Hasta el último momento, los griegos esperan un milagro. Los turcos han entrado en la ciudad y su bandera ondea ahora en el palacio de Blaquernas. En el monasterio de Chora, una imagen del Salvador protegía el lado de la muralla teodosiana. Pero la muralla ya ha caído. Cuentan que el Emperador ha muerto. Otros dicen que regresará junto a su pueblo. Más adelante, cuando los musulmanes partan. Las mujeres, los niños, los ancianos, se refugían en Santa Sofía. Se dice que cuando los infieles lleguen hasta allí, un ángel, enviado de Nuestra Señora, les fulminará con el rayo flamígero, y los otomanos serán expulsados más allá de Anatolia. Pero ahora los jenízaros han entrado en el templo y comienzan a saquear la iglesia, esclavizan a los romanos, arrastran a los sacerdotes.
Una última leyenda cuenta que en el momento de entrar los turcos, el sacerdote estaba oficiando la Consagración. En ese instante se abrió un muro, y el oficiante desapareció en él, junto a la Sagrada Forma. Cuando Santa Sofía vuelva a ser el templo de la Cristiandad, reaparecerá, para terminar la ceremonia.
Un último instante, siempre. En la espera del milagro, siempre hay un momento más, un tiempo que no queda clausurado. En su tensa espera, en qué momento ignorado, ocurre al fin el milagro, se acaba el tiempo.
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