miércoles, 16 de octubre de 2024

Noticias de Bucarest

 


Noticias sueltas, incompletas, llegaron del azaroso periplo que Agustín de Foxá, diplomático de carrera, iba a emprender huyendo del Madrid de los paseos para recalar en la embajada de Bucarest. En la legación rumana, enviado por el gobierno republicano, según la leyenda iba a mantener un doble juego cancilleresco. Hasta regresar, esta vez sin ambages, a la Salamanca nacionalista. (De donde partiría a su vez a la Roma del PNF, donde mantendría un sonado enfrentamiento con el conde Galeazzo Ciano). En su estancia salmantina sobre las mesas del café Novelty leía a sus conocidos la novela "Madrid, de corte a cheka", que sería saludada por la prensa nacional como una de las primeras narraciones de la guerra desde el bando sublevado.

También, se comentó, habría escrito una segunda parte de la novela, titulada "Salamanca, cuartel general" de la que nada más se sabe, desaparecido el manuscrito no se conoce si por razones de la censura, desgana del autor o consejo de sus amigos falangistas. (Una suerte de referencia mitológica habla del perdido manuscrito en las sombrías salas del caserón de los Sánchez Mazas en Coria. Pero nadie ha sabido dar luego cuenta de él).

Del doble juego del aristócrata falangista había dado noticias sueltas por ejemplo Andrés Trapiello en su muy citado "Las armas y las letras". También de la azarosa huida del Madrid de las chekas, de donde en un momento determinado sólo un pasaporte diplomático le salva del paseo en las tapias de El Pardo. En "Misión en Bucarest", que ha reeditado recientemente Renacimiento, - del fondo de Abelardo Linares-, encontramos en efecto las referencias a un Madrid sombrío, de patrullas nocturnas y disparos al alba, del que Foxá se evade gracias a su destino consular en un distante Bucarest. La salida por Port Bou supone el reencuentro con un país, Francia, que el autor, aliviado, recordaba perfectamente.

"Paseos del crepúsculo por la ribera del Sena entre los libros de viejo, con portadas de damas encorsetadas con camelias en el seno y barbudos vizcondes enchisterados con una pistola sobre la sien".

Hasta llegar al Mar Negro la narración se demorará en la descripción del paso por una Europa que, de momento, estaba aún libre de los azares de la guerra y que el autor, que conocía bien sus lugares, se detiene en celebrar. El Simplon Orient Expres se está alejando de la Europa central, y acercándose a los Balcanes.

"Trieste como un castillo de luces en el monte, derramadas hasta la orilla. Y el rudo Simplón de las llanuras (...) Se extendía triangular una encerada vela latina sobre el mar, barcas de pescadores coloreaban el fondo. Cipreses".

Incluido el acceso final al paisaje de los Cárpatos, que el novelista cubre de pellizas de cordero, estaciones de tren vacías, cúpulas bizantinas y por último el escenario de una tradición aristocrática y cortesana, vagamente oriental, a la que el Marqués de Armendáriz es especialmente receptivo.

"Llovía con frío en Timisoara, la ciudad de los bellos y dorados faisanes, donde el rey Carol invitaba a cazar al cuerpo diplomático".

Inmerso poco a poco en los peligros del doble juego diplomático la novela se detiene bruscamente cuando las sombras se empiezan a cernir sobre su personaje, claramente adscrito a la sublevación.


No sería la única figura ambigua del exilio temprano. Desde la defección del embajador Juan Cárdenas en París - que obliga a las autoridades republicanas a enviar apresuradamente a la capital al catedrático Fernando de los Ríos para reanudar el tráfico de armas, asunto que el académico desconocía absolutamente. En Londres, el periodista Luis Bolín, corresponsal del ABC, desplegaba una incesante actividad a favor del bando nacionalista. Actividad que según las crónicas de la guerra se correspondía con la amplia gama de amistades del Duque de Alba - "cuya sosegada charla ganó definitivamente el  favor de la aristocracia británica en contra del gobierno republicano y las patrullas anarquistas", leemos en alguna parte. En Roma el corresponsal César González Ruano había de representar un dudoso juego aristocrático - que no le correspondía- visitando con frecuencia al rey en el exilio, y acogido en su estudio por un Juan Ramón Masoliver cuya militancia falangista no era dudosa - y que visita a un Ezra Pound que estará recluido en Rapallo, tras sus encendidas alocuciones en defensa del Duce. (Ruano después, ya en París, se iba a entregar a un juego aún más oscuro, con contrabandos varios y delaciones a la Gestapo incluidas, que le supondrían incluso un internamiento en la prisión militar de Cherche Midi). En otro lugar, la mitología de la guerra hablará de Josep Pla que, refugiado en Marsella, vaga solitario por el puerto con una difusa labor de espionaje de los barcos en el muelle, que le habría encomendado la organización de Francesc Cambó en el exilio. De ésta, el llamado SIFNE - Servicio de Información del Nordeste- la historia del espionaje en la guerra destacaría su eficacia. (Mucho más provechosos para la literatura serían los ulteriores viajes del ampurdanés por el Mediterráneo, en los que habría de escribir su luminosa "Las ciudades del mar"). En otro lugar, una historia del incipiente servicio de información nacionalista comenta que: "Se distribuyeron agentes en Bucarest, Estambul, Ankara y Atenas para tener vigilados los puertos turcos y griegos". La misma noticia añade que en el Norte se habían enviado agentes a Danzig o Hamburgo. No tenemos muchas más noticias de esta difusa actividad. Excepto la referencia confusa de unos agentes anónimos, sin apenas medios, que vagan por los puertos del Bósforo, algún remoto enclave en el Mar de Mármara, el barrio turco de Pera, envían informaciones sobre el tráfico mediterráneo a una oficina comercial en Roma, de donde llegaban por algún medio a España.

A Bucarest, en un determinado momento, había sido enviado el policía López del Rey para delatar a los presuntos nacionalistas, el secretario Foxá entre ellos. Éste aludía a su actividad doble en la figura novelesca de Julio, el encargado de negocios de la Embajada. "En sus informes al ministro rojo, Álvarez del Vayo, empleaba el estilo no excesivamente delicado del Heraldo de Madrid, que sabía que tanto placía al ministro rojo. Hablaba siempre de "hordas vaticanistas", "generales traidores" y de la "legación facciosa" (...) Aquel lenguaje desvanecía en Valencia todas las sospechas".

Tarea de desenmascaramiento encargada al funcionario policial que, curiosamente, surge también en unas páginas sobre el mismo agente en el "Aquí, París" de Pío Baroja, escritas desde la Residencia de España en la capital francesa. Donde describe la llegada una mañana de un furgón cerrado, con milicianos armados encabezados por el mismo: "Un tal López Rey, muy rojo, y luego su hermano, jefe de la policía de Madrid, se presentó allí con un camión grande vigilado por dos milicianos armados y un chófer".

La ciudad, Bucarest, era aún una capital cortesana, un tanto remota, en las páginas de Foxá. ("Le gustaba recorrer sus calles, meterse en las iglesias más apartadas, recorrer las tiendas de los judíos y las barracas de cinturones rumanos, objetos de plata, maderas taraceadas, iconos y rosarios musulmanes de ámbar"). Entraba en aquellos años por otra parte en la historia de la Rumanía convulsa en las memorias de la época. Entre la figura en algún momento absorbente del rey Carol II, su exilio posterior; la represión inicial de la derechista Guardia de Hierro; la creciente presión alemana, la ocupación soviética de la Besarabia, el reinado de Miguel I y la firma del Tratado Tripartito con las potencias del Eje - y la sombra de nuevo de la Guardia de Hierro y del dictador Ion Antonescu.

Unas páginas memorables del Danubio de Claudio Magris describían a Bucarest, al final del recorrido del Orient Express, como: "El París de los Balcanes (...)  significa un eón ulterior y profano en ese proceso de emanación que ve difundirse y degradarse gradualmente, a medida que avanzamos hacia el sudeste, la imagen y el modelo de la Ciudad, capital de Francia y del siglo XIX, o sea de Europa". Más adelante el escritor triestino recordará la profusión del estilo Liberty en las fachadas y las calles. Y en los paseos y muelles de la costa del Mar Negro, que evocarán un pasado esplendor de la burguesía. Los edificios de estilo Biedermeier que rodeaban al palacio real habían sido arrasados por orden del rey, que quiso construir una amplia explanada de ceremonias. (El viajero Leigh Fermor por su lado había definido la capital años antes a su llegada como "Una mezcla de Samarkanda y Detroit").

La mayor parte del antiguo Cuerpo Diplomático, comentarán las historias de la época, se pasará en un momento u otro al servicio del gobierno nacionalista de Burgos. Foxá describe en algún lugar la convulsa situación de los compañeros que habían quedado en el Ministerio de Madrid sin poder escapar de la amenaza de los milicianos y los agentes republicanos. 

Figuras del doble juego que se mantiene durante algún tiempo, la ambigüedad del espía dará lugar más tarde a un amplio repertorio literario. (Cuyo relato paradigmático sería la novela Tinker, Taylor, Soldier, Spy de un melancólico John Le Carré). El modelo más célebre sería quizás el de los Cinco de Cambridge, los intelectuales ingleses de la sociedad Los Apóstoles controlados desde los años 30 por el coronel de la KGB, el soviético Yuri Modin. Y a los que, desde su temprano reclutamiento en las aulas, ningún acontecimiento posterior - guerra mundial, grandes purgas soviéticas incluidas, inicio de la Guerra Fría- hará declinar su primitiva militancia comunista. 

La descripción del lugar al otro lado - de una Europa gris y como sumida en un eterno domingo de suburbio- será de nuevo la que el novelista británico recoja en sus novelas sobre la posguerra en la Europa soviética:

"Había caído la oscuridad y con ella el silencio (...) Ante él estaba la carretera y a ambos lados el muro, una cosa fea y sucia de bloques de cemento perforado y cabos de alambre de espino, alumbrada por una barata luz amarilla, como un telón de fondo que representase un campo de concentración" - apuntaba al inicio de su The Spy who Came in from the Cold.

En medio de este juego ambiguo, la misma fidelidad al modelo soviético surge en las páginas de la voluminosa biografía de Richard Sorge - "Un espía impecable"- quizás el más célebre espía soviético de la Segunda Guerra Mundial. El que, después de una temprana iniciación en las redes de la información militar en Moscú, y a pesar de todas las vicisitudes posteriores en su carrera, nunca abandonará su temprana militancia comunista.

La carrera del alemán Richard Sorge incluirá lugares como Londres, Berlín, Escandinavia o la remota Manchukuo.  Para recalar ya en la guerra en Shangai, ciudad caótica, centro del espionaje internacional. Y finalmente en la creación de una asombrosa red de información en Tokyo, formada por colaboradores japoneses, eslovacos, un radioperador alemán. Y la inestimable amistad del embajador alemán, que, ignorante de su verdadera fidelidad, le introduce en los secretos de la Embajada del Reich. En medio de esta prolija carrera a su alrededor todo se irá desmoronando. Los generales al mando de la Cuarta Sección son fusilados uno detrás de otro. Los embajadores también, acusados de militancia occidental. Los mismos agentes son detenidos a su vuelta a Moscú. (Sorge escribirá una trágica carta defendiendo su fidelidad a su jefe, el general Berzin, sin saber que éste había sido fusilado unos meses antes:

"Querido camarada: No te preocupes por nosotros. Aunque estamos terriblemente cansados y tensos, somos compañeros disciplinados, obedientes, decididos y devotos, dispuestos a llevar a cabo las tareas relacionadas con nuestra gran misión").

 Su propia mujer, Katya Maximova, será detenida y enviada a un gulag en 1942 - acusada de "connivencia con el enemigo"- donde muere un año más tarde.

Es una historia de supuestas delaciones de los miembros del servicio secreto, detenciones en la noche y acusaciones vagas que remiten inevitablemente a un gulag. O al paredón de fusilamiento. También de desdenes. Stalin, informado por un cable del espía de la inminente invasión alemana de la URSS, rechazará la noticia como "una fantasía del propietario de un burdel japonés". Una segunda información sobre la retirada de las tropas japonesas de Siberia, también desdeñada en principio, permitirá sin embargo el envío de las divisiones siberianas al frente de Moscú, donde finalmente los alemanes son rechazados.

Todo su mundo se estaba desmoronando. Sorge sin embargo, y aunque rehuse el regreso a Moscú, quizás presintiendo su inminente depuración, seguirá fiel a la tarea que desde su reclutamiento juvenil había empezado y continuará el doble juego con las autoridades nacional socialistas y con los militaristas japoneses, desde la red de Tokyo. (No así su radioperador, Max Clausen, el cual, decepcionado con la promesa de la instauración del comunismo, comenzará a boicotear las emisiones de la red y, más tarde detenido, informará con todo detalle a la fiscalía japonesa de las actividades del círculo). En 1941 el Kempetai, la policía secreta japonesa, había detenido a toda la red, suponiendo en principio que trabajaban para la información alemana. 

Sorge nunca abandonará la esperanza de que Moscú le rescatara después de la detención del grupo. Los soviéticos sin embargo nunca le reconocieron y será fusilado oscuramente en Sugamo, una cárcel de Tokyo.

Al otro extremo de la guerra, en Bucarest, el mundo se estaba desmoronando también. La firma del Pacto Tripartito en noviembre de 1940 suponía finalmente la entrada de Rumanía en la guerra, junto a las tropas del Eje.

Una caótica colección de refugiados aparecía en la ciudad en esos años, descritos en las novelas que la británica Olivia Manning, destinada junto su marido Reginald Smith a la delegación inglesa en Bucarest, escribiría años más tarde, bajo el título de The Balkan Trilogy. Aristócratas rusos arruinados; la antigua clase dominante de los fanariotas, los griegos que habían monopolizado el comercio de la ciudad a principios de siglo; princesas rumanas despojadas de sus posesiones en la Besarabia; campesinos de la Valaquia; míseros refugiados polacos que accedían por oscuras carreteras tras la ocupación nazi de su país; comerciantes judíos de Ucrania que habían sido expropiados... El francés Paul Morand, que se había instalado unos años antes en el Athenée Hotel, recogía en sus notas la definición de la reina Isabel de Grecia, que le había comentado que: "Es una ciudad hecha de remiendos". Para afirmar, más adelante, que: "El Atenea Palace está hecho a imagen y semejanza de Bucarest". 

En uno de los volúmenes de la trilogía, The Spoilt City, la guerra europea está avanzando y las sombras que se ciernen sobre la ciudad se van haciendo más densas. Hasta que en un momento determinado los antiguos miembros de la comunidad internacional que habían recalado en sus caóticas calles sólo acierten a nombrar unos puertos de salida que se están reduciendo cada vez más. Son el muelle de Costanza, sobre el Mar Negro; el puerto de Varna en Bulgaria; un Orient Express que apenas lleva viajeros, el difícil vuelo a Atenas, que nunca se sabe si va a partir del aeropuerto... 

En una reunión de los últimos representantes del British Council en la ciudad, - en el Polisinel, "un antiguo restaurante de la época de los boyardos" que ahora estaba siempre vacío- uno de ellos, llamado David, comentará que había viajado a la frontera rusa.

"Desde la orilla del Dniéster había mirado al otro lado, donde había algunas cabañas". No había podido cruzarla. "La única señal de vida era una vieja campesina que trabajaba en la huerta". 

El restaurante contaba con un amplio jardín alrededor, que en otro momento había estado de moda. La escritora, bajo la figura de la lúcida Harriet en la novela, comentará:

"Al fondo del jardín se encontraban los antaño famosos salons particuliers con todas las luces encendidas. Algunos tenían las cortinas corridas, como si hubiera gente dentro (...) En el más cercano vio una mesa puesta para dos y un sofá cubierto con un satén verde, un verde claro como de nenúfar, mugriento seguramente. Esas habitaciones no habían cambiado en cincuenta años y se decía que tampoco las habían limpiado. La enterneció esa grandeza decadente que se arrastraba en la vida como podía mientras todo se derrumbaba alrededor de Guy y de ella".

Bucarest había sido en su novela una ruidosa mezcla de hoteles de la Belle Époque y mercadillos orientales desplegados a lo largo de las aceras, con campesinos que dormían sobre los puestos. Una estrepitosa colección de corresponsales extranjeros, actrices rumanas sin contratos y periodistas alcohólicos se reunía a diario en el British Bar, que más adelante sería ocupado por los oficiales de la Gestapo. Ella pudo escapar hacia Atenas en uno de los últimos vuelos antes de que cerraran el aeropuerto. Su marido, Guy en la novela, partió una semana más tarde. 

Éste, profesor en el Council, había defendido siempre la inminente ocupación rusa del país como la única solución para los Balcanes. Años más tarde, el MI5, el servicio de información británico, estableció que desde 1938 "Reggie había sido reclutado como un espía comunista por  Anthony Blunt - uno de los Cinco de Cambridge- en una visita a la Universidad de Cambridge en 1938". De vuelta al Reino Unido, y vigilado por el servicio de contraespionaje británico, no abandonaría su militancia comunista hasta 1956, con motivo de la invasión soviética de Hungría.


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