jueves, 18 de abril de 2013

El humo al fondo





La fotografía está tomada en Varsovia, en 1943. No sabemos quién la sacó. Pudo haber pertenecido a la Wehrmacht. ( Una de las imágenes más célebres del gueto y las deportaciones al campo de Treblinka había sido extraída por el propio Jürgen Stroop, general jefe de la fuerzas de ocupación nazis. La instantánea en la que un niño perplejo lleva las manos en alto, formaba parte de un reportaje destinado a Himmler sobre la represión del levantamiento judío. Daría la vuelta al mundo).

Es una fotografía documental. Carece de toda intención artística. En ella, en los días trágicos de la primavera de 1943 aparece un grupo de civiles, judíos, que caminan por una calle en ruinas, alguno con los brazos en alto, escoltados por los soldados alemanes. 

La imagen está tomada de frente. Los deportados caminan hacia la cámara. Caminarán más lejos, sabemos, cuando ésta haya sido sobrepasada. Al fondo de aquella, cascotes, casas en ruinas, el humo de los incendios a lo lejos.

Todo está en movimiento en la imagen. Los civiles andan, su marcha es absoluta, sin remisión, pausa ni vuelta posible. Los soldados caminan en hilera, acompañan el éxodo, marcan la línea de la fuga. Hay vehículos militares detrás de la escena, pero su detención es aparente. Su función es el desplazamiento, cumplen una tarea bélica y ésta es por definición móvil, excluye toda distancia.

Las casas se derrumban y el humo al fondo de la imagen habla de la disolución de lo que resta: el gueto va a ser quemado, volará hacia el aire, en forma de ascuas y volutas incomprensibles hasta el recuerdo, hasta su desaparición final.

Restan en la fotografía aún los signos de la permanencia. Los portales, las ventanas, la acera, que habían sido cotidianas. Pero la imagen nos señala , indiferente, que nada quedará, que todo lo sólido será olvidado, que no habrá después sino humo y pavesas.

Todo se mueve...La invención de la fotografía había dado cuenta, desde su origen, de una tensión permanente, nunca resuelta, entre lo que desaparece, en la herida fatal del tiempo, y el instante detenido, un momento, el gesto de la permanencia, un ápice, anterior a la inexorable pérdida.
  
Pero en esta imagen del gueto, de mayo de 1943, todo está ya condenado, aún antes de que el instante quede fijado por la cámara.

La permanencia, sus signos aún... La ropa de los deportados, que habla de una dignidad, una ritualidad social establecida en el tiempo, después de mucho tiempo. Un bolso de mano. Una corbata. Unos zapatos de tacón.  El gesto, ya perplejo, habla de una dignidad, una urbanitas que aún no les han podido robar. Las casas exhiben todavía su solidez, una costumbre urbana que sólo los años, una tradición, otorgan. Hablan de un discurso de la perennidad, de la burguesa Varsovia. Las ventanas, acceso a un interior privado, nombran lo que resta al margen de la calle, de todo tránsito. Hay una antigua avenida, una plaza al final.

El humo, al fondo, designa la extinción, inminente. En esta imagen todo se mueve y todo está ya condenado. La marcha de las gentes, el incendio del barrio judío, la destrucción de la ciudad. El tránsito sólo culminará, sin pausa ni reflexión posibles, en Treblinka, en el campo de Majdanek.






                             

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