miércoles, 27 de marzo de 2013

El velo del templo



MATTHÄUS - PASSION
BWV 244

 Nº 73. RECITATIVO


"  Evangelista

(...) Y entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló, y las piedras se agrietaron.  Los sepulcros fueron abiertos y entonces aparecieron muchos cuerpos de santos que allí habían dormido, y salieron de sus tumbas después de Su resurrección, y fueron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos.

Cuando el centurión y los que estaban con él vigilando a Jesús vieron el temblor de tierra, y las cosas que ocurrieron, sintieron un gran temor , y exclamaron:

CHORUS

- Verdaderamente Éste era el Hijo de Dios. "

Gabblegung, Matthäus 27, 55-66


   - De " La Pasión según San Mateo", 2ª parte  " Crucifixión", de Johann Sebastian Bach. ( según el libreto de Christian Friedrich Henrici y corales luteranas de la Pasión) . Traducción de los caps. 26 y 27 del Evangelio de Mateo por Martín Lutero.

Estrenada en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, el Viernes Santo de 1729.

lunes, 18 de marzo de 2013

Sobre la dificultad de la caballería moderna





" CAP. XLVII

Del extraño modo con  que fue  encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos

Cuando don Quijote se vio de aquella manera enjaulado y encima del carro, dijo:

-  Muchas y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes, pero jamás he leído, ni oído que a los caballeros encantados los lleven de esta manera y con el espacio que prometen estos perezosos y tardíos animales, porque siempre los suelen llevar por los aires con extraña ligereza, encerrados en alguna parda y escura nube o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipogrifo o otra bestia semejante, pero que me lleven  a mí ahora sobre un carro de bueyes, ¡vive Dios que me pone en confusión! Pero quizá la caballería y los encantos de estos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que siguieron los antiguos. Y también podría ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el olvidado ejercicio de la  caballería aventurera, también nuevamente se hayan inventado otros géneros de encantamentos y otros modos de llevar a los encantados. ¿ Qué te parece de esto, Sancho hijo?

- No sé yo lo que me parece - respondió  Sancho - , por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con  todo eso osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas ". (...)


           -  Miguel  de Cervantes    Don  Quijote de la Mancha      1605  , vol. I   cap. XLVII

jueves, 7 de marzo de 2013

De los oficios. II



Olegario siempre se dedicó a la pesca - y a la caza - furtiva. Ignoro cuán productiva puede ser esta actividad. Pero Olegario tiene ahora más años que una encina y de momento sigue paseándose por todas las charcas y cadozos de la provincia, y su rastro se sigue divisando -a lo lejos, siempre - en los cercados más apartados de la comarca.

Esta es una actividad solitaria. En la ciudad no se sabe de estas tareas realizadas en los páramos, en horas de labor callada, sin testigos, en parajes a los que nadie llega normalmente. En tiempos tuvo un compañero, Ovidio, pero éste ya desapareció hace años, y ahora él ha continuado solo su enigmático oficio.

Cuando caminaban los dos juntos, eran siempre el último recurso de las meriendas y celebraciones de toda la Huebra.

- Ovidio, que necesito unas tencas para una merienda mañana.
- ¿Cuántas?
- Pues un par de docenas.

Y al día siguiente se recogían las tencas, recién pescadas en la trasera de su casa.

- Olegario, ¿no me podrías conseguir unos conejos?
- Depende. Qué tal de prisa tienes.
- Para el sábado, que nos juntamos unos cuantos.
- Está la cosa muy mal. Hay epidemia. Veremos qué se puede hacer.

El sábado estaban los conejos, extraídos del último refugio conejil de la zona. Que sólo ellos conocían.

A veces liebres, tencas, ranas y gazapos provenían de la misma finca de aquél que se las hubiera encargado. Detalle sin otra importancia dentro de la economía concejil. Si la merienda se celebraba en el mesón de F. - que ya ha cerrado - o en la propia finca los proveedores furtivos participaban en ella. Dentro de las normas del comercio local, figuraba el que los productores se incluyeran en el consumo.

Tampoco conoce uno los balances financieros de la economía del furtivismo. Pero largos inviernos pasaban, uno detrás de otro, y los pescadores seguían sonriendo, Olegario se fumaba un puro interminable - que nunca jamás le abandonó de la comisura  de los labios - y los dos asistían a cuanta merienda se celebrara en la comarca.

En la perspicaz teoría del mercado en la vega del río se incluían todas las actividades no contables, y casi no designables, de los oficios. Olegario poseía un huerto en el pueblo - una huebra que daba los mejores garbanzos de la zona - y proveía regularmente de legumbres a los más selectos paladares. Tanto él como su compadre criaban además algunos cebones en los corrales de su casa - antes de que las normas  burocráticas prohibieran tal actividad - y la matanza casera siempre ayudó también a pasar el año, por crudo que éste viniera.

Y por supuesto, Olegario además andaba al monte. (Ovidio no, que era más señorito ).

Oficios de la precariedad, tareas del silencio. El oficio del campo incluye una soledad que ahora, conectados siempre a algo, apenas podemos concebir.

De todas ellas, las de los cortacinos era la que más nos impresionaba. Aislados en el monte, en cercados remotos a los que nadie accedía, su labor, en pleno invierno, era la más distante, la más lejana, la más silenciosa. Y esta sensación se acentuaba más todavía cuando se alcanzaban a conocer los chozos, levantados con palos y escobas, en los que los antiguos carboneros vivían la temporada en las mohedas.

Una geografía antigua, y remota, nombraba estos chozos en el campo, las casetas perdidas en los cuartos de las fincas.

Los furtivos las conocían todas.

- Ovidio, ¿dónde puedo encontrar berros?
- En el cuarto de Encinasola. Pero está muy lejos.
- Ovidio, ¿de quién es una plaza de tientas de piedra, que está en lo alto del castillo?
- Del marqués. Hace mucho que está abandonada.
- Ovidio, se me ha perdido un perro cerca de la laguna.
- Vete a buscarlo al cordel. Todos van a parar ahí.

Paradojas de la economía antigua, los mismos que esquilmaban las charcas eran los que surtían luego de alevines las mismas.

Los furtivos vendían tencas nuevas, y sardas, y gazapos, y perdigones para repoblar las fincas. A ellos se acudía cuando se quería cebar una charca nueva.

- Olegario, necesito unas sardas para unos cadozos.
- ¿Dónde están?
- No te lo digo, que luego vas.
- Bueno, pues no me lo digas. ¿Cuántos cántaros quieres?
- Pues unas diez docenas.
- Vale. Mañana te las llevo.

Luego, inevitablemente, descubrían la charca. No se lo decían a nadie, pero en su topografía privada y minuciosa figuraba toda la provincia. Con los regatos con más pesca o arruinados, los pasos más abundantes en  torcaces o las conejeras más ricas en gazapos, perdidas en medio de algún berrocal remoto.

También suministraban los utensilios de la pesca. Ovidio remendaba nasas y luego las vendía. Y reteles para los cangrejos. Y anzuelos para las tencas, y cebo para las sardas, y alevines de galápago, y perdices para el reclamo. Y escopetas de perrillos exteriores, y cartuchos usados. También vendían , y esto era peor, hurones para la caza en las huras, que estaba terminantemente prohibida. A estos los tenían en jaulas y cuando alguno se escapaba - o una comadreja, o una donosilla - los primeros en enterarse eran todos los gallineros vecinos, que recibían la desaforada y minuciosa visita de aquellos diminutos criminales.

Así se iba tirando. Los oficios de la soledad se escapan a la norma, a los reglamentos de Hacienda y a los balances de fin de año. Los inviernos son largos, y las tareas muchas.

La otra tarde, oscureciendo ya, percibimos un inusitado movimiento de ganado en un cercado distante. La zorra, o algún perro asilvestrado, pensamos. Nos dirigíamos a la raya, cuando cruzó, cercana, una sombra incierta, que se alejaba hacia la finca vecina.

No nos dio tiempo a llegar a ver quién era. Cuando alcanzamos la raya, la sombra ya había desaparecido.

- Qué raro. Si estaba aquí hace un momento.

Nos volvimos a casa. En cierto modo era un consuelo saber que Olegario sigue recorriendo las fincas.


Las islas fugitivas

  Eugéne Atget había fotografiado los alrededores del parque Montsouris de París en varias ocasiones. Además de las sillas y los portales va...

Others