martes, 5 de abril de 2022

Diario de la peste. III

 

                                                    


Noticias de la otra parte. En una imagen que me envía F., espera la cola del pan en un barrio de Madrid. En la fotografía es un día gris, hay una hilera de personas en sombra frente a la puerta de una panadería que apenas se intuye. En respuesta a su paisaje le envío a mi vez la conocida imagen de un cartel nacional de 1936 con el yugo y las flechas y sobre ellas el emblema: "Por la patria, el pan y la justicia". Divertida - y un tanto cansada de las colas en Madrid- F. me responde: "Voy a por el pan de momento. De lo otro, si eso, hablamos".

Más imágenes. B. me manda una fotografía que ha encontrado, removiendo no sé qué carpetas para un traslado. En ella, se recoge la plaza de un pueblo de Mallorca, una mesa con copas, el rótulo del café principal - Café Espanyol- al fondo. Sobre la fotografía flota un calor permanente, el sofoco de los días en la isla, que sólo se calmaba un tanto en la terraza de la plaza, bajo los altos plataneros, las copas frías en la mesa, el silencio del pueblo a mediodía... Qué lejos esa sensación del verano de estos días en la meseta, fríos y airados. Apenas una tarde, un instante en el jardín, fue plácido andar entre los parterres, se paró el aire, tuvimos la noción de una primavera que no llega.



Noticias de la otra parte. J. está refugiado en un pueblo de la Alcarria. Lee, baja a la tarde a un café en una plaza con árboles y los muros del antiguo palacio ducal. R. pasea por una playa de Alicante cubierta por el temporal y las nubes, escribe. A. organiza una exposición en Cuenca. Recuerdo el lugar: una casona medieval en la parte alta de la ciudad. Una mañana nevaba, y nos refugiamos en un bar frente a la catedral, con un caldo caliente, el vino agrio de la zona y los copos lentos, que caían mientras sobre la plaza. A. me escribe desde una ciudad de Europa que no recuerdo. Está viajando continuamente a la frontera de Ucrania, organizando envíos de dinero y correos para los que huyen del país en guerra. Aún tiene familiares dentro, me cuenta. Pero no piensan salir de allí. Alguno está en el ejército; otros, a los que la edad les ha impedido incorporarse, se niegan a abandonar sus casas y han establecido una especie de comedor en ellas. Fotografías de una frontera con hielo, de una estación de tren abarrotada. En una ciudad polaca de nombre impronunciable figura una hilera de coches de niños que los vecinos han dejado en el andén de la estación, para los que llegan. En otra, unos estudiantes con acento sureño, vagan con tazas y platos humeantes en la mano por entre una multitud abatida, que se agrupa en un descampado incierto, también en una estación de Polonia. Imágenes de una llanura con hielo, de unas casas dispersas, con vallas precarias, cercanas a Kiev. En una fotografía que me impresiona dos ancianos se enfrentan, airados, en la puerta de su casa a las tropas que llegan. En otra, que me impresiona también, una orquesta precaria interpreta brevemente una pieza de concierto ante un público aterido, frente a las escaleras de una plaza en Odessa... Son imágenes del heroísmo, todavía. De una Europa todavía heroica cuya memoria está hecha de derrotas. Y de gestos como el de enfrentarse a la barbarie, inútilmente quizá, que llega siempre desde afuera.




Noticias de otra parte. R. me envía un video con la grabación del 4º Concierto para piano y orquesta de Beethoven, por parte de una intérprete que desconocía. Es su manera de finalizar una discusión sobre interpretaciones musicales que comenzamos hace tiempo - y en la que llevo todas las de perder. El concierto, magnífico, evoca una pausa, la contención, una medida que de alguna forma nombran Europa, la antigua cultura. Fue estrenado en 1806 en el palacio Lobkowitz de Viena, leo en alguna parte. Escucho otra versión, esta vez clásica, de Martha Argerich, del 1º concierto de Chopin. El público que asiste al teatro, su emoción contenida - el silencio entre la música. Esta vez es una Polonia envuelta en la niebla y las luces de una sala en Varsovia, a la que, no sé por qué, siempre rodea un halo trágico. En otra grabación que me envían, una trompetista formidable, Alison Balsom, interpreta el primer movimiento de la Ode for the Birthday of Queen Anne de Händel, junto al contratenor Iestyn Davies, no menos formidable. Nombran, sin ellos saberlo, la nave de una iglesia gótica, una ceremonia pública, un complejo ritual - un rio que atraviesa cerca, tampoco sé por qué.



Músicas de Europa. En un concierto en un teatro canadiense el coro interpreta en primer lugar el Himno de Ucrania, al que asiste el público en silencio, puesto en pie. La música contiene también la noción de heroísmo, la comunión desde lejos a un fervor al que no se puede renunciar. Una ovación estruendosa recibe en el estadio da Luz de Lisboa al futbolista ucraniano Roman Yaremchuk, que se retira después entre lágrimas - no sin antes haber metido el gol de la victoria al Vitoria de Guimaraes. Los aficionados lisboetas portaban banderas azules y amarillas, que no se sabe de dónde habían sacado.

Estaban al otro extremo de Europa. 



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