La historia es conocida. En abril de 1916 Shackleton y cuatro compañeros deciden abandonar el campamento de Isla Elefante adonde se han refugiado después de perder la fragata
Endurance entre los hielos. Isla Elefante es el lugar más inhóspito de la tierra, seguramente - después del témpano de hielo que les ha llevado hasta ella. No cabe esperar ningún ballenero, ningún barco, ningún naufragio. Nadie llega hasta allí y la isla ofrece un precario refugio, entre el viento austral y los hielos.
Entonces emprenden un viaje desesperado de 1300 kms. a bordo de uno de los botes abiertos que han salvado de la
Endurance. El bote se bautiza como
James Caird, en honor de uno de los patrocinadores de la expedición. Las corrientes, las tempestades y un único sextante les ponen en camino hacia las islas Georgia del Sur, donde se encuentra una estación ballenera.
Finalmente, y al cabo de bastantes días y una precaria navegación, logran arribar a la costa sur de la isla. Pero aún tendrán que acceder a la estación, separada de la bahía adonde han desembarcado por cuarenta millas de glaciares, ventisqueros, cumbres de hielo y laderas nevadas.
Durante el penoso viaje, que Shackleton emprende junto a dos de sus compañeros - los otros, demasiado agotados les esperan en la bahía junto al
James Caird - aquél contará después que había tenido la inquietante sensación de que alguien más les acompañaba.
"(...) la Providencia nos ha guiado, no sólo a través de los campos de nieve sino a través del mar picado y blanco que separaba isla Elefante del punto de desembarco en San Pedro. Sé que durante esa larga y extenuante marcha de treinta y seis horas por las montañas sin nombre y los glaciares de San Pedro a menudo me pareció que éramos, no tres, sino cuatro. No dije nada a mis compañeros en aquel momento, pero después Worsley me dijo: "Jefe, tuve la curiosa sensación de que había otra persona con nosotros". Crean confesó haber tenido la misma impresión".
El motivo reaparecerá, años después, en el conocido poema de T.S. Eliot,
The Waste Land.
En su
What the thunder said Eliot se pregunta:
¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado?
Cuando cuento, sólo somos tú y yo, juntos,
pero cuando miro delante sobre el blanco camino
siempre hay otro que marcha a tu lado
deslizándose envuelto en una capa parda, embozado,
no sé si es hombre o mujer,
pero ¿quién es ese que va a tu otro lado?
Curiosamente una versión en negativo del mismo motivo aparecerá, esos mismos años, en un poeta de la generación del 27, Fernando Villalón, que lo recoge en su "
Sombra" de 1929. Pero si el extraño compañero surge en el relato de Shackleton como sombra de la Providencia; o en los versos de Eliot como recuerdo de la Resurrección en la escena evangélica del Camino de Emaús, en el poeta andaluz esta sombra es su negativo: la oscura presencia del
daimon, la culpa.
Tozuda compañera, ¿por qué hieres
mis huellas con tus pasos?
Andas tras mí espiando; vuelvo y vuelves;
si te miro me miras, y palparte
quise y no pude. Por los tersos muros
caminas; sobre el polvo, por las flores
del jardín andas y a abrazarte voy
y tu tela de araña - parda tela,
alma quizá escapada de mi cuerpo -
huye ante mí y se burla de mis ansias (...)