Cap. X. Donde se cuenta la industria que tuvo Sancho para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos.
"Siguiólas Don Quijote con la vista, y cuando vio que no aparecían, volviéndose a Sancho, le dijo:
- Sancho, ¿Qué te parece cuán malquisto soy de encantadores? Y mira hasta donde se extiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a a mi señora. En efecto, yo nací para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero de donde tomen la mira y asienten las flechas de la mala fortuna. Y también has de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras, que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores. Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su hacanea - según tú dices, que a mí me pareció borrica-, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma.
- ¡Oh canalla! - gritó a esta sazón Sancho-. ¡Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quien os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho mal hacéis. Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus facciones de buenas en malas, sin que le tocarais en el olor, que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete u ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo".
- Miguel de Cervantes. Cap. X, 2ª parte. Al Conde de Lemos. "De Madrid, último de octubre de mil seiscientos quince".