París, 1937. El anuncio de la próxima Exposición Universal es aún un homenaje a la Vie Moderne en medio de las sombras.
Corren los presagios en tiempos difíciles. Las heridas de la
Gran Guerra no se han apagado todavía y sobre Europa flota una oscura premonición. Los antiguos imperios centrales han desaparecido. ("Alejandro de Roes - nos recordaba Claudio Magris en El Danubio- advertía que, si el Imperio llegaba a ser destruido desaparecería el orden del mundo"). En su lugar, había estallado la revolución soviética, la guerra civil rusa después; el levantamiento espartaquista en la república de Weimar; la breve República Soviética de Hungría; la regencia del almirante Horthy más tarde; la cuestión de los nacionalismos, el auge del fascismo en Alemania, Italia... En la década anterior el Pasaporte Nansen había acompañado en el exilio a miles de refugiados rusos, galitzianos, azerbayanos, armenios más tarde. A partir de 1930 se otorgará, precariamente, a los ciudadanos judíos occidentales que intentan escapar del Reich.
El Partido Nacional Socialista había llegado al poder en Berlín en 1933. Frente a los acuerdos de Versalles, el año anterior se había producido la remilitarización de Renania. Está a punto de declararse la cuestión de los Sudetes y la consiguiente invasión de Checoslovaquia por los alemanes. El Anschluss o anexión de Austria tendrá lugar en marzo del año siguiente. (Los acuerdos de Munich en 1938, como se sabe, no harán sino retrasar la guerra inevitable. La famosa fotografía de Neville Chamberlain agitando en su mano el tratado de paz a su regreso a Londres se revelará al poco como una de las imágenes más vacías y patéticas de la preguerra).
“Los pueblos de Europa central viven como los vecinos
de una ciudad sitiada por los cuatro costados que se va quedando sin pólvora y
sin víveres y que, según la apreciación humana, prácticamente no tiene
salvación”, había escrito ya en la década anterior Walter Benjamin en los
fragmentos de su Einbahnstrase, en la Alemania de 1928. (Pero ya al final de la Gran Guerra, de la que había huido refugiándose en Zurich, el poeta dadaísta Hugo Ball había afirmado en sus recuerdos: "Se desmoronó una época. Se desmorona una cultura milenaria. (...) Arriba es abajo, abajo es arriba. Desapareció la finalidad de un mundo a un ser supremo que lo mantenga unido. Emergió el caos. Emergió el tumulto").
En la URSS, tras la guerra civil, la colectivización forzosa ha producido unos diez millones de desaparecidos en la Holodomor o Gran Hambruna en Ucrania. Se deporta a los kulaks, los cosacos, los campesinos del Tambov; ingusetios, tártaros y chechenos. La Gran Purga se salda con cientos de miles de deportados y muertos. (Y a partir de 1936 los "Procesos de Moscú" eliminan finalmente toda oposición real o imaginaria al estalinismo). En julio de 1936 en España había estallado la guerra civil entre los nacionalistas y los republicanos. Venía precedida de la sublevación socialista en el año 34; la proclamación del Estat Catalá; de un clima irrespirable desde febrero del 36.
Algunos autores,
como Stephen Spender en su World within a
World, nombran el ambiente de desasosiego y enfrentamiento abierto que la
clausura de la década anterior, con las grandes crisis del 29, había creado. (“El último disparo debido a uno de los Hombres de Buena Voluntad fue el breve
y valiente discurso de Duff Cooper, cuando renunció después de Múnich…”). Su partida de Alemania, según relata, tiene lugar con el telón de fondo de unos disparos en la montaña por encima del balneario de Altamünde donde se aloja. "Son los jóvenes de las camisas pardas", le aclara alguien. En
otro lugar, el nostálgico relato de Christopher Isherwood - su Adiós a Berlín - se cierra con la clausura de los años anteriores, los días de juventud en una ciudad desaforada y el anuncio de su partida inmediata, con el fondo del desfile de las juventudes hitlerianas,
que marchan ya a diario por las calles de la ciudad. (Años más tarde, en un
tono entre alcohólico y fatalista, Scott Fitzgerald recrearía el final de la
década también en su relato Return to Babylon, esta vez localizado en el Hotel Ritz de París y en su desolada
supervivencia).
De aquel tiempo, de después, nos llegan
las noticias, llegan las imágenes que
aún leemos. Alguna de ellas
ha quedado fijada en la memoria del siglo. Son, por ejemplo, las imágenes
del Montparnasse de Brassaï; el Londres nocturno de Bill Brandt; o las fotografías de un André Kertész, que en su Paris
vu recreará una ciudad de entreguerras que siempre reconoceremos como tal,
de un tiempo irrepetible. ("Después de que en el periodo de un año, Kiki se hiciera un monumento, y Montparnasse se enriqueciera y se volviera próspero, y bien iluminado, bailado, molido y exprimido (...) y después de que se vendiera caviar en el Dóme (...) esta época había acabado" había escrito el americano Hemingway en el prólogo a las memorias de Kiki de Montparnasse). Berenice Abbott había retratado, en su breve estancia parisina, a los nombres de la vanguardia en la ciudad, de unos años que no regresarán. Son James Joyce, Janet Flanner, Peggy Guggenheim, Jean Cocteau, André Gide... O Cartier Bresson, que en su viaje a España en 1933 había recogido un escenario de muros blancos y rostros oscuros en las calles del sur.
Pero son también, por otra parte, las fotografías
clandestinas de Roman Vishniac del universo judío de la Europa del Este, - A
Vanished World - que no serán publicadas hasta 1983 y que ahora reconocemos
como el paisaje profético de una época. En sus imágenes clandestinas de un Berlín en calma, surgían los signos ominosos de una tragedia inevitable. Pequeñas notas sobre su paisaje conocido, la capital en continuo movimiento de la república de Weimar, aparecen unas banderas nazis en los portales, una estrella amarilla sobre un comercio judío; unos carteles con avisos proféticos de Joseph Goebbels... Para tomar las fotografías Vishniac hace posar a su hija Mara en primer plano, para así poder recoger al fondo el escenario de la ciudad.
La prensa diaria hace ya un uso generalizado de las reproducciones gráficas. Sus tiradas son cada vez mayores. Hay algo en las imágenes, en su generalizada
transmisión y en la repetición de las mismas, que remite a la postal fotográfica, creada a partir de 1869 y
difundida en las décadas siguientes. Las páginas gráficas son recortadas a veces y colocadas como fondo en las paredes de las casas, o en los escaparates de una tienda. "En las primeras cartas postales - relata una historia de los servicios de Correos en Austria- la otra cara estaba completamente en blanco para que se pudiera escribir sobre ella (...) Estas postales eran monótonas y aburridas.(...) En la última década del XIX triunfaron las verdaderas tarjetas postales ilustradas, impresas y editadas por la industria privada". Las postales a partir de ese momento se repiten, todo el mundo
puede adquirirlas y reconocerlas. Y la imagen que aparece en ellas sufre, en el
momento de ser impresa, un proceso de petrificación, una inmovilidad que la suspende para siempre. Las imágenes del siglo nos llegan
así más tarde: detenidas, un tanto acartonadas.
(Las tarjetas postales, se nos dice en otro lugar, se habían popularizado durante la Guerra Franco-Prusiana a finales del siglo. "Durante la guerra franco-prusiana, imprentas privadas en Alemania habían comenzado a usar tarjetas como una superficie en la que imprimir imágenes militaristas"). La presentación simultánea de diferentes imágenes, momentos y objetos suponía, de alguna forma, la ruptura de la tradicional narración lineal, detrás de una aparición momentánea, más allá del relato histórico. La difusión de las imágenes, por su parte, establecerá una suerte de geografía universal, en la que finalmente todos los lugares serán conocidos, sin haber tenido que desembarcar en ellos.
"Por eso en cuanto el barco ha declarado y atracado - seguía comentando el Walter Benjamin del período de entreguerras- suben a bordo los vendedores de recuerdos: collares y tarjetas postales, cuadros al óleo, cuchillos y figuritas de mármol. La ciudad no es visitada, sino comprada".
A finales de la década, el Gobierno
francés había organizado, en la ya dilatada tradición de Exposiciones Universales
- que venía del siglo XIX - la última,
la denominada “Arts et Technique Exposition Internationale dans la Vie Moderne”. Está
programada para la primavera de 1937. Es un signo de normalidad entre los tiempos
que se avecinan.
La Exposición, que según las crónicas que la anunciaban iba
a ser una de las más grandiosas jamás celebradas, recogía aún alguna de las
pretensiones del optimismo ilustrado del siglo anterior. La idea de universalidad, en
donde todos los pabellones, todos los países, pudieran alinearse todavía detrás de una optimista globalidad. Y la del progreso – aún – citado en su mismo título: "Exposition internationale des arts et des techniques appliqués à la vie moderne".
La gran muestra se instaló en un amplio espacio sobre el antiguo Trocadéro - que fue derruido- desde la Torre Eiffel hasta el Champ-de-Mars. Algún pabellón, alguna exposición recogen
aún ese obstinado culto a la modernidad. Le Corbusier, el arquitecto de las
barriadas modernas, exhibía su pabellón “des Temps Nouveaux” fuera del recinto. Hubo salones con
turbinas, con enormes arcos voltaicos. Un Palacio de la Electricidad y otro del
Ferrocarril, En una cúpula de cristal cercana al Pont Alexandre III - convertida en Palais de l´Air- cuelgan del techo aeroplanos en suspenso… Raoul Dufy, el exquisito pintor de los paisajes de Niza y de la Cote d´Azur,
se descolgaba con un gigantesco mural dedicado nada menos que al “Hada
Electricidad”. Le Corbusier aludiría también, en un artículo contemporáneo, a “la participación de Robert Delaunay en la decoración del Palacio del
Ferrocarril y la Aviación”. Los Delaunay pintaron un mural sobre el mismo. En otro
lugar – en la exposición de ferrocarriles – Fernand Léger habría realizado el
suyo, titulado "Le transport des forces". Más
allá, el Pabellón Italiano era obra del arquitecto preferido de Mussolini,
Marcello Piacentini, una torre de cinco pisos conectada a una galería, que
tenía reminiscencias de la Casa del Fascio de Terragni. El mucho más
modesto pabellón de Finlandia se le encarga al prestigioso Alvar Aalto; y el de
Japón – inmerso ya el Imperio nipón en la campaña de Manchuria- al discípulo de Le
Corbusier, Junzo Sakakura. Fuera del recinto el arquitecto Le Corbusier - que había sido rechazado - y sus discípulos erigieron una gran carpa bajo el título de Pavillon des Temps Nouveaux. Dentro de ella una serie de fotomontajes y carteles exhibían sus proyectos para "una ciudad ideal del futuro".
En otros medios, algún comentario sobre
la arquitectura de la Exposición de París deploraba el mantenimiento de una
retórica eclecticista, de valores “universales” y alejada de la modernidad de
las décadas inmediatas. Era uno de los últimos signos del historicismo del
siglo anterior, que se perdía, definitivamente.
Otros edificios hablaban de la promesa de felicidad de los tiempos
venideros, bien que de otra forma. Fueron los de Alemania y la URSS, los más
gigantescos de la Exposición, enfrentados, como un augurio, cara a cara a
los dos lados de la Avenida del Trocadero. El pabellón soviético había sido encargado a Boris Iofan "que venía de haber ganado el concurso internacional para la construcción del Palacio de los Soviets con un proyecto megalómano que si bien no se llegó nunca a construir había empezado ya con la demolición de la catedral de Cristo Salvador". Culminaba el pabellón en una descomunal escultura
de Vera Mujina, que representaba la marcha imparable del pueblo trabajador,
bajo el emblema de la hoz y el martillo. Miran, arrogantes y deportivos, hacia
delante. Todo el enorme edificio, construido en mármol, asumía la forma escalonada de un proyecto en fuga, volcado hacia un punto más adelante- el futuro. Una postal, distribuida durante la Exposición, reproducía desde una visión esquinada el Pabellón, recalcando el punto de fuga que señalaban las esculturas del obrero industrial y la koljosiana. Sería de algún modo la imagen reproducible - divulgada después en la propia URSS- del edificio y su escalonamiento hacia el futuro.
El propio Boris Iofan lo había descrito como: " Un edificio triunfal, reflejando en su dinamismo el rápido y poderoso crecimiento de los logros del primer estado socialista en el mundo, y el entusiasmo y la alegría de esta época nuestra, de construcción del socialismo, donde el trabajo es una cuestión de honor, valor y heroísmo". [1]
[1] cit. en Kate Kangaslahti "Absence/ Presence: The Efficacy of Text, Image and Space at the 1937 Exposition Internationale" en 2011 Word & Image Interactions VII pg. 191-ss.
Albert Speer, el arquitecto preferido de Hitler, que había podido
consultar secretamente los planos del pabellón soviético, le opuso un no menos
solemne monumento, coronado con el águila del Reich, la cruz gamada aria,
frente a frente. Una crónica de la Exposición destaca que, frente al uso generalizado de fotomontajes e imágenes fotográficos en los pabellones - y en el de la URSS en concreto- el alemán apenas hacía uso de esta propaganda, aportando en su lugar una un tanto tradicionalista manifestación pictórica y retórica del Volkt. "En un fuerte contraste con la ubicuidad soviética de la imagen de Stalin, virtualmente ningún retrato de Hitler se encontraba en el pabellón alemán, una sutil propaganda por omisión". Dentro de él se exhibía, en sus solemnes galerías, entre otros, el descomunal proyecto de Speer para un Palacio de Congresos del partido en Nuremberg. En el que figuraba, en un extremo, "El Campo de Marte, destinado a desfiles militares, y cuya superficie abarcaría 1050 metros de longitud por 700 metros de anchura". Un jurado le otorgó el Grand Prix de aquel año, junto al pabellón soviético de Iofan.
El escritor Pío Baroja, que se
encontraba ya en ese momento exiliado en la capital francesa, comentaba en sus
notas que: “Han aparecido sobre muchos de los edificios de la Exposición, que
se está preparando, banderas rojas y algunas tricolores donde han pintado la
hoz y el martillo. Mucha gente comenta que Blum podría resultar otro Kerenski u
otro Azaña, tan fatal para el país como ellos”. Con él se encontraban en la capital francesa la mayoría de los antiguos firmantes del manifiesto de apoyo a la República, que habían huido azarosamente de la España republicana en el primer año de guerra. (Del desinterés del escritor vasco por el París del centro, o la Exposición en concreto, figuraría entre otros un fragmento de su novela "Susana", escrita en la estancia parisina, en la que el protagonista afirmaba:
"Todas aquellas construcciones de madera y de cartón que se extendían a orillas del Sena, próximas al Trocadero y a la Torre de Eiffel, no me producían gran curiosidad". Para en cambio hablar más adelante de: "La Avenida de los Gobelinos y el bulevar de Port-Royal, donde contemplaba el Hospital de la Maternidad, antigua abadía ilustrada por Pascal y por los jansenistas; en su tiempo lugar de devoción, y ahora sitio decorativo de miseria". En su "Aquí París" había realizado a su vez una minuciosa descripción del Mercado de las Pulgas en Saint-Ouen, con sus barracas y descampados típicos de lo que él llamaba "la zona" - y en la propia ciudad se denominaba como "Le banlieu").
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Mucho más modesto, el Pabellón Español,
el del gobierno de la Segunda República, se enfrentaba a problemas casi
irresolubles. Pues su asistencia a la “Exposición Internacional de las Artes y
Técnicas en la Vida Moderna”, discutida durante mucho tiempo, tenía lugar en un
momento en que el país estaba inmerso en plena guerra civil.
La participación española tardó bastante
tiempo en concretarse. De hecho el Pabellón no iba a inaugurarse,
construido a marchas forzadas, sino dos meses después que la Exposición hubiera abierto. Aunque la República había sido invitada tres años atrás, no fue
hasta principios de 1937 que por fin se decidió la participación en aquélla. Unas notas sobre papel de Josep Renau, el cartelista comunista y director de Bellas Artes en la preparación de la misma, apuntan que: "La embajada española en París, para mejorar estas tareas de relación con los artistas residentes en Francia, había facilitado al director general de Bellas Artes, una pequeña intendencia a la altura de la escasez de la guerra en curso; un minúsculo despacho con teléfono, poca luz y una secretaria como asistente". Renau viajaba con un listado de los posibles contactos a realizar entre los españoles residentes en París; situándose, tras Picasso, a Salvador Dalí y luego, a Miró y a Calder. (Dalí, enterado de la propuesta que se había efectuado en primer lugar al pintor malagueño se presentó una mañana en la oficina gritándoles que: "Si no sabían nada de lo que ocurría en París; que Picasso estaba acabado y que era un grandísimo reaccionario... que si el único pintor comunista en París era él...". Participante al poco en un mitin del POUM y la FAI contra el Gobierno sería el único integrante de la lista que no participó en el pabellón de la Exposición).
La Exposición era un escaparate en Europa de la imagen que la República quería dar de sí misma. Algunos,
en medio de la contienda, lo entendieron. Entonces, por fin, todo se puso en marcha.
Del edificio nuevo se encargaron los arquitectos
Luis Lacasa y Josep Lluís Sert. Como comisario de la exposición se nombró a
José Gaos. De las artes plásticas se hizo cargo el Director de Artes Plásticas
de la República, el citado José Renau. La “producción audiovisual” – leemos
en alguna parte – se le había encomendado a Luis Buñuel. Al director aragonés se le había encargado asimismo la realización de una película, "Espagne, 1936", que finalmente rodaría el francés Jean-Paul Le Chanois. A París viajaron
entre otros los intelectuales Max Aub, José Bergamín o Juan Larrea. Dirigía la
Embajada en aquel momento – y la labor de propaganda, y de compra de armas de
la República – Luis Araquistáin, el político socialista recién nombrado para el
cargo.
Todos ellos tenían una misión, además:
convencer de la participación en la Exposición al pintor Pablo Picasso. Éste había rechazado con desdén las anteriores peticiones de las autoridades republicanas, que le proponían una gran exposición en Madrid, y finalmente habían abandonado despechadas el proyecto. Un decreto de septiembre de 1936, firmado por Manuel Azaña, le había nombrado director del Museo del Prado, en un intento de vincular su figura internacional con las instituciones de la República. Josep Renau le escribe pidiéndole que se traslade a Madrid para el nombramiento. El pintor, que aceptó el cargo desde París, nunca hubo de volver a España y, desde luego, nunca visitó el Museo. Algunas imágenes muestran la fachada de este último, protegida por sacos terreros de los bombardeos que desde el otoño de 1936 se sucedían sobre la capital.
En París, en enero de 1937, "a su casa de la rue de la Boétie, acudieron Max Aub, agregado cultural (...) Josep Renau, director general de Bellas Artes, Josep Luis Sert y Luis Lacasa, arquitectos del pabellón, José Bergamín y, por último, Juan Larrea, poeta y director de la Agence Espagne de información...". [1]
[1] cit. en Rocío Robles Tardío (ed.) La recepción del Guernica, 1937-1947. eds. La Central, s.f. pg.10
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Imágenes de la época: Pablo Picasso, entre varios amigos, en el café Deux Magots. Otras, en el Café de Fiore, del boulevard Saint Germain. Otras: en el
castillo de Boisgeloup, que acaba de adquirir. El fotógrafo Brassaï le
retrata, rodeado de las esculturas que el castillo le ha permitido
crear. Son parte de un libro sobre Picasso. (Las reproducidas "Conversations avec Picasso"). Son parte, también, del fascinante
repertorio parisino de Brassaï, quien como todo el mundo sabe, era húngaro y había
llegado junto a los demás viajeros a Francia a principios de los años 20. Los húngaros como
él, como André Kertész, Robert Capa, nombran el centro del mundo entonces. O polacos alemanes como
Germaine Krull; alemanes como Bill Brandt o Ilse Bing, Gerda Taro; el eslovaco FranÇois Kollar; rumanos como Eli Lotar, el checo Jaroslav Rossler, el lituano Izis…
Llegan desde los restos de los Imperios Centrales; los que desaparecen en la
Primera Guerra. Los americanos, como
Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway, o John Dos Passos, nos describirán el final de la década,
más tarde. También lo describirá el galitziano Joseph Roth, en sus novelas sobre el final del mundo de los Habsburgo, emigrado a París igualmente, donde muere en la primavera de 1939. "Todo el mundo estaba en el Dome" recordaba la alemana Germaine Krull, autora de uno de los primeros libros fotográficos sobre la ciudad, el titulado "Metal". (Antes de abandonarla en la guerra, detrás de un viaje interminable que incluiría a Sudáfrica, Brasil, India, Tailandia y finalmente el Tíbet).
Son todas imágenes de un París al que,
años atrás, la escritora y coleccionista americana Gertrude Stein había
declarado “el centro del mundo”. Picasso, que había llegado a principios del
siglo lo podía aseverar: él era el centro. Nunca volvió a vivir en las afueras
- en la España que había dejado atrás. De hecho, cuando la ocupación alemana,
que ya se anunciaba inminente - y que provocó la emigración de gran parte del centro
del mundo, a Nueva York principalmente - permaneció en
el París ocupado. “La inercia”, le dijo a alguien. Continuaron reuniéndose en
su estudio, ahora ya en el número 7 de la rue de Grands Augustins. Iban menos al café des Deux
Magots. Se reunían en el café De Fiore. Alguien dijo que le había visto menos. Otros en cambio - el arquitecto Josep Lluís Sert, por ejemplo - recuerdan que "veíamos a Picasso todas las noches en el café de Flore en Saint Germain des Pres".
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"En París ahora no pasa nada, hay una perfecta tranquilidad, no hace mucho frío, aunque deben de estar al caer las temperaturas de bajo cero", había anotado el Pío Baroja del invierno de 1940 que, como el resto de la ciudad, esperaba la inminente ocupación de la villa por parte de los alemanes.
Imágenes de la ocupación. En una fotografía de los años de la guerra y la ocupación alemana de la ciudad, sigue apareciendo el café, siguen siendo las terrazas en el Boulevard des Capucines. Unos
uniformes alemanes, las botas altas nos informan de la época: es la Francia del 40, la Francia del gobierno de Vichy. Sobre la mesa, las bandejas metálicas, la
inevitable botella de agua. El ambiguo César González-Ruano, que llega a la ciudad en noviembre de 1940, escribiría: "Los uniformes grises de los alemanes añadían ya mucho gris al gris del cielo bajo parisién y al gris negruzco de sus casas". Por otro lado, de las imágenes en color de André Zucca, muy difundidas en la época, que colabora con la revista alemana Signal, se comenta que muestran un París cotidiano y luminoso, en el que sólo la distraída imagen de unas estrellas amarillas en la ropa de dos transeúntes revelan una fisura, una amenaza tras la jubilosa normalidad.
Pero esto ocurre años después. En 1937
era la guerra civil española. Sobre Europa flotaba la amenaza de un próximo, un oscuro conflicto que enfrentaría a todo el continente primero. La guerra
mundial después.
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A primeros de año Picasso había recibido la
noticia de que había sido nombrado director del Museo del Prado. Las
autoridades republicanas intentaban atraer a su causa al pintor español. Poco
tiempo después recibiría la visita de los intelectuales citados, que le encargaban una
obra para el Pabellón Español. Picasso, que ya había aceptado el cargo
honorífico de director del Museo, aceptó
igualmente participar en la Exposición Universal.
Eran tiempos difíciles para el artista. La crítica habla
de estos años, de los años anteriores, como una época especialmente oscura para el
pintor. Había comenzado a escribir, "todos los días" comentaría él mismo.
Poemas surrealistas; minotauros y víctimas,
mujeres que claman, niñas que conducen toros de la mano, caballos heridos, se
repiten en las imágenes de estos días. Hay un grito desesperado, sin consuelo,
en alguna de las imágenes. Se repetirán después.
En 1934 la revista “Minotaure” - dirigida por Albert Skira y Emile Tériade - le había encargado la portada de su primer número, que estaba dedicado a la escultura del malagueño. El collage reproducía la figura del
animal mítico, el Minotauro. Ese mismo año había viajado con Marie-Therese Walter y su hijo Pablo por España. Además de la obligada visita al
Museo de Arte Románico de Cataluña, la crónica nos recuerda la asistencia a las corridas de toros por toda
la Península que se impuso el pintor. Acuden a la feria de San Sebastián, a la de Bilbao entre otras.
En ellas, en aquellos años, aparecía una figura
desgarrada: son los caballos heridos, hasta la muerte a veces, indefensos
frente a la brutalidad del toro. En otros grabados - alguno dentro de la Suite Vollard - es la "mujer torero" la que sufre la bestialidad del animal. Picasso habría de retener aquella imagen.
También la bravura del toro, el animal mítico, sin remisión posible. En estos
años – en 1935 - uno de sus grabados más conocidos, la célebre “Minotauromaquía”
reproduce al bárbaro minotauro, al caballo herido. Hay otros personajes, otros
espectadores. Una ventana sobre la tragedia. El mar, a lo lejos. Una luz,
sostenida por una niña, ilumina la escena. La adolescente, otras niñas en otros grabados, eran las únicas figuras de la serenidad en la bárbara escena.
En medio de esta imaginería desgarrada, un breve poema en prosa del 24 de abril de 1936 del pintor hablaría de "los clavos introducidos en el fuego en la garganta del prisma cuerda tendida por sus extremos en las quemaduras de la rueda hundida en la charca mordiendo con rabia el ojo del toro agonizante". [1]
- [1] cit. en 50 poemas de Picasso colección Gelonch Viladegut Sant Cugat del Vallés, noviembre 2013.
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En otro lugar se nos habla de que
durante dos años Picasso había dejado prácticamente de pintar. “Escribía todos
los días”, dice la misma noticia. (“Esta afirmación – se nos cuenta – ya la había anunciado Gertrude Stein, quien señaló que en 1937 Picasso
llevaba casi dos años sin pintar y que cuando retomó los pinceles no creó un
lenguaje nuevo”).
Mucho tiempo más tarde, ya en 1989, en el
Museo Picasso de París se descubriría un extenso poemario del artista, que
abarcaba textos de 1935 a
1954, aproximadamente.
Son los poemas de un escritor de la
profusión, de un culto a la gratuidad verbal. La época soportaba esa estética. De un
lado los “poemas-río”, en los que de algún modo es el delirio verbal el que
sustenta el poema: sin puntuación, sin final, sin más referente que la propia
efusión nominal... De otro los “poemas-variaciones”, en los que, signo de la
época asimismo, el pintor se dedica a los juegos y variaciones de lenguaje como
único objeto poético. Alguno de estos poemas habían sido publicados en los Cahiers d´art en 1936, traducidos por
André Breton. Otros aparecerían en la edición del Sueño y mentira de Franco, la edición de grabados grotescos que en
el primer año de la guerra española Picasso había editado como contribución a
la causa del bando republicano.
“fandango de lechuzas de escabeche de
espadas de pulpos de mal agüero estropajo de pelos de coronillas de pie en
medio de la sartén en pelotas puesto sobre el cucurucho del sorbete de bacalao
frito en la sarna de su corazón de cabestro / la boca llena de la jalea de
chinches de sus palabras-cascabeles del plato de caracoles trenzando
tripas-meñique en erección ni uva ni breva…”
En otro lugar – en la edición de “El
deseo atrapado por la cola”, la obra teatral que Picasso estrenó en el París
ocupado de 1940 - el malagueño había escrito:
“Creo que mi obra como escritor es tan
extensa como la de pintor. Materialmente dediqué el mismo tiempo a ambas
actividades. Quizá algún día, cuando yo desaparezca, apareceré descrito en los
diccionarios de esta manera: Pablo Ruíz Picasso: poeta y autor dramático
español. Se conservan de él algunas pinturas”.
Una fotografía de Brassaï nos da cuenta de los
asistentes – y participantes – al estreno de la obra dramática en el estudio de Michel Leiris de la rue
Grands-Augustins. Son, entre otros, Jacques Lacan, Pierre Reverdy, Louise
Leiris, Valentine Hugo, Simone de Beauvoir, el propio Brassaï, J. P. Sartre, Albert
Camus, Michel Leiris…(Era el año 44, último de la ocupación. Una tradición cuenta que Picasso se había presentado en el estudio con el retrato del poeta Max Jacob, que acababa de morir en el campo de concentración de Drancy dos semanas antes. Otra nota comenta que la obra "Concebida como un acto de resistencia, anticipa el teatro del absurdo". Carecía de cualquier contenido histórico sin embargo. Con personajes como: el gran pie; la angustia gorda; la angustia flaca; la cebolla o su prima... En una esquina la joven actriz española María Casares, invitada a la representación, escucha cómo Albert Camus lee el texto y da entrada a los actores.
"Vi un perfil altivo cuya mirada se perdía en la calle y donde sólo la frente alta y la nariz recta y corta seguían sosteniendo no sé qué fatiga u orgullosa indolencia", escribiría años más tarde sobre su primer encuentro con el novelista). La ocupación no había alterado las reuniones en París, se nos cuenta en otro lugar. Ese verano, al regreso de las vacaciones, Sartre y Simone de Beauvoir siguieron organizando fiestas, durante el toque de queda. "A esas reuniones, que duraban hasta el amanecer, asistían Camus y su amante, la actriz María Casares, Pablo Picasso y Dora Maar".
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Pero estamos otra vez en 1937. Durante
algún tiempo, aceptado el encargo de un mural para el Pabellón español, los
visitantes del taller apenas ven sino
unos vagos dibujos sobre el tema del pintor y la modelo en el estudio. Era un
tema ya conocido en la obra de Picasso. En esos primeros días, aparece de
nuevo, bien que confusamente. No hay referencias a la contienda aún. En los dibujos preparatorios el pintor había diseñado un esquema sobre el motivo conocido, acompañado en esta ocasión, dentro de su gran formato, de dos esculturas con figuras monumentales, relacionadas de algún modo con Marie Therese Walter, su amante de esos años, que debían figurar a ambos lados. En alguno de los bocetos surge dentro del mural una mano aislada, con la figura de la hoz y el martillo.
En París se habla de la guerra civil española. Ya
han llegado los primeros refugiados – entre otros, los del 98, Azorín
y Pío Baroja, que escapan de ambos bandos. Coinciden con Ramón Menéndez Pidal, el doctor Marañón, Pérez de Ayala, Xavier Zubiri, huidos del Madrid de los paseos nocturnos. También Ortega y Gasset, que escapa igualmente de las milicias republicanas. El periodista Chaves Nogales ha llegado más tarde, cuando el gobierno ha abandonado Madrid. Seguirá su viaje hasta Londres. También lo hará el poeta Luis Cernuda, a quien apenas nadie ve durante su estancia francesa. ("Según su biógrafo Rivero Taradillo, el poeta pasaba largas horas a solas en su cuarto trabajando en los poemas Resaca en Sansueña y Atardecer en la catedral). Rosa Chacel lo recordará, con ella y otros españoles en el Hotel Medicis, en el Barrio Latino. José Moreno Villa visita a los alojados en el Colegio de España. Azorín, que se convierte en asiduo de los puestos de los bouquinistes en la ribera del Sena, escribe en su Españoles en París: "La soledad de la noche, junto con la vastedad del hotel, sin contar con nuestra incertidumbre hacían que sintiéramos una sensación de abatimiento". Él escribiría sobre un París romántico y decimonónico, al que no había llegado la modernidad. Baroja en sus memorias - que otros se encargarían de desmentir en parte, aludiendo a su intensa vida social, rodeado de meriendas con admiradoras de sus novelas - también escribía: "Aquí, en París, se ve uno muy solo, viejo y sin dinero. No tiene ganas de escribir, ni la menor esperanza". El 31 de julio de 1936 habían firmado los escritores un masivo manifiesto de adhesión a la República - el "Adhesiones de intelectuales"- en el incautado ABC de Madrid. J. R.J., Menéndez Pidal, Antonio Marichalar, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala, entre ellos. "Unas semanas después - nos informa una noticia- casi todos estos intelectuales habían huido de Madrid para refugiarse en Francia, Inglaterra, Suiza, América Latina o Estados Unidos". Huían, recordará más tarde el filósofo Julián Marías, del bando republicano, al que en un primer momento habían apoyado.
Mientras tanto, en un oscuro hotel de la Rive Gauche
se ha instalado el centro de reclutamiento de las Brigadas Internacionales, de
los voluntarios para la Guerra de España. Está dirigido finalmente por la Komintern,
la Internacional Comunista. Llegan de todas partes, una corriente más de
emigrados en Europa, los despojos de la guerra anterior. También llegan los
espías, los traficantes de armas. Araquistáin, el nuevo embajador español trae
como misión fundamental el poder regularizar este comercio, a despecho del
embargo internacional.
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Fotografías en la prensa. Una oscura emigración desde una Europa amenazada, un comercio
clandestino. Los periódicos informan a diario de las noticias de la
guerra española. La izquierdista Regards publica un reportaje sobre la misma casi en cada número. También Vu o, en el otro lado, el número especial de Frontieres, dedicado a ensalzar la tarea del gobierno de Burgos. La contienda ocurre en otro lugar, más allá de la frontera. Las imágenes de la época por otra parte nos siguen mostrando al
pintor español en el café de Fiore, acompañado casi siempre del poeta Paul Eluard, su
inseparable, de Louis Aragon a veces, Breton otras, de Man Ray. O de Jaume
Sabartés, su secretario catalán, que ha hecho el viaje a París en estas fechas.
Una nueva presencia surge en estas fotografías: es
la de Dora Maar, la fotógrafa izquierdista de origen croata y francés, que aparecerá ya durante
años en las imágenes. Le había sido presentada al pintor por Paul Eluard en el habitual café Les Deux Magots (Según otros fue en el rodaje de la película Le crime de Monsieur Lange, dirigida por Jean Renoir). Unos años antes, en 1933, Dora había efectuado un viaje solitario a la Barcelona de la época, que culmina en la entonces remota Tossa de Mar. En la ciudad, donde se aloja en el emblemático Hotel Oriente de las Ramblas, recoge sobre todo a los personajes de El Raval - o el Barrio Chino- que ocupan la atención de su cámara casi exclusivamente. En Tossa más tarde encuentra, entre otros, a Georges Charenson, Henry de Monfreid y Georges Kars, a quienes retrata antes de volver a París. Ya en relación con Picasso, una fotografía de Man Ray la retrata en 1937, en el extremo del grupo que se reúne en la pequeña villa de Mougins: Lee Miller, los Eluard, Man Ray y el pintor entre otros. Será también durante esos años la modelo repetida de varias telas de Picasso. (Entre ellas la conocida "Mujer que llora" de 1937, emblema del sufrimiento reiterado en las crónicas posteriores de la época). "Las numerosas pinturas y dibujos que Picasso realizó en ese período la muestran como un ser en constante trasformación: se convierte en un pájaro, una musa marina, tiene cuernos o los atributos de las flores".
En Mougins Man Ray había filmado con ellos, Dora Maar incluida, una película titulada Un été á la Garoupe, el nombre de la playa de Antibes donde acudían a diario. Más tarde, en algún lugar de una entrevista, recordaría: "No es cuestión aquí de contar acerca de mi vida, sino de evocar unas pocas fértiles semanas en busca de placer, libertad y creación (...) Durante tres años antes de la guerra nos encontramos en el sur, reunidos como una familia..."
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Imágenes de la guerra. El 26 de abril de
1937 se produce el bombardeo de la ciudad de Guernica. Los periódicos;
“L´Humanité” o “Ce Soir”, entre otros, recogen inmediatamente la noticia. Durante los
días siguientes la prensa aparece inundada de titulares primero, de imágenes después sobre la tragedia, sobre la destrucción de la villa vasca por la aviación alemana. El escenario de las fotografías muestra un paisaje en blanco y negro, como corresponde a la información gráfica habitual del momento.
Se sucedieron los reportajes, las
crónicas. Un corresponsal inglés, George Steer, recogía días después la descripción de un testigo
del bombardeo, José Ramón Arriandiaga:
“Había mucha gente en
Guernica ese día. Era un día de mercado. De pronto vimos un avión viniendo hacia nosotros desde la zona de
Mundaka, volando muy despacio. La gente se asustó y comenzó a correr. Mi padre
nos cogió y nos llevó a la estación de tren y nos escondió debajo de un vagón.
Pero luego entendió que la estación era un objetivo militar, así que salimos de
allí. Nada más salir voló por los aires”. La crónica fue publicada al momento en The Times y repetida en todas las noticias que se ocupaban de la guerra de España. (Paralelamente la oficina de prensa del Ejercito del Norte se apresuró a desmentirla).
Se publicaron estas crónicas repetidas, esos días. Se leyeron las
declaraciones, las manifestaciones de otros. Y hubo imágenes, muchas: borrosas,
con la calidad del reportaje apresurado de la época, desenfocadas la
mayoría. Edificios en ruinas aún ardiendo, el esqueleto de la ciudad, las
calles levantadas, el paisaje de la devastación… Eran en blanco y negro, de nuevo.
Las sombras definían las imágenes de la época. Una descripción
del pabellón español, finalmente inaugurado, comentaba que:
"Tenemos fijada
en nuestra mente la imagen del pabellón español en blanco y negro, pues así son
las fotografías de que disponemos, pero imaginemos lo que sería con sus
colores reales: blanco, negro, gris y rojo”.
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Fotografías de aquellos días. La portada de “Ce Soir” bajo el título de “Dans les ruines
de Guernica” reproduce una
confusa imagen de milicianos en el frente. Otra de unos refugiados bajando de
un avión comercial en Bilbao.
En la columna central, aparece una fotografía de
una joven de perfil bajo el título de “L´Asassinat
de la Belle Ingrid”. En la de la derecha, otro titular: “Suzanne Bertrand et Roger Vernou. Répondent du
meurts de Max le Rouquin”. Debajo del mismo la imagen de un hombre
joven, trajeado. Parece que va detenido
a alguna parte.
Días después, las imágenes reproducen,
invariablemente, un mismo paisaje. Es el pueblo de Guernica, un escenario de calles
solitarias, de fachadas en pie sobre edificios vacíos, de aceras levantadas. En
Ce Soir las ilustraciones se acompañan de otras noticias sobre sucesos varios, con retratos de los protagonistas. Los presuntos sujetos de los mismos miran ausentes, un tanto perplejos, a la cámara. (Una crónica de unos días después sobre las "800 víctimes a Guirnica" se acompañaba al lado de la imagen de "Le vampire de Le Hardt ne comptait plus ses crimes monstrueux". El supuesto vampiro posaba disminuido y esposado, acompañado de dos gendarmes que miran a la cámara en actitud marcial, un tanto perplejos).
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Las reproducciones en las revistas de
la vanguardia…Una suerte de nuevo Museo Universal se había generalizado
desde mediados del siglo anterior con la difusión de imágenes de obras de arte
por medio de la fotografía. Un público mucho más amplio – entre ellos, los
propios artistas – sería capaz de conocer las obras más inalcanzables, más
remotas, por medio de su edición, generosamente difundida. Ello crearía
una especie de nueva mirada en la que la reproducción, mucho más extendida,
sustituye a la contemplación del propio objeto, - el cuadro, la escultura-, más difícil
de ser conocido.
En algún lugar, por ejemplo, se
nos habla de la temprana afición del pintor boloñés Giorgio Morandi, desde sus
años de formación, por la obsesiva contemplación de catálogos, por la
recolección de todo tipo de imágenes de obras de arte.
“Desde su
juventud, Morandi fue un gran consumidor de fotografías, reproducciones,
catálogos y revistas. Junto a las exposiciones, a las visitas al museo, es
decir, junto a la lectura directa de las obras, hay en el pintor boloñés este
amplio espacio ulterior trabajo visual que acompaña, integrándolas, las
lecturas”.
Entre los catálogos, las
revistas que le llegan al joven pintor, aparece un número de “Les Soirées de
Paris” que su amigo Carlo Carrá, que la recibe regularmente, hace llegar a su
estudio. “La revista es importante para Francia y para Europa, especialmente la
serie de 1913 que tiene como director a Apollinaire: será suficiente para
expresarlo una breve lista de reproducciones: Braque, Matisse, Picasso,
Gleizes, Picabia, Derain y Rousseau”. Apollinaire estaba decidido a incluir en
la misma un cierto tono escandaloso para el momento, cuyo representante
máximo para él era Picasso.
“En el número 18
de la revista aparecen cinco bodegones del malagueño: una Botella y guitarra
(…) una Guitarra y botella entre otras”. Se trataba entre otras cosas de
“objetos que sólo existen para nosotros a nivel fotográfico”. El primero de los
cuadros había sido destrozado. El segundo también: sólo sería reconstruido
parcialmente, más tarde, para las colecciones públicas del Museo de Praga.
Morandi había
llegado a contemplar unos cuadros – que le influyeron, cuenta la historia del
pintor, decisivamente- sólo en sus reproducciones. De hecho, alguno de ellos únicamente existía ya en éstas.
De la obra
posterior del pintor, de la influencia de Picasso en varios de los compañeros
del grupo Valori Plastici, mediatizada por la fotografía, se añade en
algún lugar que:
“La fotografía
causa alguna sorpresa: por la complejidad de la articulación plástica de la
composición (relato de contrastes y simultaneidades con fuertes sugestiones); pero,
sobre todo, a causa del resultado luminoso de la foto, en la que un velo
plácido y continuo sella, sin disolverlo, el juego de las partes de la
composición”.
El pabellón
español utilizaría las fotografías y los fotomontajes igualmente como imágenes
para la propaganda de la República. Como fotografías propiamente dichas
recurriría a unos álbumes de José Ortiz de Echagüe que se guardaban en el Museo del
Pueblo Español. Ilustraban un escenario tradicional y un tanto dramático del
paisaje castellano, que tenía que ver ciertamente con la visión de España de la
generación del 98. "El Museo (...) hubo de intervenir enviando cuatro álbumes de fotografías (...) que fueron colocadas a la manera de cuadros pues eran auténticas obras maestras de la época".
Los fotomontajes,
a cargo de Josep Renau, fueron utilizados con profusión, por otra parte, para
el mensaje que la República quería dar de sí misma.
“Fueron recogidos
a un tal Enrique Desfills, un total de 49 clichés con temas relativos a
Valencia, su pesca, agricultura, alfarería y temas de la Albufera. Otros 61
negativos, recogidos también en Valencia a José Calandín, eran,
fundamentalmente de campesinos andaluces y murcianos realizando diversas tareas
de campo o domésticas”.
Enviados a París
Renau encargó a diversos fotógrafos y talleres la ampliación y el montaje de
los negativos, que aparecían en grandes paneles sobre los muros del Pabellón. Utilizados con profusión una crónica posterior nos hablará de: "Los logros republicanos en varias regiones, como el de la España Central, con su gran campesino con una horca entre las manos ante un campo de trigo, o la España del norte, con el trabajo de la mujer en las minas; Cataluña y Levante con sus payeses, escolares, frutas, salvaguarda de monumentos, etc.".
En otro edificio, el Pabellón Pontificio, el pintor Josep María Sert había pintado el mural "Santa Teresa, embajadora del Amor Divino en España, ofrece a Nuestro Señor los mártires españoles de 1936". Era uno de los escasos ejemplos del arte de los nacionales, que no habían sido invitados a la Exposición.
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Picasso decide a primeros de mayo el tema para el
mural de la Exposición Internacional. Será el “Guernica”,
inspirado en la destrucción de la ciudad a finales de abril. Según una noticia habría conocido el suceso por medio del periódico "L´Humanité". "Es bien sabido que el artículo titulado "Mille bombes incendiaires lances par les avions de Hitler et Mussolini" iba acompañado de una fotografía de los cadáveres de dos mujeres tirados en una calle. Sin embargo, no se trataba de Guernica. la foto estaba tomada tras el ataque a otra ciudad española". [1]
[1] cit. en Anne Marie Wagner "Madres y amantes" en AA.VV. cat. Piedad y terror MNCARS, pg. 109
Meses antes ya había tomado partido en la
guerra – lo había hecho al aceptar el cargo de director del Museo
del Prado. Lo hacían sus amigos: los comunistas Eluard o Aragon; André Breton; los
republicanos Larrea o Max Aub. Roland Penrose o Max Ernst. O la decidida militancia izquierdista de quien
iba a ser su compañera esos años, Dora Maar.
También meses antes ya había comenzado una serie
de grabados, el “Sueño y mentira de Franco”, que serían destinados a
venderse en la Exposición de París. Los grabados, caricaturas sobre la figura
del general, hablaban de un repertorio caro a los defensores de la República.
Eran la sátira delirante sobre un mundo de frailes y marquesas, devociones
nocturnas y terratenientes, las tropas moras de Franco y los viejos generales.
Era la tradición de una España negra, que ahora se recogía en forma de
caricatura atroz. No menos atroces eran los textos del propio Picasso que
acompañaban a este “Sueño”.
Un crítico, meses antes, iba a anotar de nuevo que, frente a la cierta sequía del pintor, éste, por el contrario, seguía
escribiendo a diario.
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Imágenes del estudio del pintor, de los primeros
esbozos del “Guernica”, ya en la Rue des Grands Augustins.
Comprado por la República Española, se
habilitó un gran taller para la realización del mural. La idea había sido de la
propia Dora Maar, que había visitado antes el destartalado palacio del siglo XVII,
en cuya buhardilla se instala Picasso.
El edificio semeja un decorado de novela
gótica, en blanco y negro también. Según la leyenda, en él se había inspirado
Balzac para componer su “Chef d´ouvre inconnu”, el relato sobre
Frenhoffer, el loco artista. Los vecinos hablaban de él como “el viejo
palacio”. También como “La casa de Barrault”, el actor a quien había pertenecido
anteriormente. Picasso había ilustrado, unos años atrás, la edición de la obra de
Balzac, un relato célebre en la época sobre la obsesión del artista por la obra perfecta,
su inutilidad. (Y según relata Dore Ashton, el mismo Cézanne, obsesionado a su vez por el relato, en algún momento habría declarado: "Yo soy Frenhoffer"). Otra referencia nos habla de que en el estudio se habían reunido alguna vez los misteriosos componentes de la Sociedad Secreta, aquella que en torno a la revista Acéphale habían surgido tras las primeras reuniones del pintor André Masson y el escritor Georges Bataille en su estancia en Tossa de Mar inmediatamente antes de la guerra.
"Tossa de Mar, 29 de abril de 1936. Una noche fría, de finales de invierno. En la casa del pintor André Masson, en la habitación contigua a la cocina, donde Masson pintaba al calor de la lumbre, su amigo Georges Bataille escribía, invocando fantasmas. Redactaba en efecto una conjura, La conjuración sagrada". Masson, obsesionado por una imagen delirante de España, pinta tauromaquias enigmáticas, siegas descarnadas. O lugares como Ávila, Toledo o Montserrat. (Su amigo Michel Leiris escribe en esos momentos su "Espejo de tauromaquia", asimismo). Pero la presunta asistencia de los conjurados al estudio se encuentra, al igual que las otras actividades del grupo, envuelta en oscuras noticias sobre reuniones en torno a un árbol de un parque parisino, así como en otros misteriosos lugares, donde entre otras cosas planean la celebración de un sacrificio frente a la barbarie inminente.
A Tossa de Mar, se nos cuenta, había acudido también la fotógrafa Dora Maar, relacionada entonces con Georges Bataille. En cualquier caso sería ella la promotora de la compra del histórico edificio cercano a Saint Germain des Pres. Allí se reúnen todos ellos en un determinado momento detrás del mural
que se está creando. Las autoridades republicanas visitan con frecuencia el estudio. La propia Dora Maar ilustra el proceso de creación del
cuadro; las sucesivas fases, los bocetos, las transformaciones en el
“Guernica”. Al principio las imágenes se numeran y las primeras fases están fechadas. A
partir de un momento las fotografías dejan de datarse y sólo podemos adivinar
el proceso por las transformaciones de las mismas. En alguna crónica se habla de las "nueve diferentes fases" por las que el cuadro atraviesa.
En torno a la atmósfera del estudio Jean Cocteau había escrito en algún lugar: "Un desorden regio, un vacío real - ocupado por los monstruos que él inventaba, que componen su universo".
Las copias son en blanco y negro, como siempre las
hemos conocido. Sobre ellas, y sobre los focos del taller, las luces y el
cromatismo gris del cuadro, comentaba Josefina Alix: “Probablemente Picasso
estaba basándose en los focos que utilizaba Dora Maar en su taller de
fotografía. A este respecto nos ha indicado Dora Maar que a Picasso le atraía
el trabajo fotográfico y que incluso la gama cromática blanco y negro utilizada
para el Guernica estaba inspirada en el color de las fotografías y las
tonalidades de un laboratorio fotográfico”.
Es probable. Ahora sólo atendemos a una
imagen, la imagen final. Es la del cuadro tal como una mañana de junio viaja
por fin al Pabellón Español, para ser colgado por fin, expuesto allí. (El
propio Picasso, curiosamente, había hablado en algún momento de la inutilidad
de describir, de ilustrar el proceso de creación de una obra frente a su
solución final).
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Imágenes del “Guernica” en su estado final. Todo el mundo
las conoce. Aparecen en una fotografía del salón del pabellón, entre los rostros sonrientes de alguien que mira a la cámara, seguramente encargados de la limpieza del lugar. El Pabellón acababa de inaugurarse. Si en un primer momento eran novedosas, al poco se convertiría en una imagen reproducida en las publicaciones de la época, que todos podían reconocer, a despecho de que hubieran visto el original o no.
En una de las innumerables obras posteriores
sobre el cuadro éste aparece en una página al lado de un sarcófago
greco-romano. En ambos se produce la escena simultánea y narrativa. En los dos una escena
que ocurre en un solo instante – una imagen – que no obstante se lee como los
diversos personajes, los distintos acontecimientos que tienen lugar en ella. Representados en
un solo momento único, un escenario irrepetible.
En otra ilustración de un libro sobre el pintor el cuadro se muestra acompañado de la famosa Crucifixión del Maestro de Utrecht. En
la imagen el sol y la luna, simultáneos, acompañan la escena – como una
epifanía, la simultaneidad de todos los momentos en el Gólgota. Alguien en otra publicación la relacionará con el esquema trágico de la famosa "Matanza de los inocentes", del boloñés Guido Reni. Cuando, más tarde, el mural viaje a Chicago el catálogo que acompaña la obra reproducirá igualmente motivos como las iglesias románicas de San Clemente de Tahull; la Masacre de Chios de Delacroix; Los fusilamientos del 2 de mayo de Goya; el Fusilamiento del Emperador Maximiliano de Manet,... junto al grabado Minotauromaquia, entre otros.
Un análisis tradicional sobre la obra del pintor aludiría a la condición de habitación, de recinto cerrado y sin ninguna fuga, que aparece constantemente en su pintura. "La casa, el recinto cerrado - o en palabras de T.J. Clark, el cuarto - es el lugar desde donde el artista ve el mundo", advertirá una introducción a la génesis del cuadro en el MNCARS. En el mismo catálogo, y siguiendo el análisis del crítico citado, se nos hablará del Guernica: "Lo que vemos en él es- básicamente en su dimensión espacial- un cuarto, paredes, suelos, que se derrumba. El cuarto es el mundo, iluminado y ennegrecido por la Verdad, el sol podrido de Bataille, en el que una bombilla, un ojo y una estrella no consiguen iluminar a la paloma, muerta y negra entre el caballo agonizante y el toro". [1]
[1] cit. en AA.VV. Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica MNCARS, Madrid, 2017. pg.14.
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Figuras del “Guernica”. De todas las
descripciones posibles del cuadro, utilizar la enumeración. De derecha a
izquierda: El edificio en llamas, la mujer desolada, la mujer del candil, la
que se asoma a la escena; el caballo herido; el guerrero por tierra; el toro
ibérico; la bombilla; la madre con su hijo muerto… Por encima de las figuras, la escena en sombra y la luz repentina, el
escenario irrepetible... Pero éste escapa ya a la enumeración.
La revista Nueva cultura, dirigida en Valencia por el comunista Josep Renau, y vinculada a la Unión de Escritores y Artistas Proletarios reproduciría en el número de junio de 1937 un artículo con las fases sucesivas de la obra, bajo el título de "Proceso de elaboración de la gran pintura mural. La destrucción de Guernica". Una fotografía del pintor abría las páginas, bajo el epígrafe de "Pablo Picasso el gran pintor español que, en estos momentos dramáticos porque atraviesa España, ha puesto su arte y su persona al servicio de la lucha por la independencia de la patria". Siete láminas ilustraban el proceso - sin duda debidas a la cámara de Dora Maar- junto a otra de un fragmento desaparecido. A continuación la revista ofrecía las imágenes y el texto de los dieciocho aguafuertes del Sueño y mentira de Franco a un precio de 500 y 200 francos.
Unas fotografías del montaje de la obra en los días previos a la inauguración nos muestran la ubicación esquinada, en un muro lateral, de la misma. (Alguien la relacionará después con el célebre Lavatorio de Tintoretto, "destinado a la pared más larga de un refectorio longitudinal"). Casi inmediata al jardín exterior, una mínima barandilla la separa de los visitantes. Frente a ella se levanta la famosa escultura de mercurio de Calder; más allá el mural de Miró, su Payés catalán en rebeldía "en el descansillo de la escalera que subía al segundo piso", los fotomontajes de Renau, unos carteles sobre la muerte del poeta Federico García Lorca, una pared con fotografías de campesinos españoles que hay que cruzar para llegar al bar, inmediato también. Un mapa sobre el muro muestra la evolución de la contienda en las fotografías adosadas al mismo.
La pintura no se presentaba así de una manera frontal, para una contemplación central y aislada. Sino como un mural lateral a lo largo de un pasillo, que no se ve sino caminando a lo largo de él. Un debate sobre la función "representativa y social del arte moderno" había tenido lugar un año antes en París, recuerda la historiadora Rocío Robles, "donde también se discutió la función del mural como soporte e imagen del arte político y colectivo".
Cuando en 1944 el mural conozca su instalación definitiva al fondo de una sala del MOMA, como emblema de la pintura de vanguardia por parte de su director Alfred H. Barr, una descripción sobre su presentación aislada y museística comentará que: "Los espectadores tenían la oportunidad de contemplar el cuadro libres de las distracciones del pabellón español, con el tintineo y chapoteo de las ondulantes lágrimas del mercurio de Calder, la emotiva fotografía de García Lorca y los ruidos del bar".
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Inauguración del Pabellón Español en 1937. Frente
a la premura y la precariedad de la participación española, el edificio es uno
de los pocos decididamente “modernos” de la Exposición. (Ese mismo año Jean
Cassou hablaría del “pobre, puro y trágico Pabellón Español de 1937”). Todo el mundo se
agrupa delante del mural. Picasso aparece retratado junto a Joan Miró y Vicente
Huidobro. Calder o Renau. Gaos y Sert… Una descripción posterior recuerda que: "Tenemos fijada en nuestra mente la imagen del pabellón español en blanco y negro, porque así son las fotografías de que disponemos, pero, imaginemos lo que sería con sus colores reales: blanco, negro, gris y rojo".
En otra fotografía, los representantes
del Gobierno Vasco se retratan delante del “Guernica”. Hay un cóctel, ofrecido por el gobierno, posterior. Pero apenas acudieron, nos dice otra noticia, los invitados extranjeros y son los españoles - y algunos amigos cercanos - los que ocupan el salón del pabellón. Todos miran a la cámara, los miembros del Gobierno Provisional de Bilbao también. Han viajado
a París. El frente Norte está a punto de caer.
No todo iban a ser complacencias. Uno de
los representantes del Gobierno Vasco, Enrique Ucelay, declararía inmediatamente después que:
“Como obra de arte es una de las más
pobres realizadas en el mundo. No tiene sentido de la composición ni nada
parecido… Es sólo 7 x 3
metros de pornografía, ciscándose en Guernica, en
Euzkadi, en todo“. Y el arquitecto Le Corbusier, refiriéndose al muralismo de
la época, comentaría que: “En este sentido, la actitud ante el cuadro de
Picasso que se exponía en el Pabellón español resulta muy significativa. La
multitud le dio la espalda, sólo unos pocos visitantes se quedaron absortos
ante la obra y la contemplaron durante largo rato”.
Varios comentarios de la época hablan de
la propuesta por parte de algún funcionario republicano de la posibilidad de sustituir
el “Guernica” por otra obra de la Exposición, en el mural de la entrada. Sobre
todo por el “Madrid, 1937”
de Horacio Ferrer, ésta sí, comprensible en su representación de las madres y
los hijos heridos por las bombas en el Madrid sitiado. (En un artículo bastante crítico sobre esta época el escritor John Banville recogería la noticia asimismo de que: "El director de cine Luis Buñuel, que ayudó a colgar el cuadro en la Exposición... no lo soportaba: "Todo en él me incomoda, tanto la técnica grandilocuente, como la forma en que politiza el arte( ... ) Me encantaría volar el cuadro"). [1]
[ 1 ] John Banville Poder y gloria de Pablo Picasso en Letras Libres, Mexico, Abril 2023.
No sabemos exactamente quién hizo la propuesta, quién
criticó la ausencia de referentes reconocibles en el cuadro. La crónica
posterior siempre ha aludido a estas críticas. Pero raramente se nos dicen los
personajes de la misma. (Una referencia a la prensa francesa contemporánea a la Exposición comenta la ausencia de referencias en la misma al cuadro, que en aquel momento pasó completamente inadvertido). [1]
[1] Herschel B. Chipp El Guernica de Picasso eds. Polígrafa, Barcelona. 1991.
Max Aub, que había participado en las conversaciones previas con el pintor, hubo de salir al paso
de estas críticas al poco tiempo declarando que:
“Es posible que este arte sea acusado de
ser demasiado abstracto o difícil para un pabellón como el nuestro que persigue
ser, sobre todo y por encima de todo, una manifestación popular“. Para añadir
a continuación: “Cuando dicen que estos artistas sólo trabajan para unos pocos,
decidles que no es verdad”. Como en la célebre "quimera" de Rabelais la afirmación se sustentaba a sí misma. (Anthony Blunt en su conocida crítica a la serie de grabados "Sueño y mentira de Franco", al poco de ser conocidos en el Reino Unido, comentaría que: "Picasso ha pasado toda su vida en el sanctasanctorum del arte, atendido por los elegidos, puliendo cada vez más sus ritos místicos (...) pero para el mundo resultaban cada vez más remotos e ideales"). [1]
[1] Publicado en The Spectator, Londres, 8 de octubre de 1937.
No había referencias en el cuadro. Nunca
hubo nombres propios. En vano los buscaron los comisarios de la República. En
vano fue la búsqueda a la desesperada durante años de un alucinado Juan Larrea
que quiso dar nombre a las figuras del mural.
Picasso, requerido insistentemente para definir exactamente la iconografía "republicana" de la obra nunca le contestó. (Y, frente a la complacencia exaltada de Renau, en una página de sus Memorias, la mexicana Elena Garro, de camino hacia la España republicana con su entonces marido, Octavio Paz, comentaba de la visita a la Exposición: "En un salón [del pabellón soviético] estaban los retratos al óleo, pintados por Guerasimov, de todos los mariscales soviéticos. "Académicos, gusto estaliniano", comentó Paz en voz baja, pero a mí me gustaron más que el Guernica, que estaba en el Pabellón Español y que me pareció hecho con recortes de periódico").
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Junio 1937. Se firma el Pacto de Múnich. Las
potencias europeas, dirigidas por Neville Chamberlain, en un último intento de
acallar las demandas territoriales de Hitler, firman los acuerdos que suponen
serían una solución a la guerra inminente. Desde la oposición, Churchill
protestó airadamente. ("Se os dio a elegir entre el deshonor y la guerra. Habéis elegido el deshonor y ahora tendréis la guerra" - comentó al celebrado regreso de Chamberlain). Tres años después, en junio de 1940, los alemanes entraban
en París.
En 1937, en la Haus der Kunst de Múnich se había inaugurado la
“Entartete Kunst", o exposición del "Arte degenerado". Las obras contenían subtítulos redactados se decía por el propio Hitler, que aludían a la "obscenidad, locura, blasfemia y negritud" de los artistas seleccionados para la muestra. (En 1938 en Düsseldorf se abriría a su vez la muestra Entartete Musik, con obras entre otros de Arnold Schoenberg e Igor Stravinsky, como ejemplo de su "influencia destructiva" sobre la música alemana). Paralelamente en Múnich se había abierto la exposición sobre el "Gran Arte alemán" - Tag der Deutschen Kunst- en la Casa del Arte Alemán, inaugurada por Hitler un día antes. Sólo el realismo o un arte heroico escapaban a la noción de
“arte degenerado” de la primera. (Y el público, comenta un reportaje de la época, acudió en mucho mayor número a ésta que a la segunda).
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Noviembre de 1937. Final de la Exposición Internacional de
París. El pabellón español se desmonta lentamente a la espera de una imprecisa
continuidad de las exposiciones, de las muestras de la República.
Nunca tuvieron lugar. El Frente Norte se
había desmoronado y comenzaba la batalla por el Ebro y el avance nacionalista
hacia la costa del Mediterráneo. En mayo tenían lugar los sucesos de Barcelona, la persecución de los hombres del POUM, las luchas con los anarquistas, la
recuperación de Teruel por las tropas de Franco. En Europa se había establecido el pacto franco-polaco. En
París las autoridades deciden finalmente no prolongar la muestra. No estaban
los tiempos para más exposiciones. Algunas de las obras del Pabellón, se nos dice en otro lugar, fueron solicitadas por el Museo del Hombre, del Trocadero, como parte de una muestra sobre Arte Popular. "En marzo, Jacques Soustelle, director del museo citado, escribe al embajador, Osorio, para notificarle que las piezas solicitadas provenientes del pabellón español, ya se han depositado en los almacenes del Trocadero".
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Al desmontarse el Pabellón Español,
Picasso se hará cargo de la obra, del “Guernica”. Josep Lluis Sert, el arquitecto del pabellón, alegaría después en torno al encargo del gobierno que: "A Picasso se le pagaron, como a todos, sólo los colores, las telas, los bastidores, los marcos, el transporte, cantidades mínimas...". En otro lugar más tarde - una carta de Max Aub dirigida al embajador Luis Araquistáin - se acreditaba sin embargo un primer pago por parte de las autoridades al pintor de 50.000 francos. Y un segundo de 150.000 en concepto de gastos. La nota aseveraba que el pintor se negaba a aceptar cifra alguna y el pago que finalmente se le dio tenía "un carácter simbólico, destinado a cubrir los gastos".
Tras el cierre del Pabellón comienza una larga serie de exhibiciones del cuadro por todo el mundo.
Ese mismo año viaja a Escandinavia (Oslo, Copenhague, Estocolmo...) e
Inglaterra, donde entre otros lugares se expone en la Whitechapel Gallery "con gran asistencia de público", comentaron las crónicas de la época. En un barrio de fuerte implantación obrera por las tardes se proyectaban además películas sobre la guerra civil española. Antes se había expuesto en la New Burlington Gallery de Londres, en donde comenta alguna crónica "pasó completamente desapercibido".(Curiosamente en la misma galería expondría, dos meses después, el pintor Zuloaga sus lienzos en torno a la gesta del Alcázar de Toledo, entre otros). La última escala de la gira inglesa, - anota en su libro sobre los críticos del Guernica Rocío Robles- "Tuvo lugar durante la primera quincena de febrero en un concesionario de coches de la ciudad de Manchester". El carácter propagandista de la muestra estaba subrayado por cuanto al cuadro le acompañaban los dibujos preparatorios, y las estampas del Sueño y mentira de Franco. La exposición estaba organizada por el Comité Nacional de Ayuda a los Refugiados Españoles y se anunció que el dinero recaudado se usaría para fletar un barco con alimentos.
Sería la última escala europea. Posteriormente la obra se expone en los Estados Unidos:
New York, St. Louis, Boston, Chicago… En 1939 había figurado en la gran "Picasso: cuarenta años de su arte" que había organizado el MOMA en NY. En el Museo de San Francisco acompañan a la obra otras de Goya, Daumier, Grosz, Dix..., en "una muestra antibelicista inaugurada tres días antes de que Alemania invadiera Polonia". En 1940 viaja a Los Ángeles. Se instala definitivamente en el MOMA más tarde.
(En algún lugar hay una fotografía del
trasatlántico “Normandie” zarpando de Europa. Transporta el cuadro al otro
lado del océano, explica el pie de foto.) En 1953 se expone en
Milán. En el 54 en Brasil. Al año siguiente, viaja por toda Europa: París,
Alemania…
Regresa al MOMA después. Alfred Barr, su director, asumiría la figura de Picasso, y del Guernica asimismo, como referente fundamental en su defensa del arte contemporáneo. (Años después se criticaría "El criterio de modernidad creado por la crítica formalista norteamericana de esos años: del posimpresionismo al arte abstracto, siguiendo un telos de purificación. Es decir, liberando al arte de "valores como las connotaciones del tema, (...) los placeres del reconocimiento fácil y el disfrute de la destreza técnica". Picasso: forty years of his Art (1939) desarrollaba en lo esencial esta perspectiva"). Alguien comentó que con ello el cuadro adquiría una suerte de valor intemporal y abstracto, alejado de los acontecimientos precisos que lo habían motivado en principio. Frank D. Rusell en su conocido ensayo sobre el cuadro, anotaría que: "Los artistas americanos, Pollock sobre todo, entendieron perfectamente que el Guernica no era, en sí mismo, una obra progresista, sino que tenía la inmovilidad (...) de un arte no espontáneo, típicamente oficial".
Antes, el Salón de Otoño
de 1944 en París, tras la liberación, había supuesto “El primer acontecimiento que señaló el
comienzo de una nueva era, una nueva civilización tras muchos años de
sufrimiento y de ocupación”. En la exposición, como se sabe, Picasso ocupó el lugar principal dentro de la misma con su obra "L´Aubade” destacada - como
símbolo de la posguerra y el triunfo frente al nazismo. “El Salón rindió
homenaje a un nuevo seguidor del comunismo: Pablo Picasso”.
Una crítica
posterior sin embargo aludía a la condición de emblemas, de postales inertes, que habían adquirido,
homenajes de por medio, muchas de las imágenes repetidas de la época. Se trataba en esta crítica de:
“Devolver a la vida muchos de los cuadros que hoy se hallan congelados en un
espacio sin significado propio, en el que su estatus de celebridad ha vaciado
los significados vitales que tuvieron anteriormente las propias obras,
reemplazadas por la signatura de la mercancía”.
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Imágenes del Guernica en los libros. En uno de ellos figura junto a una
reproducción de la “Matanza de los Santos Inocentes” de Guido Reni. Una misma
pasividad, el mismo caos sin respuesta en las dos fotografías…
Durante años Juan Larrea – entre otros –
había proseguido en su incansable tarea de otorgar nombres precisos a la
imagen: el miliciano herido; el pueblo español, el ejército de Franco, el fascismo…
Incansable a su manera también, Picasso nunca le respondió. En una carta a Barr, por medio de Kahnweiler, el pintor aducía, sencillamente, que: "Un caballo es un caballo y un toro es un toro. También hay una especie de pájaro o pollo sobre la mesa, no me acuerdo bien. Este pollo es un pollo. Ah, sí, los símbolos...". Para añadir, más adelante: "[En el cuadro] hay animales, animales masacrados. Para mí, eso es todo".
En el mismo delirio interpretativo alguien llegó a hablar de "una alegoría de la bomba nazi". Otros llegaron a sugerir una conexión, esotérica, con el mitraísmo. Alguien, de una narración autobiográfica con personajes como Marie-Thérese Walter o Carlos Casagemas. En algún lugar se expuso la recreación del mito cretense del Laberinto. Otros hablaron de una tauromaquia trágica, directamente. El regreso de Teseo con Ariadna... Una crítica reciente habla del terremoto de Málaga de 1922.
En una habitación sin salida era un mismo caos sin nombre, sin ninguna
denominación posible.
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Imágenes del Guernica, en la sala del MOMA adonde fue a parar finalmente. Varias figuras cubren la escena,
entre la cámara, anónima, y el cuadro, en una pared al fondo. Unos personajes
miran la obra; otros se dirigen hacia la cámara. Una pareja lee un folleto que
mantiene un hombre con gafas y que no acertamos a distinguir. Otras figuras, al
final, se dirigen ya hacia un pasillo en sombra, un corredor detrás de la sala.
No sabemos por qué, en la fotografía impresiona este
corredor en sombra, el espacio vacío alrededor de la escena.
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Alguien, años antes, había aludido al
silencio, un ominoso silencio en la propia escena de la ciudad vasca.
“Cuando los bombarderos se fueron – dijo
el padre De Onaindía – la gente salió de sus refugios. No vi a nadie llorando o
gritando…”.
Un fotógrafo de “The Times” que recorrió
el escenario días después – la ciudad había caído ya en manos de los
nacionalistas – relata la misma sensación, las ruinas y “la ausencia de
cualquier ruido, incluso los ladridos de los perros”.
Curiosamente otra descripción – frente a
la estética en blanco y negro del cuadro – había nombrado el color, una cromática
entre realista y alegórica, en la descripción de un testigo del bombardeo, el
Padre Onaindía:
“El nuevo bombardeo duró treinta y cinco
minutos, lo suficiente para transformar el pueblo en un inmenso horno… Cuando
se hizo de noche las llamas de Guernica llegaban al cielo, y las nubes tomaron
el color de la sangre, y nuestros rostros también brillaban con el color de la sangre“.
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La imagen era reconocible,
perfectamente. A despecho de cada uno de
los elementos que conformaban el mural, y a despecho de las interpretaciones
que corrieron sobre la iconografía del mismo, hubo una imagen que todo el mundo
podía reconocer: era la del propio cuadro, el “Guernica” como tal.
Años antes una de las más conspicuas intérpretes
de la obra de Picasso, Elizabeth Cowling, lo había indicado al apuntar que:
“La inmediata aparición del mural en una
serie de exhibiciones en Escandinavia, Inglaterra o finalmente Nueva York
significa que su “status” como un gran acontecimiento cultural fue establecido
inmediatamente”. Christian Zervos lo había reconocido ya, al dedicar en el primer año, en 1937, un número especial de su Cahiers d´Art al cuadro. En él, además de reproducir las fotografías de Dora Maar, escribían Zervos, Jean Cassou, Paul Eluard, Michel Leiris, Juan Larrea o José Bergamín. Inaugurando así una suerte de tradición crítica - apologética- de la obra.
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Final de una época, o prolongación de la
misma. Alfred Barr Jr., el director del MOMA durante esos años, había aludido a una etapa, tras el
Guernica, en la que la que el pintor prolongaría las imágenes y la estética del
mural. La denominaría “Guernica postscripts”.
En 1944 las tropas aliadas entrarían de
nuevo en París. Un aluvión de visitantes acude al estudio de Picasso. Algunas
fotografías de Lee Miller, otras de Robert Capa, recogen la visita al estudio, el
Picasso posterior a la Liberación. (En una nota indemostrable del final de la ocupación se alude a que en la visita de Lee Miller ésta había encontrado en una pared y luego fotografiado los Retratos de muchachos imaginarios de las Fuerzas Francesas del Interior. "Las fotografías y el artículo de Lee Miller en (...) Vogue sugieren que las obras más recientes de Picasso discurren por otros derroteros". Afirmación insólita que de alguna forma respondía a la crítica de elitismo que alguien había elaborado con anterioridad). En el “Salón de la Liberación” en la capital
francesa de octubre de 1944 figuran no menos de 74 pinturas, cinco esculturas
del malagueño. Ese mismo año se produce la afiliación del pintor al Partido
Comunista Francés. Afiliación que, entre otros, provoca la ruptura irrevocable con André Breton, que había abandonado el partido años antes. Participaría en los “Congresos por la Paz” de la posguerra
europea. En Breslau (1948), París (1949), Sheffield (1950) o Roma (1951). En
Vallauris había mostrado en 1952 dos nuevos murales, “La guerra” y “La paz”.
En ellos se reproducía, de algún modo, la imaginería que el Guernica había hecho conocida. Ya como
figuras de cartón: monstruosas, monumentalizadas, cercanas a la caricatura.
En la neoclásica Sala de las Cariátides del Palazzo Reale de Milán en 1953 "se situó un efectista conjunto con Guernica, El osario (1944), Masacre en Corea y La guerra y la paz: mostrando cómo el manifiesto contra la violencia en 1937 había adquirido progresivamente un contenido político concreto". Picasso habría respondido a una propuesta anterior del grupo Partisanos por la Paz en la que querían organizar una muestra "plena y programática indicativa de nuestras intenciones (...) como intelectuales militantes del Partido Comunista".
Una crónica posterior nos hablará de: "los centenares de imágenes de manifestaciones, carátulas de disco, protestas, pegatinas o carteles (...) el tapiz de Guernica que Nelson Rockefeller encargó en el otoño de 1955 al taller de Renée y Jacqueline de la Bäume Durbach en Vallauris; los murales cerámicos hermanados de las ciudades de Guernika y Bogotá, o los centenares de murales, - muchos de ellos anónimos, con inscripciones de partidos y asociaciones vecinales - repartidos sobre todo a lo largo de la geografía española desde finales de la década de 1970, como recoge la serie fotográfica de Heinz Hebeisem, a los que se suman los localizados fuera de España". [ 1]
- [1] exp. Los viajes del Guernica en MNCARS, Madrid, 1981. pg. 165.
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Anthony Blunt, el autor de “La
teoría de las artes en Italia”, director del Courtauld Institute – y espía
soviético durante varias décadas, como se sabría después – había criticado la obra desde un temprano
artículo en 1937. Frente a la complacencia generalizada, en una postura cercana
al realismo socialista al señalar el esteticismo de la vanguardia, afirmaba que:
“En la penumbra religiosa del templo,
Picasso semejaba un gigante. Ahora, expuesto a una luz más intensa y a unos
requisitos más exigentes, parece un pigmeo. Recordemos lo que dijo Miguel Ángel
al artista que le mostraba su escultura procurando el ángulo de luz más
ventajoso: “No te molestes. Será la luminosidad de la plaza del mercado la que juzgará tu obra”. En su respuesta en defensa del pintor - y de su eficacia social- el también historiador Herbert Read aludiría entre otras cosas a que: "Por lo que respecta a la serie de grabados a la que hace referencia el señor Blunt, Sueño y mentira de Franco, va a reproducirse en forma de postales, por lo que estará al alcance hasta de la gente más pobre".
Más tarde, León Golub, el pintor del realismo deforme estadounidense, hablaba de la "pérdida de la eficacia" de la imagen en algún artículo sobre la gira por los Estados Unidos del cuadro.
"Esto se hizo para dramatizar la ira de Picasso y como denuncia del fascismo (…) Desde entonces este cuadro en concreto se ha convertido en objeto de la sagrada veneración y en algo místico, pero ha perdido su eficacia. La gente llega y lo mira, y en cierto sentido ni siquiera sabe lo que está mirando".
Alfred Barr Jr. Director del MOMA durante
años inauguraría en 1947 una serie de conferencias sobre el cuadro. De alguna
forma – y pese a la censura de la crítica del formalismo abstracto, que acusaba a la obra por
su “monumentalidad” – representaría durante años el comentario oficial sobre el
mismo.
En una fotografía del Times de la época los vemos, a los
ponentes y a un público serio, en fotografías grises, que abarrotan la sala. En la
mesa, están Juan Larrea, Josep Lluis Sert, Stuart David, Jacques Lipchitz, el propio
Alfred Barr… Del público, con aire de película de la posguerra, sombreros y trajes como de escenografía de film de Billy Wilder, en blanco y
negro, nada sabemos. Son anónimos y el pie de página de la revista sólo
recoge el nombre de los ponentes.
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Algún otro teórico marxista, como Max Raphael, continuaría con la crítica al "esteticismo" de la vanguardia. En otro lugar, opuesto al realismo
socialista también, surgía la crítica de Wyndham Lewis por ejemplo -el agitador vorticista y
editor de Blast, la mítica revista de la vanguardia londinense:
“Me da la impresión de que la obra cumbre
de la Exposición del Museo de Arte Moderno – el gran Guernica – no es un éxito. Picasso ha pintado un enorme poster de
alto contenido intelectual, de colorido poco interesante y sin relación alguna
con el acontecimiento político que supuestamente lo motivó… Este lienzo, que es
el mayor de todos, pone de manifiesto de un modo incomparable la inalterable
“intelectualidad” – frialdad y disección - del artista”.
No quería entrar en
política, afirmaba – pero en 1931 el pintor y poeta vanguardista había sido postergado por su temprana defensa
de la política hitleriana. Cuando años más tarde el crítico T. J. Clark escriba su ensayo sobre "Piedad y terror" sobre la obra de Picasso tendrá que indicar, casi al principio del ensayo, que: "En los últimos treinta años hemos visto centenares de fotografías de versiones de Guernica (pancartas, facsímiles muy elaborados, tapices, estandartes, tiras cómicas, carteles pegados con engrudo, espectáculos callejeros con marionetas...) enarboladas con rabia o angustia en Ramala, Oaxaca, Calgary, Londres, el Kurdistán, Madrid, Ciudad del Cabo, Belfast o Calcuta". [1] En el texto aludiría después a la condición de paradigma de la obra en la cultura de Occidente.
[1] T. J. Clarj, art. cit. pg. 20
vid. T.J. Clark Picasso and Truth. From Cubism to Guernica. Princeton Univ. Press, 2013.
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Un grupo de activistas, el "Angry Arts. Against the war in Vietnam" había reclamado la imagen del cuadro como emblema de su movimiento. Llegaron a reclamar su ocultación de los muros del MOMA porque, según los mismos, el museo defendía la intervención americana en la guerra.
Una fotografía, anónima, de los años 70. Fue difundida por la prensa del momento. En Berkeley los estudiantes se manifiestan contra la guerra de Indochina,
principalmente. Pero también por la legalización de la marihuana y el cese del
reclutamiento obligatorio. En la habitación de uno de ellos hay varios jóvenes
tendidos contra el suelo. Ninguno mira a la cámara. En la pared, los poster,
las imágenes reconocibles de una época: Un cartel del Che Guevara; una
gran fotografía de Jim Morrison; Janis Joplin entre un tumulto de melenas y flores
arrebatadas. Varios lemas en grandes letras, de tipografía californiana - como de portada del Rubber Soul de John Lennon… Al
fondo, una reproducción del Guernica, en blanco y negro, entre las imágenes.
Imágenes fijas, reconocibles, emblemáticas. Hay algo de inmóvil, como petrificado en las mismas. La imagen ya no cuenta su relato. Sino que se ha convertido en el emblema de una fotografía fija, ya conocida: una postal del cuadro. En el emblema de sí misma, inmóvil, como un signo detenido en el muro.
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( Una primera versión de este texto
apareció con motivo de la exposición “ El Guernica, Deconstrucción“, comisariada por Chiqui Abril, en el catálogo de la muestra.
Ayala Museum, Makati
City, Manila Junio 2011).