miércoles, 21 de julio de 2010

geografía de Roma



1.

 De todas las imágenes de Roma guardo una, pero es imaginaria. Ésta es la de una Roma medieval, abandonada de todos, que ha dejado de ser el centro y en la que perviven, tercos, los edificios, las ruinas. Es una imagen literaria: leída, no vista. La de las cabras en el Campidoglio, las vacas por el Foro - que llegó a llamarse Foro Vaccino - las viñas plantadas sobre la colina del Capitolio.




2.

 Paseando por via dei Coronari encuentro una tienda con grabados antiguos. Los grabados son tradicionales, todos referidos a Roma. En ellos se proclama una imagen que es la preferida de la ciudad, aquella que funciona como emblema, y uno podía reconocer. Ésta es la de una Roma con desmontes, trincheras, maleza, llanos abiertos que ocultan entre los descampados restos antiguos. Un ábside que surge de la tierra; unas columnas entre los árboles; una gran exedra, rodeada de enredaderas... Acumulación tras acumulación, en la ciudad se van amontonando, en medio de lo inexorable- de la impotencia, el paso del tiempo - las destrucciones y las edificaciones sucesivas, las ruinas y el polvo, las nuevas vías y la tierra, la maleza sobre los restos.

 Imagen de una Roma admirable y melancólica, ésta, la ciudad en desorden y las ruinas, es la imagen que en el fondo reconocemos. Aunque los tiempos modernos hayan limpiado la ciudad, la hayan ordenado y ocupado todos los espacios vacíos, yace latente esta otra, aquella que fascinó a a los viajeros del Grand Tour, cuya grandeza es melancólica, cuyos monumentos son recuerdos, restos.





3.
En el Museo Capitolino, la fascinación de las esculturas antiguas. Yacen amontonadas en las salas. Colocadas de cualquier manera, encierran no obstante una seducción innegable. Este aura, este no subsumirse en el discurso, remite ciertamente a otro concepto del arte. Es ésta una concepción que deberíamos llamar, en última instancia, mágica. Pues su eficacia reside en su presencia.

Elogio de la presencia: frente al arte moderno ésta posee una cualidad superior a la del discurso. Lo excede, sobreviene en un terreno que habría que llamar de la sobre-presencia. Pues se manifiesta como territorio intermedio, como mediación entre la cierta banalidad de los objetos y su reverso mítico. Más que estos, las esculturas, mediación de lo otro: ni enteramente objetos, ni completamente dioses, héroes, demonios.

Fascinación del arte, presencia indecible, inasequible al discurso.



4.

La Colina de los Muertos.

Visto desde la roca Tarpeia el Capitolio semeja un modo de gran buque, varado y silencioso en el centro de la ciudad. Alto recinto aislado por sus muros, por ruinas de bóvedas y cavernas, los árboles, profusos, impiden adivinar lo que en ella sucede, qué secreto guarda la colina, qué oculta sobre la ciudad.

Vista Roma desde ella, desde su recinto laberíntico y prolijo, semeja un hormiguero elegante, tumulto de cúpulas, torres y callejuelas, cuyo rumor no alcanza la colina.

Hacia el este la vista del monte Savellio es una de las más hermosas de Roma: aquí la ciudad muestra su imagen sosegada y medieval, en la subida al Monte Cellio, en el ábside de San Giovanni e Paolo, la cuesta entre los cipreses, los oscuros pinos.

Al oeste es el amplio recinto del Circo Massimo, el Aventino a lo lejos, la efigie emblemática de Santa Sabina. Al sur el Trastévere, las torres de San Giorgio al Velabro, Santa Maria in Cosmedin. El Gianicolo, el Vaticano a lo lejos. Abajo, entre el Campidoglio y el propio Palatino, el recinto de los foros. La ciudad que se abre por encima, su paisaje ocre y ruidoso.

No llegan los ruidos hasta la colina. Yo recuerdo un cuadro de Böcklin: la imagen remota y plena, su fatal atracción.



-  De    Antonio de Andrada   Cuadernos de Roma   Guarda, eds. da Estrela, 2014



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