jueves, 17 de noviembre de 2011

Alto Douro



El poeta Antonio de Andrada nació en Macedo, freguesia de Lagoa, en 1967. Es autor de una obra minúscula, por decirlo de algún modo.

Algún poema suelto había figurado en la antología que la Universidad de Chaves edita todos los inviernos. Remitida ésta, por casualidad, entre las numerosas publicaciones que el Departamento de Filología de la Universidad de Salamanca recibe regularmente, el profesor Eugenio Tovar hubo de señalarme un día la rara calidad de alguno de los versos en ella incluida. Dentro de una publicación que, llena de entusiasmo regionalista en general y de un notable pesimismo en particular, normalmente se envía al archivo de separatas y revistas olvidadas ya desde su origen.

En cierta ocasión, hará unos diez años, el poeta local Raúl Medrano organizó en torno a la citada  antología un encuentro de líricos de ambos lados de la raya en un club de jazz de Salamanca, el clásico Birdland. Del encuentro regional salió un oscuro sentimiento de escepticismo, una cena fría en el Mesón Cervantes de la plaza, y una invitación al otro lado del Duero para corresponder a la tediosa velada.

Sabemos de nuestro autor, Antonio de Andrada, que no acudió a ninguno de los encuentros, y que, años después, preguntado por su reiterada inasistencia a estos eventos, confesó que sinceramente preferiría que le arrancaran una muela antes de pensar en ir a alguno. Comentó más tarde acerca de la nueva lírica en general y el regionalismo del Duero, opinión que no es necesario repetir aquí.

En numerosas conversaciones privadas el poeta gustaba de repetir la anécdota del célebre viaje de T.S. Eliot a Rapallo con motivo de la publicación de un libro suyo inminente. Sin molestar a Pound - por el que siempre había profesado una admiración sin límites - el americano había entregado en la villa del poeta una plaquette con alguno de los poemas que pensaba editar, solicitando su opinión. Es sabido que a los pocos días recibió de vuelta en el hotel los citados poemas con una nota manuscrita de Ezra Pound donde se incluía una sola palabra: "Pútridos". Andrada, que siempre había gustado de la obra de Pound, confesó que al cabo de los años su lectura predilecta eran los "Cuatro Cuartetos" eliotinos. Autor del que, a despecho de esta admiración, no se manifiesta rasgo alguno en la poesía del portugués.

Fue gracias al profesor Tovar que, poco a poco, pudimos establecer un vago contacto con el poeta. Aunque al principio desdeñó, cortésmente, enviar cualquier colaboración para la revista lírica que entonces editábamos en Madrid - la excelente "Estación central" - pudimos entablar no obstante una intermitente relación epistolar, a la que el autor se prestaba de tarde en tarde.

Otros datos nos fueron aportados por la Universidad de Vila Real. Así, supimos que Andrada, después de haber residido durante unos cursos en Italia y la antigua Yugoslavia, era profesor de lenguas clásicas en un instituto de Mirandela, habiendo abandonado posteriormente cualquier actividad académica y marchado a vivir a una mansión familiar de Vila Real, donde residía hacía ya algunos años. También conocimos de una primera actividad literaria en la ciudad de Lisboa, donde colaboró durante algunas temporadas en diversas publicaciones de carácter postmoderno de la época, llegando incluso a editar un oscuro opúsculo sobre "Walter Benjamin y la historia de la fotografía" - opúsculo que, aunque aparece con pie de imprenta de la Editora Nacional de Portugal del año 1999 no hemos podido encontrar en ninguna parte.

Posteriormente abandonaría Lisboa para pasar a residir, con una beca de lector portugués, en la ciudad de Verona durante algunos cursos. Su rastro se pierde de los ambientes literarios y artísticos lisboetas.

En estos años publica una rara obra "Jornais de Verona", obra poética marcada por una clara influencia neo-pagana y culta, influida sin duda por la estancia en el Norte de Italia.

De este libro es, por ejemplo, el poema "El retorno" - inspirado en la lectura de los Tristia de Ovidio, desde las negras aguas del Ponto.


Recientes cartas hablan, Fabio, de un pronto
regreso a la ciudad. Ha muerto el César, dicen,
y el fin de tu exilio está cercano. Retornas
a Roma, afirman, y en la ciudad olvidarás
las gentes bárbaras, los gritos salvajes,
la lluvia en el Ponto, la bruma que ahora
inunda tus días, el innoble puerto de Timor.
Pero yo sé ahora que nunca regresaré.
Torres y mares, negros barcos y tormentas
me separan de ella. Y la estela del invierno
que me advierte de cierto que el tiempo
ya ha transcurrido. Y la juventud. Y la gloria.
Nadie transita de vuelta de Escitia, amigo.

De una estancia posterior en Dubrovnik es, creemos, una rara plaquette que se editó bajo el seudónimo de Joáo Soares, titulada "Cartas do baralho". Andrada nunca afirmó o negó ser el autor de la misma. En cierta ocasión, y después de un copioso almuerzo en Miranda do Douro, preguntado por una periodista sobre su relación con los heterónimos de su compatriota Fernando Pessoa, manifestó un cierto desdén ante éste - "Pessoa era un pelmazo" dijo, literalmente - inquiriendo él, en cambio, por la estancia en Salamanca del poeta Antonio Colinas, autor al que profesaba desde hacía años una rara admiración.

Miguel Villarino, entusiasta editor zamorano, ha publicado recientemente un poema de la dichosa plaquette, titulado "Um poema apócrifo". Andrada se negó rotundamente a que figurara su nombre como autor del mismo, por lo que éste ha sido editado en la revista Valverde de Lucena - la minoritaria publicación de Puebla de Sanabria - con la firma de Soares, que aparecía en las "Cartas..."


Los dioses han partido. Es en vano
que esperes su regreso. De los dones
del amor, nada responde a su anuncio.
Sino estos días, sus nombres, la espera.


Vila Real, noviembre 2011.



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