lunes, 24 de septiembre de 2012

Las fiestas tardías



Los veraneantes ya se han ido. Esta mañana José, el del bar de la plaza, estaba poniendo las mesas para la terraza, bajo los soportales del Ayuntamiento.

- ¿Para qué pones las mesas, José?
- No lo sé. Como todavía hace buen tiempo...

No va a sentarse ya nadie, comentamos. En el pueblo, la Fuente, no han quedado sino los habituales, los que se encuentran todos los días en invierno. No evocan de ninguna manera la imagen de gente sentada en una terraza viendo pasar la tarde .

Carmen, la del local de al lado; Fátima, la del bar Las Palmeras, también están colocando sillas y mesas. Producen una sensación ciertamente melancólica, en la mañana de septiembre. La iglesia está abierta, enfrente, y de ella salen dos mujeres mayores, con velo. Debe de ser una misa de cabo de año, suponemos, porque no ha habido ningún toque de campanas, de los que anuncian un funeral reciente.

No sale nadie más y las puertas se quedan abiertas.

No cruza ningún vecino por la calle. Entre el bar de José y el de Carmen, en los soportales, hay una cancela pequeña, de madera, que está cerrada casi todo el año. Casi nadie la advierte y así permanece, inadvertida, toda la temporada. Es la puerta de los chiqueros, señaló alguien, para la fiesta. De ahí sacan los novillos, las vaquillas que en el día del Corpus se lidian en la plaza. Nos aventuramos a imaginar lo que habrá dentro, detrás de su ajada apariencia. Habrá un cuarto oscuro, un corral sin luces, un pequeño almacén entre las casas. No sé por qué imagino cajas de cerveza , unos sacos en la pared, que no se sabe qué contienen. En la fiesta ahí se enchiqueran los erales, las vacas. De ahí salen al ruedo luego, al precario coso de carros y remolques .

En el bar, el de José, hay en la barra unos tipos con un mono azul, de trabajo, una secretaria de la oficina de al lado, que baja todas las mañanas a tomar algo, dos jubilados que pasan el rato en silencio . En el local tienen la prensa diaria, siempre. También una revista de toros. Sobre el mostrador, hoy hay unos programas con los carteles de las fiestas de Tamames, la novillada y los encierros para el fin de semana. Frente al largo invierno que se aproxima semejan, de repente, algo así como un anuncio de feria, una vaga celebración en medio de los cortos días del campo, de la sierra en concreto.

Tamames está en un alto, al principio de los montes. Detrás de los restos del antiguo castillo, de la torre de la iglesia y del caserío del pueblo, se alzan ya los riscos, los robledales de invierno. Dicen que este año los bueyes para el encierro van a ir sin cencerros, en señal de luto por la muerte de J., antiguo dueño de aquellos. Nos lo comentó, en la tienda, su cuñada. Situada en la calle mayor, allí venden cabezadas, estribos, sillas vaqueras. Suele haber una tertulia en el interior, y de vez en cuando N. sale al bar de enfrente  y regresa con cafés, con cervezas con las que nos obsequia. No sé si vende mucho. Siempre hay gente en ella.

Era aquella, el silenciar los cencerros, una costumbre antigua, que algunos habíamos leído en libros de historia de las fiestas tradicionales, o en unos reportajes sobre cabestreros viejos que publicaron en Sevilla hace algún tiempo, en una revista que hablaba sobre ganaderías antiguas. Aquí, alguna vez se lo habíamos escuchado a alguien, que citaba el ritual de quitar el badajo a los bueyes cuando fallecía el ganadero, en señal de luto. Para los encierros de este año se va a mantener la tradición, según parece.

Ya en el pueblo otros comentan sobre el cambio del recorrido habitual, en donde los cabestros antes bajaban de la sierra y entraban por la carretera alta para llegar a la plaza. Era un itinerario muy difícil, según cuentan, porque los toros tenían la tendencia natural para escapar al monte, y el encierro transcurría durante mucho tiempo entre fincas abiertas y laderas con peñascales y carrascos.

Ahora se encierra desde la dehesa del pueblo, rodeando las calles por el sur, para entrar en las casas dando la vuelta hacia la sierra otra vez, con lo que se aprovecha la querencia natural del ganado a escapar hacia lo alto, de nuevo. Desde la entrada a las calles además el recorrido está vallado, con talanqueras altas que protegen el camino. Se ha suavizado el salvajismo de antes, lo abrupto y abierto del recorrido antiguo, como comenta alguien. Pero esto es algo que está ocurriendo en todas partes.

La gente en los bares habla de ir al encierro el lunes próximo, a la novillada del martes. El tiempo se ha nublado y sopla un aire serrano que mueve los árboles y las antenas en las calles. Pero no trae lluvia, que se retrasa siempre.

Hay algo melancólico en estas fiestas. Cómo no van a serlo, si ya se ha terminado el verano, el pueblo se yergue, soterrado sobre el monte oscuro, y la fiesta se celebra en torno a los toros, ritual sacrificial y antiguo donde los haya. S. me comenta luego que este año, de todas formas, van a bajar desde la finca suya, ya en el monte. Desde allí arribarán, de buena mañana, a la dehesa y de ésta por las calles, hasta la plaza, donde se han instalado las talanqueras, los tablones para los tendidos. Después, cuando acabe la fiesta, los novillos volverán a la finca, en lo alto de la sierra. S. me invita después a salir a buscar los toros, a encerrar con ellos.

De la sierra venían las sombras, pensamos. El pueblo, Tamames, en el límite entre los llanos del Campo Charro y la montaña, era el centro de la comarca. Hacia acá, las fincas llanas, los encinares, los sembrados, los campanarios a lo lejos. Más allá , hacia el monte, comienzan las tierras oscuras, las laderas sombrías, los riscos de piedra. Del monte bajaba, sigue bajando, el lobo en invierno. Desde la sierra las sombras se ciernen sobre el campo, abajo.

De la montaña van a bajar este año los novillos, para encerrarlos durante la fiesta, en el pueblo. Cuando ésta acabe, volverán al monte, a la sombra de donde surgieron. Melancólica fiesta en la que, sólo por un momento, el de la celebración, se domará lo oscuro, la fuerza, la bravura ciega. Los vecinos lo celebrarán, invitarán a los caballistas, beberán vino, censurarán a los que han dejado escapar las reses, correrán los toros después, comentarán el encierro. Después, aquellos, los toros, retornarán al monte, a lo alto de donde surgieron.








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