martes, 10 de octubre de 2017

Del valor de los libros raros



 Me había ocurrido ya en cierta ocasión.

Acuciado por la necesidad de desprenderme de parte de las prolijas carpetas y cajas de libros de una casa de la que nos trasladábamos, había avisado a un librero para que viniera a verlas, en la incierta esperanza de que aquéllas guardaran todavía cierto valor.

El recuerdo de los años en que todo era celebrado - y publicado - las envolvía aún. Y yo pensaba en la rareza de muchas de ellas, y el exótico prestigio que a alguna de aquellas ediciones había rodeado en su momento.


Varias habían sido, en su día, ciertamente difíciles de conseguir. Alguna era una edición insólita, de autor no menos raro. Para la colección de Entregas de la Ventura, que publicara en su día Valentín Zapatero con la colaboración de Andrés Trapiello y Quico Rivas, había tenido que acudir personalmente a la casa del editor -que falleció al poco-, convencerle para que me cediera varios de los ejemplares mínimos y cuidadosamente diseñados que estaba publicando, y regresar satisfecho a mi estudio con aquellos insólitos Francisco Pino, Miguel Sánchez Ostiz, César González Ruano, Koldo Artieda o Juan Manuel Bonet... Estaba también el legendario "Aprender a nadar" de Carlos Alcolea, que había editado Quico Rivas en una precaria edición - bien es verdad que este último libro, solicitado por los círculos de iniciados en su momento, aparecía ya con frecuencia en los estantes de la Cuesta Moyano a precio de saldo. No menos rara había sido la edición de las Figuras de definición de Juan Navarro Baldeweg en la misma colección, con textos de Patricio Bulnes. Estaban los cuadernos de dibujo de Luis Gordillo o los diseños de Miquel Navarro, que había publicado en una edición limitada - y sólo accesible a los conocidos - el crítico Mariano Navarro. Una selección de poemas del escurridizo Lasso de la Vega, reunidos por Juan Manuel Bonet. Otra colección de ejemplares de la Editora Nacional, dirigida por el visionario Javier Ruiz, entre la que figuraba un memorable tratado sobre La Cueva de Hércules de Toledo. Y otro no menos memorable ensayo de Ignacio Gómez de Liaño sobre "Los plomos del Sacromonte". Sin contar con la edición de los "Tratados y Cánones" del hereje Prisciliano, que a los que aún no habíamos alcanzado a leer los centones de don Marcelino nos supo a primera iniciación heterodoxa. Paul Morand o Rafael Sánchez Mazas, Marcelin Pleynet o Joan Perucho, entre otros, eran los nombres de aquellas ediciones heroicas, que, repetidas en ocasiones, se guardaban allí.


Y más rarezas de ese corte... Pero sobre todo cuando avisé a Manolo, el librero de lance, el cual poseía absolutamente todo sobre la literatura de aquellas décadas pasadas, pensaba en una suerte de repertorio de catálogos de exposiciones, folletos de galería de arte, ediciones de artista de la época. Y por encima de todo, de revistas literarias en unos años en los que éstas proliferaron - ignoro por qué rara benevolencia económica - y constituían una suerte de escenografía del entusiasmo de aquellos años.



Le enseñé a Manolo la colección completa de los cuatro números del Comercial de la Pintura, la revista que publicaron Ángel González y Juan Manuel Bonet, en donde entre otros había colaborado ya, con un artículo disidente sobre la pintura de los 90, José Luis Brea - y en donde aparecía un texto del primero sobre Matisse que aún recuerdo. Había números sueltos de la revista Poesía, la excelente publicación que dirigiera Gonzalo Armero - con la colaboración de Chiqui Abril, entre otros. Ejemplares de la revista Buades, de aura célebre en aquellos años, y que sólo se adquiría en la propia galería o en algún otro remoto lugar similar. Ejemplares de La Luna, El Paseante o El Europeo- que no me interesaban nada ya. Quites, editada con primor por la Diputación de Valencia, había publicado algún artículo excelente de Francisco Brines, Juan Luis Panero o Ramón Gaya. De la sevillana Separata - que sí me interesaba. Dezine - de portada coloreada y estética  neo-pop, con cardados en el pelo al modo de los B-52. De Flash Art, Art in America  o Parkett - de ésta última sólo quería desprenderme de los ejemplares repetidos. Catálogos de la galería Juana Mordó, Vandrés, Fernando Vijande, la Máquina Española, La Central o Seiquer; alguno raro de la tempranamente extinta galería de Manolo Montenegro; ediciones de autor de Dis Berlin, Ferrán García Sevilla, Soledad Sevilla o Manolo Quejido... Las minúsculas publicaciones de la galería Estampa, dirigidas por Manolo Cuevas. O unos raros números editados como fotocopias o en ciclostil de revistas universitarias como Miraguano - de la Universidad Autónoma - City Lights u otros varios, cuyo nombre ya no recordaba...


Había apartado en cajas los ejemplares de los que quería desprenderme y se las mostré a Manolo. Las miró sin mucho interés. Conocía todo lo que contenían.

- ¿Y qué quieres que haga con todo esto? - preguntó al rato.
- Pues quedártelas. Decirme lo que valen.
- No me puedo llevar ninguna. Tengo el almacén lleno y de esto ya no se vende nada.

Pasamos luego a hablar de otros asuntos, y de antiguos conocidos. El pintor X, me contó, le había pedido que editara en su librería una plaquette con textos y dibujos, que había diseñado él personalmente. Al cabo del tiempo se había llevado la edición íntegra a su casa - excepto los ejemplares que regaló. A nadie le interesaban ya estas cosas, me explicó. Yo recordaba haber visto en tiempos en los saldos del Vips de la calle Serrano alguna de aquellas ediciones.

Curiosa sensación la del valor y su pérdida, pensé luego. Lo que en otro momento hubiera sido un repertorio de un cierto precio, coloreado en algún caso de una rara leyenda, se había volatilizado. Y el valor de las cosas, su intangible estatuto, demostraba así, una vez más, su fragilidad.



El coleccionismo bibliófilo, me había señalado alguien en cierto momento, tiene siempre algo de melancólico. Sustituye una totalidad pérdida e inalcanzable - la de la lectura inmediata - por el recurso metonímico a una parte de la misma, que almacena nombres, fechas y primeras ediciones en su lugar... En otra ocasión posterior, con motivo de un nuevo traslado - el de la biblioteca familiar, voluminosa y con ejemplares de cierto valor bibliófilo, al lado del secreto valor sentimental de otros - al desmontar las estanterías descubrí que en la pared de detrás, entre el polvo que los años había acumulado, se escondían, apoyados sobre la pared y detrás de unas tablas, dos breves libros manchados de pelusa y suciedad. Los recogí, para descubrir que uno de ellos era la primera edición de los Trois Poêmes de Guerre de Paul Claudel, en la edición de la Nouvelle Revue Française. El otro era también la primera edición en libro del Mallarmé Un Coup de Dés Jamais N´Abolira Le Hasard de la misma editorial, de 1914. Llevaban allí, inadvertidos, desde hacía quién sabe cuánto tiempo. Y hubieran  podido seguir ya para siempre perdidos, si, en el último momento, alguien no me hubiera avisado de su presencia polvorienta y esquinada.

El valor es efímero, e intangible, advertí de nuevo. Un gesto, un nuevo olvido, bastan para que se desvanezca, otra vez.



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