sábado, 17 de junio de 2017

Noticia de Alejandría




Cuando en los primeros años del siglo XX el escritor inglés E. M. Forster desembarque en Alejandría, la ciudad se halla bajo el mandato del Protectorado Británico. Después de siglos de una larga decadencia había conocido un cierto resurgir a finales del XIX con el gobierno del virrey turco Mohamed Alí. Una destartalada reconstrucción de la ciudad le daría esos años el aspecto de metrópolis comercial, abigarrada y distante del Egipto interior, cuya población estaba formada por "coptos, judíos, armenios, griegos, italianos... todas las nacionalidades".

Forster escribió un primer libro de ensayos sobre Alejandría al poco de su llegada, Pharos und Pharillon. El volumen era la recopilación de los artículos que había ido publicando en la gaceta local, el Egyptian Mail. Casi inencontrable hoy en día, la obra iba a tener una accidentada edición en 1923 en la que, aceptada por fin por una pequeña editorial londinense, ésta se perdería casi por completo al poco tiempo, incendio en los almacenes de la City incluido.

Alejandría, independientemente de su escenario moderno era, sin duda, el relato antiguo que resultaba inevitable evocar. "Cuando Forster desembarcó en 1915 no quedaban para recibirle ni rastro de esta complicada belleza", diría de su llegada años más tarde el también británico Lawrence Durrell.



La ciudad sería durante la estancia del primer escritor una suerte de parada intermedia entre Oriente y Occidente. Lo había sido tradicionalmente. Él la define de esa manera en alguna ocasión: "... una escala marítima hacia la India y el Oriente más lejano". Lo fue así en su biografía, en la que al cabo proseguiría el viaje hasta la India - lugar de una de sus obras más señaladas, la conocida Passage to India. Al cabo de tanto tiempo Forster había repetido la misma deriva sobre la ciudad de la Antigüedad tardía en el extremo de las rutas que, en el confín del Mediterráneo, enlazan los puertos del Océano Índico, la costa malabar y las remotas islas de las Especias con los mercados europeos - con los mercaderes venecianos, principalmente. Qué hacer, señalaría el escritor, con las ruinas de una ciudad que había sido en otro momento la capital de un reino, el ptolemaico, y de una cultura, la del helenismo. Apenas quedaba nada de un nombre, Alejandría, cuyo esplendor se había esfumado hacía ya tantos siglos.

"Los puntos de inflexión de Alejandría no son interesantes en sí mismos, pero nos fascinan si nos acercamos a ellos a través del pasado" reconocería Forster en el prefacio a la que iba a convertir, sin embargo, en una guía clásica de la ciudad. Su Alejandria. A guide publicada por primera vez en 1922 aún ahora se sigue reeditando. El escritor, a despecho de las pérdidas que había sufrido la ciudad, sí iba a identificarse paulatinamente con ella. De hecho, su Guide constituye un homenaje a la antigua capital de los Ptolomeos, descrita minuciosa y cuidadosamente. No debían de ser ajenos a los motivos del mismo el descubrimiento de la obra de un oscuro poeta local, Konstantin Kavafis, - a quien trata con cierta asiduidad y edita su obra, más tarde. Así como el asomarse a unas relaciones sentimentales con un incierto nativo alejandrino, que en la Inglaterra original de aquél nunca habían podido tener lugar.




En Kavafis, cuya poesía admiraría desde un primer momento, aparecía igualmente la descripción de la pobreza de la ciudad contemporánea - en cuyas calles iba a transcurrir casi toda su vida.

(...) No hallarás otra tierra, ni otro mar.
la ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. y en los mismos
suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma.
Otra no busques - no la hay (...).


Junto a ella, surgía la recreación, y el relato alegórico, de un pasado heroico cuyos ecos aún alcanzaban al presente. A lo menos, en sus poemas sobre la decadencia de los antiguos griegos, los personajes del tardío reino helenístico. "Aún pervive Alejandría" escribe el poeta en algún lugar - en el poema Refugiados.

Alejandría siempre es ella. A poco que camines
por su calle derecha que termina en el Hipódromo,
verás palacios y monumentos que te admirarán.
Por más que ha sufrido daños por las guerras,
por más que se ha empequeñecido, siempre una ciudad maravillosa...

Aún pervivía la ciudad en efecto. Pero difícilmente el eco de la antigua cosmópolis era ya perceptible. Si no fuera en los versos del griego. En la literatura sobre la misma, en general.

"Alejandría es toda insinuación: aquí (en algún lugar) es donde Alejandro yacía en su tumba; aquí se suicidó Cleopatra, aquí la Biblioteca, el Serapion, etcétera... y allí físicamente no hay nada" escribiría de ella M. Haag en "La ciudad de las palabras".

Forster realizaría algunas traducciones al inglés de la obra de Kavafis. "La primera traducción al inglés la llevó a cabo él mismo. Tuvo lugar hace ahora más de treinta años en su piso del número diez de la rue Lepsius en Alejandría, un piso oscuro amueblado de forma convencional".




Existiría igualmente en el escritor británico una declarada admiración por la cultura del tardío helenismo - por el neoplatonismo alejandrino, por encima de todo. Personalmente además vivió una incierta historia amorosa, lejos de pronto de las brumas de la Inglaterra victoriana, y en medio de aquel escenario nuevo, donde podía acceder por fin a su confusa homosexualidad. En decadencia, y distante de la urbe de la Antigüedad tardía, en la ciudad sin embargo los viajeros europeos aún encontraban esa suerte de exotismo que desde la expedición napoleónica se convertiría en el sueño de Occidente: la nostalgia del orientalismo. No era ajeno al mismo la pervivencia del Hotel d´Europe, el lugar donde los viajeros -  Flaubert o Thackeray entre otros - se alojaban. Era un decorado conscientemente exótico que en cierta manera cumplía las expectativas del dibujo fantástico de Oriente. "Oriente - había descrito Víctor Hugo en Les Orientales - representa fantasía, riqueza, lujo, luminosidad, sensualidad, violencia, crueldad".

No todas las descripciones exaltaban el exotismo, la celebración de la otredad. En su Itineraire
de París a Jérusalem el viajero Chateaubriand señalaba que:

"Aunque me encantó Egipto, Alejandría me dio la impresión del lugar más melancólico y desolado de la tierra. Desde la altura de la casa del embajador, no distinguí sino un mar desnudo que rompía en unas costas bajas aún más desnudas, puertos casi vacíos y el desierto líbico que se perdía en el horizonte del mediodía (...) Por doquier, las ruinas de la nueva Alejandría se mezclan con las de la ciudad antigua".



Pero la ciudad estaba llena de fantasmas. Y en cierto modo ésta - Alejandria: A History and a Guide - era una guía fantasmal. En sus capítulos Forster mezclaría una excelente recreación de la Alejandría histórica - con especial dedicación a la cultura del neoplatonismo, o a la síntesis judeo-griega de la lectura del Antiguo Testamento del filósofo Filón - con los mapas de la ciudad contemporánea. Estos elaboraban, junto a unas precisas notas, una descripción de los lugares de interés que aún pervivían. Por debajo de su precario presente flota en toda la obra - en toda la percepción de la ciudad - la noción de su legendario pasado. Bien que éste se encontrara a veces sepultado bajo los escombros y las ruinas que los largos siglos de abandono habían acumulado sobre las calles. Nadie sabe, apuntaba Forster, en la actualidad dónde se encuentran las ruinas del Palacio o del célebre Museion.

El biógrafo de Kavafis, Robert Liddell, había afirmado a propósito de aquél:

"No resultaría del todo exagerado afirmar que solamente el glorioso pasado de Alejandría hacía soportable la vida allí".

Forster trazaba en su guía un diálogo constante entre el presente y el pasado. A despecho de las sucesivas destrucciones en esta recreación memorable la ciudad mítica aún pervivía.

No siempre había sido así. "Entre Amr y Napoleón median casi mil años de silencio y abandono", anotaba Lawrence Durrell en el prólogo a una nueva edición de la Guía. En ella, en efecto, apenas se dice nada de los largos siglos de dominación árabe, en los que la ciudad desaparece de la historia.

Vuelve a surgir con motivo de la campaña napoleónica en Egipto, a finales del siglo XVIII. "En esta corta expedición he visto lo suficiente para alejar de mí la idea que tenía de esta fabulosa Alejandría: casas destartaladas a punto de desmoronarse, muros irregulares, calles de bazares donde el aire apenas respiraba...", había escrito en 1798 un anónimo expedicionario al llegar. a ella. En un manual histórico sobre el Primer Consulado se nos dice: "Cuando Napoleón entró en la ciudad era un pueblo medio arruinado de sólo 7000 habitantes".

Será a partir de este momento sin embargo que Alejandría vuelva a ser la fuente de una incierta literatura. En la que se mezclarán los relatos orientalistas de Jan Potocki o Gustave Flaubert con las descripciones exóticas de Jacqueline Carol - en sus Cocktails and Camels -, la biografía de Kavafis de Robert Liddell, la moderna lectura de Naguib Mahfuz - en Miramar. O  Los días de Alejandría, la novela recreación del exilio griego a principios de siglo de Dimitris Stefanakis ... Y la más conocida tetralogía de la ciudad, el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. Más tarde, cuando la segunda guerra mundial ya había terminado.

En esta última, escrita ya desde la distancia de un cierto exilio en la isla de Chipre, el relato de los hechos transcurridos en sus calles en los años de la contienda se mezclaba, inevitablemente, con la nostalgia de un pasado remoto, ya irrecuperable.

"Alejandría, capital del recuerdo".



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