domingo, 11 de diciembre de 2011

El cementerio judío de Sarajevo




Casualidad o vaya usted a saber qué, un curioso paisaje literario acompaña estos días de escarcha y nieblas.

Había empezado a trazarse, creo, cuando tuve que volver a buscar el "Judíos errantes" de Joseph Roth, breve opúsculo en donde el autor dibujaba el melancólico mapa de relaciones entre judíos orientales y los occidentales. Era un escenario en el que la solución final iba a desdibujar, finalmente, todas las diferencias que un escritor ya en fuga, como Roth, aún podía trazar. Él mismo acabaría sus días en el Paris de 1939 inmediato a la contienda - y la primera edición del libro, sin fecha, es por lo menos anterior a 1937. Desdibujados los contornos de Europa por la inminencia del desastre, el relato tradicional de las divergencias entre los judíos pobres orientales y sus cultos vecinos, los judíos alemanes, estaba llamado a desaparecer, unificadas todas las diferencias en Auschwitz.

No sé por qué estaba buscando el ensayo de Roth. Creo que tenía que ver con la descripción que de unas comunidades hebreas ucranianas aparece en una novela anterior de Isaac Bashevis Singer. O quizás fuera el relato que de la pobre acogida de sus parientes pobres de la Europa Oriental realiza en su novela-río "La familia Moskat"- sugestiva como en la mejor tradición decimonónica de crónica familiar. Y de una ciudad, Varsovia, que estaba en vísperas del desastre, igualmente.

Días después, J. me presta "Lejos de Toledo", la novela de Ángel Wagenstein de la que había tenido noticias durante una reciente estancia en Sofia, pero que nunca había leído.

Crónica memorable de una ciudad anodina en la actualidad, Plovdiv, el relato hablaba de nuevo de un mundo marcado por la desaparición del mundo tradicional en vísperas de la guerra - en vísperas de la ocupación soviética, también.

Más tarde, J. me presta el "Adios, Shangai" del mismo autor. Ésta, más novelesca, se sitúa en el mismo centro del Desastre, a partir de 1939, y es una crónica de la diáspora judía, del ghetto y de espionajes varios en la ciudad internacional de Shangai durante la guerra. Esos mismos días Jaime había bajado al café el centón de memorias de Amos Oz "Una historia de amor y de oscuridad", del que por otra parte me había hablado días antes. Casualidad o daimon sigo enfrascado en la relación de todas las vidas, los encuentros, las obras, las ciudades, los viajes de los judíos que la penumbra nazi amenaza. Y finalmente extermina.

Esos mismos días había estado buscando, sin encontrarla, la narración sobre el cementerio judío de Sarajevo de Ivo Andric, que figuraba en alguna parte de la librería familiar y que había desaparecido. Siempre que un libro desaparece hay que achacárselo al profesor García así es que, indignado, pensé que de nuevo el sabio bibliófilo había aumentado su biblioteca personal a costa de la colectivización de mi cementerio judío.

Pero no era así. Otra tarde descubro que el relato en realidad aparece en "Café Titanic" como un capítulo más del volumen. La enumeración de las lápidas sefardíes del antiguo cementerio sigue siendo memorable. Y en otro lugar, en la narración que da nombre al libro, se relata de nuevo la persecución antisemita de los  años 40 en Sarajevo. Esta vez a cargo de otros personajes particularmente siniestros - y más para el autor - los ustachas, la versión croata del nazismo.

Variaciones sobre una misma melodía. A J., en correspondencia, le recomiendo la "Enciclopedia de los muertos", el excelente libro de Danilo Kis, otro judío de la antigua Serbia que de la misma manera termina sus días en un París ya más contemporáneo. Pero que al parecer tampoco era la Tierra Prometida en su caso.

En el café, una noche, comento con Jaime sobre las figuras de la diáspora que surgen, fascinantes, en el centón de Amos Oz que me ha prestado. García, el erudito antropólogo, que no se ha llevado el libro de Sarajevo por esta vez, sonríe, recordándonos la definición de castrismo que Ignacio Ruiz Quintano ha publicado recientemente en el periódico ABC. No en torno al barbado dictador cubano, como sería de esperar, sino a la secta de don Américo, nuestro Castro del exilio, al cual perseguía la figura de las Tres Culturas en todo lo que sus ojos trobaban.

Reímos. Por supuesto Antonio y Jaime defienden la obra de don Américo. El primero por convicción y Jaime por llevar la contraria. Les amenazo con la excomunión bajo figura de don Claudio Sánchez Albornoz, abulense de pro, eximio historiador y nada sospechoso de contaminación tricultural.

Pero estos días también la casualidad o el daimon de nuevo hacen que los necios se hayan multiplicado y otra vez entra alguno a sentarse en la mesa y cargarse, sin pudor, la conversación. Su temeridad corre pareja con la estulticia y su número se multiplica en estas fechas.

Más tarde, y hablando sobre la plaga, Jaime recordará a aquel pseudo-filósofo que se atrevió a afirmar impunemente, en un diario oficial, que nunca había existido la literatura judía. Y se quedó tan ancho. Los necios, comentamos, carecen de pudor pero en cambio están todos sobrados de ideología.

Sobre ellos podría afirmarse lo que ya un anciano texto de la Antigua Vulgata de San Jerónimo, rescatado del nada ario Eclesiastes (1.15), afirmaba, en la traducción latina del antiguo hebreo. Y es que "Perversi difficile corriguntur et stultorum infinitus est numerus".

Luego, cuando por fin se marchan, seguimos hablando. De Danilo Kis, del relato de Andric sobre las inscripciones sefardíes en la colina de Sarajevo, del Pentateuco de Isaac, nuestro último descubrimiento del búlgaro Wagenstein, de las memorias de George Steiner - Errata - que se abren con el estudio de Homero y el Antiguo Testamento.



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