jueves, 10 de marzo de 2011

De genios y olvidos.



Nada en demasía.

V. fue, desde sus comienzos, un torero tocado por la gracia. Los que lo vieron, desde que debutara sin caballos, lo reconocían. Nada más fácil.

Descendiente de una conocida dinastía taurina, nada parecía costar demasiado en aquel fulgurante inicio de una carrera taurina que se prometía dichosa.

No había aprendido a torear en las plazas de carros, sino, junto a sus hermanos, en los tentaderos con su padre y su tío, dos de los toreros con más "ángel" de la escuela sevillana.  Desde niño, los ganaderos le habían invitado a las fincas. Había participado en tentaderos de machos, los que se corren en la marisma, y se torean a campo abierto. Había entrado luego en las ganaderías más raras. Como aquella que para tentar sólo llamaba a su padre. O a Juan Belmonte, en tiempos.

Los empresarios le llamaron. Era muy difícil ver torear a alguien tan joven con ese raro don de la naturalidad, del toreo de siempre. Y fue a torear a Madrid, a Sevilla, a Valencia, a Barcelona - todavía.

En otro lugar quedaba el mundo crispado, tremendo de los pueblos. El esfuerzo que supone ese aprendizaje de los otros, a sangre y fuego, en las capeas. En las sierras corren toros pasados de edad. En el valle, los pasados de kilos. El toreo se aprende, con sudor e injurias, en las carreteras, los caminos comarcales. En los pueblos las gentes gritan. Se oye, sobre todo a las mujeres. En las pensiones, los empresarios hacen las cuentas en el mostrador y falsean los boletines. Si salimos de esta, la próxima será en el pueblo de al lado. Allí los toros son más grandes. Ya haremos cuentas entonces. Los picadores beben aguardiente. Sacarle un pase a un toro de esos son kilómetros de caminos. De madrugadas. Y de pensiones.

Ese mundo tremendo nada tenía que ver aquí. Aquí eran la gracia, la facilidad, el conocimiento.

Lo que ocurre es que el viento del espíritu sopla cuando quiere. Y el público, y la prensa, se empeñan en que aliente justo esa tarde, ese día en que ellos han ido a la plaza. Y eso no puede ser. Y además es imposible.

De forma que V. empezó a torear cada vez menos. El ángel de los toros tendría que haber volado sobre Madrid esa tarde de feria en que la plaza estaba llena. O en Sevilla, un martes de faroles, cuando todo el mundo hablaba del niño V. Pero no fue. En su lugar, sopló en un festival en Cazalla de la Sierra, una mañana luminosa; o una tarde de otoño en un pueblo de Toledo. El espíritu es impredecible, y alienta cuando quiere.

Así es que, empeñado el público en que el viento soplara cuando ellos tenían entradas, e indiferente el viento a soplar en fecha determinada V. fue toreando cada vez menos. Hasta quedarse en una tarde o ninguna por temporada.

Un invierno se creó un grupo extraordinario. El caso es que se juntó un grupo de entusiastas que querían crear una empresa taurina. El hecho en sí no tenía nada de raro. Sí que este nuevo trust pretendía conjugar nada menos que las musas y el calendario. Algo así llevaban pretendiendo toda la vida. G. era productor musical y director de cine, y había intentado - con cierto éxito- juntar en su momento dos músicas tan remotas como el flamenco y el rock. L. había sido un torero extremeño de toreo apreciable y estética más discutible. A. era un fotógrafo, extremeño también, que había estado en Paris en mayo del 68 y en el último concierto de Agujetas, acontecimiento éste que repetía con el mayor orgullo. De modo que el grupo se propuso algo así como apoderar a las musas y acto seguido llamaron a V., que no estaba toreando sino en festivales y en su casa.

Hablaron poco, ya se conocían, y sellaron el acuerdo con el clásico apretón de manos.

La cosa, felizmente, debió de funcionar al principio, entre los numerosos contactos del trust, su entusiasmo y los muchos kilómetros que devoraron. Antes de empezar la temporada, los empresarios ya habían conseguido firmar cuarenta contratos por toda España para el diestro. No había comenzado el año y aquello era un éxito.

Entonces recibieron una llamada del torero.

- Hombre, torero, enhorabuena. Ya sabes que tenemos cuarenta tardes firmadas.
- Ya. Si yo les llamaba por eso...
- No tienes nada que agradecernos. Con ese toreo que tú tienes te van a poder ver al fin en todas las ferias.
- Ya. Si yo les llamaba por eso; para agradecer todo lo que ustedes han hecho por mí. Se lo agradezco.    Pero no va a poder ser.
- ¿Cómo que no?
- No, de verdad. Cuarenta corridas son demasiadas.
- ¿...?

Y ahí terminó, antes de empezar, la que iba a ser una prometedora campaña empresarial y artística.

Quede el triunfo para los pobres de espíritu. Para los desposeídos, para los que no tienen otra cosa. Cuarenta tardes son demasiadas.


                                                                      (Fot. F. Catalá- Roca).

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