viernes, 28 de junio de 2019

San Juan. Notas de lectura


Termina el mes de junio con la fiesta de san Juan. Era la noche en la que se abrían las puertas del otro lado - entre hogueras, verbenas y encierro de toros en los pueblos. Y una romería sobre el paisaje seco, de mieses ya recogidas, que subía hasta el santuario de la Peña de Francia, allá en lo alto de la sierra, a la espera de que algo suceda en estos días de nuevo.

En un anticuado manual sobre la arquitectura románica en Europa se nos advierte sobre la proliferación de relatos milagrosos que circularon en el siglo XII alrededor del camino de Santiago. La difusión de la noticia sobre el descubrimiento de la tumba del Apóstol se desarrolla, como todo el mundo sabe, a partir del siglo XI, coincidiendo con la extensión del estilo románico por la Península.

De todo el prolijo manual - El Románico publicado en 2004 por Rolf Toman en la editorial Köneman de Colonia - recordar las noticias sobre la función del milagro. Aquél que acecha en el fondo y sustenta toda la peregrinación, y todos los rigores, de los caminos europeos. Y aguarda también oculto en la vida cotidiana, inmersa ésta en el peso abrumador de la Necesidad, a la espera siempre de un milagro que deshaga la triste sucesión.

Los milagros eran más comunes en otras épocas. "En los tiempos pasados nosotros nos dábamos totalmente a la mitología y veíamos dioses por todas partes", nos recordaba el W.B. Yeats de las Mitologías celtas clásicas. (Editadas en una primera versión española en la editorial Felmar, en 1977. Y, más recientemente, en la traducción de Javier Marías para la editorial Acantilado en 2012). En donde por cierto el poeta recordaba también que: "Los gatos antes eran serpientes y se cambiaron en gatos en una época en que hubo grandes transformaciones en el mundo. Por esta razón son tan difíciles de matar, por lo que es peligroso meterse con ellos". El irlandés había añorado la época - en la isla, desde luego - en que los gatos hablaban una lengua común que aún se podía comprender. Al menos por los habitantes del condado de Sligo. decía.




A Irlanda y sus mitos se alude en una clásica también Historia del Grial de Joseph Campbell, publicada recientemente por las Ediciones Atalanta de Jacobo Siruela. En la que el autor traza una teoría en cierto modo novedosa en relación con la narrativa del llamado ciclo bretón - o ciclo artúrico.

Las teorías más comunes hablaban sobre la pervivencia en la materia de Bretaña de una mitología europea - céltica - a través de relatos aproximadamente históricos, como la Historia Regum Britanniae de Godofredo de Monmouth. O en el Gododdin, el poema elegíaco a los héroes de un reino legendario, donde se recoge la noticia de un oscuro caudillo britano, Artus, en lucha contra los invasores sajones en el siglo VI. En las tesis del mitólogo Joseph Campbell se mantienen las teorías sobre el sustrato celta de muchos de los lugares del ciclo bretón. (Aquel que fuera configurado definitivamente por el Perceval o el Cuento del Grial de Chretien de Troyes en el siglo XII. O, en la opinión de Campbell, por el más decisivo aún Parzival de Wolfram von Eschenbach, al que sitúa a una altura superior a la obra de un Dante tardomedieval incluso).

El autor de la Historia del Grial sin embargo alude a la influencia de mitologías más remotas, - como serían la islámica, las leyendas de origen persa, alguna alegoría clásica o incluso la cosmogonía de los dioses de la India-, en los obsesivos relatos de la Materia de Bretaña. Los del Rey Tullido, el Paso Peligroso, la Tierra Baldía, el amor fatal de Tristán e Isolda... O desde luego la isla a la que se dirigen los muertos, Avalon, relacionada con el Jardín de las Hespérides por una parte; con el prodigioso relato de las peregrinaciones del monje San Brandan por otro; con las islas al Poniente de la tradición irlandesa, finalmente.

No se trata de un ensayo erudito, ciertamente. Sino más bien de una recopilación de los lugares mágicos de la tradición sobre la búsqueda del Grial, en torno a la que el autor elabora más tarde sus teorías acerca del traslado de las mitologías más distantes - pertenecientes todas a la llamada literatura indo-europea - a través de los momentos y lugares más remotos.




De la famosa navegación de San Brandán, por ejemplo, al autor le interesará, fundamentalmente, - además de una descripción de los principales lugares del periplo legendario del santo- , una teoría sobre la concepción del Paraíso como un lugar y un escenario intemporales. "El reino del Padre se extiende sobre la Tierra y los hombres no lo ven", comentará, citando la frase del apócrifo Evangelio de Tomás.

Tendremos que buscar entonces en otra parte las referencias eruditas sobre la vida del santo, Brandan de Clonflert, abad del monasterio de Clonfert en Galway. Así en la Navegación de San Brandán, de Fremiot Hernández, editada en Akal en 2006. En donde se reiteran las noticias que en la obra de Campbell ya habían aparecido. Como la descripción de la Isla de las Rocas y el banquete mágico; la Tierra de las Ovejas - que algunos sitúan, vagamente en las Shetland -; la famosa Isla-Ballena - o Isla de San Brandán por excelencia; el Paraíso de las Aves - que de nuevo Campbell relaciona con el Árbol Cósmico- ; la Isla del Silencio... O la indefinida Tierra de Promisión - como Jardín de las Hespérides, o la céltica isla de Ávalon-, adonde como todo el mundo sabe, mora el rey Arturo. Tras la cual el santo regresa a la verde Irlanda, donde le aguarda la muerte.

Noticias sobre la célebre Navigatio sancti Brandani se encontraban desde luego en el volumen de editorial Lumen de la Historia de las tierras y los lugares legendarios de Umberto Eco de 2013. En una edición profusamente ilustrada, en donde la enumeración de los infinitos lugares imaginarios abarcaba "de la cabaña de los siete enanitos a las islas visitadas por Gulliver, del templo de los Thugs de Salgari al piso de Sherlock Holmes". Pasando luego por reinos como el del Preste Juan, el Dorado, la Última Thule, Hiperbórea o el Paraíso terrenal.




Del ciclo artúrico recordar la clásica La mort d´Arthur del un tanto enigmático sir Thomas Malory - editada igualmente en ediciones Siruela en dos volúmenes en 1999. De la que se desprendía el aire de melancolía del final de un ciclo y una época, en la que la nave con las velas blancas recoge el cuerpo del rey Arturo para llevarlo a la cercana y distante isla de Ávalon, donde aguarda un regreso que se demora indefinidamente, también.




Pero también otros títulos, con algo de edición heroica, que pudimos leer en su momento - y que están perdidos en algún lugar de qué estantería - como la edición de Carlos Alvar para la Editora Nacional de la Demanda del santo Graal de 1982. La traducción de Editorial Sudamericana de Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, la versión por decirlo así modernizada del ciclo bretón de John Steinbeck. Un impagable volumen sobre The Mistery of King Arthur de Elizabeth Jenkins publicado en Nueva York en 1975, con copiosas ilustraciones que van desde el irlandés Libro de Kells del año 800 a las visiones del prerrafaelismo decimonónico de la corte de Camelot- el cual nos regaló en su momento una amiga de Washington a quien los dioses acompañan desde ese momento. O las ediciones del Chretien de Troyes del Caballero de la Carreta, Perceval, El caballero del león  o del Cuento del Grial de Alianza Editorial antiguas, - antes de que fueran reeditadas la mayoría en la colección medieval de Siruela - que en su momento pudimos leer una detrás de otra. Siruela había publicado en 2005 las Figuras del destino de Victoria Cirlot, un excelente ensayo sobre los mitos de la Europa del gótico de la medievalista catalana que quise volver a consultar. Precisamente por sus comentarios a las enigmáticas figuras de Lanzarote del Lago, Tristán, el señalado Perceval o el Rey Tullido y su oscuro simbolismo.

Con el asombro mágico del que se interna en el bosque oscuro sabiendo que en algún lugar aparecerán la sorpresa y la aventura. Que por fin dibujan un relato alegórico y dan un sentido a la vacuidad de los días anteriores, sucedidos en una niebla sin referencias, lejos de Irlanda, y en donde las cosas aún no tenían nombre.


                                                         

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