El bar de Nadal se encontraba en un lugar insólito, en el Rincón de Loix, adonde para llegar apenas existía un camino desde el pueblo.
El paseo por la playa, la avenida de Levante, se debió de abrir muy tarde, según nos contaban los mayores. El Camí dén Baix pasa por las huertas de atrás, el alfaz de los Devesa, luego el de Cosme Verdí, torciendo luego hacia el norte para tomar la dirección de Altea, por detrás de la montaña. Debajo, la playa de Levante son unas dunas inciertas, un terreno indefinido de espartales y ramblas secas, en donde apenas hay trazado ningún camino. (Entre otras cosas, porque no hay ningún lugar adonde ir). Bancales arenosos, huertos de agua salada, los terrenos de la playa son los peores, los que en la herencia se dejan a los hombres - según una tradición no escrita en el pueblo, en la que las mejores tierras, las casas, van a parar a las hijas. Al final de la playa, de las dunas, está el merendero de Nadal.
¿Cómo se llegaría hasta allí? No lo sé. Lo que sé es que hay fotografías en donde los parientes, con sombrilla y alpargatas, posan junto a Nadal, en las barcas en la playa. El bisabuelo solía merendar allí todas las tardes, cuentan, La abuela encarga el arroz. Aquél sale a pescar por la mañana. Luego, las mujeres lo preparan. Hay una caseta sobre la arena, la falda de la montaña, pedregosa y árida, detrás.
Otra fotografía lo muestra: el emparrado bajo la puerta, la caseta de pesca, la mesas de tijera fuera. En unas sillas, bajo el fuerte sol de Levante, el viejo Nadal, unas mujeres de negro esperan, dormitando, no sabemos qué.
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