jueves, 14 de abril de 2011

Alessandro Scarlatti



Una especial dedicación a la música, estos días, en Roma.

Conciertos, audiciones, alguna tarde en la ópera...Sobre la terraza de L. suena un concierto barroco, un adagio de especial belleza. Convoca de nuevo el sentido; es, de una manera un tanto melancólica, el sentido. Pues, si anteriormente su intensidad evocaba una última, oculta intensidad de la vida, a cuya cita ésta recobraba, por decirlo así, su verdadera forma, en esta ocasión - una tarde primaveral en los jardines del Pincio - un vago sentimiento de desesperanza acompaña al adagio.

Intuyo que la plenitud, el sentido, pertenecen a la música. Pero ninguna revelación posterior la acompaña. Ya no hay ninguna certeza de que era lo vivido,  las cosas,  las que estaban mostrando su secreta forma a través de ella. Más allá de la música no existe ninguna prolongación de la misma, y la constatación de su belleza, de su intensidad, lo es también de la evidencia dolorosa de que no hay nada más allá. Aquellas habrán cesado cuando la música termine.




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