Fotografías de
París
En una carta a
Lise Meyer, fechada el 16 de septiembre de 1927, André Breton, refiriéndose a
la próxima publicación de su novela Nadja,
le comunica que:
"Voy a
publicar la historia que usted conoce acompañándola de unas cincuenta
fotografías relativas a todos los elementos que ella pone en juego: el Hotel
des Grands Hommes, la estatua de Etienne Dolet y la de Becque, un anuncio Bois
Chardons, un retrato de Paul Eluard, de Desnos dormido, la puerta de
Saint-Denis, una escena de las Detraquées, el retrato de Blanche Derval, de
Mme. Saccó, un rincón del marché aux puces, el objeto blanco
en joyero, la librería de L´Humanité, el vendedor de vinos de la
Place Dauphine, la ventana de la Concergerie, el letrero de Mazda, el retrato
del profesor Claude, la mujer del Museo Grévin. Tengo también que ir a
fotografiar el anuncio Maison Rouge en Pourville, el manoir d´Ango…".
La carta, como
vemos, pertenecía al género de la enumeración. En ella aparecían designados
parte de los elementos de un repertorio que constituía el paisaje
"mágico" de un texto mítico para el surrealismo. Se trataba
de Nadja, el relato en el que
André Breton relata su encuentro con la enigmática - vidente, femme fatal, alucinada – Nadja, a quien aborda paseando por las calles. Las
fotografías que en efecto acompañaron la primera edición de 1928, realizadas en
su mayor parte por el fotógrafo Jacques André Boiffard, constituían un a modo
de documentación, de descripción gráfica de los lugares y los objetos por
los que la novela discurre. (Y Walter Benjamin podía comentar la inclusión de
las mismas con el mismo carácter ilustrativo de “las novelas por entregas”:
“En tales pasajes
interviene en Breton de manera muy curiosa la fotografía. De las calles, las
puertas, las plazas de la ciudad, hace ilustraciones de una novela por entregas
(…) al suceso representado, al cual, como en los antiguos libros para criadas de
servicio, remiten citas literales con indicación del número de página”).
Eran pasajes
reconocibles del París de la época. “Tomaré como punto de partida el Hotel
de los Grandes Hombres, en la plaza del Panteón, donde vivía hacia 1918…”,
se iniciaba el relato. Éste discurre después, junto a las imágenes gráficas,
por unos lugares de la ciudad que de alguna manera eran el escenario cotidiano
del autor, sus amigos y los encuentros. “Los surrealistas – describe una
historia del movimiento – se reunían en el Certa, en el Grillon
del Passage de l´Opera o en el Cyrano de la Place Blanche, muy cerca de
donde vivía Breton. Este lugar nada tenía que ver con los cafés de artistas de
Montmartre (…) El Cyrano era más bien frecuentado por rufianes, prostitutas,
agentes de cambio y narcotraficantes…”. El café Certa era un
establecimiento un tanto apartado, según otra descripción: “Con sus cortinas
que podían abrirse al pasaje o cerrarse para crear otro espacio de intimidad,
el café Certa fue a la vez el pasaje y un lugar externo al mismo. Por lo mismo
no sólo fue un lugar de intercambio privilegiado entre los autores
surrealistas, sino a la vez un observatorio del movimiento en el Pasaje”. Un
cartel con su propaganda y el menú, la Tarif des consommations, había
sido reproducida en el libro Le Paysan de Paris de Aragon. Motivo de
nuevo de reconocimiento de un lugar preciso, que en Nadja había supuesto
la fotografía banal de unos lugares, y esta vez era la inclusión – cara al
collage desde el cubismo- de una tarjeta publicitaria. “Al llegar al Certa
el autor nos dice que fue allí donde, a partir de 1919, el grupo Dada se
reunió; acto seguido tenemos una minuciosa descripción del local, sus muebles,
su organización interna, para luego pasar (…) al detalle preciso de un afiche
publicitario”.
Los cafés, los
pasajes, las terrazas, se reiteran en las memorias posteriores.
“La gente del
Dôme y de La Rotonde nunca iban a La Closerie – apunta Ernest Hemingway antes
de describir allí su encuentro con el poeta Blaise Cendrars-. No hubieran
encontrado allí a nadie que los conociera, y nadie los hubiera mirado con la
boca abierta cuando entraban. Por entonces muchos iban a aquellos dos cafés en
la esquina del boulevard Montparnasse con el bulevar Raspail para ofrecerse
como espectáculo público”.
El pintor Roberto
Matta que a su llegada a París había sido invitado a las reuniones con André Breton en Les Deux Magots, recordaría por su parte después que: “Nos reuníamos en el Flore; fuera de
nosotros no había nadie”. Y el aragonés Luis Buñuel – que se quejaba de que “En
París nunca pude encontrar un bar cómodo”- comentaba a su vez que: “Una gran
parte de la actividad surrealista se desarrolló en el Cyrano, de la
Place Blanche. A mí me gustaba también el Select de los Campos Elíseos y
fui invitado a la inauguración de la Coupole de Montparnasse”. Un relato de la época narra cómo a la llegada
de Man Ray a París éste fue recibido por Marcel Duchamp. “Esa noche lo llevó al
Passage de l´Opera. Breton y sus compañeros lo recibieron. Tras cenar
callejearon. Al avanzar por Montparnasse, Soupault ingresó en un portal: luego
se retiró, negando con la cabeza al grupo (…) Al ver la perplejidad de Man Ray,
alguien le dijo que lo que Soupault hacía era preguntar si allí vivía un tal
Soupault”.
Cuando André
Breton encuentre a Leóna Delcourt en la calle, el 4 de octubre de 1926, “cerca
del final de una de esas tardes ociosas y sombrías”, ella a su vez habitaba “en
el hotel du Théatre, rue du Cheroy”, frente a la entrada del teatro del
Boulevard des Batignolles “En el centro de este mundo de cosas – se refería de
nuevo Benjamin a la iluminación profana del surrealismo – está el más
soñado de sus objetos, la misma ciudad de París”. Breton recordará años después un vagabundeo
sin rumbo: “Doy vueltas durante horas y horas por mi habitación de hotel (…),
camino sin rumbo por París, me paso tardes enteras solo en un banco de la plaza
de Châtelet…”. Por su parte, Philippe Soupault, que vivía en el Quai Bourbon,
en el extremo de la isla de San Luis, vagaba también “igual de perdido, a lo
largo de los muelles del Sena, sin rumbo ni esperanzas”. Cuando, al inicio de su novela Les dernieres nuits de Paris, en 1928, relate el encuentro a su vez con la deambulante musa Georgette, éste tendrá lugar en un café sin nombre "por el bulevar Saint Germain".
La fotografía en
la novela de Breton, entre los párrafos de la misma, reproducía los rincones y plazas de
París, emblemáticos tantas veces para esta especie de flaneur que era el escritor surrealista. No todas las ciudades eran
iguales. Breton había escrito en alguna ocasión: "Nantes es, con París, la
única ciudad de Francia donde tengo la impresión de que algo que vale la pena
puede sucederme". Desde luego París aparecería en la elaboración del
surrealismo no sólo como un escenario simbólico, sino como el lugar concreto y
tangible de alguna de sus formulaciones.
Así, de la
aparición de un raro texto de Louis Aragon, Une vague de réves, anterior
al primer manifiesto surrealista, se pudo decir que:
“No sólo la
escritura de Une vague de réves corre paralela a la de Un Paysan de
Paris, sino que la experiencia narrada al comienzo del texto coincide con
la que se encuentra en las primeras páginas del “Preface a une mithologie
moderne”, lo que permite determinar que el relato se inicia la tarde de un
sábado, al despuntar la primavera de 1924, en el café Certa bajo las arcadas de
vidrio del Café de l´Opera, ubicado sobre la Rive Droite”. Los lugares de la ciudad, recordamos, no
sólo eran paisajes simbólicos en la literatura de los primeros surrealistas.
Sino nombres, escenarios concretos e irrepetibles, citas de su presencia única.
Como el Passage de l´Opera en la prosa de Aragon. “Es el lugar donde,
hacia fines de 1919, una tarde André Breton y yo decidimos reunir en el futuro
a nuestros amigos, por odio a Montparnasse y a Montmartre, por gusto también
del carácter equívoco de los pasajes y seducidos por una decoración inhabitual,
que iba a sernos tan habitual”. Alguien añadía en otro lugar: “Si bien la
entrada al Pasaje es la inserción en el mundo de la imaginación, éste nos
conlleva directamente al imperio de los sentidos, tal como pudimos observar en
el Préface”.
Las galerías, lugar cerrado y de tránsito,
ofrecían en cierto modo la posibilidad de un escenario ensimismado, pura
creación de la ciudad del siglo XIX. No por casualidad, observaba el crítico alemán
Sigfrid Kracauer, que lamentaba la desaparición de las conocidas en Berlín Linden
Arcades, aquéllas poseían dos oficinas de viajes en la entrada. Oficinas
por medio de cuyos carteles le permitían al filósofo viajar a “México y el
Tirol, que se convierte en otro México en el Panorama”. Era un mundo cerrado,
turbador:
“Todavía recuerdo
los estremecimientos que la palabra “pasajes” [Durchgang] despertaban en
mí cuando era un niño. En los libros que devoraba en aquel tiempo, el oscuro
pasaje era habitualmente el lugar de asaltos criminales, posteriormente
testificados por un charco de sangre”.
Y más tarde, repetidos
en los vagabundeos surrealistas, el Passage Jouffray en el Boulevard
Montmartre. Y su inmediato, el Museé Grévin, el cual “había servido de modelo
al imaginario Passage des Cosmoramas, donde se complacía la sensibilidad
rimbaudiana del protagonista”. (“Después
del puente Mirabeau – había escrito Apollinaire en su momento – el paseo sólo
atrae a los poetas, las gentes del barrio y los obreros endomingados”). El
Pasaje, cerrado y en cierto modo aislado de la calle, era el escenario de algo
así como un universo absorto, cuyas leyes inéditas serían caras a la inminencia
de una revelación que tanto perseguían los surrealistas.
“A ambos lados de
estas galerías, que reciben la luz desde arriba, se alinean las tiendas más
elegantes, de modo que semejante pasaje es una ciudad, e incluso un mundo en
pequeño” anotaba Walter Benjamin en “El surrealismo…”.
La edición de la
novela de Breton – después de su primera publicación en prensa- incluía también
los extraños y torpes dibujos de Nadja, - Léona Delcourt en realidad- a los que,
y el escritor recoge fielmente esta idea, dotaba de un significado esotérico y
precioso. De ella, que en algún lugar Breton llega a declararla como "la
realización del surrealismo", en cambio, no se incluye ningún
retrato. (Si exceptuamos la enigmática fotografía de unos “ojos de helecho” que el
poeta conservaba en su archivo y que añadiría en la segunda edición).
Nadja, a quien el
poeta encuentra azarosamente, mujer errante por las calles, carente de
cualquier asidero, está presa de alguna forma en el delirio de la analogía, de
las asociaciones insólitas, de un simbolismo irrefrenable:
"- Me cuento
toda serie de historias. Y no solamente historias fútiles. Vivo enteramente de
esta manera.
¿No se llega -
añade entonces el escritor en una nota a pie de página - aquí al último extremo
de la aspiración surrealista, a su máxima idea límite? ". Esa aspiración constante, ese deseo no muy
bien definido de un algo más de realidad. (Una conciliación que en realidad
aspiraba siempre a un otro lado: “Vivir y dejar de vivir son soluciones
imaginarias. La existencia se encuentra en otra parte”, había proclamado el
Breton del “Primer Manifiesto Surrealista”). Una crítica de la novela
comentaría posteriormente “esos momentos prestigiosos en los que Breton ha
creído acceder a la conciencia de lo surreal”. (Más radical, el poeta
Jacques Rigaut, afirmaba “En algunas notas autobiográficas y reflexiones
publicadas en Littérature en 1921, (…) que sólo matándose logra el
hombre aquella “unidad de los opuestos, de la vida y de la muerte” que durante
tanto tiempo había fascinado a tantas mentes filosóficas”).
La encarnación
del surrealismo... Ésta se realizaba en una persona concreta, que vagaba por
París procedente del Départment du Nord, no en un texto. Ni en algún
lugar de la producción del arte. El autor reiteraría la condición de documento,
la referencia a un acontecimiento real del texto. (Y la crítico Dawn Ades
insistiría en que ésta es: “Una historia real”). Nadja, editada por primera vez en
1928, narra, en efecto, una historia particular, el relato de unas jornadas:
son las del encuentro azaroso del poeta con la misteriosa mujer. Esta historia
es, lo sabemos por la narración que ella misma pretende ejemplarizar, y según
la declaración explícita del propio Breton, un caso límite del
surrealismo. Esto es, del raro lugar en donde, aspiración máxima del programa
de aquellos, por fin llegaran a conciliarse la realidad y el deseo. ("El
deseo, único resorte del mundo, el deseo, único rigor que el hombre debe
conocer" definiría el Breton de L´Amour
fou el principio aformalista del surrealismo).
Muchos años
después, en torno a este vagabundeo, Breton recordaba cómo: “Obras como Le Paysan
de Paris y Nadja dan vuelta a ese clima mental en el que el gusto
por vagabundear se llevó a límites extremos. Se daba libre curso a una búsqueda
ininterrumpida; se trataba de revelar lo que está oculto bajo las apariencias.
El encuentro inesperado que siempre tiende, explícitamente o no, a tomar la
forma de una mujer, marca la culminación de esta búsqueda”. El encuentro se producía, casi
inevitablemente, en ese escenario clave para los surrealistas que era la ciudad
de París. (En alguna ocasión incluso la relación de los distintos grupos del
surrealismo se realiza mediante la mención a los lugares que estos frecuentan:
“como algunos cenáculos vanguardistas de la ciudad: el de la calle Bomet, en
torno al taller de Masson; Dubuffet, Limboure, Miró, Markine, también Leiris,
lo frecuentan, o bien, algo después, el de la calle del Chateau, donde se
reúnen Duhamel, Prevert, Tanguy”).
En alguno de los
poemas de la primera época de Louis Aragon -– que más tarde publicaría en la
edición tardía No hay otro París que el de Elsa con las fotografías de
Jean Marquis - éste a su vez relataba el encuentro con Elsa Triolet, a quien
había conocido en el café La Coupole. Elsa, que por entonces residía en
Montparnasse y comenzaría a publicar sus primeros escritos en ruso poco antes
del encuentro con el poeta, se había acogido a París tras un azaroso vagabundeo
que había llevado desde su Moscú natal hasta las colonias francesas. En sus
relatos rusos habría hablado en algún momento de su nostalgia:
“El mal profundo
radica en que he perdido mi país y mi lengua, y que ahora estoy aquí, no
conociendo nada orgánicamente”.
Poco después se
convertirá en la esposa del poeta y compañera inseparable de esos años de
ocupación. Y figura de sus textos – y de los libros y actividades de la
Resistencia a partir de la oposición al régimen de Vichy.
¡Oh! Cómo todo
comienza todo se desanuda y se anuda todo
Me acuerdo de
Montparnasse en los primeros días del otoño
Pides un café
vienés y al vernos la gente se asombra
Aunque menos
que nosotros de estar juntos y tener el futuro
Por delante (...)
Cuando parabas
en el Hotel Istria
Todo era
diferente en la calle Primera Campaña
En mil novecientos
veintinueve a eso del mediodía…
En los versos del
poema Aragon había recurrido al mismo procedimiento que Breton anunciaba para
las imágenes de la novela. Esto es, la enumeración, y la cita literal –
esperando que de su recurso surgiera la magia que evocan los nombres. Y los
momentos concretos – en mil novecientos veintinueve a eso del mediodía…
- que así alcanzaban el aura, el prestigio de lo citado. Que, en el poema del
primero, al contrario de la novela de éste, sí surgían… El azar, el encuentro
inesperado, en el caso de Aragon tenían lugar en su rememoración de los lugares
del Pasaje; de un paseo nocturno por el parque de Bulles-Chaumont, por un meueblé
– un prostíbulo en realidad- del pasaje citado. Y en la mayoría de las
ocasiones la ruptura de lo cotidiano, de la trivialidad de lo esperado, tomaba
la forma de una prostituta, mujer azarosa al otro lado de la convención de lo
ordinario. “El encuentro con la prostituta renana – al que dedica unos extensos
párrafos de su Paysan- surge, a todas luces, del azar”.
Éstos, la deriva
o el deseo o el encuentro, no son unas definiciones formales o estilísticas. William
Rubin, citado por Rosalind Krauss, había anotado después que: "No podemos
formular una definición de la pintura surrealista comparable en claridad al
significado de los términos impresionismo o cubismo". (Y Pierre Naville en “La Revolution
Surréaliste” había negado tajantemente cualquier posible programa de ésta al
afirmar que: “Todo el mundo sabe que no hay pintura surrealista…sino espectáculos.
El recuerdo y el placer de mirar”. Para proclamar a continuación: “La dimensión
maravillosa del cine o la fotografía que muestra ampollas del mundo
desde las páginas de los periódicos”).
En algún momento André Breton recobrará
la dirección de la revista, en donde, como una defensa implícita de la
posibilidad de la “imagen” surrealista, incluía en la portada un dibujo
“mediúmnico” de una tal Madame Fondrillon “casi diría yo que como prueba
irrefutable, prodigiosa, de la existencia de pintura surrealista que había
negado su anterior director, Pierre Naville”.
Éste,
en la lista de cosas que conducían al “placer visual” había incluido en su
lugar “las calles, los kioscos, los automóviles, el cine y las
fotografías”. (La revista por su parte,
distante del estilo tipográfico de las anteriores publicaciones dadaístas, se
había inspirado en el modelo de edición científica de la revista La Nature).
En el improbable repertorio de las publicaciones de la época, Paul Eluard había
editado en Minotaure “unos textos muy cortitos ilustrados por una serie
de artistas fous et náifs de los que se decía nada ni siquiera sus
nombres”. O unas postales antiguas que el poeta coleccionaba; los autómatas que
dio a conocer Benjamin Peret; imágenes etnográficas; la reproducción de las
máscaras de los dogon del viaje Dakar-Djibouti de Michel Leiris; dibujos de
alienados. O el “montón de cosas estrambóticas que Breton encontró en el marche
aux puces de París”. Desde el principio, la publicación incluiría
también las azarosas imágenes de los graffiti en los muros que Brassaï
había ido recogiendo en su deambular por los barrios obreros de la ciudad. O la
reiterada presencia de “imágenes de maniquíes y autómatas”.
En esta inclasificable colección de
fotografías sería ejemplar a su vez la publicación de la revista Variétés
en Bélgica, profusamente ilustrada. De la que una reseña nos recuerda cómo Man
Ray era constante en todos los números de la misma. U otros fotógrafos como la
Germaine Krull de los “Clochard” de París; los rascacielos neoyorquinos de
Berenice Abbott o el repertorio minucioso de Eugene Atget…Pero también las
imágenes dispersas en torno a unos inclasificables números monográficos de la
publicación. Como eran: África; el mar, las putas y los barcos; la magia; el
arte de alienados; la URSS o el mapa de “Le monde au Temps Surrealistes” …
En el Segundo Manifiesto André Breton afirmaba
que: "Todo lleva a creer que existe un cierto punto del espíritu donde la
vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo
comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, cesen de ser percibidos
contradictoriamente". Todo llevaba a creerlo, por lo menos en el mundo de
los programas de las vanguardias artísticas. Excepto su rara conciliación. Esto
es, la insólita posibilidad, siempre aplazada, de que tal cosa por fin, de que
en realidad el deseo encarnara.
La encarnación de
los deseos... Parte del programa surrealista es un proyecto de conciliación
final, tal como una tradición utópica de la vanguardia preconizaba. Sabemos de
su programa y su enunciación. Pero no de su realización... Esa distancia, ese
"poco de realidad" perseguirá, latente, obstinada al surrealismo. (En
un comentario a la novela Nadja el ensayista Carlos Negrete apuntará:
“La primera parte es una recensión de esos momentos prestigiosos en los que
Breton ha creído acceder a la conciencia de lo surreal”).
La
"Realización de deseos solidificados" es otra de las definiciones que
el Diccionario abreviado del surrealismo
dará del modernismo en 1938. Este deseo de solidez, esa persistencia en la
noción de realidad que acompaña al movimiento desde sus orígenes... Benjamin
Peret, fiel compañero de Breton a lo largo de tantas vicisitudes, lo declara
abiertamente cuando encuentre no en el arte, sino en el amor, el lugar de la
reconciliación. El único capaz de superar ese constante "poco de
realidad" que convertía al ideal de la conciliación en un mero programa.
"El amor
sublime (...) implica el más alto grado de elevación, el punto límite (...) el
lugar geométrico en donde acaban fundiéndose en un diamante inalterable, la
mente, la carne y el corazón ".
Pues, en ese
territorio indefinido en el que el surrealismo surge, es evidente que tampoco
las imágenes, ni el "automatismo" que preconizara el Primer Manifiesto,
iban a ser capaces de operar el grado de materialización que obsesiona a los
surrealistas, constante. “La única representación precisa que hoy poseemos de
la idea de surrealismo se reduce prácticamente al procedimiento de escritura
automática inaugurado por los Champs
magnétiques" escribía Max Morise en el número 1 de La Rèvolution Surréaliste, alrededor de una polémica que los años no harán sino
reavivar. En esa búsqueda nerviosa de una imagen que dé cuenta de una otra
realidad – de un poco de realidad, al fin – los surrealistas
incluirán en la revista Minotaure un repertorio inclasificable de
objetos que, esperaban, nombrarían la sorpresa en algún momento. La presencia
de maniquíes y autómatas había sido común en la primera revista surrealista La
Revolution Surréaliste, editada de acuerdo al modelo de una publicación
científica – en concreto La Nature de editions Masson- en la que se
incluían “toda clase de imágenes de toda procedencia: fotográficas,
científicas, de prensa, curiosas, etc.”.
No había ningún texto ulterior, ninguna elaboración teórica posterior a la
simple sucesión de las imágenes, su desconcertante presencia. En un momento temprano – en 1926- el a veces
alucinado Robert Desnos había ya escrito:
“Se ha reprochado
a menudo al surrealismo ser inaplicable a la pintura (…) En efecto, sólo los
dibujos de médium, los dibujos obtenidos en segundo estado, los dibujos de los
locos, pueden, y en cierta medida exclusivamente, responder al parecer a esta
definición”.
Una enumeración
de las imágenes de las publicaciones surrealistas podía incluir entonces
fotografías médicas del doctor Charcot, la imagen de las hermanas Papin,
autoras de un sorprendente crimen en la época – que ya habían aparecido en la
portada del popular magazine Détective-, el “Congreso Soviético Internacional
de la Infancia”, postales etnográficas de diversa procedencia, la fotografía de
“Nuestro colaborador Benjamin Péret insultando a un cura”. O en algún momento
el “dibujo medianimique” de “Mme. Fondrillon, médium dibujante de 79 años, Paris,
marzo 1909” que reproducía La Révolution Surréaliste.
“Las revistas
populares de espiritismo y parapsicología (…) eran de la misma clase que las
curiosas tarjetas postales antiguas que Paul Eluard publica en Minotaure,
los autómatas que en esa misma revista dio a conocer Benjamin Péret o el montón
de cosas estrambóticas que Bretón encontró en el Marche aux puces de
París”. Coquetearon, en algunos momentos, con una
tradición esotérica que en principio les era ajena. (En otro lugar el lúcido Jean
Starobinski había advertido: “Del legado espiritista el surrealismo sólo
colecciona las imágenes”. Para añadir que: “Otro tanto ha hecho con las
imágenes abandonadas en el curso de la historia por las religiones
desaparecidas (..), las ciencias fósiles como la astrología, la alquimia o la
magia adivinatoria- y las sociologías oníricas”). Alejados de nuevo de lo
concreto, en algún relato la historia del movimiento recuerda que: “Lo cierto
es que, a fines de 1922, luego que René Crevel fuera iniciado en el espiritismo
por una misteriosa dama que había conocido durante las vacaciones, los sueños
se volvieron el procedimiento más eficaz para revelar, en toda su dimensión y
profundidad, aquello que Aragon muy pronto propondría llamaría “surrealidad”
“.
Dalí será más
explícito en afirmarlo cuando, en su tardía y arrasadora irrupción en las filas
de la vanguardia parisina, critique a las imágenes, al automatismo bretoniano,
por su poca realidad:
"Toda mi
ambición en el plano pictórico consiste en materializar, con el ansia de
precisión más imperialista, las imágenes de la irracionalidad concreta".
Sólo el método paranoico-crítico permite, según él, que "las imágenes
delirantes del surrealismo tiendan desesperadamente a su posibilidad tangible,
a su existencia objetiva y física en la realidad”.
Nadja, la
protagonista del relato - que acaba, tiempo después, ingresada en el manicomio
de Vaucluse, y más tarde en el de Lille - sí era real. Lo eran sus cartas
o el viaje en tren al Hotel Prince du Gales- cuya descripción Breton suprime en
la segunda edición de la obra. “Todavía llueve/ Mi habitación está a oscuras/
El corazón es un abismo/ Mi razón muere” le había escrito Leóna Delcourt, la mujer
real, al novelista. Para añadir, en una de sus últimas misivas: “¿André?
¿André…? Escribirás una novela sobre mí. Te lo aseguro. No digas que no. Ten cuidado:
todo se desvanece, todo desaparece. Algo nuestro debe perdurar…”.
La enigmática, vagamente
fatal, protagonista del relato de Breton encarna este lugar límite del
surrealismo. Era una persona concreta: sabemos de ella, independientemente de
la novela, por el testimonio que sobre la misma nos ha dejado el propio autor,
o sus amigos. (Mucho tiempo después aparecería una fotografía inédita de Leóna
Delcourt tomada en aquellos días por el poeta Jacques Rigaut). Es uno de los
encuentros, mitificados dentro de la teoría surrealista, que Breton realiza o
describe.
Al principio de
su novela- “tomaré como punto de partida el Hôtel des Grands Hommes…”- Breton
nos habla de una suerte de actividad constante de búsqueda del azar.
Incluye la mitificación de los encuentros casuales: vagar sin rumbo por los
parques, ir al cine sin conocer el programa, recibir una visita inesperada,
escuchar una frase premonitoria... Nadja forma el relato de unos días en
los que el poeta asiste, un tanto deslumbrado, al implacable ejercicio de
lógica delirante en la que ella vive. “¡Qué horror! ¿Ves lo que está pasando
entre los árboles? El azul y el viento, el viento azul. Sólo en otra ocasión vi
pasar este viento azul sobre estos mismos árboles”.
Iniciación a la
videncia, recorrido profético por París, la ciudad que debe ser
reconocida como el escenario surrealista por excelencia. El viaje por la ciudad
atraviesa constantemente los lugares habituales, aquellos que un paseante de la
época podía reconocer. (Incluso en un poema escrito mucho más tarde sobre
la ciudad de Londres el surrealista Philipe Soupault podía escribir:
Extraño
viajero sin equipaje
Jamás he
dejado París
Mi memoria se
me pegaba a los talones (…)
Y yo sabía que
era tarde
Y que la noche
La noche de
París iba a acabar
Como los días
festivos).
Pero las calles de
la Rive Gauche con esta mujer venida de no se sabe qué lugar del Norte, son un
semillero de relaciones insólitas, de sorpresas, de analogías constantes. “A
los postres Nadja comienza a mirar a su alrededor. Está segura de que bajo
nuestros pies discurre un subterráneo que viene desde el Palacio de Justicia
(…) y que rodea el Hotel Henry IV. Le impresiona la idea de todo lo que ha
ocurrido ya en esta plaza y de lo que todavía está por ocurrir”. En un determinado momento la actividad
augural de Nadja encuentra por fin su realización:
" - ¡Mira
allí...! ¿No ves aquella ventana? Es negra, como las otras. Mira bien. Dentro
de un minuto se iluminará. Será roja.
Transcurre un
minuto. La ventana se ilumina. Se ven, en efecto, cortinas rojas".
Tensión extrema,
acontecimiento en la lógica delirante de su antagonista, Breton
encontrará uno de los raros momentos en que por fin el surrealismo es.
"Vivo enteramente de esta manera", le dice ella en otro pasaje
al poeta.
Sin duda. Pero
habría que recordar que este lugar tangible al fin del surrealismo, lo
constituye un acontecimiento más allá de una novela, se encuentra en otro lugar
del relato de unas jornadas, no en un texto teórico. Ni en una imagen. Y ni
siquiera un argumento... Sino más bien la crónica de unos días de asombro,
irrepetibles, los del vagabundeo del escritor con la mujer enigmática. (Y, en
un comentario sobre la fotografía surrealista, Ángel González comentaba que, en
efecto, a estos: “La técnica les importaba mucho menos que la magia, y en ésta
confiaban para lograr el milagro de
una vida suculenta y maravillosa”). Frente
al "poco de realidad" que aquejaba constantemente a la teoría, y al
proyecto surrealista, un texto nombra al final un lugar sólido, la realización
del extremo. Pero este lugar no es tampoco el de las palabras - el
del lenguaje como principal protagonista, tal como lo definiría años más tarde
el propio Breton: "el surrealismo, en cuanto movimiento organizado, nació
de una operación de gran envergadura concerniente al lenguaje" - sino, si
nos atenemos a las definiciones clásicas sobre el texto, la crónica de unos
hechos, los del encuentro con una persona. Y estos constituyen en última
instancia el verdadero protagonista, el referente del relato, el lugar de la
conciliación. Son Nadja - Leóna-, la mujer real, su existencia en el límite,
las citas en los cafés, los subterráneos de París, un parque por la noche o la
videncia, los objetos precisos, aquellos días... La encarnación, en un momento,
del don de la profecía. Pero no su difícil representación.
“Comencé por
volver a visitar algunos de los lugares por los que conduce este relato; en
efecto, quería proporcionar, al igual que algunas personas y de algunos
objetos, una imagen fotográfica suya tomada bajo el mismo ángulo especial bajo
el que yo los había considerado”, comentaba Breton acerca de sus intenciones en
algún lugar de la novela. Recurriendo, sin saberlo quizá, al principio de
reconocimiento personal que tanto había subyugado en los orígenes de la
fotografía – “El rostro de la persona amada” en la expresión de Emily Dickinson-
pero que tanto decepciona fuera del álbum particular de recuerdos de la persona
que los atesora.
Las ilustraciones
que acompañaron la primera edición de la novela eran fotografías que reproducían
los lugares de la misma. “Como indica M. Beaujour se trata de un tono
voluntariamente banal, alejado de la sugerencia de “lo maravilloso”, de unas
imágenes próximas al “grado cero de la representación” siempre próximas al
cliché de aficionado y de una postal anticuada. Ese especial ángulo de la
mirada de Breton es un ángulo nulo”, indica, para concluir: “La verosimilitud
exige cierta desolación”. Las imágenes del fotógrafo para el libro, en
efecto, adolecían en casi todos los casos de una suerte de banalidad,
representación plana de los lugares que recogían, que sólo podía entenderse en
función del rótulo, de la indicación de los parajes parisinos que quería
apuntar en la obra.
Conocida es la
atención con que el escritor no obstante cuidaba de la edición de sus libros.
Estos, después de varias vicisitudes, aparecieron siempre acompañados de
fotografías. Cuarenta y cuatro en la primera edición de Nadja. Dieciocho en la de L´Amour
fou. Ocho en la reedición de 1955 de Los
vasos comunicantes. La clé des Champs, libro de artículos de 1953,
incluía nueve fotografías... Las imágenes eran en ocasiones del propio Breton.
En otras se acompañó de copias de Brassaï, Man Ray, Dora Maar o Cartier-Bresson...
En casi todos los casos eran imágenes más o menos fidedignas, reproducciones de
los lugares o las personas que figuraban en los textos. En la segunda edición
de Nadja incluyó asimismo una instantánea del “camino al restaurante Sous
les Abes”, imagen cuya única eficacia asimismo era la de designar el lugar preciso
de uno de aquellos días…Breton quiso así que la magia de los lugares del relato, que él evocaba en aquellos - en
torno a las figuras del amor, el encuentro o la ciudad surrealista- surgiera
por ellas mismas. Por un principio realista que no podemos calificar sino como
el de la denominación: el nombre del lugar, la persona amada, los objetos...
Siguiendo así, sin saberlo, una antigua tradición analógica. Según la cual
basta con evocar el nombre del lugar concreto, del objeto mágico, para que éste
devuelva todo su sentido, toda su magia. Y recobrar así una de las primeras
funciones evidentes de la fotografía. Como era la del reconocimiento.
Pero ésta, la
magia, no siempre se presentaba.... El fotógrafo Boiffard se había distanciado
hacía años del grupo de Breton. (Antes, en 1929, había realizado junto con Man
Ray la enigmática película Les Mystéres du Chateau de Dé, dedicada a la
Condesa de Noailles y a su villa en Hyerés, “Cómo dos viajeros llegan a St.
Bernard donde vieron las ruinas de un viejo castillo al fondo del cual un
castillo moderno permanece”). Sus fotografías de Simone Breton habían provocado
su expulsión del grupo. Tras la ruptura Boiffard había pasado a unirse a la
heterodoxia de Georges Bataille y sus compañeros. Cuando en 1929 este último,
junto a Prévert, Leiris, Desnos y demás, publique su panfleto contra Breton Un cadavre el fotógrafo firmará el
manifiesto. Alejado del grupo oficial del movimiento, formará luego parte del grupo
de amigos de Jacques Prévert – Brassaï entre ellos- que se reunían en el café
de Flore en los momentos previos a la ocupación. Años más tarde el propio
Breton se declararía tristemente decepcionado por la "parte
ilustrada" de Nadja, que le parecía "triste y decepcionante", y
los lugares representados, "desprovistos de su magia".
En la reedición
de la novela en 1964 - un año antes, según otras referencias - el autor
comentaba que:
"Una imagen
fotográfica que fuese tomada de acuerdo con el ángulo especial desde el cual yo
los había visto. En tal circunstancia, he comprobado que, con algunas
excepciones, se defendían más o menos contra mi propósito, de modo que, a mi
juicio, la parte ilustrada de Nadja resultó
muy insuficiente". La posibilidad del acceso a un otro lado quedaba,
por tanto, otra vez demorada. (Pero en otro lugar se nos recuerda que antes
había escrito que “Sus contribuciones, [de André Boiffard] con textos
automáticos y fotografías, llevaron a Breton a definirle en su Primer
Manifiesto como el realizador del más absoluto surrealismo”).
Era un triste
recorrido, en efecto. De la posibilidad de lo anunciado; del texto como lugar
de un referente que, éste sí, era el lugar de la magia - Nadja, la
clarividencia, los encuentros, la Tour Saint Jacques, el ´amour fou´... - al triste poso que las imágenes dejaban tras de sí:
unas fotografías, borrosas a veces, en donde aparecían, de forma casi
nominal, como pura designación, los lugares de la videncia. El adjetivo
"banal" aparece de forma reiterada en los comentarios a las
ilustraciones de la obra. La fotografía intentaba recoger la "magia"
de los parajes y los días que la novela anuncia. Pero cuando ésta surge -
y Roland Barthes lo adivinó perfectamente - no exponía sino un momento
posterior del suceso, la sombra del mismo. Y éste se había desvanecido ya.
En la reedición
de la novela en 1964 Breton cambió alguna de las ilustraciones de la primera.
Añadió otras cuatro fotografías, modificó el texto con alguna reflexión
posterior, e incluyó un fotomontaje con la superposición de los "ojos de
helecho" de Nadja ("Nunca había visto unos ojos como aquellos").
Las fotografías de alguna forma tuvieron que ser manipuladas, acentuado el
componente "artístico" de las mismas, para evitar la sensación
decepcionante de la edición original.
En su artículo
sobre La creciente imposibilidad de la
fotografía surrealista el crítico Ángel González comentará que: "En
1963, y no por casualidad, Nadja
tenía un aire un poco más "surrealista", y desde luego más
"artístico" que en 1928".
Para añadir a continuación:
"El encanto
de sus fotos, desasosegantes de tan triviales, acabaría por ser para Breton,
tal y como cabe deducir de su prólogo a la edición de 1963, casi mayor que el
de sus aventuras "interiores" con una muchacha un poco loca".
Las imágenes por
sí solas ya no reproducían la magia. Ésta, de nuevo, se había desvanecido en
algún momento posterior al instante de la misma.
Ya en un
artículo temprano titulado El
Mensaje automático - que apoyaba un texto de Max Ernst titulado
"Cómo se fuerza a la inspiración"- Breton nos había advertido, quizá
sin saberlo, de esta desdicha. Reafirmando la "idea generadora del
surrealismo", reconocía que: "No tengo reparo en admitir que la
historia de la escritura automática en el surrealismo es la de un infortunio
continuo".
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Notas.
[ Walter Benjamin “El surrealismo” en
Iluminaciones I. ed. Taurus,
Madrid, 1980. Pg. 51.