domingo, 30 de enero de 2011

De una Geografía exacta.



"¿Cuál es el centro de la Tierra? ¿Es sólo puro elemento, como decreta Aristóteles, habitado (como piensa Paracelso) por criaturas cuyo caos es la Tierra; o por hadas, como los bosques y aguas (según él)  lo están con ninfas; o como el aire con espíritus?

Dice Plinio que Dionisidoro, un matemático que después de muerto envió una carta al mundo superior desde el centro de la tierra para comunicar a qué distancia estaba ese mismo centro de la superficie del mismo, a saber 42000 estadios, podía muy bien haber satisfecho todas estas dudas".


"Pero nuestros más recientes teólogos han alejado los escrúpulos de Bonifacio; Francisco Ribera (Apocalypsis, cap. 14) sitúa al Infierno como un fuego material y localizado en el centro de la Tierra, de 200 millas italianas de diámetro y lo define con estas palabras: "reúne la sangre de la Tierra (...) Durante mil seiscientos estadios", etc. Pero Lesius (lib.13, De moribus divinis, cap. 24) concibe este infierno local como mucho menor, de una milla holandesa de diámetro, todo lleno de fuego y azufre: porque, como allí demuestra, ese espacio multiplicado cúbicamente, haría una esfera capaz de contener ochocientos mil millones de cuerpos condenados (teniendo cada cuerpo seis pies cuadrados), que sería más que suficiente. "Cum certum sit, inquit, facta subductione, non futuros centies mille milliones damnandorum"


"las anotaciones de Gaguin en su descripción de Moscovia: "allí en Lucomoria, una provincia de Rusia, que yace completamente dormida, como muerta, desde el 27 de noviembre, durante todo el invierno, como ranas y golondrinas entumecidas por el frío, pero que hacia el 24 de abril, en la primavera, reviven nuevamente y siguen con sus asuntos".

      - Robert Burton    Anatomy of Melancholy,   II.


"Las comarcas que se extendían entre la Bogotá de los ensalmos, el Potosí - milagro mayor de la naturaleza - y las bocas del Marañón, estaban colmadas de prodigios mucho mayores que los conocidos, con islas de perlas, tierras de Jauja, y aquel Paraíso Terrenal que el gran Almirante afirmaba haber divisado en algún paraje - y todos le conocían  ahora la carta escrita antaño al rey Fernando - con su monte en forma de teta. Se hablaba de un alemán, muerto con el secreto de un  reino donde las bacías de los barberos, las cazuelas y peroles, el calce de las carrozas, los candiles, eran de metal precioso. "

-    Alejo Carpentier         El camino de  Santiago


" (...) nada sabemos ni de los bastarnas ni de los saurómatas, ni en una palabra, de los que viven por encima del Ponto, ni a qué distancia se hallan del mar Adriático ni si confinan con él "

-       Estrabon          Geografía    VII


"Aristeo, hijo de Caistrobio, natural de Procones, declara en su poema en hexámetros que, por la inspiración de Apolo, viajó hasta los isedones; que más allá de los isedones existen los arimaspos, gente de un solo ojo; más allá de ellos los grifos que guardan el oro; y, más allá, los hiperbóreos que llegan hasta el mar".

 - Herodoto      Arismaspea




" Midió el muro de cintura a los cuatro vientos: tenía quinientos codos de largo y quinientos codos de ancho, y separaba lo santo de lo profano.

(…) Y el zócalo: catorce codos de largo por catorce de ancho: un cuadrado. El reborde todo alrededor: medio codo; y la cavidad, todo alrededor: un codo. Las gradas estaban vueltas hacia oriente""

- Ezequiel, Visión, 42




"El Paraíso es un lugar que se encuentra en la parte oriental de Asia. Su nombre es de origen griego y se traduce en latín por hortus, que significa jardín: en hebreo es llamado Edén que en nuestra lengua significa  delicias. "

- San Isidoro,  Etimologías, XIV.





"Nueva Zelanda está separada de América del Sur, su vecino más próximo al este, por unas 4500 millas de océano, mientras que al sur hay 1600 millas marinas hasta el continente antártico; Australia se encuentra a 1230 millas al oeste, y Nueva Guinea a 2500 millas al noroeste... Este aislamiento y esta lejanía perduran desde hace 70 millones de años".

- Allan Curnow     A Book of New Zealand verse     1945




"En el nivel inferior, la superficie terrestre, "que es una parte insignificante del Cosmos, y alrededor del axis Monte Mero están simétricamente dispuestos los continentes y los mares, en los cuatro puntos cardinales". Cada continente está ocupado por una serie distinta de seres, algunos divinos. Los seres humanos habitan en el continente sur (Kamadhatu), pero encima y abajo del plano terrestre y aún dentro del nivel inferior del mundo tripartito hay otros planos de cielos e infiernos habitados por otros seres. Por encima de los tres niveles está el Nirvana. Y todo ello sólo es uno de los muchos millones de universos existentes". 

- Cartografías de lo desconocido.  Madrid. Biblioteca Nacional de España. 2017.





"Antes de él [el emperador Han Wudi] Qing Shi Huangdi envió una expedición a los mares orientales para tratar de encontrar las islas mágicas de los inmortales chinos, seres míticos que, habiendo ampliado su vida de unos cientos de años, podían esfumarse o aparecer con el viento, y volar a lomos de una grulla. Vivían en palacios de montaña, con la Reina Madre de Occidente, o en islas rocosas de los mares orientales que, al acercarse la expedición de Qing Shi Huangli, se disolvieron en la niebla".

- Maggie Keswick    "El arte del jardín"   eds. Siruela, 1993.


viernes, 28 de enero de 2011

Sobre árboles chinos



El principal árbol chino de la Antigüedad, como todo el mundo recuerda, fue el árbol de la seda. Los chinos, los "seres" en la terminología del Imperio Romano, eran los poseedores de este raro espécimen, cuya principal utilidad era, precisamente, la de la producción de la seda.

Estudios posteriores relegaron al "albrizia julibrissi" a la condición de leyenda, como tantas que circulaban sobre el mítico tejido, cuya producción durante siglos fue poseída exclusivamente por el Celeste Imperio y por el misterio, a partes iguales. Que fueran unos monjes nestorianos los que, escondidos en sus bastones de bambú y a riesgo de sus vidas, introdujeran por primera vez en Occidente - en concreto en el puerto de Constantinopla, desde la ruta de Trebizon - los gusanos de seda, y a partir de ahí comenzara la producción de la mítica tela en el Mediterráneo, se consideró como la demostración definitiva de la falacia del árbol sedoso, abandonada ya para siempre en el repertorio de fantasías orientales, junto con la descripción de los esciápodos, los cíclopes, los faquires o el ave Roc.

En 1859 el coronel Piotr Ivanovich Kafarov publicó, sin embargo, un curioso documento, de fecha imprecisa, pero en cualquier caso anterior al siglo V, en el que Li Tai Pei, escribano de la corte en Xian, describía exactamente una plantación de árboles de la seda.

"en el exterior del palacio del Emperador Amarillo, de cuyas ramas tejen los artesanos los preciosos hilos".

Años más tarde, en la Segunda Guerra del Opio, el profesor Otto Frankel, sinólogo reconocido, publicaba una descripción aún más remota, - siglo II a.C. - en donde el jardín de la emperatriz Wu Zetian "está adornado con ramas de serum de acuerdo a su imperial condición".

¿Leyenda? ¿Falsificación? En 1930 el historiador Edward H. Schafer defiende - en su "Enciclopedia de los imperios Tang" - la teoría de que la seda imperial se extrajera en efecto de las ramas de la albrizia julibrissi , relegando la producción de los gusanos a las sedas inferiores. La primera era reservada exclusivamente a los usos de la corte, y ningún viajero occidental tuvo nunca acceso a ella.

Siglos más tarde, las invasiones mogolas acabaron definitivamente con el cultivo del legendario árbol, que se extingue para pasar al repertorio de leyendas orientales.





Notas

1.  El nombre está tomado del italiano Filippo del Albizzi, siglo XVIII. El adjetivo julibrissi es una corrupción del farsi original, como es evidente.
2.   John de Mandeville    Libro de las maravillas del mundo    Lieja, 1352.
3.    Piotr Ivanovich Kafarov     The cyirillization of chinese       Moscow, 1859.
4.   Otto Frankel  Das Reich der Han    III, Leipzig,  1890.
5. Edward H. Schafer      Ancient Tang Empires Enciclopedy   vol. XIX,  Georgetown, 1930.

miércoles, 26 de enero de 2011

El espejo de Szeged. II




Cuenta el escritor serbio Danilo Kis, en el relato “El espejo de lo desconocido”,  -dentro de su Enciclopedia de los muertos - la historia de una niña, Berta, a quien un espejo "pequeñito y redondo, que su padre le compró a un gitano para ella en la feria de Szeged " le revela una mañana la muerte de aquél y sus hermanas a manos de los bandidos de regreso de una feria. Volvían por un camino del bosque desde la ciudad de Arad. En el espejo, que al principio sólo le devuelve la imagen de su cabello pelirrojo, contempla de pronto la escena del asalto a la carreta por parte de unos enmascarados, la sangrienta escena posterior, el asesinato de los indefensos viajeros.

"La niña está sentada en la cama, el cuerpo sacudido por los espasmos, los ojos perdidos en el vacío. A su lado, en el suelo, el espejo roto (...)

- Están todos muertos - dice, con una voz que apenas es la suya".

La historia la recoge, comenta el novelista, del tomo del año 1858 de Aradi Naplo, revista, como se nos advierte, de heterogéneo contenido.

“La revista ofrecía además de las noticias oficiales, proverbios pastoriles, artículos instructivos sobre temas agrícolas, consejos jurídicos, así como informes sobre las carreras de caballos en Pest, sobre las rebeliones en Grecia, sobre los golpes de estado en la corte de Serbia”. Cita luego diversas revistas espiritistas, que comentaron profusamente el caso.

“De este extraño suceso informaron a sus lectores otros periódicos europeos (…) Las revistas de espiritismo – y su incidencia era más que notable- citaron este caso como un indicio seguro de los poderes magnéticos del hombre”. Y en un post scriptum al final del libro: “Respecto a la narración El espejo de lo desconocido, hay que señalar que los adeptos al espiritismo y la propia señora Castellan consideran este fait divers auténtico”.

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Un espejo horrible. En 1527 - nos cuenta Baltrusaitis, en un ensayo ya clásico - el pintor Laus Furtenagel había pintado un retrato de "los esposos Burgkmair" en cuyo fondo figuraba un espejo ovalado. En este los esposos contemplan sus propios cráneos. El espejo como doble esta vez es un espejo de la muerte.


No debieron ser raros en la época estos espejos terribles. Representación del doble como doble mortal, seguía una tradición que ya en la última Edad Media se había generalizado, por ejemplo, en la Leyenda de los Tres Caballeros. Aquellos que, jóvenes y arrogantes, en una partida de caza encuentran su atroz doble en forma de tres sarcófagos, en medio del bosque. En el siglo XVII J.F. Niceron hablaba de los 'miroirs du mort'. Como marca evidente, demasiado pedagógica, tal vez, en el fondo de estos figuraba una calavera.

O los 'miroirs du devil', pintados y enmarcados en negro, que las mujeres solían llevar en la cadera. Deformación de los espejos que en la época del drama barroco se había hecho moralizadora, llevaba la marca alegórica de la muerte en su forma más didáctica: la calavera.



lunes, 24 de enero de 2011

Calle Pradillo




Al final de la calle Pradillo existía una casa abandonada, con un raro jardín con estatuas, un estanque seco, un cenador arruinado.

Fue un descubrimiento fascinante, una tarde que saltamos la verja. Encontrar el jardín - cegado por las hojas - y los restos de la antigua quinta entre los descampados, los solares de una calle en donde ya se estaban comenzando a edificar almacenes nuevos, naves industriales entre sus restos.

Pradillo estaba al final de un barrio de chalets y de hoteles de las colonias obreras de la época de la Segunda República. Sobre el barrio, encima de la ciudad-jardín de Alfonso XIII, se erigía la inmensa mole de un colegio decimonónico, el "colegio de las monjas". Nunca vi a nadie entrar o salir de él, aunque por el día se oían voces y el edificio parecía cuidado - y retórico- en su gigantismo. Debajo, la colonia de funcionarios, distante y secreta, entre los chalets más solemnes de Alfonso XIII, de la Ciudad Lineal al fondo.

La calle Pradillo bordeaba el barrio. Debía de haber contado con alguna quinta rara, algún merendero de los que, allá por Chamartín, subsistían, moribundos ya alguno. Pero ahora era una calle en la que de estos restos no quedaba nada. En su lugar habían comenzado a construir las naves industriales, los vastos talleres de los que surgía, durante el día, un constante ruido de máquinas. Al final, cerca ya de López de Hoyos, permanecían algunos solares, y entre ellos, la tapia confusa, las escaleras que alcanzaban la calle y  semejaban surgir y acabar entre la maleza.

Fuimos allí varias tardes. Nuestros paseos finalizaban, como un acuerdo tácito, en la zona. Cerca, había un merendero y un colmado de ultramarinos, y, más allá, un café decrépito entre los jardines. Algún tiempo después, volví con una cámara de fotos. En algún lugar estarán los negativos: el estanque vacío, los faunos en la bruma, el cenador circular entre la reja, los candados inútiles. Una rara niebla surge de las fotos.

jueves, 20 de enero de 2011

De la costa de Levante.




   Fotografías del bisabuelo Vicente repartidas por la casa. En una de ellas hay un grupo de personajes vestidos con levita y sombrero de copa sobre unas escaleras. Sonríen, satisfechos, y miran a la cámara. Deben de salir de un banquete, por el ruido que - a despecho del silencio de la imagen - parece que hacen. Uno de ellos porta uniforme militar, casco reluciente, un mostacho amplio. Sobre el casco, un penacho en blanco y negro. Otro, serio, es el párroco, con sotana y algo como una teja. El único de los demás que no lleva sombrero de copa es el bisabuelo, que porta un curioso bombín bajo, mezcla de canotier y montera torera. Es también el único con pajarita y traje claro. Todos los demás llevan bigote, perilla, oscuras levitas...

  Salen de un banquete, sin duda. Esta afición a los banquetes, esta afición a las celebraciones masivas semeja aún del XIX, de principios de siglo. Los del 98 hablan continuamente de ella. Los políticos también. La tía Concha nos recordaba, todavía horrorizada, cuando el bisabuelo se presentaba de pronto en casa con unos amigos a comer. "¿Cuántos sois, Vicente?", le preguntaba la bisabuela. "Unos treinta", replicaba él. La bisabuela, indignada, se ponía a lanzar rayos y denuestos, aunque luego siempre ponía la mesa y a todos daba de comer.

  Un solo día, contaba también la tía Concha, dejó a alguien en la calle. Fue una tarde que el bisabuelo le anunció que venía a merendar el párroco de no sé dónde "con unos sobrinos". "¿Y cuántos son los sobrinos del señor retor?", le preguntó ella. "Veintidós", respondió muy ufano el presbítero. "Pues vaya su santidad a merendar con sus sobrinos a otra parte", le contestó en un raro rasgo de malhumor la bisabuela.

  La tía Concha se reía cuando lo contaba. Ella todavía sufría pensando en los apuros de su madre en la cocina, en los interminables banquetes, en comidas que enlazaban con la merienda y luego con la cena, la tertulia que se prolongaba en el porche, en las mesas del jardín.

domingo, 16 de enero de 2011

De Tarancón, en la guerra.


Salimos al atardecer. A las nueve estábamos en Tarancón, el paso difícil, (...)

Arrebujados en nuestros abrigos, bajamos de los camiones y fuimos conducidos a una casucha oscura, donde habían puesto unas largas mesas y unos bancos. La estancia estaba alumbrada por candiles de aceite o por velas colocadas en los extremos. Nuestros cuerpos proyectaban sus sombras en los platos y no veíamos bien  para comer. Unos hombres toscos y bruscos nos trajeron la comida. Yo me figuraba en deportación a Siberia, y sentía de golpe una gran ternura o amor por los niños que iban en la comitiva y por aquellas madres burguesas que jamás habrían cenado en un local tan lleno de sobresalto mudo, de terror latente.

Por otra parte, gustábame vivir una experiencia como aquella, tan áspera. Después de la cena nos separamos. Los que nos habían servido la comida nos señalaron albergue para dormir. A mí me tocó ir con Miguel Prados, su mujer y sus dos hijas a una de las mejores casas del pueblo. En la puerta había un hombre con fusil y mala cara, que nos recibió diciendo: - ¡Ah, vamos! ustedes son de los sabios. Yo entablé un breve diálogo:

- ¿De quién era esta casa?
- De unos marqueses.
- ¿Eran madrileños?
- No, de Bilbao.
- Venían por aquí por temporadas nada más, ¿verdad?
- Sí.
-  Ahora, ¿dónde están?
- Tranquilos.
- ¿Pues...?
- Los matemos.



   - José Moreno Villa    Vida en claro     1944.

sábado, 15 de enero de 2011

De la costa de Levante. II






El bar de Nadal se encontraba en un lugar insólito, en el Rincón de Loix, adonde para llegar apenas existía un camino desde el pueblo.

El paseo por la playa, la avenida de Levante, se debió de abrir muy tarde, según nos contaban los mayores. El Camí dén Baix pasa por las huertas de atrás, el alfaz de los Devesa, luego el de Cosme Verdí, torciendo luego hacia el norte para tomar la dirección de Altea, por detrás de la montaña. Debajo, la playa de Levante son unas dunas inciertas, un terreno indefinido de espartales y ramblas secas, en donde apenas hay trazado ningún camino. (Entre otras cosas, porque no hay ningún lugar adonde ir). Bancales arenosos, huertos de agua salada, los terrenos de la playa son los peores, los que en la herencia se dejan a los hombres - según una tradición no escrita en el pueblo, en la que las mejores tierras, las casas, van a parar a las hijas. Al final de la playa, de las dunas, está el merendero de Nadal.

¿Cómo se llegaría hasta allí? No lo sé. Lo que sé es que hay fotografías en donde los parientes, con sombrilla y alpargatas, posan junto a Nadal, en las barcas en la playa. El bisabuelo solía merendar allí todas las tardes, cuentan, La abuela encarga el arroz. Aquél sale a pescar por la mañana. Luego, las mujeres lo preparan. Hay una caseta sobre la arena, la falda de la montaña, pedregosa y árida, detrás.

Otra fotografía lo muestra: el emparrado bajo la puerta, la caseta de pesca, la mesas de tijera fuera. En unas sillas, bajo el fuerte sol de Levante, el viejo Nadal, unas mujeres de negro esperan, dormitando, no sabemos qué.

jueves, 13 de enero de 2011

Des imagistes

I HEAR AN ARMY.

I hear an army charging upon the land,
And the thunder of horses plunging; foam about their knees;
Arrogant, in black armour, behind them stand,
Disdaining the reins, with fluttering whips, the Charioteers.

They cry into the night their battle name:
I moan in sleep when I hear afar their whirling laughter.
They cleave the gloom of dreams, a blinding flame,
Clanging, clanging upon the heart as upon an anvil.

They come shaking in triumph their long grey hair:
They come out of the sea and run shouting by the shore.
My heart, have you no wisdom thus to despair?
My love, my love, my love, why have you left me alone?


- James Joyce

De un viaje a Los Ángeles.


El espacio plano, sin referencias. El espacio igual a sí mismo. Pero esta igualdad no es nada.

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El espacio de la indiferencia, de la absoluta equivalencia de todo acontecimiento - ocurrido en un lugar sin referente su valor ya no es nada, sino su inmediato acontecer. Pero esta equivalencia no es como podría suponerla un europeo - territorio sin desiertos, al fin y al cabo. Hay en su aparición algo que desdeña el resto trágico, que nosotros siempre tendemos a atribuirle.


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"Para nosotros, pues, supone un choque mental y una inaudita liberación, descubrir la fascinación del no-sentido, de esta vertiginosa desconexión soberana de los desiertos y las ciudades"


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Un escándalo, una presencia insoportable: la de la ciudad sin centro. Los Ángeles: la pura extensión, el blanco espacio del recorrido. A nada simbólico remite este absoluto desplazamiento; ningún centro hay a cuya referencia quepa remitirse. Pues en nuestras ciudades siempre nos quedaba la nostalgia de un centro - más eficaz o menos, pero siempre latente - a cuyo recuerdo siempre cabía ordenar el recorrido. Plaza Mayor: el lugar de encuentro de quienes eran. Edificios simbólicos, monumentos, lugares de la ciudad que suponen un orden, una jerarquía frente a la mera deriva. Y a cuya presencia se remite el orden simbólico en el que nos movemos. El centro. La periferia. El orden. El caos. El encuentro. La pérdida. La palabra. El balbuceo.

Nada de esto resta en este otro espacio, habitado y desértico. Y su sola presencia es, en realidad, la del escándalo, lo impensable. Un lugar sin centro. Un espacio sin símbolos - sin tragedia, sin historia. Un recorrido sin referencias. ¿Como puede concebirse esto?


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El desierto: "porque allí se resuelve cualquier profundidad volviéndose neutralidad brilante, inestable y superficial, reto al sentido y a la profundidad, a la naturaleza y a la cultura, hiperespacio ulterior, ya sin origen ni referencias "

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El día en el desierto: el tiempo. Un tiempo sin historia ninguna, todo él accesible en el momento. Su tiempo sin historia, sin antes, no es sin embargo el del origen - un tiempo especialmente denso, cargado de sentido, cuyas figuras son la Arcadia o la infancia. No. Su tiempo es el de la absoluta indiferencia de todos los momentos. Todos al fin son su "brillante neutralidad" bajo un sol sofocante, inmóvil.


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El desierto crece. Quien puede observarlo.


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Deambular. La velocidad, el movimiento permanente. Pero éste es un recorrido por lo horizontal - por la extensión. Si las referencias están perdidas, el tráfico sólo habla de un objeto que ya no está. La velocidad impide toda nostalgia, toda contemplación de un objeto. Pero, ¿qué había que contemplar?


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El escándalo del arte moderno.

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(las citas corresponden todas al "América" de Baudrillard. Menos la de Nietzsche, obviamente) 

Las islas fugitivas

  Eugéne Atget había fotografiado los alrededores del parque Montsouris de París en varias ocasiones. Además de las sillas y los portales va...

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