dentro en Ávila.
En Ávila del Río
Mataron a mi amigo,
dentro en Ávila.
Noticias del Frente
Aquel otoño del 37 debió de ser excepcionalmente frío. Tras
la caída de Bilbao en agosto de ese año, una continua niebla, contaron, acompañó
el reinicio de las hostilidades en Cantabria a continuación. El hielo, la
ventisca fría, cubrían los Picos de Europa, taparon los puertos
asturianos al final del verano.
Yo buscaba una suerte de memoria de aquellos días, más allá
de la crónica militar, de las digresiones políticas al uso. En algunas páginas sueltas
del “Diccionario para un macuto” del navarro Rafael García Serrano había hallado a
veces una evocación de los días y el clima de la guerra, que en otras
historias, o manuales al uso, no surgían.
Estaba en concreto buscando algunas páginas en donde se recordaba el final de la Campaña del Norte. Tras el caluroso agosto el primer otoño había traído un clima hostil sobre las montañas. Aquélla había tenido lugar tras el derrumbamiento del Cinturón de Hierro de Bilbao, el confuso pacto de Santoña entre el PNV y los italianos, la acelerada toma de Santander a continuación. Antes, durante unos meses había sucedido, describe García Serrano entre otros, una especie de pausa en la que los requetés navarros regresaron de permiso a los valles de Alarar o el Baztán – otros bajaban a la Ribera-, se reciben noticias del frente de Madrid, algunos solicitan un permiso para viajar a San Sebastián, y en una descripción efectuada como de paso, nombra una ciudad en la que aún persistía la costumbre del veraneo antiguo, pese a todo, y los afortunados cenan en Xauen, tertulian en el Hotel Continental o acuden al remozado bar de Pedro Chicote, cuyo local de la Gran Vía madrileña había sido socializado. En alguna otra crónica - una relación de la estancia de Edgard Neville en medio de sus filmaciones en los frentes, los encuentros con Foxá o la redacción de La ametralladora - había encontrado el término de “el verano prolongado” referido a la ciudad aquel año.
Un clima frío, inhóspito, se instalará a primeros de
septiembre en las montañas cantábricas, donde tiene lugar la campaña final del
Norte a continuación.
Noticias de los días… Una evocación del paisaje de estaciones
de tren y oscuras tabernas, en unas calles donde los capotes
militares refuerzan el escenario sombrío, surgía en una novela posterior de
García Serrano, “Los ojos perdidos”, que narra un día de permiso de un alférez
provisional en los bares de la ciudad de Gambo, - una mención de
Pamplona, seguramente- entre la aspereza del frente de donde viene y la
inminencia de otro frente cercano, adonde ha de partir a continuación.
Ninguno de estos dos se nombra, pero su presencia flota, constante, sobre el
momentáneo sosiego de la ciudad cercana a la frontera.
Antes, un aire como de veraneo antiguo persistía aún. Se filtra a veces a
través de las noticias que de la costa guipuzcoana y de las playas del país
Vasco francés, con lugares como Biarritz o San Juan de Luz, aparecen en las
crónicas de aquel verano. Las encontré por ejemplo en el libro, por lo demás
delirante, de memorias del embajador norteamericano en la guerra, Claude Bowers,
el cual justifica todos los crímenes del bando republicano como “necesarios”, defiende
su legalidad irreprochable y llega a afirmar que Negrín y sus ministros dormían
en las cárceles para proteger a los presos- Bowers será inmediatamente destituido
con el reconocimiento del régimen en 1939.
Pero en su estancia en el frente durante aquellos meses previos–
empeñado en una tarea de rescate por barco de los súbditos americanos que lo
solicitaban- viaja continuamente al otro lado de la frontera, se reúne con embajadores
y exiliados varios en la costa francesa, y apunta en alguna parte:
“Este lugar está compuesto de lo que popularmente es conocido
por una playa internacional de moda, y era agresivamente franquista (…) Los
hoteles y las villas estaban atestados de refugiados de la nobleza y la
aristocracia, y un forastero, paseándose por la playa de san Juan de Luz,
habría creído hallarse en una ciudad española, puesto que la mayor parte de los
transeúntes hablaba en español. Estos llenaban el bar Vasco de san Juan de Luz
y el bar Sonny en Biarritz a las horas del cóctel (…) Muchos habían llegado del
territorio leal por medios tortuosos”.
Hasta allí llegan ecos del frente, recogidos desde una retaguardia cercana… Pio
Baroja, refugiado en los primeros días de la guerra en san Juan de Luz, recogía
también en unas notas – que no serían publicadas hasta muchas décadas después-
las noticias y el ruido que desde el otro lado de la frontera llegaban al, por
otra parte plácido, puerto francés. Despotricando de un modo ferozmente
barojiano contra tirios y troyanos – republicanos y carlistas- en algún momento
contrasta la sensualidad de la playa de san Juan con las noticias y el sordo
rumor de los bombardeos más allá del Bidasoa. Y con las llamas nocturnas y las
luces sangrientas que del incendio de Irún llegaban hasta la villa. Una niebla
constante, una fría llovizna, afirmaba, cubrieron aquel primer verano de
guerra.
El tiempo detenido entre las batallas, luego… Algo más lejos,
en la fría Castilla, Dionisio Ridruejo describirá también en sus memorias los primeros días de invierno en la ventosa ciudad de Burgos, que durante un tiempo se
convierte en capital del Alzamiento. Los uniformes varios inundan las calles,
los cafés, el paseo del río; también las tejas clericales y los manteos pardos.
La ciudad está cercana a un frente inmovilizado durante algún tiempo. Del norte
de Burgos, de las montañas palentinas, partirán más tarde las brigadas
castellanas hacia los puertos asturianos y leoneses. Las líneas de las trincheras, desde el primer mes de la guerra, están inmovilizadas en ellos.
Frente a las noticias que llegan de la otra parte, que hablan
de la transformación de un escenario tradicional de las ciudades – en Barcelona
han sido quemados todos los templos, dicen, banderas rojinegras inundan las calles, la
población viste con monos azules, en las calles los fusiles se amontonan frente a las
terrazas – Ridruejo recreará la noticia de una vida provinciana que aún se
mantenía a despecho del rumor de los frentes cercanos:
“El barrio de la Castellana, algunos restaurancitos chicos de lechón y clarete y (…) el hotel Condestable, lugar casi obligado para las comidas de compromiso”. El catalán Ignacio Agustí, exiliado de Barcelona, que en Valladolid edita la revista Destino, define a ésta como “una ciudad sombría”. El Diario palentino, en medio de la guerra - que se mantiene en los puertos del norte de la provincia- aún describe: "Los lugares tradicionales de paseo: la orilla del río, avenida de Valladolid, la carretera de Grijota, la calle Mayor y, cuando el tiempo es bueno, (...) la floresta de san Diego, el Cerro del Otero, la fuente de la Salud...".
Más al sur, el voluntario británico Peter Kemp, de camino hacia algún frente, se
detiene en Ávila. La describe al llegar como “Situada en una colina, rodeada de
almenadas murallas, y relacionada para siempre con el nombre de santa Teresa”.
En un hotel de la fría ciudad se reúne la colonia extranjera: periodistas,
diplomáticos y voluntarios, de camino hacia alguna otra parte. “La cena fue
excelente, el vino abundante y animada la conversación en todas partes”.
La campaña en el Norte se reanuda poco después. Bajo la montaña, en los pueblos de la antigua Castilla, los voluntarios italianos habían tenido un tiempo de reorganización después de los avatares de Guadalajara y se agrupan en ciudades como Peñaranda de Duero – de donde acuden los días de permiso a la cercana Aranda de Duero, mucho más animada- o Briviesca, en la que ocupan todas las terrazas de la carretera a Miranda de Ebro. Algunos jóvenes locales se quejan de que siempre llevan el uniforme impecable, y son los primeros en salir a bailar a la verbena de la plaza. Renzo Lodoli, oficial de la División Littorio, recuerda su estancia en Villarcayo:
"Estábamos en un pequeño pueblo de Villarcayo, a unas millas del frente. Era julio y desde marzo alguno no había luchado. Me acuerdo del casino de Villarcayo. Nosotros: pretenciosos, el humo, el olor a humanidad, lleno de canciones, el desfile de los oficiales...". (Mussoliniano convencido, al final de sus memorias de guerra defenderá que: "Sin la victoria de Franco en España se habría afirmado un régimen comunista" para lamentar profundamente después que en España, a excepción de "unos cuantos saludos y símbolos", no se hubiera instaurado un régimen fascista en el fondo).
Desde Medina de Pomar, un oficial desconocido, Guglielmo Sandri, recoge en su cámara la estancia en la comarca de las Merindades burgalesas: unos pueblos absortos entre la piedra y el calor de las eras. (Una crónica afirma que también tomaría imágenes de la campaña de Santander, pero éstas nunca han aparecido). No serían publicadas hasta 1992, en que alguien encuentra los negativos abandonados en una casa desmantelada de la provincia de Bolzano. Las fotografías nombraban el tiempo detenido en la estancia de los voluntarios, que se sientan frente a un pórtico de piedra en las afueras de algún pueblo y miran hacia la cámara. Y de un tiempo, detenido mucho antes, en las viejas enlutadas que barren las escaleras de ese mismo pórtico; en unos aldeanos que regresan, como cada tarde, con las caballerías al pueblo. Otra noticia nos habla de las fotografías que otros voluntarios están tomando en el mismo momento, alejados del frente. De Michele Francone o Maurizio Lorandi. El primero recorrerá los diversos lugares de las batallas según el CTV está avanzando: Santander, Aragón, Levante, el Ebro, Cataluña, para acabar en el avance final, la última semana de la guerra, que se incia desde Toledo hacia Madrid. El segundo recoge las imágenes del ocio de un verano caluroso en las Merindades, en Aragón después. (Una enumeración, ciertamente evocadora, nos dice que: "Hubo italianos en el valle de Tobalina, Merindad de Cuesta Urría, Trespaderne, Valle de Losa, Merindad de Sotoscuera, Espinosa de los Monteros y Merindad de Valdeporres"). Los italianos, cuenta otro relato, llevaban con ellos su propio aceite de oliva y se acercaban hasta Burgos para comprar el pan de la capital. (No podían sufrir ni el aceite ni el pan local, contaba el mismo relato). De su estancia en Quintana de Valdivieso una historia local recuerda que: "El recuerdo del pan también es claro, ya que estos soldados se lo regalaban (a los vecinos) blanco y hasta entonces lo habían comido negro y muy malo".
Debió de haber luego unas semanas de calor implacable, ese calor del norte húmedo, inmisericorde, que se pega a las ropas, en los primeros días de la campaña de Santander, adonde acuden las tropas del Corpo di Truppe Volontaire italianas. Desde el cerro de la Maza al norte de la provincia, que domina los pasos hacia la cordillera Cantábrica, la misma historia relata cómo al comienzo de la campaña: "Al acabar el día, las tropas italianas ya eran enteramente dueñas de la carretera principal a Santander". En el frente oriental las brigadas navarras y castellanas habrían copado a los republicanos en la llamada "Bolsa de Reinosa", entrando en la ciudad a continuación.
El periodista Indro Montanelli recoge en un artículo los días
finales de aquélla, poco antes de la entrada en la ciudad:
“Los rojos han movilizado su radio- escribe en su crónica a Il
Messagero –. Toda la noche han voceado con admirable unanimidad. Es por
ella que aprendimos que los milicianos en el frente de Santander no fueron
desbaratados, sino que “se retiraron por razones estratégicas”. Y, más
adelante, describe: “Nos encontramos en el fondo de un valle, un brochazo verde
en un pardo paisaje (…) Un largo paseo y un solo enemigo: el calor. Un calor en
picado, arrogante, brutal”.
Esta crónica, alguna otra similar del escritor, - como la titulada "Nuevo avance de veinte kilómetros de los legionarios al norte de Reinosa"- provocarán su retirada de la campaña del Norte y su obligado regreso a Italia. Las autoridades militares habían deseado – y consiguieron que algún reportero redactara en su lugar- una descripción de la entrada heroica de los voluntarios en Cantabria, vagamente épica, que contrastaba con la relación del periodista florentino del paseo de unas brigadas por una carretera de la costa sin oposición alguna, -con la rendición de las últimas tropas del gobierno republicano-, protegidas en los altos por las brigadas navarras, señalaba, y agobiadas únicamente por el calor de agosto de aquel año. Los voluntarios - además del permanente recurso a la radio, que, recuerda algún lugareño, escuchaban constantemente en los bares- leen el diario Il Legionario, que ha comenzado a editarse cercano al frente. (Un subtítulo posterior lo anunció, retóricamente, como "Giornale de lavoratori combattenti in Spagna in difesa della civiltá europea, contro la barbarie rossa", antes de volver al más sencillo “Quotidiano dei volontari italiani”). Las noticias sobre España eran publicadas cotidianamente en la prensa italiana.
Los burgaleses escuchaban la radio. Recordando la función del "parte" el descrito en su momento como "cronista oficial" de la prensa nacional, Víctor Ruiz Albéniz, escribía desde Salamanca: "Un cornetín toca atención: es el parte oficial del CGG. Noticias de última hora. Hasta el más escondido rincón, hasta los pueblecillos inaccesibles perdidos en los riscos de las montañas o en los rincones de la costa, llega la voz de Salamanca". Un periodista italiano anónimo había comentado la instalación de receptores en los bares de las Merindades, de los que estos habían carecido antes.
Escasas noticias veraces de los frentes llegan habitualmente a la
prensa republicana. En su lugar se repiten los titulares sobre la unidad y la
inquebrantable resistencia de los milicianos que ocupan las portadas y las páginas
interiores de los periódicos, en un cuerpo de letra desmesurado y con
abundancia de exclamaciones. Una pequeña nota titulada “Parte de guerra”,
elaborada por el organismo oficial correspondiente, - Ministerio de Defensa-
anunciaba normalmente que los frentes no se han movido y que las tropas leales
han avanzado en tal o cual dirección. Pero en el norte la localización del frente
inamovible está cambiando a diario, en dirección a la costa. Lo que, en algún
raro momento se traduce como “ligera rectificación de nuestras líneas en el
sector de Santoña” corresponde a las noticias que, desde el otro lado, anuncian el
derrumbamiento de todo el frente.
La prensa republicana seguía fielmente el principio del
periodismo como propaganda. La ideología sustituía a los acontecimientos. Los grandes titulares – a dos tintas en el caso de Frente
Rojo o Mundo Obrero- repiten, en todos los números, la llamada a la
Unidad – unidad que, promovida por la Komintern, sólo se produciría con
la fusión de las juventudes socialistas y comunistas para formar las Juventudes
Socialistas Unificadas. La Voz de Cantabria repite a diario el
mantenimiento de la iniciativa en todos los pueblos, los montes y los puertos
del Cantábrico. La derrota del fascismo se anuncia inminente de una u otra
forma. ("La guerra está ganada en toda España" proclamaba un número de mayo del 37 de Euzkadi roja). Los frentes se mantienen. El voluntarismo ilustra las portadas: "¡Euzkadi es invencible!" titula aún en mayo de 1937 uno de los últimos números de CNT del norte. También las noticias falsas. "Se lucha ya en el interior de Toledo" proclamaba el mismo número. Y en otro anuncia la sublevación de la ciudad de Ceuta, aplastada con miles de fusilamientos. (Una descripción, ya en la posguerra, de la
enciclopedia Espasa-Calpe, comentará cómo: “Pero adoptada por aquél – el
gobierno de Valencia- la “táctica de la mentira” (…) llegó a conseguir
frecuentemente un resultado contrario al buscado, al intensificar en todas
partes el interés de escuchar la radio nacional”. El navarro García Serrano
incluye un capítulo titulado “Donde se escucha el parte original a medianoche
mientras llueve lo suyo” en una de sus novelas sobre aquel primer momento
bélico. Las noticias sobre “el parte”, la radio de galena en las repisas de las cocinas se repiten en otros lugares).
Del periodismo, de la propaganda como obligada lectura entre
líneas. “¡Bilbao será la tumba del fascismo!” titulaba la revista Acracia
el número del 19 de junio de 1937, mientras las brigadas navarras entraban en la ciudad. (Mucho más acertadamente, el conde de Foxá
había afirmado en su momento que: “El cura Yzurdiaga será la tumba del
fascismo” a sus regocijados contertulios, que detestaban por igual al agreste
padre navarro). Y, una semana después, el mismo semanario anarquista afirmaba:
“¡Bilbao volverá pronto a ser nuestro!”. Era la primera noticia de la toma de
Bilbao que aparecía en la revista, editada en Gijón.
No había apenas información militar de los frentes. En su lugar los grandes titulares victoriosos. “¡Asturias
volverá a ser nuestra!” proclamaba en portada un número de Mundo Obrero
de octubre de 1937, en lo que era el primer reconocimiento de la caída de
Asturias. Y, en un último número editado también en Gijón “¡Unidad de acción
internacional que obligue a salvarla!”. (Finalizada la campaña de Aragón, la batalla del Ebro y a punto de comenzar la campaña de Cataluña, el mismo rotativo proclamaba en primera página, inalterable: "Los invasores volverán a estrellarse en los frentes contra la invencible moral de nuestro ejército").
Refugiado de algún modo en el Madrid miliciano de la guerra, el escritor Rafael Cansinos Assens había anotado en su Diario de aquellos días: "Los periódicos no cuentan la gravedad de la situación (...) Mundo obrero estampa algunos versos de Rafael Alberti, el titulado poeta del Partido Comunista, ponderando el heroísmo del pueblo matritense y del río Manzanares, que no permitirá al enemigo cruzar por sus márgenes. La radio oficial está también invadida por una legión de berreantes poetas y poetisas que parafrasean la consigna del Majakowski español". Ninguna otra noticia llegaba a la capital. (Cuando las tropas de Franco entren en la ciudad anotará: "Estamos por fin liberados (...) yo, que durante estos tres años he sido un cautivo en mi casa, salgo a la calle, ávido de tomar también la ciudad").
El soviético Mihail Koltsov, corresponsal de Pravda, y según
algunos, enviado personal de Stalin a la guerra de España, había viajado en un
primer momento – julio del 36- a Vizcaya y entrevistado a varios dirigentes del
gobierno vasco. Unas crónicas elogiosas y fervientes habían acompañado esta
primera visita, en donde, aseguraba, la solidez de la República era inalterable. (Permaneciendo en Madrid durante la evacuación del gobierno a Valencia, una historia del periodismo republicano comenta cómo: "Koltsov, que desconocía los esfuerzos de Barea en esa dirección - el mantenimiento de la censura de prensa-, estaba furioso porque, antes de poder establecer un nuevo sistema, varios corresponsales extranjeros habían logrado enviar al exterior crónicas desesperanzadoras"). Un segundo viaje, en julio del 37, a punto de caer la ciudad de Bilbao,
constituía en cambio una crítica típicamente soviética a la débil defensa del Gobierno, formado
de manera insólita por nacionalistas, comunistas, anarquistas varios e incluso
católicos, como llegaba a apuntar en una nota anterior.
“Los propios nacionalistas vascos, en estos días durísimos y
decisivos, actúan de manera insensata e inexplicable. Sólo cabe explicar sus
actos por las contradicciones y la lucha entre los mismos nacionalistas”. En
otro artículo para Pravda lamentará que no haya “un mando unificado”,
que él afirma debía haberse producido con los comandantes comunistas Manuel
Cristóbal y Nino Nanetti. Palmiro Togliatti, agente de la Comintern asimismo,
atribuirá la caída de Bilbao y más tarde Santander “a la falta de unidad dentro
del Frente Popular”. Un número de junio de ese mismo año de Euzkadi rojo
se había abierto con una portada en la que anunciaba: “Miguel Koltzov habla al pueblo
de Bilbao” y el subtítulo “El redactor-jefe de Pravda nos manifiesta su
convencimiento de que Bilbao no será del fascismo”.
No había noticias concretas de la campaña, ni acontecimientos de
aquella apenas en la prensa de Madrid o Barcelona. Sino ante todo la reiteración de un futuro inminente. (La promesa socialista de una redención futura sobrevolaba en los titulares por sobre la inmediatez de los días). Los partes de guerra siguieron siendo mínimos. En febrero del 39, un mes antes
del fin de la guerra, un titular de la prensa madrileña a tres columnas recogía
las declaraciones de la Pasionaria, frente a los Pirineos: “España será la antorcha que ilumine el
camino de liberación de los pueblos sometidos al fascismo”. Por esas fechas el
doctor Negrín había escrito a Stalin informándole de “la evolución positiva del
contexto interno español”. Del frente del Norte desde el otoño de 1937 no hubo más noticias.
Ese mismo año 37, una historia triste habla de un último
encuentro del periodista Koltsov con el también enviado a España Ilia
Ehrenburg. Como presintiendo un inmediato final el ucraniano le habría
comentado a Ehrenburg, sentados en una Praga melancólica: “¿Qué habré dejado yo
cuando muera? Los artículos periodísticos son algo efímero. Ni siquiera son
útiles para un historiador, porque en nuestros artículos no mostramos lo que de
verdad está pasando en España, sólo lo que debería pasar”. Reclamado por Stalin
en Moscú, después de haber pronunciado una conferencia en la Asociación de
Escritores, es detenido esa misma noche por agentes de la NKVD y hecho fusilar más tarde.
El también nacido en Kiev Ilia Ehrenburg se libró, una detrás de otra, de todas las purgas sucesivas con las que se recibió a “los españoles” a su regreso a Moscú. Él, que había escrito en 1934 su “España, república de trabajadores”, había regresado a Madrid en la guerra como corresponsal de Izvestia. Una noticia de Claridad, el periódico socialista, había anunciado en su momento la llegada, bajo el título: “El nuevo gobierno español, enjuiciado por el rotativo Izvestia”. Y, debajo, el epígrafe “El nuevo gobierno es una garantía para la victoria de las armas antifascistas”. Alojado al llegar a Madrid en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas un número de “El Mono azul” anunciaba a su vez la publicación de su carta a Miguel de Unamuno, - editada originalmente en Izvestia- en la que el periodista recriminaba a aquél su apoyo a la causa nacionalista. Del "ex revolucionario y ex poeta, colaborador del general Mola" reprochaba que en sus reportajes sobre Sanabria o los pueblos de la frontera portuguesa nunca hubiera mencionado el hambre, ni la miseria que, según el periodista soviético, se extendía feroz por todas las aldeas. Él, que nacido en Kiev, al igual que todos los periodistas soviéticos, nunca escribiría una línea sobre la Holodomor, la terrible hambruna impuesta por Stalin al pueblo ucraniano, que acabó con la vida de millones de campesinos a partir de las primeras requisas, las deportaciones en masa iniciadas en el año 1932.
Ed: The History of Don Quixote. New York, 1898 h.
Dibujo: Gustave Doré
Grabado: Joseph Héliodore Pisan
Tít: “ A vaste lake of boiling pitch, in which an infinite multitude of fierce and terrible creatures are traversing “
Cuando leemos las crónicas medievales una misteriosa región se extiende al este de las colinas sirias. De ella, según el relato del obispo Hugo de Jabala, habían surgido las tropas del Preste Juan en su intención de ayudar a los condados cristianos del Oriente Medio contra las huestes del sultanato. Pero, detenidos frente al río Éufrates, no habían podido cruzarlo y, tras varios años de espera, habían regresado a su reino y nunca más volverían a acercarse desde su distante e inabarcable imperio.
La confusión y la incerteza rodea estos reinos, más allá de Babilonia la Desierta, a los que ningún mapa nombra. En la famosa Carta del Preste Juan al emperador de los romanos se nombraban tierras fabulosas, desiertos inabarcables, montañas sin fin, ríos que nadie cruzaba. Pero también, entre sus nombres laboriosos, se deslizaban a veces términos conocidos, ciudades que pertenecen a la Ruta de la Seda, oasis que algunos viajeros habían alcanzado. Son todos nombres poéticos, legendarios: Samarcanda, Bujara o el valle de Fergana. Trebisonda, Susa, el monte Ararat o el paso Yang "más allá del cual no hay amigo", según la melancólica descripción que escribiera el poeta Wang Wei, de la provincia de Shanxi, en el siglo VIII.
(En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero.
En el mesón dos sauces verdes aún más verdes.
- Oye, amigo, bebamos otra copa.
Pasado el Paso Yang no hay "oye, amigo").
Son nombres, lugares fabulosos y remotos, de los que durante mucho tiempo la historia apenas da noticia. De la región de Bactriana, que en algún momento entra a formar parte del reino helenístico greco-bactriano, un diccionario histórico nos dice que sus límites eran:
"Al este con la región de Gandhara - ya en la India; al oeste Drangiana e Hicarnia; al norte la Transoxiana, la Sogdiana y la extensísima Escitia (Extra Imaus); al sur, la Aracosia".
Del norte, en un momento u otro, llegarían las tribus de los bárbaros, los pueblos nómadas que terminarían por invadir los reinos griegos, la región de los partos, el norte de la India, el oeste del Imperio Han... Son los yuezhi, los xiongnu, los kushan, los tocarios; las tribus de los escitas. Estos últimos, remotos e incontenibles, habrían constituido durante un largo tiempo el límite, la comarca esteparia de la que ningún viajero había podido dar cuenta.
"El persa Ciro había perecido en su campaña contra los masagetas, Darío I sufrió pérdidas considerables en su campaña contra los escitas y ni siquiera el propio Alejandro dirigió sus pasos en aquella dirección", leemos en uno de los capítulos iniciales del minucioso "Geografía y viajeros en la Antigua Grecia" del catedrático Javier Gómez Espelosín.
O el reino de Gedrosia... Del inhóspito reino de Gedrosia había encontrado noticias en un raro ensayo de Julio Verne, "Historia de los grandes viajes y de los grandes viajeros", que figuraba al final de un enmohecido volumen con los grabados de los ilustradores del siglo XIX, y que editaba la casa "Gaspar y Roig" de la calle del Príncipe en Madrid en 1875. Al final del volumen y de las conocidas novelas "Veinte mil leguas de viaje submarino, "Miguel Strogoff" o "Viaje al centro de la tierra", aparecía el no tan conocido ensayo sobre los primeros navegantes. En el que entre otros Verne recreaba el tortuoso viaje de regreso de Nearco, el almirante de la flota de Alejandro Magno, desde la desembocadura del Indo por la desértica costa de Gedrosia hasta el golfo Pérsico, donde debían alcanzar el cercano reino de Babilonia, que ya había sido conquistado por los macedonios.
Gedrosia, de enigmático nombre, más acá del Indo, era en realidad una región inhóspita y desértica. Diodoro, que escribe sobre ella, apunta a "una nación inhospitalaria y completamente fiera pues los que habitan allí dejan crecer sus uñas desde que nacen hasta llegar a viejos y permiten llevar el cabello desgreñado".
Rebuscando sobre el tortuoso viaje de regreso de los macedonios desde la India, vuelvo a abrir el clásico "Anábasis de Alejandro Magno" de Flavio Arriano (al que la edición en la Biblioteca de Gredos hace aún más clásico). En éste el historiador de Nicomedia relata el retorno de Alejandro desde el río Indo, cuando sus tropas se niegan a seguir avanzando más allá. Gedrosia, a orillas del Índico es un reino que no pertenece propiamente a las satrapías hindúes. Y que está más allá de las ciudades de los persas.
Todo es árido en él. Arriano afirmará - después de la larga marcha victoriosa del emperador macedonio, hasta los confines del mar - que "El tórrido sol y la falta de agua acabó con la mayor parte del ejército de Alejandro, y desde luego con las acémilas, que perecieron por hundirse en la arena, bajo un sol abrasador, y muchas de sed".
El almirante Nearco por su parte emprenderá con la flota un largo recorrido bordeando la costa "del Océano" hasta alcanzar el Golfo Pérsico, que en las descripciones se confunde fatigosamente con el Mar Eritreo - o Golfo de Adén, al extremo del Mar Rojo. Su periplo, que recoge Arriano en un libro posterior a la Anábasis titulado sencillamente "India", comprende también bajíos traicioneros, rompientes ocultas, costas sin agua, poblaciones miserables que no alcanzan a conocer, islas desiertas.
"Se hicieron luego desde allí a la mar y recalaron en Sacalas, un paraje desértico". De las penalidades de la flota hablarán otros autores, entre ellos el propio Nearco, refiriéndose al "país de los ictiófagos": los pueblos que sólo comen pescado por carecer de cualquier otra cosa - y los corderos, que en algún momento les entregan, saben también a harina de pescado, único alimento con que los criaban. Julio Verne recogerá también la intención posterior - que anotan otros historiadores- por parte del general de explorar el Mar Eritreo hasta llegar a Heliópolis, allá en el Bajo Nilo. Pero ni él ni ninguno de los navegantes posteriores, pertenecientes ya al reino de los Ptolomeos, conseguirán su propósito, abrasados por el calor sofocante y la falta de agua, que les impide rodear la península de Arabia, llamada ya así en los inciertos mapas de la época.
Los reinos helenísticos se extendían hasta muy lejos, tras la sorprendente campaña de Alejandro Magno y sus compañeros. Frente a la confusión de los nombres, los pasos de montaña y las ciudades remotas, abro para aclararlo un poco un breve tratado, la "Historia del helenismo" de Heinz Heinen, que traduce del alemán Alianza Editorial en una colección de historia de bolsillo. En el pequeño manual se ordenan los reinos, los nombres de los reyes Diadocos, los distintos pueblos que el imperio abarca.
Pero en el libro permanece, a despecho de su claro esquema, la noción de una enorme distancia que surge de repente, por ejemplo, en los mapas. El reino seléucida abarcaba desde las costas del Mediterráneo hasta los pasos de montaña del Pamir y las fronteras con el imperio murya, ya en territorio del Indo. Más allá de las ciudades persas y la triste derrota del rey Darío, la falange macedónica había tenido que atravesar por regiones aún más distantes, como la Carmiana, Bactriana, Aracosia o Parapamisos, entre desiertos y montañas formidables.
Estaban muy lejos, al oriente. Y en algún momento, que siempre nos ha intrigado, se dibuja un reino aún más oriental, que se separa del rey seléucida Antíoco II, y crea el reino greco-bactriano, entre los oasis fértiles del valle de Fergana y las cumbres mitológicas del Hindu-Kush.
Estaban aún más lejos que las ciudades de Babilonia, de los Montes Tauros, de Seleucia, la nueva capital de Antioco, de los reinos del Ponto. El idioma griego llegaba hasta allí. Una noticia en un artículo reciente nos habla de que: "En las excavaciones de Ai-Chanum del Oxo (Amudaria) en el norte de Afganistán aparece la ciudad griega de fines del siglo IV: un teatro, un gimnasio, numerosas inscripciones en griego (la profecía de Delos de los Siete Sabios)". Las máximas délficas al parecer "fueron copiadas por Clearco de Solos en Delfos y trasladadas más tarde por este mismo personaje hasta los mismos bordes del río Oxo en Asia central". Pero otra inscripción nos recuerda por otro lado el envío de embajadores del budismo al reino griego, por parte del emperador indio Asoka. Algunos sramanas se habrían establecido entre los bactrianos, indica la misma fuente.
En un artículo sobre el arte de la época encontramos imágenes de capiteles corintios, bajorrelieves jónicos, pórticos dóricos entre los restos de las antiguas ciudades helenas, ya arrasadas en su mayoría. Pero también, en una formidable síntesis, los rasgos griegos de un Buda de las montañas, o la figura mediterránea de un Bodhisatva de piedra entre las ruinas del reino de Gandhara. (Clemente de Alejandría en sus Stromata hablaría de "la llegada de la filosofía a Grecia" después de los bárbaros. Con "los profetas de Egipto, y los caldeos entre los asirios, los druidas entre los galos, y los sarmana - monjes budistas- entre los bactrianos".
Por el norte la permanente amenaza de los escitas, esos pueblos de la estepa a los que ningún mapa recoge. Y que terminarían tiempo después definitivamente con los reinos griegos del oriente, con el más tardío y misterioso imperio kushan, con los nómadas de lenguas indoeuropeas.
Siglos más tarde algún raro viajero recorrería de nuevo las estepas orientales, esta vez con el propósito de establecer contacto con el khan de los mongoles. Sus nombres aparecen en el raro "La leyenda del Preste Juan" del portugués Oliveira Martins, libro editado en la Lisboa del año 1892, que me ha sido imposible encontrar. Pero que aparece editado en la red en una página del dominio academia.edu, donde sí he podido consultarlo. Accesible es sin embargo la reciente edición de "La carta del Preste Juan", un minucioso volumen de la Biblioteca Medieval de Siruela, edición prolija y abundante en notas, que ha sido llevada a cabo por el filólogo Javier Martín Lalanda. En él se reiteran los nombres de los enviados a Oriente. Son los de Juan del Pian Carpini, Guillermo de Rubruk, Marco Polo, Odorico de Pordedone, Jean de Mandeville o Pero Tafur. Sus viajes, tortuosos y arriesgados, no alcanzarían - excepto en el caso del mercader veneciano- su objetivo de establecer una alianza diplomática con el khan. En algún caso ni siquiera llegan a acceder a la corte de aquél. En otro, como el del apenas citado peregrino Ascelino de Lombardía, su pista se pierde al regreso sin que ninguna noticia dé cuenta de él. Un artículo de Víctor Larra ("Alcanzar la Utopía: las búsqueda del Preste Juan en los reinos ibéricos"), nos dará alguna noticia de estos viajes tortuosos, hasta llegar a la corte del khan mongol. También de la llegada de cinco embajadores etíopes - donde en adelante comenzará a localizarse el remoto reino del Preste Juan- a la corte de Alfonso el Magnánimo, que no podrán culminar más tarde su peregrinación a Santiago debido a las guerras del rey aragonés con Castilla. Del viaje del cordobés Pero Tafur - que recuerda constantemente durante el mismo su condición de hidalgo - tenemos noticia por la excelente edición que efectúa en 2010 la Biblioteca Castro en dos volúmenes. Y por medio de la que sabemos que, detenido el cordobés en el monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí, frente al desierto, nunca llegará a alcanzar el oriente, que se hallaba más allá de las dunas sin fin visible.
Del viaje de Guillermo de Rubruk en 1253, se nos dice en otro lugar que éste partió de Crimea para cruzar regiones como la Tauride, Tartaria, la Horda de Oro, la región de Tarbagatai, el Karakorum. Y, ya de regreso, por Caucasia, Tabriz, la Pequeña Armenia o la isla de Chipre.