La historia se la contaron a Jaime en La Estrella, creo.
La Estrella es un bar cercano al mercado de Usera. Allí se reúnen, o se reunían, los empleados del mercado. Los de los camiones se juntaban con los restos del antiguo gimnasio de Usera. O sea, boxeadores retirados y algún admirador. Más algunos chicos, colombianos la mayoría, que todavía entrenaban allí. Pertenecía a Marcelo, que en su día fue campeón regional de los pesos medios y aún conservaba su clientela.
El negro Romero hablaba con Marcelo, en la barra, y con tres o cuatro contertulios, de los que pasan la mañana entre el aguardiente y las fotografías ahumadas.
- ¿Qué iba a hacer, chico? Sí, qué iba a hacer. El muchacho estaba allí, sonriendo, y bailaba delante de mí. Movía los brazos como una bailarina y pegaba menos todavía. Entonces, qué le iba a hacer, Marcelo.
- Empieza por el principio, Romero, que no te explicas nada.
El negro Romero, antigua figura de los welter, se dirigió a los demás.
- Vinieron a avisarme al bar. Yo estaba entonces, como ahora, más tieso que la mojama y no me salía ningún combate. Vinieron entonces a decirme que si quería ir a Lisboa, a pelear con un angelito de allí. Treinta mil duros de bolsa y el viaje. Y el hotel, que ya no me lo pagaba nadie.
- ¿Ese era el trato, Romero?
- Ese y tirarme en el quinto asalto. Era un buen trato.
- Lo era - ratificó el otro.
- Así que me fui a Lisboa, me pasé allí tres días, me comí un bacalao y me compré unos zapatos...
- Y algo más, Romero.
Éste no hizo caso de la interrupción.
- En Lisboa vi que no se habían olvidado de mí. La prensa anunciaba el combate. Todos hablando del muchacho, uno moreno, de Mozambique, creo, que estaba empezando. Decían que era una joya, el futuro Ray Sugar, o algo así. Pero a mí me anunciaban todavía como campeón español de los welter y sacaban fotos de la pelea con Sangchili.
- Quien tuvo, retuvo, negro. - comentó otro.
Tampoco le prestó atención. Ahora parecía dirigirse exclusivamente a Marcelo.
- Estaba tirado, Marcelo. Los dos primeros asaltos me dediqué a pasear alrededor del moreno. Pero al segundo ya me había dado cuenta de que el negro era un paquete. No tenía más que gomina en el pelo. Y los dientes, que le brillaban en la esquina...
- ¿Y qué pasó, Romero?
- Que le di un asalto más, a ver si el angelito despertaba. Pero en el cuarto me cabreé de verdad. Y entonces pensé: ¿Y este figurín me va a tirar a mí?. Venga a ponerle la cara y venga a pensar. Cuanto más se la ponía, más me hacía pensar. No podía dejar de mirarlo y me acordaba de las fotos con Sangchili que había visto allá.
- ¿Qué ocurrió después, Romero?
- Pues qué va a pasar. Que en el quinto le tiré dos guantazos y lo mandé para la lona... Me vine corriendo y sin pasar por el hotel. Marcelo, ¿tú qué hubieras hecho?
- Es verdad, Romero. Qué ibas a hacer.
Le pregunté a Jaime por la historia del negro Romero, después. Pero Jaime ya no sabía nada.
(fot. Ramón Masats)