sábado, 7 de mayo de 2011

Cala Ratjada.



Lo cuenta el poeta Pere Caldar, en su "Ruta de Mallorca".

Diez años después había vuelto a Cala Ratjada, en la costa este , al hotel del mismo nombre. Estaba situado en el puerto, sobre el muelle, una plaza que se abría al mar, el canal que une la isla con la vecina Menorca.

Esta vez había venido con su mujer, Teresa. Debajo del Cala Ratjada se extiende un camino, un paseo de tierra que rodea la playa y los acantilados hasta llegar al barrio de Sa Mercal, al otro lado del pueblo. Seguía estando lleno de chiringuitos, de pequeñas terrazas, bares de música cubana. Por la noche volvieron a ellos.

El poeta recordaba la sensación que antaño le producía aquel camino, que culminaba abruptamente en el mar. A partir de la barandilla de hierro no había sino una sombra negra, impenetrable, que cerraba todo el horizonte. A este lado, las luces de las terrazas, los farolillos en las esquinas. Más allá, nada, el rumor de la costa.

En ese mismo lugar Pere había vivido una tórrida aventura amorosa, años atrás. Con su amante; M., entonces casi una niña, había recorrido noche tras noche los locales del puerto, avistado el mismo abismo de sombra frente a ellos, sobre el mar.

Ahora volvía y nadie recordaba que aquel otro verano hubiera ocurrido. El poeta cuenta de una repentina tristeza, de su secreta decepción.

Después, continúa,  pasa a describir un local de música de salsa, "El Timbal", conocido en la isla, adonde iban a actuar músicos de los lugares más diversos - "como si todos bajaran al puerto, desde a saber dónde, para venir a tocar en aquel local" -  una taberna en el muelle, una possessiò de piedra,  ya en el interior.

Jamás volvería al hotel, nos dice, ya en otro lugar.

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