domingo, 4 de noviembre de 2012

La muerte de Yorimasa





                              "En el sonido de la campana del monasterio de Gion resuena la caducidad de todas las cosas"

                                                                                               Heike Monogatari


El relato ha sido abundantemente recogido por la tradición japonesa. Lo anota Kato en su A History of the Japanese Literature, así como Minner en su monumental The Princeton Companion to Classical Japanese Literature. Aparece asimismo reiterado en el teatro No, esta vez en forma de reflexión moral, con fantasmas que monologan y padecen de remordimientos antes de desvanecerse. Ha sido profusamente transcrito en la pintura y la iconografía tradicional japonesa. (Recordemos, a modo de ejemplo, los sobrios grabados de Kikuchi Kosai). No lo recoge por el contrario el argentino J.L.Borges que en su  "Historia Universal de la infamia" habría parafraseado, de manera memorable, otro suceso de la época: el relato sobre el Incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Tsuke, sobre un episodio legendario de finales de la época Heian igualmente. (El director Kenji Mizoguchi recrearía a su vez el relato en su película Los cuarenta y siete samuráis en 1941. O, más tarde, Hiroshi Inagaki en su tardía Chushingura - historia de flor, historia de nieve, antes de recluirse él a su vez en su casa en Kamakura).

Entre nosotros el nombre de Yorimasa aparece citado en la antología El pájaro y la flor de Carlos Rubio. Octavio Paz alude al mismo en su ensayo clásico El signo y el garabato. O, posteriormente, aparece recogido en la rara edición de La poesía japonesa en Ávila del profesor Aurelio Espinosa.

Curiosamente en esta última, de donde tomamos las noticias sobre la trágica muerte del samurai Minamoto no Yorimasa, aparece citada la leyenda dentro de un capítulo donde se defiende la práctica de la ocultación como poética esencial. Y el ejercicio casi mudo de la poesía como una tradición, secular y silenciosa, de los poetas nipones. Recogiendo por contra un episodio - el de la muerte del samurái - que vendría a afirmar lo contrario de lo que aquél había defendido anteriormente a través de su peregrino ensayo.

No en vano el profesor Espinosa había comenzado su opúsculo sobre la lírica oriental en las sierras de Ávila - clandestina en su opinión - con la cita del único haiku que Basho había dedicado al monte Fuji

Lluviosa niebla
que esconde el monte Fuji.
Me voy contento.

en donde toda la celebración del poeta consiste precisamente en no haber alcanzado de ninguna manera el monte, ni siquiera su contemplación.

La escena, como apuntamos, ha sido sobradamente reiterada.

Refugiado en el templo Byodo-in, en Kyoto, tras la batalla de Uiji en defensa del príncipe Michohito, el ya anciano samurai Yorimasa solicita a su joven acompañante, el también samurai Tonao, que lo decapite, para evitar el deshonor de caer en manos del ejercito enemigo. Éste, como se sabe, está comandado por Kiyomori, general de los Taira, ancestrales rivales de los Minamoto.

El Heike Monogatari, el inagotable relato épico de las luchas entre los dos clanes, recoge la escena.

" Yorimasa, una vez que estuvo en el interior del templo, llamó a Watanabe Yojitsu Tonau y le ordenó:

- Córtame la cabeza.

Pero Tonau, afligido por esta orden, se mostraba incapaz de cortar la cabeza a su  señor, aún vivo. Así que, con lágrimas amargas, le dijo:

- Señor, no soy capaz de hacer tal cosa. Pero os prometo hacerlo después de que os quitéis la vida.

- ¡Claro! Te entiendo -contestó Yorimasa. Y volviéndose al poniente entonó diez veces el "Busco abrigo en Amida" en voz alta. Después, recitó con infinita tristeza un poema de despedida. Esto decían los versos:

Planta enterrada
que jamás floreció.
Así de triste
mi vida fue; y, sin dar fruto,
ahora termina.

Tras decir estas palabras, se clavó la punta  de su espada en el vientre, inclinándose hacia delante para ser bien traspasado, y exhalar así el último suspiro".

Esta tradición del zeppitsu o última pincelada no era inhabitual en la poesía japonesa, apunta el profesor Espinosa en su enigmática obra. Antes de pasar a dar cuenta, en capítulos posteriores, de una rebuscada teoría sobre la presencia secreta de la lírica oriental en las tierras de Ávila, de una forma secular e, insistimos, casi clandestina.




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