miércoles, 18 de junio de 2025

Noticias del Frente del Norte

 

 Noticias del Frente

Aquel otoño del 37 debió de ser excepcionalmente frío. Tras la caída de Bilbao en agosto de ese año, una continua niebla, contaron, acompañó el reinicio de las hostilidades en Cantabria a continuación. El hielo, la ventisca fría, cubrían los Picos de Europa, taparon los puertos asturianos al final del verano.

Yo buscaba una suerte de memoria de aquellos días, más allá de la crónica militar, de las digresiones políticas al uso. En algunas páginas sueltas del “Diccionario para un macuto” del navarro Rafael García Serrano había hallado a veces una evocación de los días y el clima de la guerra, que en otras historias, o manuales al uso, no surgían.

Estaba en concreto buscando algunas páginas en donde se recordaba el final de la Campaña del Norte. Tras el caluroso agosto el primer otoño había traído un clima hostil sobre las montañas. Aquélla había tenido lugar tras el derrumbamiento del Cinturón de Hierro de Bilbao, el confuso pacto de Santoña entre el PNV y los italianos, la acelerada toma de Santander a continuación. Antes, durante unos meses había sucedido, describe García Serrano entre otros, una especie de pausa en la que los requetés navarros regresaron de permiso a los valles de Alarar o el Baztán – otros bajaban a la Ribera-, se reciben noticias del frente de Madrid, algunos solicitan un permiso para viajar a San Sebastián, y en una descripción efectuada como de paso, nombra una ciudad en la que aún persistía la costumbre del veraneo antiguo, pese a todo, y los afortunados cenan en Xauen, tertulian en el Hotel Continental o acuden al remozado bar de Pedro Chicote, cuyo local de la Gran Vía madrileña había sido socializado. En alguna otra crónica - una relación de la estancia de Edgard Neville en medio de sus filmaciones en los frentes, los encuentros con Foxá o la redacción de La ametralladorahabía encontrado el término de “el verano prolongado” referido a la ciudad aquel año.

Un clima frío, inhóspito, se instalará a primeros de septiembre en las montañas cantábricas, donde tiene lugar la campaña final del Norte a continuación.

Noticias de los días… Una evocación del paisaje de estaciones de tren y oscuras tabernas, en unas calles donde los capotes militares refuerzan el escenario sombrío, surgía en una novela posterior de García Serrano, “Los ojos perdidos”, que narra un día de permiso de un alférez provisional en los bares de la ciudad de Gambo, - una mención de Pamplona, seguramente- entre la aspereza del frente de donde viene y la inminencia de otro frente cercano, adonde ha de partir a continuación. Ninguno de estos dos se nombra, pero su presencia flota, constante, sobre el momentáneo sosiego de la ciudad cercana a la frontera.

Antes, un aire como de veraneo antiguo persistía aún. Se filtra a veces a través de las noticias que de la costa guipuzcoana y de las playas del país Vasco francés, con lugares como Biarritz o San Juan de Luz, aparecen en las crónicas de aquel verano. Las encontré por ejemplo en el libro, por lo demás delirante, de memorias del embajador norteamericano en la guerra, Claude Bowers, el cual justifica todos los crímenes del bando republicano como “necesarios”, defiende su legalidad irreprochable y llega a afirmar que Negrín y sus ministros dormían en las cárceles para proteger a los presos- Bowers será inmediatamente destituido con el reconocimiento del régimen en 1939.

Pero en su estancia en el frente durante aquellos meses previos– empeñado en una tarea de rescate por barco de los súbditos americanos que lo solicitaban- viaja continuamente al otro lado de la frontera, se reúne con embajadores y exiliados varios en la costa francesa, y apunta en alguna parte:

“Este lugar está compuesto de lo que popularmente es conocido por una playa internacional de moda, y era agresivamente franquista (…) Los hoteles y las villas estaban atestados de refugiados de la nobleza y la aristocracia, y un forastero, paseándose por la playa de san Juan de Luz, habría creído hallarse en una ciudad española, puesto que la mayor parte de los transeúntes hablaba en español. Estos llenaban el bar Vasco de san Juan de Luz y el bar Sonny en Biarritz a las horas del cóctel (…) Muchos habían llegado del territorio leal por medios tortuosos”.

Hasta allí llegan ecos del frente, recogidos desde una retaguardia cercana… Pio Baroja, refugiado en los primeros días de la guerra en san Juan de Luz, recogía también en unas notas – que no serían publicadas hasta muchas décadas después- las noticias y el ruido que desde el otro lado de la frontera llegaban al, por otra parte plácido, puerto francés. Despotricando de un modo ferozmente barojiano contra tirios y troyanos – republicanos y carlistas- en algún momento contrasta la sensualidad de la playa de san Juan con las noticias y el sordo rumor de los bombardeos más allá del Bidasoa. Y con las llamas nocturnas y las luces sangrientas que del incendio de Irún llegaban hasta la villa. Una niebla constante, una fría llovizna, afirmaba, cubrieron aquel primer verano de guerra.


El tiempo detenido entre las batallas, luego… Algo más lejos, en la fría Castilla, Dionisio Ridruejo describirá también en sus memorias los primeros días de invierno en la ventosa ciudad de Burgos, que durante un tiempo se convierte en capital del Alzamiento. Los uniformes varios inundan las calles, los cafés, el paseo del río; también las tejas clericales y los manteos pardos. La ciudad está cercana a un frente inmovilizado durante algún tiempo. Del norte de Burgos, de las montañas palentinas, partirán más tarde las brigadas castellanas hacia los puertos asturianos y leoneses. Las líneas de las trincheras, desde el primer mes de la guerra, están inmovilizadas en ellos.

Frente a las noticias que llegan de la otra parte, que hablan de la transformación de un escenario tradicional de las ciudades – en Barcelona han sido quemados todos los templos, dicen, banderas rojinegras inundan las calles, la población viste con monos azules, en las calles los fusiles se amontonan frente a las terrazas – Ridruejo recreará la noticia de una vida provinciana que aún se mantenía a despecho del rumor de los frentes cercanos:

“El barrio de la Castellana, algunos restaurancitos chicos de lechón y clarete y (…) el hotel Condestable, lugar casi obligado para las comidas de compromiso”. El catalán Ignacio Agustí, exiliado de Barcelona, que en Valladolid edita la revista Destino, define a ésta como “una ciudad sombría”. El Diario palentino, en medio de la guerra - que se mantiene en los puertos del norte de la provincia- aún describe: "Los lugares tradicionales de paseo: la orilla del río, avenida de Valladolid, la carretera de Grijota, la calle Mayor y, cuando el tiempo es bueno, (...) la floresta de san Diego, el Cerro del Otero, la fuente de la Salud...".

 Más al sur, el voluntario británico Peter Kemp, de camino hacia algún frente, se detiene en Ávila. La describe al llegar como “Situada en una colina, rodeada de almenadas murallas, y relacionada para siempre con el nombre de santa Teresa”. En un hotel de la fría ciudad se reúne la colonia extranjera: periodistas, diplomáticos y voluntarios, de camino hacia alguna otra parte. “La cena fue excelente, el vino abundante y animada la conversación en todas partes”.

La campaña en el Norte se reanuda poco después. Bajo la montaña, en los pueblos de la antigua Castilla, los voluntarios italianos habían tenido un tiempo de reorganización después de los avatares de Guadalajara y se agrupan en ciudades como Peñaranda de Duero – de donde acuden los días de permiso a la cercana Aranda de Duero, mucho más animada- o Briviesca, en la que ocupan todas las terrazas de la carretera a Miranda de Ebro. Algunos jóvenes locales se quejan de que siempre llevan el uniforme impecable, y son los primeros en salir a bailar a la verbena de la plaza. Renzo Lodoli, oficial de la División Littorio, recuerda su estancia en Villarcayo:

"Estábamos en un pequeño pueblo de Villarcayo, a unas millas del frente. Era julio y desde marzo alguno no había luchado. Me acuerdo del casino de Villarcayo. Nosotros: pretenciosos, el humo, el olor a humanidad, lleno de canciones, el desfile de los oficiales...". (Mussoliniano convencido, al final de sus memorias de guerra defenderá que: "Sin la victoria de Franco en España se habría afirmado un régimen comunista" para lamentar profundamente después que en España, a excepción de "unos cuantos saludos y símbolos", no se hubiera instaurado un régimen fascista en el fondo).


Desde Medina de Pomar, un oficial desconocido, Guglielmo Sandri, recoge en su cámara la estancia en la comarca de las Merindades burgalesas: unos pueblos absortos entre la piedra y el calor de las eras. (Una crónica afirma que también tomaría imágenes de la campaña de Santander, pero éstas nunca han aparecido). No serían publicadas hasta 1992, en que alguien encuentra los negativos abandonados en una casa desmantelada de la provincia de Bolzano. Las fotografías nombraban el tiempo detenido en la estancia de los voluntarios, que se sientan frente a un pórtico de piedra en las afueras de algún pueblo y miran hacia la cámara. Y de un tiempo, detenido mucho antes, en las viejas enlutadas que barren las escaleras de ese mismo pórtico; en unos aldeanos que regresan, como cada tarde, con las caballerías al pueblo. Otra noticia nos habla de las fotografías que otros voluntarios están tomando en el mismo momento, alejados del frente. De Michele Francone o Maurizio Lorandi. El primero recorrerá los diversos lugares de las batallas según el CTV está avanzando: Santander, Aragón, Levante, el Ebro, Cataluña, para acabar en el avance final, la última semana de la guerra, que se incia desde Toledo hacia Madrid. El segundo recoge las imágenes del ocio de un verano caluroso en las Merindades, en Aragón después. (Una enumeración, ciertamente evocadora, nos dice que: "Hubo italianos en el valle de Tobalina, Merindad de Cuesta Urría, Trespaderne, Valle de Losa, Merindad de Sotoscuera, Espinosa de los Monteros y Merindad de Valdeporres"). Los italianos, cuenta otro relato, llevaban con ellos su propio aceite de oliva y se acercaban hasta Burgos para comprar el pan de la capital. (No podían sufrir ni el aceite ni el pan local, contaba el mismo relato). De su estancia en Quintana de Valdivieso una historia local recuerda que: "El recuerdo del pan también es claro, ya que estos soldados se lo regalaban (a los vecinos) blanco y hasta entonces lo habían comido negro y muy malo".

Debió de haber luego unas semanas de calor implacable, ese calor del norte húmedo, inmisericorde, que se pega a las ropas, en los primeros días de la campaña de Santander, adonde acuden las tropas del Corpo di Truppe Volontaire italianas. Desde el cerro de la Maza al norte de la provincia, que domina los pasos hacia la cordillera Cantábrica, la misma historia relata cómo al comienzo de la campaña: "Al acabar el día, las tropas italianas ya eran enteramente dueñas de la carretera principal a Santander". En el frente oriental las brigadas navarras y castellanas habrían copado a los republicanos en la llamada "Bolsa de Reinosa"", entrando en la ciudad a continuación.


El periodista Indro Montanelli recoge en un artículo los días finales de aquélla, poco antes de la entrada en la ciudad:

“Los rojos han movilizado su radio- escribe en su crónica a Il Messagero –. Toda la noche han voceado con admirable unanimidad. Es por ella que aprendimos que los milicianos en el frente de Santander no fueron desbaratados, sino que “se retiraron por razones estratégicas”. Y, más adelante, describe: “Nos encontramos en el fondo de un valle, un brochazo verde en un pardo paisaje (…) Un largo paseo y un solo enemigo: el calor. Un calor en picado, arrogante, brutal”.

Esta crónica, alguna otra similar del escritor, - como la titulada "Nuevo avance de veinte kilómetros de los legionarios al norte de Reinosa"- provocarán su retirada de la campaña del Norte y su obligado regreso a Italia. Las autoridades militares habían deseado – y consiguieron que algún reportero redactara en su lugar- una descripción de la entrada heroica de los voluntarios en Cantabria, vagamente épica, que contrastaba con la relación del periodista florentino del paseo de unas brigadas por una carretera de la costa sin oposición alguna, -con la rendición de las últimas tropas del gobierno republicano-, protegidas en los altos por las brigadas navarras, señalaba, y agobiadas únicamente por el calor de agosto de aquel año. Los voluntarios - además del permanente recurso a la radio, que, recuerda algún lugareño, escuchaban constantemente en los bares- leen el diario Il Legionario, que ha comenzado a editarse cercano al frente. (Un subtítulo posterior lo anunció, retóricamente, como "Giornale de lavoratori combattenti in Spagna in difesa della civiltá europea, contro la barbarie rossa", antes de volver al más sencillo “Quotidiano dei volontari italiani”). Las noticias sobre España eran publicadas cotidianamente en la prensa italiana. 

Los burgaleses escuchaban la radio. Recordando la función del "parte" el descrito en su momento como "cronista oficial" de la prensa nacional, Víctor Ruiz Albéniz, escribía desde Salamanca: "Un cornetín toca atención: es el parte oficial del CGG. Noticias de última hora. Hasta el más escondido rincón, hasta los pueblecillos inaccesibles perdidos en los riscos de las montañas o en los rincones de la costa, llega la voz de Salamanca". Un periodista italiano anónimo había comentado la instalación de receptores en los bares de las Merindades, de los que estos habían carecido antes.


Inmediatamente después se incia la batalla de Asturias. Esta vez los nombres recogen los topónimos de unos pueblos de montaña que, tiempo atrás, el Consejo de Asturias había fortificado. "El general Muñoz Grandes, con sus Brigadas Navarras, desciende por el Pinar de Lillo y llega a Cofinal (...) Caen las Minas de Talco, Castiltejón, La Granda, Valerianos (...) En los primeros días de octubre, caen San Isidro, Tarna, Pajares, Somiedo... El 21 de octubre, la caída de Gijón da por concluido el Frente Norte".

En Italia las noticias sobre España son leídas a diario. Una referencia del oficial Davide Lajolo, escritor piamontés de origen campesino, afirma que: "Los viejos campesinos españoles (...) sabían a esas alturas que aquellos italianos eran todos gente de la tierra, braceros". Afirma luego que: "Muchos habían echado la solicitud (...) con la esperanza de poder hacerse con una hacienda". El siciliano Leonardo Sciascia recordará después - en relatos como L´antinomio - la obsesión que en su juventud recibiera de la contienda española y la semejanza con su Sicilia natal que ésta le provocaba. 

Novelaría un relato sobre un anónimo voluntario, en el que éste recordaba al principio: "Era bella Cádiz, recordaba a Trapani, por el blanco de las casas más luminosas, y también Málaga era bella en aquellas jornadas de de febrero plenas de sol, y el buen vino y el cognac". Más adelante escribe, sin embargo: "Guadalajara, la batalla por Madrid, eran un infierno: desde la primavera dulce de Málaga no habría creído nunca que pudiese encontrar en España un invierno tan violento".

Escasas noticias veraces de los frentes llegan habitualmente a la prensa republicana. En su lugar se repiten los titulares sobre la unidad y la inquebrantable resistencia de los milicianos que ocupan las portadas y las páginas interiores de los periódicos, en un cuerpo de letra desmesurado y con abundancia de exclamaciones. Una pequeña nota titulada “Parte de guerra”, elaborada por el organismo oficial correspondiente, - Ministerio de Defensa- anunciaba normalmente que los frentes no se han movido y que las tropas leales han avanzado en tal o cual dirección. Pero en el norte la localización del frente inamovible está cambiando a diario, en dirección a la costa. Lo que, en algún raro momento se traduce como “ligera rectificación de nuestras líneas en el sector de Santoña” corresponde a las noticias que, desde el otro lado, anuncian el derrumbamiento de todo el frente.

La prensa republicana seguía fielmente el principio del periodismo como propaganda. La ideología sustituía a los acontecimientos. Los grandes titulares – a dos tintas en el caso de Frente Rojo o Mundo Obrero- repiten, en todos los números, la llamada a la Unidad – unidad que, promovida por la Komintern, sólo se produciría con la fusión de las juventudes socialistas y comunistas para formar las Juventudes Socialistas Unificadas. La Voz de Cantabria repite a diario el mantenimiento de la iniciativa en todos los pueblos, los montes y los puertos del Cantábrico. La derrota del fascismo se anuncia inminente de una u otra forma. ("La guerra está ganada en toda España" proclamaba un número de mayo del 37 de Euzkadi roja). Los frentes se mantienen. El voluntarismo ilustra las portadas: "¡Euzkadi es invencible!" titula aún en mayo de 1937 uno de los últimos números de CNT del norte. También las noticias falsas. "Se lucha ya en el interior de Toledo" proclamaba el mismo número. Y en otro anuncia la sublevación de la ciudad de Ceuta, aplastada con miles de fusilamientos. (Una descripción, ya en la posguerra, de la enciclopedia Espasa-Calpe, comentará cómo: “Pero adoptada por aquél – el gobierno de Valencia- la “táctica de la mentira” (…) llegó a conseguir frecuentemente un resultado contrario al buscado, al intensificar en todas partes el interés de escuchar la radio nacional”. El navarro García Serrano incluye un capítulo titulado “Donde se escucha el parte original a medianoche mientras llueve lo suyo” en una de sus novelas sobre aquel primer momento bélico. Las noticias sobre “el parte”, la radio de galena en las repisas de las cocinas se repite en otros lugares).


Del periodismo, de la propaganda como obligada lectura entre líneas. “¡Bilbao será la tumba del fascismo!” titulaba la revista Acracia el número del 19 de junio de 1937, mientras las brigadas navarras entraban en la ciudad. (Mucho más acertadamente, el conde de Foxá había afirmado en su momento que: “El cura Yzurdiaga será la tumba del fascismo” a sus regocijados contertulios, que detestaban por igual al agreste padre navarro). Y, una semana después, el mismo semanario anarquista afirmaba: “¡Bilbao volverá pronto a ser nuestro!”. Era la primera noticia de la toma de Bilbao que aparecía en la revista, editada en Gijón.

No había apenas información militar de los frentes. En su lugar los grandes titulares victoriosos. “¡Asturias volverá a ser nuestra!” proclamaba en portada un número de Mundo Obrero de octubre de 1937, en lo que era el primer reconocimiento de la caída de Asturias. Y, en un último número editado también en Gijón “¡Unidad de acción internacional que obligue a salvarla!”. (Finalizada la batalla del Ebro y a punto de comenzar la campaña de Cataluña, el mismo rotativo proclamaba en primera página, inalterable: "Los invasores volverán a estrellarse en los frentes contra la invencible moral de nuestro ejército").


El soviético Mihail Koltsov, corresponsal de Pravda, y según algunos, enviado personal de Stalin a la guerra de España, había viajado en un primer momento – julio del 36- a Vizcaya y entrevistado a varios dirigentes del gobierno vasco. Unas crónicas elogiosas y fervientes habían acompañado esta primera visita, en donde, aseguraba, la solidez de la República era inalterable. Un segundo viaje, en julio del 37, a punto de caer la ciudad de Bilbao, constituía en cambio una crítica soviética a la débil defensa del Gobierno, formado de manera insólita por nacionalistas, comunistas, anarquistas varios e incluso católicos, como llegaba a apuntar en una nota anterior.

“Los propios nacionalistas vascos, en estos días durísimos y decisivos, actúan de manera insensata e inexplicable. Sólo cabe explicar sus actos por las contradicciones y la lucha entre los mismos nacionalistas”. En otro artículo para Pravda lamentará que no haya “un mando unificado”, que él afirma debía haberse producido con los comandantes comunistas Manuel Cristóbal y Nino Nanetti. Palmiro Togliatti, agente de la Comintern asimismo, atribuirá la caída de Bilbao y más tarde Santander “a la falta de unidad dentro del Frente Popular”. Un número de junio de ese mismo año de Euzkadi rojo se había abierto con una portada en la que anunciaba: “Miguel Koltzov habla al pueblo de Bilbao” y el subtítulo “El redactor-jefe de Pravda nos manifiesta su convencimiento de que Bilbao no será del fascismo”.

No había noticias de la campaña, ni acontecimientos de aquella apenas en la prensa de Madrid o Barcelona. Sino ante todo la reiteración de un futuro inminente. Los partes de guerra siguieron siendo mínimos. (En febrero del 39, un mes antes del fin de la guerra, un titular de la prensa madrileña a tres columnas recogía las declaraciones de la Pasionaria, frente a los Pirineos: “España será la antorcha que ilumine el camino de liberación de los pueblos sometidos al fascismo”. Por esas fechas el doctor Negrín había escrito a Stalin informándole de “la evolución positiva del contexto interno español”). Del frente del Norte desde el otoño de 1937 no hubo más noticias.

Ese mismo año 37, una historia triste habla de un último encuentro del periodista Koltsov con el también enviado a España Ilia Ehrenburg. Como presintiendo un inmediato final el ucraniano le habría comentado a Ehrenburg, sentados en una Praga melancólica: “¿Qué habré dejado yo cuando muera? Los artículos periodísticos son algo efímero. Ni siquiera son útiles para un historiador, porque en nuestros artículos no mostramos lo que de verdad está pasando en España, sólo lo que debería pasar”. Reclamado por Stalin en Moscú, después de haber pronunciado una conferencia en la Asociación de Escritores, es detenido esa misma noche por agentes de la NKVD y hecho fusilar al poco.

El también nacido en Kiev Ilia Ehrenburg se libró, una detrás de otra, de todas las purgas sucesivas con las que se recibió a “los españoles” a su regreso a Moscú. Él, que había escrito en 1934 su “España, república de trabajadores”, había regresado a Madrid en la guerra como corresponsal de Izvestia. Una noticia de Claridad, el periódico socialista, había anunciado en su momento la llegada, bajo el título: “El nuevo gobierno español, enjuiciado por el rotativo Izvestia”. Y, debajo, el epígrafe “El nuevo gobierno es una garantía para la victoria de las armas antifascistas”. Alojado al llegar a Madrid en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas un número de “El Mono azul” anunciaba a su vez la publicación de su carta a Miguel de Unamuno, - editada originalmente en Izvestia- en la que el periodista recriminaba a aquél su apoyo a la causa nacionalista. Del "ex revolucionario y ex poeta, colaborador del general Mola" reprochaba que en sus reportajes sobre Sanabria o los pueblos de la frontera portuguesa nunca hubiera mencionado el hambre, ni la miseria que, según el periodista soviético, se extendía feroz por todas las aldeas. Él, que nacido en Kiev, nunca escribiría una línea sobre la Holodomor, la terrible hambruna impuesta por Stalin al pueblo ucraniano, que acabó con la vida de millones de campesinos a partir de las primeras requisas, las deportaciones en masa iniciadas en el año 1932.

 

 

domingo, 11 de mayo de 2025

El lago encantado

 

Ed: The History of Don Quixote. New York, 1898 h.

Dibujo: Gustave Doré

Grabado: Joseph Héliodore Pisan

Tít: “ A vaste lake of boiling pitch, in which an infinite multitude of fierce and terrible creatures are traversing “

domingo, 9 de marzo de 2025

Sobre Gedrosia y el remoto reino greco-bactriano


Cuando leemos las crónicas medievales una misteriosa región se extiende al este de las colinas sirias. De ella, según el relato del obispo Hugo de Jabala, habían surgido las tropas del Preste Juan en su intención de ayudar a los condados cristianos del Oriente Medio contra las huestes del sultanato. Pero, detenidos frente al río Éufrates, no habían podido cruzarlo y, tras varios años de espera, habían regresado a su reino y nunca más volverían a acercarse desde su distante e inabarcable imperio.

La confusión y la incerteza rodea estos reinos, más allá de Babilonia la Desierta, a los que ningún mapa nombra. En la famosa Carta del Preste Juan al emperador de los romanos se nombraban tierras fabulosas, desiertos inabarcables, montañas sin fin, ríos que nadie cruzaba. Pero también, entre sus nombres laboriosos, se deslizaban a veces términos conocidos, ciudades que pertenecen a la Ruta de la Seda, oasis que algunos viajeros habían alcanzado. Son todos nombres poéticos, legendarios: Samarcanda, Bujara o el valle de Fergana. Trebisonda, Susa, el monte Ararat o el paso Yang "más allá del cual no hay amigo", según la melancólica descripción que escribiera el poeta Wang Wei, de la provincia de Shanxi, en el siglo VIII.

(En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero.

En el mesón dos sauces verdes aún más verdes.

- Oye, amigo, bebamos otra copa.

Pasado el Paso Yang no hay "oye, amigo").

Son nombres, lugares fabulosos y remotos, de los que durante mucho tiempo la historia apenas da noticia. De la región de Bactriana, que en algún momento entra a formar parte del reino helenístico greco-bactriano, un diccionario histórico nos dice que sus límites eran:

"Al este con la región de Gandhara - ya en la India; al oeste Drangiana e Hicarnia; al norte la Transoxiana, la Sogdiana y la extensísima Escitia (Extra Imaus); al sur, la Aracosia".

Del norte, en un momento u otro, llegarían las tribus de los bárbaros, los pueblos nómadas que terminarían por invadir los reinos griegos, la región de los partos, el norte de la India, el oeste del Imperio Han... Son los yuezhi, los xiongnu, los kushan, los tocarios; las tribus de los escitas. Estos últimos, remotos e incontenibles, habrían constituido durante un largo tiempo el límite, la comarca esteparia de la que ningún viajero había podido dar cuenta.

"El persa Ciro había perecido en su campaña contra los masagetas, Darío I sufrió pérdidas considerables en su campaña contra los escitas y ni siquiera el propio Alejandro dirigió sus pasos en aquella dirección", leemos en uno de los capítulos iniciales del minucioso "Geografía y viajeros en la Antigua Grecia" del catedrático Javier Gómez Espelosín.

O el reino de Gedrosia... Del inhóspito reino de Gedrosia había encontrado noticias en un raro ensayo de Julio Verne, "Historia de los grandes viajes y de los grandes viajeros", que figuraba al final de un enmohecido volumen con los grabados de los ilustradores del siglo XIX, y que editaba la casa "Gaspar y Roig" de la calle del Príncipe en Madrid en 1875. Al final del volumen y de las conocidas novelas "Veinte mil leguas de viaje submarino, "Miguel Strogoff" o "Viaje al centro de la tierra", aparecía el no tan conocido ensayo sobre los primeros navegantes. En el que entre otros Verne recreaba el tortuoso viaje de regreso de Nearco, el almirante de la flota de Alejandro Magno, desde la desembocadura del Indo por la desértica costa de Gedrosia hasta el golfo Pérsico, donde debían alcanzar el cercano reino de Babilonia, que ya había sido conquistado por los macedonios.

Gedrosia, de enigmático nombre, más acá del Indo, era en realidad una región inhóspita y desértica. Diodoro, que escribe sobre ella, apunta a "una nación inhospitalaria y completamente fiera pues los que habitan allí dejan crecer sus uñas desde que nacen hasta llegar a viejos y permiten llevar el cabello desgreñado".

Rebuscando sobre el tortuoso viaje de regreso de los macedonios desde la India, vuelvo a abrir el clásico "Anábasis de Alejandro Magno" de Flavio Arriano (al que la edición en la Biblioteca de Gredos hace aún más clásico). En éste el historiador de Nicomedia relata el retorno de Alejandro desde el río Indo, cuando sus tropas se niegan a seguir avanzando más allá. Gedrosia, a orillas del Índico es un reino que no pertenece propiamente a las satrapías hindúes. Y que está más allá de las ciudades de los persas. 

Todo es árido en él. Arriano afirmará - después de la larga marcha victoriosa del emperador macedonio, hasta los confines del mar - que "El tórrido sol y la falta de agua acabó con la mayor parte del ejército de Alejandro, y desde luego con las acémilas, que perecieron por hundirse en la arena, bajo un sol abrasador, y muchas de sed".

El almirante Nearco por su parte emprenderá con la flota un largo recorrido bordeando la costa "del Océano" hasta alcanzar el Golfo Pérsico, que en las descripciones se confunde fatigosamente con el Mar Eritreo - o Golfo de Adén, al extremo del Mar Rojo. Su periplo, que recoge Arriano en un libro posterior a la Anábasis titulado sencillamente "India", comprende también bajíos traicioneros, rompientes ocultas, costas sin agua, poblaciones miserables que no alcanzan a conocer, islas desiertas. 

"Se hicieron luego desde allí a la mar y recalaron en Sacalas, un paraje desértico". De las penalidades de la flota hablarán otros autores, entre ellos el propio Nearco, refiriéndose al "país de los ictiófagos": los pueblos que sólo comen pescado por carecer de cualquier otra cosa - y los corderos, que en algún momento les entregan, saben también a harina de pescado, único alimento con que los criaban. Julio Verne recogerá también la intención posterior - que anotan otros historiadores- por parte del general de explorar el Mar Eritreo hasta llegar a Heliópolis, allá en el Bajo Nilo. Pero ni él ni ninguno de los navegantes posteriores, pertenecientes ya al reino de los Ptolomeos, conseguirán su propósito, abrasados por el calor sofocante y la falta de agua, que les impide rodear la península de Arabia, llamada ya así en los inciertos mapas de la época.

Los reinos helenísticos se extendían hasta muy lejos, tras la sorprendente campaña de Alejandro Magno y sus compañeros. Frente a la confusión de los nombres, los pasos de montaña y las ciudades remotas, abro para aclararlo un poco un breve tratado, la "Historia del helenismo" de Heinz Heinen, que traduce del alemán Alianza Editorial en una colección de historia de bolsillo. En el pequeño manual se ordenan los reinos, los nombres de los reyes Diadocos, los distintos pueblos que el imperio abarca.

Pero en el libro permanece, a despecho de su claro esquema, la noción de una enorme distancia que surge de repente, por ejemplo, en los mapas. El reino seléucida abarcaba desde las costas del Mediterráneo hasta los pasos de montaña del Pamir y las fronteras con el imperio murya, ya en territorio del Indo. Más allá de las ciudades persas y la triste derrota del rey Darío, la falange macedónica había tenido que atravesar por regiones aún más distantes, como la Carmiana, Bactriana, Aracosia o Parapamisos, entre desiertos y montañas formidables.

Estaban muy lejos, al oriente. Y en algún momento, que siempre nos ha intrigado, se dibuja un reino aún más oriental, que se separa del rey seléucida Antíoco II, y crea el reino greco-bactriano, entre los oasis fértiles del valle de Fergana y las cumbres mitológicas del Hindu-Kush.

Estaban aún más lejos que las ciudades de Babilonia, de los Montes Tauros, de Seleucia, la nueva capital de Antioco, de los reinos del Ponto. El idioma griego llegaba hasta allí. Una noticia en un artículo reciente nos habla de que: "En las excavaciones de Ai-Chanum del Oxo (Amudaria) en el norte de Afganistán aparece la ciudad griega de fines del siglo IV: un teatro, un gimnasio, numerosas inscripciones en griego (la profecía de Delos de los Siete Sabios)". Las máximas délficas al parecer "fueron copiadas por Clearco de Solos en Delfos y trasladadas más tarde por este mismo personaje hasta los mismos bordes del río Oxo en Asia central". Pero otra inscripción nos recuerda por otro lado el envío de embajadores del budismo al reino griego, por parte del emperador indio Asoka. Algunos sramanas se habrían establecido entre los bactrianos, indica la misma fuente.

En un artículo sobre el arte de la época encontramos imágenes de capiteles corintios, bajorrelieves jónicos, pórticos dóricos entre los restos de las antiguas ciudades helenas, ya arrasadas en su mayoría. Pero también, en una formidable síntesis, los rasgos griegos de un Buda de las montañas, o la figura mediterránea de un Bodhisatva de piedra entre las ruinas del reino de Gandhara. (Clemente de Alejandría en sus Stromata hablaría de "la llegada de la filosofía a Grecia" después de los bárbaros. Con "los profetas de Egipto, y los caldeos entre los asirios, los druidas entre los galos, y los sarmana - monjes budistas- entre los bactrianos".

Por el norte la permanente amenaza de los escitas, esos pueblos de la estepa a los que ningún mapa recoge. Y que terminarían tiempo después definitivamente con los reinos griegos del oriente, con el más tardío y misterioso imperio kushan, con los nómadas de lenguas indoeuropeas.

Siglos más tarde algún raro viajero recorrería de nuevo las estepas orientales, esta vez con el propósito de establecer contacto con el khan de los mongoles. Sus nombres aparecen en el raro "La leyenda del Preste Juan" del portugués Oliveira Martins, libro editado en la Lisboa del año 1892, que me ha sido imposible encontrar. Pero que aparece editado en la red en una página del dominio academia.edu, donde sí he podido consultarlo. Accesible es sin embargo la reciente edición de "La carta del Preste Juan", un minucioso volumen de la Biblioteca Medieval de Siruela, edición prolija y abundante en notas, que ha sido llevada a cabo por el filólogo Javier Martín Lalanda. En él se reiteran los nombres de los enviados a Oriente. Son los de Juan del Pian Carpini, Guillermo de Rubruk, Marco Polo, Odorico de Pordedone, Jean de Mandeville o Pero Tafur. Sus viajes, tortuosos y arriesgados, no alcanzarían - excepto en el caso del mercader veneciano- su objetivo de establecer una alianza diplomática con el khan. En algún caso ni siquiera llegan a acceder a la corte de aquél. En otro, como el del apenas citado peregrino Ascelino de Lombardía, su pista se pierde al regreso sin que ninguna noticia dé cuenta de él. Un artículo de Víctor Larra ("Alcanzar la Utopía: las búsqueda del Preste Juan en los reinos ibéricos"), nos dará alguna noticia de estos viajes tortuosos, hasta llegar a la corte del khan mongol. También de la llegada de cinco embajadores etíopes - donde en adelante comenzará a localizarse el remoto reino del Preste Juan- a la corte de Alfonso el Magnánimo, que no podrán culminar más tarde su peregrinación a Santiago debido a las guerras del rey aragonés con Castilla. Del viaje del cordobés Pero Tafur - que recuerda constantemente durante el mismo su condición de hidalgo - tenemos noticia por la excelente edición que efectúa en 2010 la Biblioteca Castro en dos volúmenes. Y por medio de la que sabemos que, detenido el cordobés en el monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí, frente al desierto, nunca llegará a alcanzar el oriente, que se hallaba más allá de las dunas sin fin visible. 

Del viaje de Guillermo de Rubruk en 1253, se nos dice en otro lugar que éste partió de Crimea para cruzar regiones como la Tauride, Tartaria, la Horda de Oro, la región de Tarbagatai, el Karakorum. Y, ya de regreso, por Caucasia, Tabriz, la Pequeña Armenia o la isla de Chipre.


La isla, junto con otras cercanas o legendarias, aparecía en el monográfico que la Revista de Occidente había editado sobre el tema de los "islarios" o repertorios de islas en noviembre de 2009, y que yo había encontrado entre unas estanterías rebuscando acerca de un volumen sobre relatos insulares que nunca llegué a encontrar. (Todavía se editaban monografías en prensa sobre éste u otros temas remotos). Entre los artículos de la revista figuraba un lacónico pero esclarecedor breve de Umberto Eco sobre los citados islarios. Y el más extenso del sienés Tarsicio Lanconi sobre el conocido Isolario de Benedetto Bordone de 1534. El cual se había editado bajo el universal título de: "Libro de Benedetto Bordone en el que se da razón de todas las islas del mundo con sus nombres antiguos y modernos, historias, fábulas, y modos de vida y en qué parte del mundo están, y en qué paralelo o clima se encuentran". En algún lugar del volumen aparecía la antigua discusión sobre el Mar Caspio, que los viajeros a oriente cruzaban, y que en las antiguas geografías se suponía como una estribación del oceáno - sin más precisiones- en lugar del mar interior en que más tarde se convirtió en los relatos de viajeros por sus regiones.


El océano misterioso, anterior incluso al confuso mar interior de las estepas, había sido, anotan otras publicaciones sobre la antigua Grecia, el Ponto - el Mar Negro- el inhóspito océano por excelencia que era el escenario de los límites de la oikumene, y sobre cuyas turbias aguas habría tenido lugar en época remota la azarosa travesía de la nave Argos, de Jasón y sus compañeros en la búsqueda del Vellocino de Oro.

Era una leyenda muy antigua, anotan estas fuentes. Que no es conservada para nosotros hasta su redacción tardía por parte del erudito alejandrino Apolonio de Rodas en sus Argonauticas. Pero, apunta Carlos García Gual - en un excelente artículo "Jasón y Medea. Análisis de un mito y su tradición literaria",- escrito en un momento en que la antigua épica ya no era posible, y las colonias griegas de la costa de la Cólquide, "confin de la tierra conocida en el Mar Negro", habían desvelado en cierto modo el misterio de su geografía. "Apolonio de Rodas quiso construir un poema épico - en unos tiempos en que la épica no era ya posible", apunta el helenista en su ensayo.

Su incierta ubicación anterior había permitido situar en su oscuro periplo la presencia de unas tierras, unas islas, unos soberanos mitológicos que eran ciertamente anteriores a su colonización griega. (Una tablilla minoica del s. XIII a. C., encontrada en Chipre, ya hablaba de "los famosos viajes canto del ... soberano de la errabunda Argos"). La saga de Jasón recorre estos inciertos lugares: "Que partió hacia un país misterioso sin nombre: Ea (que en jonio significa sólo "la tierra"), el país donde nacía el sol y cuya entrada estaba guardada por unas rocas que chocaban entre sí, las Simplégades, negando el camino hacia ese mundo maravilloso - acaso el Más Allá- en que se guardaba escondido el tesoro mágico (el Vellocino de Oro)". La Cólquide, reino del rey Eetes y de la princesa Medea, había sido durante mucho tiempo el límite de lo conocido. Y sus oscuros términos son en algún momento los de la sospecha del acceso al mundo oscuro. 

"Diversos autores antiguos hablaron de una estatua y un culto a Plutón en el territorio de  Sínope. También Apolonio de Rodas relata cómo los argonautas hicieron sacrificios a Hécate en la desembocadura del Halis. Además debemos recordar que las Amazonas, tradicionalmente situadas en el Termodonte, pudieron haber tenido (...) una significación relacionada con el culto a los muertos". (James Frazer, de quien retomo el capítulo dedicado a los cultos de renovación y muerte en su clásico La Rama Dorada, habla en algún lugar del libro de los antiguos ritos de Tracia y de Capadocia, relacionados con los dioses ctónicos, los que vienen del mundo subterráneo).

Cuando la nave Argos en el relato de Apolonio de Rodas regrese de los confines de mar, de la Cólquide de Eetes, Circe y Medea, su retorno incierto y aventurado será dirigido esta vez por el erudito helenístico hacia otros lugares de la geografía antigua: como el río Tanais, las costa libia, Creta y las islas egeas, evitando así quizá la certidumbre que la colonización griega de las costas de Trapezunte, la Cólquide e incluso el Quersoneso de la península de Crimea, habrían hecho improbable.

(Más allá al norte, en la estepa póntica, seguían los escitas nómadas aún, los estrafalarios bárbaros, - según Herodoto- las tribus de los sármatas. La Cólquide, se nos recuerda en otro lugar, habría sido confundida en cierto momento con las tierras de las escitas, sin más precisión).


Otros lugares figurarán, ya casi en nuestros días, como el último paraje de lo remoto en el viaje a oriente. En el libro de Juan Nadal Cañellas, "Las iglesias apostólicas de Oriente", que leo buscando noticias sobre las liturgias orientales, encuentro en un párrafo tardío la noticia de la subsistencia, después de interminables persecuciones y exilios, de la antaño extendida iglesia asiria en un remoto rincón de las montañas de Hakkada, cercanas a la frontera persa. ("La iglesia ortodoxa siríaca incluía 20 sedes metropolitanas y 103 diócesis, extendidas desde Siria hasta Afganistán, así como comunidades sin obispos en el Turquestán y en la hoy provincia de Xinjiang", apuntaba un artículo histórico sobre la misma). Los últimos cristianos asirios se habrían refugiado en algún momento en las remotas e inhóspitas montañas de la región, al norte de Mosul, donde llevarían una soñolienta y pobre supervivencia. Hasta el genocidio generalizado de la región por los turcos en 1915, que sufren también armenios, ortodoxos griegos y georgianos, hasta desaparecer por completo de las montañas.


Una noticia última en el breve artículo nos informa de que: "Qodshanes - sede del último patriarca asirio- se encuentra ubicada, actualmente casi totalmente en ruinas, en el sureste del macizo montañoso de los montes Hakkari (...) Desde 1915 ha sido casi totalmente demolida y despoblada por los turcos, quedando unas pocas ruinas, habiendo sido algunos pocos edificios reconstruidos por los fieles cristianos nestorianos". Al lugar, nos refiere el mismo, apenas llegaban viajeros occidentales, ni de ningún tipo. Y alguno de los que accedieron por fin a la modesta iglesia de Mar Shalita cercana a Qodshanes encontraron que la biblioteca de la misma, que habían supuesto prolija y rica en textos de la Iglesia del Oriente, carecía casi por completo de ellos. Excepto un rarísimo y valioso ejemplar del Liber Heraclidis del obispo Nestorio, en una copia del siglo XII, que finalmente sería trasladada a Estrasburgo. La propia iglesia habría sido más tarde saqueada.

En la fascinación de los nombres del viaje, surgían esta vez los nombres de la devastación, la ruina. 



sábado, 25 de enero de 2025

Alem do mar


Una incierta distancia, un intervalo más o menos extenso, separaba a las tierras del Preste Juan de los reinos cristianos desde su origen.

Pudieron, afirmaban, sus tropas haber intervenido decisivamente en la recuperación de Tierra Santa, después de la caída de Edesa en 1145. Así por lo menos lo relataba el obispo Hugo de Jabala, quien, en medio de la desesperanza, comenta que por fin el ejército del mítico Emperador había decidido recuperar Jerusalen de los infieles. Antes, en su victorioso avance, habían llegado hasta Ecbatana, ancestral capital de los persas.

Hugo de Jabala, en concreto, contaba que: "un cierto Juan, rey y sacerdote de un pueblo que se encontraba al otro lado de Persia y Armenia, en el Extremo Oriente (...) aunque inclinado al nestorianismo declaró la guerra a los hermanos Samiardos y conquistó su capital, Ecbatana. Al conseguir la victoria, el mencionado Juan prosiguió su camino, a fin de prestar ayuda a la Santa Iglesia. Sin embargo, una vez alcanzado el Tigris y sin disponer de barcos, no podía cruzar el río y se dirigió al Norte, donde le habían dicho que el río se helaba en invierno. Pasó allí unos años esperando, pero el frío no llegaba; se vio por tanto obligado a volver a sus tierras, sin haber alcanzado la meta".

Sólo las aguas del Tigris, finalmente, nos habían separado de su retorno. El Reino - tan cerca por un momento - al cual el Preste Juan regresaba se encontraba lejos: "al otro lado de Armenia y Persia", en ese lugar aún más remoto que era "el Extremo Oriente". Ningún mapa daba aún cuenta de esas tierras, más allá de la ruta de Alejandro, de las Tres Indias conocidas y mencionadas en los textos, del Mar de Arena, de la Trapobana o de las islas de los escitas antropófagos. Más lejos.


Años después, Marco Polo en su "Maraviglie" nos hablaría de nuevo del Reino y de la batalla inmensa que el Preste hubo de librar con el gran Khan, batalla cruenta y titánica que finalmente se saldó con la derrota del Rey cristiano. Marco Polo habla del recuerdo más cercano de su estancia en la Corte de Kubilai. Una batalla apenas le separó de haber conocido la otra corte, la de aquel Emperador que reinaba "sobre no menos de setenta y dos paises y setenta y dos reyes" hasta entonces.

Un mapa incierto, al este de las estepas arábicas y Babilonia la Desierta, nombra las tierras del Preste.
"Nuestra tierra se extiende por el desierto y progresa hacia el orto del sol, volviendo en declive hasta Babilonia la Desierta, junto a la Torre de Babel". En la carta del Preste Juan al emperador de Bizancio Manuel Comneno se citaban personajes como el patriarca de Santo Tomás, en la India Mayor, el protopapa de Samarcanda o el archiprotopapa de Susia, lugares más o menos reconocibles, a los que accedían en sus rutas los mercaderes de la Ruta de la Seda. Pero también se nombraba la fabulosa ciudad de Briebric, la incierta Taxila, el río de piedras o, al extremo norte, los reinos amurallados de Gog y Magog, ("Antaño salían de sus tierras, hasta que Alejandro les impidió el paso elevando su famosa muralla que se abrirá al fin de los tiempos") de cuya existencia nadie había sabido dar cuenta hasta la fecha.

Pero el reino del Preste Juan, cuyos embajadores, se dice, llegan hasta Constantinopla, aunque a veces intuido como cercano, aparecía siempre teñido por la marca de la distancia.

"[Los mercaderes] les conviene yr a comprar a Catay que es mucho más cerca, aunque de Venecia a Catay ay camino de diez o doce meses por mar. Pero mucho mas lexos es la Tierra del Preste Juan..." explicaba uno de los mayores expertos en las tierras del Rey cristiano, Jean de Mandeville, en su fabuloso "Libro de las maravillas del mundo".

O, añadía después, hablando del insondable Mar de Arena que cercaba el Reino: "y no puede hombre passar aquella mar en ninguna manera, por esto no pueden saber qué tal sea la tierra que está de la otra parte".

La distancia, indefinible pues no se mide en meses de trayecto - como la que lleva a los mercados de Catay o a Gedrosia -, es la marca del Reino. Es un intervalo apenas definido, una sensación de estar siempre "un poco más allá".

El desierto, unos montes infranqueables y un tiempo sin referencias lo cercan.

"Y además de estas islas y tierras y de los desiertos del reino del Preste Juan, yendo directo para el este, los hombres no encuentran sino montañas y grandes rocas; y allá queda la región de las tinieblas, donde nadie consigue entrever, ni de día ni de noche... ".


O les separaba también un tiempo cíclico, interminable, que tampoco se mide en jornadas de viaje. Como por ejemplo se medía la ruta de Trebisonda, la que recorre el embajador castellano Ruy González de Clavijo, en su busca del gran Khan, aliado hipotético y siempre buscado en la lucha contra los infieles.

Frente a la extrañeza de lo lejano, al asombro de la enorme distancia, la ruta de los enviados del rey Enrique III de Castilla está señalada en sus notas continuamente por las fechas exactas, los lugares precisos.

"E otro dia jueves veinte e dos días del dicho mes de mayo partieron de aquí e fueron a dormir a un aldea que ha nombre Partir Juan (...) E viernes seguiente llegaron a un aldea que ha nombre Ischu e estovieron en esta aldea este día que allí llegaron e otro día sábado, e en esta aldea bivían muchos armenios (...) E domingo seguiente fueron dormir a un aldea que ha nombre Delurlarquente, que quiere dezir el aldea de los locos, e los que allí bivían eran moros como hermitaños que llaman caxises..." - narraba el embajador en la minuciosa Embajada a Tamorlán.

O la embajada del franciscano Giovanni de la Pian del Carpini, enviado, en largo periplo, por el papa Inocencio IV "a través de Rusia meridional, con instrucciones de entrar en contacto con el Khan mongol (...) y también con instrucciones para contactar con el propio Preste Juan". El viaje desde Cumana por las estepas duraría tres años y el embajador papal pudo al fin alcanzar la corte del Khan. Pero no así la del legendario rey cristiano, que nunca llega a ver. En otro lugar, las jornadas exactas marcadas en los innumerables "Roteiros" de los navegantes portugueses del siglo, que miden las distancias en días de navegación. Frente a la enumeración, el recuento de los días de los roteiros, las jornadas del Reino son incontables, asimismo.

Un tiempo cíclico, innumerable, acompaña las jornadas del Preste Juan y su Imperio. Estaba señalado ya por las remotas predicaciones del apóstol Tomás, cuyo cuerpo yacía en algún lugar de la India, incorrupto. Así, sabemos que el "Árbol de la vida", uno de los raros atributos del mismo, "era guardado por una serpiente dos veces mayor que un caballo, teniendo además nueve cabezas y dos alas. Vigilante todo el tiempo, ella dormía apenas el día de San Juan Bautista, cuando se podía recoger el bálsamo que el árbol produce y del cual se elabora el crisma y el óleo sagrado". El Reino se relaciona a veces con Juan el Apóstol - el que nunca murió, según la leyenda. También con el regreso de los Tres Reyes Magos de Oriente a sus reinos remotos -tras el legendario viaje al portal de Belén. Del Emperador se dice que tiene más de cien, de doscientos años... Éste es un tiempo extenso, ya en el límite. A él se llega por ejemplo desde la "Tierra de Vaqueira", también imprecisa: "De aquí se va hombre por muchas jornadas ".




Pero aunque distante y remoto en las jornadas y los desiertos, del Reino llegan noticias en ocasiones, algunos signos.

Así, la minuciosa carta que en 1150 hubo de escribir el Preste Juan a los personajes principales de Occidente - el reino de lo cercano - entre ellos al emperador de los romanos Manuel Comneno, a Federico I o el Papa Alejandro III. La Carta recogía la noción de la inmensa distancia también: "Hacia la otra parte del desierto se encuentra una tierra llamada Femenia, en la que ningún hombre puede vivir más de un año. Y aquella tierra es muy grande, pues en atravesarla a lo largo o a lo ancho se tarda cincuenta jornadas". En su descripción aparecen las figuras tradicionales de la extrañeza, la distancia: El río Sambatyon, infranqueable; las Diez Tribus perdidas; los animales salvajes; los seres mitológicos; el río del Paraíso "tan grande que sólo se puede atravesar en barco"; los desiertos o las murallas inabordables. "En las partes extremas del mundo, hacia mediodía, tenemos una ínsula grande e inhabitable en la que el Señor hace llover dos veces por semana (...) Nadie puede decir hasta dónde se extienden las demás partes de nuestros dominios".

La Carta fue editada y leída profusamente en los años siguientes. Noticias de la época dan cuenta también de una confusa relación sobre embajadores personales del Preste, que accedían a Europa. Pero nadie supo dar luego noticia precisa de ellos. En 1237 el abad de los frailes misioneros le comunicaba también al papa Gregorio IX:

"Hemos recibido muchas letras del patriarca nestoriano, a quien obedecen la grande India, el reino del Preste Juan y las tierras vecinas del Oriente".

Años más tarde de la primera misiva, en 1177, el papa Alejandro III envía a su médico personal - siempre nombrado como Giuseppe, sin más atributos - a que establezca contacto con el Preste. Parece que el enviado papal termina su misión en Abisinia "sin ningún resultado". En otros lugares se nos informa de que la misiva - encargada esta vez al "médico Felipe"- nunca llega y ambos "acabaron perdiéndose en algún lugar entre Roma y la India". El franciscano Odorico de Pordenone por el contrario, que viaja hasta la remota Catay un siglo más tarde anotaba en su De rebus incognitus que: "Cuando salimos de Catay yendo hacia el oeste (...) navegamos cerca de un mes, y llegamos a las tierras del Preste Juan, que no son de ningún modo como de ellas se cuenta". Esta carta era la respuesta del Papa a la que tiempo atrás había recibido y en donde, entre otras razones, se le invitaba al Preste que estableciera una iglesia en Roma "para la unificación de la cristiandad" y a que regularizara el intercambio de embajadores. La carta, asimismo, nunca recibió respuesta.

Viajeros posteriores, embajadores varios, llevan como misión, además, establecer contacto con el Imperio. Reciben noticias, escuchan relatos sobre el mismo, intercambian opiniones. Pero el Preste no termina de ser alcanzado, separado siempre por el desierto, por un espacio inmenso, unas arenas infranqueables. En un momento determinado, a partir del siglo XIII, la presencia de los misioneros franciscanos cerca del imperio de Etiopía contribuye a situar en aquel país por fin el lugar del Reino. "Esta es la razón por la que el papa Eugenio IV, al invitar al emperador abisinio al Concilio de Florencia en 1439, se dirigía a él como a: "Nuestro querido hijo, el preste Juan, ilustre emperador de Etiopía". Enviada la carta por medio del legado papal, el franciscano Alberto Sachiano, éste sin embargo nunca llega a su destino. En su lugar, refiere una crónica, "la recibieron el patriarca copto de Alejandría, Johannes, de quien dependía canónicamente Etiopía, y (...) el abad del convento etiópico de Jerusalén, Nicodemos". El rey Juan II de Portugal envía más tarde otros enviados "con muchos gastos que el Rey hizo en ello", sin que en ningún caso recibiera respuesta. Confusas noticias hablan de enviados posteriores, sin que alguno logre establecer contacto con el remoto emperador - hasta la expansión portuguesa en el siglo XV.

El Reino estaba ahora más cercano. Pero siempre se interponía el intervalo, esa terca distancia aún.



El viajero cordobés del siglo XV Pero Tafur - "hidalgo e cavallero andaluz"- nunca llegaría a la India Mayor, en donde se proponía alcanzar la corte del Preste Juan, tal como lo relata en su Viaje a Oriente. Pero sí conoció a quien había regresado del Reino y le traía noticias, por demás abundantes, de él. Desde El Cairo, -llamada "Babilonia" en sus memorias- el hidalgo había conseguido un permiso especial para acceder al legendario Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, "donde la tradición supone que Moisés vio la zarza que ardía sin consumirse". (Una noticia anterior, diez siglos antes, de la noble viajera Egeria había comentado que: "A la hora cuarta llegamos a la cumbre de aquel santo monte de Dios, el Sinaí, donde se dio la Ley, es decir, el lugar donde descendió la majestad del Señor el día en que el monte humeaba. En este lugar hay ahora una iglesia reducida, pues (...) la cumbre del monte, no tiene demasiada extensión pero la iglesia es de gran belleza"). Al monte y el oratorio en el desierto llegaban las caravanas de la India cargadas de mercancías, antes de alcanzar los puertos del Mediterráneo, y partir de regreso al oriente más tarde. (Del patriarca del monasterio se decía que: "elige patriarca para embiar a la India Mayor al Preste Juan" para que éste le suceda a su muerte). Más allá del monasterio se extendía el vasto desierto, unas tierras sin apenas noticias ciertas según se alejaban del mar Mediterráneo.

En la espera en el convento del Sinaí el cordobés conoce al afamado viajero veneciano, Niccolo del Conte, que venía en la caravana junto a su mujer y dos hijos y una hija "que ovo en la India". Habían recorrido un largo camino desde la costa malabar, por el Mar Rojo y los desiertos arábigos, hasta llegar a La Meca, donde es obligado a convertirse al Islam- aunque, añade, lo ha hecho sólo para proteger a su mujer y sus hijos. Enterado de los propósitos del viajero andaluz le apremia para que no emprenda el interminable camino:

"Por el amor que te he, pues eres cristiano y de la tierra donde yo soy, que no te entremetas en tan gran locura, porque el camino es muy largo e trabajoso e peligroso, de generaciones estrañas sin rey e sin ley e sin señor". Y además, añade: "Mudar el aire e comer e bever estraño de tu tierra, por ver gentes bestiales que no se rigen por seso e que, bien que algunas monstruosas aya, no son tales para aver placer con ellas". Y, concluye Tafur: "E tantas e tales cosas me dixo, e a la fin concluyó que, si yo no pasava volando, imposible era llegar allá".

Pero Tafur desiste entonces de acometer el azaroso viaje y, junto al veneciano, emprenderá el camino de vuelta a El Cairo. Durante el mismo éste le cuenta abundantes noticias del legendario Emperador, al que Niccolo afirma ha conocido:

"E preguntándole del Preste Juan e de su poder; dize cómo era muy grande señor e que tenía veinte y cinco reyes a su servicio, pero estos no eran grandes ombres, e aun muchas gentes de aquellos que no han ley ninguna e siguen el rito gentílico, le obedecen".


El Reino en las noticias del veneciano es, frente a la noción tradicional de un lugar armoniosamente cristiano en medio de los infieles, un país un tanto azaroso. Abundan los gentiles en él, los animales monstruosos, las tribus de los paganos. Una montaña inmensa lo rodea, tan alta que los de arriba nunca tienen noticia de los que viven abajo. "El Preste Juan e los suyos son tan católicos e buenos cristianos que más no se podríe dezir, pero que no han noticia ni se rigen por la nuestra iglesia de Roma". El viajero reafirmará la noción de la distancia, la ausencia de noticias que llegan del Reino. "Estando él allá, vido dos veces embiar embaxadores el Preste Juan a los príncipes de acá, pero no oyó dezir que oviese respuesta de ellos, aunque vido aderesçar al Preste Juan de venir con sus huestes fasta Jerusalén, que es mucha más tierra que de allá acá".

De regreso a El Cairo, Pero Tafur iniciará entonces su viaje de vuelta hasta Andalucía, que comienza en la ciudad de Constantinopla, ésta sí bien conocida y cartografiada, de la que escribe abundantes notas antes de emprender una azarosa travesía que le llevará hasta el puerto de Venecia primero, la Lombardía después, a través de los pasos de los Alpes más tarde.


Situado alternativamente "más allá" de las tierras del califato, del Gran Khan, de los escitas, o en "las Tres Indias", es a partir del siglo XIV que el Reino comienza a desplazarse a África, todavía mal trazada en los mapas, a los reinos que los embajadores y exploradores portugueses y aragoneses sitúan como "descendientes de la antigua Reina de Saba", en el impreciso territorio al Sur del Nilo. Pedro Manzano, embajador de Aragón, afirmaba en 1450 que el rey de Abisinia - el Negus Neguste - era el verdadero Preste Juan, descendiente directo de la Reina de Saba. Su poder, según decía, era igualmente incontable. Antes, a mediados de siglo, el cartógrafo genovés Angelino Dulcert, había sido el primero en dibujar el Reino "ao sul do Egito", según las crónicas portuguesas. También aparecía el mismo en el conocido Planisferio de Fra Mauro, el cartógrafo benedictino italiano, editado hacia 1457, en el que en las notas explicativas se indicaba que: "120 reinos tributaban al Rey y su ejército superaba el millón de hombres". El anónimo franciscano autor del Libro del conoscimiento a finales del siglo había escrito en él que: "Llegué a la ciudad de Molsa, do mora siempre el Preste Johan, que es patriarca de Nubia y de Etiopía (...) e pregunté por el Paraíso Terrenal".

En 1485 el rey Juan II de Portugal designa a los embajadores Pedro da Covilha y Afonso da Paiva para que viajen más allá de Egipto, con la intención de establecer contacto con la ruta de las especias entre el Mar Rojo y el Índico hasta la India, y de entrar en contacto con el Preste Juan, con quien se desea establecer una alianza frente a los musulmanes, que dominan todas las rutas de los estrechos.

Entre los presentes que el rey otorga a sus embajadores, se dice, figuran un salvoconducto real, "de latón, indestructible y escrito en todas las lenguas conocidas"; 400 cruzeiros y varias cartas de crédito para la banca. Llevaban un planisferio, "para señalar las tierras del Preste Juan cuando las alcanzaran". Y una carta oculta que el rey enviaba al Emperador, el cristiano rey de Oriente.

El itinerario de ambos es conocido hasta cierto momento. De Santarem partieron a Lisboa. De aquí a Valencia y después a Barcelona. Allí embarcan y se dirigen a Nápoles. De aquí a Rodas - última tierra cristiana que iban a visitar-  en donde recibieron la hospitalidad de la Orden de San Juan, todavía en poder de la isla, para partir de ésta ya disfrazados de mercaderes árabes al puerto de Alejandría, en donde enferman. De allí, cuando pudieron recobrarse, tomaron la ruta tradicional que seguía a Rosetta y luego a El Cairo. Embarcaron para Suez, cruzan como peregrinos las ciudades de La Meca y Medina y por fin en la costa, en 1488, se separan, con la intención de encontrarse de nuevo al regreso en El Cairo.



Pedro da Covilha hubo de alcanzar el cabo Guardafui, Aden de nuevo, Ormuz, la India y los puertos de las especies, Goa y Calicut. Afonso da Paiva cruza el mar Rojo para partir directamente hacia la tierra del Preste Juan. Murió en el camino y nunca sabremos si, por fin, las alcanzó. A partir de la costa del Mar de Eritrea los nombres de los lugares habían dejado de ser conocidos.

Cuando Pedro da Covilha regresa por fin, después de su accidentado periplo, a El Cairo, no encontró a su compañero Paiva. En su lugar habían llegado unos espías judíos del rey de Portugal - Rabi Abrao, de Beja y el zapatero Joseph, de Lamego - que le entregaron una cartas del rey en las que éste le ordenaba regresar y zarpar de nuevo en busca del Preste Juan. Covilha les entregó a su vez una extensa relación de sus viajes para el Rey, que se archivó en algún lugar de Portugal y que nunca más se ha encontrado.

Aquí su rastro se pierde, en el extremo de los mapas conocidos. Pedro da Covilha sería alcanzado, años después, por el embajador portugués Rodrigo da Gama en la corte del rey Nahud de Abisinia. "Allí vivía aún en 1526, al tiempo de la embajada de D. Rodrigo de Lima". Había arribado a la corte en vida de su hermano Alexandre, Negus y León de Judá. Aunque bien recibido, nunca se le permitió regresar y en Etiopía acabó sus días, en torno a 1530.



Seguían llegando noticias inciertas del Reino. En textos portugueses se menciona "um documento há pouco descoberto na Chancelaria de Alfonso V. Nele se menciona um certo Jorge, embaixador de Preste Joáo, que estava em Portugal em 1452". Nunca más sería nombrado y el rastro del enigmático embajador se agota en esta mención. El enviado del rey de Benim, llegado a Lisboa, informó a D. Juan II "que más allá de su país, cosa de doscientas leguas al oriente, había un príncipe muy poderoso, llamado Ogané, de quien el rey de Benim era vasallo". Otras noticias llegarían con Lucas Marcos, sacerdote etíope recién venido de Abisinia, "que había ido antes a Roma a besar el pie de Inocencio III".

Pero ahora el Reino iba a estar por fin más cerca. En 1497 partía la histórica expedición de Vasco da Gama, que doblaba el Cabo das Tormentas - da Boa Esperança, según la posterior denominación real - alcanzaba por fin la costa oriental de África, cruzaba el Índico y arribaba a Calicut y los puertos de las especias en la India.

Llegando a la costas de Mozambique, el anónimo redactor del "Roteiro da Primeira Viagem da Vasco da Gama" - atribuido entre otros a un tal Álvaro Velho, de la región del Algarve - contaba que:

"También nos dijeron que el Preste Juan estaba allí cerca, y que tenía muchas ciudades a lo largo del mar, y que sus moradores eran grandes mercaderes, y tenían grandes naves; pero que el Preste Juan estaba muy tierra adentro y que no se podía llegar allí si no era en camellos (...)".


¿Cerca? ¿Lejos? ¿"muy tierra adentro"? Sin duda la tierra del Preste Juan era la única que se prestaba a semejante definición, que escapaba a la certidumbre, la exclusión de Occidente. Pues ahora que se afirmaba estar tan cerca, se decía también sin escándalo que el acceso se prolongaba, y que el reino del Rey se demoraba. Una vez más, de nuevo. Una descripción posterior nos informa que "fue en Mozambique donde los portugueses recibieron las primeras noticias sobre las muchas ciudades, los muchos mercaderes, los muchos barcos del Preste Juan, aunque también supieron de su lejanía".

En carta al rey Manuel, en 1499, el informador Girolamo Sernigi le advertía, frente al entusiasmo de los primeros viajes a los puertos de la India: "no entiendo que haya cristianos allí con los que se tenga que contar, a no ser los del Preste Juan, cuyo país está lejos de Calicut". 

A principios del siglo XVI, Alfonso de Alburquerque, gobernador de las nuevas posesiones orientales de la Corona portuguesa, escribe una relación en numerosas cartas sobre los viajes que hubo de efectuar entre las costas del Océano Índico y el Mar Rojo, ahora alcanzado, después de siglos, por las naves occidentales.

En una de ellas, enviada desde el puerto de Mecua afirmaba que "Nom temos ja outra pemdença a na India, senam a do Mar Roxo e Adem (...) e prazerá a nosso Sehor se fizemos asemto em Mecua, porto do Preste Joham".

Y, más adelante, se sitúa por fin cerca, tan cerca del Reino, que a punto está de alcanzarlo:

" [El Jeque de Dalaca] Disse me mais que o Preste Joham se trabalhara per muitas vezes per ganar a ilha de Macua, e que non tinha com que passar a ela, e que tentava ja tapar o braço do mar que vay emtre a ilha e a terra firme, e nam podera... disse me mais que tinha grandes desejos de nos ver e de nossa conversaçam e trato e que le parecía que se aly chegasse capitam de vos´alteza com armada, que viria ho preste Joham en pessoa". Francisco Álvares, miembro de una delegación portuguesa a la corte de Etiopía escribiría alrededor de 1520 una relación de la embajada como Verdadeira informaÇao das terras do Preste Joáo das Indias.

Alburquerque iba a estar más cerca todavía. En 1513 escribe al rey Manuel de Portugal:

"Numa noite escura, no Mar Vermelho, quando a armada, ancorada fora da porto, esperava pela brisa, surgiu no céu uma cruz luminosa que brilhou sobre a terra do Preste Joáo (...)

Eu tomey daquy que a nosso Senhor aprazia fazermos aquele caminho, e que nos mostrava aquele synall pera aquela parte. Mas, nao obstante, nao se levantou vento que levasse a armada a Macua".

El Reino estaba más cerca que nunca. Un intervalo constante, una pequeña diferencia, una contradicción nunca resuelta, se oponían a su acceso, a la plena presencia.

Cerca, pero también lejos. Un río, un desierto, una batalla perdida, el silencio, la muerte del embajador o los vientos contrarios señalaban la distancia. Siempre.



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