miércoles, 20 de julio de 2011

De gastronomía moderna



Festival taurino en Villanueva de Bogas, provincia de Toledo. De Madrid parte por la mañana un coche con destino a la villa. En él viajan entre otros N., fotógrafo extremeño y mozo de espadas, y Jaime Lopes, crítico taurino. Éste último ha sido invitado a participar en el festival por su amigo Ubaldo, concejal de festejos de la localidad y empresario a la sazón. El torero Antonio Sánchez Puerto - el elegante diestro manchego - le va a ceder uno de los novillos.

A última hora, Jaime se ha presentado con una rubia algo añeja, que porta diminuto pantalón y por contra espléndida pamela blanca.

- ¿Quién es nuestra amiga, Jaime? - le ha inquirido N., un poco amoscado.
-  Es mi amiga Carolina, la azafata.
- ¿Azafata? Lo sería en el zeppelin...

Decididamente, no le ha agradado el tocado de la rubia, algo excesivo quizá para la comarca de La Sagra.

Conduce Aquilino, el empresario del Rastro. Hace las funciones de apoderado de Jaime. N. apenas abre la boca. Dispara la cámara de vez en cuando a las rastrojeras que cruzan, pasado Tembleque. Una liebre se ha atravesado por la carretera. Ha entrado por la derecha, observa el crítico, aquejado de taurinos presagios. Tranquilidad, no pasa nada.

- ¿Con quién vienes, N.? - le pregunta Antonio, banderillero local, al llegar.
- Aquí. Con Luis Miguel y Ava Gardner - ha respondido éste.

Al bajar al pueblo hay que buscar donde reponerse, antes de que dé comienzo el festival, a primera hora de la tarde.

- ¿Dónde vamos a comer, Aquilino? - ha preguntado Carolina.
- Donde va a ser... Sólo hay el bar de la plaza.

Hacia allí se han dirigido. Está lleno, por supuesto. Son las fiestas y los mozos, y los padres, y los abuelos de los mozos, que La Sagra produce una rara longevidad, ocupan la barra, la terraza y la calle enfrente. Algunos se han subido al pretil de la fuente. Corre el vino, oscuro y honrado.

- ¿No tendrían ustedes una mesa? - inquiere por fin Aquilino, que tiene tablas en esto del trato, a la sólida moza que circula por entre la sala.
- ¿Mesas? Tener tengo muchas. Pero están todas ocupadas.
- No, si ya... Es que venimos aquí con el torero. Y con la prensa. Y con la aviación. Y con la fama.
- Voy a ver.

Al final les instalan al lado de la cocina, en un pasillo que da a un patio, donde se acumulan las cajas de Cruzcampo y una máquina de discos averiada. Duermen dos galgos flacos en una perrera, al final del pasaje. Cartones con pan duro sobre el suelo. Un reclamo de perdiz, encima de los cartones.

- ¿No nos van a poner mantel? -  pregunta la azafata.
- Creo que no. No han reconocido al torero.

La moza tarda en volver. Desde la barra los viejos, alguno contemporáneo de Domingo Ortega, el diestro de Borox, no pierden de vista a Carolina. Lo que más se destaca ahora en el local es - junto al ruido entusiasta que produce una banda de música, a la puerta del bar - la monumental pamela blanca de ésta. También los honrados pantalones cortos a juego. Los viejos son a su manera estetas toledanos, y comentan la combinación.

- ¿Qué tenéis para comer? - ha podido preguntar al cabo Aquilino a Maritornes.
- Pues no nos queda nada... Les puedo hacer unos huevos fritos con patatas.
- Eso queremos. Huevos fritos con patatas - interrumpe N. La azafata iba a decir algo. N. sigue hablando. No la deja intervenir. Cuenta de cuando torearon una tarde en Algete y de la feria de Malpica. De un festival a la orilla del Jerte. Habla luego de los novillos que se van a lidiar esa tarde.

Traen unas servilletas de papel; una cesta con el pan; una jarra vacía; dejan unos tenedores en el medio. Pero ella no está conforme.

-  No han traído platos.
-  Ya vendrán debajo de las patatas, doña.
-  Vale. Pero yo quiero la carta de vinos. ¿Me la puede usted traer?
-  No hace falta - contesta la posadera -. Me la sé de memoria.
-  ¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
- Pues hay tinto y hay blanco.

La mesa calló. La banda seguía tocando a la puerta, dicen.

 La plaza se llenó luego, comentaron. Durante el festival un lugareño le quiso comprar la pamela a Carolina. Otro le propuso matrimonio. La crónica no dice si los diestros cortaron las orejas. El novillero local le brindó un toro al empresario. Ahí se terminó la gastronomía moderna en Villanueva de Bogas, dicen otros.




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