jueves, 14 de marzo de 2019
Biblioteca Autores Orientales. II
De las Cartas del viajero Enrique de Sajonia. Siglo XVIII.
(Publicadas por la Biblioteca de Estudios Orientales, Universidad de Coimbra. Anales.)
"La misma escena se repite ahora ya en todos los salones. La otra noche donde el Príncipe de Sajonia fui requerido para que les hablara de la ciudad de Bujara, que alguien creía había oído mencionar en las cartas de Lady Montagut. (No es cierto. Sólo se habla en éstas de Estambul, el viaje por Hungría o de la cercana Salónica). Apenas conté algo y creo que los amigos del príncipe se decepcionaron. Una escena similar había tenido lugar en la corte de Zwingler unos días antes. El Elector Palatino quería saber sobre las Relaciones del jesuita Antonio de Andrade y del exótico Reino de Cathayo que en ellas se describe. No supe decirles gran cosa. A excepción del relato de las legiones perdidas de Craso en la ciudad de Liqian. Casi todos lo conocían.
Ahora recibo menos invitaciones. La propia Mademoiselle de C. me comentó la otra tarde que se sentían un tanto defraudadas por mi parquedad creciente. No me han vuelto a escribir de la Academia de Ciencias, donde al poco de mi regreso pronuncié una extensa charla sobre el Reino de Oxiana. La institución me había demandado un informe sobre las perdidas ciudades de la Sogdiana. No se lo he entregado aún, y nadie lo ha reclamado - a pesar de que ya he cobrado un generoso anticipo sobre el mismo.
A mi retorno a la ciudad de Dresde he sido preguntado una y otra vez por los países por donde he viajado. En la Corte existe un renovado interés por el conocimiento de los reinos más allá del Imperio Otomano, lugares adonde los embajadores del Príncipe no acceden normalmente. No es ajeno, intuyo, por otra parte el interés militar por los mismos - que los diplomáticos de la Cancillería de Moscú apenas disimulan. Tampoco el Cónsul de Su Graciosa Majestad, venido desde la isla. Y por otro el entusiasmo que la descripción de los harenes de la ciudad de Estambul a este lugar del Elba ha alcanzado, con la noticia de las epístolas que la esposa del embajador inglés, Lady Wortley Montagu, envía, entre otros a la duquesa de Hannover o a lord Alexander Pope. Los mismos se han encargado de difundirlas con notable alborozo, advierto.
En la corte he escuchado estos días por fin la música del notable Wolfgang, de quien todos me habían hablado. Su valor ciertamente no es inferior a su fama. En el palacio de Zwingler estrenaban un concierto del casi inglés George Haendel y por fin pude oír algo parecido a la armonía de mi infancia - tan lejos de las trompas de caza estridentes y los címbalos chirriantes que me han acompañado todos estos años. En los salones del Príncipe pude comer también algo diferente de la grasa de las reses y los chillidos de las aves que se descuartizan al momento en las tiendas de los escitas. Nadie me ofreció la carne putrefacta de las yeguas sobre las monturas; nadie gritó al devorar los carneros; ningún jinete bailó sobre la mesa; la conversación al término de la cena fue discreta. Su Excelencia nos ofreció un jägermeister excelente a los postres.
Todos me preguntan por las ciudades exóticas de las que han oído hablar. Por las murallas de Isfahan, los halcones de los cetreros, la caza del tigre en las Puertas Cilicias. Los pavos reales en los jardines, o el baile de las esclavas circasianas en los palacios de Osmanli. De regreso a Sajonia, yo apenas recuerdo Bujara o las ruinas de Ani, la ciudad perdida en Armenia. Vuelven en su lugar, en cambio, las jornadas interminables en los caminos de tierra, la imagen de unas mulas devoradas por los buitres a un lado de la calzada. Los gritos de los jenízaros al caer sobre las caravanas, el hedor de los cadáveres a la entrada del desierto. Y un hastío interminable, la pesadumbre de un país sin fuentes ni música ni leyes. Y el polvo incesante, los caminos que nunca terminan. Y cuando lo hacen es para asomarse a otra llanura polvorienta, sin lluvia ni sombra, repleta de nuevos bandidos que de nuevo abandonan los despojos de los viajeros en la arena.
Un olor insoportable, a vísceras y a podredumbre, me asalta ahora por las noches. Y los gritos de los montañeses cuyo sentido nunca conseguí descifrar".
- De Cartas del viajero Enrique de Sajonia. Edición privada. Dresde, 1769.
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