jueves, 22 de septiembre de 2011

Del desierto de Numidia




" (...) ESSOUAIHLA, CASTILLO

Es un castillo chico a unas doce millas del territorio de Segelmesse por el sur; lo construyeron en el desierto los árabes para guardar sus bienes y víveres al abrigo de los enemigos. No hay en los alrededores más que la maldición de Dios: ni vergeles, ni huertos, ni campos, ni traza de vida alguna: sólo piedras negras y arena.


UMMLHEDEGI

 Es otro castillo, a 18 millas aproximadamente de Segelmesse, igualmente edificado por los árabes por la razón que acabamos de decir, en su torno sólo existe un campo yermo donde crecen copiosamente ciertos frutos, que cuando se ven de lejos parecen ser naranjas que se hubieran tirado al suelo (...)


 MAZALIG Y ABUHINAN, CASTILLOS

 Son dos alcazabas en el desierto de Numidia, a unas cincuenta millas de Segelmesse. Sus habitantes, que son árabes, viven en la miseria y el desamparo más absolutos. Allí no crece ninguna clase de cereal y no se encuentran sino algunas palmeras. Estos dos castillos se encuentran a la orilla del Ghir.


 CHASSAIR

 Es una ciudad chica en el desierto de Numidia a 20 millas aproximadamente del Atlas, tiene una mina de plomo y otra de antinomio. Los habitantes extraen estos minerales y los transportan a Fez. No crece nada en su entorno (...)


 DEUSEN

 Deusen es una ciudad muy antigua edificada por los romanos en el lugar donde el reino de Bugía limita con el desierto de Numidia. Fue arrasada cuando los ejércitos mahometanos entraron en África, porque un conde romano se encontraba allí con un gran número de hombres valerosos y no quiso entregar la ciudad al capitán sarraceno, de suerte que el asedio duró un año. Tras expugnarla, todos los hombres fueron pasados a cuchillo y las mujeres y niños cautivos y después quemaron la población.  Las casas, aún incendiadas, quedaron en pie al estar hechas las paredes con enormes piedras. Sin embargo, se ven derrumbadas por dos lados, no sé por qué industria o por un temblor de tierra. Cerca de la ciudad se divisan algunos restos que parecen de sepulturas y en la estación de lluvias los cazadores encuentran allí grandes monedas de oro y plata, con efigies y leyendas cuyo sentido nadie pudo aclararme (...)".


   - Juan León Africano        Descripción General de África         Venecia, 1550.




LAS MONTAÑAS DEL ATLAS.

"La montaña de África, fabulosa entre todas, es el Atlas (...) Ninguno de los habitantes es visible durante el día; el silencio universal expresa un pavor distinto al de las soledades, un mudo temor religioso invade al alma al acercarse, a lo que se añade el pavor que inspira esa cumbre levantada sobre las nubes, y vecina de la órbita lunar. Pero la misma montaña, de noche, centellea con mil resplandores, se llena con los retozos jocosos de egipanes y sátiros, y retumba con el sonido de flautas y caramillos, el estruendo de panderetas y címbalos (...) Respecto al espacio que nos separa del Atlas resulta inmenso e incierto".

- Plinio el Viejo   Historia natural,  v. 6-7. 




viernes, 9 de septiembre de 2011

Rúa dos Mercaderes




" los algodones de Cambay, las sedas y porcelanas de China, los terciopelos de Persia, el marfil de Kilwa, la plata de Japón, las perlas de Ceilán, el ámbar de las Maldivas, los diamantes de Vijayanagar, el azúcar y el arroz de Bengala, los rubíes de Birmania, la pimienta y el alcanfor de Sumatra, el clavo y la nuez moscada de las Molucas, el sándalo de Timor, el jengibre de la costa malabar, los pájaros exóticos y paradisíacos de Brasil ..."

Lisboa, siglo XVI.

- De  Los mares náufragos,  o. cit.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Del naufragio del galeón Sao Joáo en la Terra do Natal




Las primeras relaciones sobre el naufragio del galeón Sao Joáo comenzaron a circular por Lisboa en torno a 1556, cuatro o cinco años después de la tragedia.

Estaban publicadas de manera anónima, en forma de folleto o cuadernillo de imprenta en hojas sueltas. La primera edición aparecida portaba el memorable título de "Relaçao da mui notável perda do galeáo grande S. Joáo, em que se contam os grandes trabalhos e lastimosas coisas que aconteceram ao capitáo Manuel de Sousa Sepúlveda e o lamentável fim que ele e sua mulher e filhos e toda a mais gente houveram na Terra do Natal, onde se perderam a 24 de junho de 1552".

Hasta que el erudito Bernardo Gomes de Brito recogiera el relato en su clásica  História Trágico-Marítima, en 1735, la relación del naufragio - entre otras varias - debió de circular profusamente en la Lisboa de los siglos precedentes: en su formato de opúsculo o folleto había conocido unas ocho reimpresiones más.

Era una narración lineal - de la que desde el principio los lectores conocían el desventurado final. En forma de opresivo tour de force los lectores de la época fueron asistiendo al relato de la ominosa travesía, en la que los signos, apenas perceptibles al principio, del desastre van tomando cuerpo, paulatina e inexorablemente, hasta el cumplimiento de la derrota final, la tragedia del naufragio - presente por lo demás en el imaginario y las vidas de los lisboetas del siglo XVI.




El galeón Sao Joáo  partió del puerto de Cochin en la India el tres de febrero del año 1552. Era una fecha un poco tardía para el viaje tradicional de regreso a Lisboa, que aprovechaba los vientos favorables del monzón para acortar el largo - y peligroso- retorno a la metrópoli desde los puertos de las especias.

"A mediados del siglo XVI, los marinos portugueses ya sabían que la mejor época para zarpar de Lisboa era a finales de febrero, marzo e incluso finales de abril (...) La partida desde el puerto de Goa o el de Cochin, en la costa occidental de la India, debía realizarse no más tarde de mediados de enero, para llegar al Tajo en junio o julio".

Cuenta la anónima relación del naufragio que éste, el Sao Joáo, se habría entretenido debido a la ausencia de cargas de pimienta en Cochin, con una guerra local por medio, y que así y todo no se pudo cargar el galeón de la preciada especia como se hubiera deseado. Su lugar lo ocuparon otras mercancías, que llenaron las bodegas del enorme navío.

Después de un largo periplo el cargado galeón hubo de arribar a la vista del cabo de Agulhas - al norte de Boa Esperanza - el trece de abril. Por indicación del capitán se acercaron a la costa. Pero aquí los incidentes comenzaron a encadenarse. Los vientos eran contrarios o variaban de día en día. La mar, gruesa. Las velas comenzaron a desmantelarse y el piloto anunció que "no llevaban más velas que las que traían en las vergas, porque el otro repuesto se lo había llevado un temporal que sufrieron en la Linha". Además, añadió el mismo, "la vela de proa era tan vieja que estaban seguros que el viento la arrancaría de la verga debido al gran peso de la nave".

Decidieron fondear entonces. Pero ya las corrientes eran contrarias y en el intento "pasaban tanto tiempo en remendarlas [las velas] como en navegar". Se perdieron "tres machos del timón, entre ellos los del pulgar, que decide la salvación o perdición de una nave". En este tiempo "todavía no habían avistado tierra aunque estaban cerca del cabo, a unas quince o veinte leguas de él".

El ocho de junio, finalmente, pudieron fondear en la llamada Terra do Natal. (Llamada así porque Vasco de Gama llegó a la misma en la Navidad  del 1497). "Desde la actual bahía Mossel, donde fondeó por primera vez Bartolomeu Dias, se extendía la llamada Terra do Natal, una tierra en la que escasea el agua y en la que es difícil hacer provisiones".

 
                                              


Abandonaron la nave, sufriendo bastantes bajas en el desembarco. Pero ni aún de ésta pudieron rescatar la madera suficiente para construir una embarcación de socorro, porque al varado galeón el mar lo quebró finalmente en cuatro pedazos, no pudiendo después aprovecharse ningún resto.

"Al cabo de dos días - prosigue la Relaçao - el capitán mandó a un hombre y un cafre del galeón a ver si encontraban algún negro que quisiera hablar con ellos para conseguir alimento. Estos anduvieron durante dos días sin hallar un hombre vivo, sólo algunas casas de paja despobladas (...) en algunas (...) encontraron fechas clavadas, que son su señal de guerra, según dicen". Comienza así un largo periplo por la costa en una tierra sin referencias, en busca de la desembocadura del río Lourenço Marques, más de ciento ochenta leguas al norte, donde esperaban avistar alguna nave portuguesa.

Es ésta una tierra sin marcas, sin nombres. Las colinas se suceden una a otra, interminables, iguales. No hay poblados, ni habitantes - aunque un día divisan "unos cafres" a lo lejos. Los rodeos para vadear, los barrancos, "sierras muy altas", las escarpadas rocas en la costa se suceden. Habían llegado al lugar de lo innombrable.

"No encontraban otros alimentos en aquella tierra ni nadie que los vendiese, porque era tal la aridez por donde pasaban que no se puede creer ni escribir". Y prosigue el catálogo de la desolación: "Tan pronto se metían en el desierto (...) como volvían al mar y subían sierras muy altas o descendían otras con enorme peligro".

Al cabo de tres meses de penosa travesía, paulatinamente la expedición se encontrará con tribus, reyes locales. Pero aquí el cerco de lo ominoso no hará sino ir estrechándose. Combatirán a favor de un reyezuelo de la costa, "señor de dos aldeas", que los acoge pero, en una desdichada decisión más, el capitán Manuel de Sousa abandona su protección para ir a caer en manos de otra tribu que los dispersa a todos y requisa definitivamente las armas. En un rizo de la adversidad la relación cuenta que "fueron tan ciegos que decidieron que debían seguir buscando aquel río de Lourenço Marques sin darse cuenta que ya estaban en él".


                                                   


Entonces la tragedia se precipita, finalmente. Dispersos, despojados de todo lo que portaban, los cafres exigen, por último, la entrega de las ropas de la exigua compañía que acompaña aún a don Manuel, entre ellas las de su esposa, la aristocrática Leonor de Sá. La narración recobra el tono de escena trágica, ya declaradamente. (Y como tal había de ser recogida por la tradición exegética del naufragio). Al final, frente a lo innombrable, a la ignominia y al caos, los náufragos optan por su propio nombre. Pero ésta es la decisión trágica, la que se enfrenta a la fatalidad. A la sombría Necesidad.

"Dicen que Doña Leonor no se dejaba desnudar y que se defendía con golpes y bofetadas, porque antes prefería que la matasen los cafres que verse desnuda delante de los demás. (...) Al verse Doña Leonor desnuda, se lanzó rápidamente al suelo y se cubrió toda con su cabellera, que era muy larga. Hizo un agujero en la arena, en la que se se metió hasta la cintura y no quiso salir de allí nunca más".

Don Manuel se interna en la maleza a buscar alguna fruta, algún alivio para los suyos. "(...) cuando volvió encontró que Doña Leonor y el otro niño habían fallecido y sobre ella lloraban cinco esclavas con fortísimos gritos". Entre todos los entierran. El capitán Manuel de Sousa "Una vez terminado, sin decir nada a las esclavas, tomó el camino que hacía cuando iba a buscar fruta, se metió entre la maleza y ya no lo volvieron a ver nunca más".




La Relaçao culminaba por otra parte con un pequeño final venturoso, como es la historia de don Pantaleón de Sá, cuñado de don Manuel, el cual, una vez que hubo curado milagrosamente a un rey local, consiguió acceder a un puerto en la costa donde recalaban algunas naves portuguesas y así regresar con alguno de los suyos felizmente a Lisboa. Su nombre, al igual que los de don Manuel y doña Leonor, figuraría así, aunque con un destino diferente, en el imaginario que el relato del naufragio había inaugurado en la época.

Años más tarde Luis Vaz de Camoes recogería la tradición del Sao Joáo, emparejándola en el canto V de Os Luisiadas con la trágica pérdida del joven rey don Sebastián, y con la predicción del mitológico Adamastor:

"Otro tambén virá, de honrada fama,
liberal, cavaleiro, enamorado,
E consigo trará a fermosa dama,
que Amor por gráo mercé lhe terá dado.
Triste ventura e negro fado os chama
Neste terreno meu que, duro e irado,
Os deixará dum crum naufrágio vivos,
pera verem trabalhos excessivos".



Esta misma relación se establecería décadas después en el poema épico de Jerónimo Corte Real  "Naufragio de Manuel de Sousa" editado en 1594. (El título original, impagable igualmente, era el de "Naufragio e lastimoso sucesso da perdiçam de Manoel de Sousa Sepulveda & doña Lione de Sá moler & filos vindo da Inda para este reyno  na  nao chamada o galeáo grande  S.  Ioao que se perdio no cabo de Boa Esperanza na terra do Natal" ).

En el tono desdichado del poema, el autor describía así, por ejemplo, la despedida de la comitiva de don Manuel de Sousa de la del "prudente Pantaleón de Sá":

Onde vas capitáo com a triste gente
onde te leva o mal táo apressado?
Um perigo tens lá certo evidente
e um desastre cruel aparelhado.
O conselho deixaste mais prudente
e vas agora táo determinado
sacrificar teus filhos sem ventura
com aquella que do mundo é fermosura

En pleno siglo XVII el casi desconocido literato culterano español Francisco de Contreras - "amigo de Lope" por lo que él mismo aduce - publicaría un retórico y cargado de metáforas poema, intitulado  "Nave trágica de la India de Portugal" (en Madrid, 1624), el cual, aunque de distinta manera que en la obra de Corte Real, recogía igualmente el escenario y las figuras que la anónima Relaçao había inaugurado un siglo atrás.

En él, la escena del desembarco en la Terra do Natal aparece, en sucesión de imágenes, como:

Salen primero del revuelto pecho
El noble Sosa, y sus amadas prendas
En breve esquife, que en cristal deshecho,
Espuelas le es el viento, el remo riendas
Y por sí mismas en fatal estrecho,
Como es propio sepulcro, son ofrendas,
Juzgándose por muertos, aunque juntos,
Y haciéndose honras como a ya difuntos

Retórica épica del XVII o culteranismo alegórico del mismo en los dos largos poemas. Ninguno de ellos conservaba la eficacia narrativa y trágica de la descripción de la relación anónima de Lisboa. Relación memorable que se había recogido, según palabras del desconocido autor, de labios de "un tal Álvaro Fernandes, guardián del galeón, que me contó esto con mucho detalle, y que por casualidad encontré aquí en Mozambique en el año de mil quinientos cincuenta y cuatro".

Frente a la construcción del lenguaje poético, la señal memorable del deíctico: "aquí". Y más tarde lo irrepetible de los nombres, ya para siempre: "en Mozambique en el año de mil quinientos cincuenta y quatro".



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- Las notas se han recogido de la edición española de la Relaçao, en   Isabel Soler   Los mares náufragos    Barcelona 2004.

También de la edición portuguesa incluida en la   Historia Tragico-Maritima    de Bernardo Gomes de Brito
Vid. asimismo     Marc Vitse   El siglo de oro en escena       Presses, Univ. du Mirail, 2006
  Manuel Abad    La contextura estética de "La Nave Trágica"     Centro Virtual Cervantes, Actas IX,  1986

Giulia Lanciani     Os relatos de naufragios na literatura portuguesa dos séculos XVI e XVII      Lisboa, Ins. de Cultura Portuguesa,  1979.










Agosto



En un edificio público - hospital u oficina - contemplamos, un momento, una reproducción en los pasillos de una obra de Van Gogh. ( La obra es la conocida recreación de un tema de Millet, " La siesta", de 1890). Apenas se percibe. Van Gogh, como algunos otros, entra en el catálogo acostumbrado de estampas para la decoración de cualquier edificio público.

Una imagen, un instante, en la reproducción del cuadro. En la era, dos campesinos duermen sobre un almiar. El momento del mediodía.

Pero lo que me impresiona, por un momento, no es ello, la escena que el lienzo recrea, sino el espacio que queda entre ellos, abierto entre el primer y un segundo almiar, más distante.

Es un espacio amarillo, casi blanco, calcinado por el sol. Desierto, pálido, en él no cabe esperanza ni retórica. Sino ese espacio vacío, inmenso, de la desolación. El sol abrasador, el verano sin matices, la ceguera sin límites.

Las islas fugitivas

  Eugéne Atget había fotografiado los alrededores del parque Montsouris de París en varias ocasiones. Además de las sillas y los portales va...

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