martes, 22 de febrero de 2011

El instante después.


 X. intenta explicarme algo relacionado con una sensación sobre la que está escribiendo algún relato. La del momento posterior, el instante después, en el cual todo queda ya en silencio. La cualidad de este silencio, su densidad significativa .

(Yo le había objetado antes el cansancio de unos años en los que se puso de moda la "poética del silencio", su extraño prestigio. La cual daba lugar a las mayores vacuidades- instalaciones y videos incluidos, entre otras. Y que recordaba más bien una definición clásica, que nos advertía que de lo que nada sabíamos, haríamos mejor en callar. Recuerdo en concreto la moda de Edmond Jabbés, su literatura sobre nada. Novelas sin acontecimiento. Películas sin narración. O el prestigio del vacío: las paredes blancas de algún artista efímero. Los gestos mudos, y mínimos, de algún comediante. La moda del lienzo en blanco... Sin hablar del "nouveau roman" francés, cuyo solo nombre aún produce bostezos interminables. "Qué aburrimiento tan vacío, efectivamente", replicaba X.)

Pero no eran este hastío, esta pobreza, mudos efectivamente, los que X. intentaba describir.


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Hojeando una tarde un relato, los "Hoteles literarios" de Natalie Saint- Phalle, X. encuentra de pronto una referencia bastante precisa de lo que intenta decir. Esa intensa, abismal sensación que es la del momento posterior, irremisiblemente ido. Su silencio.

Hotel Misant, en Celerina, Suiza. El 13 de agosto de 1900 llega allí Paul Rée, el antiguo amante de Lou von Salomé; los miembros de la extraña trilogía que completara por un breve tiempo Friedrich Nietzsche. "Solo, ya sin patria, ha escapado con el deseo de olvidarse de sí mismo, de atenuar su dolor allá donde conoció, con Lou von Salomé, las horas más dichosas de su existencia, en los veranos de 1883 y 1885. Nietzsche, con quien ambos habían fundado una efímera "Trinidad" y de quien se habían separado, lleva diez años hundido en la nada de la locura. Morirá dentro de unos días, el 25 de agosto".

Hace ya cuatro años que Paul Rée se ha separado de Lou. "Ten compasión, no me busques", le ha escrito al despedirse. Son cuatro años de trabajo de médico, no gratificado. Vaga por diferentes lugares:  la finca familiar de Prusia acaba de ser vendida. Ya no escribe. "Ya no escribe, aunque todavía lee, se pasea con un ejemplar de La Bruyère o Rochefoucauld en el bolsillo.  El 28 de octubre de 1901 sale del hotel para una última caminata en el curso de la cual tendrá una mortal caída desde un acantilado rocoso, a plomo sobre el Inn".  Habrá transcurrido solo, paseando por los alrededores estos últimos meses, los últimos años en realidad, de su existencia. En algún lugar, secretos, mudos, irremisibles, los años con Lou.


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Otra escena que siempre, secretamente, le había impresionado, me cuenta luego. Es la escena final de una conocida película, de hacía unos años. En ella - tomada del relato autobiográfico de un médico durante la Revolución Soviética - ocurren todas las cosas:  hay una revolución que rompe las vidas de los protagonistas; hay deportaciones y muertes; se produce - una más - la ruina y la miseria de una antigua familia de la nobleza.

Alguno de ellos sucumbe. Otros, son perseguidos. Entre el caos y la brutalidad, hay un exilio remoto y silencioso en un lugar de la estepa, una casa ruinosa y aislada en el páramo. La casa se erige aún, visible, sobre los restos del jardín, sobre la llanura helada. La revolución continúa, la guerra civil... En medio de todo ello tiene lugar una historia amorosa. Los protagonistas se conocen en medio del caos, la fatalidad. Sucumben a una especie de pasión triste. Rompen todos los lazos, todas las relaciones. A su alrededor prosigue la revolución, la devastación. Ella tiene una hija, familia anterior. Él rompe con la suya... Nuevos viajes, nuevas separaciones, entre la revolución que triunfa y les impone el olvido, el exilio finalmente... En una escena final - han pasado los años -él la encuentra a ella, fugazmente, entre la multitud, en la ciudad, a donde ambos han regresado. Intenta descender del autobús, para alcanzarla, pero ella ya ha desaparecido. Camina ahora por calles anónimas, nevadas, modernas... Lleva la cabeza baja. Se pierde entre la multitud. Nunca - sabemos perfecta, fatalmente - volverá a hablar. La multitud  y el olvido la engullirán, anónima, para siempre.

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Una nota de X.

"Bek- Hadjiev, ayudante de campo del general Kornilov.

Después de la muerte de su jefe, Bek-Hadjiev volvió al Turquestán. Luego, pasó a Bagdad y a la India, para reunirse a Koltchak en Siberia. Tras la derrota de éste se le encuentra primero en Vladivostok, luego en Manchuria. Se dedica a tareas que desconocemos. Su rastro se pierde en Mexico."


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X. recordaba, vagamente, la escena de otra película, que alguna vez había visto. En ella, el protagonista vagaba por unas sierras remotas durante años. Solo, caza, se pelea con los montañeses, con tribus indias, con otros cazadores. Se reconcilia con ellos, vive brevemente con una mujer india. Siempre está callado. Un día se encuentra con otro cazador, antiguo amigo, que le habla de la ciudad de donde viene y le intenta dar noticias de ella. "Ya las conozco", le interrumpe el protagonista, despectivo.

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