viernes, 2 de marzo de 2012

Triste Lolita



Una suerte de dictamen enfadoso ha establecido que la versión clásica de la novela de Nabokov, Lolita, sea la primera, la que rodara en el año 1962 Stanley Kubrick con guión del propio escritor, y cuyos interpretes eran James Mason en el papel de Humbert Humbert y Sue Lyon, en el de la ambigua ninfa. Una leyenda de la época - por lo demás perfectamente verificable - cuenta que Vladimir Nabokov escribió una adaptación para el film que en palabras del propio Kubrick era "el más perfecto guion jamás escrito para el cine", pero cuya realización habría implicado el rodaje de una película de al menos nueve horas. Rodaje utópico que el director renunció a filmar, conformándose con otro más terrenal de unos noventa minutos. (En esos tiempos el mundanal Warhol había realizado una película de seis horas de duración, limitándose a filmar el Empire State Building, y algunos conceptuales y teóricos de lo mismo la alabaron, asistiendo incluso a su estreno en la Factory. Cosas de la época).

Años después, en 1997, Adrian Lyne  rodaría una nueva versión, distante del aroma sesentero de la primera, con un color posmoderno que carecía de la referencia al rosa y a los pullover color celeste que cabía inteligir en la de Kubrick. Y a las célebres gafas de Dolores. Pero cuyos intérpretes, Jeremy Irons como el profesor Humbert y Dominique Swain como la adolescente Dolores Haze la hacían perfectamente creíble. Y sutil, además.

Elogio de la ambigüedad, el relato se va a desarrollar continuamente en ese difícil territorio de la indefinición - que por lo demás aparece constante en la novela de Nabokov - que hace que nada, en ningún momento posea nombre. Ni haya una descripción posible de lo que allí está ocurriendo, en el ambiguo viaje del profesor y la nínfula. Quizá por ello sólo el viaje, la huida y el descentramiento perpetuos consienten continuar la historia. Ésta sólo puede tener lugar en la extrañeza - en moteles y  carreteras desconocidas - porque sólo allí pueden prolongarse la extrañeza sin nombres, la continua incertidumbre.

Todo, excepto quizá una sola referencia. Ésta es la del vértigo. El único acceso posible a un otro lado en la vida del profesor Humbert que desde el principio anunciara Dolores Haze, la fatal y ambigua Lolita. El vértigo es cierto. Lo demás, ambiguo.

Escenario de carreteras, paisaje de lugares sin marcas - banales por lo demás.  Nabokov, y el film acoge el clima de la novela, estaba quizá albergando ese escenario de lo descentrado que por lo demás constituye el paisaje de una narrativa americana de los años 60, Kerouac incluido, cuya sola posibilidad es la de la extrañeza - o la toxicomanía - de los lugares sin nombre, de las madrugadas ambiguas y soñolientas en ciudades y autopistas hasta ese momento desconocidas. Y que, al partir, continuarán siéndolo.

En un determinado momento, en el nuevo motel al que han llegado, Lolita le dirá a su padrastro. "Tú estás loco". Pero será la única referencia, por un tiempo, a un orden de lo real, en el que la pretensión de Humbert de acostarse con su hijastra, continuando así su antigua obsesión por ella, constituye una evidente transgresión de un orden, cualquiera, anterior a la ambigüedad. Apenas expuesta, la ley, la norma, desaparecen para dar lugar al relato de un vértigo. Y una escapada continua.




La película, creemos, recoge la ambigüedad del texto del novelista ruso. Los actores también. Apenas hay un momento en que se pueda definir algo. Que no sea la culpa, como una sombra, la seducción, el engaño, la indiferencia o lo innombrado, en un viaje por un decorado cambiante y trivial, no obstante. Sólo el vértigo lo sostiene. El vértigo como la sensación de querer sostenerse en un lugar en el que ello es imposible, sin asidero, escenarios, ni nombres posibles.

Un invitado nuevo aparecerá en el relato - y es quizá la escena más memorable del filme. Será ya hacia el final, cuando el viaje ha concluido hace tiempo y el profesor Humbert se reencuentra
con Lolita, casada ya y viviendo en un lugar indefinido de Alaska. Si el profesor desea aún mantener la sustancia de un relato, cuando le pregunte a Lolita qué ha significado él entonces para ella, cuál es el significado de la historia, ésta no le responderá. No obtiene él nada sino un gesto ambiguo, sin significado posible. Que no sea la banalidad de pronto, la indiferencia ante una huida cuya referencia final es, de pronto - a despecho del vértigo prometido - la trivialidad, el aburrimiento en último extremo.

Que ésta - la banalidad - pudiera ser la última invitada trastorna todo propósito de nombrar por fin, de exceder el escenario en el que ha transcurrido toda la historia - trágica al fin.

Nada importa que, un momento después, Lolita manifieste su despecho contra Humbert cuando éste le propone retomar la relación - para el profesor la única posible - y le diga que antes regresaría con el pérfido Claire Guilty que con él. Ésta es una escena de despecho y su lógica entra en las leyes de la pasión.

Quien no había sido invitado, y creemos que cierra la película de manera definitiva - esto es, sin solución, ni definición posible - era el invitado anterior, la trivialidad, cuya indiferencia nunca, jamás, permitirá nombrar nada, a despecho de la aparente tragedia de la historia.

El resto es una crónica judicial. Incluida la primera persona del relato.




1 comentario:

  1. armando montesinos5 de marzo de 2012, 11:39

    Excelente, excelente. El vértigo de la provisionalidad absoluta, el presente del perpetuo movimiento como clavo ardiendo, la pasión ardiente y su envés de banalidad sin temperatura...Excelente lectura de una pelicula mal vista en su momento.

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