El mapa de la diáspora armenia es innumerable. La historia, también.
Entre las dos guerras mundiales, nos cuenta el libro, un grupo de familias armenias se ha instalado en Moldavia, sobre la llanura rumana. La lista de los puertos, las aduanas, los pasos de montaña o los campos de refugiados que han tenido que cruzar hasta llegar a Rumania es interminable. Los viejos cuentan relatos en voz baja, se nos dice. Otros, callan.
Instalados en la llanura en esa época, por los pueblos del valle se extiende la costumbre de la fotografía ambulante. Los fotógrafos, armados con cámaras enormes y pesados trípodes, anuncian su próxima llegada con bastantes días de antelación. Así, a las familias del lugar les da tiempo a prepararse.
Existe un a modo de diferenciación social. A las familias ricas se las retrata en el salón de la casa. Buscan el sillón más grande, el más solemne, para que, sentado el patriarca , se dispongan todos los parientes alrededor de él. Las más humildes, en cambio, se fotografían en en la plaza del pueblo, delante de una suerte de telón ambulante que el fotógrafo trae consigo.
Vestidos con cuello duro y vestidos largos, son de ver en algunas placas que se han conservado aún los rostros abotargados por el calor, agotados por la lenta espera , con una indumentaria que es ciertamente un suplicio para las largas horas de sesión de un retrato que se retrasa siempre . Todos llevan, no obstante, sus mejores galas, a despecho de la estación.
Semanas más tarde, el fotógrafo vuelve por el pueblo, esta vez con las copias en cartón. Los patriarcas compran sus fotografías.
Nos cuenta Vosganian: "En casi todas las casas de los viejos armenios he encontrado fotos como ésas. Las familias reunidas alrededor de los ancianos. Sin sonreír, rígidos, parecían más bien objetos de exposición que seres humanos. Los armenios, en aquellos tiempos, se volvían locos por fotografiarse. Era su modo de permanecer juntos ya que, poco después, las familias se redujeron y dispersaron. De esa forma, aunque muchos murieron, desorientados y en condiciones tan humildes que ni aún hoy se han encontrado sus sepulturas, sus rostros han quedado impresos en los cartones sepia descoloridos en los bordes. Queriendo hacer patente a toda costa que alguna vez existieron. "
- De Varujan Vosganian El libro de los susurros ( ed. española Pre-Textos Diciembre 2010)
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