(Fot. Antonio Novillo)
Nos contaba la otra tarde en la tertulia el impagable Antonio Novillo de su experiencia como asesor literario y diseñador gráfico para cierta empresa editorial, cuyo nombre y localización no quiso desvelar.
Por lo que narraba, la trayectoria de aquella había sido larga y las pugnas con los autores noveles interminables. Con lo que llegados a ese punto, decía, había adquirido un método infalible para acabar con las discusiones sobre los títulos de las obras, y sobre las ilustraciones que debían acompañar a éstas.
Éste, afirmaba, era uno de los temas que en ocasiones había llegado a adquirir dimensiones laberínticas y características de novela bizantina - género que, por lo demás, él sospechaba constituía la principal materia, o quète, de las obras que allí se publicaban.
- Muy bien - exponía Antonio - Vamos a estudiar el título. ¿De qué habla su novela?
- Hombre. Es fundamentalmente una novela de iniciación, con ciertos rasgos autobiográficos. Describe la formación de un sujeto irónico, crítico con el discurso del consumismo habitual. Hace referencia a una época y un territorio postcolonial, con referencias a un escenario entre utópico y...
- Ya. Que le iba yo a decir. ¿En su novela aparecen los tambores y trompetas ?
- Pues, hombre, no.
- Pues ya tenemos el título. "Sin tambores ni trompetas".
- Pero, don Antonio. Yo...
- Nada. El título ya está resuelto. Vamos con las ilustraciones. ¿Usted conoce la leyenda de "El Tambor del Bruch"? ¿Y la escena de la corneta solitaria al principio de la película "El guateque"?
- Pero si es que yo le iba a decir que en mi novela no aparece nada de eso...
- En la novela, no. Pero aparece en el título. Eso atrae mucho a la gente... Usted no se preocupe que nosotros buscamos las ilustraciones de nuestro archivo. He tenido mucho gusto. A ver, que pase el siguiente.
Y allí finalizaban, concluía Antonio, las otrora interminables discusiones sobre los títulos apropiados y las ilustraciones de la novela.
Sabia experiencia.
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Post Scriptum
Que entre las numerosas actividades de nuestro amigo Novillo figurara la de asesor literario y diseñador gráfico, no deja de ser una noticia inédita, que nos reveló la otra tarde, y vaya usted a saber, para nadie constituyó una sorpresa.
Antonio, fotógrafo en la actualidad y realizador cinematográfico, ha sido entre otras cosas, que el tiempo y la tertulia van desvelando, militar forzoso en El Aaiun ; periodista en el Londres del sesenta y ocho; empresario taurino; experto flamencólogo; mozo de espadas; editor lírico y lírico él mismo. Además de colaborador gráfico en distintas publicaciones, taurinas y de las otras, de amplia imagen y estrecho pago. De su trabajo como asesor editorial nada sabíamos, pero en la tertulia se acogió con la indiferencia con la que se acogen las noticias que no lo son - del tipo "Ayer, Morante no hizo nada en Barbate" . O "Rafael anoche cerró todos los bares". Por ejemplo.
Antonio nos habló luego de la prolija caracterización de los títulos de las novelas que la editorial publicaba. A mí, que estos días ando con la fascinación por Linneo y las pretensiones de taxonomía universal de la Ilustración - preocupación, como todo el mundo sabe, común a la mayoría de contertulios de una taberna - me encantó su prolija descripción sobre la asignación de los nombres de las obras literarias de la editorial .
- Una tarde llegó - contaba Antonio - un autor ya algo talludito, con el que la empresa había acordado la edición de su primera novela. Me lo enviaron a mí, como siempre, para decidir el título. Vamos a elegir la cubierta, le expliqué. Creo que su novela habla de...
- De la sensación de otredad...
- Muy bien. Estamos con la otredad.
- ...de la sensación de otredad dentro de una larga relación. En la que los protagonistas, ante los fantasmas de un encuentro anterior, fluctúan entre la certeza y la alienación.
- La alienación. Buen título.
- Hay además rasgos naturalistas en el relato. Pero estos rasgos quedan, por así decirlo, mediatizados en el obsesivo retorno de lo fantasmático. Es un escenario de clara evocación orwelliana, que recoge las ansias eróticas de una generación, en un territorio entre la nostalgia de la República española y la isla de Utopia de Tomás Moro al fondo.
- Ya me hago una idea, ya.
- Además está la referencia constante, implícita y nunca manifiesta, a la idea del aura en la novela. Tal como aparece en el relato de Carlos Fuentes, que usted sin duda conoce. Pero también a la noción de aura en Walter Benjamin y a nuestra condición postaurática en un lugar atópico, permítaseme la expresión.
- Se lo permito. Pero entonces ya tenemos el título de la novela, sin duda.
- ¿Lo tenemos?
- Está claro.
- ¿Y cuál es?
- Pues hombre. Esta novela se va a titular " Relato de la otredad y de los fantasmas, la alienación y la isla de Utopia, entre don Niceto Alcalá Zamora y Amparo Muñoz. Y del aura perdida de las cosas, relacionadas con encuentros anteriores en el espacio del Gran Hermano".
El autor, contaba Novillo, se quedó callado.
- Es un poco largo - musitó al fin.
- Un poco largo. Pero es eficaz.
No sabemos muy bien cómo finalizó la historia, decía Antonio. Al final el título lo puso el propio editor, que ya contaba con un adelanto para la publicación. Y había recibido la queja del prolijo autor. Debió de titularse "Los amores tardíos" o algo así, no recordaba con precisión.
Escarmentado, Novillo recibió algún tiempo más tarde a otro escritor, catedrático de metafísica en el Instituto local - que Jaime, otro contertulio, situó inmediatamente, a saber por qué, en el Tánger de la posguerra - y que deseaba introducirse en el mundo de la fantasía y las irregularidades de la narrativa, después de años bregando con las categorías del Doctor Angélico. Categorías en las que, le confesó a Antonio, "Había perdido la fe", descrédito que, añadió, también había alcanzado la Poetica de Aristoteles. Novillo que nunca hubiera podido suponer de la existencia de algún creyente tomista o aristotélico - él, que había estado en un batallón de castigo en el Sahara - asintió, temiéndose lo peor.
La descripción de nuestro doctoral autor no fue, dice, menos prolija que la anterior, si bien resultó algo más pedagógica. No en vano el otro había profesado durante décadas en la dura tarea de iniciación categórica de sus ásperos alumnos. Y en la no menos heroica tarea de dedicación al estudio del nominalismo medieval - "Al que ahora detesto", confesó.
Después de un buen rato, Antonio habló.
- No me explique más. Lo ha descrito perfectamente. Ya tengo dos títulos posibles para su novela. Elija usted.
- ¿ Cuáles son?
- El primero, "Pandemonium".
- No sé. Un poco erudito quizá. ¿ Y el segundo?
- El segundo es "Novela sobre todas las cosas". Éste se entiende mejor.
Tampoco sabemos cómo terminó la historia. La conversación en la taberna a partir de ahí derivó en una polémica sobre apodos taurinos, no menos precisos que los anteriores - como "El Ciclón de Puerto Cabello", " El Pasmo de Garrapinillos" o "El Aparato" - en torno al fascinante tema del mot juste que se había suscitado con anterioridad.
Tengo que preguntarle a Antonio.
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