lunes, 29 de octubre de 2012

Esperando a los bárbaros



La escena, formidable, aparece en un documental americano - de la NBC, probablemente - sobre el final de la Segunda Guerra Mundial.

Verano de 1945. Después de la rendición del Japón, y de la explosión de las dos bombas nucleares, las tropas de Mac Arthur comienzan a desembarcar en la isla de Kiushu. Están cansadas, después de meses, de años de guerra en el Pacífico. Viajan en camiones, apelotonados, limpios, indiferentes a todo lo que les rodea. Son los últimos días, los trámites finales de una batalla que ha costado millones de muertos, de heridos, de desplazados, de refugiados sin nombre. Con las tropas viajan varios periodistas. Su misión será la de dar cuenta del estado de los damnificados de Hiroshima y Nagasaki, en un intento, infructuoso, de rebatir las teorías sobre los terribles efectos de la bomba meses después de la explosión .El Emperador ha anunciado, en una locución transmitida por la radio a un pueblo atónito, la rendición del Japón. No ha renunciado al trono, pero sí a su condición divina.

Los vencedores cruzan un pueblo sin nombre, de casas bajas. No miran a ninguna parte, ensimismados en su apresurado destino. Solitario, un anciano mira pasar los camiones, los fusiles, las cámaras. De vez en cuando se inclina y saluda solemne y silenciosamente a las tropas. En el pueblo no hay nadie más.

No sabemos nada de él. Su rostro no refleja ningún sentimiento. Sino la exactitud de una cortesía, milenaria y sosegada, que repite en silencio, escrupulosamente.


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