viernes, 14 de noviembre de 2025

Noticias de Bucarest. II


Diversos avisos sobre la desaparición de la antigua ciudad irán surgiendo en las páginas del prolijo Diario del escritor rumano Mihail Sebastian - que no sería editado hasta 1996, después de una azarosa peripecia.

La ciudad no era el tema de las páginas. Ni tampoco una historia de los acontecimientos políticos - más tarde bélicos- de estas notas. Que, como su nombre indica, tratan de los días y noches del novelista y dramaturgo de origen judío en Bucarest. Sus proyectos literarios y las indecisiones; los encuentros amistosos y sentimentales, sus dudas también; los personajes de Bucarest, las conversaciones en la ciudad; los viajes y la noticia de unos albergues en la costa del Mar Negro, o unos hoteles precarios en la montaña adonde, de tarde en tarde, el escritor viaja para intentar escribir una obra de teatro que se le resiste. O para distanciarse de unas relaciones amorosas y una vida nocturna de las que se arrepiente al pronto. Antes de regresar a ellas al cabo.

La ciudad, como la historia de Rumanía en esos años, es el telón de fondo, el escenario en donde las continuas dudas y las momentáneas alegrías del autor transcurren. Y su paisaje, el ambiente de la capital, tiñen, sin nombrarlas, las páginas del Diario. Como lo irán haciendo, crecientemente, los acontecimientos políticos y militares que desembocan en la entrada de Rumanía en la guerra al lado de Alemania. Y en la política antisemita y las persecuciones posteriores, por parte de la Guardia de Hierro y el general Antonescu. Hasta culminar, ya con la intervención nacional-socialista, en el mayor exterminio judío de toda la región de los Balcanes. A partir de un momento estas noticias, las amenazas policiales, las deportaciones, los rumores sobre los frentes, van teniendo cada vez más lugar en los cuadernos. Hasta ocuparlos por completo en un momento determinado de la guerra, hacia 1941. 

"Ambiente de guerra, de movilización general. La ciudad parece más oscura que anoche. Sólo algunas pocas farolas permanecen encendidas. Los escaparates están tapados con cortinas grandes o con papel azul; todas las ventanas tienen echadas las contraventanas. A las nueve de la noche todo está desierto".

El 22 de junio de 1940 el general Antonescu había decretado la entrada en la guerra de Rumanía. Ese día Mihail anotaba:

"Por la noche.

La ciudad desierta como un domingo de pleno agosto. Diríase que todo el mundo se ha ido de veraneo (...) Miedo me da pensar e imaginar nuestra suerte dentro de un día, una semana o un mes".

El 31 de diciembre de 1944 poco después de la entrada de las tropas soviéticas -aliadas ya al final de la guerra con las rumanas- en la ciudad, termina el Diario. Su autor moriría pocos meses más tarde. (El escritor había recuperado su puesto en la universidad, después de los vetos de la Dictadura. Una noticia hipotética afirma que las notas se prolongaron durante esos meses, ya bajo la ocupación comunista. Pero que por alguna razón Sebastian las destruyó).

El Diario estuvo escondido durante varias décadas en una estantería del antiguo pìso del escritor, en la calle Maria Rosetti. Su publicación era impensable en la Rumania del dictador Ceaucescu. Un hermano menor, Beño, se propuso sacarlos en 1961 con motivo de su emigración a Israel. Fueron otros emigrantes los que lo extrajeron y finalmente se los entregaron a Beño, que mientras tanto se había establecido en París. Éste nunca tuvo la intención de editarlos, aunque algunos fragmentos habían aparecido ya, fotocopiados, en Tel Aviv. Será la hija la que finalmente reúna los cuadernos y, junto con la edición israelí, aparecerá una primera publicación en Rumanía en 1996. (Mircea Eliade afirma en sus memorias que conocía la existencia de los mismos, e incluso el lugar donde se ocultaban, tras los estantes de una biblioteca. "Estoy seguro de que su obra más importante (de todas las que conozco hasta 1940) será su Diario", escribe en las mismas). En su exilio parisino, ya en la posguerra, e imposibilitado el regreso a Rumanía, Eliade anotaría en otro momento: "He pasado ayer por la noche una crisis espantosa de desesperación, provocada probablemente por la lectura del Diario de Sebastian y las notas publicadas por el doctor Ulieri en la misma revista. Esta lectura me desveló súbitamente mi verdadera vocación, la de escritor rumano".


La ciudad no era el tema principal de estas notas. Sino que era el lugar donde éstas tienen su acontecimiento. Aparece en los cuadernos un ambiente primero de continuos encuentros, de publicaciones, de discusiones entre la nueva generación literaria que estaba surgiendo en Rumanía.

"La buhardilla de Eliade de la calle Melodiei de Bucarest era un verdadero cenáculo literario donde se reunían los intelectuales de la joven generación", comentaba una introducción a la edición de los Diarios. El grupo de jóvenes se había agrupado en algún momento en torno a la revista Vacarul, editada por el catedrático Nae Ionescu, que más tarde se convertiría - junto a su líder Corneliu Codreanu- en el ideólogo del nacionalismo rumano, con la creación de la Guardia de Hierro, el movimiento antisemita y filofascista que iba a tener un papel fundamental en los acontecimientos posteriores. Mihail Sebastian comienza a escribir estas notas en 1935. Por ellas transcurren su educación francesa, el recuerdo de sus estudios en París, sus amores contrariados, su devoción por Proust o Mozart, la admiración por el catedrático Ionescu, mentor del escritor en la ciudad - que poco a poco se irá desvaneciendo ante la creciente ideologización de éste. (Y desde luego ante su creciente antisemitismo). Ionescu había prologado su ensayo sobre la historia judía, con una especie de definición contradictoria con la tesis del libro, en donde al fin sostenía la inevitabilidad del antisionismo. Sebastian había, a pesar de la crítica implícita, respetado la introducción del profesor de Metafísica. Mircea Eliade por el contrario protestará con acritud sobre aquélla. También Eugene Ionesco - que era de origen judío igualmente, aunque nunca lo proclamara. Estos dos últimos, junto con Emil Cioran, abandonarán Bucarest en algún momento de la guerra, para no regresar nunca a ella. 

En Lisboa, que había fascinado en un primer momento a Mircea Eliade, ante la desolación de las últimas noticias sobre la ocupación soviética de su país, escribe, al final de la guerra - su mujer, Nina, había muerto poco antes:

"La casa en la que vivíamos desde hace seis semanas había de ser derribada hacia el 1 de octubre. Vivíamos rodeados de escombros con un trapo en la mano para taparnos la boca cuando el viento se levantaba en la calle. Esta imagen me parecía el símbolo de una Europa en el fin de la Segunda Guerra Mundial".

La noticia de la muerte de Nina Eliade, que recoge Sebastian en una página de los Diarios, es por su parte también una elegía por la ciudad que estaba desvaneciéndose:

"Miércoles, 13 de diciembre.

Me entero por Marietta Rares de que ha muerto Nina Eliade. Un telegrama de Lisboa dio a conocer la noticia hace diez días.

Una ola de recuerdos se levanta desde el pasado. Su cuartito arriba de todo en el pasaje Inmobiliara; la máquina de escribir en la que copió casi al mismo tiempo Maitreyi y Mujeres; las visitas vespertinas a la buhardilla de Mircea en la calle Melodiei; su inesperado amor; la fuga de Mircea a Poiana; la desesperación de Nina que yo, indefenso, intentaba aliviar; el regreso de Mircea; el noviazgo y, dos años después, su boda en secreto en las dependencias municipales de Galea Rahovei; su piso del bulevar Dinicu Golescu y luego el de Palade; nuestras excursiones a la montaña; veranos en Breaza; los juegos en el patio de Flora de la calle Nerva Traian; nuestros años de amistad fraternal y después los años de confusión y desintegración hasta la ruptura, la enemistad y el olvido. Todo está muerto, desaparecido, perdido para siempre".

Los cuadernos de Sebastian también recogen algún momentáneo éxito teatral. Sus relaciones con actrices y directores de escena. Con los editores y los cargos públicos universitarios. O la pervivencia en el ambiente literario de su ensayo sobre la historia judía Desde hace dos mil años - publicado en 1935- que había tenido un cierto éxito y se convertiría con el tiempo en el motivo de una agresiva polémica.

Sobre las páginas de los cuadernos irán surgiendo las noticias de las cada vez más frecuentes y ácidas discusiones, el distanciamiento con los antiguos amigos, la ruptura con algunos. Los tiempos se están acelerando y con ellos el final del antiguo paisaje, afrancesado y liberal, de la vieja Bucarest.

La música es siempre un refugio.

"Anoche estuve escuchando por Radio Praga un concierto de Bruno Walter. La obertura de Ifigenia en Aulide de Gluck. Un concierto en sol mayor para violín y orquesta de Mozart (creo que es la primera vez que lo oigo) y la Novena Sinfonía de Beethoven. Mozart me parece más delicado y melodioso que nunca.

Se han cerrado las universidades. Mañana sólo tengo las clases de Nae Ionescu. He visto cosas atroces por las calles. Bestias".

Sobre la antigua ciudad se había extendido un paisaje europeo desde principios de siglo. A las tradicionales barriadas de quintas con jardines - de una vaga inspiración Art Deco en ocasiones- se habían superpuesto los nuevos bulevares, las plazas amplias y los hoteles elegantes de influencia francesa. En una novela de Mircea Eliade, La noche de san Juan, sobre los días del primer bombardeo de Bucarest por parte de los aliados en 1944, la narración discurre aún por entre esas quintas, esas calles algo melancólicas de casas bajas y jardines descuidados, tertulias en los porches y visitas de los amigos entre las aceras cubiertas de nieve en invierno. Una reseña de la novela comentará que: "Es menester haber entrado en las viejas tabernas y cafés amenizados por músicos zíngaros, perderse horas y horas en los jardines de Cismigiu o del Icono, donde uno se sale del tiempo y se sumerge en el mundo mágico elidiano, en aquellos lugares donde Bucarest deja de ser una ciudad cualquiera y se torna en "la ciudad de los misterios". (En otro lugar, aparecerá la novela del escritor Isaac Peltz, Calea Vacaresti, en la que por contra éste recoge el ambiente sórdido de los suburbios, en concreto de la judería asquenazi de la ciudad, donde sus habitantes perviven entre la precariedad y la pobreza, y frente a las nuevas persecuciones sólo aciertan a preguntarse quién puede querer perseguir a sus miserables vecinos).

En algún momento - en noviembre de 1938- Mihail Sebastian había conseguido desplazarse a un nuevo piso, en el centro de la ciudad.

"Es una habitación espaciosa, blanca y con mucha luz en el octavo piso. Es verdad que está en Calea Victoriei, algo que en principio no me gusta (...) Tengo una terraza bastante amplia (cabrían fácilmente tres chaise longues abiertas) y desde allí abarco en semicírculo medio Bucarest. Como paisaje recuerda la entrada en la bahía de Nueva York. Floto entre buildings".

Conciertos, estrenos teatrales, veladas en el Cafe Capsa o el Athenée Palace. Incluso una estancia en la mansión de los príncipes Bibiesco, en Craiova. En medio de las sombras que ya se ciernen sobre el país, comentará en algún momento: "Las salidas por la ciudad a los locales elegantes me deprimen. Una gente que parece vivir en otro planeta. Elegantes, indolentes, ricos, sin preocupaciones; ajenos a la obsesión de la guerra y a la miseria". Él, por su parte, después de alguna temporada especialmente sociable y alcohólica, declarará su intención de retirarse de la misma, para entregarse por completo a la novela que está comenzando - y abandonar de paso sus relaciones con la actriz Leni Caler. (En torno a estas no había podido evitar, lector ferviente de Proust, la comparación con los amores de Swann en la novela proustiana. La ruptura definitiva con la actriz se produce en varios momentos de las notas. Otros personajes ocupan su puesto, momentáneamente). Regresa a los mismos lugares al poco.

"Kempf y la Filarmónica por la mañana, en el Ateneo. Tres conciertos para piano y orquesta en re menor, opus 58, y mi bemol mayor, opus 73, de Beethoven. (...)

Habría querido tener junto a mí a Lilly. Más lejos, en un palco, Leni". (Leni Caler, de origen judío también, en algún momento posterior relataba con naturalidad sus romances al escritor: "Hoy me ha hecho varias confidencias sobre sus aventuras de hace tres o cuatro años, cosas por las que yo habría dado la vida por enterarme entonces y hoy me tienen sin cuidado".

Después de haber sido la actriz de moda en Bucarest, musa y amante de alguno de los autores más conocidos de la época, abandona Rumanía en la posguerra para morir completamente olvidada en el Berlín de los 80).


Las sombras están avanzando. La entrada en la guerra, la presencia de la Wehrmacht, la dictadura del general Antonescu, las nuevas disposiciones sobre los judíos están ocupando el lugar de la antigua vida literaria y sentimental en el Diario. En un determinado momento sus páginas ya sólo recogen noticias sobre la guerra mundial - y los avisos inminentes de deportación de la comunidad hebrea. Partes de Abisinia, de la guerra en el norte de África, de la entrada de las tropas alemanas en la Rusia soviética... Frente a los rumores incesantes - y a las delirantes interpretaciones que acompañan toda contienda- Mihail Sebastian recoge con una rara lucidez las noticias que llegan. Hay un momento, anota, en que la victoria del Reich parecía imparable. (En esos mismos días la inglesa Olivia Manning, que aún permanecía en la ciudad, había anotado que: "Para Bucarest la caída de Francia era la caída de la civilización (...) Con Francia derrotada no habría ninguna detención o fuerza contra el salvajismo (...) Una atmósfera de profunda tristeza sobrevoló la ciudad, cercana a la desesperación. De hecho, era desesperación"). Y sin embargo, en contra de la euforia oficial, el escritor apunta la sensación personal de que el avance del nazismo se está deteniendo. Y lee con una notable claridad las informaciones sobre la paralización del frente en Moscú. O en las estepas caucasianas. También sobre la retirada de las tropas italianas en la costa mediterránea. En otro momento seguirá escribiendo sobre Mozart y apuntará: "Estoy cansado de tanta música, pero es lo único que hay de consolador en estos tiempos".

La música - y los proyectos literarios- pervivía en medio de la guerra. Aún puede viajar a veces a alguna ciudad, perdida en la desembocadura del Danubio:

"Anoche, desde Stuttgart, el segundo concierto de Brandenburgo de Bach y el Concierto para piano y orquesta de Mozart, con Edwin Fischer.

Braila me pareció más triste, provinciana y dejada de la mano de Dios que nunca (...) Un frío de noviembre, poca gente, casas viejas, ninguna persona nueva, ningún edificio nuevo, tiendas desiertas".

Los acontecimientos se precipitan al final. En agosto de 1944 el rey Carlos había depuesto al dictador Antonescu y había colocado a Rumanía en el bando de los aliados. Desde el 30 de agosto habían entrado las tropas soviéticas en la capital. La ciudad, ya antes de los bombardeos aliados, había conocido una rara, cansada desolación:

"En un Bucarest desierto, despoblado, de puertas y ventanas cerradas, quemando, abrasado por llamas blancas e invisibles, yo traduzco, traduzco, y traduzco..." había anotado Sebastian en un verano anterior, en donde expulsado de la Universidad y de los teatros, se había refugiado en la traducción de obras francesas. Firmaba éstas con seudónimo, porque su condición de escritor judío le impedía aparecer en las mismas.

La última anotación de los Diarios se produce el 31 de diciembre de 1944, cuando las tropas soviéticas ya habían entrado en el país:

"Todo vuelve a tener el aspecto alarmante del primer momento. De nuevo nos ponen ante una auténtica detención masiva de judíos. ¿Internamiento en un campo? ¿Exterminio? La ciudad, a las diez, cuando yo salí, tenía un aire extraño, una especie de animación nerviosa desconocida, grupos agitados y apresurados, semblantes pálidos y preocupados. Mirada".

Él muere a los pocos meses. Rumanía había quedado bajo la influencia soviética después de la contienda. Nada restará de la antigua tradición afrancesada y liberal del Bucarest de entreguerras. Las obras del escritor no serán nunca reeditadas en la larga posguerra.

Una introducción a sus Diarios, del escritor César Antonio Molina, había comentado en torno a la ciudad y su final:

"Su tradición afrancesada y liberal, que no había servido de antídoto contra la demencia de la Guardia de Hierro, quedó arrasada por más de cuarenta años de fanatismo estalinista, igual que los hermosos bulevares y los barrios burgueses con quintas con jardines de Bucarest fueron destrozados pàra abrir paso al urbanismo inhumano y demente de Nicolae Ceaucescu (...) De lo que había sido Bucarest sólo quedaban ruinas".


miércoles, 24 de septiembre de 2025

Vidas de pintores chinos

                                                                        (Zhang Sengyou)

"Zhang Sengyou, de las dinastías del Norte y del Sur, pintó en las paredes del templo An Luo de Nankín cuatro dragones gigantes. No tenían ojos. A quienes pregunatban por qué, el pintor contestaba: "Si les pintara los ojos a estos dragones, echarían a volar". La gente, incrédula, lo acusó de impostor. Ante su insistencia, el pintor accedió a hacer una demostración. Apenas acabó de pintar los ojos de dos dragones, se oyó un trueno ensordecedor. Las paredes se resquebrajaron y los dos dragones escaparon en un vuelo vertiginoso. Cuando volvió la calma, se pudo comprobar que en las paredes sólo quedaban los dos dragones sin ojos"

                                                                           (Wu Daozi)

"El emperador Xuanzong sintió nostalgia por el paisaje del valle del río Jialing. Mandó a la región a Li Sixun (...) y a Wu Daozi: al regreso debían reproducir sus escenarios en las paredes de su palacio Datong. Li regresó cargado de documentos y bosquejos, y se demoró varios meses en hacer el cuadro. Wu regresó con las manos vacías. Respondió al extrañado emperador: "Todo está aquí, en mi corazón". Empezó a trabajar y ejecutó, en pocos días, una obra maestra".

"Así como su contemporáneo el poeta Li Bo murió ahogado al tratar de atrapar en un río el reflejo de la luna que tantas veces había cantado, cuenta la leyenda que Wu Daozi desapareció en la bruma de un paisaje que acababa de pintar".

                                                                             (Wang Mo)

"Wang Mo, el pintor vagabundo de los Tang, era conocido por sus borracheras. Antes de acometer una obra, acostumbraba beber mucho. Una vez ebrio, se ponía a pintar a "tinta salpicada". Reía, cantaba, gesticulaba con pies y manos. Bajo su pincel mágico - también solía mojar sus largos cabellos en la tinta, a modo de pincel-, las figuras surgían, montañas, árboles, rocas, nubes, unas resplandecientes, otras etéreas, como por arte de magia, como si hubieran sido una emanación directa de la propia creación. El cuadro acabado era siempre tan perfectamente natural que daba la impresión de no haber ni rastro de tinta. Cuando el pintor murió, su urna era tan liviana, como vacía: dicen que su cuerpo se había transformado en nube".

                                                                           (Wang Wei)

(Wang Wei a su amigo Bei Di): "En este final del duodécimo mes, el tiempo sigue siendo claro y agradable. Quise atravesar la montaña para ir a verte pero, como sabía que estabas profundamente sumido en los Clásicos, me contuve. Entonces me dirigí a las colinas y llegué al templo de la Misericordia. Tras una comida frugal con los monjes, volví a partir. (...) ¡Cuando llegará la primavera que que hace florecer árboles y plantas en la montaña! (...) Tú, alma tan elevada, tan sutil, sabes percibir su misteriosa belleza: si no, no me hubiera atrevido a importunarte con una invitación tan futil. Aprovecho el paso de un cargador de plantas medicinales para hacerte llegar este mensaje".

          - De FranÇois Cheng    Vacío y plenitud    ed. Siruela, Madrid, 2004.

("La mayoría están tomadas de las siguientes obras: Lidiao MIng-huaji de Zhang Yanyuan; Tang chao minghua lu, de Guo Ruoxu; Xuanhe huapu y Hua Jian, de Tang Hou").


                                                                            (Anon.)

martes, 26 de agosto de 2025

Más allá del Paso Yang




En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero.
En el mesón dos sauces verdes aún más verdes.
- Oye, amigo, bebamos otra copa.
Pasado el Paso Yang no hay "Oye, amigo".

Wang Wei, s. VIII.

Una laboriosa polémica envuelve la localización de la llamada "Torre de Piedra", Turris Lapidea, que el geógrafo Ptolomeo había situado en su Geographia más o menos a la mitad de la antigua Ruta de la Seda, el camino a los Seres, los habitantes del Imperio Chino Han en el siglo I. La Torre de Piedra, afirmaba el astrónomo alejandrino, era el punto intermedio, paso obligado para los viajeros de la trabajosa ruta que llegaba desde las costas mediterráneas, Bactriana o las ciudades persas hasta el remoto Imperio de los Seres, más allá de los montes Kun Lun y el desierto de Gobi. 

Ptolomeo había recogido las noticias que del viaje había anotado el viajero griego Maes Titianus, el cual no había llegado hasta China en persona. Pero había enviado a algunos otros en su lugar - según la noticia que a su vez recogía el geógrafo Marino de Tiro:

"Marino nos cuenta que cierto macedonio llamado Maen, que era también llamado Titian, hijo de un mercader y comerciante él mismo, anotó la longitud de su viaje, aunque no llegó a Sera en persona, sino que envió a otro allí".

La Turris Lapidea aparecía en el relato de Ptolomeo como el principal lugar de referencia en el largo viaje que el macedonio Titianos habría emprendido desde el reino de los partos. Había cruzado el Eúfrates por Hiérapolis, habría descendido el valle del Tigris después y accedido a la ciudad de Ecbatana para cruzar el peligroso paso al sur del Mar Caspio, denominado las Puertas Caspias. La formidable fortaleza sasánida era relacionada con Alejandro Magno en la literatura medieval, aunque su construcción en realidad había tenido lugar durante el reinado posterior del persa Cosroes I. Una trabajosa descripción la definía como: "Un interminable desfiladero a través de las montañas que bordean la orilla sur del mar Caspio, donde los carros progresan en fila india entre paredes verticales, progresión que se hace más difícil y peligrosa debido a la confluencia de las aguas (...) y a las serpientes que pululan en estos lugares". El viaje de Titianos proseguiría más tarde hacia Arie - la actual Herat-, Bactra y las imprecisas montañas del Comedoi - el Hindu Kush, el Pamir o los montes Hissar- para alcanzar finalmente la Torre de Piedra, "donde comienzan las montañas que se unen al Himaos - el Himalaya".

Lugar de descanso y aprovisionamiento de las caravanas que a su vez surcaban desde Serica los áridos desiertos de la cuenca del Tarim, o de Taklamakan, Ptolomeo advertía: "Pero la ruta desde la Torre de Piedra a los Seres está sujeta a tormentas adversas". Aunque señalaba que: "Existe no sólo una ruta de retorno de los seres a Bactria a través de la Torre, sino también a la India...".


Esto último, no obstante, era problemático. Enviados los embajadores y jinetes chinos de los Han al remoto país de los yuezhi, más allá de los nómadas bárbaros, advirtieron que en sus mercados se hallaban con frecuencia "telas de Shu y bambúes de Qiong" que sólo podían proceder del Imperio. Los comerciantes les contaron que las preciosas telas provenían de mercaderes de más allá de las montañas del Nepal. Pero nadie supo encontrar a los raros viajeros, y cuando intentaron emprender el viaje por la supuesta ruta del sur encontraron con que ésta era impracticable, entre abismos de montaña y hielos que cubrían los pasos. Una última expedición estaba encabezada por Zhang Qian, el legendario enviado del Emperador Wudi a las tierras de los yuezhi. El relato cuenta que: "un poco más al sur, en el sector entre Kibin y Kumming (...) no consiguieron encontrar la ruta; hicieron más de diez tentativas, siempre infructuosas; pasaron allí más de un año, se juntaron otras dificultades, renunciaron y regresaron a Xián".

La nieve, unos ríos infranqueables cubrían las rutas al sur de las cumbres. Siglos más tarde, establecidas las tropas chinas en los pasos de montaña del Kun Lun, un funcionario imperial, Cen Can, destinado a la gélida frontera, escribiría en su Canción de la nieve

Cuando el viento del norte hace surcos en el suelo
se humillan las hierbas de la estepa.
En cuanto irrumpe el otoño,
avanza la nieve por la tierra de los bárbaros.

(...) Profundo en el abismo se hiela el desierto,
las nubes forman poderosas barreras.

En el crepúsculo se arremolinan espesos los copos,
la nieve se agita junto a las puertas.
A la sacudida de la tormenta resisten
los rojos estandartes, rígidos por el hielo.


La Torre de Piedra, escribía Ptolomeo, se hallaba a la mitad del camino - entre las rutas del norte y del sur que partían del corredor del Gansú. Allí se detenían todas las caravanas. Lugar tópico de la literatura sobre los mercaderes de la seda, siglos más tarde los historiadores no se pondrán de acuerdo sobre la localización de la legendaria puerta. De la que, sin embargo, Ptolomeo había dado unas referencias precisas - para la antigua topografía. (Y en un mapa incluido en la Geographia apuntaba su ubicación frente a "Scythia a este lado de Imaon y Serika"). 

Para el investigador moderno Riaz Dean: "La más probable localización de la Torre de Piedra de Ptolomeo era la montaña Takt-e-Suleiman, también llamada "Sulaiman-Too", que domina el este de la ciudad de Osh, en el Kirguistán". Pero otros ensayos la sitúan en el Paso de Erkeshtan, en la frontera con China; en Daraut-Kurgan, en el valle de Karategia, al suroeste; o incluso en la cordillera del Pamir- según Marino. Ya en el siglo XI el astrónomo Al-Biruni habría recordado que Tashkent, capital de los uzbekos, significaba originalmente "Castillo o ciudad de piedra" y en ella situaba, enfáticamente, el emplazamiento de la antigua torre.


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Unas fotografías recientes recogen estas inciertas ubicaciones del paso legendario. En una de ellas aparecen unas casetas metálicas, una carretera precaria y un aparcamiento para camiones bajo unas montañas grises que se continúan a la distancia. En otra, unas antenas de radio cubren la falda de un monte, arenoso y pálido, como el resto del paisaje. (El monte era la sede de la Torre, se indica al pie de página). Una llanura de piedra, un castillo a lo lejos entre la niebla, en una publicación local. Unas colinas imprecisas más allá de la bruma en otra. O unas murallas de adobe que surgen de entre la arena... Si en otros lugares las ruinas aún conservan el aura de lo que las precede, en el desierto los restos son testimonios más definitivos, irremisibles, de la desaparición. Nada, sino un vago eco, un esfuerzo supremo avisa de que estas polvorientas dunas, estas llanuras grises, estos cimientos dispersos entre la piedra, sean señales del antiguo trajín, la remota leyenda, un reino del que ya nada guarda noticia...

El desierto, pero también la banalidad, silencia todas las voces.

Pero ya un estudio clásico sobre estas remotas regiones de paso señalaba, en torno a sus ciudades, antaño legendarias:

"El elenco de las más importantes actualmente conocidas es de este a oeste el siguiente: Hami, Turfán, Karachahr, Kucha, Aksui y Kashgar (...) Otras ciudades y otros reinos - aún más ignotos- han existido en el sur de la Cuenca del Tarim pero han desaparecido ante el avance de las arenas". Cuando Zhang Qian regrese de la primera de sus azarosas embajadas al país de los yuezhi anotará al retorno de la cuenca del Tarim los nombres de no menos de ocho ciudades-oasis diferentes, de las que sólo conservamos sus inciertos topónimos. El inglés Aurel Stein, excavando los precarios restos budistas de las ruinas de Dardan Oilik, recordará las leyendas populares, que se habían extendido por toda la región, sobre las "ciudades enterradas en la arena". Él anota cómo: "Xuanzang ya las había oído más o menos en la misma forma que las actuales".


En una geografía del páramo, la cotidianeidad del viaje por la estepa está señalada por los apartados oasis. La cuenca del Tarim, se nos informa, es un inmenso valle desértico marcado por las ciudades-oasis intercaladas entre la arena. Sus límites son casi infranqueables. Al norte, están las montañas Tian Shan; al sur los inmensos picos Kun Lun, en el extremo de la meseta tibetana; al oeste las cumbres de los Pamires. En el centro se extiende el desierto, árido y vacío, del Taklamakan. (Del turco taqlar makan: "lugar de ruinas"). Los ríos, que renacen con el deshielo de las montañas distantes, nunca alcanzan el mar, riegan algunos valles efímeros y se pierden al final, agotados, entre las dunas. Dieron lugar, entre otros, al vasto lago de Lop Nor, al sur de las montañas, donde en tiempos se ubicaba el reino de Loulan. Pero hoy en día el lago se ha secado y sólo una pálida extensión de arena salina cubre el cauce, las antiguas ruinas del reino.

Los oasis, las ciudades aduaneras, eran los lugares donde las caravanas descansaban, se aprovisionaban y ejercían el comercio antes de proseguir el viaje. Las caballerías, camellos y asnos, eran relevados. En los mercados al aire libre se intercambiaban telas, piedras preciosas, colorantes, frutas exóticas, carneros y mulas. Entre los almacenes y los jardines urbanos, más allá de los huertos, se extendían las dunas, las tormentas de arena, la llanura sin árboles ni manantiales. En una descripción de la Ruta, repetida desde los primeros monjes budistas del siglo IV hasta Marco Polo ya en el siglo XIII: "Después de las montañas venía el desierto, donde el calor y el viento rivalizaban con los demonios capaces de desorientar a los viajeros y separarlos de sus caravanas pàra hacerlos fallecer de sed y de hambre".

En el siglo V d. C., nos recuerda una historia del budismo, el monje Fa Xian había emprendido un largo viaje, que le había llevado por la azarosa travesía de los Himalayas hasta los templos sagrados de los sacerdotes al norte de la India. Allí, en Pataliputra, había podido conocer - y copiar más tarde- los textos originales, sutras y discursos, de las distintas escuelas monásticas de la región. Que llevaría consigo en su ruta de regreso a China.

De su paso por el Takla Makan el monje Fa Xian recordaba:

"No se ve un solo pájaro en el aire, ni animal alguno sobre la tierra. Cuando agotado dirige uno la vista en todas direcciones para hallar una ruta que lo atraviese, se busca en vano; los únicos indicadores del camino son los huesos calcinados de los muertos".


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Al oeste de las tierras de los Han, el Imperio Chino, se extendían antaño los paises desconocidos, los desiertos y las mesetas hostiles. 

En su minucioso ensayo sobre la Ruta de la Seda, Luce Bolnois nos recordará que: 

"El lejano oeste es para los chinos un espacio mítico donde evolucionan los reyes y las reinas de las más antiguas leyendas, como la reina Xiwangmu, la "reina madre de Occidente", que lleva un fénix unido a su carro y un bestiario fabuloso de seres híbridos de hombres y animales que habita los montes Kun Lun, de los que la geografía real guardó el nombre. Allí se encontraba, también, el melocotonero de la inmortalidad. Pero más cerca de los chinos, tanto al oeste como al norte, en su vecindad más inmediata, estaba el enemigo: el nómada, el bárbaro, el xiongnu, el jinete mongol".

Una página de un álbum de origen grecobudista, encontrada en las grutas de Dunhuang - donde el arqueólogo Stein recupera cientos de manuscritos budistas, hindúes o incluso maniqueos- describe por su parte la representación del orbe en la cercana mitología brahamica: "Vaisravana o Kubera, que gobierna el norte (...) Virupaksha, regente del sur; Dritarashtra, del Este; Virupaksa, del Oeste". De este último, conocido como "el que lo ve todo", las imágenes lo asocian con el color rojo, la serpiente o el dragón. (Pero otra definición asocia el Oeste con el dios Varuna, al que se relaciona con la noche y las aguas).

China - el país de los Seres en la terminología ptolemaica- era el centro del mundo en su geografía propia. A su alrededor las amplias, interminables estepas de los xiongnu - "esclavos furiosos"- cuyas sangrientas apariciones conducirán a la construcción en el siglo V a. C. de la Gran Muralla, en un intento, infructuoso por lo demás, de contener sus incursiones desde Siberia a Xingjian.

Occidente es el lugar de lo remoto. Detrás de sus áridos confines, hacia el lugar donde se pone el sol,  surgen relatos como los de la presencia de los seres monstruosos, las regiones oscuras, los rumores inciertos que habitan en el silencio de las dunas.

Cuando el mercader veneciano Marco Polo recorra la ruta del desierto de Lop, en el siglo XIII, anotará cómo: "Hay una cosa maravillosa que se cuenta de este desierto: cuando los viajeros se mueven de noche, y uno de ellos se queda rezagado o se duerme (...) al intentar recuperar su compañía oirá espíritus que hablan y supondrá que son sus camaradas. A veces los espíritus le llamarán por su nombre, y así un viajero se extraviará de modo que nunca encuentre a su grupo". Más adelante, añade: "Incluso de día se oye hablar a estos espíritus". También puede surgir, entre los Seres, una leyenda como la de la citada reina Xiwang Mu, la "reina madre de occidente", que gobierna más allá de los montañas. Una descripción de su figura, representada frecuentemente en frescos y pinturas, indica que:

"A veces se la representa como una mensajera, su discípulo preferido, la "mujer misteriosa de los nueve cielos" identificada como qingniao, el pájaro de tres patas del Libro de los montes y los mares, el "xuanniao", el Ave sombra de la dinastía Shang". El repertorio iconográfico aludirá a las distintas representaciones: con un pájaro azul, un tigre blanco, un zorro de nueve colas o una liebre - reminiscencia, se nos indica, de la luna.

Uno de los primeros mapas del territorio aparecía en el capítulo "El tributo de Yu" dentro de un repertorio clásico que enumeraba las nueve provincias del emperador Yu, en el siglo IV a. C. Una descripción del mapa indicaba que:

"El primer estrato corresponde al dominio imperial, el segundo a los dominios de los príncipes feudatarios, el tercero a la zona de pacificación o zonas de provincias civilizadas en parte por China, y el cuarto la zona de los bárbaros aliados. Finalmente en la periferia extrema viven los pueblos salvajes, no civilizados".

El mapa seguía el esquema clásico según el cual la tierra se representa - y se concibe- como un cuadrado, regularmente dividido bajo un cielo circular, que lo abarca todo. El centro del cuadrado corresponde al Palacio Imperial.

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Dos rutas tradicionales surcaban la cuenca del Tarim, bordeando el desierto Takla Makan en su interior - y el no menos árido desierto de Gobi al norte. Según el Hou han shu - o "Libro de los Han posterior - "a partir de Dunhuang se alcanzan los pasos de Yumenguan (el Paso de la puerta de jade) y Yanguan (el Paso del sol o de la vertiente soleada de la montaña (...) Estos dos pasos están en pleno desierto y en ellos se hacían los controles aduaneros y policiales". (De la en otro momento célebre Puerta de Jade los arqueólogos de principios del siglo XX sólo sabrán dar cuenta, entre muros de arcilla y colinas de desechos, porque unas tablillas halladas al pie de las mismas la nombran)). Llegando, tras una trabajosa travesía, a los montes Pamir la ruta del sur "lleva a Suoche, actual Yarjand, cruzando los reinos de Jumo, Jingjue y Jumi". La ruta del norte a su vez "conduce a Gaochang; se extiende a lo largo de las montañas del norte y desemboca en Shule (actual Kashgar)".

El desierto, las incursiones de los nómadas, las invasiones mongolas, el agotamiento de las últimas fuentes de agua... Una gran parte de estas antiguas ciudades y pasos fronterizos fueron en algún momento sepultados por la arena. Y más tarde olvidados. El ruso Kotzov a finales del siglo XIX encontraría en la estepa de la Mongolia Interior los restos de la ciudad de Khara Koto -  o Ciudad Negra- que nadie había sabido situar exactamente. O, en un viaje azaroso, entre las tormentas de arena y la imprevisión - que les lleva a agotar sus últimas reservas de agua - el sueco Sven Hedin halla, casi por azar en las mismas fechas, las ruinas de Dardak Oilik

Vagaba en torno a la región de Jotán, antiguo centro del comercio de jade, donde se interna por el desierto. Las temibles tormentas de arena tapaban todas las señales. El explorador sueco recogía en su relato el testimonio de un viajero chino del siglo VII:

"No hay agua ni vegetación, pero a menudo se levanta un viento cálido que arrebata el aliento a hombres, caballos y bestias (...) Casi siempre se escuchan silbidos estridentes o gritos fuertes; y cuando tratas de descubrir de dónde proceden te aterra no encontrar nada. (...) Después de cuatrocientos li se llega al antiguo reino de Tu-ho-lo. Hace mucho tiempo que ese país se transformó en un desierto. Todos sus pueblos están en ruinas y están cubiertos de plantas silvestres".

Informados los viajeros por un guía local "fuimos a las ruinas de la antigua ciudad, a la que nuestros guías llamaron Dardak Oilik, las Casas de marfil. La mayoría de las casas estaban enterradas en la arena". Guardando algunos objetos allí encontrados la expedición tiene que regresar casi de inmediato, para evitar ser alcanzada por la sed y las tormentas. 

Sven Haiden no es un arqueólogo. Es un explorador incesante, empeñado en recorrer los lugares donde él supone nadie ha cruzado hace siglos. O incluso aquellas regiones, como las fuentes del Brahmaputra y los monasterios del Tíbet, en las que asegura ser el primer europeo que las conoce. Es el heredero infatigable de una tradición de vagabundeo y exploración, de una búsqueda del exotismo que proviene del siglo XIX y nunca le abandonará.

Tiempo después encontrará en el cauce seco del lago Lop Nor las ruinas de la antigua capital de Loulan, un reino citado en los anales de los Han, que nadie antes había hallado.

"En Ying Pen, una antigua estación en el viejo camino chino, encontramos dos recodos del lecho seco. Allí medimos y fotografiamos las ruinas que áun quedaban. Una torre tenía ocho metros de altura y su circunferencia treinta y un metros. Había un enorme muro circundante con cuatro puertas y muchas casas y varios muros en ruinas". Haiden proseguirá sus viajes incesantes - rodeado de camellos, jinetes cosacos, albardas sobre los yak tibetanos, cuadernos de dibujo e instrumentos topográficos- y su lugar como investigador de las ciudades descubiertas lo ocupará el arqueólogo Marc Aurel Stein, a quien había comunicado en su momento sus hallazgos, y que más tarde encontrará entre otras la formidable biblioteca de textos búdicos de Dardan Ulik, en Dunhuang.

Éste, a su vez, informado por Hedin del hallazgo de los restos en el antiguo lago desecado, anotará, en torno a unas informes mesetas de ladrillos entre la grava: "Era fácil reconocer en ellas aquellos antiguos montículos erosionados por el viento que un antiguo texto chino menciona cerca de Puchang, o el "pantano salado", es decir el anterior lecho marino de Lop, donde los chinos antiguos situaron las ruinas de una mítica Ciudad del Dragón". Las fotografías muestran apenas unos montículos de barro, unos troncos fosilizados entre la arena. En una región que, como anota el investigador, no habita nadie desde hace siglos.


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La fascinación por el viaje, el asombro, heredado del romanticismo, por la aventura. Viajeros del final de siglo, como el ruso Przewalsky, el sueco Haiden o el húngaro Stein aún lo recrean. O el alemán Von Richtofen a quien se debe la denominación de la Ruta de la Seda. A mediados del siglo XX la parisina Freya Stark o el británico Robert Byron todavía emprenden un recorrido que les llevará a alejarse de las costas del Mediterráneo en dirección a un Oriente incierto, aún presos de una fascinación que no aciertan a nombrar. Sus azarosas rutas cruzan los nombres, las ruinas, las incertidumbres de la milenaria Ruta. En su viaje hacia el este Freya Stark intentará reconstruir entre los restos que aún permanecen el periplo del recorrido de Alejandro Magno hacia la India, en un minucioso dialogo con una aventura que le fascina. En otra obra, -"Los valles de los asesinos"-, su intención permanente será la de cruzar por encima de los límites - las murallas, las cumbres, las dunas- de los mapas de las rutas conocidas. Robert Byron, en su lugar, dibuja las torres y los minaretes de una civilización de los safávidas cuyos templos encuentra en medio de las ciudades afganas modernas. (Bruce Chatwin, que escribiría a su muerte un encendido prólogo del libro "Viaje a Oxiana", lamenta en él: "Ya no nos tumbaremos de espaldas en el Fuerte Rojo, mientras observamos a los buitres volar en círculo por encima del valle donde mataron al nieto de Gengis Khan (...) No entraremos en la tienda nómada ni escalaremos el alminar de Jam. Nunca jamás").

Pero en algún momento del siglo acaece también la desilusión. (Había aparecido antes, en las descripciones que el fugitivo Rimbaud, huido de Europa y de la literatura, efectuaba sobre la ciudad de Adén en sus cartas: "Adén es una roca espantosa sin una brizna de hierba ni una gota de agua potable: bebemos agua del mar filtrada. Hace un calor abrasador, sobre todo en junio y septiembre, que son época de canícula"). Y la noción de un viaje que ha perdido su término, y que ya no tiene objetivo. Porque éste, y la antigua aventura, se han desvanecido. (Y la formidable presencia de sus objetos). 

En uno de sus viajes a Persia, alcanzado el valle de Lahr desde Teherán, la escritora suiza Anne Marie Schwarzenbach, frente a las ruinas que debe excavar, escribe- en su "Muerte en Persia":

"Pero mucho más solitario que Yezdi Yazd, que los solitarios pueblos serranos y las tiendas de los nómadas de la estepa es el valle de Lahr. Sobrepasa lo humano, como si estuviera situado por encima del límite de árboles, y los nómadas y muleros que lo atraviesan en verano lo abandonan a los pocos meses, y la nieve lo cubre todo". Su errancia, que había comenzado años atrás en Berlín para continuar en España, Rusia, Afganistán o el Congo Belga, carece de objeto, como comienza a manifestar a lo largo del libro, recuento de uno de sus varios viajes a Persia. ("En efecto, de errancias trata este libro, y su tema es la ausencia de esperanza", apunta en algún lugar). Y en un relato posterior, que titulará "El valle feliz", éste, el valle de Lahr, con las cumbres del volcán Demavend al fondo, se manifestará como el lugar del límite, perdida ya toda referencia a un origen del viaje. Perdida también toda continuación del mismo, en ese lugar que la escritora definirá como inconcebible, sin salida al final. Todos los objetos, todos los lugares habían olvidado su fascinación primera.

"El aire es sano y fresco, pero el sol de día es letal. Y no hay sombras. A estas alturas ya no hay árboles. Estamos en los límites del mundo".



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viernes, 27 de junio de 2025

En Ávila

 


En Ávila, mis ojos, 

dentro en Ávila.

En Ávila del Río 

Mataron a mi amigo,

dentro en Ávila.


miércoles, 18 de junio de 2025

Noticias del Frente del Norte

 

 Noticias del Frente

Aquel otoño del 37 debió de ser excepcionalmente frío. Tras la caída de Bilbao en agosto de ese año, una niebla permanente, contaron, acompañó el reinicio de las hostilidades en Cantabria a continuación. El hielo, la ventisca fría, cubrían los Picos de Europa, taparon los puertos asturianos al final del verano.

Yo buscaba una suerte de memoria de aquellos días, más allá de la crónica militar, de las digresiones políticas al uso. En algunas páginas sueltas del “Diccionario para un macuto” del navarro Rafael García Serrano había hallado a veces una evocación de los días y el clima de la guerra que en otras historias o manuales al uso no surgían.

Estaba en concreto buscando algunas páginas en donde se recordaba el final de la Campaña del Norte. Tras el caluroso agosto el primer otoño había traído un clima hostil sobre las montañas. Aquélla había tenido lugar tras el derrumbamiento del Cinturón de Hierro de Bilbao, el confuso pacto de Santoña entre el PNV y los italianos, la acelerada toma de Santander a continuación. Antes, durante unos meses había sucedido, describe García Serrano entre otros, una especie de pausa en la que los requetés navarros regresaron de permiso a los valles de Alarar o el Baztán – otros bajaban a la Ribera-, se reciben noticias del frente de Madrid, algunos solicitan un permiso para viajar a San Sebastián, y en una descripción efectuada como de paso, nombra una ciudad en la que aún persistía la costumbre del veraneo antiguo, pese a todo, y los afortunados cenan en Xauen, tertulian en el Hotel Continental o acuden al remozado bar de Pedro Chicote, cuyo local en la Gran Vía madrileña había sido socializado. En alguna otra crónica - una relación de la estancia de Edgard Neville en medio de sus filmaciones en los frentes, los encuentros con Agustín de Foxá y la redacción de La ametralladorahabía encontrado el término de “el verano prolongado” referido a la ciudad aquel año.

Un clima frío, inhóspito, se instalará a primeros de septiembre en las montañas cantábricas, donde tiene lugar la campaña final del Norte a continuación.

Noticias de los días… Una evocación del paisaje de estaciones de tren y oscuras tabernas, en unas calles donde los capotes militares refuerzan el escenario sombrío, surgía en una novela posterior de García Serrano, “Los ojos perdidos”, que narra un día de permiso de un alférez provisional en los bares de la ciudad de Gambo, - una mención de Pamplona, seguramente- entre la aspereza del frente de donde viene y la inminencia de otro frente cercano, adonde ha de partir a continuación. Ninguno de estos dos se nombra, pero su presencia flota, constante, sobre el momentáneo sosiego de la ciudad cercana a la frontera.

Antes, un aire como de veraneo antiguo persistía aún. Se filtra a veces a través de las noticias que de la costa guipuzcoana y de las playas del país Vasco francés, con lugares como Biarritz o San Juan de Luz, aparecen en las crónicas de aquel verano. Las encontré por ejemplo en el libro, por lo demás delirante, de memorias del embajador norteamericano en la guerra, Claude Bowers, el cual justifica todos los crímenes del bando republicano como “necesarios”, defiende su legalidad irreprochable y llega a afirmar que Negrín y sus ministros dormían en las cárceles para proteger a los presos- Bowers será inmediatamente destituido con el reconocimiento del régimen en 1939. (Alejo Carpentier por las mismas fechas escribía que: “Si yo fuese miembro del Gobierno de Valencia, invitaría al señor Claudel a darse un paseo por estas regiones. Se convencería de que el único crimen cometido con ciertas iglesias- !bien pocas!- ha consistido en transformarlas en hospitales de sangre o en museos públicos”).

Pero en su estancia en el frente durante aquellos meses previos– empeñado en una tarea de rescate por barco de los súbditos americanos que lo solicitaban- el diplomático viaja continuamente al otro lado de la frontera, se reúne con embajadores y exiliados varios en la costa francesa, y apunta en alguna parte:

“Este lugar está compuesto de lo que popularmente es conocido por una playa internacional de moda, y era agresivamente franquista (…) Los hoteles y las villas estaban atestados de refugiados de la nobleza y la aristocracia, y un forastero, paseándose por la playa de san Juan de Luz, habría creído hallarse en una ciudad española, puesto que la mayor parte de los transeúntes hablaba en español. Estos llenaban el bar Vasco de san Juan de Luz y el bar Sonny en Biarritz a las horas del cóctel (…) Muchos habían llegado del territorio leal por medios tortuosos”.

Hasta allí llegan ecos del frente, recogidos desde una retaguardia cercana… Pio Baroja, refugiado en los primeros días de la guerra en San Juan de Luz, recogía también en unas notas – que no serían publicadas hasta muchas décadas después- las noticias y el ruido que desde el otro lado de la frontera llegaban al, por otra parte plácido, puerto francés. Despotricando de un modo ferozmente barojiano contra tirios y troyanos – republicanos y carlistas- en algún momento contrasta la sensualidad de la playa de san Juan con las noticias y el rumor de los bombardeos más allá del Bidasoa. Y con las llamas nocturnas y las luces sangrientas que del incendio de Irún llegaban hasta la villa. Una niebla constante, una fría llovizna, afirmaba, cubrieron aquel primer verano de guerra.


El tiempo detenido entre las batallas, luego… Algo más lejos, en la fría Castilla, Dionisio Ridruejo describirá también en sus memorias los primeros días del invierno en la ventosa ciudad de Burgos, que durante un tiempo se convierte en capital del Alzamiento. Los uniformes inundan las calles, los cafés, el paseo del río; también las tejas clericales y los manteos pardos. La ciudad está cercana a un frente inmovilizado durante algún tiempo. Del norte de Burgos, de las montañas palentinas, partirán más tarde las brigadas castellanas hacia los puertos asturianos y leoneses. Las líneas de las trincheras, desde el primer mes de la guerra, están inmovilizadas en ellos.

Frente a las noticias que llegan de la otra parte, que hablan de la transformación de un escenario tradicional de las ciudades – en Barcelona han sido quemados todos los templos, dicen, banderas rojinegras inundan las calles, la población viste con monos azules, en las calles los fusiles se amontonan frente a las terrazas – Ridruejo recreará la noticia de una vida provinciana que aún se mantenía a despecho del rumor de los frentes cercanos:

“El barrio de la Castellana, algunos restaurancitos chicos de lechón y clarete y (…) el hotel Condestable, lugar casi obligado para las comidas de compromiso”. El catalán Ignacio Agustí, exiliado de Barcelona, que en Valladolid edita la revista Destino, define ésta como “una ciudad sombría”. El Diario palentino, en medio de la guerra - que se mantiene en los puertos del norte de la provincia- aún describe: "Los lugares tradicionales de paseo: la orilla del río, avenida de Valladolid, la carretera de Grijota, la calle Mayor y, cuando el tiempo es bueno, (...) la floresta de san Diego, el Cerro del Otero, la fuente de la Salud...".

 Más al sur, el voluntario británico Peter Kemp, de camino hacia algún frente, se detiene en Ávila. La describe al llegar como “Situada en una colina, rodeada de almenadas murallas, y relacionada para siempre con el nombre de santa Teresa”. En un hotel de la fría ciudad se reúne la colonia extranjera: periodistas, diplomáticos y voluntarios, de camino hacia alguna otra parte. “La cena fue excelente, el vino abundante y animada la conversación en todas partes”.

La campaña en el Norte se reanuda poco después. Bajo la montaña, en los pueblos de la antigua Castilla, los voluntarios italianos habían tenido un tiempo de reorganización después de los avatares de Guadalajara y se agrupan en ciudades como Peñaranda de Duero – de donde acuden los días de permiso a la cercana Aranda de Duero, mucho más animada- o Briviesca, en la que ocupan todas las terrazas de la carretera a Miranda de Ebro. Algunos jóvenes locales se quejan de que siempre llevan el uniforme impecable, y son los primeros en salir a bailar a la verbena de la plaza. Renzo Lodoli, oficial de la División Littorio, recuerda su estancia en Villarcayo:

"Estábamos en un pequeño pueblo de Villarcayo, a unas millas del frente. Era julio y desde marzo alguno no había luchado. Me acuerdo del casino de Villarcayo. Nosotros: pretenciosos, el humo, el olor a humanidad, lleno de canciones, el desfile de los oficiales...". (Mussoliniano convencido, al final de sus memorias de guerra defenderá que: "Sin la victoria de Franco en España se habría afirmado un régimen comunista" para lamentar después que en España, a excepción de "unos cuantos saludos y símbolos", no se hubiera instaurado un régimen fascista en el fondo).


Desde Medina de Pomar, un oficial desconocido, Guglielmo Sandri, recoge en su cámara la estancia en la comarca de las Merindades burgalesas: unos pueblos absortos entre las piedras y el calor de las eras. (Una crónica afirma que también tomaría imágenes de la campaña de Santander, pero éstas nunca han aparecido). No serían publicadas hasta 1992, en que alguien encuentra los negativos abandonados en una casa desmantelada de la provincia de Bolzano. Las fotografías nombraban el tiempo detenido en la estancia de los voluntarios, que se sientan frente a un pórtico de piedra en las afueras de algún pueblo y miran hacia la cámara. Y de un tiempo, detenido mucho antes, en las viejas enlutadas que barren las escaleras de ese mismo pórtico; en unos aldeanos que regresan, como cada tarde, con las caballerías al pueblo. Otra noticia nos habla de las fotografías que otros voluntarios están tomando en el mismo momento, alejados del frente. De Michele Francone o Maurizio Lorandi. El primero recorrerá los diversos lugares de las batallas según el CTV está avanzando: Santander, Aragón, Levante, el Ebro, Cataluña, para acabar en el avance final, la última semana de la guerra, que se incia desde Toledo hacia Madrid. El segundo recoge las imágenes del ocio de un verano caluroso en las Merindades, en Aragón después. (Una enumeración, ciertamente evocadora, nos dice que: "Hubo italianos en el valle de Tobalina, Merindad de Cuesta Urría, Trespaderne, Valle de Losa, Merindad de Sotoscuera, Espinosa de los Monteros y Merindad de Valdeporres"). Los italianos, cuenta otro relato, llevaban con ellos su propio aceite de oliva y se acercaban hasta Burgos para comprar el pan de la capital. (No podían sufrir ni el aceite ni el pan local, contaba el mismo relato). De su estancia en Quintana de Valdivieso una historia local recuerda que: "El recuerdo del pan también es claro, ya que estos soldados se lo regalaban (a los vecinos) blanco y hasta entonces lo habían comido negro y muy malo". El sargento Alfonso Covone, forzado por una herida a permanecer en las oficinas de Burgos, realiza una serie de fotografías de la ciudad durante su estancia obligada. "En sus fotografías podemos ver que lo que más le gustaba fotografiar eran las arquitecturas religiosas de la ciudad, así como sus monumentos típicos como el Arco de Santa María". Otras imágenes suyas sin embargo recogían el paseo acostumbrado a la tarde por el Espolón, los amigos vestidos con uniforme y las madrinas de guerra con blusas estampadas que en las terrazas se citaban todos los días.

Debió de haber luego unas semanas de calor implacable, ese calor del norte húmedo, inmisericorde, que se pega a las ropas, en los primeros días de la campaña de Santander, adonde acuden las tropas del Corpo di Truppe Volontaire italianas. Desde el cerro de la Maza al norte de la provincia, que domina los pasos hacia la Cordillera Cantábrica, la misma historia relata cómo al comienzo de la campaña: "Al acabar el día, las tropas italianas ya eran enteramente dueñas de la carretera principal a Santander". En el frente oriental las brigadas navarras y castellanas habrían copado a los republicanos en la llamada "Bolsa de Reinosa", entrando en la ciudad a continuación.


El periodista Indro Montanelli recoge en un artículo los días finales de aquélla, poco antes de la entrada en la ciudad:

“Los rojos han movilizado su radio- escribe en su crónica a Il Messagero –. Toda la noche han voceado con admirable unanimidad. Es por ella que aprendimos que los milicianos en el frente de Santander no fueron desbaratados, sino que “se retiraron por razones estratégicas”. Y, más adelante, describe: “Nos encontramos en el fondo de un valle, un brochazo verde en un pardo paisaje (…) Un largo paseo y un solo enemigo: el calor. Un calor en picado, arrogante, brutal”.

Esta crónica, alguna otra similar del escritor, - como la titulada "Nuevo avance de veinte kilómetros de los legionarios al norte de Reinosa"- provocarán su retirada de la campaña del Norte y su obligado regreso a Italia. Las autoridades militares habían deseado – y consiguieron que algún reportero redactara en su lugar- una descripción de una entrada heroica de los voluntarios en Cantabria, vagamente épica, que contrastaba con la relación del periodista florentino del paseo de unas brigadas por una carretera de la costa sin oposición alguna, -con la rendición de las últimas tropas del gobierno republicano-, protegidas en los altos por las columnas navarras, señalaba, y agobiadas únicamente por el calor de agosto de aquel año. Los voluntarios - además del permanente recurso a la radio, que, recuerda algún lugareño, escuchaban constantemente en los bares- leen el diario Il Legionario, que ha comenzado a editarse cercano al frente. (Un subtítulo posterior lo anunciaba, retóricamente, como "Giornale de lavoratori combattenti in Spagna in difesa della civiltá europea, contro la barbarie rossa", antes de volver al más sencillo “Quotidiano dei volontari italiani”). Las noticias sobre España eran publicadas cotidianamente en la prensa italiana. 

Los burgaleses escuchaban la radio, también. Recordando la función del "parte" el descrito en su momento como "cronista oficial" de la prensa nacional, Víctor Ruiz Albéniz, escribía desde Salamanca: "Un cornetín toca atención: es el parte oficial del CGG. Noticias de última hora. Hasta el más escondido rincón, hasta los pueblecillos inaccesibles perdidos en los riscos de las montañas o en los rincones de la costa, llega la voz de Salamanca". Un periodista italiano anónimo había comentado la instalación de receptores en los bares de las Merindades, de los que estos habían carecido antes.


Inmediatamente después se incia la batalla de Asturias. Esta vez los nombres recogen los topónimos de unos pueblos de montaña a los que, tiempo atrás, el Consejo de Asturias había fortificado. "El general Muñoz Grandes, con sus Brigadas Navarras, desciende por el Pinar de Lillo y llega a Cofinal (...) Caen las Minas de Talco, Castiltejón, La Granda, Valerianos (...) En los primeros días de octubre, caen San Isidro, Tarna, Pajares, Somiedo... El 21 de octubre, la caída de Gijón da por concluido el Frente Norte". Luis María de Lojendio, en la Oficina de Prensa en ese momento, - y que más tarde luego llegaría a ser abad del Valle de los Caídos-, recordaría cómo en la Sierra de Cuera: "Avanzaban los soldados envueltos en sus grandes capotes pardos, azotado el rostro por los vientos del Atlántico, empapados en esa lluvia fría, fina y penetrante que arrastran las ráfagas del noroeste".

En Italia las noticias sobre España son leídas a diario. Una referencia del oficial Davide Lajolo, escritor piamontés de origen campesino, comentaba que: "Los viejos campesinos españoles (...) sabían a esas alturas que aquellos italianos eran todos gente de la tierra, braceros". Afirma luego que: "Muchos habían echado la solicitud (...) con la esperanza de poder hacerse con una hacienda". El siciliano Leonardo Sciascia recordará después - en relatos como L´antinomio - la obsesión que en su juventud guardaba con la contienda española y la semejanza con su Sicilia natal que ésta le provocaba. 

Novelaría tiempo después un relato sobre un voluntario anónimo, en el que éste recordaba al principio: "Era bella Cádiz, recordaba a Trapani, por el blanco de las casas más luminosas, y también Málaga era bella en aquellas jornadas de febrero plenas de sol, y el buen vino y el cognac". Más adelante escribía, sin embargo: "Guadalajara, la batalla por Madrid, eran un infierno: desde la primavera dulce de Málaga no habría creído nunca que pudiese encontrar en España un invierno tan violento".

Escasas noticias veraces de los frentes llegan habitualmente a la prensa republicana. En su lugar se repiten los titulares sobre la unidad y la inquebrantable resistencia de los milicianos que ocupan las portadas y las páginas interiores de los periódicos, en un cuerpo de letra desmesurado y con abundancia de exclamaciones. Una pequeña nota titulada “Parte de guerra”, elaborada por el organismo oficial correspondiente, - Ministerio de Defensa- anunciaba normalmente que las líneas no se han movido y que las tropas leales han avanzado en tal o cual dirección. Pero en el norte la localización del frente inamovible está cambiando a diario, en dirección a la costa. Lo que, en algún raro momento se traduce como “ligera rectificación de nuestras líneas en el sector de Santoña” corresponde a las noticias que, desde el otro lado, anuncian el derrumbamiento de todo el frente.

En algún momento, enfrentados en la base de Albacete los voluntarios internacionales a las noticias oficiales, aquellos protestan. "El brigadista británico John H. Bassset recordaba las protestas de sus camaradas a los que un comisario obligó a asistir a la lectura en público de Frente Rojo, un periódico que siempre decía que la República iba ganando, aunque sus hombres se batieran en retirada", apunta una historia de las Brigadas Internacionales.


La prensa republicana seguía sin fisuras el principio del periodismo como propaganda. La ideología sustituía a los acontecimientos. Los grandes titulares – a dos tintas en el caso de Frente Rojo o Mundo Obrero- repiten, en todos los números, la llamada a la Unidad – unidad que, promovida por la Komintern, sólo se produciría con la fusión de las juventudes socialistas y comunistas para formar las Juventudes Socialistas Unificadas. La Voz de Cantabria, incautada por el Frente Popular y editada en Santander, repite a diario el mantenimiento de la iniciativa en todos los pueblos, los montes y los puertos del Cantábrico. La derrota del fascismo se anuncia inminente de una u otra forma. ("La guerra está ganada en toda España" proclamaba un número de mayo del 37 de Euzkadi roja). Los frentes se mantienen. Notas sobre el imparable avance en todos los lugares aparecen a diario en la Gaceta del Norte. También noticias sensacionalistas como la de las heridas recibidas por el general Cabanellas en Talavera, un atentado contra Gil Robles en Salamanca, la sublevación de la ciudad de Valladolid - o, dentro de otro registro, una fotografía de la viuda de Lenin "detenida con motivo del proceso llamado de los trotskystas".

El voluntarismo ilustra las portadas: "¡Euzkadi es invencible!" titula aún en mayo de 1937 uno de los últimos números de CNT del norte. También las noticias falsas. "Se lucha ya en el interior de Toledo" proclamaba el mismo número. Y en otro anuncia la sublevación de la ciudad de Ceuta, aplastada, afirman,  con miles de fusilamientos. (Una descripción, ya en la posguerra, de la enciclopedia Espasa-Calpe, comentará cómo: “Pero adoptada por aquél – el gobierno de Valencia- la “táctica de la mentira” (…) llegó a conseguir frecuentemente un resultado contrario al buscado, al intensificar en todas partes el interés de escuchar la radio nacional”. El navarro García Serrano incluye un capítulo titulado “Donde se escucha el parte original a medianoche mientras llueve lo suyo” en una de sus novelas sobre aquel primer momento bélico. Las noticias sobre “el parte”, la radio de galena en las repisas de las cocinas se repiten en otros lugares).


Del periodismo, de la propaganda como obligada lectura entre líneas. “¡Bilbao será la tumba del fascismo!” titulaba la revista Acracia el número del 19 de junio de 1937, mientras las brigadas navarras entraban en la ciudad. (Mucho más acertadamente, el conde de Foxá había afirmado en su momento que: “El cura Yzurdiaga será la tumba del fascismo” a sus regocijados contertulios, que detestaban por igual al agreste padre navarro). Y, una semana después, el mismo semanario anarquista afirmaba: “¡Bilbao volverá pronto a ser nuestro!”. Era la primera noticia de la toma de Bilbao que aparecía en la revista, editada en Gijón.

No había apenas información militar de los frentes. En su lugar los grandes titulares victoriosos. “¡Asturias volverá a ser nuestra!” proclamaba en portada un número de Mundo Obrero de octubre de 1937, en lo que era el primer reconocimiento de la caída de Asturias. Y, en un último número editado también en Gijón “¡Unidad de acción internacional que obligue a salvarla!”. (Finalizada la arrolladora campaña de Aragón, la batalla del Ebro y a punto de comenzar la campaña de Cataluña, el mismo rotativo proclamaba en primera página, inalterable: "Los invasores volverán a estrellarse en los frentes contra la invencible moral de nuestro ejército").


Refugiado oscuramente en el Madrid miliciano de la guerra, el escritor Rafael Cansinos Assens había anotado en su Diario de aquellos días: "Los periódicos no cuentan la gravedad de la situación (...) Mundo obrero estampa algunos versos de Rafael Alberti, el titulado poeta del Partido Comunista, ponderando el heroísmo del pueblo matritense y del río Manzanares, que no permitirá al enemigo cruzar por sus márgenes. La radio oficial está también invadida por una legión de berreantes poetas y poetisas que parafrasean la consigna del Majakowski español". Ninguna otra noticia llegaba a la capital. (Cuando las tropas de Franco entren en la ciudad Cansinos anotará: "Estamos por fin liberados (...) yo, que durante estos tres años he sido un cautivo en mi casa, salgo a la calle, ávido de tomar también la ciudad").

El soviético Mihail Koltsov, corresponsal de Pravda, y según algunos, enviado personal de Stalin a la guerra de España, había viajado en un primer momento – julio del 36- a Vizcaya y entrevistado a varios dirigentes del gobierno vasco. Unas crónicas elogiosas y fervientes habían acompañado esta primera visita, en donde, aseguraba, la solidez de la República era inalterable. (Permaneciendo en Madrid durante la evacuación del gobierno a Valencia, una historia del periodismo republicano comenta cómo: "Koltsov, que desconocía los esfuerzos de Barea en esa dirección - el mantenimiento de la censura de prensa-, estaba furioso porque, antes de poder establecer un nuevo sistema, varios corresponsales extranjeros habían logrado enviar al exterior crónicas desesperanzadoras"). Un segundo viaje al Norte, en julio del 37, a punto de caer la ciudad de Bilbao, constituía en cambio una crítica típicamente soviética a la débil defensa del Gobierno, formado de manera insólita para él por nacionalistas, comunistas, anarquistas varios e incluso católicos, como llegaba a apuntar en una nota anterior.

“Los propios nacionalistas vascos, en estos días durísimos y decisivos, actúan de manera insensata e inexplicable. Sólo cabe explicar sus actos por las contradicciones y la lucha entre los mismos nacionalistas”. En otro artículo para Pravda lamentará que no haya “un mando unificado”, que afirma debía haberse producido con los comandantes comunistas Manuel Cristóbal y Nino Nanetti. Palmiro Togliatti, agente de la Comintern asimismo, atribuirá la caída de Bilbao y más tarde Santander “a la falta de unidad dentro del Frente Popular”. Un número de junio de ese mismo año de Euzkadi rojo se había abierto con una portada en la que anunciaba: “Miguel Koltzov habla al pueblo de Bilbao” y el subtítulo “El redactor-jefe de Pravda nos manifiesta su convencimiento de que Bilbao no será del fascismo”.

No había noticias concretas de la campaña, ni de los acontecimientos de aquella apenas en la prensa de Madrid o Barcelona. Sino ante todo la reiteración de un futuro victorioso inminente. (La promesa socialista de una redención futura sobrevolaba en todos los titulares por encima de la precariedad de los días). Los partes de guerra siguieron siendo mínimos. En febrero del 39, un mes antes del final de la guerra, un titular de la prensa madrileña a tres columnas recogía las declaraciones de la Pasionaria, frente a los Pirineos: “España será la antorcha que ilumine el camino de liberación de los pueblos sometidos al fascismo”. Por esas fechas el doctor Negrín había escrito a Stalin informándole de “la evolución positiva del contexto interno español”. (Hasta el mismo Azaña protestó airadamente "ante la vesanía"). Del frente del Norte desde el otoño de 1937 no hubo más noticias.


Ese mismo año 37, una historia triste habla de un último encuentro del periodista Koltsov con el también enviado a España Ilia Ehrenburg. Como presintiendo un inmediato final el ucraniano le habría comentado a Ehrenburg, sentados ambos en una Praga melancólica: “¿Qué habré dejado yo cuando muera? Los artículos periodísticos son algo efímero. Ni siquiera son útiles para un historiador, porque en nuestros artículos no mostramos lo que de verdad está pasando en España, sólo lo que debería pasar”. Reclamado por Stalin en Moscú, después de haber pronunciado una conferencia en la Asociación de Escritores, es detenido esa misma noche por agentes de la NKVD y hecho fusilar al poco.

El también nacido en Kiev Ilia Ehrenburg se libró, una detrás de otra, de todas las purgas sucesivas con las que se recibió a “los españoles” a su regreso a Moscú. Había escrito en 1934 su “España, república de trabajadores”, y había regresado a Madrid en la guerra como corresponsal de Izvestia. Una noticia de Claridad, el periódico socialista, había anunciado en su momento su llegada, bajo el título: “El nuevo gobierno español, enjuiciado por el rotativo Izvestia”. Y, debajo, el epígrafe “El nuevo gobierno es una garantía para la victoria de las armas antifascistas”. Alojado al llegar a Madrid en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas un número de la revista “El Mono azul” - editado por la Alianza- anunciaba a su vez la publicación de su carta a Miguel de Unamuno, - aparecida originalmente en Izvestia- en la que el periodista recriminaba al pensador vasco su apoyo a la causa nacionalista. Del "ex revolucionario y ex poeta, colaborador del general Mola" reprochaba que en sus reportajes sobre Sanabria o los pueblos de la frontera portuguesa nunca hubiera mencionado en primer lugar el hambre, ni la miseria que, según el periodista soviético, se extendía feroz por todas las aldeas. Él, que nacido en Kiev, al igual que todos los periodistas soviéticos, nunca escribiría una línea sobre la Holodomor, la terrible hambruna impuesta por Stalin al pueblo ucraniano, que acabó con la vida de millones de campesinos a partir de las primeras requisas, las deportaciones en masa iniciadas en el año 1932.

 

 

Noticias de Bucarest. II

Diversos avisos sobre la desaparición de la antigua ciudad irán surgiendo en las páginas del prolijo Diario del escritor rumano Mihail Seba...

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