Diversos avisos sobre la desaparición de la antigua ciudad irán surgiendo en las páginas del prolijo Diario del escritor rumano Mihail Sebastian - que no sería editado hasta 1996, después de una azarosa peripecia.
La ciudad no era el tema de las páginas. Ni tampoco una historia de los acontecimientos políticos - más tarde bélicos- de estas notas. Que, como su nombre indica, tratan de los días y noches del novelista y dramaturgo de origen judío en Bucarest. Sus proyectos literarios y las indecisiones; los encuentros amistosos y sentimentales, sus dudas también; los personajes de Bucarest, las conversaciones en la ciudad; los viajes y la noticia de unos albergues en la costa, o unos hoteles precarios en la montaña adonde, de tarde en tarde, el escritor viaja para intentar escribir una obra de teatro que se le resiste. O para distanciarse de unas relaciones amorosas y una vida nocturna de las que se arrepiente al pronto. Antes de regresar a ellas al cabo.
La ciudad, como la historia de Rumanía en esos años, es el telón de fondo, el escenario en donde las continuas dudas y las momentáneas alegrías del autor transcurren. Y su paisaje, el ambiente de la capital, tiñen, sin nombrarlas, las páginas del Diario. Como lo irán haciendo, crecientemente, los acontecimientos políticos y militares que desembocan en la entrada de Rumanía en la guerra, al lado de Alemania. Y en la política antisemita y las persecuciones posteriores, por parte de la Guardia de Hierro y el general Antonescu. Hasta culminar, ya con la intervención nacional-socialista, en el mayor exterminio judío de toda la región de los Balcanes. A partir de un momento estas noticias, las amenazas policiales, las deportaciones, los rumores sobre los frentes, van teniendo cada vez más lugar en los cuadernos. Hasta ocuparlos por completo en un momento determinado de la guerra, hacia 1941.
"Ambiente de guerra, de movilización general. La ciudad parece más oscura que anoche. Sólo algunas pocas farolas permanecen encendidas. Los escaparates están tapados con cortinas grandes o con papel azul; todas las ventanas tienen echadas las contraventanas. A las nueve de la noche todo está desierto".
El 22 de junio de 1940 el general Antonescu había decretado la entrada en la guerra de Rumanía. Ese día Mihail anotaba:
"Por la noche.
La ciudad desierta como un domingo de pleno agosto. Diríase que todo el mundo se ha ido de veraneo (...) Miedo me da pensar e imaginar nuestra suerte dentro de un día, una semana o un mes".
El 31 de diciembre de 1944 poco después de la entrada de las tropas soviéticas -aliadas al final de la guerra con las rumanas- en la ciudad, termina el Diario. Su autor moriría pocos meses más tarde. (El escritor había recuperado su puesto en la universidad, después de los vetos de la Dictadura. Una noticia hipotética afirma que las notas se prolongaron durante esos meses, ya bajo la ocupación comunista. Pero que por alguna razón Sebastian las destruyó).
El Diario estuvo escondido durante varias décadas en una estantería del antiguo pìso del escritor, en la calle Maria Rosetti. Su publicación era impensable en la Rumania del dictador Ceaucescu. Un hermano menor, Beño, se propuso sacarlos en 1961 con motivo de su emigración a Israel. Fueron otros emigrantes los que lo extrajeron y finalmente se los entregaron a Beño, que mientras tanto se había establecido en París. Éste nunca tuvo la intención de editarlos, aunque algunos fragmentos habían aparecido ya, fotocopiados, en Tel Aviv. Será la hija de éste la que finalmente reúna los cuadernos y, junto con la edición israelí, aparecerá una primera publicación en Rumanía en 1996. (Mircea Eliade afirma en sus memorias que conocía la existencia de los mismos, e incluso el lugar donde se ocultaban, tras los estantes de una biblioteca. "Estoy seguro de que su obra más importante (de todas las que conozco hasta 1940) será su Diario", escribe en las mismas).
La ciudad no era el tema principal de estas notas. Sino que era el lugar donde éstas tienen su acontecimiento. Aparece en los cuadernos un ambiente primero de continuos encuentros, de publicaciones, de discusiones entre la nueva generación literaria que estaba surgiendo en Rumanía.
"La buhardilla de Eliade de la calle Melodiei de Bucarest era un verdadero cenáculo literario donde se reunían los intelectuales de la joven generación", comentaba una introducción a la edición de los Diarios. El grupo de jóvenes se había agrupado en algún momento en torno a la revista Vacarul, editada por el catedrático Nae Ionescu, que más tarde se convertiría - junto a su líder Codreanu- en el ideólogo del nacionalismo rumano, con la creación de la Guardia de Hierro, el movimiento antisemita y filofascista que iba a tener un papel fundamental en los acontecimientos posteriores. Mihail Sebastian comienza a escribir estas notas en 1935. Por ellas transcurren su educación francesa, el recuerdo de sus estudios en París, sus amores contrariados, la admiración por el catedrático Ionescu, mentor del escritor en la ciudad - que poco a poco se irá desvaneciendo ante la creciente ideologización de éste. (Y desde luego ante su creciente antisemitismo). Ionescu había prologado su ensayo sobre la historia judía, con una especie de definición contradictoria con la tesis del libro, en donde al fin sostenía la inevitabilidad del antisionismo. Sebastian había, a pesar de la crítica implícita de ésta, respetado la introducción del profesor de Metafísica. Mircea Eliade por el contrario protestará con acritud sobre aquélla. También Eugene Ionesco - que era de origen judío igualmente, aunque nunca lo proclamara. (Estos dos últimos, junto con Emil Cioran, abandonarán Bucarest en algún momento de la guerra, para no regresar nunca a ella. En Lisboa, que había fascinado en un primer momento a Mircea Eliade, ante la desolación de las últimas noticias sobre la ocupación soviética de su país, escribe, al final de la guerra - su mujer, Nina, había muerto poco antes:
"La casa en la que vivíamos desde hace seis semanas había de ser derribada hacia el 1 de octubre. Vivíamos rodeados de escombros con un trapo en la mano para taparnos la boca cuando el viento se levantaba en la calle. Esta imagen me parecía el símbolo de una Europa en el fin de la Segunda Guerra Mundial").
Los cuadernos de Sebastian también recogen algún momentáneo éxito teatral. Sus relaciones con actrices y directores de escena. Con los editores y los cargos públicos universitarios. O la pervivencia en el ambiente literario de su ensayo sobre la historia judía Desde hace dos mil años - publicado en 1935- que había tenido un cierto éxito y se convertiría con el tiempo en el motivo de una agresiva polémica.
Sobre las páginas de los cuadernos irán surgiendo las noticias de las cada vez más frecuentes y ácidas discusiones, los distanciamientos con los antiguos amigos, las rupturas con algunos. Los tiempos se están acelerando y con ellos el final del antiguo clima, afrancesado y liberal, de la vieja Bucarest.
La música es siempre un refugio.
"Anoche estuve escuchando por Radio Praga un concierto de Bruno Walter. La obertura de Ifigenia en Aulide de Gluck. Un concierto en sol mayor para violín y orquesta de Mozart (creo que es la primera vez que lo oigo) y la Novena Sinfonía de Beethoven. Mozart me parece más delicado y melodioso que nunca.
Se han cerrado las universidades. Mañana sólo tengo las clases de Nae Ionescu. He visto cosas atroces por las calles. Bestias".
Sobre la antigua ciudad se había extendido un paisaje europeo desde principios de siglo. A las tradicionales barriadas de quintas con jardines - de una vaga inspiración Art Deco en ocasiones- se habían superpuesto los nuevos bulevares, las plazas amplias y los hoteles elegantes de influencia francesa. En una novela de Mircea Eliade, La noche de san Juan, sobre los días del primer bombardeo de Bucarest por parte de los aliados en 1944, la narración discurre aún por entre esas quintas, esas calles algo melancólicas de casas bajas y jardines descuidados, tertulias en los porches y visitas de los amigos entre la nieve de invierno. Una reseña de la novela comentará que: "Es menester haber entrado en las viejas tabernas y cafés amenizados por músicos zíngaros, perderse horas y horas en los jardines de Cismigiu o del Icono, donde uno se sale del tiempo y se sumerge en el mundo mágico elidiano, en aquellos lugares donde Bucarest deja de ser una ciudad cualquiera y se torna en "la ciudad de los misterios". (En otro lugar, aparecerá la novela del escritor Isaac Peltz, Calea Vacaresti, en la que por contra éste recoge el ambiente sórdido de los suburbios, en concreto de la judería asquenazi de la ciudad, donde sus habitantes perviven entre la precariedad y la pobreza, y ante las nuevas persecuciones sólo aciertan a preguntarse quién puede querer perseguir a sus miserables vecinos).
En algún momento - en noviembre de 1938- Mihail Sebastian había conseguido desplazarse a un nuevo piso, en el centro de la ciudad.
"Es una habitación espaciosa, blanca y con mucha luz en el octavo piso. Es verdad que está en Calea Victoriei, algo que en principio no me gusta (...) Tengo una terraza bastante amplia (cabrían fácilmente tres chaise longues abiertas) y desde allí abarco en semicírculo medio Bucarest. Como paisaje recuerda la entrada en la bahía de Nueva York. Floto entre buildings".
Conciertos, estrenos teatrales, veladas en el Cafe Capsa o el Athenée Palace. Incluso una estancia en la mansión de los príncipes Bibiesco, en Craiova. En medio de las sombras que ya se ciernen sobre el país, comentará en algún momento: "Las salidas por la ciudad a los locales elegantes me deprimen. Una gente que parece vivir en otro planeta. Elegantes, indolentes, ricos, sin preocupaciones; ajenos a la obsesión de la guerra y a la miseria". Él, por su parte, después de alguna temporada especialmente sociable y alcohólica, declarará su intención de retirarse de la misma, para entregarse por completo a la novela que está comenzando - y abandonar de paso sus relaciones con la actriz Leni Caler. (En torno a estas no había podido evitar, lector ferviente de Proust, la comparación con los amores de Swann en la novela proustiana. La ruptura definitiva con la actriz se produce en varios momentos de las notas. Otros personajes ocupan su puesto, momentáneamente). Regresa a los mismos lugares al poco.
Las sombras están avanzando. La entrada en la guerra, la presencia de la Wehrmacht, la dictadura del general Antonescu, las nuevas disposiciones sobre los judíos están ocupando el lugar de la antigua vida literaria y sentimental en el Diario. En un determinado momento sus páginas ya sólo recogen noticias sobre la guerra mundial - y los avisos inminentes de deportación de la comunidad hebrea. Partes de Abisinia, de la guerra en el norte de África, de la entrada de las tropas alemanas en la Rusia soviética... Frente a los rumores incesantes - y a las delirantes interpretaciones que acompañan toda contienda- Mihail Sebastian recogerá con una rara lucidez las noticias que llegan. Hay un momento, anota, en que la victoria del Reich parecía imparable. Y sin embargo, en contra de la euforia oficial, el escritor apunta la sensación de que el avance del nazismo se está deteniendo. Y lee con una notable claridad las informaciones sobre la paralización del frente en Moscú. O en las estepas caucasianas. También sobre la retirada de las tropas italianas en la costa mediterránea. (En otro momento seguirá escribiendo sobre Mozart y apuntará: "Estoy cansado de tanta música, pero es lo único que hay de consolador en estos tiempos").
Los acontecimientos se precipitan al final. En agosto de 1944 el rey Carlos había depuesto al dictador Antonescu y había colocado a Rumanía en el bando de los aliados. Desde el 30 de agosto habían entrado las tropas soviéticas en la capital. La ciudad, ya antes de los bombardeos aliados, había conocido una rara, cansada desolación:
"En un Bucarest desierto, despoblado, de puertas y ventanas cerradas, quemando, abrasado por llamas blancas e invisibles, yo traduzco, traduzco, y traduzco..." había anotado Sebastian en un verano anterior, en donde expulsado de la Universidad y de los teatros públicos, se había refugiado en la traducción de obras francesas.
La última anotación de los Diarios se produce el 31 de diciembre de 1944, cuando las tropas soviéticas ya habían entrado en el país:
"Todo vuelve a tener el aspecto alarmante del primer momento. De nuevo nos ponen ante una auténtica detención masiva de judíos. ¿Internamiento en un campo? ¿Exterminio? La ciudad, a las diez, cuando yo salí, tenía un aire extraño, una especie de animación nerviosa desconocida, grupos agitados y apresurados, semblantes pálidos y preocupados. Mirada".
Él muere a los pocos meses. Rumanía había quedado bajo la influencia soviética después de la contienda. Nada restará de la antigua tradición afrancesada y liberal del Bucarest de entreguerras. Las obras del escritor no serán nunca reeditadas en la larga posguerra.
Una introducción a sus Diarios, del escritor César Antonio Molina, comenta en torno a la ciudad:
"Su tradición afrancesada y liberal, que no había servido de antídoto contra la demencia de la Guardia de Hierro, quedó arrasada por más de cuarenta años de fanatismo estalinista, igual que los hermosos bulevares y los barrios burgueses con quintas con jardines de Bucarest fueron destrozados pàra abrir paso al urbanismo inhumano y demente de Nicolae Ceaucescu (...) De lo que había sido Bucarest sólo quedaban ruinas".




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