En un determinado pasaje de su "Vita Nuova", Dante quien, enamorado sin remedio de Beatriz, no puede sin embargo soportar su presencia inmediata, es preguntado por unas damas por la razón de tan extraño amor.
"- ¿Con qué fin amas a esta dama, que no puedes soportar su presencia? Dínoslo, porque el fin de tal amor debe de ser ciertamente muy singular.
- (...) Amor - contesta el poeta - ha puesto mi felicidad en lo que no me puede faltar".
Las damas, en este raro diálogo, insisten de nuevo en que les diga cuál es el nombre de tan singular felicidad.
" Y yo - prosigue el texto - (...) hablé de este modo: " En las palabras que alaban a mi dama".
Extraño amor, cuyo lugar no va a ser nunca el de la presencia del objeto del mismo - de hecho, éste, la memorable Beatriz, le produce a Dante un malestar incurable. Tanto que, preguntado por un amigo por la razón de su transfiguración tras un último encuentro, aquél le responderá, fatalmente: "Yo tenía mis pies en esa parte de la vida más allá de la cual ya no se puede ir con intención de volver".
¿Qué raro paraje es éste, "al cual ya no se puede ir con intención de volver"? ¿Es el mismo que, como figura fatal le hará decir a Petrarca - entre otros -: "Mensajeros de muerte siento cuando / los ojos veo, y fulgurar de lejos?".
Más: ¿Cuál es el inconcebible acontecimiento que precisamente la presencia de la amada ha producido? Aquél, insoportable, impensable siquiera , que provocará la definitiva renuncia del poeta. No al amor, al que dedicará el resto de su vida - y de su obra - sino al encuentro con la amada. (Encuentro que, advirtámoslo, nunca a lo largo de la obra se ha llegado apenas a producir.) ¿Será lo inconcebible, aquello que conduce a la muerte, precisamente la cercanía del objeto del amor, de la amada finalmente?... Pero con ello tendríamos que introducirnos en la extrañas tradiciones amorosas que, difundidas en Europa a partir del siglo XII, recibieran el nombre general de "amor cortés".
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Escrita bajo la forma de la alegoría, en la "Vita Nuova" la figura del amor, y de la amada con ello,
adoptan unas formas permanentemente evasivas, sustitutorias. Son, a nuestros ojos, las figuras de la
sustitución - y de la alegoría entre ellas - las que ocupan el lugar del objeto amoroso. Del texto, el cual, en última instancia, se ha revelado como el verdadero escenario de la obra ciertamente.
Pero también figuras de la sustitución del amor - frente a la muerte, al final. Frente a la presencia de la amada, desde el comienzo de la narración.
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El poeta, desde un inicial encuentro con Beatriz, conoce la fatalidad del mismo. (El espíritu de la vida le dice: "He aquí un dios más fuerte que yo, que viene a dominarme". El "espíritu animal" advierte: " Se ha mostrado vuestra felicidad". Y el "espíritu natural "gime : "Ay de mí, que en adelante seré entorpecido a menudo"). Mas, inmediatamente después de esta primera revelación acaecerán los sueños inquietantes, los signos de la distancia. Y el poeta se embarcará en una relación amorosa marcada siempre por aquella. Por una negación de la presencia que, sabemos posteriormente, no podría ser quebrantada sino a un grave, irremisible precio : el de la muerte, en última instancia.
Simulacros que se realizan por medio de otra dama, figura que asume
oficialmente el puesto de admiración que en realidad le estaba destinado a
Beatriz. Sueños de muerte; desdén por parte de ésta, que ha asumido el
simulacro como cierto; malestar del poeta; muerte del padre de Beatriz...
En un determinado momento, será la propia muerte de la amada la que
marque la irremisible, permanente ausencia. Y a partir de ella, el amor
encontrará, ya definitivamente, su lugar propio, aquél que, desde el
principio de la obra, ha venido perfilándose: el de la palabra. Ese raro
lugar de la ausencia, cuyo topos exacto es el texto.
Esto es, "las palabras que alaban a mi dama". Y a ellas, de manera
terminante se va a dedicar en adelante la vida y la obra del poeta .Cuya
intención declarada al término de la "Vita Nuova", no será ya otra sino la
de "si quiere Aquel por quien todas las cosas viven que mi vida dure
algunos años, espero decir de ella lo que nunca fue dicho de ninguna".
Y en la plena distancia ya, esto es, en la muerte de Beatriz , transcurrirá el final
de esta obra juvenil de Dante, cuya intención autobiográfica, bajo forma alegórica ,
ronda constantemente en torno al amor.
Y a su ausencia, añadimos .
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Extraño escándalo, podríamos pensar, éste de un amor fatal, absoluto - y memorable; no en vano los protagonistas son Dante y Beatriz - cuyo escenario no es nunca el de la presencia, sino el de la sustitución : el de la ausencia permanente de la amada. Pero incluso en algún caso, el del simulacro. Extraño escenario, cuyo lugar, al fin, no es otro que el del texto. Y éste, lo sabemos también, es el espacio no de la presencia, sino el de la demora.
A él nos vamos a referir .
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Superación del texto, ruptura de la representación, crítica de lo metafórico y de la sustitución, para esta concepción del amor - la de la modernidad - éste es, simplemente, el espacio de la plena presencia. Sólo el deseo nos redime, según una tradición ciertamente romántica. Según la misma, sólo éste es capaz de hacernos superar la permanente otredad de las cosas: la nuestra propia. Y en su acontecimiento accedemos -creemos - por fin a la presencia. A la plena presencia, según una idea que, otro poeta, esta vez contemporáneo, ha sabido expresar.
Octavio Paz, en unos conocidos versos nos recordaba cómo:
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro
Apoteosis de la presencia, por tanto. Tautología de ésta, según la cual "el vino es vino "
y "el agua es agua". Apología de la presencia, asimismo, según la que "encarnan los deseos,
el pensamiento encarna "... Nada hay en ella de aquella definición de Ruysbroek, según la
cual la característica de la 'joi d'amour' en el amor cortés era el
"Esforzarse por aprehender continuamente lo inaprensible (...) Y el objeto
del deseo no puede ser abandonado ni aprehendido. Abandonarlo es algo
intolerable y conservarlo es imposible ". O, siguiendo con otra definición
tradicional "No sabe de donnoi - amor cortés, vasallaje en término
provenzal - verdaderamente nada quien desea la entera posesión de su dama.
Deja de ser amor lo que se convierte en realidad ".
Qué extraña entonces para la concepción moderna aquella otra de
Dante, según la cual nunca se va a producir el encuentro con su dama.
Perpetuamente demorada, irremisiblemente , al final, con la muerte de Beatriz, su único lugar es, recordémoslo una vez más "las palabras que alaban a mi dama". Su único espacio posible: el texto, el lugar de la perpetua demora.
A esta rara resolución, a éste, para nosotros extraño lugar del deseo, nos referiremos a continuación. Su origen, el motivo que ha dado lugar a esta pesquisa era una extrañeza, un escándalo: el escándalo de la ausencia.
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Citaremos para ello otra literatura, aquella donde, según la tradición, se funda el moderno ciclo amoroso en la literatura occidental.
Será ésta la lírica provenzal, ese ciclo poético, de difusos contornos, que se expresa en la ' langue d'Oc' en las cortes europeas en torno a los siglos XII y XIII. En ella, como es sabido, se desarrollará la idea del "Amor cortés". Amor cuyas características más conocidas son las de la figura de la Dama como mujer casada , a la que se dedica la devoción del enamorado. El desdén por parte de ésta; su permanente lejanía. La dedicación por parte del amante, sin esperanzas. La concepción del amor en el amante como mezcla de beatitud y dolor ( "El amor - nos cuenta Carlos Alvar - se convierte en algo obsesionante, que se alimenta con sus propios tormentos y esos mismos tormentos son los que le fortifican : estamos muy cerca de la contradicción"); la permanente atención, de nuevo, por parte del enamorado. Atención que, en la mayoría de los casos pasa por poseer unas características principalmente literarias.
Cuatro son los grados que, según un autor anónimo del siglo XII, acogen a los devotos del amor cortés:
fenhedor ; cuando el enamorado no se ha atrevido a expresarse.
Pregador ; si le ha expresado a la dama su amor.
Entendedor ; " la dama le acoge con buena cara, le hace caso y le ofrece sonrisas y diversas prendas"
Drutz; " si la dama lo acoge bajo sus mantas"
Desarrollo de una teoría del amor entendida igualmente como ritual y contradicción , como ausencia y fatalidad. En ella, pero también en la lírica siciliana o en el 'Dolce Stil Nuovo', se crea la figura de la amada como ángel. Esto es, como mediación entre la figura que por los ojos entra al espíritu; pero también como acceso de éste al mundo incorpóreo: un mundo en el que la fantasía, el fantasma van a tener un lugar predominante, recogiendo una vieja teoría aristotélica .
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Guido Guinizelli (1235 -1276 aprox.) - precursor del ' Dolce Stil Nuovo', según la tradición - diviniza a su Dama, respondiendo a la requisitoria de Dios: " Parecía ángel /de Tu reino". "Al veros, en el hablar y en el rostro / me parecéis angélica figura", exclama Cino da Pistoia (1270-1336), el poeta amigo de Dante. Y éste, en un fragmento de su citada "Vita Nuova" advierte cómo la gente comenta: " Ésta no es mujer, sino que es uno de los más bellos ángeles del cielo". (Ya en un soneto anterior, podía haber advertido que "miré y vi de un ángel la imagen").
Imágenes del ángel, mediación entre lo corpóreo y lo incorpóreo. Pero también teoría de la imagen interna, de la amada como imagen fantasmal.
En un soneto de Giacomo Lentini - padre de la escuela siciliana - titulado 'Or come pote sí gran donna entrare 'el poeta se responde a sí mismo a la pregunta de cómo su amada "Tan grande" puede entrar en el poeta a través de la mirada. Mas es "no la persona, ma la sua figura" la que así en el corazón penetra.
En otro soneto advertirá cómo "E lo cor, che di zó è concepitore / imagina, e li piace quel desio". O, en otra obra posterior, repetirá el ya citado Cino da Pistoia: " Han visto mis ojos tal hermosura / que la han pintado en su corazón".
Mito extremo del amor como imagen - en los mitos de Narciso y Pigmalión- que encuentra su expresión en el "Roman de la Rose", el 'roman courtois' por excelencia: la extensa y en su momento archiconocida obra de Guillaume de Lorris y Jean du Meng, en la que el protagonista se enamora contemplando una imagen reflejada en la fuente de Narciso. Y en la que, tras múltiples peripecias eróticas, se encontrará de nuevo frente a una imagen, esta vez figura de una estatua,- evocación de la propia figura de Pigmalión - con la que simulará el acto amoroso.
Donde, en unos versos a menudo citados, será el propio Pigmalión el que cuente cómo
"Porque cuando yo quiero darme el placer
de abrazarla y de besarla,
encuentro a mi amiga rígida como
un leño y de tal manera helada
que, cuando la toco para besarla,
me hiela toda la boca"
Y Eros, en algún lugar es citado como Narciso, esto es, el joven "che tanto amò la sua ombra, che morí".
Fantasmas, sombras fatales...
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Y en el que el deseo está compuesto, principalmente de "fantasía " - recogiendo la definición de Guido Cavalcanti, uno de los principales poetas 'stilnovistas' cuando canta "formando di desio nova
persona", en un poema que comenta Giorgio Agamben, al hablar de un "ángel" (...) una imaginación pura y separada del cuerpo, una sustancia separada que, con su deseo, mueve las esferas celestes". Esto es, recogiendo aquella concepción que la Edad Media adopta del clasicismo, y en la que "según una intuición ya operante en la psicología clásica, que será completamente desarrollada en la cultura medieval, fantasía y deseo están absolutamente unidos".
Una concepción tal podía contemplar, tranquilamente y con admiración, la leyenda del trovador Jaufré Rudel (...1125- 1148...) el cual estuvo permanentemente enamorado de la Condesa de Trípoli, sin conocerla jamás. Habiendo oído hablar de ella, le dedicará todos sus poemas y, prosigue la leyenda, emprenderá finalmente un largo viaje al otro lado del mar. El poeta, como era de esperar en esta narración legendaria - que fue largamente difundida en la época - muere entre los brazos de la condesa. A quien sin embargo, nunca llega a ver.
A esta concepción del amor, como teoría de la imagen, como teoría de la distancia, no podía evidentemente importarle la noción de la lejanía, de la ausencia. El deseo se alimenta de distancia, y el propio Jaufré, el afortunado - desventurado amante nos cuenta:
"Verdad dice quien me llama ávido
y deseoso de amor de lejos,
pues ningún otro gozo me place tanto
como la alegría del amor de lejos"
El "amor de lejos"; la figura del amor como relación fantasmática, la amada como "ángel"; la conexión entre Deseo y Fantasía; la concepción de la "imagen" como condición del deseo: es a una teoría del fantasma como verdadero objeto amoroso la que nombra esta literatura. Una teoría de la sustitución como verdadera - y melancólica - práctica amorosa . Según una concepción en la que es el juego de presencia - ausencia el auténtico lugar del deseo; no la plena presencia o su contrario, la ausencia, la falta.
Discurso de la metáfora, en él nos encontramos con la inquietante pregunta que, en estos términos de ausencia-presencia, o, mejor dicho, en la superación de la antinomia de los mismos, se podía preguntar un Ortega y Gasset. El cual, refiriéndose a una inédita teoría de la metáfora, podía reflexionar cómo:
"es verdaderamente extraña la existencia en el hombre de esta actividad mental que consiste en suplantar una cosa por otra no tanto por afán de llegar a ésta, como por el empeño de rehuir aquélla".
Con lo que, de seguir adelante, nos encontraríamos inmersos a nuestra vez, en una teoría de la melancolía, aquella "en la que el objeto no es apropiado ni perdido, sino ambas cosas al mismo tiempo". O, como teoría de la imagen, de la sustitución, del fetiche: "puesto que el fetiche es, en su conjunto, el signo de algo y de su ausencia y debe a esta contradicción su propio estatuto fantasmático, en consecuencia el objeto de la tendencia melancólica es al mismo tiempo real e irreal, incorporado y perdido, afirmado y negado".
Pues sólo así, inmersos en una concepción, ciertamente melancólica, para la cual son los términos de presencia-ausencia los que son negados; en un territorio en el que es lo inaprensible la condición de la cercanía; en la que es sólo la metáfora, la sustitución, la que es susceptible de afirmar plenamente (y sólo la ausencia de la amada la marca del verdadero, del más fatal amor), podemos ahora retroceder y asistir al enigmático, al fatal lugar del que Dante hablaba como donde "Amor ha puesto mi felicidad".
Esto es, entre el melancólico deseo de abrazar lo que "sólo puede ser objeto de contemplación" y su fatal destino: al texto. El lugar, melancólico, del deseo, su única posible conciliación.