martes, 3 de mayo de 2011

Las villas del Bósforo



La sensación, estas fechas, de no estar leyendo nada. Esta impresión que se repite tantas veces a despecho de los días, los libros en la biblioteca, en la mesa, en el campo.

Ensayos, fotografías sobre el París de entreguerras. Una biografía de Josef Sudek, el fotógrafo checo, me lleva a la dispersión, a vagar entre más imágenes. Hojeo la biografía de Gerda Taro, la que redactó Maspero recientemente. De nuevo la fascinación por aquellos años. Por Brassaï, Man Ray, Kertesz. Pero también por el Hemingway de París o Scott Fitzgerald.

Si algún relato ha descrito el final de la época - lúcida, melancólicamente - es el "Retorno a Babilonia" de este último. Richard Ford lo incluyó en su "Antología del cuento norteamericano". Junto al "Silencio blanco" de Jack London y un relato de Eudora Welty - " No hay sitio para ti, amor"- sobre un sur en el límite de la sombra y el sueño - y en los confines de Nueva Orleans - era sin duda el mejor de la antología.

En casa, luego, busco los "Días tranquilos en Clichy" de Henry Miller. Cómo será releerlo ahora. No lo encuentro. Debe de haber desaparecido hace años. A lo mejor está reeditado, pero yo recuerdo la edición de Alfaguara donde devoramos todo Miller antaño. (Excepto una rara edición sudamericana del "Coloso de Maroussi" que me prestó Armando, que era la única disponible entonces).  Noticias del París de las vanguardias aparecen en citas de la infumable Gertrude Stein. O incluso en la "Historia de la guerra civil española", el clásico de Hugh Thomas, cuya edición de Ruedo Ibérico rescato estos días.

La sensación de la tormenta, de los días airados. No estamos leyendo nada.

En el campo, un excelente Vosganian sobre la diáspora, la tragedia armenia.  La tragedia del siglo, finalmente. Una edición de los cuentos, irregulares, de Evelyn Waugh - después de haber leído, de un tirón, su  "Un puñado de polvo". Unas páginas, distraídas, de Jean Moreas sobre Grecia. La reedición del clásico "Mitologías" de Pierre Grimal.

Una discusión sobre Bolaño - a quien nunca he leído - en la taberna, con Jaime y Carlos. Me interesa la conversación, pero no logran despojarme de la sensación de lo prescindible, de la gratuidad de la novela moderna. J., entre vino y vino, me recomienda que comience por "Los detectives salvajes". Quizá cuando deje de llover, le contesto.

A su regreso de una semana de tormentas en Estambul, A. realiza una magnífica descripción del viaje. Él había leído el libro de Pamuk antes y el relato que hace no sabemos en realidad lo que tiene de vivido o de recreación de las notas de éste.

Da igual, porque llovía todas las tardes y se ha pasado muchas horas leyendo en un café de Pera. Daban un vino excelente y nadie parecía tener prisa, cuenta. También ha leído a Pierre Loti y subió a su café, sobre el cementerio turco. Allí bebía raki. Debe de haber llovido sin parar.

La ciudad era el libro, entonces. Le pregunto por las villas otomanas, las antiguas mansiones de madera en el Bósforo y me las describe perfectamente. No sabemos si ha estado, pero qué importa.


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