestó la escultora más tarde. Le había solicitado ese día un artículo para el catálogo de la exposición en el Centre du Art Contemporaine de Bordeaux, a lo que aquél había accedido. Nunca había recibido el texto, comentó la artista.

Esa misma tarde Tosei estuvo en la plaza de Via San Gottardo donde se instalan los bouquinistes de Lugano, un remedo de los de la ribera del Sena en la pequeña ciudad. En algún puesto de la plaza saldó tres o cuatro ejemplares de primeras ediciones de Marcelin Pleynet, Barthes o Raymond Roussel, a un precio irrisorio, según ha confesado luego el propio librero.

Aunque el anticuario no quiso decir nada sobre ello, parece que en la venta, ciertamente leonina, se incluían las raras ediciones de los poemas del propio Toshei, ilustradas por el pintor Mitsuo Miura, rarezas bibliográficas que a las pocas semanas han aparecido, firmadas, en la subasta anual de Ginebra.

Después, estuvo algún tiempo en su apartamento de la Riva Vincenzo Vela, donde solía escribir y enviar mensajes por la tarde. La patrona, Sofia Clemarego, informó de que ese día le había extrañado ver la casa iluminada sólo con velas. Pero como se trataba de un poeta japonés pensó que se debería a alguna extravagancia propia de la lírica oriental.

Sus conocidos piensan más bien que probablemente hacía algún tiempo que le habían cortado la luz. Y seguramente también la conexión a Internet, porque durante los últimos días nadie había recibido ningún mensaje de Ishida. Ni siquiera su editora, la señora De Giuseppe, con la que normalmente se comunicaba a diario  (Poco después la editorial De Giuseppe ha sido cerrada también. Pero ésta es otra historia).

Por la noche asistió a la tertulia habitual de la taberna Bottegone, en el centro de Lugano. Allí se reunía a ciertas horas un grupo habitual y heterogéneo de la ciudad. Entre ellos, el galerista Rivera o el crítico Georges Lambert, antiguos directores de la revista Ricci y asiduos contertulios, que poseían entre otras la rara virtud de que siempre les invitaran a las copas. También estaba Janice Fontenay, pintora y antigua novia de Tosei, a quien éste seguía pagando invariablemente las consumiciones - numerosas, según otras fuentes.

En un determinado momento, cuando Tosei quiso hacerse cargo de la cuenta de Janice - y de la de George, que se había agregado - descubrió que no llevaba ningún dinero encima. El dueño de la taberna, Fabrizio, no le dio ninguna importancia y le dijo que se lo apuntaría para otro día. Tosei, que nunca había dejado nada a deber, dijo algo incongruente acerca de que no era necesario y no se sabe qué más sobre su antigua familia en Shikoku. De repente hablaba de vagas tradiciones y de un confuso relato sobre una expedición militar al Mar de la China. No le entendieron muy bien, pero alguien comentó que era la primera vez que le oían referirse a su país, y más a su familia.

A continuación se marchó de la taberna. Ha sido la última vez que se le ha visto en ningún lugar, perdiéndose su rastro después de esa noche.




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