Todas estas narraciones remiten a unas imágenes que de alguna forma son Europa. En un relato – Una tumba para Boris Davidovich - Danilo Kis nombra los
oficiales blancos que en hoteles perdidos de Estambul se van despojando
lentamente de sus pertenencias. La guerra ha terminado ya. El libro describe más tarde un monasterio
ortodoxo perdido en la llanura rusa, un personaje iluminado y fanático, su
muerte luego en un oscuro campo de concentración tras la Revolución y la guerra civil, que todo lo
devoran. El olvido después. En unas páginas del albanés Ismail Kadaré – Noviembre de una capital - son los cafés
de Tirana, el hastío y la mediocridad de la vida bajo el socialismo. Unos cuentos de Isaac Bashevis Singer – los Cuentos
de la vieja Varsovia - hablan de una Polonia desaparecida, del mundo de los barrios judíos, la pobreza y la
nieve; de unos patios de vecinos y la vida en las calles, entre carros tirados
por mulas. Otro relato de Kadaré – Abril
quebrado - cita una aldea albanesa, la venganza ancestral, la montaña y el recuerdo de los turcos,
aún presentes en la memoria de los viejos.
Acudimos una mañana a una exposición de fotografías
de Henri Cartier-Bresson. Ha comenzado a viajar más allá de París, con su Leica. En una de las imágenes de la sala se recoge el hastío de los
domingos soviéticos; en otra, una casa de vecinos en la que nunca entra la
esperanza; más allá, el alcohol torpe de las calles... En un viaje posterior el francés retrata
la España anterior a la guerra civil. Entre las fotografías está la de una casa de
citas, oscura y campesina, en las afueras de Alicante. En otra se recoge un
baile de aristócratas en el Londres de los años 30. En un libro sobre el París de entreguerras, más tarde, recoger las fotografías de un André Kertész, emigrado desde su Hungría natal tras la Gran Guerra, que fotografía el Café du Dome en el Boulevard Montparnasse - y de algún modo es el centro del mundo en ese momento. U otra imagen posterior de un paseo solitario en la ribera del Sena . Y el vacío del lugar es el mundo, de igual manera, también.
Releo las memorias de Stephen Spender - World within World – en donde el
novelista alude a la sorda amenaza del fascismo que sacudió Europa de repente.
Un recuerdo de los campos de concentración soviéticos por otro lado en unas
páginas de Sandor Marai, - El último
encuentro - en un trágico café de Budapest en donde el remedo de las antiguas
costumbres regresa como una farsa.
Junto a ella, la noción de una clase social, de un mundo tradicional - el de la pequeña aristocracia báltica, a la que pertenecía el autor - que está a punto de desaparecer.
En una novela anterior del alemán Eduard von Keyserling - El ardiente verano - es el relato del último verano en algún lugar del Báltico y es, de algún modo, la noción de un verano platónico, modélico. Todos los veranos, todos los días de la adolescencia son el mismo, pensamos. Y la breve novela, localizada en algún lugar de la costa con sus personajes concretos, no hace sino dar cuenta en realidad de la manifestación imprecisa de un modelo: el estío, tal como sucede en todos los lugares.
Junto a ella, la noción de una clase social, de un mundo tradicional - el de la pequeña aristocracia báltica, a la que pertenecía el autor - que está a punto de desaparecer.
Acudimos otra mañana a la exposición de las obras del alemán Max Beckmann. ("Quiero pintar este ruido" exclama en algún lugar el pintor). En la descripción del Berlín de los años 20 que proclaman los cuadros surge el recuerdo de una cita de Robert Musil, donde éste hablaba de "Los últimos días de la humanidad" - si bien la cita hacía referencia en su caso a una Viena a la que la anexión al Tercer Reich y el final de la Segunda Guerra iban a hacer desvanecerse para siempre, igualmente. Alguien, con acierto, recuerda entonces el final de la melancólica narración berlinesa de Christopher Isherwood, su Adiós a Berlín, en donde la descripción de los días extremos de la República de Weimar y de aquella fiesta sin esperanzas, finalizan con la austera noticia de un desfile de los Camisas Pardas por las calles de la ciudad - y el abandono del escritor del lugar de la juventud, adonde nunca regresaría.
En torno a algunos relatos sobre el Portugal de Salazar y la descripción del ambiente lisboeta, hojeamos más tarde varios libros sobre una Lisboa que en los años de posguerra apenas se había despertado de una vaga intemporalidad, la sensación de que todos los sucesos estaban ocurriendo en otra parte. Y la Ciudad Blanca que filma en 1983 el cineasta Alain Tanner aún dormía en un letargo de décadas. Entre los fotógrafos que en los años 50 comienzan a retratar la ciudad luminosa y perpleja figuran algunos excelentes narradores de la misma - apenas conocidos fuera del angosto mundo lisboeta - como Castello-Lopes, Antonio Sena da Silva o Jorge Guerra. O conocemos, por fin, el fascinante libro sobre aquélla de los arquitectos Víctor Palla y Costa Martins Lisboa, Cidade Triste e Alegre - inspirado por cierto en una cita de Álvaro de Campos.
En el "Diario portugués", que habíamos leído estos días, el rumano Mircea Eliade hablaba por otra parte de su estancia en la capital del Tajo durante los años álgidos de la Segunda Guerra. Rumania había entrado por fin en la contienda como aliada del Eje. Y la visión del mitólogo y novelista rumano nos habla de una mirada sobre la guerra en la que ronda constantemente la noción de la derrota de su antiguo país, y la pérdida de su cultura europea, con la predicción de la entrada de las tropas soviéticas en el mismo.
Viajes del escritor a distintos lugares en plena guerra: Berlín, a Bucarest, a París, a Madrid... La estancia de nuevo un tanto remota, distante de lo que está ocurriendo en los frentes y en las cancillerías, en la legación portuguesa. La melancolía y la lucidez de las notas de un autor, siempre insatisfecho con su trabajo, desazonado ante lo que supone es el final de la contienda - y sus consecuencias para su distante país, en el extremo de Europa.
(fot. Víctor Palla- Costa Martins)
El arte, la literatura, la fotografía, como reflejos de la historia, de un suceso anterior que poco a poco se desvanece. El tema del realismo, su referencia de nuevo.
El escenario de Europa en estos días fríos.
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