domingo, 22 de enero de 2012

Sobre amor cortés

EL AMOR, EL FANTASMA.

En un determinado pasaje de su "Vita Nuova", Dante quien, enamorado sin remedio de Beatriz, no puede sin embargo soportar su presencia inmediata, es preguntado por unas damas por la razón de tan extraño amor.

"- ¿Con qué fin amas a esta dama, que no puedes soportar su presencia? Dínoslo, porque el fin de tal amor debe de ser ciertamente muy singular.

- (...) Amor - contesta el poeta - ha puesto mi felicidad en lo que no me puede faltar".

Las damas, en este raro diálogo, insisten de nuevo en que les diga cuál es el nombre de tan singular felicidad.

" Y yo - prosigue el texto - (...) hablé de este modo: " En las palabras que alaban a mi dama".




Extraño amor, cuyo lugar no va a ser nunca el de la presencia del objeto del mismo - de hecho, éste, la memorable Beatriz, le produce a Dante un malestar incurable. Tanto que, preguntado por un amigo por la razón de su transfiguración tras un último encuentro, aquél le responderá, fatalmente: "Yo tenía mis pies en esa parte de la vida más allá de la cual ya no se puede ir con intención de volver".

¿Qué raro paraje es éste, "al cual ya no se puede ir con intención de volver"? ¿Es el mismo que, como figura fatal le hará decir a Petrarca - entre otros - : "Mensajeros de muerte siento cuando / los ojos veo, y fulgurar de lejos?".

Más: ¿Cuál es el inconcebible acontecimiento que precisamente la presencia de la amada ha producido? Aquél, insoportable, impensable siquiera , que provocará la definitiva renuncia del poeta. No al amor, al que dedicará el resto de su vida - y de su obra - sino al encuentro con la amada. (Encuentro que, advirtámoslo, nunca a lo largo de la obra se ha llegado apenas a producir.) ¿Será lo inconcebible, aquello que conduce a la muerte, precisamente la cercanía del objeto del amor, de la amada finalmente?... Pero con ello tendríamos que introducirnos en la extrañas tradiciones amorosas que, difundidas en Europa a partir del siglo XII, recibieran el nombre general de "amor cortés".

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Obra juvenil de Dante, como se sabe, la "Vita Nuova" constituye un a modo de autobiografía del poeta, centrada en la figura de Beatriz, motivo de la obra y fin de la misma, cuando Dante decida después de una última visión "no hablar más de mi bendita dama hasta que pudiese tratar de ella más dignamente". Actividad a la que, como es conocido, dedicará el resto de su obra.

Escrita bajo la forma de la alegoría, en la "Vita Nuova" la figura del amor, y de la amada con ello,
adoptan unas formas permanentemente evasivas, sustitutorias. Son, a nuestros ojos, las figuras de la
sustitución - y de la alegoría entre ellas - las que ocupan el lugar del objeto amoroso. Del texto, el cual, en última instancia, se ha revelado como el verdadero escenario de la obra ciertamente.

Pero también figuras de la sustitución del amor - frente a la muerte, al final. Frente a la presencia de la amada, desde el comienzo de la narración.


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El poeta, desde un inicial encuentro con Beatriz, conoce la fatalidad del mismo. (El espíritu de la vida le dice: "He aquí un dios más fuerte que yo, que viene a dominarme". El "espíritu animal" advierte: " Se ha mostrado vuestra felicidad". Y el "espíritu natural "gime : "Ay de mí, que en adelante seré entorpecido a menudo"). Mas, inmediatamente después de esta primera revelación acaecerán los sueños inquietantes, los signos de la distancia. Y el poeta se embarcará en una relación amorosa marcada siempre por aquella. Por una negación de la presencia que, sabemos posteriormente, no podría ser quebrantada sino a un grave, irremisible precio : el de la muerte, en última instancia.

Simulacros que se realizan por medio de otra dama, figura que asume
oficialmente el puesto de admiración que en realidad le estaba destinado a
Beatriz. Sueños de muerte; desdén por parte de ésta, que ha asumido el
simulacro como cierto; malestar del poeta; muerte del padre de Beatriz...
En un determinado momento, será la propia muerte de la amada la que
marque la irremisible, permanente ausencia. Y a partir de ella, el amor
encontrará, ya definitivamente, su lugar propio, aquél que, desde el
principio de la obra, ha venido perfilándose: el de la palabra. Ese raro
lugar de la ausencia, cuyo topos exacto es el texto.

Esto es, "las palabras que alaban a mi dama". Y a ellas, de manera
terminante se va a dedicar en adelante la vida y la obra del poeta .Cuya
intención declarada al término de la "Vita Nuova", no será ya otra sino la
de "si quiere Aquel por quien todas las cosas viven que mi vida dure
algunos años, espero decir de ella lo que nunca fue dicho de ninguna".
Y en la plena distancia ya, esto es, en la muerte de Beatriz , transcurrirá el final
 de esta obra juvenil de Dante, cuya intención autobiográfica, bajo forma alegórica ,
 ronda constantemente en torno al amor.

Y a su ausencia, añadimos .


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Extraño escándalo, podríamos pensar, éste de un amor fatal, absoluto - y memorable; no en vano los protagonistas son Dante y Beatriz - cuyo escenario no es nunca el de la presencia, sino el de la sustitución : el de la ausencia permanente de la amada. Pero incluso en algún caso, el del simulacro. Extraño escenario, cuyo lugar, al fin, no es otro que el del texto. Y éste, lo sabemos también, es el espacio no de la presencia, sino el de la demora.

A él nos vamos a referir .


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Superación del texto, ruptura de la representación, crítica de lo metafórico y de la sustitución, para esta concepción del amor - la de la modernidad -  éste es, simplemente, el espacio de la plena presencia. Sólo el deseo nos redime, según una tradición ciertamente romántica. Según la misma, sólo éste es capaz de hacernos superar la permanente otredad de las cosas: la nuestra propia. Y en su acontecimiento accedemos -creemos - por fin a la presencia. A la plena presencia, según una idea que, otro poeta, esta vez contemporáneo, ha sabido expresar.


 Octavio Paz, en unos conocidos versos nos recordaba cómo:

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro

Apoteosis de la presencia, por tanto. Tautología de ésta, según la cual "el vino es vino "
 y "el agua es agua". Apología de la presencia, asimismo, según la que "encarnan los deseos,
el pensamiento encarna "... Nada hay en ella de aquella definición de Ruysbroek, según la
cual la característica de la 'joi d'amour' en el amor cortés era el
"Esforzarse por aprehender continuamente lo inaprensible (...) Y el objeto
del deseo no puede ser abandonado ni aprehendido. Abandonarlo es algo
intolerable y conservarlo es imposible ". O, siguiendo con otra definición
tradicional  "No sabe de donnoi - amor cortés, vasallaje en término
provenzal - verdaderamente nada quien desea la entera posesión de su dama.
Deja de ser amor lo que se convierte en realidad ".




Qué extraña entonces para la concepción moderna aquella otra de
Dante, según la cual nunca se va a producir el encuentro con su dama.

Perpetuamente demorada, irremisiblemente , al final, con la muerte de Beatriz, su único lugar es, recordémoslo una vez más "las palabras que alaban a mi dama". Su único espacio posible: el texto, el lugar de la perpetua demora.

A esta rara resolución, a éste, para nosotros extraño lugar del deseo, nos referiremos a continuación. Su origen, el motivo que ha dado lugar a esta pesquisa era una extrañeza, un escándalo: el escándalo de la ausencia.

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Citaremos para ello otra literatura, aquella donde, según la tradición, se funda el moderno ciclo amoroso en la literatura occidental.

Será ésta la lírica provenzal, ese ciclo poético, de difusos contornos, que se expresa en la ' langue d'Oc'  en las cortes europeas en torno a los siglos XII y XIII. En ella, como es sabido, se desarrollará la idea del "Amor cortés". Amor cuyas características más conocidas son las de la figura de la Dama como mujer casada , a la que se dedica la devoción del enamorado. El desdén por parte de ésta; su permanente lejanía. La dedicación por parte del amante, sin esperanzas. La concepción del amor en el amante como mezcla de beatitud y dolor ( "El amor - nos cuenta Carlos Alvar - se convierte en algo obsesionante, que se alimenta con sus propios tormentos y esos mismos tormentos son los que le fortifican : estamos muy cerca de la contradicción"); la permanente atención, de nuevo, por parte del enamorado. Atención que, en la mayoría de los casos pasa por poseer unas características principalmente literarias.

Cuatro son los grados que, según un autor anónimo del siglo XII, acogen a los devotos del amor cortés:

fenhedor ; cuando el enamorado no se ha atrevido a expresarse.
Pregador ; si le ha expresado a la dama su amor.
Entendedor ; " la dama le acoge con buena cara, le hace caso y le ofrece sonrisas y diversas prendas"
Drutz; " si la dama lo acoge bajo sus mantas"




De ellas, sólo la última acoge lo que nosotros podríamos entender por una realización de la presencia. El ritual, la distancia, comprenden los demás grados - los más usuales, por otra parte.

Desarrollo de una teoría del amor entendida igualmente como ritual y contradicción , como ausencia y fatalidad. En ella, pero también en la lírica siciliana o en el 'Dolce Stil Nuovo', se crea la figura de la amada como ángel. Esto es, como mediación entre la figura que por los ojos entra al espíritu; pero también como acceso de éste al mundo incorpóreo: un mundo en el que la fantasía, el fantasma van a tener un lugar predominante, recogiendo una vieja teoría aristotélica .


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Guido Guinizelli (1235 -1276 aprox.) - precursor del ' Dolce Stil Nuovo', según la tradición - diviniza a su Dama, respondiendo a la requisitoria de Dios: " Parecía ángel /de Tu reino".  "Al veros, en el hablar y en el rostro / me parecéis angélica figura", exclama Cino da Pistoia (1270-1336), el poeta amigo de Dante. Y éste, en un fragmento de su citada "Vita Nuova" advierte cómo la gente comenta: " Ésta no es mujer, sino que es uno de los más bellos ángeles del cielo". (Ya en un soneto anterior, podía haber advertido que "miré y vi de un ángel la imagen").

Imágenes del ángel, mediación entre lo corpóreo y lo incorpóreo. Pero también teoría de la imagen interna, de la amada como imagen fantasmal.

En un soneto de Giacomo Lentini - padre de la escuela siciliana -  titulado ' Or come pote sí gran donna entrare 'el poeta se responde a sí mismo a la pregunta de cómo su amada "Tan grande" puede entrar en el poeta a través de la mirada. Mas es "no la persona, ma la sua figura"  la que así en el corazón penetra.


En otro soneto advertirá cómo "E lo cor, che di zó è concepitore / imagina, e li piace quel desio". O, en otra obra posterior, repetirá el ya citado Cino da Pistoia: " Han visto mis ojos tal hermosura / que la han pintado en su corazón".

 Mito extremo del amor como imagen - en los mitos de Narciso y Pigmalión- que encuentra su expresión en el "Roman de la Rose", el 'roman courtois' por excelencia: la extensa y en su momento archiconocida obra de Guillaume de Lorris y Jean du Meng, en la que el protagonista se enamora contemplando una imagen reflejada en la fuente de Narciso. Y en la que, tras múltiples peripecias eróticas, se encontrará de nuevo frente a una imagen, esta vez figura de una estatua,- evocación de la propia figura de Pigmalión - con la que simulará el acto amoroso.

Donde, en unos versos a menudo citados, será el propio Pigmalión el que cuente cómo

" Porque cuando yo quiero darme el placer
de abrazarla y de besarla,
encuentro a mi amiga rígida como
un leño y de tal manera helada
que, cuando la toco para besarla,
me hiela toda la boca"

Y Eros, en algún lugar es citado como Narciso, esto es, el joven "che tanto amò la sua ombra, che morí".

Fantasmas, sombras fatales...

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Teoría de la imagen, del ángel, de lo incorpóreo. Pero también de la fantasía como lugar principal del deseo, de la imagen interna como exacto referente del amor.(Y así el teólogo Jean de Gerson afirma cómo: "Es la fantasía la que engendra todo deseo ( Phantasia ea est, quae totum parit desiderium)". Y que es aquella que explica cómo "Lejos de tener cualquier cosa de irreal, el mundus imaginabilis posee su plena realidad entre el mundus sensibilis y el mundus intelligibilis y es así la condición de su comunicación, esto es del conocimiento".

Y en el que el deseo está compuesto, principalmente de "fantasía " - recogiendo la definición de Guido Cavalcanti, uno de los principales poetas 'stilnovistas' cuando canta "formando di desio nova
persona", en un poema que comenta Giorgio Agamben, al hablar de un "ángel" (...) una imaginación pura y separada del cuerpo, una sustancia separada que, con su deseo, mueve las esferas celestes". Esto es, recogiendo aquella concepción que la Edad Media adopta del clasicismo, y en la que "según una intuición ya operante en la psicología clásica, que será completamente desarrollada en la cultura medieval, fantasía y deseo están absolutamente unidos".

Una concepción tal podía contemplar, tranquilamente y con admiración, la leyenda del trovador Jaufré Rudel (...1125- 1148...) el cual estuvo permanentemente enamorado de la Condesa de Trípoli, sin conocerla jamás. Habiendo oído hablar de ella, le dedicará todos sus poemas y, prosigue la leyenda, emprenderá finalmente un largo viaje al otro lado del mar. El poeta, como era de esperar en esta narración legendaria - que fue largamente difundida en la época - muere entre los brazos de la condesa. A quien sin embargo, nunca llega a ver.

A esta concepción del amor, como teoría de la imagen, como teoría de la distancia, no podía evidentemente importarle la noción de la lejanía, de la ausencia . El deseo se alimenta de distancia, y el propio Jaufré, el afortunado - desventurado amante nos cuenta:

"Verdad dice quien me llama ávido
y deseoso de amor de lejos,
pues ningún otro gozo me place tanto
como la alegría del amor de lejos"



El "amor de lejos"; la figura del amor como relación fantasmática, la amada como "ángel"; la conexión entre Deseo y Fantasía; la concepción de la "imagen" como condición del deseo: es a una teoría del fantasma como verdadero objeto amoroso la que nombra esta literatura. Una teoría de la sustitución como verdadera - y melancólica - práctica amorosa . Según una concepción en la que es el juego de presencia - ausencia el auténtico lugar del deseo; no la plena presencia o su contrario, la ausencia, la falta.

Discurso de la metáfora, en él nos encontramos con la inquietante pregunta que, en estos términos de ausencia-presencia, o, mejor dicho, en la superación de la antinomia de los mismos, se podía preguntar un Ortega y Gasset. El cual, refiriéndose a una inédita teoría de la metáfora, podía reflexionar cómo:

"es verdaderamente extraña la existencia en el hombre de esta actividad mental que consiste en suplantar una cosa por otra no tanto por afán de llegar a ésta, como por el empeño de rehuir aquélla".

Con lo que, de seguir adelante, nos encontraríamos inmersos a nuestra vez, en una teoría de la melancolía, aquella "en la que el objeto no es apropiado ni perdido, sino ambas cosas al mismo tiempo". O, como teoría de la imagen, de la sustitución, del fetiche "puesto que el fetiche es, en su conjunto, el signo de algo y de su ausencia y debe a esta contradicción su propio estatuto fantasmático, en consecuencia el objeto de la tendencia melancólica es al mismo tiempo real e irreal, incorporado y perdido, afirmado y negado".

Pues sólo así, inmersos en una concepción, ciertamente melancólica, para la cual son los términos de presencia-ausencia los que son negados; en un territorio en el que es lo inaprensible la condición de la cercanía; en la que es sólo la metáfora, la sustitución, la que es susceptible de afirmar plenamente (y sólo la ausencia de la amada la marca del verdadero, del más fatal amor), podemos ahora retroceder y asistir al enigmático, al fatal lugar del que Dante hablaba como donde "Amor ha puesto mi felicidad".

Esto es, entre el melancólico deseo de abrazar lo que "sólo puede ser objeto de contemplación" y su fatal destino: al texto. El lugar, melancólico, del deseo, su única posible conciliación.



domingo, 15 de enero de 2012

El cazador negro. Eiztari-Beltza.


La tradición la recoge, entre otros, el escritor alavés Ladislao de Azcona, hacia 1879.

Relata este autor:

"Cuando en tempestuosa noche de invierno, recogida la familia junto al hogar, en tanto la lluvia se desprende a torrentes y el viento huracanado produce siniestros rumores, si una violenta racha llega con estrépito, y al pasar como un torbellino hace temblar el viejo caserío, las mujeres y los niños murmuran: !Abade chacurra¡

La tradición Abade chacurra (los perros del abad o cura) no es peculiar de una comarca sola del país, si bien modificado a veces el nombre y la fábula.

Un abad o sacerdote, grandemente aficionado a caza, se hallaba celebrando misa a la sazón que una liebre acierta a pasar inmediata a aquellos sitios. Los perros del abad, al sentirla, salen tras ella, dando grandes ladridos, y éste, dejando el Santo y Altísimo Sacrificio, abandona el templo y se apresura a seguir a sus perros (...)

Desde entonces y en castigo, quedó condenado a una incesante carrera en pos de sus perros, que atraviesan las selvas como un torbellino, dando grandes ladridos, sin alcanzar jamás la caza que persigue inútilmente...".

Relatos de un tiempo en que el mundo se hallaba aún encantado. La tradición, junto a un estudio de la misma, la recoge el etnólogo Julio Caro Baroja, en sus Algunos mitos españoles, que recopila textos y artículos en torno a 1941.

Pero el propio autor en el prólogo advierte: "La verdad es que se han realizado muy pocas averiguaciones folklóricas en tierras como Castilla la Vieja, Extremadura, etc., y en un plazo muy corto será ya tarde para hacerlas..." Para señalar a continuación: "Desde que apareció este libro se han perdido treinta años preciosos".


           - J. Caro Baroja    Algunos mitos españoles          Madrid, 1974.



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La leyenda, recogida en principio en las aldeas al pie del Udala, recoge la tradición del cazador errante, que encontramos en otros tantos lugares europeos. "Entre los bascos souletinos - se cita en otro lugar - es un rey llamado Salomon ...".  En el Goierri es Martin Txistu. En la segunda mitad del XVII otro autor habla del arcipreste de Leniz, el abate Martín. En Cataluña, "lo mal caçador". (Una leyenda, la del Comte Arnau , habla del "legendario noble del Ripollés quien por su maliciosa crueldad fue condenado a conducir los perros cazadores por toda la eternidad"). El historiador Juan Garmendia Larrañaga  en sus Mitos y leyendas de los vascos recoge la relación reciente de un pastor de Tolosa el cual relata cómo: "Estando en la choza o txabola con su abuelo (...) observaron a las ovejas en movimiento nervioso e inusual. Ante el cencerreo del rebaño los dos pastores se asomaron al exterior de la choza y escucharon nítidamente un silbido intermitente y el ladrido de dos perros; uno grave y otro agudo y fino, que se hacían cada vez más imperceptibles según se alejaba el cura errante en su deambular sin reposo".

Del abate Martín  advertía Caro Baroja: "Una mujer de Ataun, de la casa llamada Tellerietxe vio su sombra una noche de invierno a la luz de la luna, aunque comúnmente se cree que no se le puede ver directamente, según refiere Barandiarán".

"Le chasseur noir" en el departamento de la Cote d´Or, cerca del castillo de Entre-Deux-Monts. Cerca se halla "Monsieur de la Foret", el cual se le apareció a Enrique IV en 1598. Hellequin en Normandía. Manihennequin en Los Vosgos. En Alemania perdura otra versión, la del cazador maldito Helljäger ... ". Los árabes, nos recuerda J.E. Cirlot, identifican ese viento - el viento aullador -, el cazador y la muerte".

(En 1883 César Franck había estrenado el poema sinfónico "Le chasseur maudit", inspirado en la balada Der wilde Jäger del poeta alemán Gottfried August Burger. En ella se recogía la leyenda de un conde del Rhin que se atrevió a salir de caza un domingo por la mañana, quebrando el toque de las campanas, que le llamaban a oración, con el sonido de las trompas de caza. Años después, en 1903, W.B. Yeats recogería la leyenda de la cacería salvaje en su The Celtic Twilight - entre otras tradiciones irlandesas.)

Figuras del cazador errante, del viajero sin descanso... Cómo no recordar al arquetipo de los mismos, el judío Ahasverus.

miércoles, 11 de enero de 2012

El milagro demorado




El suceso lo cuenta Fray Juan de la Trinidad en su "Crónica de la provincia ...", editado en Sevilla en 1652.  Él, a su vez, afirma haberlo copiado textualmente del licenciado Jacinto Arias de Quintadueñas, quien lo habría relatado en sus Antigüedades y Santos de Alcántara, de 1661.

Conocida es la tradición del Toro de San Marcos, celebrada , entre otros lugares, en el municipio de Brozas, en Cáceres, de la comarca de Alcántara cercana a la raya.

En este lugar, siguiendo el ritual, y llegándose la festividad del santo evangelista, los mayordomos de la Cofradía se acercaban con unas varas bendecidas a la dehesa boyal inmediata, de donde escogían el toro más destacado - por edad, trapío o fiereza - para que participara en las celebraciones de San Marcos.

En los ritos del santo, en Brozas como en otros parajes celtibéricos , un toro asiste a la misa y a las procesiones de la festividad, acompañando sumiso y apaciguado todos los rituales en la iglesia y las calles. Terminados éstos el astado regresa al monte - y a su fiereza natural, según cuentan las crónicas.

Pues bien, tal como recoge el citado Fray Juan del cronista Quintadueñas, sucedió que "en una ocasión  que se había intentado prohibir el Toro de San Marcos por un juez eclesiástico en la misma villa de Brozas, y estando por dicho motivo sus moradores con grande pena por haber tenido que cumplir con dicha orden los mayordomos y cofrades, y reunidos en la ermita, vieron sin que nadie lo hubiese traído entró el toro en ella y permaneció amansado mientras se cantó al evangelista, y lo mismo sucedió al día siguiente pues anduvo presente en la misa y en la procesión tras la imagen del santo en la forma que otras veces, sin que nadie se atreviese a decirle una palabra, y menos a tocarlo y adornarlo".

Terminada la celebración, y sin que ninguno interviniera, el toro regresó de nuevo a la dehesa. De la información que se remitió al Tribunal del Nuncio, se deduce que en lo sucesivo la prohibición fue levantada, pudiendo celebrar la Cofradía en años sucesivos su milagro anual, sin más incidentes.

Según el texto de los Santos Padres , el Juicio es inexorable, y, aunque demorado, al final siempre acaece.


 Bibl.

Fr. Juan de la Trinidad    Crónica de la provincia de San Gabriel,    Lib. II , cap. XLI, Sevilla , 1652

Jacinto Arias de Quintadueñas       Antigüedades y Santos de Alcántara      Madrid, 1661.

-   J. Caro Baroja        Ritos y mitos equívocos                 Istmo, Madrid, 1974.
 -  Cit. en     F. J. Flores Arroyuelo     Correr los toros en España      Bibl. Nueva,  Madrid, 1999.


viernes, 6 de enero de 2012

Arquitecturas efímeras



Catálogo.

La churrería de la calle Nicaragua.

Monumentos de un día, templos efímeros, trofeos fugaces... Si en algún momento la arquitectura ha servido alegremente a su cometido, libre de la solemnidad - y de las ordenanzas municipales - uno de sus lugares más inmemoriales - fugaz la memoria también - ha sido la churrería de la calle Nicaragua.

Se levantaba en esa fecha imprecisa que es la llegada de los fríos. En ese lírico instante aparcaba la furgoneta frente al solar que aún permanecía en la esquina con la calle Puerto Rico y allí asentaba su poética sustancia hasta la primavera siguiente .

Nada sobraba ni faltaba en ella. Desde el funcional cartel anunciador - "Churros Feli"- que cumplía a distancia su cometido simbólico, hasta el protector toldo de zinc, el escueto mostrador metálico y un remedo del constructivista Monumento a la III Internacional en forma de artilugio churrero en la esquina de la barra. Cumplida su función social y emblemática, la caravana cerraba las puertas hasta la madrugada del día siguiente. Era un consuelo saber que, a despecho de la oscuridad y las sombras, la churrería seguía allí, frente al solar, vigilante e insomne.

Ahora todas han desaparecido, suplantada su monumentalidad por alguna cafetería cercana e insoportable. Dios nos proteja del énfasis. Y de los planes modernos de urbanismo.



El solar de la E.M.T.

El urbanismo moderno no puede soportar el vacío. Ni la indefinición.

Pero hubo un  tiempo en que allá por el barrio del Santamarca aún existían los solares - y las quintas de las colonias de la pre-guerra. Uno de estos solares, el más funcional, estaba situado frente a la calle Ramón y Cajal, bajo las cocheras de los  autobuses de la E.M.T.

Territorio vacío e indefinido, el solar estaba parcialmente rodeado por vallas. Pero eran vallas finalmente simbólicas - al modo de esas puertas en medio del campo que no abren a ninguna parte - porque en cuanto rodeabas la calle se podía acceder a él .

Además de su función ceremonial, la valla del solar cumplía otra misión. Y era que protegía de las miradas de la acera los encuentros y las tardes que allí dentro tenían lugar.

Tampoco era para tanto. Pero un solar acotado bajo las cocheras de la E.M.T. permite ritos urbanos como encender una hoguera en invierno, llevar música de los Doors en un artilugio móvil, preguntarse por el tiempo cíclico y amenazar a los demás con leer una traducción de  "The lamb lies down in Broadway" - el recitativo de Peter Gabriel - a los presentes. Actividades todas que, francamente, nunca hubieran sido lo mismo fuera del solar cerrado.

Alguien puede decir que qué hace un solar, precisamente un espacio marginal, vacío y sin arquitectura, en un  repertorio de ésta. Pero eso es porque no ha leído el "Elogio de la sombra" de Tanizaki, ni ha comprendido el papel de los márgenes en la urbe  - y del paraíso, jardín cerrado desde siempre .



La casa con un jardín en la cuesta.

Nunca he visto la casa que tenía un jardín en la cuesta. La cuesta al parecer enlazaba en tiempos la calle Serrano con el paseo de La Castellana, allá por arriba del Paseo del Cisne. Siempre hemos conocido el paso elevado que unió, por encima del desnivel, la prolongación de Juan Bravo con la calle Eduardo Dato. Debajo de éste, como es notorio, se instaló un ordenado parque de esculturas modernas, que incluía a Sempere o Chillida, Alfaro y Manuel Rivera, Palazuelo o Torner. Una cascada inspirada por el geometrismo abstracto hacía un ruido del demonio, aumentando el fragor de los coches que pasaban por encima. Pronto fue eliminada - la cascada informalista, no los coches. Siempre habíamos pensado que el origen era ese: los puentes elevados para unir las vías de circulación y el informalismo abstracto.

Pero un buen día, G., que había nacido en el barrio, me contó que, antes del scalextric - o sea, antes de la Creación - aquella zona habían sido unas calles en cuesta y en curva, sombrías y destartaladas, llenas de árboles y de jardines, en las que a la mitad - o en una esquina de la cuesta - se erigía una misteriosa quinta, con un parterre seco y las ventanas cerradas.

Nunca pude conocerla. Desde entonces sueño con nostalgia con la casa con un jardín en la cuesta. Antes de la llegada de la geometría a la ciudad.



Casa Carretero

Una taberna que se precie huye del  funcionalismo como de la peste. Su territorio está lleno de espacios vacíos, a trasmano, inútiles y en sombra. De comedores vacíos y de trasteros que nunca se han usado para nada. O de una sala que se abrió cuando la coronación del rey Alfonso y desde entonces aún está esperando al siguiente. Si el público está incómodo que se vaya a otra parte.

También huye de la eficacia económica. Su actividad es una presencia ceremonial y litúrgica, en cierto modo. Inútil e ineficaz - las tabernas marcaban la ciudad cuando ésta aún nada sabía de la Declaración Universal de la Renta.

Casa Carretero estaba situada, como todo el mundo sabe, en la esquina de la calle Orellana con la de  Argensola, inmediata a la Plaza de la Villa de París. El primer día que entramos en el bar nadie nos sirvió nada. Cuatro parroquianos hablaban en voz baja y el tabernero, que era soriano y cojo, ni nos miró siquiera. Nos tuvimos que marchar. (Alguien contó, pero es posible que se trate de una leyenda, que en una de esas primeras intentonas al preguntarle al mesonero que si le podría poner dos vinos, éste le contestó: "Aquí no hay vino". Es posible que sea una hipérbole).

Una taberna llena de habitaciones en sombra en la trastienda, con veladores de mármol, vacía a excepción de cuatro iniciados - sorianos todos, por lo que supimos más tarde - y con un mostrador luminoso con botellas de la época del cerco de Numancia, no la íbamos a dejar escapar así como así. De manera que regresamos.

Un ritual de iniciación tabernario - anterior a la época de la Bauhaus - requiere de ciertas leyes, precisas e inexorables. Las cumplimos todas, creo. La primera es nunca intervenir en la conversación de los parroquianos con el tabernero. La segunda, esperar pacientemente a que el oficiante nos pregunte si queremos tomar algo - operación que puede demorar un tiempo anterior a la época de las vanguardias. La tercera, no sentarse de momento. Las mesas, aunque vacías, estaban silenciosamente vedadas a todos aquellos que no pertenecieran a la Logia. La cuarta, medir la propina al marchar - ni por exceso, ni por defecto. Pagar sin retórica y decir buenas noches al salir. Todo teatro es excesivo .

Al final, todo acaece, según las leyes del rito, no de la Necesidad. Así, no hablaré del día en que ya nos sentamos en los taburetes, de la mesa de la esquina que ocupábamos cotidianamente, de la invitación a vino a la que un día el sacerdote celtíbero nos agasajó... Ni del día, ciertamente memorable, en que Doña Concha, su mujer, sacó unas raciones de callos a la barra - sólo reservadas para la Guardia Real - y nos invitó a probar.

De las salas reservadas de atrás, de la cocina iniciática, de los trasteros con sillas, de las sombras de la noche, nada diré tampoco. Era una época en la que a la ciudad todavía no había llegado la Inspección Municipal, y la diosa Necesidad - en forma de franquicia hostelera - aún no había sentado sus reales en ella.





jueves, 5 de enero de 2012

Deletum Architectura




Consultado un catálogo de edificios madrileños, editado el año anterior por el Colegio de Arquitectos, éste resulta ser en el fondo un catálogo de destrucciones. Ésta, la devastación, es una narración permanente: desde el final del Bajo Imperio hasta las guerras francesas; de la ruina del Templo de Jerusalén por las legiones de Tito al saqueo de San Pedro de Arlanza por las huestes de Almanzor... Particularmente sangrante resulta, sin embargo, la desolación reciente producida por una época sin ley que abarca las décadas del desarrollismo, desde los años 60 hasta casi finalizado el reciente siglo.

La historia es ampliamente conocida. Bajo el emblema del hormigón y del bloque exento, hordas de alcaldes, concejales municipales y constructores enfebrecidos arrasaron el horizonte de las ciudades españolas - y el de la costa, y el de la comarca del Ampurdán - al grito nihilista de: Ni Dios, ni Patria, ni Rey, demoliendo todo lo que alcanzaba la huella de sus niveladoras.

En Madrid los ejemplos más relevantes son de sobra conocidos. Notorio es el caso de la demolición del palacio de Medinaceli - para construir la cafetería Riofrio - o el otro del Marqués de Larios, en el solar donde hoy se levanta el Hotel Villamagna. La voladura de la Casa de la Moneda, para colocar un páramo invertebrado con pedruscos en el centro de la ciudad. O el destrozo de los bulevares, - de Sagasta, General Mola o la calle Velázquez - para poner unos semáforos en su lugar. La desaparición del barrio de Pozas para inaugurar un flamante Corte Inglés en Argüelles. La de los hoteles en torno al hospital de Maudes. La destrucción del Frontón Recoletos para erigir la discoteca Alquimia. La de la gasolinera de Porto Pi o los ascensores de la plaza del Callao, de agitado recuerdo... Etcétera.

Estos casos son bien conocidos y aparecen en el catálogo del Colegio de Arquitectos perfectamente documentados. Un tanto sorprendente resulta, sin embargo, la exclusión de otros monumentos ciudadanos, quizá menos notorios, pero cuya desaparición no deja de ser menos escandalosa por ello.

Consultada la relación en una encomiable tertulia madrileña alguno de ellos podrían ser - y los citamos para la relación del escándalo, en primer lugar, y para su inclusión en un futuro inventario del Colegio de Arquitectos, en segundo - los siguientes:

- El chiringuito de la esquina de Serrano con la calle Doctor Arce. Monumento pétreo con algo de escurialense, a despecho de sus modestas proporciones, su estrecha barra rosácea nos ha proporcionado más de un invierno el inapreciable consuelo de un café humeante y algo agustino también, mientras afuera, en las calles, corría el cierzo.

Es de notar que al chiringuito tenían acceso los fieles por sus cuatro fachadas, delimitando así un espacio geométrico y enfrentado, de espíritu racional y monoteísta. (Alguien habló de su innegable ascendiente herreriano una mañana). Los parroquianos se contemplaban frente a frente, apoyados en la barra, en perfecta regularidad y simetría, mientras, fuera, hacía un frío de aúpa.

Ha de notarse igualmente que, al igual que en el espíritu del templo clásico, el chiringuito era todo exterioridad y fachada simbólica, careciendo de relevancia el interior, al que en realidad sólo tenía acceso el camarero, hierofante moderno que nos servía el café - o el orujo en el caso de que los feligreses pertenecieran al gremio de la construcción.

Una mentalidad reduccionista ha suprimido todos los chiringuitos de Madrid. Qué bárbaros.




- Los billares de la Plaza de Cascorro.

Ocultos en un enigmático edificio que hacía rotonda con la calle Duque de Alba, sobre el Café de la Bobia - esa es otra - había que entrar por un portal sin señal alguna para acceder al Sancta-Sanctorum de los billares, situados en un primer piso. Nunca supimos el nombre, si es que lo tenían.

El portal jamás estaba iluminado y siempre estaba abierto. Nadie hubiera reparado en él, sin embargo. Sucio, y con signos de estar abandonado, había que ascender por una sombría escalera sin bombillas ni orientación alguna sobre sus polvorientos escalones. Una puerta cerrada y silenciosa, a la derecha del primer descansillo, daba acceso al Paraíso.

Semi-esférica, como correspondía a su plano enigmático, la sala de billares se abría detrás de unos amplios - y no muy nítidos - ventanales, desde los que los jugadores contemplaban el mundo abajo. Esto es, la Plaza de Cascorro, la trasera de la catedral de San Isidro, y el cruce de la calle Duque de Alba con la de los Estudios. Tenían algo de deambulatorio peregrino o girola profana. Las mesas, por otra parte, eran excelentes y antiguas, el dueño, sosegado y escéptico, y el juego, serio, circular y contemplativo, como correspondía a la arquitectura de aquel templo mitraico .

Ahora ha desaparecido y en su lugar se erige una tienda de telas y confecciones al por mayor. El diablo les confunda.


- Billares Brunswick

Situados en la Calle del Prado, señoriales y alemanes, los ventanales mostraban apenas el interior velado, adornado con solemnes lámparas de bronce y falsos dorados. Un supuesto entablamento de escayola y oro igualmente en las paredes, donde, en armarios de la época del mariscal Moltke, se guardaban bajo llave los tacos. Fotografías de antes de la guerra muestran el mismo local, sin apenas variaciones, en los años de la Dictadura del general Primo de Rivera.

Cuando nosotros comenzamos a acudir, nunca había nadie. A excepción del dueño, un alemán taciturno y reservado, que nos pasaba los tacos y la tiza en silencio. Jugábamos en voz baja, mimetizados con la solemnidad y el lamento por la decadencia del Imperio Prusiano que impregnaba el local.

Ahora es un restaurante colorido de comida para turistas del barrio. Nunca hay nadie, tampoco.



El bar de los Caracoles de la Plaza de Progreso.

Alguien debería conservar estos monumentos para la eternidad. Pero desde que el nihilismo se instaló en la Sociedad de Naciones, nadie es capaz de pronunciar - ni descifrar - frases como "una unidad de destino en lo universal", "Occidente se encamina hacia su consumación" o "Por quién me ha tomado usted...". Ni cosas por el estilo.

La taberna de Progreso, esquina a la calle de la Colegiata, era irrepetible. Había que bajar unos sinuosos escalones para acceder - si te dejaban - a la pequeña barra a la derecha, de madera colonial y mostrador de zinc.

El menú era único: tinto y caracoles. Te los servía un camarero silencioso en la barra, mientras su hermano recorría furiosamente las mesas con un trapo incansable. Te sentabas en la sala del fondo, con dos o tres mesas y taburetes sin respaldo, de madera noble e impoluta, y mientras intentabas trasegar el vino - de Arganda, aguado - o los caracoles, excelentes, ya el hermano te vigilaba en silencio con la mirada. Y acudía gruñendo y rugiendo quizás si dejabas una sola mancha en la mesa impecable. Mácula que inmediatamente procedía a limpiar... Qué demonios querría que hiciéramos con la salsa que se derramaba de la cazuela de tan sublime simposio...

Los hermanos mantenían la oscura taberna siempre inmaculada , y agradecían en el fondo cuando te marchabas. Irrepetible lugar, ahora absorbido por el tsunami de los almacenes al por mayor.




El tiovivo del Parque de Berlín.

Situado en la esquina de Puerto Rico con Ramón y Cajal, el tiovivo descansaba permanentemente en una pequeña plaza sin asfaltar frente al Parque de Berlín, por un lado, a la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe (la del sombrero mejicano) y a la entrada de la sublime colonia de la Ciudad Jardín por otro, - otra joya del Madrid de preguerra que el sueño de posguerra había conservado aún .

En medio de la monotonía de la arquitectura moderna, un tiovivo en un descampado es un motivo de gozo urbanístico, con su apuesta resuelta por la feria y los coches de colores - y los unicornios azules, y los delfines manchegos - frente a la tiranía del hormigón, los nuevos barrios y las hamburguesas calientes.

Nunca supimos qué horario tenía el tiovivo. Giraba según y cómo, pero a veces giraba y los niños del Colegio Santamarca daban vueltas en él a las horas intempestivas que su caprichoso dueño concedía. No dependían éstas de la estación ni del tiempo sino de algún otro ritual más oscuro y secreto . Porque lo hemos visto desplazándose a mediodía en plena canícula, a una hora que no cruzaban la calle ni los perros. O, por el contrario una memorable mañana de enero, en que todo el barrio apareció cubierto por la nieve.

El tiovivo rodaba, permanentemente y sin objetivo y, mientras, una música de feria, siempre la misma, giraba también con los caballos. Además había al lado un puesto de palomitas, de azúcar en rama y de regalices disparatados y de colores fosforescentes .

Una ordenanza moderna lo suprimió hace unos cuantos años. El nihilismo y la ideología de los seguros de vida llegaban al barrio, finalmente.


martes, 3 de enero de 2012

Tosei en Lugano






Cuentan los que vieron las últimas jornadas del poeta Ishida Tosei en Lugano que éstas siguieron el ritual de casi todos los días.

Por la mañana acostumbraba a pasear por la orilla del lago hasta llegar al Hotel de Como, en donde tomaba un café y leía la prensa, que le llegaba desde Italia. Sentado en la terraza que se abre sobre la riva, esa última jornada estuvo conversando un cierto tiempo con el doctor Francesc Orthez, también habitual del lugar al parecer. Hablaron largo rato y, según dicen, discutieron a propósito de alguna petición del doctor que los testigos no lograron entender.

Monsieur Orthez, según cuentan otros informantes, antiguo galerista y coleccionista de arte, se encontraba en esos momentos completamente arruinado. Había dirigido, entre otras, una conocida galería en Ginebra, cuyas inauguraciones aún se recuerdan en la ciudad. Desaparecido en algún lugar del Mediterráneo durante los últimos años, había regresado a Lugano hacía poco tiempo intentando vender a los escasos coleccionistas y viajeros del lugar ciertos cuadros de su propiedad, con escaso resultado. No se sabe dónde vivía, aunque algunos aseguraban haberle visto en las inmediaciones del Refugée, un albergue para transeúntes situado en la trasera del mercado de la ciudad.

Al poeta Tosei, antiguo conocido de la época de Ginebra, y con fama de coleccionista de obras de arte, exquisitas según se decía, le propuso no se sabe qué compra u operación, que el poeta rechazó todas las veces. Luego, Ishida abandonó el hotel, donde quedó el antiguo galerista bebiendo y murmurando a solas. Alguien comentó que se había marchado más tarde sin pagar las consumiciones.

Tosei se dirigió a continuación a la conocida librería Blasques, en la trasera del Hotel Bellevue.

El poeta estaba, según hemos sabido después, también arruinado. En Blasques, librería de lance de donde durante muchos años había sido cliente habitual, le habló al dueño, el francés Claude Levi, de la posible venta de un raro manuscrito japonés del siglo XVIII que aún conservaba en su poder, por herencia familiar probablemente .

Era comentado en la ciudad que Tosei poseía algunas primeras ediciones de Takuboku, junto con una serie de litografías de Hokusai. No se sabe qué le ofreció exactamente al anticuario judío. Pero Levi le informó de que era realmente un mal momento para colocar en el mercado los originales, porque hacía tiempo que nadie compraba edición antigua de ninguna clase.

Cuando Tosei le informó de que estaba dispuesto a rebajar el precio hasta la cantidad de 3000 francos suizos, Levi sonrió un instante y le dijo que ni por la mitad estaría nadie interesado en adquirirlos. "Hace diez años hubieran costado el triple", comentó Ishida, tristemente.

A continuación, según parece, Tosei marchó a la galería Comunale. Proponía allí la venta de algunas ediciones raras de grabados, del americano Twombly o del japonés Nagasawa, que aún conservaba. En la galería le recibieron amablemente y le invitaron a un té - lo que el poeta agradeció, en la mañana nublada, a orillas del lago - pero le dijeron que de ninguna manera estaban en situación de comprar algo, sino más bien de intentar vender los numerosos fondos gráficos que en la década anterior habían adquirido, y que no había manera de saldar en los últimos años .

No se sabe dónde marchó a continuación el poeta Tosei. Solía acudir a mediodía a la trattoria de Enzo Scalfa, en la rue des Italiens, con quien tenía una cierta amistad. Pero en el restaurante comentaron que hacía varias semanas que no le habían visto.

Según hemos sabido después, días antes aquél había recibido la noticia de la incautación final por parte del Gobierno Imperial de las propiedades de su familia, en la isla de Shikoku. Eran las últimas posesiones de los Tosei, antigua familia de samurais  y después de un larguísimo pleito el Concejo de las Islas finalmente había adquirido la plena propiedad, sin otorgar ninguna indemnización a cambio. Aún se debían las costas del proceso.

Hacía muchos años que el poeta había abandonado su país.

Después de recibir la noticia de la pérdida de las últimas propiedades familiares Tosei recordó vagamente las estancias veraniegas en Shikoku, el palacio en la colina y una familia que incluía abuelos, primos, tíos, cuñados y sirvientes de generaciones anteriores. Él, había abandonado las islas al terminar sus estudios y nunca había regresado al Japón. Pero no por eso dejó de evocar con cierta nostalgia un escenario que en cierto modo siempre había permanecido en su memoria.

Ahora ya no existía, y con ello - y unos pisos, y unas fincas, que igualmente habían perdido en Osaka - las rentas postreras que aún percibían. Bien es cierto que hacía años que habían comenzado a esfumarse, entre pleitos y ventas apresuradas.

Parece ser que ese mismo día mantuvo una conversación con su antigua mujer, Louise Senzsei , escultora y videoartista, residente a la sazón en Beziers, quien le pidió permiso para vender unas esculturas que había solicitado el Museo de Montpellier sobre las que aquél aún poseía ciertos derechos. Él recordaba la génesis de aquellas piezas sobre versos suyos, durante una estancia en la sierra de Gredos. Habían trabajado todo el verano, con textos en papel de arroz y fotografías sobre vidrio, en una serie, minúscula y delicada, que en rigor era obra de los dos. Tosei accedió sin ningún reparo a la venta, renunciando a cualquier derecho que todavía pudiera corresponderle.

No hablaron de nada más, manifestó la escultora más tarde. Le había solicitado ese día un artículo para el catálogo de la exposición en el Centre du Art Contemporaine de Bordeaux, a lo que aquél había accedido. Nunca había recibido el texto, comentó la artista.

Esa misma tarde Tosei estuvo en la plaza de Via San Gottardo donde se instalan los bouquinistes de Lugano, un remedo de los de la ribera del Sena en la pequeña ciudad. En algún puesto de la plaza saldó tres o cuatro ejemplares de primeras ediciones de Marcelin Pleynet, Barthes o Raymond Roussel, a un precio irrisorio, según ha confesado luego el propio librero.

Aunque el anticuario no quiso decir nada sobre ello, parece que en la venta, ciertamente leonina, se incluían las raras ediciones de los poemas del propio Toshei, ilustradas por el pintor Mitsuo Miura, rarezas bibliográficas que a las pocas semanas han aparecido, firmadas, en la subasta anual de Ginebra.

Después, estuvo algún tiempo en su apartamento de la Riva Vincenzo Vela, donde solía escribir y enviar mensajes por la tarde. La patrona, Sofia Clemarego, informó de que ese día le había extrañado ver la casa iluminada sólo con velas. Pero como se trataba de un poeta japonés pensó que se debería a alguna extravagancia propia de la lírica oriental.

Sus conocidos piensan más bien que probablemente hacía algún tiempo que le habían cortado la luz. Y seguramente también la conexión a Internet, porque durante los últimos días nadie había recibido ningún mensaje de Ishida. Ni siquiera su editora, la señora De Giuseppe, con la que normalmente se comunicaba a diario  (Poco después la editorial De Giuseppe ha sido cerrada también. Pero ésta es otra historia).

Por la noche asistió a la tertulia habitual de la taberna Bottegone, en el centro de Lugano. Allí se reunía a ciertas horas un grupo habitual y heterogéneo de la ciudad. Entre ellos, el galerista Rivera o el crítico Georges Lambert, antiguos directores de la revista Ricci y asiduos contertulios, que poseían entre otras la rara virtud de que siempre les invitaran a las copas. También estaba Janice Fontenay, pintora y antigua novia de Tosei, a quien éste seguía pagando invariablemente las consumiciones - numerosas, según otras fuentes.

En un determinado momento, cuando Tosei quiso hacerse cargo de la cuenta de Janice - y de la de George, que se había agregado - descubrió que no llevaba ningún dinero encima. El dueño de la taberna, Fabrizio, no le dio ninguna importancia y le dijo que se lo apuntaría para otro día. Tosei, que nunca había dejado nada a deber, dijo algo incongruente acerca de que no era necesario y no se sabe qué más sobre su antigua familia en Shikoku. De repente hablaba de vagas tradiciones y de un confuso relato sobre una expedición militar al Mar de la China. No le entendieron muy bien, pero alguien comentó que era la primera vez que le oían referirse a su país, y más a su familia.

A continuación se marchó de la taberna. Ha sido la última vez que se le ha visto en ningún lugar, perdiéndose su rastro después de esa noche.




Las islas fugitivas

  Eugéne Atget había fotografiado los alrededores del parque Montsouris de París en varias ocasiones. Además de las sillas y los portales va...

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