Se ha iniciado una perceptible salida de gente de la capital. Se nota, sobre todo por lo que toca a los extranjeros. En el Florida ya estamos más holgados (...)
- ¿No has visto a Fulano?
- Pero si se fue hace tres días.
- ¿A dónde?
- Adonde va la gente. A Valencia, a Barcelona, a Toulouse, a París, a Londres, a Tumbuctú, a Estocolmo, a Salónica, a Tientsin... A sitios donde se puede ir".
- M. Koltsov Diario de la guerra de España
________________________________________________________________________________
- ¿No has visto a Fulano?
- Pero si se fue hace tres días.
- ¿A dónde?
- Adonde va la gente. A Valencia, a Barcelona, a Toulouse, a París, a Londres, a Tumbuctú, a Estocolmo, a Salónica, a Tientsin... A sitios donde se puede ir".
- M. Koltsov Diario de la guerra de España
________________________________________________________________________________
El relato podría comenzar en cualquiera de los lugares de Europa después de la Gran Guerra. Ésta había concluido con la desaparición de los antiguos imperios centrales. Las fronteras anteriores se habían desdibujado y en su lugar habían surgido otras nuevas, que alteraron para siempre el mapa de la Europa del siglo anterior.
Sus orígenes son múltiples. La desazón es única. "Los pueblos de Europa central viven como los vecinos de una ciudad sitiada por los cuatro costados que se va quedando sin pólvora y sin víveres y que, según la apreciación humana, prácticamente no tiene salvación", había escrito el Walter Benjamin de Calles de Dirección única en 1928. Añorantes del antiguo orden que agrupaba bajo el águila de los Habsburgo a los pueblos centroeuropeos, los personajes que describe por su parte el austriaco Joseph Roth vagan ahora por entre las ruinas del Imperio, en un mundo que ya no reconocen. (Él, a su vez, huiría del nuevo régimen nacional-socialista para acabar, empapado en alcohol, en el París de 1939). En su novela Hotel Savoy habrá descrito este exilio posterior a la guerra, en donde sus personajes intentan regresar a un lugar que ya no existe:
"Somos una nueva oleada de supervivientes. Vienen en grupos, cada vez más, todos juntos (...) El destino los empuja hacia Occidente. Durante meses no se ha visto a ninguno. Después, durante semanas, vienen de Rusia, de Siberia, de pueblos perdidos (...) Llevan ropas desgarradas, bastones pesados y desgastados (...) conocen países extranjeros, vidas extranjeras y, como yo, se han quitado de encima muchas vidas. Son vagabundos".
Estos, los judíos orientales, intentaban escapar de un escenario de pogromos constantes, desde la muerte del zar Alejandro II en San Petersburgo. Les aseguran que en Polonia, en Alemania, no existen las persecuciones a los ashkenazi. "Entre 1918 y 1920 la nueva República (polaca) recibió también a unos 700.000 judíos huidos de las tierras rusas, rutenas blancas y ucranianas de los pogromos, de las persecuciones del ejército rojo o simplemente del sistema bolchevique". El pasaporte Nansen, creado a instancias del célebre explorador noruego y extendido al finalizar la Gran Guerra, buscará soluciones "para los migrantes rusos que huyeron tras la revolución; los refugiados de Grecia y Türkiye desplazados por el colapso del Imperio Otomano y la guerra de independencia turca, y los armenios que huían". Una noticia sobre la Sociedad de Naciones aludía a la "repatriación de prisioneros de guerra en Siberia y en partes de la Rusia asiática durante la primavera de 1920; por otro, las grandes masas de población recorriendo Europa buscando refugio; y, por último, la hambruna rusa (1921-1922) que sacudió la zona del Volga, avivada por la guerra civil, las epidemias y las malas cosechas durante años".
Desde Crimea, al otro extremo de Europa, una diáspora interminable cubre el exilio de la Rusia blanca, hacia los puertos del Bósforo primero; Berlín, París, Praga, Londres; los frentes de España en algún caso. (Y, décadas más tarde, de unas notas del archivo del NKVD soviético sobre la guerra española, sabremos por ejemplo de un tal "Mihail Andreiev, hijo de un oficial zarista destinado en Crimea. Al finalizar la guerra civil, vagan por Estambul, Bulgaria y Atenas. Animados por un decreto del Ejército Rojo, que proclama la amnistía, regresan a Crimea, donde su padre es fusilado nada más llegar. Mihail comienza entonces un complicado periplo. Algunas noticias le sitúan en el Berlín de la república de Weimar en los años 20. Otras en un oscuro comercio entre Lisboa y las colonias italianas, relacionado seguramente con el tráfico de armas. En 1936 figura en la Brigada Dombrowski en Madrid, rodeado de polacos y eslovenos. Sale por el puerto de Barcelona en 1938. Su pista se pierde en Francia con la ocupación alemana en 1940"). Del presentado a las tropas republicanas por André Marty como "el general revolucionario húngaro Paul Lukács" sabemos que se trataba en realidad de Maté Zalka "un húngaro que (como Kléber) se había convertido al comunismo después de que lo capturasen los rusos en la Primera Guerra Mundial". Hijo de un posadero, se nos dice en otro lugar, su nombre original era Béla Frankl. Tampoco era general el húngaro Janos Galizc que aparece en los frentes del Jarama o Brunete (el General Gal de la prensa de la época). Su biografía partiría igualmente de un remoto Totkomlos natal en la llanura húngara y del frente occidental del Imperio Austro-húngaro donde, hecho prisionero, se convierte al comunismo. Oficial de las Brigadas, comandaría la XV Brigada en el Jarama. Regresado a Moscú al final de la guerra, es fusilado al poco de llegar. Ni el comisario político, el croata Vladimir Copic, que se exilia en Moscú al ser perseguido en su país de origen. Colabora con Tito al final de la guerra, pero es ejecutado igualmente por la NKVD soviética en abril de 1939. (Su hermano Milán Copic, que había dirigido la cárcel de los internacionales en Albacete, consiguió escapar a Francia después de ser condenado a muerte por los propios republicanos. Detenido por los alemanes en 1941 muere en un campo de concentración nazi al poco).
En el otoño del primer año de la guerra española al hotel de Paris de la rue Chateaurond - sede del Partido Comunista Francés - acuden, de manera semi-clandestina, los que, habiendo alcanzado por fin la estación de la Gare du Nord desde cualquier lugar de Europa -o del otro lado del Mediterráneo-, son recogidos por taxistas, militantes del partido, que les encaminan al centro de reclutamiento que desde septiembre de 1936 ha instalado el PCF como sede de las Brigadas Internacionales.
En el otoño del primer año de la guerra española al hotel de Paris de la rue Chateaurond - sede del Partido Comunista Francés - acuden, de manera semi-clandestina, los que, habiendo alcanzado por fin la estación de la Gare du Nord desde cualquier lugar de Europa -o del otro lado del Mediterráneo-, son recogidos por taxistas, militantes del partido, que les encaminan al centro de reclutamiento que desde septiembre de 1936 ha instalado el PCF como sede de las Brigadas Internacionales.
El relato de un brigadista cuenta la partida, en Lyon, antes de marchar a París:
"El tren salía a las nueve de la noche. Me habían citado en un pequeño restaurante comunista, La Famille Nouvelle, donde encontraría a mis compañeros de ruta, con los que debía cenar. (...) Había una multitud, en su mayor parte húngaros, checos, polacos, italianos y alemanes; comían platos sencillos y bebían vino tinto. Contrastando con estos pobres diablos, en dos mesas en un rincón, una veintena de individuos se regalaban y pedían coñac en vasos grandes".
Karl Taube, cuenta el novelista, "nació en 1899 en Esztergom, en Hungría". Pertenecía al condado del mismo nombre, cercano a Budapest. Más adelante Danilo Kis describe: "(...) la grisácea monotonía de una pequeña ciudad centroeuropea de principios de siglo (...) desde la oscuridad de los tiempos: sus casas grises de una planta con los patios a los que el sol, en su lento recorrido, delimita con una clara línea divisoria en cuadrados de una luz cegadora y en unas sombras húmedas, rancias, parecidas a las tinieblas;(...) el frío esplendor barroco de la farmacia con el brillo de sus recipientes blancos de porcelana de aires góticos; el lúgubre gimnasium con el patio enlosado (los desconchados bancos pintados de verde, los columpios rotos que parecen horcas y las letrinas de madera con una mano de cal), el edificio del Ayuntamiento pintado de un amarillo isabelino, el color de las hojas marchitas y de las rosas otoñales de las romanzas que, por las tardes toca la orquesta zíngara en el jardín del Grand Hotel".
Lugares de la disolución y la deriva entre las inciertas fronteras nuevas... En otro relato sobre la época, "El tiro de gracia" de Marguerite Yourcenar, - que había escrito en el Sorrento de 1938- el escenario es ahora la frontera polaca con la Rusia blanca donde tiene lugar uno de los últimos episodios de la guerra civil rusa, esta vez con la intervención de la Polonia de Józef Pilsudski. Bosques cenagosos, pantanos invernales, aldeas en llamas - y un telón de fondo de casas señoriales cuyo mejor momento había tenido lugar en otro tiempo.
Es un escenario de lo que se disgrega - tal vez para siempre -, de la devastación. Independientemente de la lucha que está teniendo lugar - la defensa del antiguo régimen por parte de los rusos blancos, la delimitación de las fronteras de Polonia por las tropas de Pilsudski, la expansión del orden soviético con los bolcheviques. En un determinado momento del relato éste pierde sus razones primeras, sus referencias históricas, por decirlo de algún modo, y olvidamos -como semejan olvidar sus personajes- los motivos de la guerra. La lucha es ciega, sórdida y permanente y a su paso nada se sostiene. Sino la persistencia de la contienda y el exilio, y la desolación de los lugares.
Al final del relato - y de la guerra civil rusa - sus personajes, los que han sobrevivido, se pierden en Europa. Volveremos a encontrar a alguno, años más tarde, en el Marruecos francés, en Lisboa, el Berlín de Weimar, en la guerra de España después.
En el relato también hay castillos, mansiones abandonadas por sus antiguos propietarios, que han sido fusilados o han huido. Cerca de la frontera los peregrinos se agrupan al cruzar en el castillo de Figueras. (Los sótanos del castillo serían el escenario de una última reunión parlamentaria antes de cruzar los diputados, definitivamente, la frontera en los Pirineos). Un voluntario noruego, Leo Kari, encuentra en las bodegas "paredes cubiertas de grafitis en más de una docena de idiomas en los que los voluntarios garabateaban y arañaban sus nombres y dejaban mensajes a los amigos que debían seguirlos".
En la guerra muchos de los parajes son ahora lugares extrañados. Su antigua función ha desaparecido y en su lugar, perviven los edificios con un uso insólito. En la Gran Vía de Madrid, el Hotel Plaza ofrece alojamiento gratis a los que quieran instalarse. Es un establecimiento lujoso y moderno. Pero está debajo de la plaza del Callao y muy cerca del frente, aducen, y los corresponsales extranjeros, los agentes que acceden al Madrid de la guerra prefieren alojarse en otros. Acuden al Hotel Florida, en la misma plaza; al Hotel Victoria, sobre la del Ángel; al Hotel Inglés, en una transversal de la calle del Prado. (La llegada de los brigadistas a Madrid había ocurrido, comentaba una historia de los Internacionales: "una mañana gris (...) de una monotonía agravada por una fina y gélida llovizna (...) en esta sombría mañana de domingo, la ciudad aparentaba un aire de lánguida normalidad. Los camareros y el puñado de clientes reunidos en el bar del hotel Gran Vía, se vieron de pronto atraídos hacia el exterior por un ruido de gritos y palmas, que seguía el ritmo de unos pies marcando el paso y el estruendo de los cascos de los caballos"). Algunos milicianos, se comentó, contemplaban con admiración las cazadoras de piel de los voluntarios austriacos, de las que ellos carecían por completo. "Madrid - había escrito el inglés Esmond Romilly, sobrino de Winston Churchill- estaba llena de tranvías y barricadas (...) las calles levantadas por obras en múltiples lugares y hogueras para calentar la comida de los trabajadores". El alemán Jan Kurzke, que había llegado a Madrid desde su exilio obligado en el norte de África, describiría luego la Ciudad Universitaria en los días de lluvia que continuaron, como un paisaje "marrón y lúgubre, como Hampstead Heath en diciembre".

Otros hoteles han sido ocupados. Por los agentes del Gobierno en ocasiones, por los delegados comunistas otras veces. "El Hotel Bristol - nos cuenta un brigadista- era, en Madrid, un hotel como los otros, ni más ni menos lujoso, pero con la particularidad de que estaba reservado exclusivamente a los rusos que servían en el ejército republicano". En Barcelona, el Hotel Colón, en la Plaza de Cataluña, es ahora la sede del PSUC. "Situado en la céntrica Plaza de Cataluña, en cuya fachada campeaban, junto al nombre del partido en enormes caracteres, dos grandes retratos de Stalin y Lenin, equivalentes en Barcelona a los que en Madrid iban a colocarse en la Puerta de Alcalá". Décadas más tarde un relato del francés Claude Simon recreará el hotel, y los días de la guerra, en la novela Le Palace. Una descripción en ésta hablará de: "Una ciudad irreal atravesada por gentes que vagan como sonámbulas entre el pasado y el presente.(...) La acción, si cabe hablar de acción, tiene lugar en un hotel, el "Palace" - en realidad el célebre Hotel Colón de la plaza de Cataluña en 1936, sede de los anarquistas y hoy Banco Español de Crédito". Alojados en el Hotel Majestic -en el paseo de Gracia- de camino al Congreso de Intelectuales los mejicanos Octavio Paz y su mujer Elena Garro, ésta, frente a la exaltación habitual de la ciudad, recuerda: "Es difícil olvidar la impresión terrible que me produjo esa ciudad. Las ramas de los árboles estaban rotas y las calles casi desiertas. (...) Me asomé a la ventana: no había tropas victoriosas, sólo un silencio tristísimo". También desde el Hotel Majestic el enviado de Pravda, Mikhail Koltsov, telefonea a Moscú. Otros lugares son el Hotel Metropol, en Valencia; también el Colón, donde se aloja a los intelectuales evacuados de Madrid; - y los valencianos lo rebautizan al momento como El Casal dels Sabuts-; el Victoria; el Gran Hotel de Albacete; el Ritz de Madrid convertido en comedor social; el Palace madrileño frente a éste... Aquí se instalan diversas comisiones republicanas y un hospital de heridos del frente. La primera planta es ahora la sede de la embajada soviética. (Sobre el Hotel Falcon en Barcelona una nota interna del NKVD acerca del matrimonio Orwell comunicaba que: "Es evidente por su correspondencia que son trotskistas confirmados. Deben ser considerados oficiales de enlace del ILP con el POUM"). Este lugar, el Falcon en Las Ramblas, era, según se sabía, "donde se reunían los combatientes y simpatizantes extranjeros del POUM desde los primeros días de la guerra". Los agentes de la NKVD lo frecuentaban a su vez, para obtener información de los visitantes. Entre ellos el judío David Crook, que había llegado a España desde el Bowery, se relacionaba con todo el mundo en Barcelona, y había sido reclutado por los soviéticos después de la batalla del Jarama. Pudo salir al final de la guerra, para terminar años después enviado por la NKVD a China, donde se establece y muere tras su encarcelamiento en medio de la Revolución Cultural.
En algún lugar recientemente alguien traduce la carta que Simone Weil había de escribir a Georges Bernanos en el año 1938. Weil había acudido a la guerra de España como vaga simpatizante de los anarquistas de la CNT o los antiestalinistas del POUM, no lo sabía muy bien. Estuvo solamente dos meses en el frente de Aragón y no regresó nunca.
La desolación del lugar, de la meseta. Algún otro alude a las viñas manchegas, escasas, raquíticas para su mirada centroeuropea.
"Las vides, que no eran como en Austria de plantas trepadoras, sino pequeñas cepas que cubrían la tierra", comenta el brigadista Hans Landauer, austríaco. Para aludir más tarde a "el calor que hacía en el verano del 37 en España". Otros nombran el encalado de las casas, presente en todos los pueblos. Alguno, la sequedad de los campos, el horizonte de barbechos y centenos. Todos al perenne olor a aceite, al sabor de la oliva... (Alojado en Sevilla, de regreso del frente de Abisinia, el periodista italiano Lamberti Sorrentino, aludirá en primer lugar al constante olor a muerte que le acompaña desde la entrada a España por Mallorca. Y en segundo, al aroma a aceite rancio, que le hace evocar el comentario napoleónico de que: "Dos barreras tiene España: los Pirineos y el aceite rancio. Los primeros se pueden superar, el segundo no". Él, alojado posteriormente en el Barrio Chino de Salamanca, seguirá quejándose del mismo olor presente en todas las fondas).
La extrañeza de La Mancha, la aridez de la meseta meridional. Una descripción de aquellos días nombrará en Albacete a los "personajes de novela que representan esa mezcla de idealistas, de románticos, de personajes del Komintern como Willy Münzenberg, Vittorio Vidali o Arthur Koestler, de mercenarios sin paga, de agentes de la NKVD, de juramentados de la revolución (...) sin domicilio ni nacionalidad que vivían en un exilio permanente, que habían estado en varias revoluciones - Rusia, Berlín, Munich, Hungría - y sometidos a todas las pruebas, incluidas las purgas estalinistas a las que muchos no sobrevivieron". De un inglés en principio comunista, como el comandante Thomas Wintringham, instructor de las Brigadas en Albacete, unas páginas de su enrevesada trayectoria nos comentarán cómo: "Frente a las guías turísticas la España de Wintringham es un rincón del mundo prácticamente aislado del resto, un país sumido en un atraso de siglos y sin atractivo alguno, con pocas infraestructuras diseminadas en medio de un paisaje feroz duro y reseco". Su biografía hablará de la expulsión de España de su compañera, Kitty Bowler, acusada de trotskista; de la suya del Partido Comunista más tarde en Londres, acusado de lo mismo. Terminaría organizando la Defensa Civil frente a la inminente batalla de Inglaterra - frente al criterio de sus compañeros que defendían todavía el pacto Ribbentrop-Molotov.
El centro de las Brigadas es ahora la finca de Los Llanos, cercana a la ciudad. Allí, alguno hablará de la consunción de la espera. "El dormido Albacete", en expresión de un austriaco. El hospital, recuerda otro, "se encontraba en un chalet en medio de la ciudad". El aburrimiento entre los combates marca en las páginas de los brigadistas este tiempo en el interior. Otro, antiguo oficial, que escapaba en cuanto podía al Madrid sitiado, comenta: "El aburrimiento reinaba en el frente de El Escorial. Los hombres no tenían nada que hacer y se aburrían". Y el belga Gus Desmedt en el frente de la sierra de Guadarrama reitera: "El Escorial era un lugar perdido donde no había nada que ver".
Otros lugares del relato. En 1937, a instancias de Palmiro Togliatti, se crean los "campos de reeducación". "Uno de los más sórdidos fue el del Júcar, a unos 40 kilómetros de Albacete (...) Otros brigadistas fueron encerrados en las prisiones de Albacete, Murcia, Valencia y Barcelona ". O en la costa catalana. "Si el campo Lukács resultaba a veces duro, no lo era tanto como el campo semiabandonado de Castelldefels, al sur de Barcelona, que llegó a alojar entre 255 y 400 prisioneros de las Brigadas Internacionales". (En una lista que había redactado Andre Marty sobre las "organizaciones que pretendían infiltrarse en las Brigadas Internacionales" figuraban la Gestapo, la OVRA de Mussolini, la policía polaca, la Inteligencia militar francesa, los trotskistas, los anarquistas y los partidarios de Largo Caballero). Cercana, la Costa Brava, por contraste, aparecerá en algunos otros recuerdos de los brigadistas como un lugar paradisíaco, tranquilo y alejado del frente, en el que alguno revela haberse pasado los días "durmiendo y jugando al ping-pong". (Con cierta malicia, Robert Graves, al aludir a la estancia del poeta Auden en la guerra, había comentado que "Auden fue a la guerra de España como otro camarada más, lleno de ardor combativo. Como Tennyson no vio un solo combate, pero al contrario de Tennyson estuvo todo el rato jugando al ping-pong en un hotel de Sitges"). Frente a la dureza de los días en el frente y al tremendo invierno de ese año, alguna descripción de los brigadistas recogerá todavía la persistencia de un escenario luminoso en medio de las batallas. Como la del alemán Karl Pioch, de la Compañía Especial de la XI Brigada, quien herido en el frente de Teruel es trasladado al hospital internacional de Benicasssim:
El belga Nick Gillain, antiguo oficial de caballería en paro, describe cómo: "Ya en París, se nos llevó a otra casa de sindicatos, en la avenida Mathurin-Moreau. En el patio sucio se agitaba una muchedumbre de voluntarios, uniendo sus aclamaciones al Frente Popular y a España con el canto de "La Carmañola".
Él, desde el puerto de Ostende, ("En aquel entonces estaba yo en Ostende, donde me aburría hasta la desesperación") había viajado a Ipres en autobús, para pasar a pie la frontera clandestinamente y acogerse luego a la sede de los sindicatos de Lille. En otro lugar de sus memorias como voluntario había escrito: "Si alguien me preguntara por qué partí para España, yo le respondería que fue: primero, por espíritu de aventura, y después, un poco asimismo por aburrimiento en este otoño lluvioso de 1936, aburrimiento de ver siempre el mar gris y el cielo cargado de nubes". El inglés Peter Kemp por su parte, recién terminados los estudios de Lenguas Clásicas en Cambridge, decide viajar como voluntario a un Toledo que ya estaba ocupada por las tropas nacionalistas. "Recuerdo muy bien la mañana que salí de Londres. Era un húmedo día de noviembre de 1936. En los jardines del Temple los árboles, desnudos ya de hojas, balanceaban sus tristes y húmedas ramas batidas por el helado viento".
En París, en el local del Partido, bajo la supervisión callada de la Comintern, los que llegan serán enviados a España, en guerra desde el mes de julio. En algún momento les piden que no exhiban las banderas comunistas. Otros lugares de acogida son la rue Chabrol, un local en la rue La Fayette, y sobre todo el oscuro hotel en el número 8 de la Avenida Mathurin-Moreau, "dans le quartier du Combat du 19ª arrondissement", sede de los sindicatos y del Comité de Ayuda a la España Republicana. Otros personajes, oscuros traficantes y armadores de barcos en puertos remotos, rondan la sede también. "Hubo entre ellos, por ejemplo, un misterioso doctor Mylanos, súbdito griego, establecido en el puerto polaco de Gydnia: un tal Fuat Baban, griego también, representante en Turquía de las fábricas Skoda, detenido posteriormente en París por tráfico de drogas. Y, según unas notas policiales, estaba también: "Ventura. De origen griego. Nacido en Constantinopla. Convicto de estafa en Austria. Pasaporte falso. Vive con una mujer en Grecia. Domicilio en París en un hotel de la avenida Friedland" - como establecía brevemente un informe de la gendarmería de la época.
Diversos testimonios nos hablan del hotel, la calle discreta. Describen el lugar: un chalet sin señas, la verja de hierro, la puerta que se abre a los recién llegados, el silencio de una avenida tranquila - y el lluvioso otoño de aquel año, según relatan otros. Nayati Siqdi, palestino agente de la Comintern, recordaba que: "A los tres días de estar en París [Richard] me dijo: Esta noche coges el tren en la Gare de Lyon hasta la ciudad mediterránea de Perpignan, al sur de Francia. Una vez allí vas al café Pyréneés que está al sur de la Plaza Mayor de la ciudad, preguntas por François Orlando y le entregas esta nota. Él te dirá lo que tienes que hacer".
Diversos testimonios nos hablan del hotel, la calle discreta. Describen el lugar: un chalet sin señas, la verja de hierro, la puerta que se abre a los recién llegados, el silencio de una avenida tranquila - y el lluvioso otoño de aquel año, según relatan otros. Nayati Siqdi, palestino agente de la Comintern, recordaba que: "A los tres días de estar en París [Richard] me dijo: Esta noche coges el tren en la Gare de Lyon hasta la ciudad mediterránea de Perpignan, al sur de Francia. Una vez allí vas al café Pyréneés que está al sur de la Plaza Mayor de la ciudad, preguntas por François Orlando y le entregas esta nota. Él te dirá lo que tienes que hacer".
El origen del viaje. El antiguo mapa europeo ha desaparecido. Un relato confuso habla de reuniones de la Comintern a partir del verano de 1936; de una imprecisa asamblea en Bruselas, de entrevistas con el antiguo oficial de marina André Marty, ahora en la ejecutiva; del viaje del comunista francés Maurice Thorez a Moscú en septiembre, en busca de una mayor implicación en la guerra... Otra noticia habla de una reunión en esos días "que tuvo lugar de forma ominosa, en los locales de la Lubianka, al parecer en presencia de Yagoda, a quien le restaba tan sólo una semana o algo más al frente de la policía secreta (NKVD)". Un comunicado de la III Internacional Comunista en Moscú anunciaba por fin el reclutamiento de voluntarios el 18 de septiembre de ese año.
Los que acuden a la Gare du Nord vienen desde Polonia, Hungría, los Balcanes, la Rusia blanca... Los rumanos huyen de un país donde la Guardia de Hierro ha instalado sus cuarteles. En Hungría el almirante Horthy dirige el nuevo régimen. Desde Berlín acuden los supervivientes, perplejos, de la Alemania nacional-socialista. Checos de la región de los Sudetes, judíos de Galitzia, antiguos rutenos... Aparecen incluso rusos blancos, que esperan que la inscripción en las Brigadas Internacionales les permita volver a su país, ahora repúblicas soviéticas bajo el mandato de Stalin. Surgen de pronto en el remoto frente de Andalucía, cerca de Lopera, a finales del 36.(Otros rusos, desde Francia, intentarán formar una división propia en el bando nacional. Pero, se nos dice, no tienen dinero ni medios para el viaje a Hendaya. Algunos acabarán formando parte del Tercio María de Molina en las batallas en torno a Quinto de Ebro y Belchite).
Los que acuden a la Gare du Nord vienen desde Polonia, Hungría, los Balcanes, la Rusia blanca... Los rumanos huyen de un país donde la Guardia de Hierro ha instalado sus cuarteles. En Hungría el almirante Horthy dirige el nuevo régimen. Desde Berlín acuden los supervivientes, perplejos, de la Alemania nacional-socialista. Checos de la región de los Sudetes, judíos de Galitzia, antiguos rutenos... Aparecen incluso rusos blancos, que esperan que la inscripción en las Brigadas Internacionales les permita volver a su país, ahora repúblicas soviéticas bajo el mandato de Stalin. Surgen de pronto en el remoto frente de Andalucía, cerca de Lopera, a finales del 36.(Otros rusos, desde Francia, intentarán formar una división propia en el bando nacional. Pero, se nos dice, no tienen dinero ni medios para el viaje a Hendaya. Algunos acabarán formando parte del Tercio María de Molina en las batallas en torno a Quinto de Ebro y Belchite).
En los combates de Lopera: "El que había tomado la iniciativa del contraataque fue el suboficial Boutrowski; oficial de la XV Brigada, joven de origen ruso-blanco, antiguo suboficial de la Legión, quien no ocultaba que si se había alistado en las brigadas era simplemente por vivir y tener una situación". De la XIV Brigada, que combate en el mismo frente, se señala que: "Había incluso un mongol ruso y un canadiense francés".
Judíos de Ucrania, sefarditas búlgaros e incluso alguno que acude del nuevo Eretz Israel, en Palestina, en un periplo que normalmente incluye al puerto de Marsella como destino de entrada en Europa de nuevo. El primer éxodo de estos tras la Kristalinach - o "Noche de los cristales rotos"- había supuesto el exilio inicial, en un número aún muy restringido, de judíos alemanes y austriacos a Inglaterra, Francia, Estados Unidos o una Palestina todavía bajo mandato británico.
"El único voluntario judío irlandés, Maurice Levitas, no difiere mucho en esos puntos de su biografía: hijo de padres lituanos religiosos, creció en un hogar yiddish hablante muy pobre de la zona obrera dublinesa de Portobello, conocida localmente como "la pequeña Jerusalén". Se integraría más tarde en el batallón "Neftalí Botwin" de la XII Brigada Dombrowsky. Otro judío británico, Neville Laski, había manifestado su horror y su adhesión al comunismo al descubrir, dos años antes, la "pobreza, miseria y suciedad" del barrio judío de Varsovia, "una ciudad llena de miseria". Otro relato cuenta de algún azaroso periplo desde el Báltico: "Desde Varsovia, atado con correas en los bajos de vagones de ferrocarril, sin comer ni beber durante treinta y seis horas al menos, ha llegado a París más de uno. Desde Lwow- Polonia- ha salido otro, atravesando sin documentación la Alemania hitleriana, antes de llegar a Francia, y desde allí a España". A finales de 1936 "la imagen de grupos de jóvenes con aspecto sospechoso concentrados en la estación Victoria de Londres se había convertido en habitual". En el Paso de Calais un grupo de obreros ingleses en paro deambula por los muelles. Cuando les preguntan alegan que van a pasar el fin de semana en el continente. En alguna rara excepción los voluntarios no pasan por los centros de reclutamiento franceses. En Argelia, "Tanto se prolongaba la crisis que Jean Chaintron, delegado del Comité Central del PCF para el comunismo argelino, organizó el envío directo de voluntarios árabes desde Orán, en el buque de la Transmediterránea Jaime II".
El relato de otro alemán de la Brigada Abraham Lincoln, Willi Busch, parte incluso de más lejos: "Julio de 1936: un cálido, soleado y húmedo día de verano. En la gigantesca ciudad de Nueva York cientos de miles de personas afluyen a las playas del Atlántico y a la bahía de Long Island para bañarse y refrescarse en la fría marea". Minucioso en la descripción del frente del Jarama, los cuarteles de Albacete y de los oficiales de la Brigada, su relato concluirá bruscamente: "Regresé a Nueva York en septiembre de 1938, como herido de guerra". (Antes, habrá nombrado un retorno con lugares como Murcia, Barcelona, Montpellier y la cárcel de París).
El relato de otro alemán de la Brigada Abraham Lincoln, Willi Busch, parte incluso de más lejos: "Julio de 1936: un cálido, soleado y húmedo día de verano. En la gigantesca ciudad de Nueva York cientos de miles de personas afluyen a las playas del Atlántico y a la bahía de Long Island para bañarse y refrescarse en la fría marea". Minucioso en la descripción del frente del Jarama, los cuarteles de Albacete y de los oficiales de la Brigada, su relato concluirá bruscamente: "Regresé a Nueva York en septiembre de 1938, como herido de guerra". (Antes, habrá nombrado un retorno con lugares como Murcia, Barcelona, Montpellier y la cárcel de París).
La relación de los brigadistas incluye incluso -en el Batallón Mickienickz Palafox- "a unas decenas de supervivientes ucranianos del ejército anarquista de Néstor Majno"... Cómo llegaron hasta allí, se preguntó alguien; qué hacían ahora luchando en La Mancha bajo las ordenes de sus enemigos mortales, los dirigentes André Marty, Luigi Longo, el general Walter, miembros todos de la Comintern, sus oponentes comunistas... Con el tiempo varios de ellos solicitan la entrada en la Brigada Garibaldi, aún dirigida por los libertarios. Otros desaparecen, sin más referencias. Del "General Kléber" -que ni era general, ni se llamaba Kléber- dirigente de la XI Brigada en el frente de la Ciudad Universitaria, sabemos que era un judío ucraniano de la Bucovina austriaca. Capturado por los rusos en la primera Guerra, había sido enviado a Siberia. "Liberado después de la Revolución, se unió a los bolcheviques y luchó con los partisanos en Mongolia". Hamburgo, China, Canadá, finalmente Madrid, son lugares de su periplo posterior como agente de la GRU, la inteligencia soviética. Su internamiento en un gulag de Siberia al retorno a la URSS, de donde nunca regresa, formaría parte de algún modo del final de esta historia europea. (Como la formaría igualmente la historia de Leon Gaykis, también destinado en España en la Embajada soviética, judío de Varsovia afiliado al PCUS, que tras su regreso a la URSS desaparece en otra de las purgas que recibieron a "los españoles". Junto al cónsul Vladimir Antonov-Ovseenko, al embajador Marcel Rosenberg, los generales Manfred Stern o Jean Berzin, al representante Arthur Stashersny ...). Cuando en sus notas, el periodista Koltsov describa una fiesta de despedida al ingeniero Gorkin - un "mexicano" en la jerga de aquellos días- con champán y discursos emotivos en el Hotel Gaylord, cercano al parque del Retiro, alguien recoge que: "Koltsov confesó más tarde que todo el mundo daba por sentado que Gorkin sería víctima de las purgas de Stalin en cuanto llegara a Rusia".
Noticias del origen... En el relato "Una tumba para Boris Davidovich" el novelista serbio Danilo Kis describe el periplo de un húngaro alemán, Karl Taube, aspirante a activista del Comintern. En el libro, sus personajes, desdichados, sufrirán todos fatalmente la trágica suerte del Terror Rojo -en una espiral que lleva, inexorable, del discurso de la Revolución primero a las celdas de la NKVD después, al silencio más tarde, a la desaparición por fin. Varios de ellos figuran en las Brigadas. Otros, en las espirales de la conspiración en general.
Karl Taube, cuenta el novelista, "nació en 1899 en Esztergom, en Hungría". Pertenecía al condado del mismo nombre, cercano a Budapest. Más adelante Danilo Kis describe: "(...) la grisácea monotonía de una pequeña ciudad centroeuropea de principios de siglo (...) desde la oscuridad de los tiempos: sus casas grises de una planta con los patios a los que el sol, en su lento recorrido, delimita con una clara línea divisoria en cuadrados de una luz cegadora y en unas sombras húmedas, rancias, parecidas a las tinieblas;(...) el frío esplendor barroco de la farmacia con el brillo de sus recipientes blancos de porcelana de aires góticos; el lúgubre gimnasium con el patio enlosado (los desconchados bancos pintados de verde, los columpios rotos que parecen horcas y las letrinas de madera con una mano de cal), el edificio del Ayuntamiento pintado de un amarillo isabelino, el color de las hojas marchitas y de las rosas otoñales de las romanzas que, por las tardes toca la orquesta zíngara en el jardín del Grand Hotel".
Lugares de la disolución y la deriva entre las inciertas fronteras nuevas... En otro relato sobre la época, "El tiro de gracia" de Marguerite Yourcenar, - que había escrito en el Sorrento de 1938- el escenario es ahora la frontera polaca con la Rusia blanca donde tiene lugar uno de los últimos episodios de la guerra civil rusa, esta vez con la intervención de la Polonia de Józef Pilsudski. Bosques cenagosos, pantanos invernales, aldeas en llamas - y un telón de fondo de casas señoriales cuyo mejor momento había tenido lugar en otro tiempo.
Es un escenario de lo que se disgrega - tal vez para siempre -, de la devastación. Independientemente de la lucha que está teniendo lugar - la defensa del antiguo régimen por parte de los rusos blancos, la delimitación de las fronteras de Polonia por las tropas de Pilsudski, la expansión del orden soviético con los bolcheviques. En un determinado momento del relato éste pierde sus razones primeras, sus referencias históricas, por decirlo de algún modo, y olvidamos -como semejan olvidar sus personajes- los motivos de la guerra. La lucha es ciega, sórdida y permanente y a su paso nada se sostiene. Sino la persistencia de la contienda y el exilio, y la desolación de los lugares.
Al final del relato - y de la guerra civil rusa - sus personajes, los que han sobrevivido, se pierden en Europa. Volveremos a encontrar a alguno, años más tarde, en el Marruecos francés, en Lisboa, el Berlín de Weimar, en la guerra de España después.
Es éste también, habíamos apuntado, un relato de estaciones ferroviarias. La Gare du Nord, en el Distrito X parisino, primero; la Gare de l´Est, en el mismo distrito, otras veces. De la Gare d´Austerlitz, en un bulevar frente al Sena, los brigadistas parten en tren hacia Perpignan. Aquélla, un tanto desdibujada por la nueva estación de Montparnasse, seguía manteniendo la línea tradicional hacia Burdeos; hacia Toulouse más tarde. Inmediata al Sena, era la estación habitual de la ruta a Irún, por un lado. A Cerbere y Port Bou por otro. De la Quay d´Orse los trenes partían hacia Marsella. "Casi a diario podía verse a jóvenes con paquetes envueltos en papel de estraza bajo el brazo, esperando el tren de Perpiñán, tratando ostensiblemente de pasar inadvertidos". (En algunos relatos se cita también al llamado "ferrocarril secreto" de Tito, que lo dirige desde un hotel de la Rive Gauche, y otorga pasaportes y dinero a los que llegan desde los Balcanes a los centros de la III Internacional). En su conocido poema Spain el inglés W.H. Auden recogería esta noción del interminable viaje europeo, de los trenes:
Se aferraron como vilanos a los largos expresos que tambaleantes
atraviesan las tierras injustas, las noches, el túnel alpino;
cruzaron los océanos,
superaron los puertos
(George Orwell, comentando el verso "el asesinato necesario" que Auden incluía en una estrofa, afirmaría que ésta era: "una especie de esbozo en miniatura de un día en la vida de un buen hombre de partido. Por la mañana un par de asesinatos políticos (...) y luego una comida apresurada y una tarde y noche ocupadas en pintar muros y repartir folletos").
La estación de Toulouse, después; Perpiñán; la Estación de Francia en Barcelona; la estación del Norte en Valencia; el paso por las llanuras de La Mancha, la ciudad de Albacete al final.
La estación de Toulouse, después; Perpiñán; la Estación de Francia en Barcelona; la estación del Norte en Valencia; el paso por las llanuras de La Mancha, la ciudad de Albacete al final.
O los puertos en el Mediterráneo. Los barcos que zarpaban de Crimea "tenían que atravesar los Dardanelos, luego buscar una isla en el mar Egeo para cambiar someramente la identidad del buque, incluido el nombre y la bandera de conveniencia". A continuación navegaban bordeando la costa de África. "Sólo viraban al norte, en dirección a Cartagena, cuando estaban a la altura de Argelia". Otros buques, que partían de Marsella, desembarcaban en el puerto de Alicante después de haber evitado las islas Baleares, en poder de los nacionales. (La biografía de un activista alemán, Ferdinand Greiner, que había estado antes en todas las batallas del KPD, nombraba en su viaje desde la URSS a puertos como Odessa, Estambul, el Mar de Mármara, Alejandría, Argel o finalmente Cartagena). A la España nacionalista llegan los voluntarios italianos desde el muelle de Nápoles. Su destino es Cádiz.
"Salimos de Nápoles [en un barco fantasma], tardamos cinco días en llegar a Cádiz. No sé por dónde pasamos (...) No llevábamos bandera italiana ni nada semejante. Llevábamos una bandera negra, con una cinta italiana y otra española", según el voluntario de la Brigada Littorio Renzo Lodoli. Al poco hablará del frío en Guadalajara, de la retirada del CTV entre la nieve y la cellisca frente a los muros de Brihuega. "En el campo no había casas. En la meseta de Castilla no hay apenas casas". Destinados más tarde a la comarca burgalesa de las Merindades, entre la batalla de Guadalajara y la inminente campaña de Santander, Lodoli será capaz también de describir el tiempo de la espera en la remota comarca, bajo los puertos de los picos de Cantabria:
"Estábamos en un pequeño pueblo de Villarcayo, a unas millas del frente. Era julio y desde marzo alguno no había luchado. Me acuerdo del casino de Villarcayo. Nosotros: pretenciosos, el humo, el olor a humanidad, lleno de canciones...".
También hay caminos, también pasos de montaña. De Perpignan a Port Bou o La Perthus los brigadistas caminan a pie, cruzan clandestinamente los Pirineos en otras ocasiones. Cercanos a la frontera emprenden un último recorrido andando, bajo la mirada condescendiente de los gendarmes, hasta llegar al otro lado. El judío neoyorquino Harry Fisher "tras una travesía en el Íle de France que le llevó hasta Le Havre (...) viajó en tren a París y después a Perpignan. Allí hizo el paso de los Pirineos, caminando sobre la nieve de las montañas y de noche, para evitar a los gendarmes". En los pasos tropiezan en algún momento con los milicianos anarquistas. "Necesitamos armas, no hombres", les dicen estos, y alguna vez no les dejan pasar. Oscuramente intuyen que es la Comintern, enemiga tradicional de éstos, quien se halla detrás de aquella peregrinación. (Los alemanes Gerhard Wohlrath y Kathe Hempel han venido, afirman, viajando en bicicleta desde Ginebra. Duermen en la playa de Arenys de Mar. Allí tienen su primera impresión sobre la sublevación que ha estallado en Barcelona, adonde se dirigen. "Cuando nos despertamos a la mañana siguiente y sacamos la cabeza de la tienda era ya muy de día. Lo que vimos nos dejó asombrados. Muchas casas a lo largo del paseo marítimo estaban adornadas con banderas catalanas y con banderas rojas. Las personas se agrupaban en torno a altavoces. Mucha gente llevaba fusiles sobre el hombro o pistolas al cinto". A lo lejos, Barcelona aparece cubierta por columnas de humo). Otros voluntarios se pierden en los pasos. En algún caso, como el del escritor Laurie Lee, que había vivido en Almuñécar hasta el comienzo de la contienda y que, después de haber vuelto a Inglaterra, regresa a la España en guerra: "Los agentes republicanos en Perpignan, claramente desconcertados por esta figura flaca, soñadora y aparentemente tan poco bélica, se ciñen a la No Intervención y fingen ignorancia, declarando no saber nada sobre ninguna brigada". Finalmente sería un anarquista francés, al que encuentra en la taberna de una aldea pirenaica sin nombre, quien le conduciría, en medio de una tormenta de nieve, hasta la frontera.
También hay caminos, también pasos de montaña. De Perpignan a Port Bou o La Perthus los brigadistas caminan a pie, cruzan clandestinamente los Pirineos en otras ocasiones. Cercanos a la frontera emprenden un último recorrido andando, bajo la mirada condescendiente de los gendarmes, hasta llegar al otro lado. El judío neoyorquino Harry Fisher "tras una travesía en el Íle de France que le llevó hasta Le Havre (...) viajó en tren a París y después a Perpignan. Allí hizo el paso de los Pirineos, caminando sobre la nieve de las montañas y de noche, para evitar a los gendarmes". En los pasos tropiezan en algún momento con los milicianos anarquistas. "Necesitamos armas, no hombres", les dicen estos, y alguna vez no les dejan pasar. Oscuramente intuyen que es la Comintern, enemiga tradicional de éstos, quien se halla detrás de aquella peregrinación. (Los alemanes Gerhard Wohlrath y Kathe Hempel han venido, afirman, viajando en bicicleta desde Ginebra. Duermen en la playa de Arenys de Mar. Allí tienen su primera impresión sobre la sublevación que ha estallado en Barcelona, adonde se dirigen. "Cuando nos despertamos a la mañana siguiente y sacamos la cabeza de la tienda era ya muy de día. Lo que vimos nos dejó asombrados. Muchas casas a lo largo del paseo marítimo estaban adornadas con banderas catalanas y con banderas rojas. Las personas se agrupaban en torno a altavoces. Mucha gente llevaba fusiles sobre el hombro o pistolas al cinto". A lo lejos, Barcelona aparece cubierta por columnas de humo). Otros voluntarios se pierden en los pasos. En algún caso, como el del escritor Laurie Lee, que había vivido en Almuñécar hasta el comienzo de la contienda y que, después de haber vuelto a Inglaterra, regresa a la España en guerra: "Los agentes republicanos en Perpignan, claramente desconcertados por esta figura flaca, soñadora y aparentemente tan poco bélica, se ciñen a la No Intervención y fingen ignorancia, declarando no saber nada sobre ninguna brigada". Finalmente sería un anarquista francés, al que encuentra en la taberna de una aldea pirenaica sin nombre, quien le conduciría, en medio de una tormenta de nieve, hasta la frontera.
(Lee, al que el azar y un violín había llevado a parar a la Almuñécar de antes de 1936, describiría después en sus memorias -A Moment of War- un país del que apenas nada restaba de su primer deslumbramiento:
"Yo había conocido España a la luz brillante y restauradora del sol, cuando hasta su pobreza parecía cubrirse de orgullo". Antes de regresar a Inglaterra había descrito los primeros fusilamientos y paseos en la costa de Granada. Al retorno, según Niall Binns: "Un silencio antinatural asfixiaba todo y la miseria era atroz, siberiana". Lee escribiría: "Ésta era una España extendida muerta sobre una losa, un cadáver helado".
Antes, en el viaje que le había llevado del puerto de Londres a la costa granadina en el verano de 1934, al salir de Zamora, -de la que había descrito “su seriedad medieval”- había anotado cómo: “Seguí milla tras milla sin ver hombre ni bestia; el mundo parecía abrasado y muerto; y la carretera blanca y cegadora, estrechándose hacia el horizonte, empezó a llenarme de extrañas ilusiones”).
Un brigadista alemán, Otto Niebergall, recuerda cómo: "Nuestra gente tenía que ir a pie parte del camino a lo largo de los Pirineos y después cruzar un túnel hasta Portbou. Precisamente en esta zona de Portbou, Figueres y hasta Barcelona los anarquistas eran muy fuertes". Los militantes -ya clandestinos- del Partido Comunista Alemán partían en la última etapa de los distintos centros de organización de la ciudad de Toulouse. Otros, supuestamente también alemanes, son en realidad oficiales del Ejército Rojo. No hablan ni palabra de alemán y se comunican en ruso entre ellos. Eisner, traductor del general Lukács,- en realidad el judío húngaro Maté Zalka- observará que "todos venían de allá". Los milicianos, cautelosamente, los denominan "los mejicanos".
En el relato también hay castillos, mansiones abandonadas por sus antiguos propietarios, que han sido fusilados o han huido. Cerca de la frontera los peregrinos se agrupan al cruzar en el castillo de Figueras. (Los sótanos del castillo serían el escenario de una última reunión parlamentaria antes de cruzar los diputados, definitivamente, la frontera en los Pirineos). Un voluntario noruego, Leo Kari, encuentra en las bodegas "paredes cubiertas de grafitis en más de una docena de idiomas en los que los voluntarios garabateaban y arañaban sus nombres y dejaban mensajes a los amigos que debían seguirlos".
La Revolución ha extrañado definitivamente los lugares, los transforma. "Al entrar en España los voluntarios dormíamos en un antiguo monasterio sobre paja. Algunos de ellos estaban borrachos", cuenta uno de ellos, que viene desde Suiza. En Figueras el citado castillo de San Fernando recibe a los que llegan. Acogerá, tres años más tarde, la sesión de las Cortes republicanas antes de partir al exilio. A su marcha, las autoridades del doctor Negrín ordenarán volar el edificio, que queda parcialmente destruido.
Los lugares persisten, pero ahora es la extrañeza quien los acoge. Marguerite Yourcenar había aludido a ello al nombrar, en la guerra polaco-soviética del año 20, las mansiones señoriales, las dachas bielorrusas en el frente ocupadas por las tropas regulares o por los milicianos, y por los refugiados de la guerra. Sus antiguos dueños han muerto o las han abandonado. Unos criados perplejos vagan ahora entre las ruinas, intentan reconstruir a veces, torpemente, los rituales de una casa cuyos primeros habitantes han partido.
Los lugares persisten, pero ahora es la extrañeza quien los acoge. Marguerite Yourcenar había aludido a ello al nombrar, en la guerra polaco-soviética del año 20, las mansiones señoriales, las dachas bielorrusas en el frente ocupadas por las tropas regulares o por los milicianos, y por los refugiados de la guerra. Sus antiguos dueños han muerto o las han abandonado. Unos criados perplejos vagan ahora entre las ruinas, intentan reconstruir a veces, torpemente, los rituales de una casa cuyos primeros habitantes han partido.
En otro lugar, el citado poema Spain del inglés W.H. Auden, que en diciembre de 1936 había decidido incorporarse vagamente a las Brigadas Internacionales, - "espero que no haya demasiados surrealistas por ahí" había escrito antes de partir- en su segunda estrofa reflejaría de algún modo este origen incierto y prolijo de los que habían acudido a la llamada a España.
Muchos la han oído en remotas penínsulas,
en llanuras soñolientas, en las islas del aberrante pescador
o en el corazón corrupto de la urbe,
la han oído y han migrado como gaviotas o semillas de una flor.
El poeta, de quien apenas se sabe nada de su estancia en la guerra, y que comentó a su regreso: "No conozco a nadie, salvo los estalinistas más testarudos, que volviera de España durante la guerra civil con sus ilusiones intactas", suprimiría a la vuelta algunas estrofas del poema - uno de los más celebrados de la publicación parisina de Los poetas del mundo defienden al pueblo español- para eliminarlo definitivamente en su edición de Collected Shorter Poems de 1966.
_________________________________________________________________________________
Si Barcelona o la costa mediterránea les resultan vagamente conocidas, en el viaje hacia Albacete los brigadistas cruzan luego por un paisaje estepario, que les es ajeno. ("Kari y un grupo de amigos escandinavos subieron al campanario de una iglesia en ruinas y contemplaron con asombro el paisaje llano, árido y sin árboles de La Mancha" anotará un voluntario noruego en sus memorias).
Un brigadista norteamericano, Cecil Elby, describe cómo: "A la gris claridad del alba contemplaron con ojos embotados por la falta de sueño una llanura que recordaba los desiertos africanos. Había campos en los que no parecía crecer nada y ocasionales aldeas en las que no parecía hacerse nada". Más adelante, sostiene que: "Los norteamericanos decidieron rápidamente que era el lugar más horrible que habían visto nunca". Cuatro años antes, el soviético Ylia Ehrenburg, que volvería a España como corresponsal de Izvestia, había descrito el mismo paisaje en su "España, república de trabajadores", tras abandonar Madrid y viajar por el interior:
"Peñascos, un páramo rojizo, míseras aldehuelas separadas unas de otras por crestas severas, caminos angostos que acaban en senderos...Ni bosques, ni agua (...) Una enorme meseta despoblada, batida por los vientos. Soledad de una página en blanco...".
La noción de lo acostumbrado se había ido difuminando a lo largo del viaje, cuanto más se alejaban de la frontera. Si Barcelona y su ambiente urbano es aún reconocible para ellos, la noción de un lugar diferente les invade nada más se alejan de la costa. "A medida que me alejaba de Valencia, el paisaje era más monótono. Su cuidada huerta, que me recordaba a Blasco Ibáñez, se convertía en esa tierra rojiza que domina el campo español. Las colinas que sobresalían de los paisajes estaban desnudas como los montes de Aragón. Los campos, cosechados por completo, brillaban solitarios y áridos. El tren se acercaba a Albacete", recordará en sus memorias el brigadista suizo Hans Hutter. Enviado al frente de Andalucía, otro comenta: "Por las noches el paisaje de Andalucía es de una uniformidad realmente diabólica. Por todas partes, interminables filas de olivos y molinos de aceite de blancas paredes que se destacan a la luz clara de la luna". (Por el contrario, años después, el siciliano Leonardo Sciascia, que había quedado impresionado en su juventud por los relatos de la guerra civil española, recorrería los mismos escenarios, y apunta: "Recorrer España para un siciliano es un continuo resurgir de la memoria histórica, un rebrote de lazos, de correspondencias, de cristalizaciones...". En un relato que publicaría ya en 1961 - "L´antinomio"- sobre sus reminiscencias de la guerra, escribiría: "Era bella Cádiz, recordaba a Trapani, sobre todo por el blanco de las casas más luminosas; y también era bella Málaga en aquellas jornadas de febrero llenas de sol, y el buen vino y el cognac". Más adelante, añade: "Guadalajara, la batalla por Madrid, era un infierno; desde la primavera dulce de Málaga no hubiera creído nunca se pudiese encontrar en España un invierno tan violento").
Al llegar a Albacete, los brigadistas son recibidos en la Plaza de Toros. Un antiguo cuartel de la Guardia Civil los aloja después. Algunos protestan: el cuartel está cochambroso, el lugar es inhóspito, y en los muros y en los suelos aún permanecen los restos de sangre de los fusilamientos que han tenido lugar anteriormente. Entonces se dispersan por la ciudad: por el Edificio de la Feria, por la parroquia de la Purísima, por el Gran Hotel, el Altozano, los hoteles del Ensanche... Un brigadista inglés anónimo, a su regreso a Londres, escribiría de las calles "estrechas y sucias". Para añadir más adelante: "No se ven personas acomodadas en la ciudad pues han sido ejecutadas o están en la cárcel (...) Había dos iglesias pero están completamente arruinadas... una se usa para barracones y la otra como almacén; no está permitido ningún servicio religioso y dudo que haya algún clérigo en toda la provincia, aunque he oído que hay un cierto número de ellos encarcelado en una prisión a diez kilómetros de la capital". Los diferentes servicios de las Brigadas se reparten por la provincia luego: "El capitán Alloa, sastre italiano de Lyon, estaba al mando de la base de caballería de la vecina localidad de La Roda; y un checo, el capitán Miksche, experto técnico y futuro escritor, montó una escuela de artillería en Chinchilla de Monte Aragón". Alguno de los voluntarios que se encuentran en la ciudad manchega son de origen polaco, judíos que han emigrado frente a la creciente presión antisemita en Centroeuropa. Uno de ellos, un tal Aleksandr Szurek, tropieza con un antiguo conocido que pertenece a la Geserd, la Asociación para la Colonización Agrícola de la URSS. La Geserd ha organizado la emigración a "Birobidzhan, en el extremo oriental de la URSS, al término del Ferrocarril Transiberiano (...) más cerca de Alaska que de Tierra Santa (...) nadie podía imaginar que, en el futuro, los judíos de Birobidzhan también fueran a enfrentarse a purgas". Más tarde, en su primera entrada en combate, en el frente de Villa del Río, Szurek ve horrorizado "cómo los lugareños quemaban los cuadros de la iglesia y destrozaban un altar", algo que le resultaba impensable en su Polonia natal. En el mismo frente, un voluntario nacionalista, el noruego Per Imerslund, que se había alistado en una brigada falangista después de una novelesca biografía que incluía un puerto en la costa noruega, una hacienda agrícola en la mejicana Colima, la república de Weimar y una cárcel en Lisboa, escribía en uno de sus artículos españoles: "No ha habido lucha esta primera noche. Nos adentramos en un grupo de casa de fincas en ruinas. Son edificios bajos y blancos. Una hoguera alumbraba de color rojo el lugar. Unas figuras ataviadas con capas moras de puntiagudas capuchas cubriéndoles los rostros se movían en torno al fuego. (...) En un instante se hizo un silencio profundo y misterioso. Entonces comenzaron a rugir las ráfagas de las ametralladoras". (Imerslund, decepcionado con la deriva "católica" del falangismo, y regresado ese año a Noruega, moriría en al poco en el frente de Carelia, frente a los soviéticos).
Algunos nombran la extrañeza. "Mis peores recuerdos datan de Albacete. Imaginaos una ciudad sin carácter, en una gran llanura desnuda, invadida por una multitud de 10.000 milicianos. Seis meses de revolución han sembrado por todas partes la ruina y el desorden", contará el belga Nick Gillain. Otros, en cambio, hablarán con admiración del paseo vespertino por la ciudad, de los burdeles de la provincia y de las terrazas en el bulevar. La "Cafetería Internacional", según recordarán, ofrecía cerveza fresca y unas meriendas excelentes.
Algunos nombran la extrañeza. "Mis peores recuerdos datan de Albacete. Imaginaos una ciudad sin carácter, en una gran llanura desnuda, invadida por una multitud de 10.000 milicianos. Seis meses de revolución han sembrado por todas partes la ruina y el desorden", contará el belga Nick Gillain. Otros, en cambio, hablarán con admiración del paseo vespertino por la ciudad, de los burdeles de la provincia y de las terrazas en el bulevar. La "Cafetería Internacional", según recordarán, ofrecía cerveza fresca y unas meriendas excelentes.
En la guerra muchos de los parajes son ahora lugares extrañados. Su antigua función ha desaparecido y en su lugar, perviven los edificios con un uso insólito. En la Gran Vía de Madrid, el Hotel Plaza ofrece alojamiento gratis a los que quieran instalarse. Es un establecimiento lujoso y moderno. Pero está debajo de la plaza del Callao y muy cerca del frente, aducen, y los corresponsales extranjeros, los agentes que acceden al Madrid de la guerra prefieren alojarse en otros. Acuden al Hotel Florida, en la misma plaza; al Hotel Victoria, sobre la del Ángel; al Hotel Inglés, en una transversal de la calle del Prado. (La llegada de los brigadistas a Madrid había ocurrido, comentaba una historia de los Internacionales: "una mañana gris (...) de una monotonía agravada por una fina y gélida llovizna (...) en esta sombría mañana de domingo, la ciudad aparentaba un aire de lánguida normalidad. Los camareros y el puñado de clientes reunidos en el bar del hotel Gran Vía, se vieron de pronto atraídos hacia el exterior por un ruido de gritos y palmas, que seguía el ritmo de unos pies marcando el paso y el estruendo de los cascos de los caballos"). Algunos milicianos, se comentó, contemplaban con admiración las cazadoras de piel de los voluntarios austriacos, de las que ellos carecían por completo. "Madrid - había escrito el inglés Esmond Romilly, sobrino de Winston Churchill- estaba llena de tranvías y barricadas (...) las calles levantadas por obras en múltiples lugares y hogueras para calentar la comida de los trabajadores". El alemán Jan Kurzke, que había llegado a Madrid desde su exilio obligado en el norte de África, describiría luego la Ciudad Universitaria en los días de lluvia que continuaron, como un paisaje "marrón y lúgubre, como Hampstead Heath en diciembre".
Sobre la ciudad en guerra y los personajes que en ella recalan, huido el gobierno republicano, escribe alguno de los corresponsales que allí se alojan. De aquel último establecimiento, el Hotel Victoria, - "En el rótulo del hotel Reina Victoria han borrado la palabra reina"- el periodista inglés Philip Jordan hablará de los: "Hombres de armas, la mayoría de ellos alemanes, surgidos de todos los lugares imaginables, espías, rameras, más espías, buscadores de empleo, propagandistas, intelectuales venidos a menos que nunca habían sido adecuadamente apreciados en sus países de origen, aviadores borrachos, personas expulsadas del servicio... Todo tipo de gentuza que intentaba sacar tajada de una ciudad en la que había dinero fácil porque la guerra todavía era joven". Arturo Barea, desde su oficina de censura de la prensa en la Gran Vía, recordará los "Convites en el bar del Gran Vía, convites en el bar Miami, convites en el bar del Hotel Florida. (...) los periodistas y los escritores extranjeros se reunían en el círculo de ellos - los "veteranos"- rodeados de un coro de hombres de las Brigadas Internacionales, de españoles ansiosos de noticias y de prostitutas atraídas por el dinero abundante y fácil".
Más allá del Hotel Florida, en la plaza del Callao, el periodista ruso Mihail Kolstov, enviado personal de Stalin, se había alojado primero en el Hotel Plaza, cercano a la plaza de España - y al frente de la Ciudad Universitaria - y desde allí realiza una precisa descripción de las noches de la ciudad sitiada, de las terrazas y los bares - y las bombas que caen a intervalos en la Gran Vía, frente al edificio de la Telefónica. El comedor del hotel, "sin calefacción", en la misma acera, está abarrotado de milicianos y periodistas. A pesar de que "ya no queda nada fresco", según se lamenta un camarero, y que las explosiones se suceden en la calle con un horario fijo. Enfrente, el bar Chicote, que ha sido socializado al principio de la guerra, sigue siendo el lugar de reunión nocturna de los que pululan por la ciudad. "Cuando caía la noche de esos húmedos y fríos días de espera, Chicote era el lugar donde encontrar compañía, conversación y más rumores sobre la ofensiva". Los camareros del Plaza, según nos cuenta el periodista ruso, conservaban sus antiguas maneras, trataban con una exquisita cortesía a los escasos clientes de un establecimiento vacío, que quedaba desierto a partir del mediodía. Más tarde, "cuando llegó Hemingway en la primavera de 1937, Koltsov y Karmen se habían mudado del hotel Florida al hotel Capitol, que se encontraba al otro lado de la Gran Vía. Al poco tiempo se fueron al hotel Palace, en la Carrera de san Jerónimo, y finalmente acabaron en el hotel Gaylord, situado en Alfonso XII".

Otros hoteles han sido ocupados. Por los agentes del Gobierno en ocasiones, por los delegados comunistas otras veces. "El Hotel Bristol - nos cuenta un brigadista- era, en Madrid, un hotel como los otros, ni más ni menos lujoso, pero con la particularidad de que estaba reservado exclusivamente a los rusos que servían en el ejército republicano". En Barcelona, el Hotel Colón, en la Plaza de Cataluña, es ahora la sede del PSUC. "Situado en la céntrica Plaza de Cataluña, en cuya fachada campeaban, junto al nombre del partido en enormes caracteres, dos grandes retratos de Stalin y Lenin, equivalentes en Barcelona a los que en Madrid iban a colocarse en la Puerta de Alcalá". Décadas más tarde un relato del francés Claude Simon recreará el hotel, y los días de la guerra, en la novela Le Palace. Una descripción en ésta hablará de: "Una ciudad irreal atravesada por gentes que vagan como sonámbulas entre el pasado y el presente.(...) La acción, si cabe hablar de acción, tiene lugar en un hotel, el "Palace" - en realidad el célebre Hotel Colón de la plaza de Cataluña en 1936, sede de los anarquistas y hoy Banco Español de Crédito". Alojados en el Hotel Majestic -en el paseo de Gracia- de camino al Congreso de Intelectuales los mejicanos Octavio Paz y su mujer Elena Garro, ésta, frente a la exaltación habitual de la ciudad, recuerda: "Es difícil olvidar la impresión terrible que me produjo esa ciudad. Las ramas de los árboles estaban rotas y las calles casi desiertas. (...) Me asomé a la ventana: no había tropas victoriosas, sólo un silencio tristísimo". También desde el Hotel Majestic el enviado de Pravda, Mikhail Koltsov, telefonea a Moscú. Otros lugares son el Hotel Metropol, en Valencia; también el Colón, donde se aloja a los intelectuales evacuados de Madrid; - y los valencianos lo rebautizan al momento como El Casal dels Sabuts-; el Victoria; el Gran Hotel de Albacete; el Ritz de Madrid convertido en comedor social; el Palace madrileño frente a éste... Aquí se instalan diversas comisiones republicanas y un hospital de heridos del frente. La primera planta es ahora la sede de la embajada soviética. (Sobre el Hotel Falcon en Barcelona una nota interna del NKVD acerca del matrimonio Orwell comunicaba que: "Es evidente por su correspondencia que son trotskistas confirmados. Deben ser considerados oficiales de enlace del ILP con el POUM"). Este lugar, el Falcon en Las Ramblas, era, según se sabía, "donde se reunían los combatientes y simpatizantes extranjeros del POUM desde los primeros días de la guerra". Los agentes de la NKVD lo frecuentaban a su vez, para obtener información de los visitantes. Entre ellos el judío David Crook, que había llegado a España desde el Bowery, se relacionaba con todo el mundo en Barcelona, y había sido reclutado por los soviéticos después de la batalla del Jarama. Pudo salir al final de la guerra, para terminar años después enviado por la NKVD a China, donde se establece y muere tras su encarcelamiento en medio de la Revolución Cultural.
El surrealista Benjamin Péret, que había llegado a Barcelona en agosto de 1936, había sido inicialmente "deslumbrado" - según escribió- "por un paisaje de iglesias incendiadas, barricadas y obreros armados". Venía acompañado del director de cine Leopold Sabas y de Jean Rous, también secretarios de la IV Internacional. "En Cataluña- escribe ese año a Andre Breton- y a lo largo del horrible trayecto que cogí para ir de Puigcerdá a Barcelona y que me pareció un paseo de feria sólo se ven iglesias quemadas o sin campanas". Se alistaría a continuación en un batallón anarquista - el Nestor Makhno-, en el frente de Aragón, antes de volver a París en abril de 1937. Desde allí, recordando la persecución que en la ciudad se había iniciado contra anarquistas y militantes del POUM, hablaría sobre: "El señor Bergamín" - que había redactado el prólogo de la apócrifa denuncia contra Andreu Nin en los días de su desaparición- "Él ya no quema, no tiene coraje suficiente. Además, ¿por qué lo haría él mismo, puesto que ha reconocido en la GPU el tribunal de la Santa Inquisición, en Stalin el Papa, adorando la muy Santa Trinidad, Marx-Engels-Stalin y protegiendo los fieles del diablo Trotsky?". Sobre la ciudad había comentado antes que: "Aquí, poco a poco, todo vuelve al antiguo orden burgués". Para añadir a continuación: "Ya no hay hombres armados en las calles de Barcelona como cuando llegué". En algún artículo posterior afirmará que la derrota de la revolución en las calles de Cataluña sólo podía significar la derrota de la revolución mundial "que era inminente". Sin dinero para el regreso - "Tengo intención de volver pronto, pero es sólo una intención, ya que no tengo ni un duro, en el sentido literal de la palabra, y mi compañera menos"- escribirá a Breton consultándole acerca de la posibilidad de la venta de algunas obras de arte - "en beneficio de la revolución, naturalmente"- y finalmente conseguirá volver a Perpignan, y después de ser detenido en la prisión de Rennes en la guerra europea, refugiarse en Marsella antes de emprender el viaje a México con su nueva compañera - la pintora surrealista a la que había conocido en las jornadas de Cataluña- Remedios Varo. (De Perét una historia literaria recordará posteriormente el viaje, un año anterior, a la isla de Tenerife en mayo de 1935, adonde había acudido en el barco noruego Juan Carlos, para inaugurar la Exposición Surrealista de Tenerife en compañía de André Breton y Jacqueline Lamba. No conservamos apenas notas de su estancia en las islas. Sí de la noticia de una conferencia en la Agrupación Socialista del Puerto de la Cruz, en donde el escritor, presentado como "ilustre embajador del surrealismo francés y activísimo pensador proletario" habría disertado sobre un "Análisis marxista de la Religión".
Curiosamente Andre Breton - de quien sí se conservan varios textos sobre el escenario de las islas, incluida su ascensión al Teide que luego incluiría en L´amour fou- había escrito unos versos en cierto modo premonitorios en L´air de l´eau, anteriores a su llegada a las islas
Me dicen que allá lejos las playas son negras
Por la lava que llega del mar
Y se extienden al pie de un inmenso pico humeante de nieve (...)
Cuál es ese país lejano.
Junto a Péret y sus compañeros habían viajado otros militantes de la revolución internacional. Como la poeta anglo-australiana Mary Low, junto a su compañero, el surrealista cubano Juan Breá. A su llegada la escritora lamentará la pobre entidad del Hotel Falcon, sede del POUM, frente a la amplitud de los edificios requisados por la Tercera Internacional, sobre todo la del Hotel Colón, sede del PSUC en la Plaza de Cataluña. También ellos celebraban la destrucción de todos los templos en la región y la presencia de los milicianos armados en las calles. Amenazados sin embargo por su militancia trotsquista, y después de un fallido atentado en un callejón de Barcelona contra el activista cubano, abandonan España en diciembre de 1936. Escribirán su Cuaderno rojo de Barcelona, una apología de la excitación y el fervor de la ciudad en aquellos primeros momentos ("El aire de la revolución se empezaba a sentir desde la estación de Perpignan") y de la desaparición de todos los símbolos de la burguesía en ellos. Desde Francia - que abandonarán al igual que Peret y Remedios Varo en el momento de la ocupación alemana- una biografía afirmará más tarde que: "asistían a la rápida degeneración de la revolución en España, que no podía conducir más que a la pérdida de la guerra y el triunfo del fascismo". Después de varios exilios y expulsiones posteriores, en una entrevista en la década de los noventa a su regreso a Barcelona, la escritora hablará de la sorpresa de: "La siniestra, monstruosa y perversa reconstrucción de las iglesias, que ella recordaba bella y gozosamente arruinadas o quemadas".
En Madrid, los consejeros rusos prefieren el Hotel Gaylord, en las calles aledañas al Parque del Retiro, centro del espionaje en la capital. Por la tarde, los corresponsales extranjeros acuden a él. También es el preferido de Ernest Hemingway, que comenta que allí se sirve "una cerveza excelente". El cronista Herbert Matthews se referirá en cambio al Florida, en la Plaza del Callao, como "el lugar donde había que estar". En él se alojan Hemingway y Martha Gellhorn una temporada. También John Dos Passos, Antoine de Saint Exupery, Louis Fischer, Robert Cappa y Gerda Taro, André Malraux o Ilia Ehrenburg.
La pareja de fotógrafos - que firmaban con el seudónimo "Robert Capa" sus reportajes- compartía una biografía habitual de los exiliados centroeuropeos. Gerda Taro, de origen judío polaco, había huido desde Alemania a París en 1933, acusada de repartir propaganda antinazi. Él, - cuyo nombre era el de Endre Ernö Friedmann - de origen judío igualmente, había escapado de Hungría con la llegada del régimen del regente Horthy, para trabajar en Alemanía, París o Dinamarca los años siguientes. Se habían conocido en un café cercano al Hotel du Blois, en la rue Vavin. En julio del 36, en París, decidieron viajar a España para cubrir la guerra desde el bando republicano. "Capa y Taro habían tenido una llegada literalmente accidentada a España a principios de agosto de 1936, después de que los enviase la revista Vu en un avión que tuvo que hacer un aterrizaje forzoso". Fotografían alguno de los acontecimientos más celebrados del momento, como el sitio del Alcázar de Toledo o los combates en el frente de la Ciudad Universitaria en Madrid. (Gerda por su parte realiza alguna toma de los trabajos de la siega en el Bajo Aragón, sobre unas eras polvorientas, que eran unas imágenes cotidianas y minuciosas alejadas de cualquier noticia. Una luz cegadora, un fondo de polvo y de cielos pálidos iluminaba todas las copias). Después de haber publicado alguna de las fotografías más conocidas de los frentes - como la célebre "Muerte de un miliciano" en Cerro Muriano, que en realidad se trataba de un montaje periodístico- su intención era la de proseguir su periplo fotográfico para la prensa ilustrada, enviados esta vez por la revista Life a la guerra que Japón había iniciado con China dos semanas antes. Gerda Taro nunca llegaría a París, donde la esperaba Friedmann, porque muere en el frente de Brunete, atropellada por un tanque, en julio del 37. El entierro en París constituyó una multitudinaria manifestación de apoyo a la República, según anotaron las crónicas. (Frente al cementerio de Pere Lachaise, recogía un número de Solidaridad Obrera: "pronunciaron breves palabras en honor de la que fue Gerta (sic) Taro los escritores y periodistas, compañeros de la difunta, José Bergamín, André Chamson, Tristand Tzara, León Maoussinac y René Blech").
También había acudido a Madrid desde París la reportera norteamericana Martha Gellhorn, que se encontraría con Ernest Hemingway finalmente en el Hotel Florida. A éste lo había conocido inicialmente en el Sloppy Joe´s de Kay West en Florida. Le propone inmediatamente emprender con él un viaje a España, lo que el novelista rehusaría en el primer encuentro. Finalmente, y ayudada entre otros por la revista Vogue, consigue un pase de prensa para la publicación Collier´s Magazine y llega a la frontera.
"Estudié un mapa, cogí un tren, me bajé en la estación más cercana a la frontera hispano-andorrana, recorrí la escasa distancia que mediaba entre los dos países y subí a otro tren de vagones fríos y pequeños lleno de soldados de la República española, que volvían a Barcelona después de un permiso". Acompañada por el torero Sidney Franklin - una especie de secretario personal de Hemingway- viaja a Madrid, donde se instala en el Florida. Desde el hotel enviará sus reportajes sobre el Madrid asediado, que temía en un principio no le fueran aceptados. Le impresiona el zumbido de los obuses. También la vida cotidiana en las calles que se reinicia nada más terminar los bombardeos. Más tarde, iniciará un interminable periplo que la llevará a China a principios de los cuarenta, a Birmania, Israel, Normandía y a acompañar la primera entrada de las tropas aliadas en Dachau. "Cubrió tanto el conflicto árabe-israelí como el de Vietnam. Con 81 años viajó a Panamá para ver lo que ocurría con las tropas estadounidenses", apunta una biografía de la reportera. El bar Chicote, comentaría en alguna parte, era el lugar habitual de reunión por las noches. En él situaría Hemingway un relato breve sobre aquellos días, "La denuncia", donde mezclaba a los parroquianos habituales, los solemnes camareros, los agentes internacionales y el clima de sospecha y delaciones habitual en aquellas fechas.
El exilio centroeuropeo, París, los bulevares, Viena, Madrid en guerra, el anuncio del viaje hacia otros frentes lejanos... Era en cierto modo un periplo habitual en los reporteros de las agencias europeas. Lo habían repetido fotoperiodistas como Hans Namuth o David Seymour, Kati Horna, Georges Reisner o el director de cine Joris Ivens. Bastante más insólito - y de origen más remoto- había de ser el viaje que la fotógrafa Marguerite de Kinoull, condesa de Kinoull, iba a emprender también en el verano de 1936 hacia la España en guerra- hacia la batalla de Irún en principio. De regreso a Francia, tras un legendario viaje africano, en el café Le Select había conocido entre otros al pintor Ignacio Zuloaga - que la retrataría en su castillo de Pedraza- y al aristócrata Gonzalo de Aguilera, delegado de prensa del gobierno nacionalista. Junto a su mentor, el sacerdote Vincent de Moor, deciden acudir a lo que consideran una batalla en defensa de la civilización occidental frente a la barbarie. Aquél le firmaría los documentos necesarios para viajar, como reportera, a España. En Toledo, en Durango más tarde, en Eibar, Guernica, Teruel, Porto Cristo, recogería en sus reportajes - que firmaba como Claudek- las imágenes de las iglesias devastadas, de una cheka en el colegio de los Maristas, una cuneta en el frente de Aragón, de la entrada de las tropas de Varela a las ruinas del Alcázar, de una procesión sombría frente al puente de Triana... Alguna de ellas formaría parte después del libro "L¨Horreur rouge en terre d´Espagne¨ que edita, junto a su mentor, el citado Vincent de Moor, en la Bruselas del año 38.
Él, sacerdote y activista católico, había militado anteriormente en la resistencia belga frente a la ocupación alemana. Los dos venían a su vez de un interminable viaje por África, de carácter vagamente misional, en el que a bordo de un Citroën C6 - el célebre Croisiere bleue- habían recorrido todo el continente, desde el Cairo a El Cabo, pasando por Sudán, Ruanda, Burundi, el entonces Congo belga, Camerún, el Sudán francés "para volver a Argelia por el Sahara". Filmarían un largometraje - también titulado "Crosiere bleue"- sobre el larguísimo periplo africano. Al conocer el inicio de la guerra española habían decidido viajar a la costa vasca, a Toledo, a los frentes del Norte después. (Más tarde, con la ocupación alemana de París, ella cruza de nuevo España para embarcar en Lisboa rumbo a un exilio en California que ya no abandonaría).
Ese mes de agosto, deseoso de escapar del ambiente y las tensiones de la oficina de prensa en el edificio de la Telefónica, el novelista Dos Passos camina hacia la estación del Norte, cercana al frente. "Si uno sigue la Gran Vía, detrás de la plaza de Callao, cuesta abajo en dirección a la estación del Norte, y se detiene durante un momento en una excelente librería que se mantiene abierta, se encuentra la primera barricada defensiva. Está sólidamente construida con adoquines unidos con cemento, colocados en orden y que llegan a la altura de la cabeza".
Un bombardeo temprano había despertado a los ocupantes del hotel Florida, aún de noche. "Por todas partes se abren las puertas de los balcones que rodean la fuente acristalada. Hombres y mujeres a medio vestir huyen precipitadamente de las habitaciones, arrastrando maletas y colchones (...) Un camarero con el cabello ondulado sale una y otra vez de varias puertas distintas, siempre rodeando con el brazo a diferentes chicas que ríen o lloriquean. Gran exhibición de despeinados y lencería".
Según otros, allí en el hotel tiene lugar el primer distanciamiento entre Hemingway y John Dos Passos a propósito del "caso Robles", traductor del último, y que había sido eliminado por los agentes de Orlov, el enlace de la NKVD en España. "Supimos de la desaparición de José Robles cuando faltó una tarde a la tertulia del Ideal Room" - el lugar de reunión de los corresponsales extranjeros en Valencia- comenta en sus memorias el granadino Francisco Ayala. Cuando Dos Passos llega a España para colaborar en el film Tierra de España del holandés Joris Ivens, nadie le da noticias del paradero de su amigo, traductor de la novela Manhattan Transfer. Tras las pesquisas iniciales, en algún momento tendrá lugar una agria reunión con el escritor de Illinois, - que ya conocía la desaparición- que se niega a contestar a sus preguntas durante una comida de las Brigadas Internacionales en el castillo del duque de Tovar en El Escorial. Hemingway le acusa de sentimental y le grita que sus indagaciones están sirviendo a los críticos de la República. "Finalmente, un amigo santanderino vinculado al contraespionaje le revela que Robles fue ejecutado dentro de la misma embajada soviética". En una azarosa huida posterior por la frontera catalana, acompañando al joven periodista Liston Oak, -acusado de trotskista y perseguido por el SIM- el escritor de origen portugués abandonó España en abril de 1937, para partir hacia los Estados Unidos y no regresar nunca.
En la estación adonde Hemingway acude para despedirlos, éste le espeta: "¡A la mierda las libertades civiles! ¿Estás con nosotros o contra nosotros?", para amenazarle con el olvido impuesto por las autoridades a continuación. Katy, su mujer, le respondería: "¿Por qué, Ernest? No he oído en mi vida una canallada como ésta". (Y Dos Passos en su artículo Farewell to Europe, escrito al poco de salir en julio de 1937, presentaría a los comunistas en España como dueños de "una maquinaria de poder tremendamente eficaz y despiadada". Con lo que recibió las renovadas críticas de los conocidos que habían quedado en la capital).
George Orwell, que también abandona España en 1938, profundamente decepcionado con la experiencia del estalinismo, y amenazado por los agentes soviéticos por sus relaciones con el POUM, duerme las últimas noches en las ruinas de una iglesia. Recordará más tarde los primeros días en Cataluña: "Las banderas rojas en Barcelona, los trenes raquíticos llenos de soldados mal vestidos que se arrastraban hacia el frente, los pueblos grises golpeados por la guerra (...) las trincheras heladas y embarradas en las montañas".
Antes de abandonar España, había sido herido en un frente de Aragón por lo demás monótono e inmovilizado tras el fallido intento de la toma de la ciudad de Huesca. "Al cabo de dos días él y Eileen cruzaron la frontera con Francia en tren, sentados en el vagón comedor de primera clase (...) fingiendo ser turistas británicos con posibles". Al cruzar la aduana "pasaron tres días en el puerto pesquero francés de Banyuls". Su esposa y él "pensaron en España, hablaron de ella y soñaron con ella sin cesar". Internado en Inglaterra al llegar por una tuberculosis, marcharía más tarde a Marruecos a recuperarse.
Había ingresado en un hospital de Barcelona en la primavera del 37. Allí había escrito: "Sentía un deseo abrumador de alejarme de todo. Del horrible clima de sospechas y odios políticos, de las calles atestadas de hombres armados, de los ataques aéreos, las trincheras, las ametralladoras, los tranvías chirriantes, la cocina aceitosa y la escasez de cigarrillos". Cuando regrese a Londres su editor, Victor Golland, se niega a publicar el libro sobre España, aún antes de haberlo leído, "para no dañar la unidad antifascista".
En la España nacionalista algunos lugares mantienen sin embargo una especie de tradición, rancia y como gris, de los días de antes de la guerra. De la provinciana Burgos, Dionisio Ridruejo recordará: "El barrio de la Castellana, algunos restaurancitos chicos de lechón y clarete y (...) el Hotel Condestable, lugar casi obligado para las comidas de compromiso". (De la cercana Valladolid, adonde se había refugiado huyendo de Barcelona el escritor catalán Ignacio Agustí, se recordará cómo: "El mediterráneo Agustí, que imprimiría en aquella ciudad su revista Destino, se aproxima bastante llamándola "sombría"). En un comedor de la Salamanca provinciana, titulado gozosamente "La Viuda del Fraile", entre el sempiterno aroma a aceite rancio, el inglés Peter Kemp encuentra a un teniente irlandés de la Legión, Noel Kirkpatrick, con quien comparte recuerdos londinenses.
"Cuando esta guerra estalló - me dijo- tenía un negocio de automóviles en Londres, pero averigüé que mi secretaria, de quien estaba enamorado, se acostaba con mi gerente (...) Por tanto, cerré el negocio y me vine aquí". Se había alistado, le contó, en la Guardia Irlandesa. Anteriormente, en la fría Ávila - "Situada en una colina, rodeada de almenadas murallas y relacionada para siempre con el nombre de Santa Teresa, (...)"- Kemp había acudido al Hotel Inglés, que mantenía su imagen de centro de reunión de la colonia extranjera en la ciudad. "La cena fue excelente, el vino abundante y animada la conversación en todas partes" - en inglés, francés y español, como comenta en otro lugar. En San Sebastián, por su parte, los periodistas se alojan en el Hotel Continental, frente a la playa de La Concha. Las reuniones con los compañeros de la prensa, con los escritores que se han refugiado en la ciudad huyendo de la Cataluña de Companys o de un Burgos clerical, se producen en el bar del hotel. En los cafés de la Avenida: Madrid, Raya, Xauen... más tarde. Alguien, comentando la pausa en los frentes tras la toma de Bilbao, había definido la ciudad como "un verano prolongado". (Graham Greene, que había intentado llegar a Bilbao poco antes del cerco de la ciudad con la intención de hablar por la radio, se encontrará en Toulouse con la negativa final del piloto a llevarlo, alertado de la inminente caída del frente. No intenta el viaje de nuevo y escribe entonces la novela El agente confidencial sobre el imaginario viaje de un agente republicano - y de otro nacionalista- a la Inglaterra de ese año en medio de la guerra en busca de suministros. Un comentario sobre la novela, ciertamente desesperanzada, hablará de: "Una Inglaterra ensombrecida en 1938 por la sordidez de la depresión, la miseria humana, la indiferencia ante los problemas ajenos y el terror a la inminente guerra contra Alemania").
Más allá de la frontera, en la costa vasca francesa, el ambiente de los que acuden a ella de uno u otro lugar, huyendo de la España republicana, recordará aún a veces el veraneo tradicional en lugares como Biarritz o San Juan de Luz.
En un delirante libro de memorias del embajador americano Claude Bowers - que llega a justificar como necesarios todos los crímenes de la República y a afirmar que "Negrín y otros ministros" dormían en las cárceles para proteger a los presos - éste recordará cómo: "Este lugar está compuesto de lo que popularmente es conocido por una playa internacional de moda, y era agresivamente franquista (...) No era extraño escuchar allí grandes elogios de Hitler, cuyos oficiales, vistiendo uniforme militar alemán, cruzaban la frontera para ir a cenar al café París (...) Los hoteles y las villas estaban atestados de refugiados españoles de la nobleza y la aristocracia, y un forastero, paseándose por la playa de san Juan de Luz, habría creído hallarse en una ciudad española, puesto que la mayor parte de los transeúntes que pasaban por su lado hablaban en español. Estos llenaban el bar Vasco de san Juan de Luz y el bar Sonny en Biarritz a las horas del cóctel (...) Muchos habían llegado del territorio leal por medios tortuosos, para echar raíces en Biarritz". En el primer verano de la guerra, Pio Baroja, que se había refugiado en un pequeño hotel de san Juan de Luz, comentará en sus notas el atasco de coches y personas que se acercan a la frontera para, desde lo alto del monte, contemplar los bombardeos y tiroteos que se estaban produciendo en la otra parte- y que culminarán con el incendio de Irún antes de ser abandonado por las milicias anarquistas. En otro momento hablará del constraste entre la placidez y la sensualidad de la playa, a ese lado, frente al rumor de la guerra y las noticias sórdidas que desde más allá de Hendaya llegaban a la costa. ("Lo que se cuenta - escribe en sus notas- es un verdadero horror. Por todas partes se mata con fruición, se saca a la gente de las casas y se las asesina en medio de las calles").
Otros lugares en Madrid conocerán otra suerte de extrañamiento en esos días. La Gran Peña, el club aristocrático de la Gran Vía, es ahora una sede de las Juventudes Socialistas. Cercano, el palacio de los condes de Heredia-Spinola, paseados en los primeros meses de la guerra, inmediato a Cibeles, es el local de la teatral corte de los Alberti, que celebran en él sus mascaradas lírico-milicianas. En él se instala la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que preside José Bergamín. (Juan Ramón Jiménez en sus recuerdos de aquellos días, nunca le perdonará al zamorano León Felipe que se pasee con "el gran abrigo de pieles del duque de T´Serclaes, asesinado"). Los Alberti duermen en la antigua alcoba de los dueños y muestran los armarios con la prolija colección de trajes y zapatos de estos, que han conservado. El propio Alberti, en unas páginas de su Arboleda perdida evocará alguna de aquellas mascaradas, festejadas con el ropero de los anteriores propietarios del palacio:
"¿Quién podrá olvidar a Luis Cernuda vestido de Caballero Calatravo; al poeta negro Langston Hughes con traje y colorada capa de rey negro; a León Felipe con gorro y uniforme de Gran Duque Nicolás...?".
Miguel Hernández, que regresa del frente y asiste a un banquete en él, escribirá en una pizarra: "Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta", aludiendo entre otros a María Teresa León, maestra de ceremonias del palacio. No se lo perdonarán. El cubano Pablo Torriente, que volvía de la sierra en Guadarrama, exclama también: "¡Qué vergüenza! Yo me vuelvo al campo (de batalla)". Murió a los pocos días. Miguel Hernández le dedica entonces su Elegía Segunda, "A Pablo de la Torriente, comisario político".
En otros antiguos palacios, en varios conventos u hoteles, el extrañamiento es menos lírico. El palacio de los condes de Casa Valencia es ahora la Checa de Riscal, de oscura memoria. El convento de las religiosas de Concepción Jerónima, la checa de Lista. El antiguo Cinema Europa, la sede de los libertarios de Tetuán. El de Somosancho, en Ventura de la Vega, es una comisaría socialista. El Hotel Mi Huerto, en Ciudad Lineal, un ateneo libertario. La plaza de toros de Tetuán de las Victorias es ahora la checa del barrio. La iglesia del Buen Suceso, asaltada en los primeros días de julio, es en adelante un cuartel. La llamada "checa de Narváez" frente al Retiro, se traslada luego al restaurante Cóndor, en la calle Jorge Juan. En el palacio de la plaza de Santa Cruz se instala la oficina de censura, dirigida al principio por Arturo Barea. En el Ministerio de Marina, en la calle Montalbán, se localiza la jefatura del SIM, el Servicio de Información Militar.
En otros antiguos palacios, en varios conventos u hoteles, el extrañamiento es menos lírico. El palacio de los condes de Casa Valencia es ahora la Checa de Riscal, de oscura memoria. El convento de las religiosas de Concepción Jerónima, la checa de Lista. El antiguo Cinema Europa, la sede de los libertarios de Tetuán. El de Somosancho, en Ventura de la Vega, es una comisaría socialista. El Hotel Mi Huerto, en Ciudad Lineal, un ateneo libertario. La plaza de toros de Tetuán de las Victorias es ahora la checa del barrio. La iglesia del Buen Suceso, asaltada en los primeros días de julio, es en adelante un cuartel. La llamada "checa de Narváez" frente al Retiro, se traslada luego al restaurante Cóndor, en la calle Jorge Juan. En el palacio de la plaza de Santa Cruz se instala la oficina de censura, dirigida al principio por Arturo Barea. En el Ministerio de Marina, en la calle Montalbán, se localiza la jefatura del SIM, el Servicio de Información Militar.
Un nuevo mapa se ha superpuesto al acostumbrado. En las afueras de Madrid, se comenta, aparecen a diario los cuerpos de los que han sido "paseados" la noche anterior.
"Por citar los más significados por su número hay que mencionar, además de los ya referidos, la carretera de Toledo, la de Castilla, la zona del Hipódromo (calles Carbonero y Sol, sobre todo, Vitruvio, es decir, la llamada Colonia de la Residencia), la zona de Argüelles (calles Andrés Mellado e Isaac Peral, sobre todo, Cea Bermúdez, Blasco de Garay y Guzmán el Bueno), Paseo de Rondas (...) la carretera del Pardo, la nueva plaza de toros, Atocha, la calle Granada, el paseo de los Pontones, etc.". apunta una crónica sobre los primeros días de la guerra en Madrid.
De vuelta a la ciudad, ya han finalizado las sesiones del Congreso de Intelectuales en Valencia, y un grupo de escritores ha regresado a la capital "para apoyar la amistad de España y México".
"En la noche los intelectuales se reunieron en los sótanos del hotel a discutir (...) escuché decir a Malraux, que estaba rodeado de un grupo pequeño: "Si el imbécil de Mancisidor lleva esa acusación contra Gide, me retiro del Congreso (...) recordé que Gide había escrito un famoso librito, Retour de l' URSS, en el que criticaba el sistema soviético y entendí que Mancisidor quisiera hacer una declaración en contra de él. Fue casi lo único que entendí en el Congreso"- describe el mismo Elena Garro en sus "Memorias de España, 1937". (De Gide recordará que en algún momento éste les había comentado: "Les aseguro que en mi aventura soviética hay algo de trágico"). Malraux, uno de los protagonistas del Congreso, había defendido en principio a Andre Gide. En otro momento, después de un comentario elogioso sobre Trotsky, - cuyo nombre, comentaba Elena Garro, no se podía mencionar en voz alta- había afirmado que: "Stalin ha dado la dignidad a la humanidad y, del mismo modo que la Inquisición no alcanzó al cristianismo en su dignidad fundamental, tampoco los procesos de Moscú han disminuido la dignidad fundamental del comunismo".
Ella asiste, recuerda, a una ciudad crecientemente en silencio. Después de una comida en un Palacio Real vacío, escribe: "Se procuraba no hablar de los "paseos" aunque todos sabíamos que existían. Tampoco era grato hablar de las chekas, pues la sola palabra producía terror (...) Cuando lo preguntaba todos guardaban un silencio estremecedor y me miraban como si estuviera un poco tocada de la cabeza". A la llegada a Madrid desde Valencia había escrito: "Hacía frío y yo preferí quedarme en el camión contemplando la calle vacía, el Palace cerrado y los leones de las Cortes".
_______________________________________________________________________________
En algún lugar recientemente alguien traduce la carta que Simone Weil había de escribir a Georges Bernanos en el año 1938. Weil había acudido a la guerra de España como vaga simpatizante de los anarquistas de la CNT o los antiestalinistas del POUM, no lo sabía muy bien. Estuvo solamente dos meses en el frente de Aragón y no regresó nunca.
"Estuve algunos días en Barcelona, después en pleno campo aragonés, junto al Ebro, a una quincena de kilómetros de Zaragoza (...) Después, en el palacio de Sitges transformado en hospital; después nuevamente en Barcelona; en total, aproximadamente dos meses".
Sus experiencias en el curso de ese verano le hacen elegir al católico escritor francés como receptor de sus reflexiones, por cuanto suponía él había pasado por una experiencia similar, como confiesa después de haber leído sus Grandes cementerios bajo la luna, el libro que Bernanos publica a raíz de su regreso a Francia desde Mallorca, en 1937.
La carta que la entonces casi anónima militante le dedica al conocido escritor era un ejercicio un tanto insólito sobre la guerra civil. Suponía un reconocimiento de la evidencia. Arrojada al frente de Aragón desde sus ideales de redención del proletariado, la incipiente escritora asiste de pronto al escándalo de lo más inmediato. Comenta alguno de los hechos a los que asiste. Los anarquistas ejecutan en la retaguardia indiscriminadamente a cualquiera. "En Barcelona las expediciones punitivas solían matar a unas cincuenta personas cada noche". En un relato posterior cuenta el fusilamiento frustrado de un sacerdote, al que nadie defiende. La ejecución más tarde de un adolescente en el frente que portaba una imagen mariana en el pecho. O las víctimas impensables de una saca en el pueblo de Sitges, hasta ese momento lejos de la guerra. Los milicianos, frustrados por una fallida expedición a Mallorca, habían fusilado entre otros a un panadero, acusado "de haber pertenecido a la milicia de los somatén". En una aldea de Aragón los "milicianos rojos" asesinan a los que quedan en ella. Si están allí es que son fascistas, razonan. En una comida posterior en la retaguardia los anarquistas se vanaglorian, entre risas, de cómo habían asesinado a dos curas la noche anterior. El resto sonríe, comenta la escritora.
"Nunca oí a nadie que expresara, siquiera en la intimidad, repulsión, asco o solamente desaprobación frente a la sangre inútilmente derramada". Ella, accidentada en algún lugar de Aragón, - su torpeza le hace quemarse con el aceite de la comida- regresa a Francia. Nunca volverá a España. Sus ideas sobre una vaga redención universal, que tenía la forma de la lucha entre "campesinos hambrientos y terratenientes", se habían visto refutadas de tal manera en la guerra que nunca quiso volver a cruzar los Pirineos, en busca de aquel país que había soñado como el escenario de una liberación de los desposeídos del mundo. (Más tarde, tendría que huir de París a Marsella ante la ocupación alemana. Después de viajar a Estados Unidos, regresaría al Reino Unido - para colaborar con la Francia Libre-, donde muere en un hospital de Ashford).
Su carta era una carta sobre lo inmediato, sobre lo más cercano. Correspondía en cierto modo - y en esto la joven francesa también había acertado - con la evidencia a la que el escritor Bernanos, decidido partidario de la sublevación, había asistido en Mallorca con el triunfo de los nacionales y la posterior represión llevada a cabo por éstos en la isla, bajo la sombría figura del italiano Conde Rossi. El francés también abandonaría el país ese año. (Había escrito en algún lugar de su libro: "Yo vi con mis propios ojos (...) vi a un pequeño pueblo cristiano, de tradición pacífica, de una extremada y hasta excesiva sociabilidad, endurecerse de pronto; vi cómo sus rostros se endurecían, hasta las caras de los niños").
Resultaba insólito en cierto modo. La literatura, el periodismo, no daban cuenta en aquellos días de lo más cotidiano. Enfangados en una nebulosa afirmación sobre la guerra los escritores no accedían a lo más cercano. Un a modo de afirmación abstracta se había impuesto sobre los acontecimientos, los días de la guerra. (Y, años más tarde, el poeta Luis Cernuda, que había escapado a París para recalar en Londres al poco, recordaría: "Luego me sorprendería, no sólo la suerte de de salir indemne de aquella matanza, sino la ignorancia completa de ella en que estuve, aunque ocurriera en torno mío").
La carta que la entonces casi anónima militante le dedica al conocido escritor era un ejercicio un tanto insólito sobre la guerra civil. Suponía un reconocimiento de la evidencia. Arrojada al frente de Aragón desde sus ideales de redención del proletariado, la incipiente escritora asiste de pronto al escándalo de lo más inmediato. Comenta alguno de los hechos a los que asiste. Los anarquistas ejecutan en la retaguardia indiscriminadamente a cualquiera. "En Barcelona las expediciones punitivas solían matar a unas cincuenta personas cada noche". En un relato posterior cuenta el fusilamiento frustrado de un sacerdote, al que nadie defiende. La ejecución más tarde de un adolescente en el frente que portaba una imagen mariana en el pecho. O las víctimas impensables de una saca en el pueblo de Sitges, hasta ese momento lejos de la guerra. Los milicianos, frustrados por una fallida expedición a Mallorca, habían fusilado entre otros a un panadero, acusado "de haber pertenecido a la milicia de los somatén". En una aldea de Aragón los "milicianos rojos" asesinan a los que quedan en ella. Si están allí es que son fascistas, razonan. En una comida posterior en la retaguardia los anarquistas se vanaglorian, entre risas, de cómo habían asesinado a dos curas la noche anterior. El resto sonríe, comenta la escritora.
"Nunca oí a nadie que expresara, siquiera en la intimidad, repulsión, asco o solamente desaprobación frente a la sangre inútilmente derramada". Ella, accidentada en algún lugar de Aragón, - su torpeza le hace quemarse con el aceite de la comida- regresa a Francia. Nunca volverá a España. Sus ideas sobre una vaga redención universal, que tenía la forma de la lucha entre "campesinos hambrientos y terratenientes", se habían visto refutadas de tal manera en la guerra que nunca quiso volver a cruzar los Pirineos, en busca de aquel país que había soñado como el escenario de una liberación de los desposeídos del mundo. (Más tarde, tendría que huir de París a Marsella ante la ocupación alemana. Después de viajar a Estados Unidos, regresaría al Reino Unido - para colaborar con la Francia Libre-, donde muere en un hospital de Ashford).
Su carta era una carta sobre lo inmediato, sobre lo más cercano. Correspondía en cierto modo - y en esto la joven francesa también había acertado - con la evidencia a la que el escritor Bernanos, decidido partidario de la sublevación, había asistido en Mallorca con el triunfo de los nacionales y la posterior represión llevada a cabo por éstos en la isla, bajo la sombría figura del italiano Conde Rossi. El francés también abandonaría el país ese año. (Había escrito en algún lugar de su libro: "Yo vi con mis propios ojos (...) vi a un pequeño pueblo cristiano, de tradición pacífica, de una extremada y hasta excesiva sociabilidad, endurecerse de pronto; vi cómo sus rostros se endurecían, hasta las caras de los niños").
Resultaba insólito en cierto modo. La literatura, el periodismo, no daban cuenta en aquellos días de lo más cotidiano. Enfangados en una nebulosa afirmación sobre la guerra los escritores no accedían a lo más cercano. Un a modo de afirmación abstracta se había impuesto sobre los acontecimientos, los días de la guerra. (Y, años más tarde, el poeta Luis Cernuda, que había escapado a París para recalar en Londres al poco, recordaría: "Luego me sorprendería, no sólo la suerte de de salir indemne de aquella matanza, sino la ignorancia completa de ella en que estuve, aunque ocurriera en torno mío").
_____________________________________________________________________________
Estaciones de llegada. Pero también de partida. Una estación, recordará el poeta Luis Cernuda, será el último lugar que contempla en su viaje a París en 1938 - y más tarde a Glasgow y Londres. Nunca regresará a España.
"Atrás quedaba tu tierra sangrante y en ruinas. La última estación, la estación al otro lado de la frontera, donde te separaste de ella, era sólo un esqueleto de metal retorcido, sin cristales, sin muros - un esqueleto desenterrado al que la luz postrera del día abandonaba". Rosa Chacel lo recordará luego, alojado junto a otros españoles, en el Hotel Medicis en el Barrio Latino. Según una biografía: "El poeta pasaba largas horas a solas en su cuarto trabajando en Resaca en Sansueña y Atardecer en la catedral".
De todos los firmantes del primer manifiesto de apoyo a la República, sólo uno de ellos, Antonio Machado, permanecerá en el bando republicano. Elena Garro que, junto a Octavio Paz, lo visita en su refugio en la huerta valenciana, comentará: "Una tristeza impresionante se extendía por toda la casa: se diría abandonada o habitada por personas sin esperanza". Habían sido alojados en Villa Amparo, un chalet neoclásico de barrio residencial de Picafort, requisado a sus antiguos dueños. El poeta, un tanto ausente, les pregunta si han traído alguna carta para firmar. (El periodista republicano Carlos Sampelayo, en testimonio recogido por Andrés Trapiello, anotará que: "Recuerdo a don Antonio en otro banquete que le dieron los comunistas antes de terminar la guerra en Barcelona (...) Parecía cansado de vivir, como ausente de lo que estaba pasando allí. Se festejaba el ingreso del poeta en el partido, la firma y entrega de carné"). Por las mismas fechas, Juan Gil Albert hablará de "un vejestorio anacrónicamente manipulado". (Y JRJ, que siempre había respetado al poeta, definirá su difundido en esos días "A Líster, jefe en los ejércitos del Ebro" como "un soneto repugnante"). Machado saldrá a pie con su familia al final de la guerra por la frontera para morir al poco en Collioure, un pequeño puerto en el departamento de los Pirineos Orientales. Un relato de los últimos días - sobre el camino hacia el exilio de la familia- es, de algún modo también, un relato de la desolación:
"El camino hacia Francia desde una masía gerundense de Viladesans; el cruce de la frontera en Portbou bajo una lluvia glacial; la primera noche en el exilio (...) en un vagón en vía muerta en la estación de Cerbere hasta su traslado a Collioure" - al pequeño hotel Bougnol- Quintana. El poeta muere al mes siguiente. Su hermano Manuel, enterado por la prensa francesa del fallecimiento, viajaría desde Burgos al pequeño puerto pirenaico para enterrar sus restos, encontrándose con que su madre había muerto dos días más tarde.
El resto de intelectuales firmantes abandonaba España en el primer año de guerra. (El ABC republicano había publicado a su vez en julio de 1936 una lista de "adhesiones" a la República. Incluía a Juan Ramón Jiménez, Gustavo Pittaluga, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Marichalar, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Sebastián Miranda, Ramón Pérez de Ayala, entre otros. Ninguno de los cuales permanecería más allá de ese año en Madrid). Una gruñona - y lúcida- excepción habría de ser la de Pio Baroja, quien en sus notas sobre la guerra, editadas muchos años más tarde, recordaría cómo: "Meses antes de la caída de la Monarquía, yo era de los pocos escritores liberales, quizás el único, que no creía que la República fuera la salvación de España. Más bien creía lo contrario". Y, en las mismas notas: "Es incomprensible que la gente que se llama roja crea que la República en España haya sido hábil, justa y previsora. El Gobierno de la República no se distinguió más que por sus torpezas y disparates, comenzando por el suceso de Casas Viejas".
Julián Marías habría de recoger la noticia de esta emigración años después - en "Los españoles":
"Hay un hecho importante del que nadie que yo sepa se ha dado por enterado: la gran mayoría de la emigración intelectual no se produjo en 1939, al final de la guerra, sino en 1936, a su comienzo".
Pasos de frontera, estaciones de tren, embajadas varias, casas alquiladas por diplomáticos, convoyes protegidos, puertos en la costa de nuevo... Pío Baroja en sus notas sobre la guerra en Madrid- que él no vivió en persona- describirá alguna de las rutas acostumbradas de los que quieren salir. En su caso, en los términos de un observador inglés:
"- ¿A dónde va usted? - me preguntó el chófer sin darse por muy sorprendido.
- Primero iré a Valencia, y allí embarcaré para Marsella, camino de Inglaterra. Quiero dar un vistazo por Francia. Tal vez esté una temporada en París". Otras páginas recordarán el asalto a alguna embajada. En una publicación posterior - Los caprichos de la suerte, escrita a partir de sus notas sobre la guerra-, novelará con más detalle esta huida de la capital, en el viaje que dos personajes ajenos a las milicias emprenden a pie hacia el puerto de Valencia. El Puente de Vallecas, Arganda, Tarancón, Utiel, son alguno de los lugares del viaje - descritos en la prosa barojiana como áridos y envueltos en el clima de la guerra. Valencia tampoco se librará del clima de terror que antes había aparecido en Madrid. Y las checas, los paseos, las requisas indiscriminadas - y un remedo del palacio de los Heredia-Spinola con su Casa de Cultura instalada esta vez en el Hotel Palace- surgen de nuevo en el relato, en el que la noción de una ciudad luminosa, bien abastecida y alejada de los bombardeos que aparecía en otras crónicas, no tiene lugar esta vez. El vapor abarrotado que zarpa del puerto rumbo a Marsella - y el viaje posterior a París- señala en la novela el final de la huida madrileña.
O el caso más exótico de Fernando Vela, antiguo secretario de la Revista de Occidente, el cual, amenazado por las Brigadas del Amanecer, "pudo alcanzar una embajada, la de Haití, de donde salió para Tánger". De la antigua Agrupación al Servicio de la República, "Pérez de Ayala logró llegar a Marsella en barco desde Cartagena, protegido por la embajada británica". José Castillejo, secretario de la Junta de Ampliación de Estudios, tras rescatar a su familia, que veraneaba en Benidorm, abandona al poco Madrid para instalarse finalmente en Londres. Ortega llega a Marsella en un barco francés desde el puerto de Valencia. De allí partirá a Grenoble, a París, a Lisboa más tarde. Gregorio Marañón se acoge en un primer momento a la embajada polaca, para llegar en compañía de Ramón Menéndez Pidal - que había visto cómo su casa, en el Olivar de Chamartín, aparecía por las mañanas rodeada de cadáveres de los "paseos" de la noche anterior- a Francia después. Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, después de un encuentro azaroso con un anarquista en un asilo infantil, abandonan Madrid vía Valencia, Figueras y La Junquera. De París arribarán más tarde a Cherburgo, y en el trasatlántico Aquitania llegarán a Nueva York, "para no regresar ya nunca". Ramón Gómez de la Serna se encuentra en el primer verano de la guerra con el poeta facineroso Pedro Luis de Gálvez convertido en ejecutor y parte inmediatamente para Buenos Aires. ("Ya le habíamos olvidado, cuando estando en la terraza del Lyon d´Or, los primeros días de la revolución, lo vi pasar con un mono u overall de seda azul, al cinto dos pistolas y al hombro un máuser"). Llegará en tren a Cádiz y en un barco de carga italiano podrá arribar a Marsella. El buque "Belle-Isle" les llevará finalmente desde Burdeos a la capital argentina.
O Clara Campoamor, -"Dejé Madrid a principios de septiembre. La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del Gobierno y la absoluta falta de seguridad personal, incluso para los liberales - o quizá sobre todo para ellos- me impusieron esa prudente medida..."- antigua diputada radical, que es arrestada a su llegada a Génova por las autoridades fascistas italianas, pero puede proseguir al poco su viaje a Suiza. Editará sus memorias sobre esos días más tarde, en París. En su La revolución española vista por una republicana de 1937 había escrito: "Desde los primeros días de la lucha, un indecible terror reinaba en Madrid". (Por su parte a María Zambrano, acusada de "fascista" en una asamblea de la Alianza de Intelectuales, le facilitan un viaje a Chile "hasta que los ánimos se calmaran". No regresaría hasta 1984).
En Cataluña, Josep Maria de Sagarra abandonaba Barcelona en 1936 tras el asesinato de su amigo José María Planas. Perseguido por la FAI, conseguiría escapar "disfrazado de pescador", ayudado por el conocido Gassol - también llamado La Pimpinela Escarlata. Agustín Calvet, Gaziel, abandona su refugio rural y huye en un barco del puerto. Como el gerundense Josep Pla, que consigue un pasaporte noruego - nacionalidad de su esposa, la presunta agente Adi Enberg- y embarca en el "Anfá, un bajel que hacía la derrota Casablanca- Marsella" ciudad a la que finalmente se dirigieron.
En otro lugar de la habitual celebración de los periodistas extranjeros en Madrid, - "Nunca Madrid fue tan hermoso como ahora" llega a escribir Koltsov de los primeros meses de la guerra. Pero también Hemingway había anotado que aquél primer año bélico "fue el período más feliz"- un paisaje sórdido se desliza también en las memorias de otro extranjero, como era Felix Schlayer, alemán que vivía en España desde 1895 y que había tomado el cargo de la delegación consular noruega - ante la marcha del embajador. Desde su estatuto diplomático el cónsul intentaría acoger a una población perseguida, en la que se producían asesinatos y requisas y detenciones a diario llegando a instalar, - al igual que otras delegaciones- a más de novecientos refugiados en sus locales.
Una descripción de los primeros días del verano - publicada en Alemania en1938- narraría cómo: "A un restaurante alemán, en el que yo comía a mediodía, le tocó de repente, en lugar de su clientela habitual, perteneciente a la buena burguesía, la afluencia de docenas de esos héroes del revolver. Estos solían ser muy estrepitosos, porque no les parecía suficientemente bueno el plato del día (...) para acabar pagando con un ¡U.H.P.! pronunciado con aire triunfalista. Esto ocurría así, hasta el punto de que, estando el comedor lleno, era yo el único que pagaba (...) El hombre tuvo la suerte a los pocos días, de poder clavar en su local el texto de una resolución adoptada por la embajada alemana, en virtud de la cual se le ordenaba que lo cerrara, con el fin de evitar su ruina o su asesinato". Los paseos, las requisas, los tribunales populares, la cárcel Modelo, son los nombres repetidos en esos meses en los que, aseguran los rumores en las calles, las tropas nacionales se están acercando a la Avenida de la Princesa.
Perseguido por los ministros populares y el S.I.M. el cónsul noruego finalmente lograría abandonar Madrid. "En la noche del 7 al 8 de julio de 1937 nos dirigimos a Valencia en el coche de otra delegación (...) Nos fuimos directamente al vapor del gobierno francés tan pronto como éste efectuó su llegada". Una inspección policial en el mismo muelle intenta impedir su marcha. "Se trataba de la misma brigada de servicio especial que había asesinado al belga Borchgrave". La intervención de otra embajada impide su detención - y la de su esposa- en el último momento. "Al empezar a oscurecer el barco abandonó Valencia; vimos sin lamentarnos cómo desaparecía en el crepúsculo". (Felix Schlayer regresaría, ya sin ningún cargo diplomático, a España en los años 40, para morir en Torrelodones, donde siempre había vivido).
Azorín, que había llegado en tren a Valencia, y de allí a Barcelona y a Cerbére, por su parte narra la llegada a París desde el tren:
"Llegaba el tren con retraso; nos íbamos acercando a las proximidades de París. Se veían esparcidos, en la noche, en la vastedad de las tinieblas, puntitos brillantes; lucían de vez en cuando focos eléctricos; se divisaban las vidrieras iluminadas de fábricas. Entrábamos en los suburbios de París...". Más tarde, añadiría: "La soledad de la noche, junto con la vastedad del hotel, sin contar con nuestra incertidumbre, hacían que sintiéramos una sensación de abatimiento".
Pío Baroja, con quien se encontraría en el Colegio de España, había tenido una salida mucho más prosaica: desde Itzea en el barrio de Alzate, el caserón de los Baroja, donde había sido retenido por un grupo de requetés, había comenzado a caminar hacia la frontera inmediata, le había recogido un coche en la carretera y le había pasado al otro lado, permaneciendo en San Juan de Luz unos meses. Desde la frontera se dedica a escribir unas notas sobre la guerra de España, "La guerra civil en la frontera", la cual contempla al otro lado de los montes de la muga, que son una crónica desmadejada y escéptica sobre anécdotas de la estupidez y la barbarie en los dos bandos, y que no editará hasta muchas décadas más tarde. Cuando llegue a París escribirá: "Aquí, en París, se ve uno muy solo, viejo y sin dinero. No tiene ganas de escribir, ni la menor esperanza". (Gutiérrez Solana que también se encuentra en París en el Colegio, y con quien mantendrá una sonora trifulca, se dedica por su lado a redactar unas notas sobre la ciudad en la que ésta parece una prolongación del Rastro madrileño, sus anticuarios y chamarileros, sin decir una sola palabra sobre la guerra. Ellos, los Solana, regresarán al poco a Madrid).
En Valencia, un tanto aburrida del Congreso de Intelectuales que está teniendo lugar esos días, Elena Garro escribe: "Porque había misterios en España: se decía en voz muy baja que Azaña, el presidente de la república, estaba en Benicarló, aislado (...) En voz casi imperceptible se hablaba de las chekas, pero era inútil tratar de aclarar esos misterios". Deseosa de volver a México, en un tren de vuelta a París con Pablo Neruda y Octavio Paz entre otros, añadirá: "En Valencia empezaban a aburrirme los cartelones enormes que ordenaban silencio. (....) ¡Eran feísimos! Y además cubrían las fachadas de las casas".
Por su parte, a su regreso a Vera de Bidasoa desde una plácida Basilea - ya amenazada por los rumores de la guerra europea inmediata- Pio Baroja anota: "La impresión de lo que veían mis ojos, volviendo de Suiza, fue bastante adusta y sombría, al comparar el paisaje y la vida que yo había dejado en Basilea con la que encontraba en mi tierra, al hallar el país agobiado no bajo la amenza de la guerra, sino con su realidad, aunque los cañones tronasen lejos".
Otros habían dibujado un refugio mucho más silencioso, anónimo, dentro de la guerra. Vagando por el Madrid de 1937 Rafael Cansinos Assens anotará en su Diario: "Finalmente estamos otra vez en nuestra casa en Atocha, en esta espaciosa, luminosa y soleada casa, como hecha a medida para tiempos de paz, con su jardín en la parte trasera (...) poco defensiva para los tiempos de guerra". En una novela de posguerra Pio Baroja - "Las veladas del chalet gris"- recogerá igualmente la discreta tertulia de profesores, Carande y José María de Cossio entre otros, que había tenido lugar lejos de las requisas de los milicianos en un chalet de la entonces remota colonia de Prosperidad:
"El hotel estaba colocado en el barrio de la Prosperidad, en la calle de López de Hoyos, cerca de la de Cartagena y próxima a la de Vinaroz, en una plazuela de forma irregular con algunas acacias míseras y sarnosas por adorno". O el chalet discreto en la sierra de Miraflores, donde se refugia durante toda la contienda Vicente Aleixandre tras haber pasado unos días en comisaría. (En otros - Rafael Sánchez Mazas, Víctor de la Serna, Samuel Ros, José María Alfaro,...- el asilo hasta el final de la guerra tiene lugar en una de las embajadas que aún permanecen en Madrid, la de Chile en su caso. La de Finlandia, Turquía, el Liceo Francés...).
________________________________________________________________________
En Albacete el relato habla de pueblos manchegos, de tiempos de espera. Alojados en Tarazona, La Roda, Villanueva de la Jara o Madrigueras, los brigadistas aluden al tedio y la pobreza de La Mancha a la espera de acudir al frente. Algunos escaparán hacia Madrid, otros desertan. A pesar de su condición de voluntarios, la mayoría se encuentra con la sorpresa de la imposibilidad del regreso. Pronto, comienzan las detenciones y los primeros fusilamientos. ("Las ejecuciones ordenadas por mí no sobrepasaron las quinientas", explicará con el tiempo André Marty, el comunista francés responsable político de los voluntarios. Y añade: "todas efectuadas contra auténticos criminales enmascarados de defensores de la libertad").
La desolación del lugar, de la meseta. Algún otro alude a las viñas manchegas, escasas, raquíticas para su mirada centroeuropea.
"Las vides, que no eran como en Austria de plantas trepadoras, sino pequeñas cepas que cubrían la tierra", comenta el brigadista Hans Landauer, austríaco. Para aludir más tarde a "el calor que hacía en el verano del 37 en España". Otros nombran el encalado de las casas, presente en todos los pueblos. Alguno, la sequedad de los campos, el horizonte de barbechos y centenos. Todos al perenne olor a aceite, al sabor de la oliva... (Alojado en Sevilla, de regreso del frente de Abisinia, el periodista italiano Lamberti Sorrentino, aludirá en primer lugar al constante olor a muerte que le acompaña desde la entrada a España por Mallorca. Y en segundo, al aroma a aceite rancio, que le hace evocar el comentario napoleónico de que: "Dos barreras tiene España: los Pirineos y el aceite rancio. Los primeros se pueden superar, el segundo no". Él, alojado posteriormente en el Barrio Chino de Salamanca, seguirá quejándose del mismo olor presente en todas las fondas).
La extrañeza de La Mancha, la aridez de la meseta meridional. Una descripción de aquellos días nombrará en Albacete a los "personajes de novela que representan esa mezcla de idealistas, de románticos, de personajes del Komintern como Willy Münzenberg, Vittorio Vidali o Arthur Koestler, de mercenarios sin paga, de agentes de la NKVD, de juramentados de la revolución (...) sin domicilio ni nacionalidad que vivían en un exilio permanente, que habían estado en varias revoluciones - Rusia, Berlín, Munich, Hungría - y sometidos a todas las pruebas, incluidas las purgas estalinistas a las que muchos no sobrevivieron". De un inglés en principio comunista, como el comandante Thomas Wintringham, instructor de las Brigadas en Albacete, unas páginas de su enrevesada trayectoria nos comentarán cómo: "Frente a las guías turísticas la España de Wintringham es un rincón del mundo prácticamente aislado del resto, un país sumido en un atraso de siglos y sin atractivo alguno, con pocas infraestructuras diseminadas en medio de un paisaje feroz duro y reseco". Su biografía hablará de la expulsión de España de su compañera, Kitty Bowler, acusada de trotskista; de la suya del Partido Comunista más tarde en Londres, acusado de lo mismo. Terminaría organizando la Defensa Civil frente a la inminente batalla de Inglaterra - frente al criterio de sus compañeros que defendían todavía el pacto Ribbentrop-Molotov.
El centro de las Brigadas es ahora la finca de Los Llanos, cercana a la ciudad. Allí, alguno hablará de la consunción de la espera. "El dormido Albacete", en expresión de un austriaco. El hospital, recuerda otro, "se encontraba en un chalet en medio de la ciudad". El aburrimiento entre los combates marca en las páginas de los brigadistas este tiempo en el interior. Otro, antiguo oficial, que escapaba en cuanto podía al Madrid sitiado, comenta: "El aburrimiento reinaba en el frente de El Escorial. Los hombres no tenían nada que hacer y se aburrían". Y el belga Gus Desmedt en el frente de la sierra de Guadarrama reitera: "El Escorial era un lugar perdido donde no había nada que ver".
La sensación del vacío en el interior de la Península. "El viaje de Cáceres a Badajoz - había descrito Ehrenburg un desplazamiento anterior - es un viaje larguísimo. El tren para en pleno campo. Cambio de tren. Hay que esperar dos horas. En lugar de estación, una choza, una enorme chumbera como un ántrax morboso, dos burros, una fábrica abandonada. En el andén, unos chicos descalzos y un anciano loco. Y sobre todo esto flota un hastío atroz".
El escritor Stephen Spender, ya un poeta renombrado, viaja también a Albacete en un momento del año 37. Busca a un antiguo amante, Jimmy Younger, quien se ha enrolado en las Brigadas a raíz de la separación de ambos y de la boda del poeta inglés.
Un viaje anterior, después de haber abandonado Berlín y de una larga estancia en Mlani, una pequeña ciudad croata, les había llevado al descubrimiento y la revelación de Toledo - que a Jimmy le llevó a la consternación. Del mismo modo que le había llevado la visión primera de Venecia.
"Viajamos en autobús desde Madrid, a través de una llanura que parecía hecha de kilómetros y kilómetros de cuero (...) Así llegamos a la extraordinaria Toledo, rodeada por el río y la crestas de las montañas; una ciudad de perfección despiadada, con una catedral que se elevaba del suelo como un candelabro tallado".
Por el contrario Albacete, en medio de la estepa, es un lugar más, insólito, del periplo anterior que les había llevado a los dos por las ciudades y los restos de una Europa anterior a la Segunda Guerra. Y al escritor a abandonar definitivamente el Berlín de su juventud, ya bajo las banderas y el desfile diario de los nacional-socialistas. Su amigo Christopher Isherwood había descrito melancólicamente el final de esta época en su "Adiós a Berlín":
"Esta noche por vez primera este invierno, hace mucho frío. El frío glacial paraliza la ciudad en un absoluto silencio, parecido al silencio de un ardoroso día de verano". Una marcha de las juventudes nazis, comentaba, había transcurrido esa misma tarde bajo las ventanas.
Spender, que viaja a España desde Londres, donde frecuenta al grupo de Bloomsbury y tiene una reunión semanal en Monk´s House, la casa de Virginia y Leonard Woolf en Rodmell, describe la ciudad manchega a su llegada: “Albacete se parecía a un cuartel en medio de una meseta roma. Ningún otro pueblo podía estar más alejado de mi idea pintoresca de España. En torno a la amplia plaza mayor, semejante a una plaza de armas, se abrían unas calles con altas casas sin carácter, con algunas tiendas, restaurantes y cafés. Todo Albacete olía a fritura de aceite de oliva".
Tras su alistamiento inicial Younger, el joven inglés, desea cuanto antes abandonar unas brigadas dirigidas por los comunistas y a las que no quiere pertenecer. Tras la batalla del Jarama escribirá a su antiguo amante para solicitarle que lo saque de allí. El resto de aquel viaje español transcurrirá en medio de los intentos - inútiles - de Stephen Spender para conseguir la repatriación de su amigo, que ha sido detenido otra vez. O de la petición de que no sea enviado al frente de nuevo, ineficaz asimismo. (Por esos días el joven comunista Sidney Hamm escribe en su dietario una súplica porque le dejen regresar "quince días después de su llegada a la famosa base de las BI en Madrigueras, Albacete". Había estado escribiendo en los mismos días una serie de artículos de tono triunfalista para la prensa de izquierdas británica. Muere al poco en la batalla de Brunete. Su compatriota John H. Basset recuerda las protestas de sus camaradas, obligados a asistir a la lectura en público de Frente Rojo, "un periódico que siempre decía que la República iba ganando, aunque sus hombres se batieran en retirada". Los voluntarios manifiestan su indignación. "¿Cuándo volveremos a casa?" preguntan al final de la lectura).
En una carta a Virginia Woolf, que intenta localizar a su sobrino, Julian Bell - que moriría en el frente de Brunete al poco - Spender le pide intente que no se haga brigadista, después de la breve estancia del poeta en Albacete: "Las cualidades requeridas, aparte del coraje, son una tremenda estrechez de mente y un dogmatismo religioso respecto a la línea del Partido Comunista". Julian Bell, al que en algún momento se atribuye un cierto papel en el grupo de espionaje de los Cinco de Cambridge, moriría en su ambulancia en Villanueva de la Cañada, más tarde, en 1937.
Spender regresó a España una tercera vez para asistir al Congreso de Escritores Antifascistas. En algún momento, escribiendo sobre éste, manifestó que encontraba grotesco "ese circo de intelectuales, tratados como príncipes y ministros, transportados a los largo de cientos de kilómetros a través de un paisaje precioso y pueblos destrozados por la guerra (...) fotografiados y retratados"). En el Congreso se habría encontrado, entre otros, al ubicuo agente Mikhail Koltsov, que regresaba entonces de Francia, Barcelona y el País Vasco. Una crónica posterior sobre el mismo recuerda que: "Aunque el objetivo principal del Congreso era demostrar que la mayor parte de los intelectuales del mundo apoyaban a la República, también tenía la intención oculta de denunciar la "traición" perpetrada por André Gide, con la reciente publicación de su Retour de l´URSS (...) que casi ninguno de los presentes había leído todavía".
El poeta regresará a Inglaterra tras un recorrido que le lleva a entrevistarse con distintas autoridades republicanas, alojarse en el Hotel Victoria de Madrid, visitar el frente de la Ciudad Universitaria y hablar con milicianos y otros soldados, que le declaran no saber por qué estaban allí.
"Después de cruzar la frontera española desde Francia, pasé un día en Port Bou, solo. Era un pequeño puerto encantador, con dos lenguas de tierra que se internaban en el mar como dos brazos verdes y casi lo abrazaban, dejando una pequeña abertura entre ambos, que era la boca del puerto".
_______________________________________________________________________________
Lugares del final del relato, luego. Pasada la espera, aparecen los escenarios del frente, las batallas: Brunete, el Jarama, la Ciudad Universitaria, La Muela de Teruel, Belchite... Aquí, los relatos abandonan la lenta descripción y el tempo de la espera. Desde las alturas de Teruel Hemingway aún puede describir, antes de la batalla: "la hermosa y pacífica ciudad (...) con sus campanarios y casas de geometría ordenada" rodeada de campos detrás de los cuales había "acantilados rojos, esculpidos por la erosión en forma de columnas que parecían tubos de órgano y, más allá (...) un erial de tierras baldías y sin agua". De la provincia de Guadalajara, cerca de Brihuega, el brigadista Ludwig Renn recordará la llanura "desolada, estéril y envuelta en la niebla" donde "la humedad calaba a los hombres hasta los huesos y la más leve brisa cortaba como un cuchillo afilado". Los relatos sin embargo abandonan la morosa descripción y comienzan a repetir historias del frente. Gandesa, Tortosa, el Ebro, Caspe, son los lugares de estas.
En medio de un relato de la batalla en el frente de Aragón el alemán Kurt Vogel, miembro de las Juventudes del KPD, recordará que en torno a Fuentes de Ebro: "La desolación del terreno, para nosotros completamente desconocido, que además era imposible de abarcar, aún se reforzaba por el hecho de que no ofrecía cobertura ni sombra a los combatientes, ni el más pequeño árbol o matorral. Nos parecía como si el sol hubiera trasladado aquí, al Alto Aragón, toda su fuerza (...) aunque ya hacía mucho que había pasado septiembre". Su biografía, común a tantos exiliados alemanes, y que incluía una larga deriva europea, anotaba que: "En el 36 emigró a Checoslovaquia y desde allí, a través de Austria, Suiza, Francia y los Pirineos, llegó a España, aunque la fuente no dice en qué fecha".
Otros lugares del relato. En 1937, a instancias de Palmiro Togliatti, se crean los "campos de reeducación". "Uno de los más sórdidos fue el del Júcar, a unos 40 kilómetros de Albacete (...) Otros brigadistas fueron encerrados en las prisiones de Albacete, Murcia, Valencia y Barcelona ". O en la costa catalana. "Si el campo Lukács resultaba a veces duro, no lo era tanto como el campo semiabandonado de Castelldefels, al sur de Barcelona, que llegó a alojar entre 255 y 400 prisioneros de las Brigadas Internacionales". (En una lista que había redactado Andre Marty sobre las "organizaciones que pretendían infiltrarse en las Brigadas Internacionales" figuraban la Gestapo, la OVRA de Mussolini, la policía polaca, la Inteligencia militar francesa, los trotskistas, los anarquistas y los partidarios de Largo Caballero). Cercana, la Costa Brava, por contraste, aparecerá en algunos otros recuerdos de los brigadistas como un lugar paradisíaco, tranquilo y alejado del frente, en el que alguno revela haberse pasado los días "durmiendo y jugando al ping-pong". (Con cierta malicia, Robert Graves, al aludir a la estancia del poeta Auden en la guerra, había comentado que "Auden fue a la guerra de España como otro camarada más, lleno de ardor combativo. Como Tennyson no vio un solo combate, pero al contrario de Tennyson estuvo todo el rato jugando al ping-pong en un hotel de Sitges"). Frente a la dureza de los días en el frente y al tremendo invierno de ese año, alguna descripción de los brigadistas recogerá todavía la persistencia de un escenario luminoso en medio de las batallas. Como la del alemán Karl Pioch, de la Compañía Especial de la XI Brigada, quien herido en el frente de Teruel es trasladado al hospital internacional de Benicasssim:
"Tuve tiempo de ver un pequeño jardín delante de la casa, con una enorme palmera datilera (...) y, al otro lado de la calle, una estrecha playa de arena; a la izquierda se extendía una larga avenida de palmeras y algunas otras villas más pequeñas a lo largo de la playa. (...) Y encima de todo, un cielo azul deslumbrante, el olor de flores, el murmullo de las hojas y de agradables voces...". Las villas, comenta en otro lugar, habían sido requisadas a sus antiguos propietarios.
Los delegados al Congreso de Escritores de Valencia regresaban. "Alguno de estos escritores se habían citado en París y desde allí hicieron juntos el viaje en tren, del que hay una descripción en Neruda". En el vagón, Octavio Paz había encontrado "a André Malraux, con los cabellos rubios y los ojos claros inquietantes, con André Chamson, con Nicolás Guillén, siempre muy alegre, con Mancisidor, con Marinello y con muchos otros".
Los delegados al Congreso de Escritores de Valencia regresaban. "Alguno de estos escritores se habían citado en París y desde allí hicieron juntos el viaje en tren, del que hay una descripción en Neruda". En el vagón, Octavio Paz había encontrado "a André Malraux, con los cabellos rubios y los ojos claros inquietantes, con André Chamson, con Nicolás Guillén, siempre muy alegre, con Mancisidor, con Marinello y con muchos otros".
Por último aparece un escenario insólito, anterior al fin de la guerra. Es el de los brigadistas apátridas. Lo son ahora los miembros de la Unidad judía Botwin, perteneciente al Batallón Palafox. También los polacos de la 5ª División de Rifles. Alemanes, austríacos, ucranianos, rutenos, checos... "Además de unas decenas de supervivientes anarquistas del ejercito de Majno". Los últimos meses, según recordará otro brigadista, están marcados por el anhelo del regreso. Éste, que según la denominación de "voluntarios", habían supuesto al alcance de la mano, se tiñe de vetos en muchos casos, acusaciones varias, negación de los documentos para el retorno. El belga Gillain, después de ser perseguido por varias denuncias por parte de los comisarios comunistas, consigue por fin embarcar clandestinamente en el puerto de Valencia, rumbo a un puerto francés. Escribe: "El mar estaba en calma (...) Entre dos luces, las costas de España adquirían un matiz cada vez más borroso. Brotó la niebla y todas las cosas se enturbiaron, se desvanecieron ante mis ojos".
Otro relato de un combatiente británico en las tropas nacionalistas recuerda que, en el último avance sobre Belchite, en el frente de Aragón: "La Bandera se desparramaba por toda la posición... Los legionarios se movían por las trincheras, acabando con los defensores a bayonetazos y culatazos. Eran alemanes de la Brigada Thalmann, buenos soldados y desesperados combatientes, pues incluso su propia patria les estaba prohibida. No esperaban cuartel, ni tampoco lo recibieron". Un artículo sobre la batalla del Ebro describe luego las colinas peladas en la que las tropas se refugiaban, entre piedras y matorrales resecos. (Isaac Bashevis Singer, que había definido la guerra española como "una lucha entre estalinistas y trosquistas", y recorre sus lugares muchos años después, sería capaz de encontrar una reminiscencia bíblica en su desolación:
"Rodamos por regiones que me recordaron el desierto y la tierra de Israel. (...) Vimos antiguos olivos y árboles que parecían paraguas; ovejas que pastaban entre resquebrajados terrones de tierra sobre la llanura requemada. Un caballo daba vueltas alrededor de un pozo. El cielo, de un azul pálido, irradiaba un calor abrasador. Algo bíblico se cernía sobre el paisaje. Pasajes del Pentateuco cruzaban por mi memoria").
La batalla del Ebro había supuesto el desmantelamiento definitivo de las brigadas. (Una narración posterior del frente en la Terra Alta la había descrito como una tierra de "colinas rocosas, profundos barrancos, despeñaderos pelados, pueblos de labradores y plantaciones de cereal (...) que aquel verano registró temperaturas de casi sesenta grados al sol"). Las tropas republicanas se habían visto obligadas, después del sangriento enfrentamiento, a cruzar de nuevo el río. "Uno de los últimos voluntarios en cruzar el puente de Mora de Ebro - cita Gilles Tremlet en su monografía sobre los Internacionales- se encontró con un oficial de artillería estadounidense que le indicó que "ya no hay brigada, ni división, ni ejército. (...) Lo mejor que puedes hacer es salir del país cuanto antes". Las pérdidas en las últimas horas de la batalla habían sido especialmente brutales para los brigadistas. "Nada se puede comparar con el final", escribiría Peter Kerrigan, militante del Partido Comunista de Glasgow "que había pasado por todo, desde Lopera al Jarama". Por su parte Alvah Bessie, el escritor comunista americano, recordaría en sus diarios sobre la guerra que: "Una página vergonzosa marca el final de la gloriosa XV Brigada: una página de retiradas, pánico, deserción". (Hablando de la desolación del frente de Pándols había comentado antes que: "En toda la creación de Dios no había sitio más desolado, ni a cuya desolación el hombre hubiera contribuido más").
Los trenes esta vez parten hacia Francia. "El primer gran convoy ferroviario salió de Calella el 18 de noviembre con voluntarios franceses en un tren adornado con flores y coronas de laurel en recuerdo de los muertos". Se celebran recepciones en la Gare d´Austerlitz de nuevo, el puerto de Malmö, la estación Victoria de Londres, el muelle 48 de Nueva York, comenta una crónica. No hay un lugar de regreso para muchos de ellos. Una prolija historia de los internacionales comenta que, al final de la contienda: "Un informe sobre los pacientes del hospital de Vic enumeraba a los que no tenían adónde ir: alemanes, húngaros, polacos, checos, yugoslavos, estonios, lituanos y finlandeses". Sobre alguno de los alemanes se citan al principio "los campos de internamiento de Saint Cyprien, Curs y Le Vernet". Más tarde, las cárceles alemanas. De un tal Max Better sólo se sabe que: "Estuvo en Calella esperando su desmovilización. Nada dice la fuente de lo que hizo después, pero en el 44 estaba en Portugal". Algunos, pasarán a Marruecos. ("En esta ocasión - recordaba el alemán Arthur Dorf- al revés que en Valencia, no nos esperaba en el puerto de Argel ninguna multitud entusiasmada, ni se entonó en nuestro honor el himno francés"). El rumano Valter Roman, tras su paso por los campos argelinos, reaparecerá en Moscú, para convertirse en un alto cargo del Partido Comunista Rumano en la posguerra. Otros en cambio, que han vuelto desde la guerra a la URSS, los llamados "españoles", son ejecutados a su llegada. Como el general Gorev, Jean Berzon, Emilio Kléber o el cónsul Vladimir Antonov-Ovseenko. Del novelista y militar Ludwig Renn el escritor Fernando Castillo aludirá a su paso inicial por el campo de prisioneros francés y al exilio mexicano ulterior. Antes de describir su discreto regreso a un Berlín oriental de la posguerra como: "Una vida que se adivina modesta, en la que los recuerdos del pasado acompañaban y ayudaban a sobrevivir en la fría soledad del desangelado barrio de Pankow, y en los paseos por las inhóspitas avenidas que como la Karl-Marx-Alee (...) iban a a dar a la reconstruida Alexanderplatz". De otros compañeros del aristócrata sajón se nos dirá que: "Otros compañeros de Renn como el jefe de la Centuria Thälmann, Hermann Geisen, y los comisarios de la XI Brigada, Albert Denz y Heinrich Rau, (...) no tuvieron tanta suerte pues cayeron en manos de los alemanes". Un grupo de siete veteranos judíos rumanos, "que habían sido elegidos para tratarlos con especial brutalidad, quiso dar una cierta dignidad a sus inevitables muertes en Mauthausen". Marcharán, cuenta un relato del campo, cantando contra una torre de vigilancia, donde serán abatidos. La persecución a los "españoles" - sospechosos tras haber estado en España de "desviacionismo"- se prolongará durante la posguerra europea. En 1949 el ministro húngaro Laszlo Rajak será detenido junto a otros seis brigadistas. Acusado de espionaje en un juicio farsa será fusilado al día siguiente. En Checoslovaquia Osvald Závadosky, jefe del Cuerpo de Seguridad, será ejecutado a su vez. (Otto Sling, también veterano y alto cargo del Partido fue obligado a declarar que: "He sido un pérfido enemigo del Partido Comunista. Soy objeto de un justo desprecio y merezco la máxima pena y el castigo más duro" antes de ser ahorcado).
El propio Mikhail Koltsov, agente personal de Stalin en la guerra, es arrestado a su regreso a la URSS, después de una popular acogida en la Asociación de Escritores en 1938, y hecho fusilar al poco. Martha Gellhorn, la periodista americana, que quiere entrevistarlo, habla de la inquietante sensación de la espera previa en una taberna de Praga, adonde había sido enviado como corresponsal al regreso de la guerra civil.
Lo había encontrado en el palacio de Hradcany, "encogido, sin la brillantez de antaño. Me llevó a cenar a una tasca obrera, sombría, muy distinta del tipo de sitio que frecuentaba. Cuando llegaron los pesados cuencos de sopa empezó a hablar. Llevaba esperando cuatro días en el pasillo del Hradcany". Gellhorn le encuentra "cansado y abatido. Pronosticó todo lo que iba a pasar. Seguimos lamentándonos frente a esa sopa espesa y grasienta. Luego nos dimos la mano en la esquina de una calle oscura y nos despedimos". Quiere llegar a París, pero, reclamado por Stalin, pronuncia en Moscú una conferencia en la citada Asociación, donde es condecorado y detenido esa misma noche. (En una melancólica confesión le había comentado poco antes a Ylia Ehrenburg: "¿Qué habré dejado yo cuando muera? Los artículos periodísticos son algo efímero. Ni siquiera son útiles para un historiador, porque en nuestros artículos no mostramos lo que de verdad está pasando en España, sólo lo que debería pasar").
Maria Osten, su compañera en la guerra, traductora y ferviente militante comunista, que vive en París en ese momento, insiste en viajar a la URSS, a pesar de las opiniones en contra de los que la rodean. (Previamente había sido expulsada del PCA "por su falta de compromiso con la historia del partido y la teoría marxista"). Es detenida en el hotel Balchuc de Moscú y fusilada también al poco en la oscura prisión de Saratov.
Junto a su compañero Koltsov había escrito en 1935 el relato "Hubert in Wonderland", en torno al niño alemán Hubert Lhoste, hijo de unos obreros alemanes del Sarre, al que habían adoptado "por su amor y entusiasmo por un país al que nunca había visto". El joven comunista fue recibido con grandes celebraciones en la URSS. El libro, sobre el entusiasmo de Hubert por su paraíso de acogida, fue ampliamente leído en su momento. Tras la muerte de Maria Osten - a quien Hubert no había querido recibir a su regreso - el obrero alemán trabaja en una granja colectiva en Khazaj, para ser internado más tarde unos años en un gulag de la región kazaja, acusado de propaganda antisoviética, adonde vuelven a ingresarlo después de una primera salida. Los últimos años los pasaría en Crimea, solicitando un permiso que nunca le fue concedido para regresar a Alemania. Murió en un hospital de Simferopol en 1959.
El escenario del final de la guerra se hace luego impreciso, innombrable. Ha estallado la Segunda Guerra Mundial. En los límites de Europa un paisaje indecible cubre entonces el final de la narración, el desenlace. Desde Marsella, Casablanca, Lisboa, Tánger, los barcos intentan llegar a las costas del otro lado del Océano, aún libre de la guerra.