martes, 26 de agosto de 2025

Más allá del Paso Yang




En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero.
En el mesón dos sauces verdes aún más verdes.
- Oye, amigo, bebamos otra copa.
Pasado el Paso Yang no hay "Oye, amigo".

Wang Wei, s. VIII.

Una laboriosa polémica envuelve la localización de la llamada "Torre de Piedra", Turris Lapidea, que el geógrafo Ptolomeo había situado en su Geographia más o menos a la mitad de la antigua Ruta de la Seda, el camino a los Seres, los habitantes del Imperio Chino Han en el siglo I. La Torre de Piedra, afirmaba el astrónomo alejandrino, era el punto intermedio, paso obligado para los viajeros de la trabajosa ruta que llegaba desde las costas mediterráneas, la Bactriana o las ciudades persas hasta el remoto Imperio de los Seres, más allá de los montes Kun Lun y el desierto de Gobi. 

Ptolomeo había recogido las noticias que del viaje había anotado el viajero griego Maes Titianus, el cual no había llegado hasta China en persona. Pero había enviado a algunos otros en su lugar - según la noticia que a su vez recogía el geógrafo Marino de Tiro:

"Marino nos cuenta que cierto macedonio llamado Maen, que era también llamado Titian, hijo de un mercader y comerciante él mismo, anotó la longitud de su viaje, aunque no llegó a Sera en persona, sino que envió a otro allí".

La Turris Lapidea aparecería en el relato de Ptolomeo como el principal lugar de referencia en el largo viaje que el macedonio Titianos habría emprendido desde el reino de los partos. Éste había cruzado el Eúfrates por Hiérapolis, habría descendido el valle del Tigris después, y accedido a la ciudad de Ecbatana para cruzar el peligroso paso al sur del Mar Caspio, denominado las Puertas Caspias. La formidable fortaleza sasánida estaba relacionada con Alejandro Magno en la literatura medieval, aunque su reconstrucción en realidad había tenido lugar durante el reinado posterior del persa Cosroes I. Una trabajosa descripción la definía como: "Un interminable desfiladero a través de las montañas que bordean la orilla sur del mar Caspio, donde los carros progresan en fila india entre paredes verticales, progresión que se hace más difícil y peligrosa debido a la confluencia de las aguas (...) y a las serpientes que pululan en estos lugares". El viaje de Titianos proseguiría más tarde hacia Arie - la actual Herat-, Bactra y las imprecisas montañas del Comedoi - el Hindu Kush, el Pamir o los montes Hissar- para alcanzar finalmente la Torre de Piedra, "donde comienzan las montañas que se unen al Himaos - el Himalaya".

Lugar de descanso y aprovisionamiento de las caravanas que a su vez surcaban desde Serica los áridos desiertos de la cuenca del Tarim, o de Taklamakan, Ptolomeo advertía: "Pero la ruta desde la Torre de Piedra a los Seres está sujeta a tormentas adversas". Aunque señalaba que: "Existe no sólo una ruta de retorno de los seres a Bactria a través de la Torre, sino también a la India...".


Esto último, no obstante, era problemático. Enviados los embajadores y jinetes chinos de los Han al remoto país de los yuezhi, más allá de los nómadas bárbaros, advirtieron que en sus mercados se hallaban con frecuencia "telas de Shu y bambúes de Qiong" que sólo podían proceder del Imperio. Los comerciantes les contaron que las preciosas telas provenían de mercaderes de más allá de las montañas del Nepal. Pero nadie supo encontrar a los raros viajeros, y cuando intentaron emprender el viaje por la supuesta ruta del sur encontraron con que ésta era impracticable, entre abismos de montaña y hielos que cubrían los pasos. Esta última expedición estaba encabezada por Zhang Qian, el legendario enviado del Emperador Wudi a las tierras de los yuezhi. El relato cuenta que "un poco más al sur, en el sector entre Kibin y Kumming (...) no consiguieron encontrar la ruta; hicieron más de diez tentativas, siempre infructuosas; pasaron allí más de un año, se juntaron otras dificultades, renunciaron y regresaron a Xián".

La nieve, unos ríos infranqueables cubrían la ruta al sur de las cumbres. Siglos más tarde, establecidas las tropas chinas en los pasos de montaña del Kun Lun, un funcionario imperial, Cen Can, destinado a la gélida frontera, escribiría en su Canción de la nieve

Cuando el viento del norte hace surcos en el suelo
se humillan las hierbas de la estepa.
En cuanto irrumpe el otoño,
avanza la nieve por la tierra de los bárbaros.

(...) Profundo en el abismo se hiela el desierto,
las nubes forman poderosas barreras.

En el crepúsculo se arremolinan espesos los copos,
la nieve se agita junto a las puertas.
A la sacudida de la tormenta resisten
los rojos estandartes, rígidos por el hielo.


La Torre de Piedra, escribía Ptolomeo, se hallaba a la mitad del camino - entre las rutas del norte y del sur que partían del corredor del Gansú. Allí se detenían todas las caravanas. Lugar tópico de la literatura sobre los mercaderes de la seda, siglos más tarde los historiadores no se pondrán de acuerdo sobre la localización de la legendaria puerta. De la que, sin embargo, Ptolomeo había dado unas referencias precisas - para la antigua topografía. (Y en un mapa incluido en el libro apuntaba su ubicación frente a "Scythia a este lado de Imaon y Serika"). 

Para el investigador moderno Riaz Dean: "La más probable localización de la Torre de Piedra de Ptolomeo era la montaña Takt-e-Suleiman, también llamada "Sulaiman-Too", que domina el este de la ciudad de Osh, en el Kirguistán". Pero otros artículos la sitúan en el Paso de Erkeshtan, en la frontera con China; en Daraut-Kurgan, en el valle de Karategia, al suroeste; o incluso en la cordillera del Pamir- según Marino. Ya en el siglo XI el astrónomo Al-Biruni habría recordado que Tashkent, capital de los uzbekos, significaba originalmente "Castillo o ciudad de piedra" y en ella situaba, enfáticamente, el emplazamiento de la antigua torre.


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Unas fotografías recientes recogen estas inciertas ubicaciones del paso legendario. En una de ellas aparecen unas casetas metálicas dispersas, una carretera precaria y un aparcamiento para camiones bajo unas montañas grises que se continúan a la distancia. En otra, unas antenas de radio cubren la falda de un monte, arenoso y pálido, como el resto del paisaje. Una llanura de piedra, un castillo a lo lejos entre la niebla. Unas colinas imprecisas más allá de la bruma. O unas murallas de adobe que surgen de entre la arena... Si en otros lugares las ruinas aún conservan el aura de lo que las precede, en el desierto los restos son ejemplos más definitivos, irremisibles, de la desaparición. Nada, un vago eco, un esfuerzo supremo avisa de que estas polvorientas dunas, estas llanuras desoladas, estos cimientos dispersos entre la piedra, sean las señales del antiguo trajín, una remota leyenda, un reino del que ya nada guarda noticia...

El desierto, pero también la banalidad, silencia todas las voces.

Pero ya un estudio clásico sobre estas remotas regiones de paso señalaba, en torno a sus ciudades, antaño legendarias:

"El elenco de las más importantes actualmente conocidas es de este a oeste el siguiente: Hami, Turfán, Karachahr, Kucha, Aksui y Kashgar (...) Otras ciudades y otros reinos - aún más ignotos- han existido en el sur de la Cuenca del Tarim pero han desaparecido ante el avance de las arenas". Cuando Zhang Qian regrese de la primera de sus azarosas embajadas al país de los yuezhi anotará al retorno de la cuenca del Tarim no menos de ocho ciudades-oasis diferentes, de las que sólo conservamos sus inciertos nombres.


Una geografía del páramo, la cotidianeidad del mundo señalada por el oasis. La cuenca del Tarim, se nos informa, es un inmenso valle desértico señalado por las ciudades-oasis intercaladas entre la arena. Sus límites son casi infranqueables. Al norte, están las montañas Tian Shan; al sur los inmensos picos Kun Lun, en el extremo de la meseta tibetana; al oeste las cumbres de los Pamires. En el centro se extiende el desierto, árido y vacío, del Taklamakan. (Del turco taqlar makan: "lugar de ruinas"). Los ríos, que renacen con el deshielo de las montañas distantes, nunca alcanzan el mar, riegan algunos valles efímeros y se pierden al final, agotados, entre las dunas. Dieron lugar, entre otros, al vasto lago de Lop Nor, al sur de las montañas, donde en tiempos se ubicaba el reino de Loulan. Pero hoy en día el lago se ha secado y sólo una extensión de arenas salinas cubre el cauce, las ruinas del reino.

Los oasis, las ciudades aduaneras, eran los lugares donde las caravanas descansaban y ejercían el comercio, antes de proseguir el viaje. Las caballerías, camellos y asnos eran relevados. En los mercados al aire libre se intercambiaban telas, piedras preciosas, colorantes, frutas exóticas, carneros y mulas. Entre los almacenes y los jardines urbanos, más allá, se extendían las dunas, las tormentas de arena, la llanura sin árboles ni manantiales. En una descripción repetida desde los primeros monjes budistas del siglo IV hasta Marco Polo, ya en el siglo XIII: "Después de las montañas venía el desierto, donde el calor y el viento rivalizaban con los demonios capaces de desorientar a los viajeros y separarlos de sus caravanas pàra hacerlos fallecer de sed y de hambre".

En el siglo V d. C., nos recuerda una historia del budismo en la región, el monje Fa Xian había emprendido un largo viaje, que le había llevado por la azarosa ruta de los Himalayas hasta los templos sagrados del budismo al norte de la India. Allí, en Pataliputra, había podido conocer - y copiar más tarde- los textos originales, sutras y discursos, de las distintas escuelas monásticas de la región. Que llevaría consigo en su ruta de regreso a China.

De su paso por el Takla Makan el monje Fa Xian recordaría:

"No se ve un solo pájaro en el aire, ni animal alguno sobre la tierra. Cuando agotado dirige uno la vista en todas direcciones para hallar una ruta que lo atraviese, se busca en vano; los únicos indicadores del camino son los huesos calcinados de los muertos".


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Al oeste de las tierras de los Han, el Imperio Chino, se extendían antaño los paises desconocidos, los desiertos y las mesetas hostiles. 

En su minucioso ensayo sobre la Ruta de la Seda, Luce Bolnois nos recordará que: 

"El lejano oeste es para los chinos un espacio mítico donde evolucionan los reyes y las reinas de las más antiguas leyendas, como la reina Xiwangmu, la "reina madre de Occidente", que lleva un fénix unido a su carro y un bestiario fabuloso de seres híbridos de hombres y animales que habita los montes Kun Lun, de los que la geografía real guardó el nombre. Allí se encontraba, también, el melocotonero de la inmortalidad. Pero más cerca de los chinos, tanto al oeste como al norte, en su vecindad más inmediata, estaba el enemigo: el nómada, el bárbaro, el xiongnu, el jinete mongol".

China - el país de los Seres en la terminología ptolemaica- era el centro del mundo. A su alrededor las amplias, interminables estepas de los xiongnu - "esclavos furiosos"- cuyas sangrientas apariciones conducirán a la construcción en el siglo V a. C. de la Gran Muralla, en un intento, infructuoso por lo demás, de contener sus incursiones desde Siberia a Xingjian.

Occidente es el lugar de lo remoto. Detrás de sus áridos confines, hacia el lugar donde se pone el sol,  surgen relatos como los de la presencia de los seres monstruosos, las regiones oscuras, rumores inciertos que habitan en el silencio de las dunas. También puede surgir una leyenda como la citada reina Xiwang Mu, la "reina madre de occidente", que gobierna más allá de los montañas. Una descripción de su figura, representada en frescos y pinturas, indica que:

"A veces se la representa como una mensajera, su discípulo preferido, la "mujer misteriosa de los nueve cielos" identificada como qingniao, el pájaro de tres patas del Libro de los montes y los mares, el "xuanniao", el"Ave sombra" de la dinastía Shang". El repertorio iconográfico aludirá a las distintas representaciones: con un pájaro azul, un tigre blanco, un zorro de nueve colas o una liebre - reminiscencia, se nos indica, de la luna.

Uno de los primeros mapas del territorio aparecía en el capítulo "El tributo de Yu" dentro de un repertorio clásico que enumeraba las nueve provincias del emperador Yu, en el siglo IV a. C. Una descripción del mapa nos indicaba que:

"El primer estrato corresponde al dominio imperial, el segundo a los dominios de los príncipes feudatarios, el tercero a la zona de pacificación o zonas de provincias civilizadas en parte por China, y el cuarto la zona de los bárbaros aliados. Finalmente en la periferia extrema viven los pueblos salvajes, no civilizados".

El mapa seguía el esquema clásico según el cual la tierra se representa - y se concibe- como un cuadrado, regularmente dividido bajo un cielo circular, que lo abarca todo. El centro del cuadrado corresponde al Palacio Imperial.

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Dos rutas tradicionales surcaban la cuenca del Tarim, bordeando el desierto Takla Makan en su interior - y el no menos árido desierto de Gobi al norte. Según el Hou han shu - o "Libro de los Han posterior - "a partir de Dunhuang se alcanzan los pasos de Yumenguan (el Paso de la puerta de jade) y Yanguan (el Paso del sol o de la vertiente soleada de la montaña (...) Estos dos pasos están en pleno desierto y en ellos se hacían los controles aduaneros y policiales". Llegando, tras una trabajosa travesía, a los montes Pamir la ruta del sur "lleva a Suoche, actual Yarjand, cruzando los reinos de Jumo, Jingjue y Jumi". La ruta del norte a su vez "conduce a Gaochang; se extiende a lo largo de las montañas del norte y desemboca en Shule (actual Kashgar)".

El desierto, las invasiones mongolas, el agotamiento de las últimas fuentes de agua... Una gran parte de estas antiguas ciudades y pasos fronterizos fueron en algún momento sepultados por la arena. Y más tarde olvidados. El ruso Kotzov a finales del siglo XIX encontraría en la estepa de la Mongolia Interior los restos de la ciudad de Khara Koto -  o Ciudad Negra- que nadie había sabido situar antes exactamente. O, en un viaje azaroso, entre las tormentas de arena negra y la imprevisión - que les lleva a agotar sus últimas reservas de agua - el sueco Sven Hedin halla, casi por azar en las mismas fechas, las ruinas de Dardak Oilik

Vagaban en torno a la región de Jotán, antiguo centro del comercio de jade, donde se internan por el desierto. Las temibles tormentas de arena tapaban todas las señales. El explorador sueco recogía en su relato el testimonio de un viajero chino del siglo VII:

"No hay agua ni vegetación, pero a menudo se levanta un viento cálido que arrebata el aliento a hombres, caballos y bestias (...) Casi siempre se escuchan silbidos estridentes o gritos fuertes; y cuando tratas de descubrir de dónde proceden te aterra no encontrar nada. (...) Después de cuatrocientos li se llega al antiguo reino de Tu-ho-lo. Hace mucho tiempo que ese país se transformó en un desierto. Todos sus pueblos están en ruinas y están cubiertos de plantas silvestres".

Informados por un guía local "fuimos a las ruinas de la antigua ciudad, a la que nuestros guías llamaron Dardak Oilik, las Casas de marfil. La mayoría de las casas estaban enterradas en la arena". Guardando algunos objetos encontrados la expedición tiene que regresar casi de inmediato, para evitar ser alcanzados por la sed y las tormentas. Sven Haiden no es un arqueólogo. Es un explorador incesante, empeñado en recorrer los lugares donde él supone nadie ha cruzado hace siglos. O incluso aquellas regiones, como las fuentes del Brahmaputra y los monasterios del Tíbet, donde asegura ser el primer europeo que las conoce. Es el heredero infatigable de una tradición de vagabundeo y exploración, de una búsqueda del exotismo que viene del siglo XIX y nunca le abandonará.

Tiempo después encontrará en el cauce seco del lago Lop Nor las ruinas de la antigua capital de Loulan, un reino citado en los anales de los Han, que nadie antes había hallado.

"En Ying Pen, una antigua estación en el viejo camino chino, encontramos dos recodos del lecho seco. Allí medimos y fotografiamos las ruinas que áun quedaban. Una torre tenía ocho metros de altura y su circunferencia treinta y un metros. Había un enorme muro circundante con cuatro puertas y muchas casas y varios muros en ruinas". Haiden proseguirá sus viajes incesantes - rodeado de camellos, jinetes cosacos, albardas sobre los yak tibetanos, cuadernos de dibujo e instrumentos topográficos- y su lugar como investigador de las ciudades descubiertas lo ocupará el arqueólogo Marc Aurel Stein, a quien había comunicado en su momento sus hallazgos, y quien más tarde encontrará entre otras la formidable biblioteca de textos búdicos de Dardan Ulik.


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La fascinación por el viaje, el asombro, heredado del romanticismo, por la aventura. Viajeros del final de siglo, como el ruso Przewalsky, el sueco Haiden o el húngaro Stein aún lo recrean. O el alemán Von Richtofen a quien se debe la denominación de la Ruta de la Seda. A mediados del siglo XX la parisina Freya Stark o el británico Robert Byron todavía emprenden un recorrido que les llevará a alejarse de las costas del Mediterráneo en dirección a un Oriente incierto, aún presos de una fascinación que no nombran. Sus azarosas rutas cruzan los nombres, las ruinas, las incertidumbres de la milenaria Ruta. En su viaje hacia el este Freya Stark intentará reconstruir entre los restos que aún permanecen el periplo del recorrido de Alejandro Magno hacia la India, en un minucioso dialogo con una aventura que le fascina. Byron, en su lugar, dibuja las torres y los minaretes de una civilización de los safávidas cuyos templos encuentra en medio de las ciudades afganas modernas. (Bruce Chatwin, que escribiría a su muerte un encendido prólogo del "Viaje a Oxiana" lamentaría en él: "Ya no nos tumbaremos de espaldas en el Fuerte Rojo, mientras observamos a los buitres volar en círculo por encima del valle donde mataron al nieto de Gengis Khan (...) No entraremos en la tienda nómada ni escalaremos el alminar de Jam. Nunca jamás").

Pero en algún momento del siglo acaece también la desilusión. Y la noción de un viaje que ha perdido su término, y que ya no tiene objetivo. Porque éste, y la antigua aventura, se han desvanecido. (Y la formidable presencia de sus objetos). En uno de sus viajes a Persia, alcanzado el valle de Lahr desde Teherán, la escritora y arqueóloga suiza Anne Marie Schwarzenbach, frente a las ruinas que debe excavar, escribe - en su "Muerte en Persia":

"Pero mucho más solitario que Yezdi Yazd, que los solitarios pueblos serranos y las tiendas de los nómadas de la estepa es el valle de Lahr. Sobrepasa lo humano, como si estuviera situado por encima del límite de árboles, y los nómadas y muleros que lo atraviesan en verano lo abandonan a los pocos meses, y la nieve lo cubre todo". Su errancia, que había comenzado años atrás en Berlín para continuar en España, Rusia, Afganistán o el Congo Belga, carece de objeto, como comienza a manifestar a lo largo del libro, recuento de uno de sus varios viajes a Persia. ("En efecto, de errancias trata este libro, y su tema es la ausencia de esperanza", apunta en algún lugar). Y en un relato posterior, que titulará "El valle feliz", éste, el valle de Lahr, con las cumbres del volcán Demavend al fondo, se manifestará como el lugar del límite, perdida ya toda referencia a un origen del viaje. Perdida también toda continuación del mismo, en ese lugar que la escritora definirá como inconcebible, sin salida al final. Todos los objetos, todos los lugares habían olvidado su fascinación primera.

"El aire es sano y fresco, pero el sol de día es letal. Y no hay sombras. A estas alturas ya no hay árboles. Estamos en los límites del mundo".



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viernes, 27 de junio de 2025

En Ávila

 


En Ávila, mis ojos, 

dentro en Ávila.

En Ávila del Río 

Mataron a mi amigo,

dentro en Ávila.


miércoles, 18 de junio de 2025

Noticias del Frente del Norte

 

 Noticias del Frente

Aquel otoño del 37 debió de ser excepcionalmente frío. Tras la caída de Bilbao en agosto de ese año, una niebla permanente, contaron, acompañó el reinicio de las hostilidades en Cantabria a continuación. El hielo, la ventisca fría, cubrían los Picos de Europa, taparon los puertos asturianos al final del verano.

Yo buscaba una suerte de memoria de aquellos días, más allá de la crónica militar, de las digresiones políticas al uso. En algunas páginas sueltas del “Diccionario para un macuto” del navarro Rafael García Serrano había hallado a veces una evocación de los días y el clima de la guerra que en otras historias o manuales al uso no surgían.

Estaba en concreto buscando algunas páginas en donde se recordaba el final de la Campaña del Norte. Tras el caluroso agosto el primer otoño había traído un clima hostil sobre las montañas. Aquélla había tenido lugar tras el derrumbamiento del Cinturón de Hierro de Bilbao, el confuso pacto de Santoña entre el PNV y los italianos, la acelerada toma de Santander a continuación. Antes, durante unos meses había sucedido, describe García Serrano entre otros, una especie de pausa en la que los requetés navarros regresaron de permiso a los valles de Alarar o el Baztán – otros bajaban a la Ribera-, se reciben noticias del frente de Madrid, algunos solicitan un permiso para viajar a San Sebastián, y en una descripción efectuada como de paso, nombra una ciudad en la que aún persistía la costumbre del veraneo antiguo, pese a todo, y los afortunados cenan en Xauen, tertulian en el Hotel Continental o acuden al remozado bar de Pedro Chicote, cuyo local en la Gran Vía madrileña había sido socializado. En alguna otra crónica - una relación de la estancia de Edgard Neville en medio de sus filmaciones en los frentes, los encuentros con Agustín de Foxá y la redacción de La ametralladorahabía encontrado el término de “el verano prolongado” referido a la ciudad aquel año.

Un clima frío, inhóspito, se instalará a primeros de septiembre en las montañas cantábricas, donde tiene lugar la campaña final del Norte a continuación.

Noticias de los días… Una evocación del paisaje de estaciones de tren y oscuras tabernas, en unas calles donde los capotes militares refuerzan el escenario sombrío, surgía en una novela posterior de García Serrano, “Los ojos perdidos”, que narra un día de permiso de un alférez provisional en los bares de la ciudad de Gambo, - una mención de Pamplona, seguramente- entre la aspereza del frente de donde viene y la inminencia de otro frente cercano, adonde ha de partir a continuación. Ninguno de estos dos se nombra, pero su presencia flota, constante, sobre el momentáneo sosiego de la ciudad cercana a la frontera.

Antes, un aire como de veraneo antiguo persistía aún. Se filtra a veces a través de las noticias que de la costa guipuzcoana y de las playas del país Vasco francés, con lugares como Biarritz o San Juan de Luz, aparecen en las crónicas de aquel verano. Las encontré por ejemplo en el libro, por lo demás delirante, de memorias del embajador norteamericano en la guerra, Claude Bowers, el cual justifica todos los crímenes del bando republicano como “necesarios”, defiende su legalidad irreprochable y llega a afirmar que Negrín y sus ministros dormían en las cárceles para proteger a los presos- Bowers será inmediatamente destituido con el reconocimiento del régimen en 1939. (Alejo Carpentier por las mismas fechas escribía que: “Si yo fuese miembro del Gobierno de Valencia, invitaría al señor Claudel a darse un paseo por estas regiones. Se convencería de que el único crimen cometido con ciertas iglesias- !bien pocas!- ha consistido en transformarlas en hospitales de sangre o en museos públicos”).

Pero en su estancia en el frente durante aquellos meses previos– empeñado en una tarea de rescate por barco de los súbditos americanos que lo solicitaban- el diplomático viaja continuamente al otro lado de la frontera, se reúne con embajadores y exiliados varios en la costa francesa, y apunta en alguna parte:

“Este lugar está compuesto de lo que popularmente es conocido por una playa internacional de moda, y era agresivamente franquista (…) Los hoteles y las villas estaban atestados de refugiados de la nobleza y la aristocracia, y un forastero, paseándose por la playa de san Juan de Luz, habría creído hallarse en una ciudad española, puesto que la mayor parte de los transeúntes hablaba en español. Estos llenaban el bar Vasco de san Juan de Luz y el bar Sonny en Biarritz a las horas del cóctel (…) Muchos habían llegado del territorio leal por medios tortuosos”.

Hasta allí llegan ecos del frente, recogidos desde una retaguardia cercana… Pio Baroja, refugiado en los primeros días de la guerra en San Juan de Luz, recogía también en unas notas – que no serían publicadas hasta muchas décadas después- las noticias y el ruido que desde el otro lado de la frontera llegaban al, por otra parte plácido, puerto francés. Despotricando de un modo ferozmente barojiano contra tirios y troyanos – republicanos y carlistas- en algún momento contrasta la sensualidad de la playa de san Juan con las noticias y el rumor de los bombardeos más allá del Bidasoa. Y con las llamas nocturnas y las luces sangrientas que del incendio de Irún llegaban hasta la villa. Una niebla constante, una fría llovizna, afirmaba, cubrieron aquel primer verano de guerra.


El tiempo detenido entre las batallas, luego… Algo más lejos, en la fría Castilla, Dionisio Ridruejo describirá también en sus memorias los primeros días del invierno en la ventosa ciudad de Burgos, que durante un tiempo se convierte en capital del Alzamiento. Los uniformes inundan las calles, los cafés, el paseo del río; también las tejas clericales y los manteos pardos. La ciudad está cercana a un frente inmovilizado durante algún tiempo. Del norte de Burgos, de las montañas palentinas, partirán más tarde las brigadas castellanas hacia los puertos asturianos y leoneses. Las líneas de las trincheras, desde el primer mes de la guerra, están inmovilizadas en ellos.

Frente a las noticias que llegan de la otra parte, que hablan de la transformación de un escenario tradicional de las ciudades – en Barcelona han sido quemados todos los templos, dicen, banderas rojinegras inundan las calles, la población viste con monos azules, en las calles los fusiles se amontonan frente a las terrazas – Ridruejo recreará la noticia de una vida provinciana que aún se mantenía a despecho del rumor de los frentes cercanos:

“El barrio de la Castellana, algunos restaurancitos chicos de lechón y clarete y (…) el hotel Condestable, lugar casi obligado para las comidas de compromiso”. El catalán Ignacio Agustí, exiliado de Barcelona, que en Valladolid edita la revista Destino, define ésta como “una ciudad sombría”. El Diario palentino, en medio de la guerra - que se mantiene en los puertos del norte de la provincia- aún describe: "Los lugares tradicionales de paseo: la orilla del río, avenida de Valladolid, la carretera de Grijota, la calle Mayor y, cuando el tiempo es bueno, (...) la floresta de san Diego, el Cerro del Otero, la fuente de la Salud...".

 Más al sur, el voluntario británico Peter Kemp, de camino hacia algún frente, se detiene en Ávila. La describe al llegar como “Situada en una colina, rodeada de almenadas murallas, y relacionada para siempre con el nombre de santa Teresa”. En un hotel de la fría ciudad se reúne la colonia extranjera: periodistas, diplomáticos y voluntarios, de camino hacia alguna otra parte. “La cena fue excelente, el vino abundante y animada la conversación en todas partes”.

La campaña en el Norte se reanuda poco después. Bajo la montaña, en los pueblos de la antigua Castilla, los voluntarios italianos habían tenido un tiempo de reorganización después de los avatares de Guadalajara y se agrupan en ciudades como Peñaranda de Duero – de donde acuden los días de permiso a la cercana Aranda de Duero, mucho más animada- o Briviesca, en la que ocupan todas las terrazas de la carretera a Miranda de Ebro. Algunos jóvenes locales se quejan de que siempre llevan el uniforme impecable, y son los primeros en salir a bailar a la verbena de la plaza. Renzo Lodoli, oficial de la División Littorio, recuerda su estancia en Villarcayo:

"Estábamos en un pequeño pueblo de Villarcayo, a unas millas del frente. Era julio y desde marzo alguno no había luchado. Me acuerdo del casino de Villarcayo. Nosotros: pretenciosos, el humo, el olor a humanidad, lleno de canciones, el desfile de los oficiales...". (Mussoliniano convencido, al final de sus memorias de guerra defenderá que: "Sin la victoria de Franco en España se habría afirmado un régimen comunista" para lamentar después que en España, a excepción de "unos cuantos saludos y símbolos", no se hubiera instaurado un régimen fascista en el fondo).


Desde Medina de Pomar, un oficial desconocido, Guglielmo Sandri, recoge en su cámara la estancia en la comarca de las Merindades burgalesas: unos pueblos absortos entre las piedras y el calor de las eras. (Una crónica afirma que también tomaría imágenes de la campaña de Santander, pero éstas nunca han aparecido). No serían publicadas hasta 1992, en que alguien encuentra los negativos abandonados en una casa desmantelada de la provincia de Bolzano. Las fotografías nombraban el tiempo detenido en la estancia de los voluntarios, que se sientan frente a un pórtico de piedra en las afueras de algún pueblo y miran hacia la cámara. Y de un tiempo, detenido mucho antes, en las viejas enlutadas que barren las escaleras de ese mismo pórtico; en unos aldeanos que regresan, como cada tarde, con las caballerías al pueblo. Otra noticia nos habla de las fotografías que otros voluntarios están tomando en el mismo momento, alejados del frente. De Michele Francone o Maurizio Lorandi. El primero recorrerá los diversos lugares de las batallas según el CTV está avanzando: Santander, Aragón, Levante, el Ebro, Cataluña, para acabar en el avance final, la última semana de la guerra, que se incia desde Toledo hacia Madrid. El segundo recoge las imágenes del ocio de un verano caluroso en las Merindades, en Aragón después. (Una enumeración, ciertamente evocadora, nos dice que: "Hubo italianos en el valle de Tobalina, Merindad de Cuesta Urría, Trespaderne, Valle de Losa, Merindad de Sotoscuera, Espinosa de los Monteros y Merindad de Valdeporres"). Los italianos, cuenta otro relato, llevaban con ellos su propio aceite de oliva y se acercaban hasta Burgos para comprar el pan de la capital. (No podían sufrir ni el aceite ni el pan local, contaba el mismo relato). De su estancia en Quintana de Valdivieso una historia local recuerda que: "El recuerdo del pan también es claro, ya que estos soldados se lo regalaban (a los vecinos) blanco y hasta entonces lo habían comido negro y muy malo". El sargento Alfonso Covone, forzado por una herida a permanecer en las oficinas de Burgos, realiza una serie de fotografías de la ciudad durante su estancia obligada. "En sus fotografías podemos ver que lo que más le gustaba fotografiar eran las arquitecturas religiosas de la ciudad, así como sus monumentos típicos como el Arco de Santa María". Otras imágenes suyas sin embargo recogían el paseo acostumbrado a la tarde por el Espolón, los amigos vestidos con uniforme y las madrinas de guerra con blusas estampadas que en las terrazas se citaban todos los días.

Debió de haber luego unas semanas de calor implacable, ese calor del norte húmedo, inmisericorde, que se pega a las ropas, en los primeros días de la campaña de Santander, adonde acuden las tropas del Corpo di Truppe Volontaire italianas. Desde el cerro de la Maza al norte de la provincia, que domina los pasos hacia la Cordillera Cantábrica, la misma historia relata cómo al comienzo de la campaña: "Al acabar el día, las tropas italianas ya eran enteramente dueñas de la carretera principal a Santander". En el frente oriental las brigadas navarras y castellanas habrían copado a los republicanos en la llamada "Bolsa de Reinosa", entrando en la ciudad a continuación.


El periodista Indro Montanelli recoge en un artículo los días finales de aquélla, poco antes de la entrada en la ciudad:

“Los rojos han movilizado su radio- escribe en su crónica a Il Messagero –. Toda la noche han voceado con admirable unanimidad. Es por ella que aprendimos que los milicianos en el frente de Santander no fueron desbaratados, sino que “se retiraron por razones estratégicas”. Y, más adelante, describe: “Nos encontramos en el fondo de un valle, un brochazo verde en un pardo paisaje (…) Un largo paseo y un solo enemigo: el calor. Un calor en picado, arrogante, brutal”.

Esta crónica, alguna otra similar del escritor, - como la titulada "Nuevo avance de veinte kilómetros de los legionarios al norte de Reinosa"- provocarán su retirada de la campaña del Norte y su obligado regreso a Italia. Las autoridades militares habían deseado – y consiguieron que algún reportero redactara en su lugar- una descripción de una entrada heroica de los voluntarios en Cantabria, vagamente épica, que contrastaba con la relación del periodista florentino del paseo de unas brigadas por una carretera de la costa sin oposición alguna, -con la rendición de las últimas tropas del gobierno republicano-, protegidas en los altos por las columnas navarras, señalaba, y agobiadas únicamente por el calor de agosto de aquel año. Los voluntarios - además del permanente recurso a la radio, que, recuerda algún lugareño, escuchaban constantemente en los bares- leen el diario Il Legionario, que ha comenzado a editarse cercano al frente. (Un subtítulo posterior lo anunciaba, retóricamente, como "Giornale de lavoratori combattenti in Spagna in difesa della civiltá europea, contro la barbarie rossa", antes de volver al más sencillo “Quotidiano dei volontari italiani”). Las noticias sobre España eran publicadas cotidianamente en la prensa italiana. 

Los burgaleses escuchaban la radio, también. Recordando la función del "parte" el descrito en su momento como "cronista oficial" de la prensa nacional, Víctor Ruiz Albéniz, escribía desde Salamanca: "Un cornetín toca atención: es el parte oficial del CGG. Noticias de última hora. Hasta el más escondido rincón, hasta los pueblecillos inaccesibles perdidos en los riscos de las montañas o en los rincones de la costa, llega la voz de Salamanca". Un periodista italiano anónimo había comentado la instalación de receptores en los bares de las Merindades, de los que estos habían carecido antes.


Inmediatamente después se incia la batalla de Asturias. Esta vez los nombres recogen los topónimos de unos pueblos de montaña a los que, tiempo atrás, el Consejo de Asturias había fortificado. "El general Muñoz Grandes, con sus Brigadas Navarras, desciende por el Pinar de Lillo y llega a Cofinal (...) Caen las Minas de Talco, Castiltejón, La Granda, Valerianos (...) En los primeros días de octubre, caen San Isidro, Tarna, Pajares, Somiedo... El 21 de octubre, la caída de Gijón da por concluido el Frente Norte". Luis María de Lojendio, en la Oficina de Prensa en ese momento, - y que más tarde luego llegaría a ser abad del Valle de los Caídos-, recordaría cómo en la Sierra de Cuera: "Avanzaban los soldados envueltos en sus grandes capotes pardos, azotado el rostro por los vientos del Atlántico, empapados en esa lluvia fría, fina y penetrante que arrastran las ráfagas del noroeste".

En Italia las noticias sobre España son leídas a diario. Una referencia del oficial Davide Lajolo, escritor piamontés de origen campesino, comentaba que: "Los viejos campesinos españoles (...) sabían a esas alturas que aquellos italianos eran todos gente de la tierra, braceros". Afirma luego que: "Muchos habían echado la solicitud (...) con la esperanza de poder hacerse con una hacienda". El siciliano Leonardo Sciascia recordará después - en relatos como L´antinomio - la obsesión que en su juventud guardaba con la contienda española y la semejanza con su Sicilia natal que ésta le provocaba. 

Novelaría tiempo después un relato sobre un voluntario anónimo, en el que éste recordaba al principio: "Era bella Cádiz, recordaba a Trapani, por el blanco de las casas más luminosas, y también Málaga era bella en aquellas jornadas de febrero plenas de sol, y el buen vino y el cognac". Más adelante escribía, sin embargo: "Guadalajara, la batalla por Madrid, eran un infierno: desde la primavera dulce de Málaga no habría creído nunca que pudiese encontrar en España un invierno tan violento".

Escasas noticias veraces de los frentes llegan habitualmente a la prensa republicana. En su lugar se repiten los titulares sobre la unidad y la inquebrantable resistencia de los milicianos que ocupan las portadas y las páginas interiores de los periódicos, en un cuerpo de letra desmesurado y con abundancia de exclamaciones. Una pequeña nota titulada “Parte de guerra”, elaborada por el organismo oficial correspondiente, - Ministerio de Defensa- anunciaba normalmente que las líneas no se han movido y que las tropas leales han avanzado en tal o cual dirección. Pero en el norte la localización del frente inamovible está cambiando a diario, en dirección a la costa. Lo que, en algún raro momento se traduce como “ligera rectificación de nuestras líneas en el sector de Santoña” corresponde a las noticias que, desde el otro lado, anuncian el derrumbamiento de todo el frente.

En algún momento, enfrentados en la base de Albacete los voluntarios internacionales a las noticias oficiales, aquellos protestan. "El brigadista británico John H. Bassset recordaba las protestas de sus camaradas a los que un comisario obligó a asistir a la lectura en público de Frente Rojo, un periódico que siempre decía que la República iba ganando, aunque sus hombres se batieran en retirada", apunta una historia de las Brigadas Internacionales.


La prensa republicana seguía sin fisuras el principio del periodismo como propaganda. La ideología sustituía a los acontecimientos. Los grandes titulares – a dos tintas en el caso de Frente Rojo o Mundo Obrero- repiten, en todos los números, la llamada a la Unidad – unidad que, promovida por la Komintern, sólo se produciría con la fusión de las juventudes socialistas y comunistas para formar las Juventudes Socialistas Unificadas. La Voz de Cantabria, incautada por el Frente Popular y editada en Santander, repite a diario el mantenimiento de la iniciativa en todos los pueblos, los montes y los puertos del Cantábrico. La derrota del fascismo se anuncia inminente de una u otra forma. ("La guerra está ganada en toda España" proclamaba un número de mayo del 37 de Euzkadi roja). Los frentes se mantienen. Notas sobre el imparable avance en todos los lugares aparecen a diario en la Gaceta del Norte. También noticias sensacionalistas como la de las heridas recibidas por el general Cabanellas en Talavera, un atentado contra Gil Robles en Salamanca, la sublevación de la ciudad de Valladolid - o, dentro de otro registro, una fotografía de la viuda de Lenin "detenida con motivo del proceso llamado de los trotskystas".

El voluntarismo ilustra las portadas: "¡Euzkadi es invencible!" titula aún en mayo de 1937 uno de los últimos números de CNT del norte. También las noticias falsas. "Se lucha ya en el interior de Toledo" proclamaba el mismo número. Y en otro anuncia la sublevación de la ciudad de Ceuta, aplastada, afirman,  con miles de fusilamientos. (Una descripción, ya en la posguerra, de la enciclopedia Espasa-Calpe, comentará cómo: “Pero adoptada por aquél – el gobierno de Valencia- la “táctica de la mentira” (…) llegó a conseguir frecuentemente un resultado contrario al buscado, al intensificar en todas partes el interés de escuchar la radio nacional”. El navarro García Serrano incluye un capítulo titulado “Donde se escucha el parte original a medianoche mientras llueve lo suyo” en una de sus novelas sobre aquel primer momento bélico. Las noticias sobre “el parte”, la radio de galena en las repisas de las cocinas se repiten en otros lugares).


Del periodismo, de la propaganda como obligada lectura entre líneas. “¡Bilbao será la tumba del fascismo!” titulaba la revista Acracia el número del 19 de junio de 1937, mientras las brigadas navarras entraban en la ciudad. (Mucho más acertadamente, el conde de Foxá había afirmado en su momento que: “El cura Yzurdiaga será la tumba del fascismo” a sus regocijados contertulios, que detestaban por igual al agreste padre navarro). Y, una semana después, el mismo semanario anarquista afirmaba: “¡Bilbao volverá pronto a ser nuestro!”. Era la primera noticia de la toma de Bilbao que aparecía en la revista, editada en Gijón.

No había apenas información militar de los frentes. En su lugar los grandes titulares victoriosos. “¡Asturias volverá a ser nuestra!” proclamaba en portada un número de Mundo Obrero de octubre de 1937, en lo que era el primer reconocimiento de la caída de Asturias. Y, en un último número editado también en Gijón “¡Unidad de acción internacional que obligue a salvarla!”. (Finalizada la arrolladora campaña de Aragón, la batalla del Ebro y a punto de comenzar la campaña de Cataluña, el mismo rotativo proclamaba en primera página, inalterable: "Los invasores volverán a estrellarse en los frentes contra la invencible moral de nuestro ejército").


Refugiado oscuramente en el Madrid miliciano de la guerra, el escritor Rafael Cansinos Assens había anotado en su Diario de aquellos días: "Los periódicos no cuentan la gravedad de la situación (...) Mundo obrero estampa algunos versos de Rafael Alberti, el titulado poeta del Partido Comunista, ponderando el heroísmo del pueblo matritense y del río Manzanares, que no permitirá al enemigo cruzar por sus márgenes. La radio oficial está también invadida por una legión de berreantes poetas y poetisas que parafrasean la consigna del Majakowski español". Ninguna otra noticia llegaba a la capital. (Cuando las tropas de Franco entren en la ciudad Cansinos anotará: "Estamos por fin liberados (...) yo, que durante estos tres años he sido un cautivo en mi casa, salgo a la calle, ávido de tomar también la ciudad").

El soviético Mihail Koltsov, corresponsal de Pravda, y según algunos, enviado personal de Stalin a la guerra de España, había viajado en un primer momento – julio del 36- a Vizcaya y entrevistado a varios dirigentes del gobierno vasco. Unas crónicas elogiosas y fervientes habían acompañado esta primera visita, en donde, aseguraba, la solidez de la República era inalterable. (Permaneciendo en Madrid durante la evacuación del gobierno a Valencia, una historia del periodismo republicano comenta cómo: "Koltsov, que desconocía los esfuerzos de Barea en esa dirección - el mantenimiento de la censura de prensa-, estaba furioso porque, antes de poder establecer un nuevo sistema, varios corresponsales extranjeros habían logrado enviar al exterior crónicas desesperanzadoras"). Un segundo viaje al Norte, en julio del 37, a punto de caer la ciudad de Bilbao, constituía en cambio una crítica típicamente soviética a la débil defensa del Gobierno, formado de manera insólita para él por nacionalistas, comunistas, anarquistas varios e incluso católicos, como llegaba a apuntar en una nota anterior.

“Los propios nacionalistas vascos, en estos días durísimos y decisivos, actúan de manera insensata e inexplicable. Sólo cabe explicar sus actos por las contradicciones y la lucha entre los mismos nacionalistas”. En otro artículo para Pravda lamentará que no haya “un mando unificado”, que afirma debía haberse producido con los comandantes comunistas Manuel Cristóbal y Nino Nanetti. Palmiro Togliatti, agente de la Comintern asimismo, atribuirá la caída de Bilbao y más tarde Santander “a la falta de unidad dentro del Frente Popular”. Un número de junio de ese mismo año de Euzkadi rojo se había abierto con una portada en la que anunciaba: “Miguel Koltzov habla al pueblo de Bilbao” y el subtítulo “El redactor-jefe de Pravda nos manifiesta su convencimiento de que Bilbao no será del fascismo”.

No había noticias concretas de la campaña, ni de los acontecimientos de aquella apenas en la prensa de Madrid o Barcelona. Sino ante todo la reiteración de un futuro victorioso inminente. (La promesa socialista de una redención futura sobrevolaba en todos los titulares por encima de la precariedad de los días). Los partes de guerra siguieron siendo mínimos. En febrero del 39, un mes antes del final de la guerra, un titular de la prensa madrileña a tres columnas recogía las declaraciones de la Pasionaria, frente a los Pirineos: “España será la antorcha que ilumine el camino de liberación de los pueblos sometidos al fascismo”. Por esas fechas el doctor Negrín había escrito a Stalin informándole de “la evolución positiva del contexto interno español”. (Hasta el mismo Azaña protestó airadamente "ante la vesanía"). Del frente del Norte desde el otoño de 1937 no hubo más noticias.


Ese mismo año 37, una historia triste habla de un último encuentro del periodista Koltsov con el también enviado a España Ilia Ehrenburg. Como presintiendo un inmediato final el ucraniano le habría comentado a Ehrenburg, sentados ambos en una Praga melancólica: “¿Qué habré dejado yo cuando muera? Los artículos periodísticos son algo efímero. Ni siquiera son útiles para un historiador, porque en nuestros artículos no mostramos lo que de verdad está pasando en España, sólo lo que debería pasar”. Reclamado por Stalin en Moscú, después de haber pronunciado una conferencia en la Asociación de Escritores, es detenido esa misma noche por agentes de la NKVD y hecho fusilar al poco.

El también nacido en Kiev Ilia Ehrenburg se libró, una detrás de otra, de todas las purgas sucesivas con las que se recibió a “los españoles” a su regreso a Moscú. Había escrito en 1934 su “España, república de trabajadores”, y había regresado a Madrid en la guerra como corresponsal de Izvestia. Una noticia de Claridad, el periódico socialista, había anunciado en su momento su llegada, bajo el título: “El nuevo gobierno español, enjuiciado por el rotativo Izvestia”. Y, debajo, el epígrafe “El nuevo gobierno es una garantía para la victoria de las armas antifascistas”. Alojado al llegar a Madrid en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas un número de la revista “El Mono azul” - editado por la Alianza- anunciaba a su vez la publicación de su carta a Miguel de Unamuno, - aparecida originalmente en Izvestia- en la que el periodista recriminaba al pensador vasco su apoyo a la causa nacionalista. Del "ex revolucionario y ex poeta, colaborador del general Mola" reprochaba que en sus reportajes sobre Sanabria o los pueblos de la frontera portuguesa nunca hubiera mencionado en primer lugar el hambre, ni la miseria que, según el periodista soviético, se extendía feroz por todas las aldeas. Él, que nacido en Kiev, al igual que todos los periodistas soviéticos, nunca escribiría una línea sobre la Holodomor, la terrible hambruna impuesta por Stalin al pueblo ucraniano, que acabó con la vida de millones de campesinos a partir de las primeras requisas, las deportaciones en masa iniciadas en el año 1932.

 

 

domingo, 11 de mayo de 2025

El lago encantado

 

Ed: The History of Don Quixote. New York, 1898 h.

Dibujo: Gustave Doré

Grabado: Joseph Héliodore Pisan

Tít: “ A vaste lake of boiling pitch, in which an infinite multitude of fierce and terrible creatures are traversing “

domingo, 9 de marzo de 2025

Sobre Gedrosia y el remoto reino greco-bactriano


Cuando leemos las crónicas medievales una misteriosa región se extiende al este de las colinas sirias. De ella, según el relato del obispo de Gibellum, Hugo de Jabala, habían surgido las tropas del Preste Juan en su intención de ayudar a los condados cristianos del Oriente Medio contra las huestes del sultanato. Pero, detenidos frente al río Éufrates, no habían podido cruzarlo y, tras varios años de espera, habían regresado a su reino y nunca volverían a acercarse desde su distante imperio.

La confusión y la incerteza rodea a estos reinos, más allá de Babilonia la Desierta, a los que ningún mapa nombra. En la famosa Carta del Preste Juan al emperador de los romanos se nombraban tierras fabulosas, desiertos inabarcables, montañas sin fin, ríos que nadie cruzaba. Pero también, entre sus nombres laboriosos, se deslizaban a veces términos conocidos, ciudades que pertenecen a la Ruta de la Seda, oasis que algunos viajeros habían alcanzado. Son todos nombres poéticos, legendarios: Samarcanda, Bujara o el valle de Fergana. Trebisonda, Susa, el monte Ararat o el paso Yang "más allá del cual no hay amigo", según la melancólica descripción que escribiera el poeta Wang Wei, de la provincia de Shanxi, en el siglo VIII.

En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero.

En el mesón dos sauces verdes aún más verdes.

- Oye, amigo, bebamos otra copa.

Pasado el Paso Yang no hay "oye, amigo".

Son nombres, lugares fabulosos y remotos, de los que durante mucho tiempo la historia apenas da noticia. De la región de Bactriana, que en algún momento entra a formar parte del reino helenístico greco-bactriano, un diccionario histórico nos dice que sus límites eran:

"Al este con la región de Gandhara - ya en la India; al oeste Drangiana e Hicarnia; al norte la Transoxiana, la Sogdiana y la extensísima Escitia (Extra Imaus); al sur, la Aracosia".

Del norte, en un momento u otro, llegarían las tribus de los bárbaros, los pueblos nómadas que terminarían por invadir los reinos griegos, la región de los partos, el norte de la India, el oeste del Imperio Han... Son los yuezhi, los xiongnu, los kushan, los tocarios, las tribus de los escitas. Estos últimos, remotos e incontenibles, habrían constituido durante un largo tiempo el límite, la comarca esteparia de la que ningún viajero había podido dar cuenta.

"El persa Ciro había perecido en su campaña contra los masagetas, Darío I sufrió pérdidas considerables en su campaña contra los escitas y ni siquiera el propio Alejandro dirigió sus pasos en aquella dirección", leemos en uno de los capítulos iniciales del minucioso "Geografía y viajeros en la Antigua Grecia" de Javier Gómez Espelosín.

O el reino de Gedrosia... Del inhóspito reino de Gedrosia había encontrado noticias en un raro ensayo de Julio Verne, "Historia de los grandes viajes y de los grandes viajeros", que figuraba al final de un enmohecido volumen con los grabados de los ilustradores del siglo XIX, y que editaba la casa "Gaspar y Roig" de la calle del Príncipe en Madrid en 1875. Al final del volumen y de las conocidas novelas "Veinte mil leguas de viaje submarino”, "Miguel Strogoff" o "Viaje al centro de la tierra", aparecía el no tan conocido ensayo sobre los primeros navegantes. En el que entre otros Verne recreaba el tortuoso viaje de regreso de Nearco, el almirante de la flota de Alejandro Magno, desde la desembocadura del Indo por la desértica costa de Gedrosia hasta el golfo Pérsico, donde debían alcanzar el cercano reino de Babilonia, que ya había sido conquistado por los macedonios.

Gedrosia, de enigmático nombre, bajo el Indo, era en realidad una región inhóspita y desértica. Diodoro, que escribe sobre ella, apunta a "una nación inhospitalaria y completamente fiera pues los que habitan allí dejan crecer sus uñas desde que nacen hasta llegar a viejos y permiten llevar el cabello desgreñado".

Rebuscando sobre el tortuoso viaje de regreso de los macedonios desde la India, vuelvo a abrir el clásico "Anábasis de Alejandro Magno" de Flavio Arriano (al que la edición en la Biblioteca de Gredos hace aún más clásico). En éste el historiador de Nicomedia relata el retorno de Alejandro desde el río Indo, cuando sus tropas se niegan a seguir avanzando más allá. Gedrosia, a orillas del Índico, es un reino que no pertenece propiamente a las satrapías hindúes. Y que está más allá de las ciudades de los persas. 

Todo es árido en él. Arriano afirmará - después de la larga marcha victoriosa del emperador macedonio, hasta los confines del mar - que "El tórrido sol y la falta de agua acabó con la mayor parte del ejército de Alejandro, y desde luego con las acémilas, que perecieron por hundirse en la arena, bajo un sol abrasador, y muchas de sed".

El almirante Nearco por su parte emprenderá con la flota un largo recorrido bordeando la costa "del Océano" hasta alcanzar el Golfo Pérsico, que en las descripciones se confunde fatigosamente con el Mar Eritreo - o Golfo de Adén, al extremo del Mar Rojo. Su periplo, que recoge Arriano en un libro posterior a la Anábasis titulado sencillamente "India", comprende también bajíos traicioneros, rompientes ocultas, costas sin agua, poblaciones miserables que divisan a lo lejos y no alcanzan a conocer, islas desiertas. 

"Se hicieron luego desde allí a la mar y recalaron en Sacalas, un paraje desértico". De las penalidades de la flota hablarán otros autores, entre ellos el propio Nearco, refiriéndose al "país de los ictiófagos": los pueblos que sólo comen pescado por carecer de cualquier otra cosa - y los corderos, que en algún momento les entregan, saben también a harina de pescado, único alimento con que los criaban. Julio Verne recogerá también la intención posterior - que anotan otros historiadores- por parte del general cretense de explorar el Mar Eritreo hasta llegar a Heliópolis, allá en el Bajo Nilo. Pero ni él ni ninguno de los navegantes posteriores, pertenecientes ya al reino de los Ptolomeos, conseguirán su propósito, abrasados por el calor sofocante y la falta de agua, que les impide rodear la península de Arabia, llamada ya así en los inciertos mapas de la época.

Los reinos helenísticos se extendían hasta muy lejos, tras la sorprendente campaña de Alejandro Magno y sus compañeros. Frente a la confusión de los nombres, los pasos de montaña y las ciudades remotas, abro para aclararla un breve tratado, la "Historia del helenismo" de Heinz Heinen, que traduce del alemán Alianza Editorial en una colección de historia de bolsillo. En el pequeño manual se ordenan los reinos, los nombres de los reyes Diadocos, los distintos pueblos que el imperio abarca.

Pero en el libro permanece, a despecho de su claro esquema, la noción de una enorme distancia que surge de repente, por ejemplo, en los mapas. El reino seléucida abarcaba desde las costas del Mediterráneo hasta los pasos de montaña del Pamir y las fronteras con el imperio murya, ya en territorio del Indo. Más allá de las ciudades persas y la triste derrota del rey Darío, la falange macedónica había tenido que atravesar por regiones aún más distantes, como la Carmiana, Bactriana, Aracosia o Parapamisos, entre desiertos y montañas formidables.

Estaban muy lejos, al oriente. Y en algún momento, que siempre nos ha intrigado, se dibuja un reino aún más oriental, que se separa del rey seléucida Antíoco II, y crea el reino greco-bactriano, entre los oasis fértiles del valle de Fergana y las cumbres mitológicas del Hindu-Kush.

Estaban aún más lejos que las ciudades de Babilonia, los Montes Tauros, de Seleucia, la nueva capital de Antioco, los reinos del Ponto. El idioma griego llegaba hasta allí. Una noticia en un artículo reciente nos habla de que: "En las excavaciones de Ai-Chanum del Oxo (Amudaria) en el norte de Afganistán aparece la ciudad griega de fines del siglo IV: un teatro, un gimnasio, numerosas inscripciones en griego (la profecía de Delos de los Siete Sabios)". Las máximas délficas al parecer "fueron copiadas por Clearco de Solos en Delfos y trasladadas más tarde por este mismo personaje hasta los mismos bordes del río Oxo en Asia central". Pero otra inscripción nos recuerda por otro lado el envío de embajadores del budismo al reino griego, por parte del emperador indio Asoka. Algunos sramanas se habrían establecido entre los bactrianos, indica la misma fuente.


En un artículo sobre el arte de la época encontramos imágenes de capiteles corintios, bajorrelieves jónicos, pórticos dóricos, entre los restos de las antiguas ciudades helenas, ya arrasadas en su mayoría. Pero también, en una formidable síntesis, los rasgos griegos de un Buda de las montañas, o la figura mediterránea de un Bodhisatva de piedra entre las ruinas del reino de Gandhara. (Clemente de Alejandría en sus Stromata hablaría de "la llegada de la filosofía a Grecia" después de los bárbaros. Con "los profetas de Egipto, y los caldeos entre los asirios, los druidas entre los galos, y los sarmana - monjes budistas- entre los bactrianos".

Por el norte la permanente amenaza de los escitas, esos pueblos de la estepa a los que ningún mapa recoge. Y que terminarían tiempo después definitivamente con los reinos griegos del oriente, con el más tardío y misterioso imperio kushan, con los nómadas de lenguas indoeuropeas.

Siglos más tarde algún raro viajero recorrería de nuevo las estepas orientales, esta vez con el propósito de establecer contacto con el khan de los mongoles. Sus nombres aparecen en el raro "La leyenda del Preste Juan" del portugués Oliveira Martins, libro editado en la Lisboa del año 1892, que me ha sido imposible encontrar. Pero que aparece editado en la red en una página del dominio academia.edu, donde sí he podido consultarlo. Accesible es sin embargo la reciente edición de "La carta del Preste Juan", un minucioso volumen de la Biblioteca Medieval de Siruela, edición prolija y abundante en notas, que ha sido llevada a cabo por el filólogo Javier Martín Lalanda. En él se reiteran los nombres de los enviados a Oriente. Son los de Juan del Pian Carpini, Guillermo de Rubruk, Marco Polo, Odorico de Pordedone, Jean de Mandeville o Pero Tafur. Sus viajes, tortuosos y arriesgados, no alcanzarían - excepto en el caso del mercader veneciano- su objetivo de establecer una alianza diplomática con el khan. En algún caso ni siquiera llegan a acceder a la corte de aquél. En otro, como el del apenas citado peregrino Ascelino de Lombardía, su pista se pierde al regreso sin que ninguna noticia dé cuenta de él. Un artículo de Víctor Larra ("Alcanzar la Utopía: las búsqueda del Preste Juan en los reinos ibéricos"), nos dará alguna noticia de estos viajes tortuosos, hasta llegar a la corte del khan mongol. También de la llegada de cinco embajadores etíopes - donde en adelante comenzará a localizarse el remoto reino del Preste Juan- a la corte de Alfonso el Magnánimo, que no podrán culminar más tarde su peregrinación a Santiago debido a las guerras del rey aragonés con Castilla. Del viaje del cordobés Pero Tafur - que recuerda constantemente durante el mismo su condición de hidalgo - tenemos noticia por la excelente edición que efectúa en 2010 la Biblioteca Castro en dos volúmenes. Y por medio de la que sabemos que, detenido el cordobés en el monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí, frente al desierto, nunca llegará a alcanzar el oriente, que se hallaba más allá de las dunas sin fin visible. 

Del viaje de Guillermo de Rubruk en 1253, se nos dice en otro lugar que éste partió de Crimea para cruzar regiones como la Tauride, Tartaria, la Horda de Oro, la región de Tarbagatai, el Karakorum. Y, ya de regreso, por Caucasia, Tabriz, la Pequeña Armenia o la isla de Chipre.


La isla, junto con otras cercanas o legendarias, aparecía en el monográfico que la Revista de Occidente había editado sobre el tema de los "islarios" o repertorios de islas en noviembre de 2009, y que yo había encontrado entre unas estanterías rebuscando acerca de un volumen sobre relatos insulares que nunca llegué a encontrar. (Todavía se editaban monografías en prensa sobre éste u otros temas remotos). Entre los artículos de la revista figuraba un lacónico pero esclarecedor breve de Umberto Eco sobre los citados islarios. Y el más extenso del sienés Tarsicio Lanconi sobre el conocido Isolario de Benedetto Bordone de 1534. El cual se había editado bajo el universal título de: "Libro de Benedetto Bordone en el que se da razón de todas las islas del mundo con sus nombres antiguos y modernos, historias, fábulas, y modos de vida y en qué parte del mundo están, y en qué paralelo o clima se encuentran". En algún lugar del volumen aparecía la antigua discusión sobre el Mar Caspio, que los viajeros a oriente cruzaban, y que en las antiguas geografías se suponía como una estribación del oceáno - sin más precisiones- en lugar del mar interior en que más tarde se convirtió en los relatos de viajeros por sus regiones.


Más al este. Ninguna noticia del País de la Seda, de los reinos de la China, había alcanzado a este lado, a las monarquías de los macedonios, de los que los separaban interminables desiertos, ásperas cordilleras, cumbres inmensas, regiones sin agua... Plinio el Viejo, en su relato de una remota expedición a Taprobane - quizás Ceilán- habló de los seres, comerciantes relacionados con el tráfico de la seda. Pero estos, según su descripción:"Eran individuos altos, de cabellos rubios y con los ojos azules, tenían la voz muy ronca y su lengua no era adecuada para el comercio".

Tampoco durante mucho tiempo llegó ninguna noticia de los distantes reinos del occidente al Imperio Chino. En un ameno tratado de la investigadora Luce Bolnois sobre "La ruta de la Seda", ésta apunta que:

"El lejano oeste es para los chinos un espacio mítico donde evolucionan los reyes y las reinas de las más antiguas leyendas, como la reina Xiwangmu, la reina madre de Occidente, que lleva un fénix unido a su carro, y un bestiario fabuloso de seres híbridos de hombres y animales que habitan en los montes de Kunlun (...) Allí se encontraba, también, el melocotonero de la inmortalidad. Pero más cerca de los chinos, tanto al oeste como al norte, (...) estaba el enemigo: el nómada, el bárbaro, el xiongnu, el jinete mongol".

Un relato posterior, el Libro de Han Posterior - o Hou Han Shu- ya en el siglo V hablará de las puertas "de Yangguan" de la que únicamente resta hoy una atalaya en ruinas. El resto del itinerario hacia el oeste: "el reino de Shanshan, al sur del Lobnor (...) los montes de Qilian, los montes de Altyn y el Kunlun, y lleva a Suoche o Suoqu, actual Yarjand, cruzando los reinos de Jumo, Jingjue, Jumi... Saliendo del Pamir, este itinerario llega hasta los reinos de Da Yuezhi y Anxi".



El océano misterioso, anterior incluso al confuso mar interior de las estepas, había sido, anotan otras publicaciones sobre la antigua Grecia, el Ponto - el Mar Negro- el inhóspito océano por excelencia que era el escenario de los límites de la oikumene, y sobre cuyas turbias aguas habría tenido lugar en época remota la travesía de la nave Argos, de Jasón y sus compañeros en la búsqueda del Vellocino de Oro.

Era una leyenda muy antigua, anotan estas fuentes. Que no es conservada para nosotros hasta su redacción tardía por parte del erudito alejandrino Apolonio de Rodas en sus Argonauticas. Pero, apunta Carlos García Gual - en un excelente artículo "Jasón y Medea. Análisis de un mito y su tradición literaria",- escrito en un momento en que la antigua épica ya no era posible, y las colonias griegas de la costa de la Cólquide, "confin de la tierra conocida en el Mar Negro", habían desvelado en cierto modo el misterio de su geografía. "Apolonio de Rodas quiso construir un poema épico - en unos tiempos en que la épica no era ya posible", apunta el helenista en su ensayo.

Su incierta ubicación anterior había permitido situar en su oscuro periplo la presencia de unas tierras, unas islas, unos soberanos mitológicos que eran ciertamente anteriores a su colonización griega. (Una tablilla minoica del s. XIII a. C., encontrada en Chipre, ya hablaba de "los famosos viajes canto del ... soberano de la errabunda Argos"). La saga de Jasón recorre estos inciertos lugares: "Que partió hacia un país misterioso sin nombre: Ea (que en jonio significa sólo "la tierra"), el país donde nacía el sol y cuya entrada estaba guardada por unas rocas que chocaban entre sí, las Simplégades, negando el camino hacia ese mundo maravilloso - acaso el Más Allá- en que se guardaba escondido el tesoro mágico (el Vellocino de Oro)". La Cólquide, reino del rey Eetes y de la princesa Medea, había sido durante mucho tiempo el límite de lo conocido. Y sus oscuros términos son en algún momento los de la sospecha de acceso al mundo oscuro. 

"Diversos autores antiguos hablaron de una estatua y un culto a Plutón en el territorio de  Sínope. También Apolonio de Rodas relata cómo los argonautas hicieron sacrificios a Hécate en la desembocadura del Halis. Además debemos recordar que las Amazonas, tradicionalmente situadas en el Termodonte, pudieron haber tenido (...) una significación relacionada con el culto a los muertos". (James Frazer, de quien retomo el capítulo dedicado a los cultos de renovación y muerte en su clásico La Rama Dorada, habla en algún lugar del libro de los antiguos ritos de Tracia y de Capadocia, relacionados con los dioses ctónicos, los que vienen del mundo subterráneo).

Cuando la nave Argos en el relato de Apolonio de Rodas regrese de los confines de mar, de la Cólquide de Eetes, Circe y Medea, su retorno incierto y aventurado será dirigido esta vez por el erudito helenístico hacia otros lugares de la geografía antigua: como el río Tanais, la costa libia, Creta y las islas egeas, evitando así quizá la certidumbre que la colonización griega de las costas de Trapezunte, la Cólquide e incluso el Quersoneso de la península de Crimea, habrían hecho improbable.

(Más allá al norte, en la estepa póntica, seguían los escitas nómadas aún, los estrafalarios bárbaros, - según Herodoto- las tribus de los sármatas. La Cólquide, se nos recuerda en otro lugar, habría sido confundida en cierto momento con las tierras de las escitas, sin más precisión).


Otros lugares figurarán, ya casi en nuestros días, como el último paraje de lo remoto en el viaje a oriente. En el libro de Juan Nadal Cañellas, "Las iglesias apostólicas de Oriente", que leo buscando noticias sobre las liturgias orientales, encuentro en un párrafo la noticia de la subsistencia, después de interminables persecuciones y exilios, de la antaño extendida iglesia asiria en un remoto rincón de las montañas de Hakkada, cercanas a la frontera persa. ("La iglesia ortodoxa siríaca incluía 20 sedes metropolitanas y 103 diócesis, extendidas desde Siria hasta Afganistán, así como comunidades sin obispos en el Turquestán y en la hoy provincia de Xinjiang", apuntaba un artículo histórico sobre la misma). Los últimos cristianos asirios se habrían refugiado en algún momento en las remotas e inhóspitas montañas de la región, al norte de Mosul, donde llevarían una soñolienta y pobre supervivencia. Hasta el genocidio generalizado de la región por los turcos en 1915, que sufren también armenios, ortodoxos griegos y georgianos, hasta desaparecer por completo de las montañas.


Una noticia última en el breve artículo nos informa de que: "Qodshanes - sede del último patriarca asirio- se encuentra ubicada, actualmente casi totalmente en ruinas, en el sureste del macizo montañoso de los montes Hakkari (...) Desde 1915 ha sido casi totalmente demolida y despoblada por los turcos, quedando unas pocas ruinas, habiendo sido algunos pocos edificios reconstruidos por los fieles cristianos nestorianos". Al lugar, nos refiere el mismo, apenas llegaban viajeros occidentales, ni de ningún tipo. Y alguno de los que accedieron por fin a la modesta iglesia de Mar Shalita cercana a Qodshanes encontraron que la biblioteca de la misma, que habían supuesto prolija y rica en textos de la Iglesia del Oriente, carecía casi por completo de ellos. Excepto un rarísimo y valioso ejemplar del Liber Heraclidis del obispo Nestorio, en una copia del siglo XII, que finalmente sería trasladada a Estrasburgo. La propia iglesia habría sido más tarde saqueada.

En la fascinación de los lugares del viaje, surgían esta vez los nombres de la devastación, la ruina. 



Más allá del Paso Yang

En Wei. Lluvia ligera moja el polvo ligero. En el mesón dos sauces verdes aún más verdes. - Oye, amigo, bebamos otra copa. Pasado el Paso Ya...

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